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la ciudad de Barbastro con cuatro mil caballos y gran número de infantería. En aquellos reales se hicieron él y su mujer alzar y pregonar por reyes de Aragon con las ceremonias que en tal caso se acostumbran. Tembló la tierra en Valencia, mediado el mes de diciembre, con que muchos edificios cayeron por tierra, otros quedaron desplomados; que era maravilla y lástima. El pueblo, como agorero que es, pensaba eran señales del cielo y pronósticos de los daños que temian. Desbaratóse este nublado muy en breve á causa que el de Fox, alzado el cerco, fué forzado á dar la vuelta por la parte de Navarra á su tierra con tal priesa, que mas parecia huida que retirada, de que daba muestra el fardaje que en diversas partes dejaba. La falta de vituallas le puso en necesidad de volver atrás, por ser la tierra no muy abundante y tener los naturales alzados los mantenimientos y la ropa en lugares fuertes; demás que el conde de Urgel en todos lugares y ocasiones le hacia siempre algun daño con encuentros y alarmas que le daba. La retirada de los enemigos y el sosiego de Aragon y Cataluña fué por principio del año del Señor de 1396, en sazon que el nuevo rey don Martin, alegre con las nuevas que de Aragon le vinieron y allanados los alborotos de Sicilia, acordó de dar la vuelta á España en una buena armada que de naves y galeras aprestó en Mecina. Aportó de camino á Cerdeña, en que apaciguó asimismo en gran parte las alteraciones de aquella isla. Parecia que el cielo favorecia sus intentos y que todo se le allanaba. En la costa de la Provenza por el rio Ródano arriba llegó hasta la ciudad de Aviñon para verse con el papa Benedicto y hacelle el homenaje debido. El le presentó la rosa de oro con que suelen los pontifices honrar á los grandes príncipes, y le dió la investidura de Cerdeña y de Córcega con título de rey y como á feudatario de la Iglesia con las ceremonias y juramentos acostumbrados. Despedido del Papa, finalmente con su armada surgió en la playa de Barcelona. Allí hizo su entrada en aquella ciudad á manera de triunfo por las victorias que ganara y tantos reinos como en breve se le juntaron; y en una pública junta de los mas principales tomó la posesion de aquel reino por el derecho que á él tenia y por el que le daba el testamento de su hermano el rey don Juan. Al conde de Fox y á su mujer, porque tomaron nombre de reyes y por la entrada que hicieron por fuerza en aquel reino, los hizo publicar por traidores y enemigos de la patria; si á tuerto, si con razon, ¿quién lo podrá averiguar? Pero destas cosas se tornará á tratar en otro lugar; al presente volvamos á lo que se nos queda rezagado.

la continua indisposicion del Rey y la grande paz de que por beneficio del cielo gozaron en aquel tiempo fueron ocasion de que pocas cosas sucediesen dignas de memoria y de cuenta. El duque de Benavente estaba preso en Monterey por cuenta y á cargo del maestre de Santiago; pasáronle adelante deude á la villa de Almodóvar. El arzobispo de Santiago, prelado, aunque pequeño de cuerpo, de gran corazon y que no sabia disimular, se mostraba desto agraviado, pues el Duque, fiado de su palabra, deshizo su gente, y se vino á la corte para ponerse en las manos del Rey. Demás desto, tenia por peligroso para la conciencia obedecer á los papas de Aviñon, que cuidaba ser falsos, y verdaderos los que residian en Roma. Este color tomó y esta ocasion para dejar á Castilla y pasarse á Portugal. Allí le criaron, primero obispo de Coimbra, y despues arzobispo de Braga en recompensa de la prelacía muy principal que dejaba en Castilla, de Santiago, en que por su ausencia entró don Lope de Mendoza. Era en la misma sazon obispo de Palencia don Juan de Castro, personaje mas conocido por la lealtad que siempre guardó al rey don Pedro y sus descendientes que por otra prenda alguna. Anduvo fuera de España en servicio de doña Costanza, hija del rey don Pedro, por cuya instancia y á contemplacion de su marido el duque de Alencastre le hicieron obispo de Aquis en la Guiena. Despues, al tiempo que se hicieron las paces entre Castilla é Inglaterra, volvió entre otros del destierro para ser obispo de Jaen, y finalmente de Palencia. Refieren que este Prelado escribió la corónica del rey don Pedro con mas acierto y verdad que la que anda comunmente llena de engaños y mentiras por el que quiso lavar su deslealtad con infamar al caido y bailar al son que los tiempos y la fortuna le hacian. Añaden que aquella historia se perdió y no parece, mas por diligencia de los interesados, que por la injuria del tiempo, ó por otro demérito suyo. Tal es la fama que corre; así lo atestiguan graves autores. Nos en los hechos y vida del rey don Pedro seguimos la opinion comun, que es la sola voz de la fama, y de ordinario va mas conforme á la verdad; y es averiguado que no menos ciega el amor que el odio los ojos del entendimiento para que no vean la luz ni refieran con sinceridad y sin pasion la verdad. En Aragon no andaba la gente sosegada; la mudanza de los príncipes, en especial si el derecho del sucesor no es muy claro, suele ser ocasion de alteraciones. Prendieron á don Juan, conde de Ampúrias; achacá banle se inclinaba á la parte del conde de Fox, quier por tener su derecho por mas fundado y su demanda mas justa, quier por satisfacerse del agravio que pretendia le hicieron los años pasados. Amenazaba guerra de parte de Francia. Juntaron Cortes del reino en San Francisco de Zaragoza muy generales y llenas á 2 de octubre; acordaron se hiciese gente por todas partes para la defensa, y por general señalaron á don Pedro, conde de Urgel. Ninguna diligencia era demasiada, porque el conde de Fox, con un grueso campo, pasadas las cumbres de los Pirineos, corria la comarca que baña con su corriente el rio Segre y los pueblos llamados antiguamente ilergetes. Robaba, saqueaba, quemaba y finalmente á los postreros de noviembre se puso sobre

CAPITULO VII.

Que de nuevo se encendió la guerra de Portugal. El estado de las cosas de España en esta sazon era tolerable. El imperio oriental de los griegos padecia mucho y amenazaba alguna gran ruina por las discordias que en tan mala coyuntura se levantaron entre aquellos príncipes y la perpetua felicidad de los otomanos, emperadores de los turcos. La parcialidad de los griegos mas flaca, como es ordinario, sin tener respeto al bien comun, buscó socorros de fuera, y lo que

fué peor, llamó en su ayuda á Amurates, gran emperador de aquella gente. No le pareció al Turco dejar pasar la ocasion que aquellas discordias le presentaban de apoderarse de todo. Pasó con gran gente el estrecho de Hellesponto, y cerca dél se apoderó de primera entrada de Gallipoli y Adrianópoli, dos ciudades famosas y principales. Aspiraba á hacer lo mismo de lo restante de aquel imperio, y aun sus gentes se derramaron por diversas partes. El daño que hizo fué grande, y mayor él espanto, no solo en lo de Grecia, sino en las naciones comarcanas, en especial en Hungría, cuyo rey era Sigismundo, mas conocido y famoso por la paz que los años siguientes puso en la Iglesia, quitado el scisma, que venturoso en las armas. En este aprieto despachó sus embajadores á Cárlos VI, rey de Francia, para avisalle del peligro que corria toda la cristiandad, si prestamente todos no acudian á apagar aquel fuego antes que cobrase mas fuerzas y el imperio de aquella gente bárbara y fiera con el tiempo se arraigase en Europa. Oyeron los franceses por su nobleza y valor esta embajada de buena gana. Aprestaron buen golpe de gente á caballo, y por caudillo Juan, hijo del duque de Borgoña, y Filipe, condestable de Francia, Enrique de Borbon con otras personas de cuenta. Llegados á Hungría, consultaron con el rey Sigismundo en la ciudad de Buda sobre la manera en que se debia hacer lå guerra. Acordaron convenia presentar la batalla al enemigo lo mas presto que pudiesen antes que se resfriase el calor que los franceses traian de pelear. Hicieron algunas cabalgadas, no de mucha cuenta, y quitaron de poder de los enemigos algunos pueblos de poco nombre, pero que les dió avilanteza para aventurar el resto y menospreciar al enemigo, cosa de ordinario muy perjudicial en la guerra. Marcharon con su gente hasta los confires de Tracia y hasta dar vista al enemigo cerca de la ciudad de Nicópoli. Ordenaron sus haces con resolucion de pelear, lo mismo hicieron los contrarios, dióse la señal por ambas partes de acometer. Los franceses, con el orgullo que llevaban, se adelantaron sin dar lugar á que los húngaros saliesen de sus reales y les hiciesen compañía. Cerraron antes de tiempo, que fué ocasion de perder aquella memorable jornada; muchos quedaron muertos en el campo, otros cautivaron, y entre los demás á Juan, hijo del duque de Borgoña, á quien su padre adelante rescató por gran dinero. El rey Sigismundo escapó á uña de caballo. Sucedió este grave daño y revés la misma fiesta de San Miguel, 29 de setiembre, con que el resto de la cristiandad quedó atemorizado, no solo por el estrago presente, sino mucho mas por los males que para adelante amenazaban. En unas partes se oian llantos por la pérdida de los suyos, en otras hacian procesiones y rogativas para aplacar á Dios y su saña. En Granada falleció el rey Juzef; rugíase que por engaño del rey de Fez, que con muestra de amistad le envió entre otros muy ricos presentes una marlota inficionada de ponzoña, tal y tan eficaz, que luego que la vistió convidado de su hermosura, se hirió de tal suerte, que dentro de treinta dias espiró atormentado de gravísimos dolores; las mismas carnes se le caian á pedazos, cosa maravillosa, si verdadera. Muerto Juzef, se apo

deró por fuerza del reino su hijo menor, por nombre Mahomad, y por sobrenombre Balva. Quedó excluido y privado el hijo mayor, llamado como el padre Juzef; venció su mejor derecho la maña que su hermano tuvo en granjear las voluntades del pueblo y sus buenas partes de ingenio vivo y valor, en que no tenia par. Solo le ponia en cuidado el rey de Castilla no emprendiese con sus fuerzas de restituir á su hermano en el reino de su padre. Para prevenirse partió para Toledo, resuelto de conquistar con dones y con su buena maña aquel Rey y á sus cortesanos. Salióle bien la jornada, que, renovado el concierto puesto con su padre, de nuevo se tornaron á asentar las treguas. Teníanse á la sazon Cortes en Toledo, en que se publicó una premática sobre las prebendas eclesiásticas, que no las pudiese poseer ningun extranjero, excepto algunos pocos, con quien pareció en particular dispensar, y en general con toda la nacion portuguesa, ca la pretendian conquistar y su aficion con semejantes caricias. Publicó otrosí el Rey este año una ley, en que mandó que ninguno pudiese tener mula de silla que no mantuviese caballo de casta, con algunas modificaciones que se pusieron, todo á propósito que en el reino se criase número de caballos. En Sevilla un juéves, 5 de octubre, falleció Juan de Guzman, conde de Niebla. Sucedióle Enrique de Guzman, su hijo, que fué padrc de otro Juan de Guzman, por merced de los reyes primer duque los años adelante de aquella nobilísima casa. Los caballeros de Calatrava trocaron la muceta de que antes usaban con su capilla de color negra en la cruz roja de que hoy usan por bula del papa Benedicto, ganada á instancia y suplicacion de su maestre don Gonzalo de Guzman. Los portugueses, por aprovecharse de la ocasion que la poca salud del rey don Enrique les presentaba, trataban de volver á las armas. Era necesario buscar algun color para acometer aquella novedad. Parecióles bastante que algunos grandes de Castilla no firmaron en tiempo las treguas que se asentaron. Juntaron sus huestes, con que de primera entrada se apoderaron de Badajoz, ciudad puesta á la raya de Portugal, en que prendieron al gobernador, que era el mariscal Garci Gonzalez de Herrera. Destos principios de rompimiento se continuó la guerra por espacio de tres años con el mismo tesony porfia que la pasada. Para hacer resistencia mandó el de Castillajuntar y alistar sus gentes, y por general á don Ruy Lopez Dávalos, que poco antes hiciera su condestable, sea por muerte del conde de Trastamara, ó por despojalle de aquella dignidad; lo del mar, como negocio no menos importante, encargó al almirante Diego Hurtado de Mendoza. Sucedió por el mes de mayo del año siguiente 1397 que cinco galeras castellanas se encontraron con siete portuguesas, que volvian de Génova cargadas de armas y otras municiones. Embistiéronlas con tal denuedo, que las desbarataron; las cuatro tomaron, una echaron á fondo, las otras dos se escaparon. Pareció gran crueldad que despues de la victoria echaron á la mar cuatrocientas personas, si ya no juzgaron que con semejante rigor se debia enfrenar el orgullo de aquella nacion. El Almirante otrosí con su armada costeó las marinas de Portugal, saqueó y quemó pueblos, taló los campos y

robó toda la tierra, sin que le pudiesen ir á la mano. Muchos nobles y fidalgos de Portugal, unos por tener la guerra por injusta y aciaga, otros por estar causados del gobierno de su Rey, se pasaron á Castilla; personas de valor, de que dieron muestra en todas las ocasiones que se presentaron. Los de mas cuenta fueron Martin, Gil y Lope de Acuña, todos tres hermanos; Juan y Lope Pacheco, hermanos asimismo. A estos caballeros heredaron magníficamente los reyes de Castilla en premio de sus servicios y recoinpensa de la naturaleza y lo demás que en su tierra dejaron; zanjas y cimientos sobre que adelante se levantaron en Castilla muy principales casas y estados de estos apellidos y de otros. Continuábase la guerra, en que los portugueses se apoderaron de Tuy, ciudad de Galicia puesta á la raya de Portugal. Demás desto, por otra parte en la Extremadura pusieron sitio sobre la villa de Alcántara, bien conocida por ser asiento de la caballería de aquel nombre. Acorrió á los cercados en tiempo el nuevo condestable de Castilla, con que no solo desbarató el cerco é hizo retirará los enemigos, pero rompió por las fronteras de Portugal, corrió y robó la tierra y aun se apoderó de algunos pueblos de poca cuenta y enfrenó el orgullo y osadía de los contrarios. Por otra parte, el maestre de Alcántara y Diego Hurtado de Mendoza, el almirante, y con ellos Diego Lopez de Zúñiga, justicia mayor de Castilla, se pusieron sobre Miranda de Duero. Acudió asimismo con su gente el Condestable, con que de tal guisa apretaron el cerco, que los de dentro fueron forzados á rendirse. Así por la una y por la otra parte resultaban pérdidas y ganancias, con que los portugueses algun tanto se templaron, y todos comunmente entraron en esperanza se podria con buenas condiciones asentar paz entre aquellas dos naciones, que era Jo que mejor les venia.

CAPITULO VIII.

Cómo se renovaron las treguas entre Castilla y Portugal.

Al principio desta guerra dos frailes franciscos, cuyos nombres no se saben, solo se dice que encendidos en deseo de extender la religion cristiana y de enseñar á los moros descaminados y errados el camino de la verdad, se atrevieron á predicalles en público en Granada con gran concurso del pueblo, que se maravillaba de aquella novedad. Mandáronles dejasen aquella porfía; y como no quisiesen obedecer, si bien los maltrataron de palabra y obras, los alfaquíes, para atajar el escándalo, de consuno se fueron al Rey y se querellaron del desacato que con aquella libertad se hacia á su religion. Salió decretado que les echasen mano é hiciesen dellos justicia como de amotinadores del pueblo. Fué fácil prender á los que no huian y convencer á los que no se descargaban; cortáronles las cabezas y arrastraron sus cuerpos con todo género de denuestos y ultrajes que les dijeron é hicieron. Los cristianos despues de muertos los tienen y honran como á mártires. En Aviñon el papa Benedicto, desamparado de sus cardenales, como se tocó arriba, y por tener enojado y por enemigo al rey de Francia, y él mismo estar cercado dentro de su sacro palacio, se hallaba con poca

esperanza de poder resistir á torbellinos tan grandes y mantenerse en el pontificado. Solo le alentaba contra el odio comun que los reyes de España casi todos tenian recio por él, sin embargo que el rey de Francia traia gran negociacion por medio de sus embajadores para apartallos de aquella obediencia. Decian que ningun otro camino se descubria para la union de la Iglesia, tan deseada y tan importante, sino que Benedicto renunciase simplemente, como él mismo lo tenia prometido y jurado cuando le sacaron por papa. Hízose junta general de obispos y otras personas graves en ciencia y prudencia. Asistieron de parte del rey de Aragon Vidal de Blanes, un caballero de su casa y otro gran jurista, por nombre Ramon de Francia. No se alteró nada en esta junta, si bien el Rey de seaba venir en lo que el de Francia le pedia; solo acordaron se procurase que con efecto los dos papas revocasen las censuras que el uno contra el otro tenian fulminadas, y de comun consentimiento con toda brevedad señalasen lugar en que los dos se comunicasen sobre los medios que se podrian tomar para unir la Iglesia y asentar una verdadera paz. En Pamplona la principal parte de la iglesia Catedral estaba por tierra, que se cayó siete años antes deste en que vamos. Deseaban reparalla, pero espantábales la mucha costa, para que no eran bastantes ni los proventos de la iglesia ni las limosnas particulares. El rey don Cárlos, visto esto, con gran liberalidad señaló para la fábrica la cuadrágesima parte de sus rentas reales por término de doce años, de que hay pública escritura, su data en San Juan de Pié de Puerto, á las vertientes de los Pirineos de la parte de Francia, deste año á 25 de mayo. Deseaba este Rey en gran manera recobrar el estado que sus antepasados poseyeron en Francia, que era el condado de Evreux y gran parte de Normandía. Trató desto por medio de sus embajadores con el rey de Francia, y como quier que en ausencia no se efectuase cosa alguna, acordó en persona pasar á la corte de aquel Rey, que aun no estaba del todo sano de su enfermedad, antes á tiempos se le alteraba la cabeza de suerte, que mal podia atender al gobierno. Por esto el Navarro, sin acabar cosa alguna de las que pretendia, cansado y gastado, dió la vuelta para su reino por el mes de setiembre del año 1398. Llegado, dió órden que todos los estados jurasen por heredero de aquella corona un hijo que el año pasado le nació de su mujer, y le llamaron asimisino don Carlos. La ceremonia y solemnidad se hizo en Pamplona á los 27 de noviembre; la alegría duró poco á causa de la muerte del Infante que le sobrevino en breve. Los portugueses, hostigados con los reveses pasados, tomaron mejor acuerdo de mover pláticas de paz. Despacharon embajadores en esta razon; respondió el rey don Enrique que ni él rompió la guerra ni pondria impedimentò á la paz á tal que las condiciones fuesen honestas y tolerables. Dieron y tomaron sobre el caso; era dificultoso asentar paces perpetuas; acordaron de confirmar las treguas pasadas. Recelábanse los de Castilla de los de Aragon que querian tomar las armas; que causas de disgustos entre reyes comarcanos nunca faltan, ni razones con que cada cual abona su querella. El marqués de Villena ponia en cui

son de provecho para la paz. Esto quién lo entiende de los obstinados en su ley, quién de los que dellos proceden, aunque convertidos y cristianos. Tuvo cuatro bijos y una hija de su mujer, con quien casó antes de ser cristiano. El mayor, por nombre Gonzalo, por sus buenas partes subió primero al obispado de Plasencia y despues al de Sigüenza. El segundo, Alonso, que fué dean de Segovia y de Santiago, y mas adelante sucedió á su padre en la iglesia de Búrgos. Anda una obra suya impresa de no mal estilo, en que como en compendio abrevió los hechos de los reyes de España, que él mismo intituló Anacefáleosis, que es lo mismo que recapitulacion; otra que intituló Defensorium fidei; otra de mano por nombre Defensorium catholicae unitatis, en defensa de los nuevamente convertidos y contra los estatutos que en aquel tiempo comenzaban. Los dos hijos menores se llamaron Pedro y Alvaro. Este Alvaro piensan que fué el que escribió la Corónica de don Juan el Segundo, rey de Castilla, asaz larga, de traza y de estilo agradable, no toda, sino una buena parte. La verdad es que Alvar García de Santa María, el coronista, no fué el hijo de Paulo, burgense, sino su hermano. En lo demás desta Corónica otros pusieron la mano, y en especial Hernan Perez de Guzman, señor de Batres, la llevó al cabo; cuya descendencia pareció poner en este lugar. Su abuelo fué Pero Suarez de Toledo, camarero mayor del rey don Pedro; su padre Pero Suarez de Guzman, notario mayor del Andalucía. Casó Hernan Perez con doña Marquesa de Avellaneda, de la casa de Miranda. Desta señora y de otra segunda mujer dejó muchos hi

dado, que andaba desabrido, y ni queria venir á la corte de Castilla como lo requerian, y tenia un grande estado á la raya de Valencia, y aun se podia sospechar atizaba en Aragon el fuego de los disgustos. Allegóse otra nueva ocasion para hacelle guerra y atropellalle. Esto fué que dos hijos del Marqués, don Alonso y don Pedro, casaron los años pasados con dos tias del rey de Castilla, que llevaron en dote cada una treinta mil ducados. Todo este dinero se contó de presente para pagar el rescate del Marqués á los ingleses, que le prendieron en la batalla de Najara, como queda dicho en otros lugares, y para librar á don Alonso, que le entregó su padre en rehenes hasta tanto que el rescate suyo se pagase. Don Pedro murió en la batalla de Aljubarrota, padre que fué del famoso don Enrique de Villena, de quien se tuvo por cierto que por el deseo que tenia de saber no dudó de aprender el arte condenada de nigromancia. Algunos libros que andan suyos dan muestras de su agudeza y erudicion, si bien el estilo es afectado con mezcla de las lenguas latina y castellana usada en aquella era, en esta muy desgraciada. Don Alonso no vino en efectuar su casamiento. Excusábase con la fama que corria del poco recato y honestidad de su esposa. Pretendia el rey don Enrique, como sobrino y valedor de aquellas señoras, que pues la una quedó viuda y el casamiento de la otra no se efectuaba, que por lo menos les debian restituir sus dotes. Hacíanse sordos á esta demanda el Marqués y su hijo, y alegaban sus causas para no hacello; que á semejantes personajes nunca faltan. Esto tomó por ocasion el rey don Enrique para quitarse de cuidado y ejecutar lo que por todas vias lejos. El mayor y heredero de su casa, Pedro de Guzman, venia á cuento y lo deseaba, que fué con las armas apoderarse de aquel grande estado de Villena, que se hizo con facilidad. Solo quedaron por el Marqués Villena y Almansa, que tenia bien pertrechadas y con buena guarnicion de soldados aragoneses. Contemporáneo de don Enrique de Villena, y que le semejaba en los estudios y erudicion, fué don Pablo de Cartagena, del cual por ser persona tan señalada será justo hacer memoria en este lugar. Su nacion y profesion fué de judío desde sus primeros años, el mas rico y principal entre aquella gente, dado á la leccion de los libros sagrados y á las otras ciencias. Con deseo de saber revolvia las obras de santo Tomás de Aquino, que escribió en materia de teología. Con esta leccion se convenció de la ventaja que hace la verdad cristiana á las fábulas y á las invenciones judaicas; finalmente se bautizó; y como era tan sabio, en defensa de la religion que tomaba escribió libros admirables. En premio de sus letras y para mover á los demás judíos que le imitasen le honraron mucho. Primero le hicieron arcediano de Treviño, despues obispo de Cartagena, y finalmente de Búrgos, su natural y patria; premios todos debidos á su virtud y doctrina y al ejemplo que dió. Adelante fué chanciller mayor de Castilla, oficio de grande preeminencia; y aun le encargaron la enseñanza del rey don Juan el Segundo, confianza que de pocos de aquella nacion se podia hacer, segun que el mismo don Pablo lo atestiguaba, que no se debia encomendar algun cargo público á aquella gente por ser de ingenios doblados, compuestos de mentiras y engaños, que ni valen para la guerra, ni

casó con doña María de Ribera, hija del señor de Malpica. Deste matrimonio quedó doña Sancha de Guzman, heredera de aquella casa. El rey don Fernando, por ser su deuda de parte de madre, la casó con Garci Laso de la Vega, de la casa de Feria. Fué comendador mayor de Leon, embajador en Roma, y dél se hace mencion diversas veces en esta historia. Compró la villa de Cuerva, do yacen él y su mujer, y heredó la villa de los Arcos. Dejó muchos hijos, el mayor don Pero Laso de la Vega, el segundo Garci Laso, insigne poeta castellano, de cuya muerte desgraciada se trata en otro lugar. Don Pedro casó con doña María de Mendoza, de la casa del Infantado; su hijo, Garci Laso de la Vega, caballero muy conocido; su nieto, don Pero Laso de la Vega, primer conde de los Arcos, en quien por via de su madre doña Aldonza Niño se han juntado otras dos casas, la de Dávalos y la de los Niños, condes de Añover. Volviendo á Hernan Perez de Guzman, fué del consejo del Rey, muy dado á los estudios; demás de la Corónica escribió de los claros varones de aquel tiempo y otros libros.

CAPITULO IX.

De las cosas de Aragon.

Con las discordias de los dos papas y la poca esperanza que daban de conformarse y unir á la Iglesia, las provincias se lastimaban. Añadióse á estos daños el de la peste que comenzó el año pasado á picar, y todavía se continuaba con mortandad de mucha gente por toda la costa que corre desde Barcelona hasta Aviñon. Sa

lieron otrosí de madre por causa de las muchas aguas los rios; en particular los de Ebro y Orba con sus acogidas hicieron grande estrago en hombres, ganados, sembrados y edificios. El rey de Aragon, luego que el tiempo y las lluvias dieron lugar, de Barcelona se partió para Zaragoza con intento de tener allí Cortes á los de su reino, que se abrieron á los 29 de abril en la iglesia de San Salvador. El Rey desde su sitial hizo á los congregados un razonamiento muy concertado y á propósito de lo que las cosas demandaban desta sustancia: «No con hierro ni con gruesos ejércitos, parientes y amigos, se conservan los reinos; la lealtad y constancia de los naturales los tienen en pié y los adelantan; de lo cual si faltasen ejemplos de fuera, dentro de nuestra casa los tenemos, muchos y muy claros. Ca nuestro reino por este camino de pequeños principios y muy estrecha juridicion ha llegado á la grandeza que hoy tiene y ganado la reputacion y nombradía que está derramada por todas las tierras. De los montes Pirineos, en que nuestros mayores ampararon su libertad confiados mas en aquellas fraguras que en sus brazos, bajamos y extendimos los términos de nuestro señorío, no solo por España, sino que sujetamos valerosamente á nuesto cetro muchas islas del mar Mediterráneo. Los trofeos y los blasones de vuestra gloria y de las victorias ganadas quedan levantados en Cerdeña, en Sicilia y por toda Italia; tal y tan grande es la fuerza de la concordia y de la lealtad. Los reyes don Sancho y don Pedro, padre y hijo, no con gran número de soldados, sino con fortaleza y valor, ganado que hobieron á Huesca, de los montes en que estaban como escondidos, bajaron á lo llano sin parar hasta tanto que el rey don Alonso se apoderó desta ciudad en que estamos, con que fortificó su reino y abrió camino á sus decendientes para pasar adelante y quitar á los moros toda la tierra. No me quiero detener en antiguallas; nos con quinientos caballos aragoneses desbaratamos gran número de gente siciliana y allanamos toda aquella isla, todo por vuestra lealtad y fortaleza, que si vence, ejecuta la victoria con grande ánimo; si es vencida, se rehace de fuerzas y no se deja oprimir ni caer. Por los cuales servicios pido á Dios os dé el merecido galardon, pues conforme á nuestra voluntad y á vuestro valor, no alcanzamos fuerzas bastantes; bien que jamás pondrémos en olvido la deuda, antes procurarémos que nadie nos tache de ingratos. Lo que toca al auto presente, bien sabeis que os he juntado en este lugar para hacer los homenajes acostumbrados á nos y á nuestro hijo, que os pedimos encarecidamente hagais con la aficion que debeis á nuestra voluntad. » Hízose todo lo que el Rey pedia, en conformidad de todos los brazos que allí se hallaron congregados. La alegría pública y regocijos que se hicieron por esta causa enturbiaron algo las sospechas que se mostraran de nueva guerra por la parte de Francia. El bastardo de Tardas, pasados los montes Pirineos, se apoderó de Termas, que es un pueblo de Aragon á la raya de Navarra, cosa que puso en cuidado á todo el reino de Aragon no se emprendiese algun gran fuego de aquellos pequeños principios. Acudió al peligro Gil Ruiz de Lihorri, gobernador de Aragon, acompañado de golpe

de gente y de algunos ricos hombres. No esperaron los franceses que llegasen, antes, desamparada la plaza, se retiraron á Francia con poca honra suya y del conde de Fox que los enviara. Sicilia asimismo padeció algunas alteraciones, aunque pequeñas; que los humores no estaban del todo asentados. Alguna esperanza de bonanza se mostró con un hijo que nació á aquellos reyes de Sicilia á los 17 de noviembre, por nombre don Pedro, heredero que fuera de los reinos de sus padres y abuelos si la muerte no le arrebatara en breve muy fuera de sazon junto con la Reina, su madre, como se dirá en su lugar, con que la alegría comun se trocó en luto y en llanto vanas todas nuestras trazas y deleznables contentos. Poco adelante el rey y la reina de Aragon en Zaragoza por el mes de abril del año 1399, ungidos como era de costumbre, se coronaron y recibieron las insignias reales de mano de don Fernando de Heredia, prelado de aquella ciudad. A don Alonso de Aragon, marqués de Villena, se concedió pusiese en su escudo las armas reales, le dieron el ducado de Gandía, alguna recompensa de lo mucho que en Castilla le quitaran. A la misma sazon el papa Benedicto se hallaba muy aquejado, desamparado de sus cardenales, cercado de los enemigos. Despachóle el rey de Aragon dos personas de cuenta, el uno Cervellon Zacuamo, gran jurista, el otro fray Martin, de la órden de San Francisco, hombre de letras y erudicion. Estos, conforme al órden que llevaban, comunicaron con el Papa sobre los medios que se podian tomar para apagar el scisma y unir la Iglesia. La respuesta fué que pondria aquel negocio en las manos de los príncipes de su obediencia, en especial de los reyes el de Francia y Aragon. Ninguna llaneza habia, antes les advirtió mirasen con cuidado que con son de paz no atropellasen la justicia que muy clara por su parte estaba. Por lo demás, que ninguna cosa mas deseaba que poner fin á aquellos debates. Con esta respuesta los embajadores de Aragon por mandado de su Rey se partieron de Aviñon para dar de todo razon al rey de Francia. Túvose junta en Paris de aquella nacion sobre el caso. Acordaron enviar personas al Papa que le requiriesen y protestasen en suma diese sin mas dilaciones órden en asentar la paz y quitar el scisma. Para esto se hallase presente en el concilio que pensaban juntar, y se pusiese á sí y á sus cosas en manos de los obispos; que para su seguridad el rey de Francia empeñaba su palabra real, y proveeria de gente para que nadie le hiciese desaguisado. Andaban estas pláticas muy calientes cuando en Castilla sobrevino la muerte á don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, á los 22 de noviembre, fin deste año, si bien la letra de su sepultura, que está en Toledo en propia capilla de la iglesia mayor, dice á 18 de mayo, el tnismo dia de pascua de Espíritu Santo. Fué persona de valor, consejo acertado, presta ejecucion, bueno para el gobierno y para las armas. Su patria, Tavira, en Portugal; quién dice que Talavera, villa del reino de Toledo, por razones que para ello alegan, si concluyentes ó no, no lo quiero averiguar. En su mocedad estudió derechos; ausentóse de Castilla juntamente con sus hermanos por los recios temporales que corrian en el reinado de don Pedro. Vuelto á España fué primero

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