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nos espectáculos que se hacen en bodas ó en el teatro,
sino que antes que entren los faranduleros, se levanten
del convite, y se vayan; á los cuales decretos, como no
obedeciesen aquellos á quien toca bastantemente, an-
tes hubiesen allegado á tanta desvergüenza, que los
mismos clérigos se hicieron representantes, Bonifa-
cio VIII pone á los tales pena, lib. vi, cap. 1.° De la vida
y honestidad de los clérigos, diciéndo: Los clérigos re-
presentantes, los cuales llaman los franceses goliardos,
y los tudescos bufones, si por un año ejercitaren aque-
lla afrentosa arte ó por mas breve tiempo, y amones-
tados no se enmendaren, sean privados de todo pri-
vilegio clerical. Ni solamente las leyes eclesiásticas
pertenecen á los clérigos; sino tambien se manda á los
demás del pueblo, lo primero que en el dia solene, des-
amparada la solene congregacion de la Iglesia, no fue-
sen á los espectáculos, que son palabras del Concilio
cartaginense 4.o, cánon 88, referidas por Graciano en el
capítulo que dice: De consecratione. d. 1, poniendo
pena de descomunion á los que lo contrario hicieren.
Antes generalmente en el Concilio cartaginense 3.o,
cap. 11, se establece que á todos los cristianos están
vedados los espectáculos, por estas palabras: Que los
hijos de los sacerdotes ó de clérigos no hagan espectá-la
culos seglares ni se hallen en ellos, pues tambien á los
laicos están vedados los espectáculos, porque siempre
á todos los cristianos está prohibido que vayan do están
los blasfemos. Que si alguno quiere decir vedarse so-
Jamente que los cristianos no fuesen á los espectáculos
de los gentiles en aquel decreto, conviene á saber,
porque no se ensuciasen con la idolatría y comunica-
cion de los gentiles, ¿qué dirán que en el Concilio cons-
fantinopolitano, que fué el 6.° general, en el cual tiem-
po la religion cristiana habia sido recebida de todos,
en el cánon 51 se veda lo mismo por estas palabras:
De todo puncto veda la sancta sínodo universal aque-
Ilos que se llaman representantes y sus espectáculos,
y tambien hallarse á los juegos que se llaman cazas, y
los bailes que se hacen en el teatro; quien de otra na-
nera lo hiciere, si fuere clérigo, sea depuesto; si le-
go, descomulgado? Las cuales leyes, promulgadas con
grande prudencia de nuestros antepasados, si en este
tiempo se guardan todos por sí mismos, sin que ningu-
no se lo diga lo entiende, pues á cada paso vemos con-
currir á los tales espectáculos personas de toda edad,
sexo y calidad, y no pocos tambien del sagrado órden
de los clérigos, y lo que es vergüenza, fruiles que pro-
fesan vida mas severa. Demás desto, que no falla quien
porfia que estas cosas se hacen honestamente, sin
perjuicio de las leyes cristianas, errando por ignoran-
cia del antigüedad ó á sabiendas, ó por entrambas cau-
sas, los cuales dejemos aquí y prosigamos adelante. En
el Concilio cabilonense, cánon último, se manda que no
se canten en los templos cantares deshonestos, donde
antes deben hacer oracion ó oir los clérigos que cantan,
por donde se manda que los que cantan sean echados
de los templos, de sus portales y claustros; lo cual, co-
mo en los tiempos pasados no se guardase y se hiciesen

en los templos tales desoluciones, que apenas se padrán sufrir en tabernas y bodegones, en el Concilio toledano, que se celebró año del Señor de 1565, accion 2., cap. 21, se velia hacer los juegos teatrales que se acostumbraban en el dia de los Inocentes, por ser malos y feos con grande desolucion de palabras; demis desto, que los espectáculos y juegos sean examinados del ordinario, y no se hagan en los templos en tanto que las horas canónicas se cantan, los cuales ojalá de todo punto fueran echados de los templos; porque ¿qué tienen que ver las danzas, farsas y espectáculos con la piedad? Pero sin dubda juzgaron se habia de condecen der en algo con la costumbre recibida y delectacion del pueblo; con tal condicion empero que en los templos no se hagan otros juegos ni espectáculos sino los que ayuden á la piedad y retraigan de la maldad; y esto no se haga por aquellos que son de órden sacro ó tienen beneficio eclesiástico, que anden enmascarados en cualquier lugar, ó en algun espectáculo ó juego repre senten algun personaje; de otra manera mandan sean gravemente castigados. El daño es que de todo tiempo vemos escribirse las leyes fácilmente y guardarse con dificultad, deseando los que gobiernan dar contento á liviandad del pueblo, aunque sea contra razon y bonestidad, que es una peste gravísima. Quiero concluir esta disputa con las palabras de san Isidoro y de Epifanio, el primero de los cuales declarando cuál deba ser la vida de los clérigos en el lib. n De los oficios eclesiásticos, cap. 2.o, entre otras cosas á estos, dice, por ley de los padres se manda que apartados de la vida del pueblo, se abstengan de los deleites del mundo, no se hallen en los espectáculos, no en las pompas, huigan los convites públicos y otras cosas en este propósito referidas, d. 23, cap. His igitur. Mas Epifanio en la doctrina compendiaria de la fe entre las notas de la Iglesia católica, por las cuales se conoce y con las cuales se diferencian todas las demás sectas, dice que veda los teatros y los demás espectáculos como la fornicacion, adulterio, encantaciones, hechicerías. Pero mejor será referir sus mesmas palabras: Reprueba, dice, conviene á saber, la Iglesia, todos amancebamientos y adulterios, disolucion, idolatría, homicidio y toda maldad, las artes mágicas y hechicerías, la astronomía y todo género de adivinar, observar los temblores, las encantaciones, las nóminas que se cuelgan 6 atan y por otro nombre se llaman filatería; veda los teatros, los juegos ecuestres que se llaman cazas; tambien los músicos y toda maledicencia y detracion y toda pelea y blasfemia, injusticia, avaricia y usura. Hé aquí cómo entre las artes ilícitas y pecados manifiestos acuenta los teatros, los juegos ecuestres, coaviene á saber, los circenses y las cazas en que peleaban hombres entre sí ó con las fieras; pero lo que luego se sigue tiene alguna dificultad que cuenta los mercaderes y los pone en el número de los demás, diciendo no recibe negociadores, conviene á saber, la Iglesia, sino tiénelos por mas bajos de todos. Pero Crisóstomo tambien, ó cualquiera que fué autor de la obra imper

fecta sobre san Mateo en la Homilia 38 sobre el capítulo 21, es del mismo parecer diciendo: Y por tanto ningun cristiano debe ser mercader, ó sì lo quisiere ser, échienle de la Iglesia de Dios; lo cual refiere Graciano, cap. ejiciens, d. 88; y en el cap. siguiente trae lo mesmo de Augustino sobre el psalmo 70, declarando aquellas palabras del verso 15, «porque no conocí la literatura entraré en las potencias del Señor»; en el cual lugar así él como Crisóstomo y otros antiguos, y el mismo psalterio romano leen: «porque no conocí las negociaciones.>> Conviene á saber, en el griego donde en nuestros cúndices comunmente tenemos ypating ellos leyeron conforme á la leccion que siguen las biblias griegas últimamente impresas en Roma con fácil mudanza de las letras πραγματείας; y conforme á esta leccion sentian que todo género de mercancía debia ser huida de los hombres cristianos. Y es sin dubda lo que Tertuliano en el lib. De pudicitia sintió que los publicanos no eran judíos de nacion; dado que san Jeróni mo lo reprueba en la epístola del Hijo Pródigo á Dámaso. Yo empero me persuado que en los tiempos muy antiguos fué verdad, que en el tiempo que Cristo vino, al cual se refieren los argumentos de san Jerónimo, todas las cosas tenian los judíos revueltas y mudadas en contrario, porque estando vedado en el Deuteronomio, cap. 23, que hobiese rameras de aquel pueblo, sabemos que habia públicos burdeles, no solo de mujeres, sino tambien de muchachos, como se dice en el 4.° Delos reyes, cap. 23: «Destruyó tambien las casillas de los efeminados» de lo cual adelante se dirá mas copiosamente. Desta suerte creeria yo que en los primeros tiempos de la Iglesia, cuando los cristianos estaban mezclados con los gentiles, aborrecian la mercaduría, la cual apenas se puede ejercitar sin pecado, á la manera que en este tiempo los clérigos que siguen vida

de la gente grave entre los gentiles; porque ninguna hay que tenga entendimiento que no confiese aquellos grandes varones, alumbrados por la luz de naturaleza, haber alcanzado y dicho la verdad, ansí en otras partes de la sabiduría como principalmente en aquella que del todo se endereza á reformar la vida y adquirir las virtudes. Y no referimos solamente los dichos de los filósofos y opinion, sino tambien las costumbres y parecer de aquellas gentes cuya bondad principalmento es alabada; en el cual propósito los de Lacedemonia se ofrecen los primeros, acerca de los cuales antiguamente ningunos espectáculos de comedias ó de tragedias se permitian, dado que despues, mudada la costumbre, como acontece, recibieron los juegos y aun las representaciones de mujeres, conforme á lo que dice Plutarco sobre Apofetegmas. Dirás: Severa suerte de gente y grave has referido, ajena de las costumbres do los demás, y á la cual podrémos contraponer todos los demás griegos, los cuales tuvieron en grande aquellas artes, y muchas veces de aquellos ejercicios pasaron å las honras mayores y gobiernos, como queda declarado. Y aun en Lacedemonia no duró mucho aquella costumbre, antes como Emilio Probo lo reprehende en el proemio de las vidas de los emperadores, habiéndose estragado las costumbres con la lujuria, ninguna viuda habia tan noble que no saliese á representar en aquella ciudad alquilada por dinero. Pero nosotros no lo que se introdujo en el tiempo, el cual suele corromper todo lo bueno, declaramos; sino lo que se guardó antes de corromperse la ciudad y pervertirse sus loables costumbres; y cuánta haya sido la vanidad de las demás ciudades de Grecia, así en esto como en otras muchas cosas, nadie lo ignora. Digamos pues lo que se guardó en Marsella, donde duró por mas largo tiempo aquella costumbre, como lo dice Valerio Máxi

mas perfecta no pueden ejercitar tratos y negociacio-mo, lib. n, cap. 1.o, diciendo: La mesma ciudad, guarda

nes. De manera que antiguamente ejercitaban esta arle hombres de diferente religion; pero como despues los pueblos enteros y la gente se hubiese reducido á nuestra fe, fué necesario que hombres cristianos ejercitasen aquella arte como necesaria á la república, con ciertas condiciones y leyes para que se hiciese licitamente; lo cual concederiamos tambien á los teatros si dejasen del todo la torpeza, y aquella arte fuese necesaria á la república, ó por lo menos se pudiese refrenar dentro de los términos de la honestidad con algunas leyes y severidad de los que gobiernan á ella y los representantes, gente perdidísima y que se venden por dineros, y siempre mirarán aquello donde sintieren mayor esperanza de ganancia, y lo abrazarán sin otro respecto.

CAPITULO XV.

Qué sintieron los filósofos de los juegos escénicos. Habiendo declarado en dos capítulos qué es lo que sintieron los padres antiguos destos juegos y qué está por las leyes establecido, últimamente declararémos cuál fué el parecer de los filósofos en este propósito y

agudísima de la severidad es no dando entrada en la escena á los representantes, cuyos argumentos por la mayor parte contienen deshonestidades, porque la costumbre de mirar tales cosas no traiga libertad de imitallo. Por ventura ¿hay menor peligro en este tiempo, ó debemos los cristianos ser menos recatados que los de Marsella? Antiguamente los emperadores romanos muchas veces echaron de la ciudad á los bistriones y á su arte como peste de las costumbres. Hasta el mesmo Domiciano, dado que tan perverso fué cn sus costumbres y vida, quitó los pantomimos, porque es tan grande la fealdad del vicio, que los mismos que le siguen le aborrecen, como al contrario la virtud, aun de sus enemigos, es alabada; y como Nerva en odio de Domiciano y á peticion del pueblo los hubiese restituido, no con menos porfía tornaron á pedir á Trajano que de nuevo los quitase. Así lo dice Plinio en el panegírico por estas palabras: El mismo pueblo pues, aquel que en un tiempo vió y dió aplauso á un emperador representante, ahora tambien en los pantomimos contradice y reprueba las artes efeminadas y los ejercicios al siglo vergonzosos. Por donde no dubdo sino que en

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que en la obra se desecha no se ha de recebir tampoco en las palabras. Por esto Aristóteles, en el capítulo último del lib. vu De la política, donde trata de la institucion de los muchachos: Ansí que, dice, los juegos, conviene á saber, de los muchachos por la mayor parte deben ser tales, que sean como imitaciones de aquellas cosas que despues se han de hacer de veras. Y poco despues: De todo punto pues se destierre de la ciudad por el legislador la torpeza de las palabras, porque de la libertad de hablar torpemente se viene á las obras torpes. Por tanto, luego desde los primeros años no digan ni oyan alguna cosa torpe; y luego las torpes pinturas y imágenes se les quiten delante de los ojos. Y en conclusion, acaba con estas palabras: Por tanto, conviene apartar muy lejos de los muchachos todas las cosas torpes, principalmente aquellas que contienen en sí deshonestidad ó desvergüenza. ¿Por ventura quien dió tales avisos para enseñar á los mozos y criallos, consintiera enviallos á los teatros? Y si dice alguno que Aristóteles fué en esto demasiadamente severo y melindroso, y dió reglas que no se pueden reducir á prática, por ventura ¿dirémos lo mismo de su maestro Platon? El cual en el lib. iv De la república, disputando de la música y declarando cuántos males vienen á la república mudándose por negligencia de los que gobiernan las tonadas, y juntamente tratando la crianza de los mozos, dice luego, como al principio dijimos: Desde los primeros años los niños se han de acostumbrar á burlas honestas, porque si se acos

breve, si disimularen los príncipes, que reclamará el pueblo con la experiencia de su daño, tomando esta peste mayores fuerzas de cada dia y no teniendo término este mal. Demás desto, ¿quién no tendria por hombre lujurioso y perdido al que gastase toda su hacienda en favorecer y sustentar esta vanidad, añado que en el testamento la mandase para que cada año se hiciesen estos espectáculos? Porque, si decimos que estos juegos son honestos y provechosos, ¿qué inconveniente hay en señalar cierta renta con la cual perpetuamente se renueven? Y sabemos que antiguamente se hizo así de Tertuliano en el libro De los espectáculos, cap. 6. Los demás juegos, dice, tienen las causas de su origen de los nacimientos y coronaciones de los reyes, de las prosperidades públicas, de las fiestas, de la supersticion de los pueblos, entre los cuales antiguamente por manda de testamentos se hacian en las exequias y memorias de particulares; y averiguada cosa es que los antiguos no aprobaron gastar la hacienda en estas cosas, que era como echalla en una privada ó lodazal. Y en tiempo de Trajano, emperador, se dió por ninguno un testamento, en el cual un cierto habia mandado, en Viena de Francia, de donde se hiciesen los espectáculos llamados agónicos, lo cual Tribuno Rufino, siendo gobernador de la ciudad, habia revocado; y como le acusasen que no lo habia hecho con pública autoridad; respondiendo por sí delante el Emperador y afirmando tales liberalidades ser muy sospechosas á la república, las cuales no traian ornato ni provecho á la ciudad, sino solo deleite al pueblo, al-tumbran á burlas indecentes, nunca podrán salir buecanzó en conclusion que aquel juego se quitase, el cual habia inficionado las costumbres de aquella ciudad, como los agones romanos las de todo el mundo. Así lo dice Plinio, que se halló en el pleito y fué como oidor, en el lib. iv, epístola á Sempronio. No debemos pues pensar que estos juegos y espectáculos son tan provechosos ó necesarios como algunos dan á entender, y aun lo porfian en sus disputas, mas por deseo de dar contento á la muchedumbre que de ser aprobados por los hombres cuerdos. De otra manera ¿porqué no se permitiria hacer mandas en los testamentos de donde se sustentasen los dichos juegos? Y no basta excusarse con decir que las deshonestidades y torpezas se dicen y representan de burlas y no de veras, porque la burla, como dice Platon en el lib. iv De la república, poco á poco se muda en costumbre y pervierte los hombres con deshonestidad y torpeza, con tanto mayor peligro que con mayor dificultad nos recatamos. Y es notorio lo que Plutarco refiere de Solou en la vida que dél escribe, que habiendo oido una tragedia llamada Tespis, dijo al autor: ¿No tienes vergüenza de haber dicho tantas mentiras? Y como respondiese no haber inconveniente en decir mentiras por burlas, habiendo SoIon herido la tierra con el bordon en que se sustentaba, dijo: Si estas cosas fueran alabadas, enredaran á la república con verdaderos males, y de las burlas se vendria á las veras. Sabiamente dijo Tertuliano, como todo lo demás, en el cap. 18 De los espectáculos: Lo

nos y legales varones. Y en el lib. vn De las leyes enseña: «Que las orejas de los mozos se han de acostumbrar á aquellos cantares que lleven sus ánimos con una cierta imitacion, guiados á la posesion de la misma virtud. Por ventura ¿concederia tambien este los teatros á los ciudadanos donde hay cosas que despier tan á todos los vicios? No lo pienso. Principalmente que en otro lugar, al principio del lib. xx De la repú blica, manda que los poetas, y el mismo Homero, sean desterrados de la ciudad; peste, aunque apacible, pero muy perjudicial, porque despertadas las pasiones y la lujuria con todas las demás pervierten el reino de la razon para que no pueda volverse como quisiere y le pareciere á todas partes. Vayan pues los grandes filósofos ó teólogos, concedan á las ciudades los teatros como cosa honesta y de ningun perjuicio; los cuales Platon y Aristóteles, hombres de tan grande sabiduría, dado que no eran cristianos como nosotros, negaron con tanto cuidado al pueblo todos los placeres que no fuesen honestos. Y aun con los filósofos, Ovidio, con ser muy poco escrupuloso y recatado en esta materia, tratando de los remedios contra el amor deshonesto, en el lib. 11, propone apartarse de los teatros por estas palabras: Mas no tengas en tanto el apartarte de los teatros, con tal que de todo punto se vaya el amor de tu pecho; ablandan los ánimos las citaras, cantares y vihuelas, la voz y los brazos movidos con sus núme

ros.

CAPITULO XVI.

Que no se han de permitir los dichos juegos. Acabado hemos la mayor parte desta disputa, ayudando nuestro Señor con abundancia de palabras y de argumentos al intento que llevamos. Reprobado hemos la locura envejecida con muchas razones, las cuales en este lugar quiero recoger en breve y reducillas á la memoria. Hemos dicho que los histriones, cuales son los que vemos en España, que mezclan cosas torpes con las honestas por causa de ganar mas, son por derecho infames, y que no se puede ejercitar aquel arte sin grave pecado por ser de tanta eficacia para estragar las costumbres del pueblo. Los contrarios oponen que la vista de una mujer ataviada y afeitada no es menos perjudicial que los teatros, ni enciende menos el deseo torpe, á la cual con todo esto no obligamos, so pena de pecado mortal, á quitarse los atavíos y no usar los afeites. Aguda objccion, pero á la cual se puede fácilmente responder de santo Tomás, 2.2., quaest. 179, ait. 2, el cual dice que á las casadas les es permitido el ataviarse para agradar á sus maridos; á las demás no de la misma manera; principalmente si con el hábito pretenden despertar mal deseo en otros será pecado mortal; pero si lo hacen por liviandad de corazon, solamente seria venial pecado. Y á lo que dice santo Tomás se ha de añadir: Que pecaria mortalmente la mujer que no dejase de ataviarse, dado que supiese que por aquel atavío alguno habia de caer en mal deseo. Así lo dice Silvestro en la palabra hornatus, al fin del párrafo 4.o Digamos pues que el atavio de la mujer no siempre es pecado mortal, porque no consta que ha de parar perjuicio á ningun particular, si no fuese por ventura aquellos que por ser muy desalmados á cada paso, con ninguna ó ligerísima ocasion, tropiezan, de los cuales la mujer honesta no está obligada á hacer caso, pues corren arrebatadamente á la muerte, teniendo aun hecho con el infierno concierto. Como en los teatros acaezea muy al contrario que muchos sin dubda caen, aun de los modestos, porque ¿quién habrá que en tantas llamas no se abrase? El atavío y los meneos, los versos, los dichos agudos, los cantares y música, todo se endereza y provoca á torpeza, por donde veo que los teólogos comunmente condenan á los histriones que tratan cosas deshonestas ó pecado mortal, y en particular Silvestro en la palabra ludus, párrafo 2.° Y no hay para qué escudarse con decir que los histriones antiguos eran diferentes de nuestros representantes, pues está claro que los teólogos modernos hablan principalmente de los que en su tiempo se usaban, que eran los mismos que en el nuestro, y mirada toda la antigüedad, no se hallará diferencia en nuestros faranduleros y los bistriones antiguos en lo que toca á este puncto de la deshonestidad, por donde los condenan los padres antiguos; si ya no fuesen que los histriones de entonces eran mas recatados y menos deshonestos, como se ve de las comedias y tragedias de los antiguos, ansi griegos como

latinos, y de lo que dellos dice san Agustin en el lib. 1 de La ciudad de Dios, cap. 8.o, que se guardaban de palabras sucias, como otras veces hemos referido. Do los que van á semejantes comedias, digo que apenas puede acontecer que no pequen mortalmente; porque ó son flacos ó de mucha virtud y fuerza; si flacos, cuales son los mozos y la mayor parte del pueblo, pecan por dos respectos: el primero por el peligro á quo se ponen, así del consentimiento en el acto torpe, habiendo tantas cosas que muevan á ello, como está dicho, como tambien por el peligro de la delectacion morosa en los que son mas recatados y modestos, y no solo por el peligro, siuo porque verdaderamente consienten en ella, metiéndose por su voluntad y sin necesidad que les fuerce en aquellas llamas del deleite torpe; porque ¿qué otro se puede llamar consenso tácito ó interpretativo del deleite sino aquel con que se consiente en la causa de la cual la persona sabe que ordinariamente le ha de resultar el encendimiento del tal deleite, de la manera que si uno sabe que tiene la cabeza flaca queriendo beber vino, quiere tambien tácitamente emborracharse; y si tiene costumbre de matar cuando está borracho, consiente tambien en el homicidio, y se le interpreta y pone á su cuenta, dado que expresamente lo aborreciese? Esto cuanto á los flacos; pero si los que van á las farsas son muy virtuosos y tienen el pecho de hierro, cuales creo son muy pocos, los tales deben considerar que la lujuria domna corazones de hierro, como dice san Jerónimo, y que, dado que no pequen por este respecto, pecan por el escándalo y mal ejemplo que dan á los del pueblo, cuando ven personas graves por autoridad, letras, profesion ó dignidad ocuparse y favorecer esta vanidad. Les parece que lo mesmo podrian hacer ellos; por donde son ocasion de caida á muchos flacos; y tanto mas si los tales son prelados ó obispos pecan mas gravemente admitiendo esta gente á sus casas, dado que no representen en su presencia alguna cosa torpe, porque el pueblo, no sabiendo lo que allí se representa, movido por el ejemplo de su pastor, sigue los representantes, y va á las comedias sin mirar si es cosa honesta ó torpe lo que alli se representa; y tiénese por género de servicio y lisonja imitar lo que los príncipes hacen; fuera de que en todas las cosas mueven mas los ejemplos que las palabras. Presupuesto todo lo que se ha dicho y probado, antes que pasemos adelante se ha de tratar una cuestion grave y dificultosa: ¿será bien que los príncipes para deleite del pueblo disimulen y sufran que estas representaciones se hagan, dado que vanas y torpes, para que recreados con el tal espectáculo tornen con mas ánimo á sus ejercicios y artes con que la república se sustenta, los oficiales y labradores y todos los demás, á la manera que las casas públicas ordinariamente se permiten para la gente baja por evitar mayores pecados? Pero de las rameras, pues se ha ofrecido esta ocasion, disputarémos mas adelante un poco mas á la larga; por ahora tratarémos lo que se ha propuesto, y hay argumentos por entrambas partes. Ni

entiendo importa mucho que cualquiera sienta como le agradare en este puncto, porque ni yo tengo confianza que con esta disputa se podrá desarraigar de todo puncto este mal, por tener, como yo creo, muy hondas raíces, y muchas personas principales, aun de los que gobiernan la república, que es el mayor daño, estar persuadidos que conviene dar al pueblo esta manera de deleites para recrealle y evitar otros mayores daños; y no me pareceria haber hecho poco si las personas de buena consciencia quedan con este trabajo avisadas y persuadidas que este deleite es perjudicial y que no se puede pretender sin peligro de la conciencia; porque por ventura, conocida la verdad, algunos en particular se apartarán desta vanidad, y algunos de los que gobiernan desterrarán de la república esta torpeza, teniendo en mas la salud de muchos que el vano deleite. Pero yo mucho me inclino á sentir lo que muchos han escripto, y en particular Celio Rodigino, librovin, cap. 7.oy Pedro Gregorio en los Sintagmas del derecho, p. 3, lib. xxxix, cap. 25: que seria provechoso para la república, si los representantes públicos que se venden por dinero de todo punto fuesen desterrados, porque saben todos los caminos de recoger dinero, y por esta causa no hay torpeza que no hagan y cnseñen á otros. Con esta torpe arte barren los dineros; y como adormidos los sentidos con el deleite, astutamente los van sacando para gastallos no menos torpemente. Son ocasion que los ciudadanos se dén al ocio y á la pereza, raíz y fuente de todos los vicios y males; hacen camino y abren la puerta para todos los vicios y engaños, particularmente para la deshonestidad, que por las orejas y ojos se recoge y entra; disminuyen el culto divino atrayendo al pueblo á los espectáculos los dias de fiesta, cuando se habian de ocupar en ir á los templos y oir los oficios divinos y obras semejantes de piedad, á lo cual seria razon se proveyese con toda diligencia. Pero si no alcanzamos que estas representaciones y juegos se quiten del todo, y se juzga no obstante todo lo dicho, que se deben dar estas recreaciones al pueblo; lo que la razon y el derecho parece piden deseamos á lo menos alcanzar, que se use de algun recato y circunspeccion, y no se dé libertad á los representantes de representar lo que quisieren, sino que se les ponga leyes y límite del cual no puedan pasar sin castigo; porque ¿qué aprovecha sacar leyes si escriptas no se han de guardar? Dado que yo entiendo que el furor desta gente no se puede bastantemente enfrenar con algunas leyes. Prudentemente, como lo demás desto, dijo el poeta lírico con palabras que tomó de otro poeta y se pueden aplicar á este propósito: O amo, la causa que ni tiene modo ni consejo, no se quiere tratar con razon y medida. Con todo esto digo que se podrian señalar en cada ciudad ó diócesi examinadores, los cuales viesen y aprobasen todo lo que se hobiese de representar, no solo las farsas, sino tambien los entremeses; que fuesen personas graves y honestas, de edad madura, en la cual el fervor de la mocedad esté apagado. Así mandaba Platon en el li

bro v De las leyes: Que los versos de los poetas antes que se communicasen con otros ó se publicasen, fuesen examinados por personas no de menor edad que cincuenta años, conviene á saber, de prudencia per. fecta y conocida bondad; por do se ve cuán mal hacen los que el exámen y cuidado destas cosas encargan á hombres mozos, principalmente de costumbres no muy aprobadas, lo que sabemos se hace en algunas comunidades, con gran vergüenza y escarnio de lo que despues pasa y se hace. Despues desto, védese que las mujeres salgan á representar, ahora sea con hábitos de mujer, ahora de hombre, por los inconvenientes y daños que este abuso acarrea. No se señale á esta gente cierto teatro ó casa, ni se edifique á costa del comun con esperanza de sacar alguna ganancia para las necesidades de la república ó de los pobres, por no participar los que gobiernan en los males que for-zosamente se siguirán. No se hagan estas representaciones ó juegos en los dias de fiesta, á lo menos mas principales antiguas, ni en los dias de ayuno, cuaresma, témporas y vigilias; porque ¿qué tiene que ver la tristeza de la penitencia con la risa, vocería del teatro? Echense de todo puncto y apártense de los templos, y no se hagan para honra de los sanctos que reinan con Cristo en el cielo en sus fiestas y procesiones; y por abreviar en cuanto fuere posible, mozos y doncellas no se admitan en estos espectáculos, porque no se inticione desde los tiernos años y primera edad el seminario de la república, que es mayor daño de lo que se puede encarecer con palabras. Hállense presentes personas que tengan cuidado de mirar lo que se representa, y no permitan que se vea alguna torpeza, y tengan autoridad de reprimir con algun castigo si alguno se hubiero deshonestamente. Y no será necesario hacer del comun nuevo gasto; obliguen á los histriones á pagar á las tales personas el salario que se les señalare. En todas maneras entienda el pueblo que los representantes, los cuales no entiendo se podrán refrenar de todo punto para que dejen las torpezas, no los aprueba la república ni su arte como cosa lícita, sino que se permiten para deleite del pueblo, y á su instancia, por los magistrados, los cuales cuando no pueden alcanzar lo mejor, deben tolerar el menor mal. Así Teodorico, rey de los ostrogodos, en Casiodoro, lib. in, epist. 51, señalando á un cierto cochero muy célebre en aquella arte salario del pueblo por meses, acaba la epistola con estas palabras: Nosotros favorecemos estas cosas forzadas de los pueblos que cargan de nos, cuyo deseo es ocuparse en tales cosas, para con el deleite desechar los cuidados, porque pocos son capaces de razon, y á muy pocos deleita lo mejor, y la turba se inclina mas á aquello que se endereza á desechar cuidados; y cualquiera cosa deleitable juzga que pertenece á la bienaventuranza de los tiempos; por lo cual démos el gusto, no siempre dando con juicio. Conviene á las veces mostrar de saber poco para que podamos enderezar los gozos deseados del pueblo. Hasta aquí Teodosio.

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