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se hallasen cansados y entendiesen cuán miserable cosa sea la guerra civil, que hace á los hombres furiosos, y al vencedor, por gratificar á los que le ayudan, pone en necesidad de hacer muchos desaguisados contra su voluntad, acordaron de mover tratos de paz; de que tanto mayor deseo tenian los portugueses, que junto al Albufera, dos leguas de Mérida, quedaron rotos en una batalla señalada que les dió el maestre de Santiago á los 24 de febrero. El destrozo fué tan grande, que pocos pudieron salvarse en Mérida, que, como se ha dicho, se tenia por la condesa de Medellin. En esta batalla el Maestre se mostró muy prudente y esforzado; con él otros capitanes, entre los demás Diego de Vera, que mató al alférez real y le tomó el estandarte. El premio al Maestre quitalle la pension de tres cuentos que le pusieron cuando los reyes le dieron el maestrazgo; á Die

su estilo es grosero conforme al tiempo; el ingenio agudo y escolástico. Hacíase la guerra sobre el estado de Villena, ca el Marqués porque no cumplian con él acudió á las armas, y en sazon que la gente del Rey se puso sobre Chinchilla, el marqués de Villena vino á da→ lle socorro, y con su venida forzó á los contrarios á alzar el cerco. Demás desto de los dos capitanes principales que bacian la guerra por el Rey, Pero Ruiz de Alarcon fué desbaratado cerca de Alverca por Pedro de Baeza, y don Jorge Manrique en una nueva refriega que tuvo con el mismo Pedro de Baeza cerca de Cañavete salió herido, de que poco despues murió; gran lástima que tal ingenio faltase en lo mejor de su edad. El marqués de Villena quedaba por el mismo caso cargado de haber tomado las armas contra la gente del Rey. El se excusaba con las insolencias de aquellos capitanes que le forzaron á defenderse. Alegaba otrosí que no tenia otros nuevos tratos ni con el rey de Portugal ni con el arzobispo de Toledo. Estas excusas, sea verdaderas, sea aparentes, últimamente le valieron para que no fuese mas maltratado ni se procediese con mas aspereza contra él. Sucedió en esta guerra un caso extraordinario y digno que se sepa. Los del Rey hicieron ahorcar á seis de los muchos prisioneros que tenian. Eu venganza desto, Juan Berrio, capitan por el Marqués, mandó que se hiciese otro tanto con los cautivos que tomara de los contrarios. Echaron suerte entre todos para se ejecutar. Tenian presos dos hermanos, el uno que tenia mujer y hijos, el otro mancebo, cuyos nombres no se sabeb, el caso es muy cierto. Cupo la triste suerte al casado, y ejecutárase sino fuera por la instancia del otro hermano, que se ofreció en su lugar para ser puesto en el palo, como al fin se hizo despues de muchas lágrimas y porfía que hobo entre los dos, con grande lásti-jalla. Todo esto le puso en necesidad de remitir á la ma de todos los que se hallaron presentes á un tan triste y tan cruel espectáculo.

CAPITULO XX.

De las paces que se hicieron entre Castilla y Portugal.

A los reyes don Fernando y doña Isabel vino nueva de la muerte del rey don Juan y de la herencia que por el mismo caso les venia de la corona de Aragon en sazon que en Extremadura se ocupaban en apaciguar los alborotos que en aquella tierra causaban la condesa de Medellin doña Beatriz Pacheco y el clavero de Alcántara don Alonso de Monroy. La Condesa era de ánimo mas que de mujer, pues tuvo preso algunos años á su mismo hijo don Juan Portocarrero, y por remate le echó de su casa, que fué la causa para tomar las armas, ca temia no la forzasen por justicia á restituir á su hijo aquel condado como herencia de su padre, sobre lo cual tenia puesta demanda. Pretendia otrosí no le quitasen la ciudad de Mérida, en que tenia puesta guarnicion de soldados. El Clavero sentia mucho que le hobiesen injustamente, como él se quejaba, quitado el maestrazgo de su órden por dársele á don Juan de Zúñiga. Con este color se apoderaba con las armas de muchos lugares de aquella órden. Demás desto, trataban los reyes de apercebirse para la guerra de Portugal, que se temia seria mas brava que antes. Pero como quier que todos

go de Vera y á otros capitanes diferentes mercedes. Con esta ocasion doña Beatriz, tia que era de la reina doña Isabel de parte de madre, y duquesa de Viseo, viuda y tambien suegra de don Juan, príncipe de Portugal, señora por todo esto de grande autoridad y prudencia no menor, tomó la mano para concertar estas diferencias entre Portugal y Castilla. Era cosa muy larga para el rey don Fernando esperar el remate en que estas práticas paraban, por el deseo que tenia de ir á tomar posesion del reino de su padre, en que resultaban novedades en tanto grado, que para enfrenar el orgullo de los navarros, que en aquel reino se habian apoderado de algunos castillos mal apercebidos, y no dejaban de hacer robos y cabalgadas en la tierra, los aragoneses convocaron Cortes sin dar al nuevo Rey dello parte; resolucion que, si bien no se tiene por ilícita conforme á los fueros de Aragon, era muy pesada, y convenia ata

Reina el cuidado de tratar y concluir las paces con su tia. Para este efecto se acordó entre las dos habla en la villa de Alcántara. Esto concertado, él se fué á Guadalupe para de camino visitar aquella santa casa y hacer en ella sus votos y plegarias. Desde allí por Santolalla, villa no léjos de Toledo, y por Hariza y Calatayud entró en Aragon. En Zaragoza hizo su entrada á 28 de junio con toda solemnidad y grande aplauso de la ciudad y concurso del pueblo, que le salió al encuentro. Iba á su lado Luis Naia, el principal y cabeza de los jurados. El Rey, quitado el luto, á caballo debajo de un palio, vestido de brocado y con un sombrero muy rico. El pueblo á voces pedia á Dios fuese su reinado dichoso y de muchos años. Ocupóse en aquella ciudad en hacer justicia y dar grata audiencia á todos los que se tenian por agraviados. Poco despues pasó á Barcelona. Allí trató de recobrar lo de Ruisellon y de Cerdania, si bien por entonces no tuvo efecto; no estaba aun el negocio sazonado, dado que no andaba muy lejos de madurarse; solo por entonces se nombraron los cuatro jueces para concertar todas las diferencias que resultaban entre el rey de Francia y el de Aragon, conforme al acuerdo que en Bayona se tomó. De Barcelona dió el Rey vuelta á Valencia; allí fué recebido con las mismas muestras de alegría que en los otros estados. En aquella ciudad atendió á sosegar ciertos alborotos nuevos que se levantaron á causa que don Jimeno de Urrea, vizconde

con muestra de querella honrar, se metió monja en Santa Clara de Coimbra ; manera de vida que, si bien la tomó forzada de la necesidad, perseveró en ella muchos años en mucha virtud hasta lo postrero de su vida, enfadada de la inconstancia y variedad de las cosas que por ella pasaron. Sin embargo, los infantes doña Isabel y don Alonso, segun que dejaron acordado, fueron entregados á doña Beatriz para seguridad que las demás condiciones se cumplirian. Juntamente la cɔndesa de Medellin y el clavero de Alcántara de su voluntad se redujeron á mejor partido. Lo mismo hicieron otros nobles de Castilla, que eran la principal fuerza del partido de Portugal. El marqués de Villena otrosí, mudadas algunas condiciones de las que antes le ofrecieran, volvió otra vez en la gracia de los reyes, que fué por principio del año 1480. En virtud del nuevo asiento, el Marqués se quedó con los estados de Escalona y Belmonte. Villena y Almansa con las demás villas de aquel estado quedaron por los reyes. Pasó por esto el Marqués por entender fuera poco acierto trabajar en lo que no podia alcanzar y por pretender recobrar lo perdido poner á riesgo lo que le quedaba. Desta manera se enflaquecieron las fuerzas y poder del de Villena; por el mismo caso la concordia tuvo mas seguridad. Renato, duque de Anjou, príncipe señalado, así por sus adversidades como por su larga vida, falleció en Francia por el mes de enero. Hasta el fin de su vida se intituló rey de Aragon, de Sicilia y de Jerusalem, apellidos de solo título, vanos y sin fruto alguno ni esperanza de recobraHos. Nombró por su heredero universal en su testamento á Cárlos, su sobrino, hijo de Cárlos, su hermano. A Renato, duque de Lorena, nieto suyo de parte de madre, dejó el ducado de Bari, estado principal que él mismo poseia en Francia.

de Biota, con mano armada al improviso prendió á don Jaime de Pallas, vizconde de Chelva, y con él á su mujer. El achaque era que le pertenecian á él los pueblos de Chelva y de Manzanera que su contrario poseia. El que pudiera seguir su justicia, por acudir á las armas y usar de fuerza perdió su pretension, como era justo. Lo primero por mandado del Rey dejaron las armas. Despues á cabo de tres años que duró el pleito, los jueces, movidos por el atrevimiento de don Jimeno, dieron contra él la sentencia y adjudicaron aquellos pueblos á su contrario don Jaime de Pallas. En el mismo tiempo la reina doña Isabel y doña Beatriz, su tia, se juntaron en Alcántara. Gastáronse dias en demandas y respuestas. Por conclusion, pusieron por escrito estas capitulaciones que el rey de Portugal no se intitulase rey de Castilla ni trajese en sus escudos las armas de aquel reino; lo mismo hiciese el rey don Fernando en Jo tocante al reino de Portugal; que la pretensa princesa doña Juana casase con el príncipe don Juan, hijo del rey don Fernando, luego que él tuviese edad bastante; que si el Príncipe, llegado á los años de discrecion, no viniese en aquel casamiento, pagasen en tal caso sus padres á doña Juana cien mil ducados; que todavía ella tuviese libertad, si le pareciese muchia la tardanza y no quisiese aguardar, de meterse monja: item, que con don Alonso, nieto del rey de Portugal y su heredero, casase doña Isabel, hija de los reyes de Castilla; á los nobles de Castilla no se les diese acogida en Portugal, por ser ocasion de revueltas y alteraciones; de la navegacion y descubrimiento y conquista de las riberas de Africa á la parte del mar Océano, acordaron quedase para siempre por los reyes de Portugal, sin que nadie les pusiese en ello impedimento; últimamente, para seguridad que todas estas capitulaciones se cumplirian, la misma doña Juana y doña Isabel, hija del rey don Fernando, y don Alonso, nieto del rey de Portugal, fuesen puestos como en relienes para que la duquesa misma doña Beatriz los tuviese en su poder en el castillo de Mora; demás desto, el rey de Portugal á Ja raya de Castilla diese en prendas de que guardaria lo concertado otros cuatro castillos. Desta manera se dejaron las armas y cesó la guerra, que duró tanto tiempo en gran daño de las dos naciones, mayor de la portuguesa. Los regocijos y procesiones que por estas paces el mes de octubre se hicieron en toda España fueron extraordinarios. La una nacion y la otra, que antes se ballaban temerosas y cuidadosas del suceso y remate de aquella guerra, trocaban el temor en alegría y concebian en sus ánimos mejor esperanza para adelante. Todos alababan mucho la prudencia y valor de la duquesa de Viseo doña Beatriz. El mismo rey don Fernando desde Valencia, do le tomó esta alegre nueva, acudió á Toledo al fin deste año. Doña Isabel, su mujer, reina mas esclarecida que antes y de mayor crédito por las paces que hizo tan á ventaja suya, le aguardaba en aquella ciudad. Allí se dobló aquella alegría á causa que la reina doña Isabel parió, á 6 de noviembre, una hija, que se llamó doña Juana, la cual tenia determinado el cielo beredase finalmente los reinos de sus padres y de sus abuelos. Poco despues desto la pretensa princesa doña Juana, vista la burla que della se hizo, bien que

CAPITULO XXI.

Que el rey de Portugal falleció.

Tuviéronse en Toledo Cortes generales de Castilla; concurrieron á ellas muchas gentes; los votos fueron libres y muchas las quejas. Los pueblos pretendian que los nobles robaban las haciendas de los pobres, y que su avaricia tenia los tesoros reales consumidos, las rentas públicas enajenadas, de que resultaba necesidad de intentar cada dia nuevas imposiciones en grave perjuicio de los que las pagaban. Tratóse de remedio, nombráronse jueces, que oidas las partes, pronunciaron que las donaciones hechas imprudentemente por el rey don Enrique, ó ganadas como por fuerza por la revuelta de los tiempos, no fuesen válidas. El atrevimiento de los nobles y sus demasías con todo esto no se podian refrenar ni hacer que los magistrados y leyes tuviesen autoridad, por estar todo muy estragado. Solamente por el mes de mayo todos los tres brazos juraron á don Juan, hijo de los reyes, por príncipe y heredero de sus padres y de sus estados para despues de sus dias, todo á propósito de ganar mas autoridad y asegurar mas el reino. Parecia que con aquel nuevo vínculo del juramento sosegarian las voluntades dudosas de los naturales en su servicio. Desta manera asentadas las cosas de Castilla la Nueva, pasaron los reyes á Medina del Campo y á Va

lladolid; biciéronse en aquellas partes algunos castigos señalados de personas nobles por delitos que cometieron, con que otros quedaron escarmentados. Los gallegos por ser gente feroz todavía no sosegaban; antes las ciudades de Lugo, Orense, Mondoñedo y tambien Bivero y la Coruña no querian obedecer ni allanarse á los reyes. Despacharon á Hernando de Acuña y un jurista, llamado García de Chinchilla, para quietar aquellos movimientos. Estos con una junta que hicieron de aquella gente en Santiago y con justiciar al mariscal Pedro Pardo y otros hidalgos revoltosos pusieron en todos grande espanto. Desta manera la autoridad de los reyes quedó en aquella provincia en su punto, y las leyes y magistrados despues de muclio tiempo cobraron las fuerzas que antiguamente tenian, sin embargo que el rey don Fernando se hallaba ausente y era ido á Cataluña, que es lo postrero de España, con esta ocasion. El gran turco Mahomete, soberbio por las muchas victorias que ganara, combatia la isla de Rodas, que era un fortísimo baluarte por aquella parte de todo el imperio de los cristianos. Teníala cercada por mar y por tierra; gastó en esto en balde tres meses á causa que aquellos caballeros se defendieron valerosamente y que el rey de Nápoles les envió dos naves cargadas de municiones, vituallas y soldados. Con este socorro los turcos, perdida la esperanza de salir con la empresa, alzado el cerco, parte dellos por mar se fueron á la Bellona, ciudad de Macedonia, puesta sobre el golfo de Venecia, en frente de la Pulla, provincia del reino de Nápoles. Con esta armada el Basa, llamado Acomates, pasó en Italia y tomó por fuerza la ciudad de Otranto á 13 de agosto. El estrago fué grande; no perdonaron aquellos bárbaros á ninguna persona, fuese soldado ó de otra calidad. Desde alli hacian correrías por toda la Pulla, y todo lo ponian á fuego y á sangre. Lo demás de Italia por el mismo caso estaba con gran miedo, y aun las naciones extrañas no se aseguraban. Este recelo movió á los reyes cristianos á juntar sus fuerzas para acudir á apagar aquel fuego. En particular el rey don Fernando envió á Gonzalo Beteta por su embajador al papa Sixto, que á la sazon parecia estar algo desabrido y desgustado con el Rey, de que se vieron muchas muestras; y de nuevo se confirmó esta sospecha, á causa que sin dar al Rey parte nombró al arzobispo de Toledo, sin embargo de su condicion, por su legado en España. El comun peligro que todos corrian, pudo mas que los particulares desgustos para que tratasen de poner remedio en aquel daño. Con este intento de nuevo envió otrosí á don Juan Melguerite, obispo de Girona, desde Barcelona, por el mes de febrero del año 1481, á los príncipes de Italia para hacer liga con ellos. Junto con esto, el Rey en Barcelona para acudir con sus fuerzas hizo juntar una armada de treinta y cinco bajeles entre mayores y menores; lo mismo hizo el rey de Portugal, que armó para este efecto veinte naves. Iban estos socorros muy despacio. Así don Alonso, duque de Calabria, con las fuerzas de Italia que juntó, aunque con dificultad, en fin apretó á aquellos bárbaros con un cerco que puso á aquella ciudad. Pudiera durar mucho tiempo la guerra y el cerco y tener grandes dificultades, sino sobreviniera nueva de la muerte del gran tur

co Mahomete, que falleció en Nicomedia de Bitinia á 3 de mayo. Los turcos con este aviso el quinto mes despues que el cerco se puso rindieron la ciudad á partido que los dejasen ir libres. Quedóse el duque de Calabria con parte de aquella gente, que serian hasta mil y quinientos turcos, para ayudarse dellos contra florentines. Decíase comunmente que se les empleaba bien este daño, por ser ellos los que hicieron venir aquella gente á Italia. Si bien muchos sospechaban era invencion de don Alonso á propósito de cargar á sus enemigos el odio que contra él de entretener esta gente resultaba. Por la muerte de Maliomete se levantaron en Constantinopla grandes alteraciones; unos querian por emperador á Bayazete, hijo mayor del difunto; otros á Gemes, su hermano, con color que su padre le hobo ya que era emperador. Llegó el negocio á las armas y á las manos. Bayazete venció á su hermano junto á Prusia, ciudad de Bitinia, y le forzó á huirse, primero á Egipto, y despues á Rodas. Los caballeros de Rodas, recebido que le hobieron y tratado muy bien, entre muchos príncipes que le pidieron, le enviaron como en presente al rey de Francia. Los socorros de Aragon y de Portugal fueron de poco efecto á causa que nuestras armadas llegaron á aquellas riberas despues que Otranto se rindió. Desta tardanza, demás de caer aquellas partes tan léjos de España, fueron ocasion otras ocupaciones en que aquellos dos reyes se hallaban embarazados; el rey don Fernando en las Cortes de Aragon que se tenian en Calatayud, adonde la reina doňa Isabel por mandado de su marido trajo á su hijo el príncipe don Juan. Quedó encomendado el gobierno de Castilla al almirante don Alonso Enriquez y al condestable Pero Hernandez de Velasco. Lo que pretendian los reyes era que los aragoneses le jurasen por príncipe y heredero de aquel reino, como lo hicieron á 29 de mayo; lo mismo se hizo poco despues en Barcelona por lo que tocaba al principado de Cataluña. Demás desta ocupacion, un nuevo cuidado sobrevino al rey don Fernando de parte del reino de Navarra. Fué así, que dos tios del nuevo Rey, es á saber, el cardenal Pedro y Jacobo, su hermano, vinieron á Zaragoza. Allí, habida audiencia, en una larga plática que tuvieron pusieron delante los ojos al Rey las miserias de aquella nacion; que los alborotados estaban apoderados de las ciudades y pueblos, los biamonteses de Pamplona, los contrarios de Estella, Sangüesa y Olite; que al rey de Navarra no le quedaba mas que el nombre, sin autoridad ni fuerzas. Para movelle á compasion de aquellos daños alegaban el deudo muy estrecho y la flaqueza de aquel Príncipe mozo. Quejáronse de don Luis, conde de Lerín, que como hombre que era bullicioso y atrevido, no cesaba de hacer muertes, quemas y robos en sus contrarios, y por engaño diera la muerte á Pedro de Navarra y á Filipe, su hijo, mariscales de Navarra. Que por la muerte del condestable Pedro de Peralta se apoderó por fuerza de aquel oficio, y con él hacia mayores desaguisados. Por tanto, le suplicaban acorriese á aquel reino miserable y le librase de la boca de aquella codicia y furia infernal. Que Troilo Carrillo, yerno de Pedro de Peralta y leredero de su casa por via de su mujer, no tenia bastan➡ tes fuerzas para resistir al atrevimiento de su contrario

el conde de Lerin, que solo en comun y en particular
podia mas que todo el resto. Oyó ésta embajada el rey
don Fernando, prometió tendria cuidado de las cosas
del rey Francisco, y para muestra desta su voluntad
envió con estos príncipes personas á propósito para que
de su parte avisasen á los alborotados que se templasen
y prestasen el vasallaje debido á su Rey. Hízose en Tafa-
lla una junta y Cortes de aquel reino. Los embajadores
representaron á los presentes lo que les fué mandado;
respondieron los navarros que si el Rey no habia tenido
libre entrada en el reino, no era por culpa de todos, sino
de algunos pocos que alteraban el reino; que si él vi-
niese, los pueblos no faltarian en ninguna cosa de las
que deben hacer buenos vasallos. Esta respuesta dió
contento, y así se trató con el rey don Fernando que el
rey Francisco viniese á Pamplona. Pareció debia venir
guarnecido de soldados para que en aquella revuelta
de tiempos alguno no se le atreviese. Esto se trataba en
los mismos dias que al rey de Portugal sobrevino la
muerte en Sintra; á 28 de agosto falleció en el mismo
aposento en que nació. Su cuerpo llevaron á Aljubarro-
ta. Sucedióle en su reino y estado su hijo don Juan,
segundo deste nombre; por la grandeza de su ánimo y
gloria de sus hazañas tuvo renombre de Grande. Este
Príncipe por toda su vida tuvo grande enemiga con los
reyes de Castilla, como tambien su padre; el padre pro-
cedió mas al descubierto y á la llana; el hijo mas astuta-
mente, y por tanto con mayor rabia descargó la saña
sobre algunos señores de su reino, que sospechaba favo-
recian el partido de Castilla, como luego se dirá. Por
lo demás en la clemencia, piedad, severidad contra los
malhechores, en agudeza de ingenio, presta y tenaz❘
memoria igualó á los demás reyes de su tiempo y aun
se aventajó á muchos dellos. Suya fué aquella senten-
cia: «El reino ó halla á los príncipes prudentes, ó los
hace»; por el perpetuo trato que tienen con hombres
de grandes ingenios, aventajados en todo género de sa
ber, cuales son muchos de los que andan en los palacios
reales, además que los que tratan con los príncipes usan
de palabras muy estudiadas á propósito de salir con lo
que pretenden y dar muestra de lo que saben.

mo á su costa edificó en Alcalá de Henares, donde pasó lo postrero de su edad en mejores ejercicios. Erigió otrosí la iglesia de Sant Juste, parroquial de aquella villa, en colegial, siete dignidades, doce canónigos, siete racioneros. Fué muy dado al alquimia y murió pobre. Todavía se dice dejó cantidad de dinero llegado para reparar la escuela de Alcalá, de que se ayudó despues el cardenal fray Francisco Jimenez para lo mucho que allí hizo los años adelante. A mano izquierda del sepulcro del Arzobispo sepultaron asimismo el cuerpo de Troilo, su hijo; mas el cardenal don fray Francisco Jimenez, por ser cosa fea que hobiese memoria tan pública de la incontinencia de aquel Prelado, hizo que el dicho sepulcro se quitase de allí y le pasasen al capítulo de los frailes. Deste Troilo y de su hijo don Alonso, que fué condestable de Navarra, descienden los marqueses de Falces, señores conocidos en aquel reino; su apellido de Peralta. Sucedió en la iglesia de Toledo y en aquel arzobispado el cardenal de España, gran competidor de don Alonso Carrillo, y que acompañó á los reyes en el viaje de Aragon. Sus padres, Iñigo Lopez de Mendoza, marqués de Santillana, y doña' Catalina de Figueroa. Sus hermanos Diego Hurtado de Mendoza, primer duque del Infantado, Lorenzo y Iñigo, condes, el primero de Coruña, el otro de Tendilla, y otros. Fué este Prelado gran personaje, no mas por la nobleza de sus antepasados que por sus grandes partes y virtudes. Con aquella dignidad le quisieron pagar sus servicios y voluntad que siempre tuvo de ayudar al público. A don Iñigo Manrique, obispo de Jaen, trasladaron en lugar del Cardenal al arzobispado de Sevilla. En Navarra despues de una nueva alegría se siguió un trabajo y revés muy grande; que así se'aguan los contentos y se destemplan. El rey Francisco desde Francia, ca se entretuvo allí por las revueltas grandes y largas de Navarra, últimamente, como tenian coucertado, en compañía de su madre y de sus tios y de muchos nobles que de Francia y de Navarra le acompañaban, llegó á Pamplona. Recibiéronle los naturales con grande aplauso y solemnidad, y en la iglesia mayor de aquella ciudad se coronó por rey y se alzaron los pendones reales por él á 3 dias de noviembre. Estaba en la flor de su edad, era de quince años, su belleza por el cabo, de muy buenas inclinaciones. Lo primero que hizo fué mandar, so pena de muerte, que ninguno se llamase de allí adelante ni biamontés ni agramontés, En tres años continuos fallecieron continuadamente apellidos de bandos odiosos y perjudiciales en aquel otros tantos príncipes. En Marsella al fin deste año fa- reino. A don Luis, conde de Lerin, hizo condestable, lleció Cárlos, duque de Anjou; dejó por su heredero al como antes se lo llamaba, y juntamente le hizo merced rey de Francia. ¿Cuántos torbellinos y tempestades se de Larraga y otros pueblos. Deseaba con esto ganalle levantaran contra Italia por esta causa? Por la muerte por ser hombre poderoso y granjear los de su valía; deste Príncipe al cierto se juntaron con el reino de Fran- acuerdo muy avisado, vencer con beneficios á los recia dos estados muy principales, el de Anjou y el de la beldes. Visitó el reino, castigó los malhechores, estaProvenza, sin otras pretensiones que turbaron el mun- bleció y dió órden que los magistrados fuesen obedecido. El año luego siguiente de 1482, á 1.o de julio, fa- dos. Trataban de casalle para tener sucesion. El rey lleció don Alonso Carrillo y de Acuña, arzobispo de To- don Fernando pretendia desposalle con su hija doña ledo, bien que de larga edad, siempre de ingenio muy Juana. El de Francía era de parecer que casase con la despierto y á propósito, no solo para el gobierno, sino otra doña Juana de Portugal, bien que ya era monja propara las cosas de la guerra. Retiróse los años postreros fesa. Queria por esta via con las armas de Francia recoforzado de la necesidad y por desabrimiento mas que brar en dote el reino de Castilla. A esto se inclinaba de su propia voluntad. Sepultáronle en la capilla mayor mas madama Madalena, madre deste Rey, mujer amde la iglesia de San Francisco, monasterio que él mis-biciosa y inclinada á las cosas de Francia. Por esto y

CAPITULO XXII.

De la muerte de tres príncipes.

por recelo de alguna fuerza ó engaño persuadió á su hijo que pasase los montes, do tenia grande estado. Apenas era llegado, cuando en la ciudad de Pau ó de San Pablo, en Bearne, á 30 de enero, año de nuestra salvacion de 1483 le sobrevino una dolencia y della la muerte envidiosa, triste y fuera de sazon. Desta manera cayó por tierra la flor de aquella mocedad, como derribada con un torbellino de vientos, al tiempo que se comenzaba á abrir y mostrar al mundo su hermosura. Su cuerpo enterraron en Lescar, ciudad asimismo de Bearne. Sucedióle en el reino su hermana Catarina, como era razon. Con su casamiento poco adelante pasó aquel reino á los franceses, que no les duró ni dél gozaron mucho tiempo; de que resultaron forzosamente alborotos, intentos descaminados de aquella gente, y en fin, tiempos aciagos, como se puede entender por heredar aquel reino una moza de poca edad, cuya madre era francesa de nacion y por el mismo caso poco aficionada á las cosas de España.

CAPITULO XXIII.

De una conjuracion que se hizo contra el rey de Portugal.

En Portugal el rey don Juan castigaba algunos de sus grandes que se conjuraron entre sí para dalle la muerte, y con la sangre de algunos se satisfacia de aquella celada que contra él tenian parada, á que el mismo Rey dió ocasion, por ser de condicion áspera, y por su rigor en hacer justicia y sobre todo por la soltura en el hablar. Esto tenia ofendido á los grandes, sobre todo los desgustaba que contra lo que antiguamente se acostumbraba, los alguaciles del Rey con el favor y alas que les daba y porque así se lo mandaba, se atrevían en sus estados contra su voluntad á prender y castigar á los malhechores. Consultaron entre sí lo que debian hacer, y por la poca esperanza que tenian de ser por bien desagraviados, se resolvieron en defender si fuese menester con las armas la libertad y privilegios que sus antepasados por sus servicios ganaron y dejaron á sus sucesores. Las principales cabezas en estos tratos eran los duques don Fernando, de Berganza, y don Diego, de Viseo, por su nobleza, que eran de sangre real, y por sus estados los mas poderosos de aquel reino. Juntábanse con ellos otros muchos, como fueron el marqués de Montemayor, el conde de Haro, los hermanos del duque de Berganza, don García de Meneses, arzobispo de Ebora, y su hermano don Fernando; item, don Lope de Alburquerque, conde de Penamacor. La ocasion con que se descubrió esta conjuracion fué esta. Hacíanse Cortes de aquel reino en la ciudad de Ebora. Ordenáronse algunas cosas muy buenas, y en particular que los señores no pudiesen libremente agraviar ni maltratar al pueblo, ni tuviesen ellos mas fuerza que las leyes y la razon. Quejábase el duque de Berganza que por este camino los desaforaban y quebrantaban los privilegios y autoridad concedidos á sus antepasados; ofrecíase á mostrar esto por escrituras bastantes, otorgadas por los reyes en favor de los duques de Berganza. Buscaba por su órden estos papeles Lope Figueredo, su contador mayor; halló á vueltas otros por donde constaba de algunos tratos que el M-11.

Duque traia con el rey de Castilla, en gran perjuicio de aquel reino. Llevólos él con toda puridad y mostrólos al Rey. El, enterado de la verdad, le mandó dejar traslado y volver los originales donde los halló. Aconteció que la Reina á la primavera del año 1483 estaba en Almerin doliente de parto. Viniéron!a á visitar su hermano el duque de Viseo y su cuñado el duque de Berganza. Acogiólos el Rey muy bien, y regalólos con mucho cuidado. Deseaba sin rompimiento remediar el daño. Un dia, despues de oir misa, habló en secreto con el de Berganza en esta sustancia: «Duque primo, yo os juro por la misa que hemos oido y por el sagrado altar delante del cual estamos, que os trato verdad en lo que os quiero decir. Yo tengo muy averiguados los tratos que en nuestro deservicio habeis traido con el rey de Castilla, afrentosos para vos, y muy fuera de lo que yo esperaba. Apenas acabo de creer lo que sé muy cierto, que con hecho tan feo hayais amancillado vuestra casa, trocado en deslealtad los servicios pasados; ¡ con cuánta pena os digo esto! Sea lo que fuere, yo estoy determinado de borrallo perpetuamente de la memoria y haceros mas crecidas mercedes y honraros mas que antes, con tal que os emendeis y querais estar de nuestra parte. Dios fué servido que yo tuviese la corona, y vos despues de mí el lugar mas preeminente en estado y autoridad y riquezas poco menos que de rey, demás del casamiento en que me igualais, pues estamos casados con dos hermanas. ¿Quién romperá tan grandes ataduras de amistad? O ¿ de quién podréis esperar mayores mercedes y mas colmadas? El dolor sin falta os ha cegado; pero si en nuestro nuevo reinado usamos de alguna demasía, si nuestros jueces han hecho algun desaguisado, fuera razon que con vuestra paciencia diérades ejemplo á los otros. Yo tambien, avisado, de buena gana emendaré lo pasado; que para el bien y en pro del reino fuera justo que me ayudarades, no solo con consejo, sino con las armas, lo que os torno á encargar hagais con aquella aficion y lealtad que estáis obligado.» Alteróse el Duque con las razones del Rey. Suplicóle no diese oidos ni crédito á los malsines, gente que quiere ganar gracia con hallar en otros faltas; que no amancillaria su casa con semejante deslealtad; que las mercedes eran mayores que los agravios; nunca Dios permitiese que él hiciese maldad tan grande, cosa que ni aun por el pensamiento le pasaba. Todo lo cual afirmaba con grandes sacramentos. Con esto se puso fin á la plática. El Rey se fué á Santaren, los duques á sus estados, los ánimos en ninguna manera mudados. Entre tanto que esto pasaba, fray Hernando de Talavera, prior de Prado, monasterio que es de jerónimos junto á Valladolid, y confesor de los reyes de Castilla, por su mandado fué á Portugal para confirmar de nuevo las avenencias puestas y tratar que los infantes que pusieron en rehenes fuesen vueltos á sus padres, como se hizo; solamente mudaron en las capitulaciones de antes y concertaron que con el príncipe de Portugal don Alonso casase doña Juana, la hija menor del rey don Fernando, por ser los dos de una edad. Con esto la infanta doña Isabel por fin del mes de mayo volvió á Castilla á poder de sus padres, y el príncipe don Alonso al de

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