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Querian tomar alguna buena resolución á causa que los venecianos asimismo se declaraban en que el Virey no pasase á Lombardía; y con su gente tenian acordado de ir sobre Bresa, que se tenia por Francia, y en su guarda el señor de Aubeni con mas de tres mil soldados. Los embajadores del Emperador y rey Católico querian se ganase con el campo de la liga y se tuviese en su nombre. Acordaron empero que no se rompiese por entonces con Venecia, sino que el Virey tomase la empresa de Florencia en favor de los Médicis, que andaban desterrados de aquella ciudad. Hízose así; dió la vuelta á Módena, do quedaba su gente. Llevaba en su compañía á Julian de Médicis; y el cardenal Juan de Médicis, su hermano, ya libre por cierto accidente de la prision, le esperaba en Boloña con la artillería. Asimismo Próspero Colona últimamente se juntó con los demás. Detúvose tanto porque en la Marca por órden del Papa se le impidió el paso. En esta sazon se acordó que Maximiliano Esforcia, que ya se intitulaba duque de Milan, pasase á Italia para acabar de allanar con su presencia lo de Lombardía, donde la gente del Papa se apoderó de Parma y Placencia, ciudades de aquel ducado, con color que pertenecian de tiempo antiguo, como queda tocado, á la Iglesia. En Roma falleció don Pascual, obispo de Búrgos, de la órden de Santo Domingo, varon de muy santa vida, que ordinariamente todos los años iba á Roma en peregrinacion, y á la sazon se hallaba allí por causa del Concilio. Fallecieron otrosí los arzobispos de Aviñon y el de Rijoles, prelados notables. Estas enfermedades y otras causas hicieron que el Concilio, celebradas solas dos sesiones, se prorogase hasta principio de diciembre. El Papa preLendia mucho se tratase en él de hacer guerra al Turco por estar divididos los hijos de Bayazete; lo cual pasó tan adelante, que Selin, el hijo menor de aquel Princi pe, con favor de los genízaros en vida de su padre se apoderó de aquel grande imperio, y poco adelante dió la muerte á Acomate y Corcuto, sus hermanos mayores. Parecia esta buena ocasion para tomar los cristianos aquella empresa, dado que los maliciosos decian que esta pretension del Papa se enderezaba á sacar los españoles de Italia con aquel color y maña.

de reconciliar aquel Rey con la Iglesia, de que al prin- | cipio tuvieron buenas esperanzas; mas el Papa acordó de publicar su bula en que ponia entredicho en el reino de Francia, descomulgaba á su Rey, y absolvia del juramento de la fidelidad á los de Guiena y Normandía. Y porque en la ciudad de Leon dieron acogida á los cardenales scismáticos, mandó pasar las ferias á Ginebra, do antiguamente solian estar. Trataba el embajador Jerónimo Vic de concertar al duque de Ferrara con el Papa por medio de Fabricio Colona. Concertóse que pusiese en libertad los prisioneros que tenia en su poder y viniese á Roma á pedir perdon. Hizolo así. Vinieron en su compañía Fabricio Colona y Hernando de Alarcon. Entró en consistorio público con ropa de terciopelo negro y sin bonete. Tratóle muy mal de palabra el Papa; pero en fin le absolvió, aunque no le hizo restituir á Regio, como tenian concertado que se le daria su estado enteramente, antes trató de poner su persona en prision, y todavía queria le diese á Ferrara. Segun era su condicion, no desistiera desta pretension. Ganó Fabricio por la mano y le acompañó hasta le poner en salvo. El virey de Nápoles rehizo un muy buen ejército en pocos dias. Partió la via del Abruzo con intento de hacer allí alarde de la gente que llevaba; halló que con los dos mil españoles que trajo á la sazon el comendador Solís llegaban á siete mil infantes. Llevaba cargo de la infantería el marqués de la Padula ; y porque en el Aguila en cierto ruido él mismo se hirió en la mano, se encomendó aquel cargo al comendador Solís. Los hombres de armas eran hasta mil y docientos; los caballos ligeros quinientos y cincuenta. Sin estos Próspero Colona se ponia en órden con otros cuatrocientos caballos; diósele cargo de la avanguardia. En la batalla iban el conde de Golisano y el duque de Trageto y Antonio de Leiva. En la retaguardia Alonso de Carvajal, señor de Jodar, con otros buenos caudillos. Entre los capitanes de la infantería uno era Juan de Urbina, que se señaló mucho adelante en las guerras de Italia. Con esta gente se hallaba el Virey cuando le vino mandato de parte del Padre Santo que no pasasen adelante á causa que lo de Lombardía quedaba llano y no era menester mas gente para acabar. Fué siempre su intencion de echar todos los transmontanos de Italia; y como para echar los franceses se ayudó del poder de España, asi con ayuda de los potentados de Italia queria hacer lo mismo de los españoles; mas sin embargo, el Virey con todo su campo por la Marca de Ancona pasó á Fermo. Desde allí entre Forli y Faenza se encaminó la vuelta de Boloña. Llegó al castillo de San Pedro en sazon que le vinieron embajadores de parte de los suizos para requerille no pasase adelante, que de otra manera le saldrian al camino; que los franceses ya salieron fuera de Lombardía, y para sujetar las plazas que se tenian por Francia, ellos tenian fuerzas bastantes; todas trazas del Papa. Respondió el Virey que él era general de la liga, y no podia dejar de hacer lo que los principes confederados le mandasen. Con esto pasó á Boloña; desde allí á Módena para verse con el de Gursa en Mantua, segun que tenian acordado. Acudieron á las vistas el conde de Cariati y Pedro de Urrea. Fué esta junta por mediado agosto.

don

CAPITULO XIV.

Que el Gran Capitan no pasó á Italia.

Pasó el Virey con su campo la via de Florencia, segun que quedó acordado. La voz era que pretendia res◄ tituir aquella república en su libertad y hacer que so reconciliase con la Iglesia y no diese favor á los scismaticos. Llegó sin hallar resistencia hasta Prato, que es una villa á diez millas de Florencia. No se quisieron rendir los de dentro, confiados en el gran número de soldados que tenian. Plantóse la artillería, aportillaron

el muro, y á los 29 de agosto entraron por fuerza al pueblo. La alteracion de Florencia por esta pérdida fué grande. Acordaron concertarse con el Virey. Para hacer esto mas libremente quitaron el cargo de coufa. lonier, que era como gobernador ó capitan, á Pedro Soderino. Recibiólos el Virey con muestras de mucha benevolencia. Asentarou su confederacion, que en suma

era perdonar á los de Médicis y de Pacis y restituillos en sus bienes; demás desto, entrar en la liga, apartarse de Francia y ponerse debajo la proteccion del rey Católico. Entonces ellos para muestra de mayor voluntad nombraron por su capitan general al marqués de la Padula. Sirvieron con alguna cantidad de dinero para el gasto de la guerra. Lo mismo hicieron las ciudades de Sena y Luca que se pusieron en la proteccion de España. Sucedió por el mismo tiempo que Jano María de Campofregoso entró con los de su bando en Génova, y en favor de la liga fué elegido por duque de aquella ciudad, con que los pueblos de aquel estado se comenzaron á desviar de la sujecion de Francia. Para que esto se llevase adelante, mandó el rey Católico que el capitan Berenguel de Olms con sus galeras acudiese á aquellas marinas. Todas las cosas de Italia le sucedian tan prósperamente como él mismo las pudiera pintar; que fué causa de sobreseer en la ida del Gran Capitan á Italia y principio de desbaratalla del todo, lo cual pasó desta manera. Luego que se perdió aquella memorable jornada de Ravena, todos pusieron los ojos en el Gran Capitan, cuyo crédito era tan grande, que sola su presencia entendian seria bastante para soldar aquella quiebra. Comunmente cargaban al Virey de poca experiencia, y al conde Pedro Navarro de temerario, y que por esta causa sucedió aquel revés. El mismo rey Católico, si bien se recelaba de la voluntad de aquel caballero por el mal tratamiento que le hizo, acordó de envialle á Italia. Llamóle para esto á Búrgos, do á la sazon residia. Aceptó el cargo de buena gana, y para aprestarse partió para Málaga. Fué cosa maravillosa la gente que le acudia de todas partes luego que se publicó este viaje; parecia que se despoblaba España. El Rey, que tenia intento de proseguir la empresa de Navarra y no gustaba de tanto aplauso, limitó el número; mandó que pasasen con él solos quinientos hombres de armas y dos mil infantes. Sin embargo, los mismos de la guarda y infantería ordinaria del Rey se despedian por pasar á Italia con tan buen caudillo y tan dichoso, que parece era el artífice de su buena ventura. La mayor parte de los caballeros de Castilla y Andalucía se apercebian para servir á su costa; tan grande era la repu→ tacion del Gran Capitan, y tan grande la voluntad que todos tenian de hacelle compañía. Cuanto mayor era el calor con que todo se aprestaba, tanto mas se entretenia el Rey con esperanza que el Virey con algun buen suceso se repararia en su crédito, á quien él amaba tanto, que algunos se confirmaban en la imaginacion que se tenia de que era su hijo. Como las cosas de Italia tomaron el término que se ha dicho, el Rey se determinó de envialle á mandar resolutamente que sobreseyese en su pasada por todo el invierno; y entre tanto se descargase de toda la costa ordinaria y diese órden que todos los caballeros y continuos de su casa que iban con él, le fuesen á servir en la guerra de Navarra. Este mandato, que recibió el Gran Capitan en Córdoba á los primeros de setiembre, le dió la pena que se puede pensar. El sentimiento de la gente fué tan grande, que ningun capitan de hombres de armas quiso ir á servir en aquella guerra de Navarra, fuera de Gutierre Quijada. El Gran Capitan escribió cartas

y

muy sentidas sobre el caso, en que se quejaba de los malsines, de cuyas celadas ¿quién se puede guardar? de su desgracia, que tales servicios se recompensasen con tal paga. Sobre todo, mostraba sentir dos cosas: la una su honra, que todos sospecharian por aquel disfavor algun mal caso de su parte, y á él seria forzoso pa→ sar por la grita de lo que todo el mundo dijese y imaginase; la segunda que no se hiciese gratificacion á aquellos caballeros que gastaron sus haciendas y se empeñaron por acompañalle. Llegó el disgusto á término, que envió un caballero de su casa á pedir licencia para irse á su estado de Terranova como en destierro; mas el Rey respondia con palabras blandas, como lo sabia muy bien hacer, gran maestro en disimular. Decia que su ida no era necesaria por estar ya los franceses fuera de Italia, y que no era conveniente enviar de nuevo gente de España en sazon que el Papa trataba de echar todos los españoles de Italia; cuanto á la ida de Terranova, se mostró mas duro, y le persuadia seria mejor retirarse á su casa en Loja. Pasó tan adelante este disfavor, que no le quiso proveer la encomienda mayor de Leon, que le envió á pedir por muerte de Garci Laso de la Vega, y se proveyó á don Hernando de Toledo. Lo mismo sucedió en la encomienda de Hornachos, que vacó por el mismo tiempo; que fué notable desden y desvío. De que hallo yo dos causas las mas verdaderas: la una particular, que el rey don Fernando no estaba satisfecho de la voluntad deste caballero, y aun se quejaba de inteligencias que diversas veces trajo en su deservicio, en que le parecia disimular por lo que sirvió los tiempos pasados; la segunda es comun á todos los príncipes, que cuando los servicios son muy grandes, miran á los que los hicieron como acreedores; y cuando llegan á ser tales que no se pueden pagar buenamente, se suelen alzar con la deuda y responder con ingratitud, como quier que sea cosa mas ordinaria castigar la ofensa que remunerar el servicio. A la verdad, ningun premio ni honra se debia negar á un tan excelente varon; pero ¿quién acabará con los reyes que con estas consideraciones enfrenen sus desgustos? Quién irá á la mano á sus sospechas, mayormente avivadas con la malicia de sus cortesanos?

CAPITULO XV.

Del cerco de Pamplona.

Entreteníase el duque de Alba en San Juan de Pié dc Puerto. Hacia su gente algunas salidas, y ganaban algunos lugares de poca consideracion. Diego de Vera con gran trabajo hizo pasar allá la artillería. Pusiéronso los duques de Borbon y Longavila, el de Mompensier, el de la Paliza, y Lautreque en Salvatierra, villa de Bearne, y otros lugares comarcanos para hacer rostro á nuestro campo. Tenian ochocientos hombres de armas y ocho mil infantes. El Delfin tenia otro gran número de gente en Garriz para ayudar á esta empresa. Esperaban de cada dia que el rey don Juan acudiese con su gente, que ponia en órden para pasar á Navarra; con esta esperanza los del valle de Salazar y Roncales se alzaron contra los de Castilla. El mariscal de Navarra, que hasta entonces estuvo neutral, se declaró al tanto por

Navarra, y de Tudela, donde vino el rey Católico á recebir la Reina, que despedidas las Cortes de Monzon se volvia, se fué á juntar con los franceses. Apresuróse con esta nueva el rey don Juan. Hay dos puertos para pasar de Navarra á la parte de Francia: el uno se dice Valderronçal, el otro Valderronzas. A la entrada de Valderronzas está San Juan de Pié de Puerto, do se hallaba el duque de Alba. Por la otra parte aquel Rey con su gente subió los montes mediado octubre. Llevaba en su compañía á monsieur de la Paliza. No tenian los de España tanta gente que pudiesen aventurarse á dar la batalla; acudieron empero diversos capitanes con su gente para atajalles el paso donde quiera que se estrechaban los montes. Entre los demás, Hernando de Valdés se fué á poner en Burgui con intento de defender aquella plaza, que era muy flaca. Acudió el campo enemigo, combatiéronla muy fuertemente, y dado que perdieron en el combate cuatrocientos hombres, la entraron con muerte de algunos de los de dentro. Entre los otros, el mismo Hernando de Valdés murió como buen caballero; díjose que se puso en aquel peligro, como despechado de que el Rey cuando volvió de la de Ravena, le dijo: Allá se quedan los buenos. El duque de Alba, visto el peligro en que estaba Pamplona, acordó dejar en San Juan á Diego de Vera con ochocientos soldados y docientas lanzas y veinte piezas de artillería, y él con la demás gente volver á pasar el puerto para proveer á la defensa de lo de Navarra. Pudieran los enemigos atajalle el paso; cegábales su suerte así en esto como en no acudir luego á Pamplona, que se entiende la tomaran sin dificultad. Su tardanza dió lugar á que le acudiese gente, y el Duque con su campo se metiese dentro, con que mucho se aseguraron las cosas, junto con la venida del arzobispo de Zaragoza, que llegó en esta sazon á Egea con hasta seis mil hombres de guerra. Entre los lugares que se rebelaron uno era Estella. Acudió don Francés de Navarra, y por trato que tuvo con los de dentro, entró y saqueó el lugar. Para cercar el castillo acudió con mas gente el alcaide de los Donceles, que le rindió; y asimismo los castillos de Cabrega, Monjardin y el de Tafalla, que estaba tambien alzado, se entregaron. Por el val de Broto, que es en las montañas de Jaca, entró con gente el senescal de Bigorra. Cargaron sobre Torla, ganaron el lugar, y al tiempo que le saqueaban, los de aquel valle se apellidaron, y dieron sobre ellos con tal fuerza, que juntados con los que del lugar quedaban, los desbarataron con muerte de mas de dos mil dellos y pérdida del fardaje y de algunos tiros de campo que traian. El rey don Juan con su gente llegó á dos leguas de Pamplona. Asentó y fortificó su campo en Urroz. Esperaba que los de Pamplona se declarasen por él. Los nuestros tenian prevenido este peligro con hacer salir de la ciudad docientos vecinos, gente sospechosa. Por otra parte, en la Puente de la Reina, que está cerca de allí, se juntaba mucha gente para dar socorro á Pamplona, y si fuese necesario, dar la batalla á los franceses. Acudieron mil y quinientos soldados de Trasmiera y Campos, y novecien→ tos que de Bugia aportaron á Barcelona en compañía de Lope Lopez de Arriaran. Acudió poco despues al mismo lugar la gente de Aragon. Por general deste campo se

ñalaran al duque de Najara. Servia muy bien el conde de Santisteban dou Alonso de Peralta; por tenelle mas obligado le dió el rey Católico título de mariscal de Navarra, y poco despues de marqués de Falces. Aun no se ponia cerco á Pamplona, á causa que los franceses aguardaban golpe de gente que les enviaba el Delfin. El de la Paliza andaba descontento por ver que ninguna cosa le sucedia conforme á su pensamiento. Púsose el campo francés en parte que pudiese atajar los mantenimientos que venian á la ciudad; otra parte del ejército francés que quedaba allende los montes, para divertir las fuerzas del rey Católico entró por la frontera de Guipúzcoa. Dió vista á Fuente-Rabía. Púsose sobre San Sebastian. Venia por caudillo desta gente monsieur de Lautreque, que se determinó de combatir aquella villa. A la sazon se hallaba dentro don Juan de Aragon, hijo del arzobispo de Zaragoza, que pasaba á Flandes para asegurar que no le queria el rey Católico dejar el reino de Nápoles, como sospechaba el Emperador. En su compañía iba Juan de Lanuza para residir en la corte del Principe con cargo de embajador. Con su presencia la gente de dentro se defendió con tanto esfuerzo, que aunque era poca, los franceses se volvieron á Rentería, Y desde allí, porque los naturales no les tomasen el paso, se recogieron en Guiena. Este acontecimiento fué en sazon que el duque de Calabria trataba secretamente de pasarse de Logroño, do á la sazon estaba, al campo francés, con promesa que le hacia el rey de Francia de ponelle en posesion del reino de Nápoles. Fué preso con otros cuatro, por cuyo medio se traian estas inteli gencias. Lleváronle primero al castillo de Atienza, despues al de Játiva, en que estuvo algunos años; los medianeros fueron arrastrados y muertos; ¿en qué paran las desgracias y las trazas mal concertadas? El tiempo iba muy adelante y era poco á propósito para estar en el campo. Acordaron los franceses que se hallaban sobre Pamplona de abreviar. Están dos monasterios de monjas fuera de los muros, el uno de Santa Engracia, el otro de Santa Clara; en estos ejercitaron su crueldad los franceses, que los saquearon, sin tener respeto á ninguna cosa sagrada. Llegó la irreverencia á término que un capitan aleman', abierto el tabernáculo por robar la custodia, con sus manos sacrilegas echó el santísimo Sacramento en el altar. Díjole la sacristana: ¿Cómo os atreveis á hacer tal desacato? Respondió el aleman: Este no es Dios de los alemanes, sino de los españoles; principio de las herejías que poco despues brotaron, sacrilegio que pagó el miserable con la vida, ca en breve, como otro Júdas, reventó. Asentaron su artillería, dieron por dos veces el combate á la ciudad con tanta furia de artillería, que estuvo en gran peligro de ser entrada; mas los de dentro se defendieron muy bien. Señaláronse entre los demás el coronel Villalva y don Hernando de Toledo, Hernando de Vega, Antonio de Fonseca y otros muchos; murió Juan Albion, caballero principal de Aragon. El duque de Najara por lo alto de la sierra que llaman Reniega, se mostró con su gente, que eran seis mil infantes, sin la caballería, con intento de acometer el real de los enemigos, por lo menos atajalles las vituallas. En su compañía iban los duques de Segorve y Villahermosa, el marqués de Agnilar, los

condes de Montagudo y Ribagorza, el alcaide de los Donceles. Acordaron los franceses dejar el cerco y volverse á Francia por el puerto de Maya. Levantaron sus reales postrero de noviembre; siguiéronlos el condestable de Navarra y el coronel Cristóbal de Villalva. Matáronles alguna gente, y tomáronles trece piezas de artillería. Con esto se remató aquella guerra, que fué muy reñida. Los agramonteses acabaron de entregar todas las fuerzas que quedaban en su poder. La ciudad de Pamplona se reparó con todo cuidado, y aun se señaló lugar en que para su defensa se levantase un castillo. Quedó nombrado por virey el alcaide de los Donceles, al cual se dió título entonces de marqués de Comares. Entre tanto que venia á tomar el cargo, dejó el duque de Alba para el gobierno á su hijo don Pedro de Toledo, marqués de Villafranca, que se halló con los demás en aquel cerco, y fué adelante muchos años virey de Nápoles, persona en valor y prudencia muy señalada.

CAPITULO XVI.

El Virey ganó la ciudad de Bresa.

El virey don Ramon de Cardona, concluida con tanta prosperidad la guerra de Toscana y asentadas las cosas de Florencia muy á su gusto, revolvió con su campo la via de Lombardia. En Módena, que se tenia por el Emperador, se juntaron con él el de Gursa, don Pedro de Urrea y Andrea del Burgo para consultar lo que se debía hacer. La ciudad de Bresa que todavía se tenia por Francia, la sitiaban venecianos con esperanza de apoderarse della. El Emperador la queria para sí; los suizos porfiaban que se diese al duque Maximiliano Esforcia, cuya defensa tomaran. Por evitar los inconvenientes que desta discordia podrian resultar, acordaron en aquella junta que el Virey entrase de por medio y la tomase por la liga para dalla á quien de derecho pertenecia. Quedóse`el de Gursa en Módena; don Pedro de Urrea y Andrea del Burgo fueron á Roma para en tender del Papa su voluntad y persuadille acudiese con el dinero que concertó para la paga de la gente de la liga que de meses atrás no se pagaba. El Papa no ve

mas encendida; pasó el Po por Ostia. Halláronse al paşar mas de nueve mil infantes, y por su general el marqués de la Padula. Venia Próspero Colona con pasados de cuatrocientos hombres de armas y mil infantes para juntarse con el Virey. Procuró el Papa impedille el paso por las tierras de la Iglesia, mas no salió con ello. Pretendió asimismo por medio del Cardenal sedunense que los suizos no dejasen entrar al Virey en Lombardía. Decia que los españoles se querian hacer señores de Italia; ¿qué prestaria echar los franceses y quedar en su lugar los españoles, gente pobre y mas mala de sujetar? Llegó el campo á Verona, do esperaba Rocandulfo, capitan del Emperador, con dos mil alemanes y cuatrocientos caballos ligeros. Tenia á punto la artillería, que eran seis cañones, una culebrina, veinte piezas de campo. Partieron todos la via de Bresa. Monsieur de Aubeni, apretado del cerco de venecianos y del miedo del nuevo ejército que venia, alzó en aquella ciudad banderas por el Emperador. En esta sazon llegó Bernardo de Bibiena al campo. Dió al Virey el recado que le traia. Respondió él á esta embajada con palabras comedidas que holgara ser avisado antes de pasar el Po para obedecer aquel mandato; que ya tenia la empresa tan declarada y adelante, que sin hacer falta á la reputacion no se podia volver atrás; que acabada, se haria como era razon todo lo que á su Santidad pluguiese. Partieron de Verona los de la liga; de camino rindieron la villa de Pesquera y su fortaleza, que se tenian por Francia. Antes que llegasen á Bresa, envió el Virey á hacer sus cumplimientos con la señoría y con Pablo Ballon, que tenían por general en aquel cerco. Decia que como general de la liga venia á cumplir con su obligacion, y pues iba para este efecto y en servicio de la liga y queria dar á cada cual lo que era suyo, diesen órden como sus gentes se juntasen con él. Los intentos eran muy diferentes, y así no se podian concordar. Llegó nuestro campo á ocho millas de aquela ciudad cuando movieron los franceses pláticas de concierto. Acordaron que el señor de Aubeni con su gente, que eran cuatrocientas lanzas y dos mil infantes, con sus armas, caballos y bienes se fuesen donde por

nia en ello; excusábase con que desde que se dió la ba-bien tuviesen, á tal que no se recogiesen al castillo de

talla de Ravena espiró aquella obligacion y paga; todavía daba intencion de proveer de dinero, si dejada la empresa de Lombardía, el Virey revolviese sobre Ferrara, de la cual en todas maneras pretendia apoderarse. Con este intento el duque de Urbino era salido en campaña, y tenia dos mil suizos en Luco y Bañacabalo; poca gente para aquella empresa, sino era ayudado, mayormente que por no pagalla la mas se despidió brevemente. Daban don Pedro de Urrea y su compañero al Papa buenas palabras sin concluir nada; acordó de enviar á Bernardo de Bibiena, que fué adelante cardenal, para que avisase al Virey de su voluntad. Llegó á la sazon á Módena el marqués de Pescara, libre por rescate de la prision en que franceses le tenian. Diéronle cargo de la compañía de hombres de armas de Gaspar de Pomar, que mataron en Milan en cierto ruido, y era la mejor gente que á la sazon de españoles se hallaba. Partió el Virey para la Mirandula 1.o de octubre, al mismo tiempo que la guerra de Navarra andaba

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Milan ni otros lugares que se tenian por Francia; honrado asiento para tener sobre sí dos campos. El de Gursa fué el todo para que se les concediese. Con las mismas condiciones se obligaron los del castillo de entregar aquella fuerza con la artillería y municiones, si dentro de veinte y un dias no fuesen socorridos bastantemente. El mismo dia que se concluyó este asiento, que fué á los 25 de octubre, se hizo alarde de la gente de armas y de la infantería española en Castanetola, que está junto à Bresa. Halláronse mas de ocho mil infantes con los que llegaron á esta sazon en compañía de Próspero Colona. Quedó en el gobierno de aquella ciudad el comendador Solís con hasta mil soldados que parecieron bastantes para su defensa; lo demás del campo acudió sobre el castillo de Bérgamo, que la ciudad ya estaba rendida. De Nápoles partió el almirante Vila→ marin con siete galeras para juntarse con las del Papa, que esperaban en Civitavieja, é ir á Génova y poner cerco sobre el castillo de la Lanterna, que se tenia por

.

Francia. Hallaron en aquel puerto otras tres galeras de la señoría de Venecia, enviadas para el mismo efecto. Tenia el duque de Génova otras cuatro galeras, pero muy faltas de gente y de artillería; todo procedia flojamente; por esto el cerco iba á la larga. Los franceses tenian en Marsella solas seis galeras y un galeon; armada pequeña. Los cardenales scismáticos en Leon de Francia continuaban su concilio; ofrecian á los príncipes grandes partidos como si en su mano lo tuvieran todo. El virey de Sicilia don Hugo de Moncada con una buena armada que juntó pasó á la ciudad de Tripol para dar órden en la fortificacion de los castillos y dejar en buena defensa aquella ciudad por lo que importaba para proseguir la conquista de Berbería. El duque de Urbino se hallaba en la Romaña entre lo de Ravena y Boloña con quinientos hombres de armas y mil suizos. La gente italiana, que tenia en mayor número, cada dia se desmandaba; la tierra y los naturales eran robados, sin que se hiciese efecto de alguna consideracion.

CAPITULO XVII.

Que Maximiliano Esforcia entró en Milan. Entretúvose Maximiliano Esforcia algunos meses en Trento y en el Veronés. Esperaba que los franceses acabasen de salir de aquel su estado, en especial procuraba se ganasen los castillos de Milan y de Cremona, que se tenian por Francia. Pretendia otrosi que los milaneses contentasen á los suizos, los cuales, dado que se mostraban mucho de su parte y no venian en que se desmembrase parte alguna de aquel ducado, sino que se le diese lo de Placencia y Parma, que tenia el Papa, y lo de Aste, que pretendia, y lo de Cremona y Geradada, que se dió los años pasados á venecianos; todavía queriau tener parte en la presa. Concertaron los milaneses de dalles en dos años ciento y cincuenta mil ducados, y perpetuamente por año cuarenta mil. Para seguridad de la paga ofrecieron que tuviesen en su poder tres fortalezas de aquel ducado. Las voluntades de los príncipes no iban conformes, y las trazas eran contrarias. El Emperador quisiera mas lo de Milan para uno de sus nietos; no se aseguraba empero de podello sustentar contra el poder de Francia y de toda Italia, que deseaban se pusiese señor propio y natural en aquel estado. Llegó este deseo comun á término, que el obispo de Lodi, hijo bastardo del duque Galeazo, se puso en la fantasía de hacerse duque de Milan. No le desayudaba el Cardenal sedunense para esto por conservarse en el gobierno que de aquel estado tenia y en nombre ajeno mandallo todo. Persuadíase que cuanto el Duque fuese mas flaco, tanto tendria mayor necesidad de su ayuda; ni al Papa le desplacia en lo secreto aquella traza, por no asegurarse del duque Maximiliano, que venia muy prendado del Emperador y rey Católico. Por cortar todas estas tramas despues que se acabó lo de Bresa, se dió órden en la ida de Maximiliano Esforcia á Milan. Entró en aquella ciudad á los 29 de diciembre, - principio del año 1513. Acompañíronle el Cardenal sedunense, el virey de Nápoles, el de Gursa y don Pedro de Urrea. Fué recebido con toda la majestad y muestra de alegría con que se solian recebir los duques pasa

dos. Los embajadores de los suizós le presentaron las
llaves de la ciudad con grande ceremonia. Concluidas
las fiestas, se trató de allanar lo que quedaba por Fran-
cia. El marqués de la Padula fué con la infantería espa-
ñola contra Trezo, castillo muy fuerte á la ribera del rio
Abdua, y le rindió en pocos dias; el de Novara, que
era mas importante, se entregó á la gente del Duque.
Tratábase de concluir las paces entre el Emperador y
venecianos; y por cuanto la tregua asentada espiraba
por todo el mes de enero, concertó el conde de Cariati
que se prorogase por todo febrero y despues hasta en fin
de marzo. El de Gursa venia en las condiciones que le
ofrecia el Papa el año pasado de parte de venecianos;
pero ellos no aceptaban ningun partido si no les daban
á Verona. Pareció seria necesario hacelles la guerra
con las fuerzas del Emperador, de España y de Milan,
sin hacer mencion de los suizos, por tener entendido en
breve se concertarian con Francia por medio de mon-
sieur de la Tramulla, que fué enviado para este efecto;
principio de nuevas revoluciones. Pretendia el Virey
que ante todas cosas se asegurasen del estado de Milan,
en que á los franceses quedaba la mayor parte; y Tri-
vulcio tenia juntos cinco mil infantes para volver á
aquella empresa, y cada dia se le juntaban mas. Por
esto puso á Próspero Colona en Aste con buen número
de gente para atajar á los franceses el paso. El rey Cató-
lico quiso valerse de Inglaterra para enfrenar el poder de
Francia; y visto por lo que pasó el año pasado, que los
ingleses no hacian buena mezcla con otra gente, por
ser tal su condicion que mal se concierta con nadie,
hacia instancia con aquel Rey que por la parte de Ca-
lés acometiese lo de Normandía, y él ofrecia con su
gente tomar la empresa de Guiena para entregalla al
Inglés luego que fuese ganada; partido honroso y pro-
vechoso, si se cumpliera; así lo entendia aquel Rey.
Con este intento aprestó una armada de cincuenta na-
ves, en que pensaba pasar á Francia nueve mil infantes,
gente bien armada y lucida, y aun hacia instancia con
el rey Católico le enviase otras cincuenta naves desde
España para ayudarse dellas en aquella guerra. No era
fácil cosa acudirá tantas partes, porque demás de ser
las empresas muy graves, el rey Católico andaba en-
fermo y la Andalucía alborotada. La ocasion de la dɔ◄
lencia fué cierta bebida extravagante que le hizo dar la
Reina en Medina del Campo por el deseo que tenia de
concebir; así lo refieren el doctor Carvajal en sus Me-
morias y Pedro Mártir como cosa que se tenia por
averiguada. Lo que resultó fué que se debilitó el Rey
de manera, que ninguna cosa apetecia sino andarse por
los bosques. Aumentábase el mal de cada dia mas con
desmayos ordinarios y muestras de hidropesia. La An-
dalucía se alteró por la muerte de don Enrique, duque
de Medina Sidonia. Tenia una hermana de padre y ma-
dre, por nombre doña Mencía, casada con don Pedro
Giron, y un hermano de padre, que se llamaba don
Alonso Pérez de Guzman. Nombró en su testamento
por sucesora en el estado á su hermana, afirmando que
el segundo matrimonio de su padre no fué válido. Con
este fundamento tan flaco pretendió don Pedro Girou to-
mar posesion de aquel rico estado, y se apoderó de Me-
dina Sidonia. Doña Leonor de Zúñiga, madrastra de don

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