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que ordenó que cada veinte y cinco años se celebrase y otorgase á todos los que visitasen aquellos santos lugares, como quier que de antes se ganase de cincuenta en cincuenta años. Muchos acudieron á Roma para ganar esta gracia, entre los demás don Fernando, rey de Nápoles, con la edad mas devoto, al parecer, y religioso que solia ser los años pasados.

CAPITULO IX.

Cómo el rey don Fernando recobró á Zamora.

camino rindió el castillo de Baltanas, que está entre Pisuerga y Duero, asentado en lugares ásperos y mon❤ tuosos, y al conde de Benavente que allí halló envió preso á Peñafiel. Con esto el Portugués, sea por parecelle habia ganado bastante reputacion, sea por no tener fuerzas bastantes para contrastar y dar la batalla á don Fernando, alegre y rico con grandes presas que hizo, de repente dió la vuelta sin pasar adelante en la pretension que llevaba de dar socorro al castillo de Búrgos. Quedáronse doña Juana en Zamora, y doña Isabel en Valladolid. La primera, fuera del nombre, poco prestaba; doña Isabel, como princesa de ánimo varonil y presto, sabido el peligro de su marido y lo que los portugueses pretendian, con las gentes que pudo de presto recoger pasó á Palencia, resuelta, si fuese menester, de acudir luego á lo de Búrgos. Todo esto y el cuidado de la gente que andaba á la mira de lo en que paraban cosas tan grandes se sosegó con la vuelta que sin pensar dieron los portugueses. Los reyes de Castilla y de Aragon enviaron á Roma sus embajadores, personas de gran cuenta, los cuales por el mes de julio en consistorio relataron sus comisiones y dieron la obediencia en nombre de sus príncipes, oficio debido, pero que hicieron dilatar hasta entonces las grandes alteraciones y guerras civiles de aquellos reinos. El Pontífice respondió benignamente á estas embajadas, ca estaba muy aficionado á los aragoneses á causa que Leonardo, su sobrino, hijo de su hermana, prefecto que era de Roma, casó con hija bastarda de don Fernando, rey de Nápoles. Esta acogida tan graciosa del Pontífice dió pesadumbre á los embajadores de Portugal. Alegaban y decian que antes que se determinase aquella diferencia y se oyesen las partes era justo que el Papa estuviese neutral y á la mira ; si ya no queria interponer su autoridad para componer aquellos debates, que no se mostrase parte. Por esta causa declaró el Pontífice lo que en semejantes casos se suele hacer, que aceptaba aquellos embajadores y recebia la obediencia que por parte de Castilla le daban, sin perjuicio de ningun otro príncipe y de cualquier derecho que otro pudiese pretender en contrario. El principal entre los embajadores de Aragon era Luis Dezpuch, maestre de Montesa, persona muy conocida en todo el mundo por la fama de su esfuerzo y prudencia que mostró en particular en las guerras de Italia en que se halló en tiempo del rey don Alonso de Aragon y de Nápoles. Convidáronle con el vireinado de Sicilia, vaco por muerte de don Lope de Urrea, que finó por el mes de setiembre, y se goberno en aquel cargo con mucha loa. No quiso el Maestre aceptar en manera alguna aquel gobierno por estar determinado de recogerse en algun monasterio y partir mano, bien así de las cosas de la guerra como de todo lo al, y allí acabar lo que le quedaba de la vida en servicio de Dios y aparejarse para la partida. En el castillo de Albalate, á la ribera de Segre, á 19 de noviembre, falleció asimismo don Juan de Aragon, arzobispo de Zaragoza, hijo del rey de Aragon, y de parte de su madre persona noble, prelado de grande autoridad y que tuvo gruesas rentas. Fué este año muy señalado en todo el mundo por el jubileo universal que publicó en Roma el pontífice Sixto por una nueva constitucion en

Al fin deste año el rey de Aragon tuvo Cortes á los aragoneses en Zaragoza; viejo de mucha prudencia y sagacidad; las fuerzas del cuerpo eran flacas, el ánimo muy grande. Poníale en cuidado la guerra que hacia el rey de Portugal, y no menos la de Francia, porque un capitan de ciertas compañías de franceses, llamado Rodrigo Trahiguero, sin respeto de las treguas que tenian asentadas, por la parte de Ruisellon hizo entrada en tierras de Cataluña, y tomado un pueblo, llamado San Lorenzo, puso espanto en toda la provincia y comarca, en tanto grado, que lo que no se suele hacer sino en extremos peligros, mandaron en Cataluña por edictos que todos los que fuesen de edad se alistasen y acudiesen á la guerra. En Castilla el partido de Portugal y las armas prevalecian. La esperanza que les daban de que en Francia se apercebian nuevas gentes en su ayuda, como lo tenian asentado, los aleutaba. Avisaban que para acudir mas fácilmente el Inglés y el Francés, que hasta entonces tuvieron grandes guerras, en una puente que hicieron en la comarca de Amiens se hablaron y concertaron paces en que comprehendian los duques de Bretaña y de Borgoña. Fué esto en sazon que el de Borgoña entregó al rey de Francia el condestable de Francia Luis de Lucemburg, que andaba huido en Flandes; extraña resolucion, si bien el Condestable tenia merecida la muerte que le dieron por su inconstancia y por estar acostumbrado á no guardar la fe mas de cuanto era á propósito para sus intentos, con que parecia burlarse de todos; esto dicen los mas; otros afirman que padeció sin razon. Los que tienen mucho poder, riquezas y mando, de unos son envidiados, que la prosperidad cria de ordinario mas enemigos que la injuria; otros los defienden; así pasan las cosas, y tales son las opiniones de los hombres. Para acudir á estas guerras no eran bastantes las fuerzas de Aragon por estar consumidas con los gastos de una guerra tan larga y ser la provincia no muy grande. Determinó pues el rey de Aragon usar de maña, y por el mes de noviembre concertó treguas con los franceses por lo de Aragon y por espacio de siete meses. Para la guerra de Portugal procuró tener habla con el arzobispo de Toledo; escribióle con este intento una carta muy comedida. Decíale que muy bien sabia cuán grandes eran los servicios que habia hecho á la casa de Aragon; que le pesaba mucho no se le hobiese acudido como era razon; todavía si olvidados por un poco los enojos se quisiese ver con él, que en todo se daria corte y se enmendarian los yerros á su voluntad. No quiso el Arzobispo aceptar los ruegos del Rey, por ser hombre voluntario y estar determinado de morir en la demanda ó salir con la empresa. Su coraje llegabu á

que muchas veces se desmandaba en palabras hasta amenazar y decir: Yo hice reina á doña Isabel, yo la haré volverá la rueca. Los reyes de Castilla no hacian mucho caso de su enojo ni de sus fieros; recelábanse que si él volvia, el cardenal de España, que tanto les ayudaba, se podria desabrir, mayormente que ellos de cada dia crecian en poder y fuerzas y su partido se mejoraba. Y aun en este tiempo el marqués de Villena y el maestre de Calatrava de Castilla la Vieja se partieron para Almagro con intento, segun se entendia, de pasar á Baeza, cuyo castillo tenian cercado sus contrarios. Con esta ocasion los de Ocaña se alborotaron, villa que se tenia por el Marqués. Desde Toledo, el conde de Cifuentes y Juan de Ribera con las gentes que llevaron en favor de los alzados, echaron la guarnicion del Marqués y quedó la villa por el conde de Paredes, maestre que se llamaba de Santiago. El rey don Fernando desde Búrgos secretamente acudió á Zamora por aviso de Francisco de Valdés, alcaide que era de las torres, y le prometia darle entrada en la ciudad. Hízose así, y el Rey luego se apoderó de la ciudad. Restaba de combatir el castillo, que, sin embargo, se tenia por Portugal. Púsosele sitio con resolucion de no desistir antes de tomarle. Tratóse á esta sazon que el rey de Aragon y don Fernando, su hijo, se viesen y que se hallase á la habla la princesa doña Leonor; todo á propósito de sosegar las alteraciones de Navarra, que resultaban de las parcialidades y bandos que andaban entre biamonteses y agramonteses, y se aumentaban por tener mujer el gobierno, Asimismo les ponian en cuidado los socorros que les avisaban venian de Francia á los portugueses debajo la conducta de un capitan valeroso, llamado Ivon; sospechaban que por la parte de Navarra pretendia entrar en Castilla y juntarse con los contrarios. De Vizcaya, que les caia mas cerca, la aspereza de la tierra y falta de vituallas y tambien el esfuerzo de los naturales aseguraban que los franceses no acometerian á romper por aquella parte. Estaba el rey don Fernando ocupado en lo de Zamora, cuando el castillo de Burgos, perdida toda la esperanza de poderse entretener, por el esfuerzo de don Alonso de Aragon y su buena maña, que poco antes llegara de Aragon con cincuenta hombres de armas escogidos, por principio del año 1476, se rindió á la reina doña Isabel, que avisada del concierto acudió á la hora para este efecto desde Valladolid. Fué de grande importancia para todo echar con esto de todo punto los portugueses de aquella ciudad real y de su fortaleza. Quedó por alcaide Diego de Ribera, persona á quien la Reina tenia buena voluntad, porque fué ayo de su hermano el infante don Alonso. A la misma sazon falleció en Madrid, á 17 de enero, la reina doña Juana, mujer que fué del rey don Enrique, y madre de la que se llamaba reina doña Juana, quién dice que el año pasado á 13 de junio. Su cuerpo enterraron en San Francisco en un túmulo de mármol blanco, que se ve con su letre ro junto al altar mayor. Para este efecto quitaron de allí los huesos de Rodrigo Gonzalez de Clavijo, persona que los años pasados fué con una embajada al gran Tamorlan. Vuelto, labró á su costa la capilla mayor de aquel templo para su entierro; así se truecan las cosas, y es ordinario que á los mas flacos, aun despues de

muertos, no falta quien les haga agravio. Muchas cosas se dijeron de la muerte desta Reina y del achaque de que murió; su poco recato dió ocasion á las hablillas que se inventaron. Entre los coronistas los mas dicen que secretamente y con engaño le hizo dar yerbas su hermano el rey de Portugal. Alonso Palentino se inclina á esto, y añade corrió la fama que falleció de parto; tal es la inclinacion natural que tiene el vulgo de echar las cosas á la peor parte y mas infame.

CAPITULO X.

De la batalla de Toro.

Quedóse el príncipe don Juan en Portugal para tener cuenta con el gobierno; el brio que le ocasionaba su edad y su condicion era grande. Avisado pues de lo que en Castilla pasaba, y como el partido de los suyos se empeoraba á causa que los grandes de aquel reino ayudaban poco, hizo nuevas levas y juntas de gentes. Recogió hasta dos mil de á caballo y ocho mil infantes, los mas número, mal armados, y poco á propósito y de poco provecho contra el mucho poder de los contrarios. Con estas gentes acordó de acudir á su padre. Pasada la puente de Ledesma, acometió de camino á tomar un pueblo, llamado San Felices; no pudo forzarle ni rendirle. Llegó á Toro á 9 dias del mes de febrero, do haIló á su padre con tres mil y quinientos de á caballo y veinte mil peones alojados y repartidos en los invernaderos de los lugares comarcanos. La gente que venia de nuevo, como juntada de priesa, daba mas muestra de ánimo y brio que esperanza de que podrian mucho ayudar. El rey don Fernando estaba sobre el castillo de Zamora con menor número de gente, ca tenia solamente dos mil y quinientos caballos, dos tantos infantes; hizo llamamiento de gentes de todas partes por estar muy cierto que los portugueses no pararian antes de hacer alzar el cerco ó venir á batalla. El de Aragon por sus cartas y mensajeros avisaba que en todas maneras se excusase, y amonestaba al Rey que por el fervor de su mocedad se guardase de aventurarlo todo y ponerlo al trance de una jornada; ¿á qué propósito poner en peligro tan grande el reino de que estaba apoderado? A qué propósito despeñar las esperanzas muy bien fundadas por tan pequeño interés, aunque la victoria estuviera muy cierta? Que enfrenase el brio de su edad con el consejo y con la razon y obedeciese á las amonestaciones de su padre, á quien la larga experiencia hacia mas recatado. Acompañaban al rey don Fernando el cardenal de España, el duque de Alba, el Almirante con su tio el conde de Alba de Liste, el marqués de Astorga y el conde de Lemos; todos á porfía procuraban señalarse en su servicio. Sin estos en Alahejos alojaban con buen número de gente don Enrique de Aragon, primo del Rey, y don Alonso, hermano del mismo, y con ellos el conde de Treviño, todos prestos para acudir á Zamora, que cerca está. Hasta la misma reina doña Isabel para desde mas cerca dar el calor y ayuda mayor que pudiese, de Búrgos se volvió para Tordesillas. El de Portugal, puesto que se hallaba acrecentado de nuevo con las gentes que su hijo le trajo, como sabia bien que las fuerzas no eran conformes al número, se halla

ba suspenso sin saber qué acuerdo tomase, si debia socorrer al castillo, si seria mejor excusar aquel peligro; vacilaba con estos pensamientos. En fin, se resolvió en lo que era mas honroso, que era socorrer el castillo, á lo menos dar muestra de quererlo hacer. En la parte de Castilla la Vieja que los antiguos llamaron los vaceos hay dos ciudades asentadas á la ribera del rio Duero, sus nombres son Toro y Zamora. Muchos han dudado qué apellidos antiguamente tuvieron en tiempo de los romanos; los mas concuerdan en que Toro se llamó Sarabis, y. Zamora Sentica, cuyo parecer no me desagrada. Son los campos fértiles, la tierra fresca y abundante; en el cielo saludable de que gozan no reconocen ventaja á ciudad alguna de España; el número de los moradores no es grande, y aunque su asiento es llano, son fuertes por sus muros y castillos. Zamora es catedral; en esto se aventaja á Toro, que es de su diócesi. En lo demás, en policía, número de gente y riquezas entre las dos hay muy poca diferencia. Báñalas el rio por la parte de mediodía con sendas puentes con que se pasa. Satió pues el rey de Portugal de Toro. Dió muestra de ir por camino derecho á verse con el enemigo; mas, como mudado de repente el parecer, pasó la puente, y por aquella parte fué á poner sus reales junto al monasterio de San Francisco, que está en frente de Zamora, de la otra parte del rio. A la entrada de la puente, por donde desde la ciudad se podia pasar á sus estancias, contrapuso y plantó su artillería. Desta manera, ni podia impedir la batería del castillo, ni daba lugar á la pelea. En altercar de palabras, en demandas y respuestas se pasaron trece dias sin hacer efecto alguno. Despues desto, un viérnes, 1.° de marzo, antes de amanecer, recogido el bagaje, dió la vuelta. Para que el enemigo no le siguiese en aquella retirada, rompió primero una parte de la puente. Don Fernando, avisado de lo que su contrario pretendia, se determinó ir en pos dél con toda su gente. Adobado el puente, en que se gastó mucho tiempo, á, la hora dió órden á Alvaro de Mendoza que con trecientos caballos ligeros picase la retaguardia de los enemigos y los entretuviese. Desta manera y por ir el de Portugal poco a poco á causa del carruaje, tuvo tiempo el rey don Fernando de alcanzar á los contrarios, como legua y media de Toro, pasada cierta estrechura que en el camino se hace y se remata en una llanura bien grande. Era muy tarde y el sol iba á ponerse. Todavía el enemigo no pudo excusar la pelea por estar don Fernando tan cerca y á causa de la estrechura de la puente, que les era forzoso pasar. Revolvió pues sus haces, puso sus gentes en ordenanza; ayudaba el lugar, la ciudad cerca y el socorro por el mismo caso en la mano, y si fuesen vencidos segura la acogida, además de la noche, que por estar cercana les podia en tal caso mucho servir. Todo esto daba ánimo á los portugueses, y por el contrario, ponia en cuidado al rey don Fernando. Los mas prudentes de entre los suyos esquivaban la batalla. Luis de Tovar, encendido en deseo de pelear, en voz alta: «O hemos de dejar el reino, dice, ó venir á las manos. Con la reputacion y con la fama mas que con las fuerzas se ganan los señoríos; á qué propósito llegamos hasta aquí sino para pelear? ¿Qué otra cosa dará á entender el excusar la

batalla sino que tuvimos miedo? Buen ánimo, señor; no hay que dudar; apenas habrémos venido á las manos, cuando verémos desbaratarse los enemigos, que están medrosos y turbados, si bien por fuerza y por no poderlo excusar se aparejan para la batalla.» Esto dijo: juntamente consultados los grandes y los capitanes, fueron de aquel parecer. Dióse la señal de acometer. La gente de á caballo que llevaba don Alvaro se adelantaron los primeros y cerraron. Recibiólos don Juan, príncipe de Portugal, que tenia en la avanguardia ochocientos hombres de armas, y entre ellos mezclados arcabuceros, cuya carga el escuadron de Alvaro de Mendoza no pudo sufrir, antes se desbarataron y pusieron en huida. Los dos reyes iban cada cual en el cuerpo de su batalla; allí cargó lo mas recio y la mayor furia de la pelea, que duró algun tanto y estuvo un rato en peso sin declararse la victoria por ninguna de las partes. Combatian, no á manera de batalla; no guardaban sus ordenanzas, antes como en rebate y de tropel cada uno peleaba con el que podia. Sobre el estandarte del rey de Portugal hobo grande debate. Pero Vaca de Sotomayor le tomó por fuerza al alférez que le llevaba, llamado Duarte de Almeida; acudieron soldados de ambas partes, que le hicieron pedazos. El mesmo Almeida quedó preso; otros dicen muerto. Sus armas en lugar del estandarte pusieron despues por memoria en la iglesia mayor de Toledo para memoria desta victoria, que son las que hoy se ven colgadas en la capilla de los Reyes Nuevos. Por conclusion, los portugueses se pusieron en huida, y el mismo Rey con algunos pocos se recogió á los montes sin parar hasta que llegó á Castronuño. No quedó rastro ni nuevas dél, y así entendieron que era muerto entre los demás. No pudieron los vencedores seguir el alcance por las tinieblas y escuridad de la noche. Don Enrique, conde de Alba de Liste, llegó en seguimiento de los que huian hasta la puente de Toro; á la vuelta fué preso por cierta banda de los enemigos, que con don Juan, príncipe de Portugal, sin ser desbaratados, se estuvieron en un altozano en ordenanza hasta muy tarde. No pareció al rey don Fernando, que hizo alto en otro ribazo allí cerca, de acometerlos, por andar los suyos esparcidos por todo el campo y estar ocupados en recoger los despojos; así, á vista los unos de los otros, se estuvieron en el mismo lugar algu→ nas horas. Los portugueses guardaron mas tiempo su puesto, que fué algun alivio para el revés y para la afrenta recebida. Los historiadores portugueses encarecen mucho este caso, y afirman que la victoria quedó por el príncipe don Juan; así venzan los enemigos del nombre cristiano. Don Fernando se volvió á Zamora, y despues de su partida los portugueses se fueron á Toro. Hallóse en esta batalla el arzobispo de Toledo, que no se apartó del lado del príncipe don Juan. La matanza fué pequeña respecto de la victoria, y aun el número de los cautivos no fué grande; la presa mayor, ca saquearon en gran parté el bagaje de los portugueses. Despues desta victoria pasó el rey don Fernando á Medina del Campo; allí, á instancia del Condestable, que tenia su hija desposada con el conde de Ureña, le perdonó y recibió en su gracia á él y á su hermano el maestre de Calatrava, si bien no del todo acababan de

allanarse, antes, así ellos como otros muchos señores, estaban á la mira de lo en que las cosas paraban, resueltos de seguir el partido que fuesc mas á cuenta de sus particulares.

CAPITULO XI.

Que el rey de Portugal se volvió á su tierra.

En muchos lugares á un mismo tiempo andaba la guerra y se hacia sin quedar parte alguna del todo libre destos males, de que resultaba, como suele acontecer, muchedumbre de malhechores y gran libertad en las maldades, en particular los de Fuenteovejuna una noche del mes de abril se apellidaron para dar la muerte á Fernan Perez de Guzman, comendador mayor de Calatrava; extraño caso, que se le empleó bien por sus tiranías y agravios que hacia á la gente por sí y por medio de los soldados que tenia allí por órden de su Maestre, y el pueblo por el rey de Portugal. La constancia del pueblo fué tal, que magüer atormentaron muchos, y entre ellos mozos y mujeres, no les pudieron hacer confesar mas de que Fuenteovejuna cometió el caso y no mas. Por toda la provincia andaban soldados descarriados, por las ciudades, pueblos y campos hacian muertes y robos, ensuciábanlo todo con fuerzas y deshonestidades, prestos para cualquier mal. Los jueces prestaban poco y eran poca parte para atajar estos daños. Esto fué causa que entre las ciudades, como dijimos arriba que se hizo los tiempos pasados, se renovasen las hermandades viejas á propósito de castigar los insultos, y se ordenasen otras nuevas; para esto tenian soldados pagados con dineros que para este efecto se recogian. El inventor deste saludable consejo fué Alonso de Quintanilla, tesorero mayor del Rey, persona prudente y de valor. Ordenáronse muy buenas leyes para el gobierno destas hermandades, que se continuaron en su vigor por espacio de veinte años, cuando vencidos los enemigos de fuera y sosegadas las discordias de dentro, acabó la gente de sosegarse. Esto fué adelante; al presente la mayor fuerza de la guerra acudió á lo postrero de Vizcaya. En aquella parte que vulgarmente se llama Guipúzcoa, en lo postrero de España está una fortaleza, contrapuesta á las fronteras de Francia, inexpugnable por el sitio que tiene y por estar rodeada de mar; llámase Fuente-Rabía; está muy fortificada de reparos á propósito de impedir las entradas de los franceses, que muchas veces trabajan aquella comarca con sus robos y correrías. Este pueblo acometieron primeramente las gentes de Francia con intento que las fuerzas del rey don Fernando al tiempo que se puso sobre el castillo de Zamora con este ardid y astucia se divirtiesen á otra parte. Apretaron el cerco, y con la artillería, de que son grandes maestros los franceses, así de su fundicion como de jugarla, abatieron gran parte de los adarves, con lo cual y con henchir los fosos de las piedras que de las ruinas cayeron, quedó la batería muy llana y la entrada muy fácil, por ser pocos los de dentro, y esos con las continuas velas y trabajos muy cansados. Visto esto, don Diego Sarmiento, conde de Salinas, á cuyo cuidado estaba aquella guerra, se metió en aquel castillo para con su peligro, como lo hizo, dar ánimo á los M-11.

cercados, gente que por la aspereza de los lugares ellos al tanto son de corazones fuertes y los cuerpos muy su-› fridores de trabajos. Animados con tal ayuda hicieron una salida, en que pasados les reparos de los enemigos, les quemaron y desbarataron todas sus máquinas. Con este tan buen principio y con nuevas gentes que les acudieron se determinaron pelear en campo y aventurarse. El daño que hicieron no fué menor que el que recibieron, ni bastó para que el cerco se desbaratase. Esto en Vizcaya. Por otra parte, el alcázar de Madrid se tenia por el marqués de Villena, y era de graude momento para aquella parcialidad. Sitiáronle los moradores de aquella villa. Pedro Arias y Pedro de Toledo, hombres principales en aquel pueblo, apellidaron la gente, y para que tuviesen mas fuerza, la Reina por una parte les envió gente de ayuda, y por otra les acudió el marqués de Santillana. Por el mismo tiempo tenian puesto cerco sobre Trujillo y sobre Baeza en nombre del rey don Fernando, ciudades, la una del Andalucía, y la otra de Extremadura. En el marquesado de Villena Chinchilla y Almansa llamaron gente de Valencia, y se alzaron contra el Marqués, que fuera un daño notable si salieran con su intento; pero él por entonces se dió tan buena maña, que los sosegó y redujo á su servicio. Todo lo demás sucedia á los aragoneses prósperamente, y á los portugueses al contrario. El castillo de Zamora se rindió al rey don Fernando, á 19 de marzo, con toda la artillería, municiones y pertrechos de guerra. Ayudó mucho para salir con esto la venida de don Alonso de Aragon, por la mucha experiencia y destreza que tenia en empresas semejantes. Esta pérdida nueva quitó el ánimo á los portugueses en tanto grado, que el príncipe don Juan por miedo del peligro llevó á Portugal con cuatrocientos caballos de guarda á la princesa dona Juana, causa que era de la guerra. Con otros tantos caballos partió el arzobispo de Toledo para su arzobispado; la voz era de sosegar algunos caballeros y señores que por allí andaban alborotados y trataban de reconciliarse con el rey don Fernando. La verdad, que se retiraba cansado y harto de la guerra y por no tener esperanza de salir con la demanda. El rey don Fernando pasó adelante en su empresa; puso cerco sobre Cantalapiedra, que es un castillo en tierra de Segovia, en que los portugueses tenian buen número de valientes soldados. Desistió empero del cerco y hizo treguas por espacio de medio año á condicion que restituyesen al conde de Benavente tres pueblos suyos, Villalva, Mayorga y Portillo, que él entregara los dias pasados como en rehenes por alcanzar libertad y que le soltasen. Don Rodrigo Manrique, conde de Paredes, se nombraba maestre de Santiago, y se apoderara de la villa de Uclés, cabeza de aquella órden. Tenia asimismo sitiado el castillo que se tenia por el marqués de Villena. Acudieron él y el arzobispo de Toledo en socorro de los cercados. No pudieron hacer efecto, antes fueron rechazados con afrenta y peligro por el esfuerzo, así del mismo don Rodrigo como de don Jorge Manrique, su hijo, mozo de prendas, y que en esta guerra dió grandes muestras de su valor. Vivió poco, que fué causa de no poder por mucho tiempo ejercitar ni manifestar al mundo sus virtudes y la luz de su ingenio, que fué muy señalado, como se referirá

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CAPITULO XII.

El rey de Portugal se partió para Francia:

en otro lugar. Desta manera se hacia la guerra por tierra en tantos y tan diferentes lugares; tampoco por el mar sosegaban. Andrés Sunier con algunas galeras aragonesas andaba haciendo daño por las riberas de Portugal. Con tantas adversidades se enflaquecieron los ánimos, así del rey de Portugal como de los grandes de Castilla, de su valía. No ignoraban cuán grandes fuerzas perdieran en las desgracias pasadas, junto con la aficion de la gente, que era muy menor que antes. Estos reveses fueron causa á los de Castilla de aborrecer aquella milicia desgraciada y de que la mayor parte dellos tratase de reducirse á mejor partido. El primero el duque de Arévalo, por medio de Rodrigo de Mendoza, á quien dió en recompensa deste trabajo la villa de Pinto, en tierra de Toledo, se reconcilió y hizo sus homenajes á la reina doña Isabel en Madrigal. Con esto, en lugar del castigo que tenia merecido, le fueron hechas grandes mercedes, en particular ultra de confirmarle lo que antes tenia, hicieron que don Juan de Zúñiga, hijo del Duque, quedase con el maestrazgo de Alcántara, sobre que traia pleito con don Alonso de Monroy, clavero de aquella órden. Luego despues hizo lo mismo doña Beatriz Pacheco, condesa de Medellin, como mujer mas recatada que su hermano el marqués de Villena, bien que en esto no tuvo mucha constancia. A la misma sazon, á 4 del mes de mayo, se concertó casamiento entre don Fernando, nieto del rey de Nápoles, y doña Isabel, hija del rey don Fernando de Castilla; señalaron por dote para la doncella docientos mil escudos que prometió el rey de Nápoles, y ciento y cincuenta mil que le prometió su padre en caso que tuviese hijo y heredero varon. La principal causa de dar orejas á este concierto fué una gran suma de dineros que ofrecieron al rey don Fernando, cosa de grande importancia para todo lo que restaba, por la gran mengua que dél tenian y estar consumidos los tesoros reales. Todo esto movió al rey de Portugal y la fama destas trazas y ayudas, que suele de ordinario aumentarse, para que, perdida la esperanza de la victoria, se resolviese de desamparar á Castilla y dar la vuelta á su reino. Remedió el daño pasado de comenzar la guerra con otro que fué desamparar la empresa, si bien llevaba intento de buscar socorros de fuera y procurar que gente de Francia viniese á hacer guerra en España, pues sus fuerzas no eran bastantes, y los señores, parciales, poco le podian ó querian ayudar. Antes que se resolviese en su partida, movió tratos de paz; ofrecia de poner todas estas diferencias en las manos del rey de Aragon y del arzobispo de Toledo. Venia este partido y acuerdo muy tarde á tiempo que la guerra la tenian casi del todo acabada. Dejó en Toro al conde de Marialva con guarnicion de soldados; y él, triste y avergonzado por tantas adversidades, se partió para Portugal á 13 de junio. Hiciéronle compañía algunos caballeros de Castilla, resueltos de continuar en su devocion y servicio, mas por no tener esperanza de alcanzar perdon del vencedor que por voluntad que tuviesen al Portugués ni esperanza de mejorar por aquel camino su partido.

sus

Con la ida del rey de Portugal y su salida de Castilla sus cosas se fueron mas empeorando. En lo de Ruisellon y Cerdania andaban los franceses alterados, sin respeto de la confederacion y treguas que tenian asentadas. Pasaron tan adelante, que forzaron á que se les rindiese Salsas, que es un castillo muy fuerte contrapuesto á Narbona, como baluarte de España contra los intentos y fuerzas de Francia. Pusieron otrosí cercó en el principado de Ampúrias sobre un pueblo, llamado Lebia. Allegóse á esto otra grande incomodidad, de que fueron causa los mismos naturales, y que fué que los soldados de Luis Mudarra, que sirvieron muy bien en el cerco de Perpiñan, se amotinaron, no con voluntad de hacer daño, sino porque no les daban las pagas que les debian de muchos meses. Apoderáronse de muchos lugares, y comenzaron por su parte á hacer guerra como si enemigos fueran; en lo cual se temia otro peligro, no se concertasén con los franceses y se aviniesen con ellos. No se pudo esta tempestad sosegar antes que los que se hallaban por la parte del Rey en la ciudad. de Lérida, con prendas y bastante caucion que les dieron, los aseguraron que en breve les seria pagado todo lo que les debian. Con esto se sosegaron aquellos soldados; pero no podian impedir las correrías de franceses por tener gastadas las fuerzas y el rey de Aragon hallarse muy lejos, es á saber, en Navarra, ca las revueltas de aquellas parcialidades no aflojaban en manera alguna. Llevaban en estas reyertas lo mejor los biamonteses por estar apoderados de Pamplona, cabeza del reino, y tener cercada á Estella. Favorecia este bando el rey don Fernando, de que mucho se sentia su padre, y era menester proveer que no se abriese entrada por aquella parte á los franceses y se despertase y revolviese otra nueva tempestad. Persuadíase aquella gente que la princesa doña Leonor y su padre el rey de Aragon traian tratos para entregar el reino de Navarra al rey don Fernando y excluir á Francisco Febo, hijo, como se ha dicho, de Gaston, conde de Fox, y nieto de la misma infanta doña Leonor. Para sosegar estas alteraciones y por el peligro que corria Fuente-Rabía pasó el rey don Fernando á Vizcaya. Para acudir á lo de Fuente-Rabía pretendia juntar socorros y una armada, de que dió cargo á don Ladron de Guevara, persona de mucha nobleza. Para asentar lo de Navarra envió á suplicar á su padre se allegase á la ciudad de Victoria, que deseaba verse con él. Habíase quedado la reina doña Isabel en Tordesillas, villa puesta á la ribera de Duero, y á propósito para impedir las correrías que bacian los portugueses de Toro. Hallábase allí don Alonso de Aragon, su cuñado, con trecientos hombres de á caballo; pretendia le restituyesen el maestrazgo de Calatrava, que se le quitaron los años pasados. No tenia mucha esperanza de salir con esta pretension por no querer los reyes desabrir á los dos hermanos Girones, á quien poco antes perdonaran. Cansado pues don Alonso con tardanza tan larga, aunque era entrado en edad, se casó con Leonor de Soto, dama de la Reina, de quien andaba enamorado. Para hacello alcanzó dispensacion

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