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que ganó asimismo gran fama por su esfuerzo; y por morir su primo sin hijos, heredó aquel estado, y junto con el suyo le dejó á sus descendientes, con tal condicion que alternativamente el uno de los sucesores se llamase marqués de Pescara, y el siguiente marqués del Vasto, y que esto se guardase perpetuamente, como vemos que hasta hoy se guarda.

CAPITULO VI.

Que Abohardil se alzó con el reino de Granada.

A esta misma sazon los soldados de Andalucía y los capitanes, así de su voluntad como por mandado de la Reina, trataban con mucho calor de hacer guerra á los moros. Persuadíanse que pues los principios procedian prósperamente y casi sin tropiezo, que lo demás sucederia como deseaban. Con este intento no cesaban de cspiar los intentos de los enemigos, sus pretensiones y caminos, sin aflojar ni descuidarse en cosa alguna ni dejar á los enemigos alguna parte segura. No descansaban de dia ni de noche, ni en invierno ni en verano, antes ordinariamente hacian correrías y todo mal y daño en todos los lugares que podian. Tratábase en Córdoba de hacer una nueva jornada, y consultaban por qué parte seria mejor acometer. Y dado que el maestre de Santiago era de contrario parecer, los mas se conformaron con el marqués de Cádiz, que debian acometer á Alora, que es un pueblo puesto casi en medio del camino que hay desde Antequera á Málaga. Un rio pequeño que pasa junto á él, algunos piensan que los antiguos le llamaron Saduca. Era esta villa mas fuerte por su sitio, ca está por la mayor parte asentada sobre peñas, que por las murallas ó otra fortificacion. Estaba el ejército con esta resolucion á punto de marchar, cuando el rey don Fernando, que partió de Tarazona á postrero de mayo, continuado su camino, sobrevino para hallarse en persona en aquella guerra por ser su presencia de tan grande importancia para todo. Parecióle bien el acuerdo que los suyos tomaron, si bien para mayor disimulacion y desmentir á los contrarios que no entendiesen su intento dió muestra de ir de nuevo á guarnecer á Alhama de gente. Como llegó á Antequera, torció el camino y dió al improviso con todas sus gentes sobre Alora. Fué grande el miedo de los moradores y la turbacion. Púsose sitio; combatieron las puertas y murallas de aquel lugar, y con la artillería abatieron parte de los adarves con tanto mayor espanto de los moros, que no estaban acostumbrados á cosa semejante. Rindiéronse á partido que los dejasen ir libres y llevar todas sus alhajas. La toma deste pueblo fué á 21 de junio; la alegría y provecho mas colmado á causa que ningunos de los nuestros fueron muertos, y que los moros se pudieran entretener mucho tiempo; que no les podian quitar el agua del rio por ir cogido entre peñas y por estar la gente acostumbrada á sustentarse con poco y usar de la comida y de la bebida mas para sustentar la vida que para regalo y deleite. Venciéronse estas dificultades mas con ayuda del cielo que por industria humana. Acometieron otros pueblos comarcanos, y por el demasiado brio cerca de un lugar, llamado Cazarabonela, do vinieron á las manos

con cierto número de enemigos, en un rebate mataron á don Gutierre de Sotomayor, conde de Benalcázar, en la flor de su edad, y que tenia por mujer una dueña parienta del Rey, con una saeta enberbolada que le tiraron. Despues desto dejaron en Alhama trecientos caballeros de Calatrava por cuenta de Garci Lopez de Padilla, maestre de aquella órden, al cual eligieron en lugar de Rodrigo Tellez Giron y por su muerte, con gravámen que se encargase de la defensa de aquel pueblo. El Rey con la demás gente pasó hasta dar vista á Granada; allí asentó sus reales en un lugar fuerte. Tenia seis mil de á caballo; los infantes apenas eran diez mil. En la ciudad se decia tenian setenta mil combatientes, gran número y que no se puede creer; siempre es mas lo que se dice en estas cosas que la verdad; la misma mentira empero da á entender que la muchedumbre era grande. Sin embargo, el rey don Fernando, talado que hobo toda aquella vega y puesto grande espanto á toda la morisma, gastados en esto cincuenta dias, volvió con su ejército sano y salvo, y alegre por los despojos de los moros que llevaba á tierra de cristianos. Para la defensa de Alora dejó á Luis Fernandez Portocarrero, y por general de las armadas y del mar nombró á don Alvaro de Mendoza, conde de Castro, persona de grande esfuerzo y prudencia. Pretendia con esto que de Africa no pudiese venir socorro á los moros; que por pequeños descuidos se suelen perder empresas muy grandes. Pasados los calores del estío, volvieron á la guerra con el mismo denuedo que antes. Batieron un castillo cerca de Málaga, llamado Septenil, fuerte y enriscado. Sucedió lo misino que en Alora, que espantados los de dentro con el ruido y estruendo de la artillería, rindieron la plaza, con libertad que se les dió para irse donde quisiesen con el dinero que les dieron por el trigo y los bastimentos que allí dejaban, conforme á lo que ciertas personas señaladas juzgaron que podia todo valer. Tras esto se enderezaron los nuestros la vuelta de Ronda, ciudad puesta entre montes muy altos y ásperos, y por esta causa, aunque pequeña, inaccesible y fuerte, en especial que la mayor parte está rodeada del rio que por allí corre, y lo restante de peñascos enriscados. Los moradores de aquella ciudad eran diferentes en el traje y vivienda de los demás; moros muy feroces y arriscados, y para todo lo que sucediese, guarnecidos de soldados y de armas, bastecidos de vituallas, tanto, que á los lugares comarcanos, que son de la misma aspereza, proveian ellos de todo lo necesario para su defensa y guarnicion. Todo esto ponia en los fieles mayor deseo de acometer aquella ciudad por entender que, quitado aquel baluarte, todo lo demás hasta Málaga quedaria muy llano. Llegaron á vista de los muros y de aquel sitio tan bravo; dieron el gasto á los olivares y huertas, que las hay por allí muy buenas. No continuaron estos buenos principios; la falta del dinero para hacer las pagas les forzó á no detenerse mucho en aquel lugar; daño que muchas veces impide y desbarata grandes empresas. Enviada la gente á los invernaderos, el Rey y la Reina se partieron para Sevilla; llegaron á aquella ciudad á 2 del mes de octubre, alegres por los buenos sucesos y por la esperanza que tenian de dar fin á aquella empresa cual todos deseaban. Era tan grande este

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deseo, que en medio del invierno, por el mes de enero, año de 1485 tornaron á la guerra. El invencible ánimo del Rey no sabia sosegar; tenia esperanza de tomar la ciudad de Loja de rebato y de noche; mas desistió desta empresa por las muchas aguas y temporales del invierno, que forzaron á los nuestros á volver atrás, además que un soldado muy plático, llamado Juan de Ortega, les avisó, no solo ser temeridad, sino locura, intentar cosa semejante. Cada dia acudian nuevas compañías de Castilla y señores. Entre otros, el condestable Pero Fernandez de Velasco, el duque de Alburquerque don Beltran de la Cueva, Pedro de Mendoza, adelantado de Cazorla, don Juan de Zúñiga, maestre de Alcántara, cada cual con su particular banda de gente. Acudieron otrosí el maestre de Santiago y el duque de Najara, que se hallaron en las empresas pasadas. Con estos socorros llegaron á nueve mil de á caballo y veinte mil infantes. Pareció, pues el ejército era tal, volver á la guerra con mayor denuedo, y resolucion que antes. Al mismo tiempo los ciudadanos de Almería tomaron las armas contra su rey Boabdil; aborrecíale aquella gente como á renegado, y decian que por su cobardía sucedieran los males pasados. Acometieron el palacio, y en él mataron un hermano de Boabdil, y prendieron á su madre, principal causa y atizadora de aquella discordia tan perjudicial que entre padre y hijo antes se levantó. El mismo rey Moro, por estar á la sazon ausente de aquella ciudad, luego que le avisaron de aquel desastre, perdida toda esperanza de prevalecer, con algunos pocos que le acompañaron se fué á Córdoba. Por otra parte, los moradores de Ronda, que eran pocos y menos que ser solian, tenian cobrado gran miedo. Un moro, llamado Juzef, jerife, dió desto aviso al marqués de Cádiz; pareció seria conveniente acudir en primer lugar á aquella empresa, bien que primero acometieron otros lugares, como fué Cohin, que caia cerca de Alora, el cual pueblo tomaron por fuerza y le echaron por tierra, porque á causa de ser muy ancho el circuito de los muros, era dificultoso ponelle en defensa. Murió en la batería Pedro Ruiz de Alarcon, que en esta guerra dió muestra, como antes en la de Villena, de esfuerzo singular, y acabó grandes hazañas. Ganaron otrosí á Cartama, pueblo que conserva su apellido antiguo solamente mudada una letra, ca en tiempo de romanos se llamaba Cartima, y dél toma nombre todo aquel valle en que este pueblo está, que se llama el valle de Cartama. Rindióse á Pedro de Mendoza, y dióse el cargo de defendelle al maestre de Santiago, á pedimento del mismo. Hecho esto, con todo el ejército pasaron á Málaga, do residia Abohardil, hermano de Albohacen, en quien y en su valor hallo que en aquella sazon tenian los moros puesta su esperanza, por la grande reputacion que ganó cuando en el Ajarquia, que así se llaman los montes de Málaga, destrozó, como se dijo, gran número de cristianos. Poco efecto se hizo en aquella parte, fuera de cierta escaramuza de menor cuenta. Dieron pues la vuelta por el mismo camino que fueron, y revolvieron sobre Ronda. Para cercar la ciudad por todas partes dividieron las gentes en cinco reales ó estancias. El mismo Rey con la mayor parte del ejército se puso en frente del castillo. Atajaron con gente de guarda, que llaman ata

jadores, todos los caminos para que no les pudiesen entrar socorro ni provision de parte alguna. Lo que hizo mucho al caso, que se hallaban pocos dentro á causa que parte de los ciudadanos eran idos á hacer correrías por los campos comarcanos del Andalucía. Por esta ocasion los moros, movidos del grande riesgo en que se veian y de los sollozos y lágrimas de las mujeres y alemorizados por la diligencia de los cristianos, que de dia nide noche no reposa ban, se hobieron de rendir, á 23 dias de mayo, á partido. Entre otras cosas y condiciones, á los mas principales ciudadanos dieron ciertas tierras y posesiones en Sevilla, de Gonzalo Pizon y de otros, cuyos bienes tenian los inquisidores por sus deméritos confiscados. Hecho esto, pusieron guarnicion en aquella ciudad. Rindiéronse al tanto otros pueblos por aquella serranía, entre ellos los mas principales fueron Cazarabonela y Marbella, que está cerca del mar. Era grande el espanto que habia entrado en los moros. En sus reyes tenian poca ayuda; el uno andaba huido, y Albohacen, por su vejez, enfermedad y poca vista, poco les podia prestar. Forzados deste peligro, se determinaron de nombrar por su rey á Muley Abohardil, que residia en Málaga, hombre de gran corazon y prudencia. La nacion de los moros es mudable y desleal, y no se refrena ni por beneficios ni por miedo, ni aun tiene respeto á las leyes y derecho natural; así, el Moro luego aceptó la corona que le ofrecian. Partióse para Granada con este intento. Llegó mas soberbio que antes, por matar de camino noventa hombres de á caballo de los contrarios; salieron estos de Alhama á robar, y llegados hasta la Sierra Nevada, estaban alojados con mucho descuido, que fué causa de su perdicion. Hizo pues su entrada en Granada á manera de triunfo. Los ciudadanos, luego que llegó, con gran voluntad y grandes gritos le apellidaron y alzaron por rey. Albohacen al principio desta revuelta se partió para Almuñecar, do tenia sus tesoros. Allí su cruel hermano le hizo matar, no por otro delito mas de por tener nombre y corona de rey, y por la aficion que todavía le tenian algunos, los que aborrecian la deslealtad del tirano y su ambicion, y por compasion de aquel viejo trataban de acudille. Para librarse deste peligro y cuidado cometió aquel parricidio, en que se mostró no menos cruel que desleal.

CAPITULO VII.

Que nació la infanta doña Catalina, hija del rey don Fernando.

Quedó el Moro muy ufano despues que muerto su mismo hermano se hobo alzado con su reino. La fama del caso se extendió por todas partes; el poder y mando alcanzado por malos medios y con crueldad suele ser poco durable, y semejantes maldades pocas veces pasan sin castigo. Los cristianos, cuanto era mayor la esperanza que tenian de echar por tierra las fuerzas de aquel estado, tanto se encendian mas en deseo de salir con ello. Recelábanse que con la mudanza del caudillo los enemigos no recobrasen nuevos brios, y la guerra por esta causa se hiciese mas dificultosa. Acordó el rey don Fernando para acudir á todo esto emprender una nueva jornada y hacer prueba del ánimo que los suyos

tenian y de sus fuerzas. Los mas eran de contrario parecer, y pretendian convenia dejar descansar á los soldados por estar aquejados con tan continuos trabajos. Todas las dificultades venció la constancia del Rey y el ejemplo del esfuerzo que daba á todos en no excusar él mismo ningun afan ni riesgo, antes era el primero que salia á la pelea, y el primero que acudia á la fortificacion de los reales. Es así, que á los hombres desagrada comunmente que les manden de palabra, y todos obedecen fácilmente al caudillo que con el ejemplo les va delante. Ordenó que la masa de las gentes se hiciese en Alcalá la Real por estar aquel pueblo cerca de la frontera; él mismo se partió para allá desde Córdoba á 1.o de setiembre, si bien los calores eran grandes por ser aquella region mas cálida que lo demás de España. El conde de Cabra, encendido en deseo de acometer alguna grande hazaña, movido así de su esfuerzo como de las muchas cosas en que los otros señores se señalaran, hizo instancia de ser el primero á entrar en tierra de moros, como lo hizo, con las gentes de su regimiento y banderas de su cargo, que eran setecientos caballos y hasta tres mil infantes. Diósele órden que llevase en su compañía á Martin Alonso de Montemayor y que se pusiese sobre Moclin, que es un pueblo cerca de Granada, fuerte por su sitio y murallas; prometió el Rey para asegurallos que les acudiria con todo el ejército. El Conde de dia y de noche apresuró su camino por tomar de sobresalto al nuevo rey Abohardil, de quien tenia aviso que tenia sus alojamientos allí cerca, con mil y quinientos de á caballo y mayor número de gente de á pié. No se le encubrió este intento al enemigo; antes avisado dél, pasó sus gentes á un collado, y al amanecer entre ciertos caminos ásperos y estrechos dió sobre los cristianos con tal furia, que murieron en el rebate los mejores soldados y la mayor parte del peonaje. El Conde entre los demás perdió á don Gonzalo, su hermano, y él mismo, recebidas algunas heridas, con algunos de á caballo se fué huyendo lácia do entendia hallaria á Garci Lopez de Padilla, maestre de Calatrava, que iba en pos de los que se adelantaron. El rey don Fernando, luego que supo el estrago de los suyos, por la tristeza estuvo algun tiempo retirado; despues sosegada la pasion, «Por la imprudencia, dice, del Conde y demasiada confianza de los demás se ha recebido este revés; pero yo pretendo con presteza satisfacerme y recompensalle aventajadamente; con vuestro esfuerzo, soldados, tomaré venganza de la muerte de nuestros ciudadanos y soldados, varones esforzados mas que venturosos. » Caian junto á la frontera de los enemigos por la parte de Jaen dos castillos y pueblos, el uno llamado Cambil y el otro Albahar; el rio Frio pasa por en medio de ambos, que aunque lleva poca agua, especial en aquel tiempo del año, por ser las riberas muy estrechas con dificultad se puede vadear. Sobre estos dos pueblos se puso toda la gente con intento de tomallos. Albahar, que está de la otra parte del rio, tiene un padrastro ó montecillo, que se levanta á manera de pirámide. Sobre aquel montecillo por mandado del Rey, bien que con grande trabajo, se plantó la artillería. Puso esto tanto espanto á los cercados, que sin dilacion rindieron los castillos y pueblos á 23 de se

tiembre, el mismo dia en que en tiempo del rey don Pedro los moros se apoderaron de aquellas plazas, como ciento y veinte años antes deste tiempo. El rey don Fernando, ganadas tantas victorias y tomados tantos lugares, y los mas sin derramar sangre, comenzó á ser mas temido y nombrado. No se hablaba de otra cosa en todas partes. Envió á invernar el ejército, y con tanto él y la Reina se partieron para Alcalá de Henares. En este viaje en Linares, á las haldas de Sierramorena, falleció don Alonso de Aragon, duque de Villahermosa y hermano del rey don Fernando, caudillo esclarecido en aquel tiempo tanto como el que mas, como quier que se halló en muchas guerras. Su cuerpo fué primero depositado en Baeza, despues le trasladaron á Poblete, entierro de sus antepasados. Dejó muchos hijos. En María Junques fuera de matrimonio tuvo á don Juan, conde de Ribagorza, y á doña Leonor; de otras concubinas á don Alonso, que fué los años adelante obispo de Tortosa, y despues arzobispo de Tarragona; tambien á don Fernando y á don Enrique. Fuera destos, de su legitima mujer tuvo á don Alonso y á doña Marina. La hija casó con Roberto, príncipe de Salerno, y deste matrimonio nació don Fernando, que fué el postrer príncipe de Salerno, y por su mal órden vivió en trabajos, desgracias y destierro hasta nuestra edad. Don Alonso fué duque de Villahermosa, cepa de que descienden aquellos duques de Villahermosa y condes de Ribagorza. En Toledo á los que dejada la religion cristiana que recibieron, se tornaban á la secta judáica, castigaban los inquisidores con mucho rigor y severidad. Verdad es que á otro mayor número desta gente, porque se redujeron, pidieron misericordia y confesaron sus culpas, les fué otorgado perdon. Estos se llaman hoy los de la gracia. Tratamos los hechos de España sin salir della; á las veces empero es forzoso por la trabazon que las cosas tienen entre sí y para cumplir con lo que se pretende en esta obra tocar asimismo algunas de fuera. Abrasábanse los señores napolitanos con una guerra que levantaron contra don Fernando, su rey, conjurándose y haciendo liga entre sí con intento de vengar los agravios muy graves y ordinarios que pretendian les hacia. Ayudábalos el pontífice Inocencio y animábalos, si bien mas los favoreció con el nombre que con fuerzas, á causa de su vejez y de otros cuidados que dél cargaban. Las cabezas de la conjuracion eran tres príncipes, el de Salerno, llamado Antonelo, y el de Besiñano, que se llamaba Jerónimo, y el de Altamura por nombre Pirro Baucio; demás destos Pedro de Guevara, marqués del Vasto, y otros, sin embargo de estar muy obligados por las muchas mercedes que recibieron del Rey. Llegó á tanto, que por la fama cargaban asimismo á don Fadrique, hijo del Rey, de que con esperanza de suceder en el reino favorecia de secreto á los parciales; cosa que si fué verdad ó mentira, aun entonces no se pudo averiguar. La principal causa del odio que se levantó contra el Rey era don Alonso, su hijo, duque de Calabria, por sus malas costumbres y soltura tan grande en todo, que igualmente en deshonestidad y crueldad mucho se señalaba. El Rey por su grande prudencia y mucha experiencia de cosas determinó sosegar aquellas alteraciones mas con maña que con fuerzas. Así, áinstancia del Pon

y su memoria para siempre sea aborrecible y detestable.

CAPITULO VIII.

De las alteraciones de Aragon.

En Aragon hobo algunas ligeras alteraciones; los alborotos que en Cataluña se levantaron fueron mayores, con mayor porfía y de mayor riesgo. La prudencia del rey don Fernando y su mucha autoridad hizo que todo se allanase. La ciudad de Zaragoza está asentada en un llano á la ribera del rio Ebro; en hermosura de edificios, muchedumbre de ciudadanos, riquezas, arreos, gala y anchura igual ó casi á cualquiera otra de España, guarnecida de armas, soldados y murallas, acostumbrada á un gobierno muy templado, y por ende muy leal para con sus reyes, si no le quebrantan sus fueros y sus libertades que le dejaron sus antepasados; ca por guardar su libertad hallamos haberse muchas veces alborotado con un increible coraje y furor encendido. Están aquellos ciudadanos recatados por lo que han visto en otros, y por entender que de pequeños principios muchas veces resultan grandes tropiezos y accidentes muy pesados, como aconteció en este tiempo. Juan de Burgos, alguacil del Rey, como es esta suerte de gente insolente, dijo ciertas palabras descomedidas á Pedro Cerdan, cabeza de los jurados y del Senado. Acudieron otros y prendieron al Alguacil. Puéstale acusacion y sustanciado su proceso, por sentencia le ahorearon, sin tener respeto al desacato que en aquello se cometia contra la majestad real. Tenia el Rey á punto su gente para hacer entrada en el reino de Granada, como queda dicho, que la hizo al principio deste año, cuando avisado de lo que pasaba, mandó á Juan Hernandez de Heredia, gobernador de la general gobernacion del reino, que castigase aquel atrevimiento con severidad y rigor en los que hallase culpados. Sin embargo, á los embajadores que vinieron de parte de la ciudad sobre el caso despidió con palabras blandas. Díjoles que mandaba no se les hiciese algun agravio, como príncipe que era astuto y sagaz y de un ingenio muy hondo para disimular y fingir todo lo que le parecia á su propósito. No pudieron. prender á la cabeza de los jurados, que le amparó el justicia de Aragon, que conforme á sus fueros y leyes tiene en esta parte suprema y mayor autoridad; hicieron justicia los ministros del Rey de Martin Pertusa, que era y tenia el segundo lugar entre los jurados, y fué el que mas se señaló en hacer se diese la muerte al Alguacil real. La ejecucion fué presta y sin tardanza, sacáronle á

tífice, que veia las cosas no sucedian prósperamente, y de Pedro, cardenal de Fox, el cual con este intento se partió para Roma al llamado del Papa para terciar en el caso, fué dado perdon general á los alborotados. Desde España otrosí el rey don Fernando envió para sosegar aquellas alteraciones por su embajador al conde de Tendilla, que para asegurar á los barones en nombre de su Rey y debajo de su palabra real con pleito homenaje que hizo, recibió en su salvaguarda y debajo de su amparo aquellos señores alborotados, á tal que, dejadas las armas, se redujesen á la obediencia. Mas el rey de Nápoles, luego que calmó la tempestad, hizo poco caso de aquellas promesas; su larga edad le inclinaba á creer lo peor; su condicion ejecutiva á vengarse de los que se le atrevian, confiado para todo lo que le podia suceder en las muchas riquezas que le dejó su padre, y él mismo con el mucho tiempo de su reinado las aumentó mucho mas. Determinado pues, despues de tomado el asiento, de castigar á sus contrarios, con ocasion de ciertas bodas que se celebraron en Castelnovo, hizo prender al conde de Sarno, que era uno de los parciales, con algunos otros, que todos pagaron con las cabezas. Otros muchos en diversos tiempos y en diversas coyunturas y ocasiones, entre ellos los príncipes de Altamura y de Besiñano, le vinieron á las manos; á estos hizo morir en prision. El rey de Castilla don Fernando no dejaba de agraviarse por sus embajadores, y protestar que no permitiria que ninguno hiciese burla de su palabra y de su fe. Menudeaban las quejas; mas ninguna cosa bastaba para doblegar el ánimo obstinado del rey de Nápoles, olvidado de la inconstancia de las cosas y muy descuidado de lo que sucedió adelante; que á la verdad la muerte destos señores y el odio que resultó por esta causa en los naturales abrian las zanjas y echaban los cimientos de su daño y de perder aquel reino, como se vió algunos años adelante. Volvamos la pluma atrás. En Alcalá de Henares la reina doña Isabel á 16 de diciembre parió una hija, que se llamó doña Catalina, muy conocida por casar con dos hermanos, hijos del rey de Inglaterra, y por las desgracias que últimamente le sobrevinieron, y duraron siempre, así á ella como por esta ocasion á toda la nacion inglesa. ¿Cuán grandes olas de desventuras padecerá solo por la torpe deshonestidad de su marido y su deslealtad? Padecerá y llevará la pena de la culpa ajena. Tal fué la voluntad de Dios; las discordias de aquella nacion y las maldades abrieron camino para males tan grandes. Fué así, que presos y muertos Eduardo y Ricardo, legítimos herederos de aquella corona, Ricardo, tio de aquellos mozos, se apo-justiciar con las cartas del Rey, que llevaban en una lanza deró violentamente del reino. Los medios y remates de su reinado fueron conformes á estos principios; su gobierno tiránico. Por esta causa Enrique, conde de Riquemonda, que primero estuvo preso en Bretaña, despues puesto en libertad venció al tirano en batalla y le quitó la vida, con que él mismo se quedó en su lugar con el reino que adquirió por este medio. Hijo deste Enrique fué Enrique VIII, rey de Inglaterra, muy conocido por sus desórdenes. El repudio que dió á la dicha dona Catalina, su mujer, y juntamente el apartarse, como se apartó, de la religion católica de sus antepasados, además de sus grandes torpezas, hicieron que su nombre

para efecto de reprimir el pueblo que se alborotaba, y queria en su defensa tomar las armas. El castigo de uno puso escarmiento en los demás, y los hizo advertir que los ímpetus de los reyes son bravos y grandes sus fuerzas. Con esto se sosegó esta revuelta. Mas poco despues se revolvió aquella ciudad y alteró por una maldad mas grave que la pasada. Hacia oficio de inquisidor en aquella ciudad Pedro Arbue, y conforme á lo que hallaba, castigaba á los culpados. Ciertos hombres homicianos de mala raza, con color de volver por la libertad ó aquejados de su mala conciencia y por temer de ser castigados, se resolvieron entre sí de dar la muerte al dicho Inqui

sidor. Pensaron primero matalle de noche en su cama; no pudieron salir cou esto á causa que las ventanas por do pretendian forzar el aposento tenian muy buenas rejas de hierro, que no pudieron arrancar. Acordaron ejecutar su rabia en la iglesia mayor á la hora de los maitines, en que acostumbraba á hallarse. Un miércoles, 14 de setiembre (quién quita deste número un dia, quién le añade, de cuyas opiniones nos hace apartar la razon del cómputo eclesiástico), como pues estuviese de rodiIlas delante el altar mayor junto á la reja, le dieron de puñaladas. El primero que le hirió en la cerviz fué Vidal Duranso, gascon, uno de los sacomanos, que con rostro muy fiero y encendido y palabras descompuestas le acometió; acudiéronle los otros con sus golpes hasta acaballe. No falleció hasta la noche siguiente del juéves, á los 15, en el cual espacio no se ocupó en otra cosa sino en alabanzas de Dios. Hiciéronle muy solemnes honras y enterramiento; su cuerpo sepultaron en el mismo lugar en que le dieron las heridas. Díjose que su sangre derramada hervia por todo aquel tiempo, si ya no fué que los ojos se engañaron y se les antojaba á los que miraban. Poco despues por mandado de la ciudad fué puesta una lámpara sobre su sepulcro; honra que no se suele hacer sino con los santos canonizados, así el emperador Cárlos V procuró adelante que se hiciese con autoridad del papa Paulo III y que se celebrase fiesta á los 15 de setiembre, como hoy se hace todos los años; todo á propósito que la virtud y méritos de aquel notable varon fuesen honrados como era justo. Los que le mataron, hombres perdidos y malos, dentro de un año todos con diversas ocasiones sin faltar uno perecieron, que fué justo juicio de Dios y muestra de su venganza, de que aquellos malos hombres no pudieron escapar, magüer que no cayeron en manos de jueces ni fueron por ellos justiciados. Además que la conciencia de los malos tiene dentro de sí no sé qué verdugos, ó ella misma es el verdugo que quita á los hombres el entendimiento. Resultó que en adelante para seguridad de los inquisidores les fué concedido que morasen dentro del alcázar que se llama del Aljafería. Esto en el reino de Aragon. En el principado de Cataluña, y particularmente en la comarca de Ampúrias, los vasallos, que vulgarmente llamaban pageses, eran maltratados de sus señores, poco menos que si fueran esclavos, desafuero que no se podia sufrir entre cristianos. Las imposiciones que los moros al tiempo que eran señores mandaban pechar á los cristianos, que eran muy graves en demasía, hacian aquellos señores que se las pagasen á ellos. Valíanse para esto y alegaban la costumbre inmemorial. Sentíase mal comunmente de lo que en aquella provincia pasaba. Las historias catalanas no declaran qué imposiciones eran estas; tampoco es razon adevinar; solamente dicen que por ser muy graves las llaman los Malos Usos, y que ninguno se podia eximir si no compraban la libertad á dineros como si fueran esclavos. Por esta causa muchas veces los naturales, tomadas las armas, intentaban ó librarse de aquella servidumbre, ó con la muerte poner fin á miserias tan grandes. Los impetus que nacen de la fuerza y necesidad son muy bravos. Por el contrario, la muchedumbresin fuerzas y sin cabeza comunmente tiene poca eficacia en sus in

teutos, presto se cansa y amaina. Acudieron á pedir justicia á los reyes, primero á don Alonso, que fué tambien rey de Nápoles, despues á don Juan, su hermano, y últimamente á don Cárlos, príncipe de Viana. Todos mandaron que aquellas imposiciones se moderasen en cierta forma. No bastaba, mal pecado, su autoridad y mandado para refrenar el atrevimiento y codicia de la nobleza, que estaba determinada á defender con las armas lo que sus antepasados les ganarou y dejaron por juro de heredad. Era menester para allanallos las fuerzas y autoridad del rey don Fernando; él, visto que se continuaban ya algunos años los alborotos de aquella gente, con la ventura que tuvo en lo demás, su prudencia y buena maña, lo sosegó todo y con el buen órden que dió en aquellos debates. Hallábase en Alcalá de Henares en este tiempo. Desde allí pasó con la Reina, su mujer, á Segovia y á Medina del Campo; en este viaje visitó en Alba á don García de Toledo, que ya se llamaba duque de Alba por merced del Rey, y por su edad se retiró á aquella su villa, en su lugar para que sirviese en la guerra de Granada quedó don Fadrique, su hijo. Pretendia el Rey en esto, fuera de honralle, reconcilialle, como lo hizo, con el condestable Pero Fernandez de Velasco; al cual y á don Alonso de Fonseca, que ya era arzobispo de Santiago, pensaba dejar para el gobierno de Castilla, resuelto de volver en persona á la guerra de Granada. Con esta determinacion pasó á nuestra Señora de Guadalupe. Allí, á 28 de abril, pronunció sentencia en el negocio de los pageses y en favor suyo, en que declaró ser aquella servidumbre muy pesada para cristianos y que no se usaba en ninguna nacion. Por tanto, mandaba que se revocase y se mudase en otra cosa mas llevadera. Esto fué que cada cual de los vasallos pagase á su señor cada un año sesenta sueldos barceloneses, tributo, aunque muy grave, pero que aceptó aquella gente de muy buena gana, tanto mas, que les dieron libertad de poder franquearse y redemir esta carga con pagar de una vez á razon de veinte por uno. Desta manera, despues de largas alteraciones que en aquella parte de España largamente continuaron, todo se sosegó. En Portugal con la muerte de aquellos señores conjurados, de que arriba se habló, las cosas se hallaban en sosiego, y el Rey ocupado en ennoblecer su reino, en particular Azamor, que es una ciudad de la Mauritania Tingitana, puesta á la ribera del Océano Atlántico al salir de la boca del estrecho de Cádiz á mano izquierda, plaza que algunos piensan los antiguos llamaron Timiaterium, como quier que los años pasados fuese tributaria á los reyes de Portugal, de nuevo hizo juramento de estar á su devocion y obediencia, y en señal de homenaje pecharia y enviaria á Portugal por parias cada un año diez mil alosas, cierto género de pescado de que hay alli mucha abundancia; reconocimiento muy honroso para aquella nacion y para sus príncipes, pues no solo por las armas y esfuerzo pudieron los años pasados mantenerse en libertad y fundar aquel reino, á que no tenian derecho muy claro, sino que de presente se adelantaron á sujetar naciones y ciudades apartadas, y se abrieron camino para alcanzar mayor gloria y mayores riquezas que antes.

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