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del Papa del voto de castidad, con que como maestre de aquella órden estaba ligado. Para el sosiego de Cás tilla era esto muy á propósito por cesar con tanto aquella su pretension tan fuera de sazon. Al rey dé Aragon, su padre, dió tal pesadumbre, que le quitó á Ribagorza y á Villahermosa, y las dió en su lugar á don Juan, hijo bastardo del mismo don Alonso; estados que pretendia ser suyos don Jaime de Aragon, como pertenecientes á su padre don Jaime y á su abuelo don Alonso, duque de Gandía. No tenia esperanza que le harian justicia y razon; como se adelantase á valerse de las armas sobre el caso, perdió la pretension con la vida, que en castigo del desacato le quitaron; tal fué el pago que se dió á los servicios de sus antepasados. Los ciudadanos de Segovia se alborotaron á la misma sazon, y con las armas acudieron á cercar el alcázar en que tenian la hija de los reyes, la princesa doña Isabel, y aun corria fama que le habian tomado. El movedor de este alboroto fué Alonso Maldonado por el desabrimiento que tenia con don Andrés de Cabrera, que le quitó la tenencia de aquel alcázar. Ayudabanle para esto don Juan Arias, obispo de aquella ciudad, y un ciudadano principal, llamado Luis de Mesa. Acudió con presteza la reina doña Isabel, no mas por el cuidado en que le ponia su hija que por no perder aquella fuerza tan importante. Con su venida todo se sosegó; algunos de los alborotadores huyeron, de otros se hizo justicia. Sucedió esto por el mes de agosto, en el cual mes el rey de Aragon, como se hobiese hasta entonces detenido por un pié que tenia malo, al fin llegó á Victoria. Ningun dia tuvo aquel viejo mas alegre en su vida; parecíale no le quedaba que desear mas, pues llegara á ver á su hijo rey de Castilla, de donde él fuera antes echado con deshonra y afrenta y despojado de todos sus bienes. «Santos, dijo, bienaventurados, no permitais que dia tan alegre como este y tan sereno le escurezca algun nublado ó algun desastre le enturbie; y porque la prosperidad cuando encumbra suele volver atrás y mudarse, otorgadme, si yo he cometido algun pecado y le quereis castigar, que en particular yo sienta esta mudanza, y no padezcan ni los vasallos ni mis hijos muy amados alguna calamidad.>> Dichas estas palabras con muchas lágrimas que le bañaban el rostro, juntamente abrazó á su hijo y le dió paz. Dióle en todo el primer lugar, no consintió que le besase la mano, si bien él acometió á hacello, como era razon ; antes le llevó á su mano derecha, y le acompañó hasta su posada. En todo esto se tuvo respeto á la dignidad, preeminencia y majestad de Castilla. Hallóse presente la infanta doña Leonor, gran parte deste agradable espectáculo y de la comun alegría y fiesta. Consultaron entre sí sobre las cosas del gobierno y que á todos tocaban; y aun escriben que el rey de Aragon estuvo determinado de renunciar en su hijo la corona de Aragon. Hacen esto verisímil su larga edad, y el deseo que tenía de descansar; dicen empero que desistió deste propósito por no estar las cosas de Castilla de todo punto sosegadas. En especial que Colora, general que era de una armada francesa, despues que acometió las marinas de Vizcaya y las de Galicia, era pasado á Portugal con intento de llevar en aquella flota al rey de

Portugal á Francia, que en Lisboa, donde estaba, se aprestaba de todo lo necesario para aquel viaje. Cuando todo estuvo á punto se embarcó. Pasó primerò en Africa para dar calor á aquella conquista y afirmar aquellas plazas que allí tenia. Iban con él dos hermanos del duque de Berganza, el conde de Penamacor, su gran privado, y el prior de Ocrato. Acompañóle otrosi Juan Pimentel, hermano del conde de Benavente; llevaba dos mil y quinientos soldados para dejallos de guarnicion en Tánger y en Arcilla. En Ceuta se tornó á hacer á la vela; llegó á Colibre por el mes de setiembre, puerto que se tenia por Francia; deude fué á Perpiñan y á Narbona, que le recibieron con aparato real. Con su venida se avivó la guerra de Ruisellon por entrambas las partes; los de Aragon recobraron la villa de San Lorenzo; los franceses hicieron muchos daños, quemas y robos en la comarca de Ampúrias. Lo que era peor, los naturales andaban entre sí alborotados y divididos en bandos; así, no podian acudir á hacer resistencia á los enemigos extraños. En el mismo tiempo el rey de Aragon desde Victoria dió la vuelta á Tudela, pueblo de Navarra, ca tenia muy gran deseo de sosegar los alborotos de aquella nacion. Doña Juana, su hija, quedó por gobernadora de Cataluña en ausencia de su padre. Por conocer las pocas fuerzas que tenia deseaba excusar la guerra; enviáronse embajadores de una y de otra parte para pedir satisfaccion de los daños y restitucion de lo que tomaron. No tuvo efecto lo que pedian; solo concertaron que las treguas que antes tenian puestas pasasen adelante. El rey de Portugal, llegado que fué á Francia, como queda dicho, enderezó por tierra su camino á Turon, do el rey de Francia á la sazon residia. Recibieronle solemnemente y regaláronle con mucho cuidado. Despues en dia señalado, hechas sus cortesías entre los dos reyes, el de Portugal, se dice, habló en esta sustancia: «Soy forzado á ser cargoso antes de hacer algun servicio, cosa que para mí es muy pesada. Porque dado que en el tiempo de nuestra prosperidad diversas veces dimos muestras de ánimo agradecido, sabemos y confesamos que nuestras obras fueron menores que la deuda, y no iguales á nuestra voluntad. Esto se quedará aparte, que no está bien á los miserables y caidos hacer alarde de sus cosas. Yo no tengo alguna enemiga con el rey de Sicilia en particular, ni perseguimos la nacion aragonesa, sino sus maldades, sino sus latrocinios. El haber quitado á doña Juana, mi esposa y sobrina, el estado y riquezas de su padre, afrenta é indignidad para vengarse con las armas de todas las naciones, esto me puso en necesidad de dar principio á esta guerra desgraciada. Así lo ha querido Dios y los santos del cielo, que muchas veces acostumbran á trocar los principios tristes en un alegre remate. Todo está puesto en vuestras manos, vos solo podeis remediar y aplacar nuestro dolor justo y razonable, y de camino satisfaceros de vuestros daños y dar el fin que se desea á la guerra de Ruisellon y de Vizcaya, demás de librar por esta via de la garganta de aquel tirano muy codicioso el reino de Navarra. ¿Por ventura cuidais faltarán ó razones para apoderarse de aquel estado al que el reino y dote ajeno acometió y tomó con las armas sin otro mejor derecho, ó poder para

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usurpar aquel reino tan pequeño y cercado de las tier-
ras de Castilla y de Aragon? Engáñase quien piensa que
á la ambicion se puede poner término alguno. Bien sa-
bemos que Francia tiene abundancia de oro y de gente
muy escogida; las fuerzas de toda España, aunque se
junten en uno, nunca le fueron iguales; además que
nuestro partido no está del todo desamparado y caido,
dado que hemos tomado tan gran trabajo para implo-
rar vuestra ayuda. Las fuerzas de Portugal quedan en-
teras, en Castilla muchos aficionados, algunos al des-
cubierto, los mas de secreto, y que con la ocasion y
cuando las cosas mejoraren se declararán. Solo desea-
mos que con vuestra ayuda y en vuestro nombre se pro-
siga la guerra que ya está comenzada. Ninguna vani-
dad hay en nuestras palabras; fuera de que dar ayuda
á los reyes afligidos, acudir al remedio de los males
públicos, anteponer el deber y lo que es honesto y
justo á cualquiera interés, aunque ninguno hobiese,
cuanto mas que le hay muy grande, ¿á quién pertenece
todo esto sino á los grandes príncipes y soberanos?»>
Oyó el Francés estas razones con buen talante; respon-
dió en pocas palabras que tendría cuenta con lo que le
representaba, y que procuraria no pareciese acudió en
vano á pedir su ayuda. Las obras no correspondieron
á las palabras; antes en Paris, para donde se partieron,
y el rey de Portugal hizo de nuevo instancia, se excu-
só con dos guerras á que le era forzoso acudir. Era así,
que el duque de Borgoña y el rey de Inglaterra con ma-
yor ímpetu que antes volvian á tomar las armas. Demás
desto, decia que por ser aquel casamiento inválido á
causa del deudo que tenia con su esposa, no le parecia
se podia hacer la guerra lícitamente para llevalle ade-
lante; excusas con que quedó burlada la pretension del
rey de Portugal, dado que se fué á ver con el duque de
Borgoña por ser su primo y su confederado. Pretendia
ser medianero y procurar hiciese la paz con Francia. No
tuvo esto mejor suceso que lo demás. Desto y de las
nuevas guerras que en Francia se emprendieron re-
sultó otra nueva comodidad para Castilla, que los fran-
ceses que sitiaban á Fuente-Rabía, avisados de lo que
pasaba, concertaron treguas con los de Vizcaya, pri-
mero de poco tiempo y solamente por tierra, despues,
á instancia del cardenal de España, mas largas y sin
aquella limitacion.

CAPITULO XIII.

Que la ciudad de Toro se tomó á los portugueses.
Los reyes padre é hijo, despues que partieron de Vic-
toria, de nuevo se tornaron á juntar, á 2 de octubre, en
Tudela para ver si podrian sosegar las alteraciones de

monteses pusieron á Pamplona como en tercería en poder del rey don Fernando; los contrarios otrosi entregaron otros castillos al rey de Aragon. Hallóse presente don Alonso Carrillo, hermano del conde de Buendía y sobrino del arzobispo de Toledo, que era obispo de Pamplona. Hicieron un compromiso con término de diez y seis meses para nombrar jueces árbitros y componer aquellos debates. Tuvo gran sentimiento destas práticas madama Madalena, mujer que fué de Gaston, el mas mozo, conde de Fox. Con el cuidado de madre sospechaba que algun engaño y trama se hurdia á propósito de excluir á su hijo de la herencia de su padre. Para sosegalla le enviaron por embajador á Berenguel de Sos, dean de Barcelona, que le declarase las causas y capitulaciones de aquella concordia y le dijese debia tener buen ánimo, y esperar de los reyes, padre é hijo, todo favor y proteccion. Advertíanle del mayor peligro que le podria correr de Francia, por tanto no se dejase engañar ni juntase sus fuerzas con aquella nacion para acometer á España. Que si bien el Francés era su hermano, pero que con el rey de Aragon y con sus hijos tenia mas trabado deudo y alianza. Residia aquella señora á la sazon en Pau, ciudad de Bearne. Respondió á esta embajada que agradecia mucho el amor que le mostraban, que nunca ella dudara de aquella voluntad; que el Rey, su hermano, nunca trató de hacer liga con ella, ni ella haria por donde pareciese estar olvidada del parentesco que tenia con ambas las partes; y que por lo que á ella tocaba y estuviese en su mano, mas aína seria causa de la paz que de la guerra. Ocupábanse los reyes en apaciguar el reino de Navarra, cuando se ofreció causa de otra nueva alegría; esto fué que á 5 de octubre se firmaron en aquel mismo lugar las condiciones del casamiento que ya tenian concertado entre don Fernando, rey de Nápoles, y doña Juana, hija del rey de Aragon. Celebráronse los desposorios en Cervera, pueblo de Cataluña, cuyo gobierno la desposada tenia ; así, en adelante la llamaron reina de Nápoles. Quedó desembarazada aquella casa real para estas nuevas bodas con la partida de doua Beatriz, hija del rey de Nápoles, que él envió en una armada á Matías, rey de Hungría, con quien en ausencia la desposaran. Fué esta señora de mucha bondad y honestidad, pero mañera; ni deste matrimonio tuvo hijos, ni del rey Ladislao, con quien casó segunda vez; y él algunos años adelante sucedió en lugar del dicho Matías, aunque no se le igualó en el esfuerzo, ni en sus cosas fué tan concertado. No estaba entre tanto ociosa la reina doňa Isabel, antes la ciudad de Toro fué entrada de noche por las gentes y soldados de Castilla debajo la conducta de don Alonso de Fonseca, obispo de Avila, y de don Fadrique, bijo que era de don Rodrigo Manrique, conde de Paredes. Un pastor, llamado Bartolomé, les dió aviso, y mostró que podian escalar cierta parte del muro, que se llamaba las Barrancas de Duero, y por estar fortificada de un barranco tenia menos guarda. Hizose así, y juntamente sitiaron el alcázar; con la nueva la Reina á toda priesa acudió desde Segovia, do se hallaba ocupada en apaciguar el alboroto pasado y sosegar los ciudadanos. Con su venida dona María, mujer de Juan de Ulloa, perdida la esperanza de poderse te

Navarra. Era dificultosa esta empresa á causa que, mal co

pecado, cada una de las partes tenia sus aficionados
y valedores dentro y fuera del reino, hasta en los mis-
mos palacios de aquellos príncipes andaban aquellas pa-
siones. Acudieron á la junta el conde de Lerin y el con-
destable Pedro Peralta, cabezas que eran de aquellas
parcialidades; prometieron de ponerse á sí y á los su-
yos en las manos de los reyes y que tendrian por bien
lo
que ellos determinasen. Sobre esta razon hicieron
pleito homenaje; y para mayor seguridad, los bia-

ner, rindió aquella fuerza á 19 de octubre. El conde de Marialva, su yerno, y capitan de aquella tierra por los portugueses, desamparado otro castillo cerca de Toro, por nombre Villalfonso, con la poca gente que le guardaba, á grandes jornadas se recogió á Portugal por caminos y senderos extraordinarios. Fué todo esto de grande importancia. Quedaba Castronuño, desde donde Pedro de Mendavia hacia grandes robos y correrías en gran daño de aquella comarca ; hombre de un ánimo ardiente y muy ejercitado en las armas. Por esta causa luego que la ciudad de Toro se tomó, acudieron los del Rey y se pusieron sobre este castillo. Plantaron la artillería y los demás pertrechos para batir, que llevaron con trabajo de algunos dias. Tomaron este trabajo de buena gana por la esperanza que tenian que tomada aquella fuerza, toda aquella comarca quedaria en paz. Por otra parte se movian tratos para reducir al de Villena y al arzobispo de Toledo. El Marqués se mostraba mas blando, y parecia se sujetaria al servicio del rey don Fernando, pero con algunas condiciones; sobre todo queria le restituyesen á Villena y mas de veinte villas que por aquella comarca le quitaran. El Arzobispo se mostraba mas duro, puesto que el rey de Aragon no cesaba de amonestar que procurasen ganar persona tan principal con cualquier partido, aunque fuese desaventajado. Que se acordasen de las mudanzas de la fortuna, que á veces suele de lo mas alto volver atrás y aun despeñarse. Que se tuviese consideracion á los grandes servicios que antes hizo, y por ellos perdonasen las ofensas que de nuevo cometiera. Mirasen que con solo ganalle quedaria por el suelo el partido de Portugal. Aun no estaba este negocio sazonado, dado que se iba madurando. Comenzaron por el marqués de Villena; prometieron de le perdonar y restituille todo su estado á tal que rindiese los alcázares de Madrid y de Trujillo, que todavía se tenian por él; lo mismo ofrecieron al arzobispo de Toledo. Don Lope de Acuña, su sobrino, entregó á los reyes la ciudad de Huete, que con título de duque le dió el rey don Enrique en aquellos tiempos estragados y revueltos. Por el mismo tiempo dos grandes príncipes fueron violentamente muertos, es á saber, los duques el de Borgoña y el de Milan. Galeazo, duque de Milan, en la iglesia de San Esteban de aquella ciudad oia misa por ser la festividad de aquel Santo. En aquel tiempo y lugar le dieron la muerte algunos que estaban conjurados contra él con intento de vengar sus particulares agravios y la mucha soltura de aquel Principe en materia de deshonestidad. El duque de Borgoña, llamado Cárlos el Atrevido, fué muerto en batalla en sazon que tenia puesto sitio sobre Nanci, ciudad de Lorena, ya la segunda vez, si bien el tiempo no era á propósito, y el invierno era muy áspero, y los suyos desgustados. Por todo esto el rey de Portugal, que á la sazon se fué á ver con él, como queda apuntado, le persuadia desistiese de aquella empresa. No prestó su diligencia; así, á 5 de enero fué desbaratado y muerto por Renato, duque de Lorena, y por los esguízaros, cuyo nombre desta gente desde entonces ha sido muy conocido y su esfuerzo señalado. Ayudúles mucho para la victoria Nicolao Campobaso, que servia al Borgo

ñon y con trato doble daba avisos á los contrarios, y en lo mas recio de la batalla con los italianos que tenia desamparó á su señor. Una sola hija que quedó deste Príncipe, llamada María, casó adelante con Maximiliano, duque de Austria. ¡Cuán grandes guerras resultarán deste casamiento para España! El rey Luis de Francia por la muerte del Duque luego se apoderó del ducado de Borgoña y restituyó á su corona á San Quintin y á Perona con otros pueblos que están á la ribera del rio Soma, y el de Borgoña los tenia en empeño. Sobre todo lo cual se movieron grandes diferencias y guerras, primero con la casa de Borgoña, y despues con España, sin que se haya recobrado lo que entonces les tomaron. Tuvo Maximiliano en madama María, su mujer, tres hijos, que fueron don Filipe, doña Margarita y Francisco. Falleció la Duquesa al cuarto año despues que casó; el achaque fué una mortal caida que dió de un caballo por estar preñada. El duque Galeazo dejó un hijo, por nombre Juan Galeazo, que casó con Isabel, nieta de don Fernando, rey de Nápoles, aunque él era de poca edad y no bastante para el gobierno de aquel estado. Demás deste, dejó dos hijas, que se llamó la una Blanca María, con quien Maximiliano, ya emperador, casó la segunda vez, pero no dejó deste casamiento sucesion alguna; la otra hija del duque Galeazo se llamó Ana.

CAPITULO XIV.

De otros castillos que se recobraron en Castilla. La reina doña Isabel con mucha prudencia apaciguó un nuevo debate que fuera de sazon se levantó sobre el maestrazgo de Santiago con esta ocasion. Don Rodrigo Manrique, conde de Paredes y maestre que se llamaba de Santiago, falleció en Uclés por el mes de noviembre; caballero que fué muy noble y muy principal, y que ganó los años pasados de los moros la villa de Huescar en el reino de Granada, con que se hizo muy nombrado. Su cuerpo sepultaron en aquel pueblo do falleció, en la capilla mayor con enterramiento y honras que le hicieron muy principales. Su hijo don Jorge Manrique en unas trovas muy elegantes, en que hay virtudes poéticas y ricos esmaltes de ingenio y sentencias graves, á manera de endecha lloró la muerte de su padre. Don Alonso de Cárdenas, con ocasion de la muerte de su competidor, se determinó ir á Uclés con gente y soldados, resuelto de usar de fuerza, si los trece, á cuyo cuidado incumbia la eleccion, no le diesen aquella dignidad. Otros muchos señores pretendian lo mismo, quién con buenos medios, quién con malos; cosa peligrosa y que podria parar en alguna revuelta. Por este recelo ó con codicia de haber para sí un estado tan grande, en la ciudad de Toro los reyes consultaron entre sí lo que en aquel caso debian hacer. Usar de fuerza era cosa larga y ni muy segura ni muy justificada. Determinaron ayudarse de maña. El Rey se quedó en Toro; la Reina se enderezó para Ocaña y Uclés con tanta priesa, que, segun lo refiere Hernando de Pulgar, en solos tres dias desde Valladolid llegó á Uclés. En aquella villa trató con los caballeros que para mayor concordia se fuesen con ella á Ocaña, que por ser el

menor,

pueblo mayor y mas fuerte, podrian con mas seguridad resolverse en lo que les pareciese mas acertado y cumplidero. Que á ninguno pareceria novedad, pues muchas veces semejantes juntas el tiempo pasado se hicieron allí en el palacio del Maestre. Vinieron en esto los caballeros; la Reina por medio de don Alonso de Fonseca, obispo de Avila, y de su secretario Hernando Alvarez de Toledo, les amonestó que para excusar alborotos viniesen en que aquella órden y dignidad con consentimiento del Pontifice por cierto tiempo se diese en administracion al rey don Fernando, su marido. Que para sosegar las voluntades de los caballeros y apaciguallo todo no era menester ni bastaria menos autoridad y fuerzas que las suyas. Tuvieron los caballeros su acuerdo sobre esto, y en fin se resolvieron de venir en lo que la Reina pedia, muchos por ganar con esto su gracia, los mas á fin que sus contrarios no saliesen con lo que pretendian; abuso grande, pero ordinario en semejantes elecciones. Este fué el principio de enflaquecer el poder y fuerzas de aquella caballería, y ejemplo que en breve pasó á las órdenes de Calatrava y de Alcántara, dado que poco despues los reyes concedieron á don Alonso de Cárdenas que fuese maestre de Santiago con cargo de cierta pension para la guerra de los moros, no sin gran pesadumbre de los otros señores, que se agraviaban fuese este caballero antepuesto á los demás, sin tener mas méritos que los otros ni mejor derecho ni ser de tanta nobleza, como ellos decian. El rey don Fernando, asentadas las cosas de Castilla la Vieja y puestas treguas con los contrarios, se fué á Ocaña en sazon que comenzaba el año de nuestra salvacion de 1477; en el cual tiempo tornó de nuevo á dar perdon y recebir en su gracia al conde de Ureña don Juan Tellez Giron, que parecia reducirse al servicio del Rey con entera voluntad. Desde Ocaña fué junto con la Reina á visitar á Toledo, donde por voto que los reyes hicieran si vencian al de Portugal, mandaron edificar el muy sumptuoso monasterio de franciscos, que hoy se ve en aquella ciudad con nombre de San Juan de los Reyes, en las casas de Alonso Alvarez de Toledo, contador mayor que fué de los reyes pasados. De Toledo pasaron á Madrid; allí se tuvo aviso que diversas compañías de portugueses trabajaban las tierras de Badajoz y de Ciudad-Rodrigo con grande daño y molestia de los naturales. Para remedio y hacer resistencia á aquella gente, enviado que hobo delante á don Gomez de Figueroa, conde de Feria, trató con la Reina que repartidos los negocios entre los dos, ella acudiese, como lo hizo, á las fronteras de Portugal á dar calor en la defensa de aquella tierra. El rey don Fernando se detuvo algunos dias en Madrid con esperanza que tenia de ganar al arzobispo de Toledo; al cual, aunque le ofrecieron poco antes y dieron perdon, su feroz ánimo no le dejaba reposar. No quiso verse con el Rey; tan grande era su contumacia; así, el Rey, á 24 de marzo, dia lúnes, se partió para Castilla la Vieja con deseo de apaciguar los navarros; que de nuevo se tornaban á alterar aquellas parcialidades, y los agramonteses poco antes se apoderaron de Estella, y la princesa doňa Leonor pretendia volvella á recobrar con sus fuerzas y las de Castilla. Al mismo tiempo un nuevo miedo

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puso á los reyes en mucho cuidado, y fué que Albohacen, rey de Granada, sin respeto de las treguas que se continuaban de algunos años atrás, rompió de repente por el reino de Murcia con cuatro mil de á caballo y hasta treinta mil de á pié. Causó aquel acometimiento mucho espanto, en especial por estar los fieles seguros y descuidados. Tanto fué el miedo mayor, que á 6 de abril, dia de pascua de Resurreccion, tomó por fuerza en aquella comarca un pequeño lugar, llamado Ciesa, que quemó y derribó pasados á cuchillo los moradores. Demás desto, hizo grandes presas de ganado mayor y con que los moros dieron la vuelta á su tierra sin recebir algun daño, dado que Pedro Fajardo, adelantado de Murcia, salió á la defensa. El interés y daño no era de tanta consideracion cuanto el peligro y molestia que sin estar apaciguados los alborotos de dentro se ofreciese ocasion de nueva guerra y necesidad de vengar aquel agravio. Deseaban para todo abreviar con lo de Castilla. Los dos castillos, que todavía se tenian por los portugueses, el de Cantalapiedra y el de Castronuño, fueron de nuevo cercados y combatidos con toda la fuerza posible sin cesar hasta que se rindieron, primero Cantalapiedra, á 28 de mayo, porque Castronuño por el esfuerzo de su capitan Mendavia se tuvo mas tiempo; pero al fin hizo lo mismo. Era tan grande el desgusto de los naturales por los daños que de aquel castillo recibieron, que acudieron, y porque no fuese en algun tiempo acogida de ladrones por ser de sitio muy fuerte, le abatieron por tierra. A los soldados destos dos castillos se dió licencia, conforme á lo capitulado, para que libremente y con su bagaje se fuesen á Portugal. Demás desto, á Mendavia le contaron siete mil florines; capitan en lo demás esforzado, y que en particular ganó y merece gran renombre por haber defendido aquel castillo tanto tiempo contra el poder y voluntad de reyes tan poderosos. La Reina ponja no menor diligencia en sujetar á Trujillo, cuyo alcázar se tenia por el marqués de Villena. Avisaron á Pedro de Baeza, que tenia allí por alcaide, rindiese aquella fuerza. Respondió al principio que no lo haria, sino fuese á tal que al Marqués, su señor, restituyesen á Villena con las otras villas de aquel estado, segun que tenian antes concertado; en que dió muestra de persona de mucha constancia y valor. La Reina no rehusaba poner aquellos pueblos en tercería en poder de quien el Alcaide nombrase, para que pasados seis meses se entregasen al marqués de Villena; mas él por sospechar al-· gun engaño se entretenia, y no venia en hacer la entrega. Finalmente, por contentar á la Reina el mismo marqués de Villena entró en el alcázar, y apenas pudo acabar con él hiciese la entrega que pedia la Reina. Grande fué el desgusto que desta resolucion y mandato recibió el Alcaide; no miraba su particular, sino por el deseo que tenia del pro y autoridad de su señor. Llegó á tanto, que hecha la entrega, se despidió del Marqués y de su servicio, enfadado de su mal término. Quejábase que ni se movia por lo que á él lé tocaba, ni tenia cuidado de la vida y libertad de los suyos. Esto decią porque con la priesa no se acordó de capitular que al dicho alcaide y á sus soldados no se les hiciese daño. Deseaba el rey don Fernando por una parte ir al Anda

lucía, para donde la reina doña Isabel le llamaba; por otra visitará doña Juana, su hermana, antes que se embarcase para Italia. Las cosas de Navarra le entretenian y no le daban lugar para alzar dellas la mano. Hízose á la vela aquella señora por el mes de agosto en la playa de Barcelona en una armada en que vinieron para llevalla don Alonso, su antenado, y don Pedro de Guevara, marqués del Vasto, y otras personas principales. Tocaron á Génova, en que fué muy festejada; última mente aportó á Nápoles. Allí celebraron las bodas con toda suerte de juegos, convites, regocijos y galas á porfía, así bien los ciudadanos como los cortesanos. En Sigüenza fundó un colegio de trece colegiales y un monasterio de jerónimos, título de San Anton, Juan Lopez de Medinaceli, arcediano de Almazan y canónigo de Toledo, criado que fué del cardenal Pedro Gonzalez de Mendoza, prelado á la sazon de Sevilla y de Sigüenza.

CAPITULO XV.

Cómo el Andalucía se apaciguó.

Las demás partes de Castilla apenas sosegaban; las alteraciones del Andalucía todavía continuaban á causa que los señores cada cual por su parte se apoderaba de ciudades y castillos, y conforme á las fuerzas que tenia, robaba la gente, y parece se burlaban de la majestad real. El duque de Medina Sidonia tenia á Sevilla, el marqués de Cádiz á Jerez, don Alonso de Aguilar estaba apoderado de Córdoba. El color que tomaban era afirmarse contra los intentos de sus contrarios y hacer resistencia á los portugueses por caelles aquel reino cerca. Lo que á la verdad pretendian era acrecentar sus estados con los despojos y daños de la provincia; cosa que ordinariamente acaece cuando los temporales andan revueltos, que se disminuyen las riquezas públicas y crecen las particulares. Resultaba asimismo otro daño, que dentro de aquellas ciudades andaba la gente dividida en parcialidades. En la ciudad de Sevilla unos seguian al duque de Medina Sidonia, otros al marqués de Cádiz; en Córdoba traian bandos don Alonso de Aguilar y el conde de Cabra, muy grandes y muy pesados. La reina doña Isabel, aunque muchos se lo desaconsejaban por no tener bastante gente para si fuese necesario usar de fuerza, acudió primero á Sevilla; allí se apoderó del castillo de Triana y de las atarazanas que tenia el duque de Medina Sidonia con mayor ánimo y esfuerzo que de mujer se esperaba. El rey don Fernando, desamparadas las cosas de Navarra y en alguna manera asentadas las de Castilla la Vieja, nombró por gobernador de Galicia á Pedro de Villandrando, conde de Ribadeo; de lo demás de Castilla á su hermano don Alonso de Aragon y al Condestable. Hecho esto, se resolvió de ir en persona al Andalucía para dar en todo el órden que convenia. De camino en nuestra Señora de Guadalupe hizo sus votos y devociones; dió otrosí órden al duque de Alba y al conde de Benavente fuesen en su compañía, ca se recelaba dellos, y tenia aviso que entre sí y con otros grandes trataban de poner sus alianzas. Llegó á Sevilla á 13 de septiembre. Allí halló que se sentia mal del marqués de Cádiz, y se decia que se inclinaba á dar favor á los

portugueses, y con este intento á los ojos de los reyes tenia puesta guarnicion en Alcalá de Guadaira. Tratóse de ganalle y sosegalle; para hacello de noche tuvo á solas habla con el Rey. Tratóse que entregasè las fortalezas que tomara; dijo que no lo podria hacer si no fuese que el duque de Medina entregase al tanto á Nebrija y á Utrera y otros castillos; que sin esto despojalle á él de sus fuerzas no serviria sino para que el poder y riquezas de su contrario se aumentasen. Pareció pedia razon, y así el uno y el otro entregaron sus castillos al Rey, y á su ejemplo fácilmente vinieron en lo mismo los otros señores y grandes, especial á la misma sazon con el rey de Granada, en quien aquellos señores ponian gran parte de su confianza, se concertaron de nuevo treguas por industria de don Diego de Córdoba, conde de Cabra, persona señalada en lealtad, y que con aquel rey Bárbaro tenia mucha familiaridad y trato. Desta manera se hallaban las cosas del Andalucía, no léjos de asentarse del todo. Las de Navarra se empeoraban sin alguna esperanza de reparo, á causa de las parcialidades antiguas que nunca sosegaban. La princesa doña Leonor hacia instancia por remedio, y avisaba que ya casi eran pasados los diez y seis meses señalados en el compromiso que se hizo para concertar todas aquellas diferencias, al tiempo que los reyes se juntaron en Tudela. Juntamente protestaba que pues ni en su padre ni en su hermano hallaba ayuda bastante, que acudiria al socorro de otra parte; culpa de que quedarian cargados los que á hacello la necesitaban. Que si no prevenian y se adelantaban, todo aquel reino se hallaba á punto de perderse. Las cuitas, cuando son extremas, hacen que los miserables hablen con libertad. Sin embargo, las orejas parecia estar sordas á sus peticiones tan justificadas, por hallarse los reyes léjos y á causa de las grandes dificultades que los tenian enredados. Al de Aragon, fuera de la guerra de Ruisellon, ponian en cuidado las cosas de Cerdeña y de Sicilia. Era virey de Sicilia don Ramon Folch, conde de Cardona, que fué en compañía de la reina doña Juana á Nápoles, y de allí pasó á su cargo al tiempo que por muerte de don Juan de Cabrera, que falleció de poca edad, su condado de Módica, herencia de sus antepasados, recayó en su hermana doña Ana; muchos pretendian aquel estado; unos la excluian de aquella herencia, otros se querian casar con ella. El rey de Aragon, por ser de importancia que tomase marido á propósito por sus muchas riquezas y estado, estuvo determinado de casalla con don Alonso de Aragon, hijo bastardo de su hijo el rey don Fernando. No tuvo esto efecto, antes adelante don Fadrique, hijo y heredero del almirante de Castilla, se la ganó á todos, y por medio deste casamiento juntó con su casa y metió en ella aquel principal condado. En Cerdeña comenzó á alborotarse Leonardo de Alagon, marqués de Oristan; nunca del todo sosegara, y de nuevo alegaba agravios que el virey Nicolás Carroz de Arborea le habia hecho sin respeto de las condiciones y del asiento antes tomado. Ni la flaca y larga edad del rey de Aragon, ni tan grandes cuidados eran parte para quebrantalle, antes como desde una atalaya proveia á todas partes. Fué puesta acusacion al marqués de Oristan,

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