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lo poco que vivió no le dejaron mostrar mucho tiempo el valor que su aventajado natural y su virtud prometian. El ingenio de don Juan, el segundo deste nombre, era mas á propósito para letras y erudicion que para el gobierno. Finalmente, en su hljo don Enrique, cuyas obras y vida y muerte acabamos de relatar, desfalleció de todo punto la grandeza y loa de sus antepasados, y todo lo afeó con su poco órden y traza; ocasion para que la industria y virtud se abriese por otra parte camino para el reino de Castilla y aun casi de toda España, con que entró en ella una nueva sucesion y línea de grandes y señalados príncipes. Del derecho en que fundaron su pretension, por entonces se dudó; el provecho que adelante su valor acarreó fué sin duda muy grande y aventajado.

CAPITULO V.

Cómo alzaron á don Fernando y doña Isabel por reyes
de Castilla.

Con la muerte del rey don Enrique todas las cosas en Castilla se trocaron. La mayor parte acudió á doña Isabel, hermana del difunto. Algunos, y no pocos, perseveraron en el servicio de doña Juana la princesa; en especial el marqués de Villena y el duque de Arévalo le acudieron con sus deudos y aliados como los primeros y principales entre los que quedaron nombrados para el amparo de aquella señora. Persuadíanse que ella tendria el nombre de reina, y ellos la mano en todo y se apoderarian del gobierno; el marido seria el que les pareciese mas á propósito para sus intentos particulares, que era su principal cuidado. Seguian á estos dos grandes todos los pueblos y comarca que hay desde Toledo hasta Murcia, y juntamente la mayor parte de la nobleza de Galicia hasta tomar las armas contra el arzobispo de Santiago don Alonso de Acevedo y de Fonseca, porque en esto no se conformaba con los demás, antes andaba muy declarado por la parte contraria. En la plaza de Segovia en un tablado que se levantó de madera, los que se hallaron en aquella ciudad en público juraron á doña Isabel, que presente estaba, por reina, puesta la mano, como es de costumbre, sobre los Evangelios. Hecho esto, levantaron los estandartes en su nombre con un faraute que en alta voz dijo: Castilla, Castilla por el rey don Fernando y la reina doña Isabel. El pueblo con grande alarido y aplauso repetia las mismas palabras. Acudieron todos á besalle la mano y hacelle homenaje; así como estaba con vestidos reales, puesta en un palafren la llevaron á la iglesia mayor para dar gracias a Dios por aquel beneficio y rogar fuese servido continuallo y llevar adelante lo comenzado. Halláronse entonces muy pocos titulados en Segovia y ningunos grandes. Los primeros que muy de priesa acudieron para dar muestra de su lealtad y aficion fueron el cardenal de España y el conde de Benavente don Rodrigo Alonso Pimentel. Poco despues el arzobispo de Toledo, el marqués de Santillana, don García Alvarez de Toledo, duque de Alba, el Condestable, el Almirante y el duque de Alburquerque. Otros enviaron sus procuradores para que en su nombre hiciesen los homenajes y jurasen á la reina doña Isabel. No pareció se hiciese el pleito homenaje por entonces á su marido el rey don

183 Fernando hasta tanto que personalmente jurase, como su mujer la Reina lo hizo, et pro del reino y guardalles, como es de costumbre, sus franquezas y privilegios. HaIlábase á la sazon en Zaragoza ocupado en las Cortes de Aragon y con intento de allegar dinero para la guerra de Ruisellon. Esto iba á la larga; así, sabida la muerte del rey don Enrique, sin dilacion se partió para Castilla, por entender que ninguna cosa hay mas segura en revueltas y mudanzas semejantes que la presteza. Dejó en su lugar para presidir en las Cortes á doña Juana, su hermana, que tenian concertada con don Fernando, rey de Nápoles, viudo de su primera mujer. Los señores de Castilla no se podian granjear sino á poder de grandes dádivas y mercedes, por estar acostumbrados á vender sus servicios y lealtad lo mas caro que podian. Luego que el Rey llegó á Almazan, le envió el conde de Medinaceli don Luis de la Cerda á representar por medio de Francisco de Barbastro que el reino de Navarra pertenecia á doña Ana, su mujer, como á hija que era de don Cárlos, príncipe de Viana, legítima, así por casarse despues el Príncipe con su madre como por dispensacion del Papa, de todo lo cual presentaba escrituras, si verdaderas ó falsas, no se sabe. De cualquiera manera, era grande su determinacion, y el negocio y pretension en que entraba pedia mayores fuerzas que las suyas. Decia que si el rey don Fernando no le ayudaba para alcanzar aque! reino, no le faltaria ayuda de otra parte; que era en suma amenazar con la guerra de Francia; demasía fuera de sazon. Despedido pues el que vino con esta embajada sin respuesta, continuó el Rey su camino. Llegado á Turuégano, allí se entretuvo hasta tanto que en la ciudad de Segovia le aparejasen el recebimiento necesario. Hizo su entrada un dia despues de año nuevo de 1475. En aquel dia, puesto todo á punto, fué recebido en la ciudad con todas las demostraciones de alegría. Todos los estados le hicieron sus homenajes y besaron la mano como á su rey. Sobre la manera que se debia tener en el gobierno hobo alguna diferencia y debate. Los criados de la Reina decian que no podia ni debia entremeterse el rey don Fernando en el gobierno ni aun intitularse rey de Castilla; de lo cual, demás de las capitulaciones matrimoniales, traian algunos ejemplos, tomados del reino de Nápoles, donde en tiempo de las dos reinas, por nombre Juanas, sus maridos no tomaron apellido de reyes, antes se contentaron con el casamiento y con la honra que á cada cual daba la Reina, su mujer; hicieron grandes letrados informaciones y alegaron sobre el caso. Los aragoneses, por el contrario, pretendian que por no quedar ningun hijo varon del rey don Enrique, el reino volvia á don Juan, rey de Aragon, como al mayor del linaje. Pero esto que en Francia, conforme á las costumbres de aquel reino se guardaba, fácilmente lo rechazaban con muchos ejemplos, así antiguos como modernos, de Ormesinda, de Odisinda, de doña Sancha, de doña Urraca y de doña Berenguela, que mostraban claramente cómo muchas hembras los tiempos pasados heredaron el reino de Castilla. Desistieron pues desta empresa, y entre marido y mujer se concertaron estas capitulaciones: que en los privilegios, escrituras, leyes y moneda el nombre de don Fernando se pusiese primero, y despues

con estas palabras el rey don Fernando, volvió su pensamiento al remedio del reino, que por la alteracion de los tiempos pasados y el peligro evidente que corria de nuevas revueltas se hallaba grandemente trabajado.

CAPITULO VI.

Cómo el rey de Portugal tomó la proteccion de doña Juana, su sobrina.

el de doña Isabel; al contrario en el escudo y en las armas, las de Castilla estuviesen á manderecha en mas principal lugar que las de Aragon; en esto se tenia consideracion á la preeminencia del reino, en lo primero á la de marido. Que los castillos se tuviesen en nombre de doña Isabel, y que los contadores y tesoreros le hiciesen en su nombre juramento de administrar bien las rentas reales. Las provisiones de los obispados y beneficios rezasen en nombre de ambos; pero que se diesen á voluntad de la Reina y á personas en doctrina aventajadas. Cuando se hallasen juntos, de consuno administrasen justicia á los de cerca y á los de léjos; cuando en diversas partes, cada cual administrase justicia en su nombre en el lugar en que se hallase. Los pleitos de las demás ciudades y provincias determinase el que tuviese cerca de sí los oidores del consejo, órden que asimismo se guardase en la eleccion de los corregidores. Mostró sentimiento don Fernando que sus vasallos en lugar de obedecer le quisiesen dar leyes; todavía le pareció disimular; consideraba que con un poco de sufrimiento y disimulacion él se arraigaria en el gobierno y todo estaria en su mano. Juntamente la reina doña Isabel, como princesa muy discreta, se dice que aplacó la pesadumbre que su marido tenia con un razonamiento que le hizo á este propósito, deste tenor: « La diferencia que se ba levantado sobre el derecho del reino, no menos que á vos me ha desgustado. ¿Qué necesidad hay de deslindar los derechos entre aquellos cuyos cuerpos, ánimos y haciendas el amor muy casto y el vínculo del santo matrimonio tiene atados? Sea á las otras mujeres lícito tener alguna cosa propia y apartada de sus maridos; á quien yo he entregado mi alma, ¿por ventura será razon ser escasa en franquear con él mismo la autoridad, riquezas y ceptro? ¿Qué fuera esto sino cometer delito inuy grave contra el amor que se deben los casados? Seria yo muy necia si á vos solo no estimase en mas que á todos los reinos. Donde yo fuere reina, vos seréis rey, quiero decir, gobernador de todo sin límite ni excepcion alguna. Esta es nuestra determinacion, y será para siempre; ¡ojalá tan bien recibida como en mi pecho asentada! Alguna cosa era justo disimular por el tiempo y mostrar haciamos caso de los letrados que con sus estudios tienen ganada reputacion de prudentes. Mas si por esta porfía los cortesanos y señores pensaren haberse adelantado para tener alguna parte en el gobierno, ellos en breve se hallarán muy burlados; si no fuere con vuestra voluntad, no alcanzarán cosa alguna, sean honras, cargos ó gobiernos. Verdad es que dos cosas en este negocio han sucedido á propósito, la primera que se ha mirado con esto por nuestra hija y asegurado su sucesion; la cual, si vuestro derecho fuera cierto, quedaba excluida de la herencia paterna, cosa fuera de razon y que à nos mismos diera pena. Queda otrosí proveido para siempre que los pueblos de Castilla sean gobernados en paz; que dar las honras del reino y los castillos, las rentas y los cargos á extraños, ni vos lo querreis, ni se podria hacer sin alteracion y desabrimiento de los naturales; que si esto mismo no os da contento, vuestra soy, de mí y de mis cosas haced lo que fuere vuestra voluntad y merced. Esta es la suma de mi deseo y determinada voluntad.» Aplacado

Parecia que el marqués de Villena en un mismo tiempo se burlaba del rey don Fernando y de don Alonso, rey de Portugal, pues juntamente traia sus inteligencias con los dos. Era de no menor ingenio que su padre, y todos se persuadian que se inclinaria á la parte de que mayor esperanza tuviese de acrecentar su estado y riquezas de su casa, conforme al humor que entonces corria, y aun siempre corre, sin respeto alguno de lo que las gentes dirian ni de lo que por la fama se despublicaria. Del rey don Fernando pretendia que, pojados los dos competidores en el maestrazgo con achaque que las elecciones no fueran válidas, él fuese legitimamente entronizado y nombrado por maestre de Santiago. Era esta demanda pesada, que persona de quien no tenian bastante seguridad, creciese tanto en poder y riquezas, y que juntase con lo demás aquella dignidad tan rica y de tanta renta. Sin embargo, le dió buena respuesta; que es prudencia conformarse con el tiempo. Prometióle que si pusiese á doña Juana en tercería para casalla conforme á su calidad, vendria y le ayudaria en lo que pedia. A esto replicó él que en ninguna manera lo haria ni quebrantaria la fe y palabra que dió al rey don Enrique de mirar por su hija. Junto con esto envió personas de quien hacia confianza para persuadir al rey de Portugal tomase á su cargo la proteccion de su sobrina, pues por ser el pariente mas cercano le pertenecia á él en primer lugar, y como tal queria se encargase del gobierno de Castilla. Reprehendia sus miedos, sus recatos y demasiada blandura; protestábale y amonestábale por todo lo que hay en el cielo no desamparase aquella doncella inocente y sobrina suya, pues era rey tan poderoso y tan rico. Que en Castilla hallaria muchos aficionados á aquel partido, así bien del pueblo como de la nobleza, los cuales, presentada la ocasion, se mostrarian en mayor número de lo que podia pensar; que mas les faltaba caudillo que voluntad para seguir aquel camino. Hallábase el de Portugal en Estremoz, á la raya de su reino, al tiempo que falleció el rey don Enrique. Hizo consulta sobre este negocio y sobre lo que el de Villena representaba. Los pareceres fueron diferentes; los mas juzgaban se debia abrir la guerra y sin dilacion romper con las armas por las tierras de Castilla; hombres habladores, feroces, atrevidos, ni buenos para la guerra ni para la paz. Hacian fieros y alegaban que tenian grandes tesoros allegados con la larga paz, huestes de á pié y de á caballo y grandes armadas por la mar. El principal autor deste consejo y atizador de la guerra desgraciada era don Juan, príncipe de Portugal, el cual, conforme al natural atrevimiento que da la juventud, se arrojaba mas que los otros. Solo don Fernando, duque de Berganza, como al que su larga edad hacia mas recatado y mas

de Toledo, y mostraria cuán grandes fuesen sus fuerzas contra los que le enojasen. Tampoco fueron los ruegos de efecto mezclados con amenazas de su hermano` don Pedro de Acuña, conde de Buendía, en que le protestaba no empeciese á sí y á sus deudos, y por esperanzas dudosas no se despeñase en peligros tan claros; antes, como él que de suyo era soberbio de condicion, suelto de lengua, mas se irritaba con las amonestaciones que le hacian, mayormente que un Hernando de Alarcon, que por ser de semejante condicion tenia mas cabida con él que otro alguno, como le andaba siempre á las orejas, con sus palabras henchia su pecho cada dia de mayor pasion y saña.

CAPITULO VII.

Cómo el rey de Portugal se llamó rey de Castilla.

prudente, lo que otros atribuian á miedo ó amor que tenia á doña Isabel por el parentesco y ser nieta de su hermano, sentia lo contrario, que no se debian ligeramente tomar las armas. Que el de Villena y sus aliados eran los mismos que poco antes alzaron por rey al infante don Alonso contra don Enrique, su hermano, y juntamente sentenciaron que doña Juana era hija bastarda; lo cual ¿con qué cara ahora, con qué nueva razon lo mudan, sino por ser personas que se venderian al que diese mas, y que volverian las proas adonde mayor esperanza se les representase? ¿Qué castillos daban por seguridad que no se mudarian con la misma ligereza que de presente se mudaban, si don Fernando les prometiese cosas mas grandes? ¿En qué manera podrian desarraigar la opinion que el pueblo tenia concebida en sus corazones que doña Juana era ilegítima? Cosa que el mismo rey don Alonso confirmó cuando pidió por mujer á doňa Isabel, y no quiso aceptar en manera alguna el casamiento que le ofrecian de doña Juana. «Mintiendo sin duda y haciendo fieros y gloriándose de las fuerzas que no tienen, hinchan á los otros con el viento de vanas esperanzas, y ellos mismos están hinchados. Los perros cuanto mas medrosos ladran mas, y los pequeños arroyos muchas veces hacen mas ruido con su corriente que los rios muy caudalosos. Afirman que los señores y las ciudades seguirian su opinion, de quien sabemos cierto que con la misma lealtad con que sirvieron al rey don Enrique abrazarán el partido de doña Isabel. ¡Ojalá pudiera yo poner delante de vuestros ojos el estado en que las cosas están! Ojalá como los cuerpos, así se pudieran ver los corazones! Entendiérades el poco caso que se debe hacer de las vanas promesas del marqués de Villena.» Bien advertian las personas mas prudentes que todo esto era verdad, todavía prevaleció el parecer de los mas; desórden muy perjudicial que en la consulta no se pesen los votos, sino se cuenten de ordinario, y se esté por los mas votos, aun cuando los reyes están presentes, por cuyo parecer todos pasan y en cuyo poder está todo. Verdad es que primero que se declarasen, Lope de Alburquerque, que enviaron para mirar el estado en que todo se hallaba, llevó firmas de muchos señores de Castilla que prometian al rey de Portugal, que á la sazon era ido á Ebora, y le daban la fe, si casaba con doña Juana, que á su tiempo no le faltarian. Para encaminar estas trazas venia muy á cuenta el desabrimiento del arzobispo de Toledo, que con color que residiera muchos años en la corte, enfado que á los grandes personajes hace perder el respeto y que la gente se canse dellos, y con muestra que queria descansar, se salió de Segovia á 20 de febrero. Este era el color, la verdad que claramente se tenia por agraviado de los nuevos reyes. Querellábase le entretenian con falsas esperanzas sin hacelle alguna recompensa de sus servicios y de su patrimonio, que tenia consumido, y hechos grandes gastos para dar de su mano el reino á aquellos príncipes ingratos. Sobre todo llevaba mal la privanza del Cardenal, que iba en aumento de suerte, que los reyes todos sus secretos comunicaban con él, y por él se gobernaban. Procuraron aplacalle, pero todo fué en vano. Amenazaba haria entender á sus contrarios lo que era agraviar al arzobispo

La partida del Arzobispo y su desabrimiento tan grande alteró á los nuevos reyes y los puso en cuidado. Temian, si se declaraba por la parte contraria, no revolviese el reino, conforine lo tenia de costumbre, por ser persona de.condicion ardiente, de ánimo desasosegado, demás de su mucho poder y riquezas. Esto les despertó para que con tanto mayor cuidado buscasen ayudas de todas partes, así del reino como de fuera. Sobre todo procuraron sosegar á los grandes y ganallos. El primero que redujeron á su servicio fué don Enrique de Aragon con restituille sus estados de Segorve y de Ampúrias y dalle perdon de todo lo pasado; camino con que quedó otrosí muy ganado el de Benavente, su primo. Fué esto tanto mas fácil de efectuar, que tenia él perdida la esperanza de que aquel casamiento que tenian concertado pasase adelante y se efectuase, á causa que á doña Juana desde Escalona la llevaron á Trujillo para casalla con el rey de Portugal, al cual pretendia el marqués de Villena contraponelle á las fuerzas de Aragon, á la sazon divididas por la guerra de Francia y las alteraciones de Navarra. La villa de Perpiñan se hallaba muy apretada con el largo cerco que le tenian puesto, tanto, que por estar muy trabajada y no tener alguna esperanza de ser socorrida, se rindió á los 14 de marzo á partido que se diese libertad á los embajadores que detuvieron en Francia, como queda dicho, y á los vecinos de aquella villa de irse ó quedarse, como fuese su voluntad. Concertaron otrosí treguas por seis meses entre la una nacion y la otra. Envió el rey don Fernando al de Francia para pedir paces, y que con ciertas condiciones restituyese lo de Ruisellon, cierta embajada. El rey de Francia dió muy buena respuesta, y prometió grandes cosas si venia en que su hija casase con el delfin de Francia. Prometia en tal caso que le ayudaria con tanta gente y dinero cada un año cuanto fuese menester para sosegar las alteraciones de Castilla y apoderarse del reino, en particular que se concertaria sobre el principado de Ruisellon, estaria á justicia y pasaria por lo que los jueces árbitros ordenasen. Para tratar esto envió por su embajador desde Francia á un caballero, llamado Guillelmo Garro. Los reyes don Fernando y doña Isabel daban de buena gana oidos á estos tratos, si bien el rey de Aragon recibia gran pesadumbre y los acusaba por sus cartas

que moviesen sin dalle á él parte cosas tan grandes. Sobre todo le congojaba que el arzobispo de Toledo estuviese desabrido; temia, por ser hombre voluntario y su condicion vehemente, no intentase de nuevo á poner en Castilla rey de su mano y dar la corona como fuese su voluntad. Venia este consejo tarde por estar las voluntades muy estragadas y mostrarse ya el Portugués á la raya del reino con un grueso campo, en que se contaban cinco mil caballos y catorce mil infantes, todos bien armados y con grande confianza de salir con la victoria. Perdida pues la esperanza de concertarse, lo que se seguia y era forzoso, los nuevos reyes acudieron á las armas. Andrés de Cabrera, lo que hasta entonces dilatara para que el servicio fuese mas agradable cuanto mas necesario y las mercedes mayores, les entregó los tesoros reales; ayuda de grande momento para la guerra que se levantaba. En recompensa le hicieron merced de la villa de Moya, pueblo principal, aunque pequeño, á la raya de Valencia, con título de marqués. Diéronle otrosí en el reino de Toledo la villa de Chinchon con nombre de conde, y por añadidura la tenencia de los alcázares de Segovia para él y sus herederos y sucesores; que fueron todos premios debidos á sus servicios y á su lealtad y constancia, ca si va á decir verdad, gran parte fué don Andrés para que don Fernando y doña Isabel alcanzasen el reino y se conservasen en él. Partidos los reyes de Segovia con intento de apercebirse para la guerra, pusieron en su obediencia á Medina del Campo, mercado á que los mercaderes concurren, y en sus tratos y ferias que allí se hacen, la mas señalada y de las ricas de España, y por el mismo caso á propósito para juntar dinero de entre los mercaderes. El de Alba con deseo de señalarse en servir á los nuevos reyes, luego que llegaron les entregó el castillo de aquella villa, que se llama la Mota de Medina, y la tenia en su poder. Hacíase la masa de las gentes en Valladolid; fueron allá los nuevos reyes; cada dia les venian nuevas compañías de á pié y de á caballo, con que se formó un ejército, ni muy pequeño ni muy grande. Repartieron los reyes entre sí el cuidado, de suerte que don Fernando quedó en Castilla la Vieja, cuya gente les era mas aficionada y la tenian de su parte; doña Isabel pasó los puertos para intentar si podria sosegar al arzobispo de Toledo; mas él no quiso verse con ella, antes por evitar esto, desde Alcalá se fué á Brihuega, pueblo pequeño, pero fuerte por el sitio y por sus muros. Alegaba para hacer esto que por una carta que tomó constaba trataban de mâtalle. Asimismo el condestable Pero Hernandez de Velasco, que envió la Reina para el mismo efecto, no pudo con él acabar cosa alguna. Todavía este viaje de la Reina fué de provecho, porque aseguró la ciudad de Toledo con guarnicion que puso en ella, conforme á lo que el negocio y tiempo pedia, y con hacer salir fuera al conde de Cifuentes y á Juan de Ribera, parciales y aliados del arzobispo de Toledo. No entró la Reina en Madrid por estar el alcázar por el marqués de Villena. Concluidas estas cosas, volvió á Segovia para acuñar y hacer moneda toda la plata y oro que se halló en el tesoro real, así labrado como por labrar. En el mismo tiempo el rey don Fernando aseguró la ciudad de Salamanca,

bien que con su venida saquearon las casas de los ciudadanos de la parcialidad contraria, que eran en gran número. Zamora al tanto con la misma facilidad le abrió luego que llegó las puertas. Entrególe primero Francisco de Valdés una torre que tenian sobre la puente con guarnicion de soldados, principio para allanar los demás. El alcázar principal no le quiso entregar su alcaide Alonso de Valencia por el deudo que tenia con el marqués de Villena; usar de fuerza pareció cosa larga. Tampoco no quiso el Rey ir á Toro, ciudad que está cerca de Zamora, por no asegurarse de la voluntad de Juan de Ulloa, ciudadano principal y que se mostraba aficionado á los portugueses, no tanto por su voluntad como por miedo del castigo que merecia la muerte que dió á un oidor del consejo real, y otros muchos y feos casos de que le cargaban. Vueltos que fueron los reyes á Valladolid, la ciudad de Alcaráz se puso en su obediencia; los ciudadanos por no ser del marqués de Villena tomaron las armas y pusieron cerco á la fortaleza. Acudieron á los ciudadanos el conde de Paredes y don Alonso de Fonseca, señor de Coca, con el obispo de Avila, que era del mismo nombre. El de Villena, por el contrario, sabido lo que pasaba, vino con gente en socorro del alcázar; mas como no se sintiese con bastantes fuerzas, desistió de aquella su pretension de hacer alzar el cerco y recobrar la ciudad. Esta pérdida le encendió tanto mas en deseo de persuadir al de Portugal que apresurase su venida con cartas que le escribió en este propósito. Decíale que en tal ocasion mas necesaria era la ejecucion que el consejo; que toda dilacion empeceria grandemente; que con sola su ayuda, aunque los demás se estuviesen quedos y aflojasen, vencerian á los contrarios. El agravio que juzgaba le hacían le aguijoneaba para desear que luego se acudiese á las armas y á las manos. Hallábase el rey de Portugal á la frontera de Badajoz por el mes de mayo; en el mismo tiempo, es á saber, á los 18 de aquel mes, dia juéves, le nació en Lisboa un nieto, que de su nombre se llamó don Alonso. Vivió poco tiempo, y así no vino á heredar el reino, dado que le juraron por príncipe y heredero de Portugal, aun en caso que su padre el príncipe don Juan falleciese antes que su abuelo. Por el nacimiento deste niño en esta sazon algunos de los portugueses pronosticaban que la empresa seria próspera, y que del cielo estaba determinado gozase del reino de Castilla, como hombres que eran livianos los que esto decian, y vanos, y que creian demasiado á sus esperanzas mal fundadas. Estaba en Badajoz el conde de Feria con gente, y era muy aficionado al rey don Fernando; demás que se apoderó de un lugar de aquella comarca, que se llama Jerez, que quitó á los contrarios. Debieran los portugueses echar á mauderecha y romper por el Andalucía, en que tenian de su parte á Carmona, á Ecija y á Córdoba, para que ganada Sevilla, ninguna cosa les quedase por las espaldas que les pudiese dar cuidado; torcieron el camino á manizquierda, en que grandemente erraron, y por tierra de Alburquerque y por Extremadura llegaron á Plasencia, ciudad pequeña y que goza de muy alegre cielo, si bien el aire y sitio por su puesto es algo malsano. En aquella ciudad se desposó el rey de Portugal con doña Jua

na; y dado que no se efectuó el matrimonio por pretender antes de hacerlo alcanzar del Pontifice dispensacion del parentesco, que era muy estrecho, coronáronlos por reyes y alzaron los estandartes de Castilla en su nombre, como es de costumbre. En esta sazon y en medio destos regocijos nombró aquel Rey á Lope de Alburquerque y le dió título de conde de Penamacor, recompensa debida á sus servicios y trabajos que pasó en granjear las voluntades de los señores de Castilla. Pusieron otrosí por escrito los derechos en que fundaban la pretension de doña Juana, y enviaron traslados y copias á todas partes, bien largos, y en que iban palabras afrentosas y picantes claramente contra los reyes, sus contrarios. Sucedieron estas cosas á los postreros del mes de mayo; consultaron asimismo cómo se haria la guerra y sobre qué parte primeramente debian cargar.

CAPITULO VIII.

Que el rey de Portugal tomó á Zamora,

La llama de la guerra á un mismo tiempo se emprendió en muchos lugares. La fuerza y porfía era muy grande y extrema como entre los que debatian sobre un reino tan poderoso. Villena con las villas que le estaban sujetas comenzó á ser trabajada por gentes del reino de Valencia. Por esta causa y á persuasion del conde de Paredes, tomadas las armas de comun acuerdo, los naturales de aquella ciudad se pasaron al servicio del rey don Fernando. Para hacerlo sacaron por condicion que perpetuamente quedasen incorporados en la corona real. Al maestre de Calatrava quitaron á Ciudad-Real, de que se habia apoderado sin tener otro derecho mas del que pueden dar las armas. En el Andalucía y en Galicia hacian unos contra otros correrías y robaban la tierra en gran perjuicio mayormente de los labradores y gente del campo. Pedro Albarado se apoderó de la ciudad de Tuy en nombre del rey de Portugal; al contrario, los ciudadanos de Búrgos acometieron y apretaron con cerco á Iñigo de Zúñiga, alcaide de aquella fortaleza, y al obispo don Luis de Acuña, que seguian el partido de Portugal. Estaba suspenso aquel Rey y muy dudoso sin resolverse á qué parte debia primeramente acudir; unos le llamaban á una parte, otros le convidaban á otra, conforme á la necesidad y aprieto en que cada cual se hallaba. Los señores acudian escasamente con lo que largamente prometieran, es á saber, dineros, soldados, mantenimientos. Los pueblos aborrecian aquella guerra como desgraciada y mala, y por ella á los portugueses; y aun ellos comenzaban á flaquear, en especial por ver que el rey don Fernando, que apenas tenia quinientos de á caballo al principio y al tiempo que los portugueses rompieron por las tierras de Castilla, ya le seguia un muy bueno y poderoso ejército, en que se contaban diez mil de á caballo y treinta mil de á pié. Cerca de Tordesillas pasaron alarde, do tenian asentados sus reales, todos con un deseo encendido de hacer el deber y venir á las manos. El rey de Portugal, resuelto en lo que debia hacer, pasó primero á Arévalo, villa que tenia su voz. Desde allí fué á Toro, llamado de Juan de Ulloa, con esperanza de apoderarse, como lo hizo, de aquella ciudad y

tambien de Zamora, que cae cerca. Movióle á intentar esto ser aquella comarca muy á propósito para proveerse de mantenimientos, ca están aquellas ciudades á la raya de Portugal. Al contrario, el rey don Fernando, alterado por este daño, sin dilacion marchó con su gen-. te sin parar hasta hacer sus estancias cerca de Toro, donde estaba el enemigo. Pretendia socorrer el castillo de aquella ciudad, que todavía se tenia por él. No vinieron á las manos ni aquella ida fué de algun efecto; solo el rey don Fernando desafió por un rey de armas á los portugueses á la batalla. Ellos, bien que son hombres valerosos y arriscados, estuvieron muy dudosos. Parecíales que si salian al campo correrian peligro muy cierto por ser menos en número, que no pasaban de' cinco mil de á caballo y veinte mil de á pié, aunque era la fuerza y lo mejor de Portugal, demás de las ayudas y gentes de Castilla que seguian este partido. Si rehusaban la pelea, perdian reputacion, y el coraje de los soldados se debilitaria, y su brio, que es en la guerra tan importante. Para acudir á todo el de Portugal, como príncipe recatado, por una parte se excusó de la pelea con decir que tenia derramadas sus gentes, por otra parte para no mostrar flaqueza, se ofreció de hacer campo de persona á persona con el Rey, su contrario; todo á propósito de entretener y acreditarse, que nunca llegan á efecto con diversas ocasiones desafíos y rieptos semejantes, y así no se pasó adelante de las palabras. Con esto el rey don Fernando, despues que tuvo en aquel lugar sus estancias por espacio de tres dias, visto que ningun provecho sacaba de entretenerse, pues no podia dar socorro al castillo, que al fin se rindió, y mas que padecia falta de dinero para pagar á los soldados y de mantenimientos para entretenerlos por tener el enemigo tomados los pasos y alzadas las vituallas, dió la vuelta á Medina del Campo. En las Cortes que se. tenian en aquella villa, de comun acuerdo los tres brazos del reino le concedieron para los gastos de la guerra prestada la mitad del oro y de la plata de las iglesias, á tal que se obligase á la pagar enteramente luego que el reino se sosegase; con esta ayuda partió para poner cerco sobre el castillo de Búrgos. Muchas cosas se dijeron sobre la retirada que el rey don Fernando hizo de Toro; los mas decian que fué de miedo; y lo achacaban á que sus cosas empeoraban; por lo menos fué ocasion al arzobispo de Toledo para de todo punto declararse; y aunque era de mucha edad, pasados los montes, se fué con quinientos de á caballo á juntar con el rey de Portugal. No queria que acabada la guerra le culpasen de haber desamparado aquel partido, cuyo protector principal se mostrara. Hizo esto con tanta resolucion, que no tuvo cuenta con las lágrimas del Conde, su hermano, ni de sus hijos don Lope, que era adelantado de Cazorla, y don Alonso, por respeto del tio, promovido en obispo de Pamplona, Fernando y Pedro de Acuña, hermanos de los mismos; todos sentian mucho que su tio temerariamente se fuese á meter en peligro tan claro. Llegado el Arzobispo, fué de parecer, así él como el duque de Arévalo, que el rey de Portugal con mil y quinientos de á caballo y buen número de infantes fuese en persona á socorrer el castillo de Burgos, que cercado le tenian. Hízolo así, y de

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