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yas cenizas están aun calientes, y de otros muchos va- | rones ilustres, que sin el auxilio de las artes y las ciencias triunfaron noblemente de sus enemigos solo por su educacion militar y la grandeza de sus alias?

Extraño, repliqué yo entonces, que hombres como tú quieran darnos príncipes toscos y sin instruccion alguna, es decir, troncos ó piedras sin ojos, sin orejas, sin sentido; ¿es pues acaso mas el hombre que no ha cultivado las letras ni las artes liberales? Sacas á plaza el carácter verdaderamente varonil y militar de nuestros compatricios; mas ¿crees acaso que no exigen conocimientos los negocios de la guerra? No sin razon pintó armada la antigüedad á la diosa Minerva, ni sin razon la miró á la vez como la diosa de la sabiduría y de la guerra; quiso con esto indicar que así como las artes de la paz se encuentran guardadas á la sombra de las armas, así las de la guerra no pueden florecer sin el auxilio de la sabiduría. ¿Es por otra parte comparable el número de nuestros indoctos capitanes con los muchos que se aventajaron en las letras y en todo género de conocimientos? Debes además advertir cuánto mas admirables hubieran sido los príncipes de que hablas si á sus excelentes facultades hubiesen añadido el cultivo de su ingenio. Divino Platon, no sin motivo solias tú decir que no habian de ser felices las repúblicas hasta que empezasen á gobernarlas los filósofos ó á filosofar los reyes. Nadie tampoco puede ignorar cuánto y con cuánta frecuencia recomiendan las sagradas letras á los príncipes el estudio de las ciencias.

Es cierto, dijo Calderon, mas conviene que no lo lleves al extremo; un príncipe no debe tampoco invertir en las letras todos los años de su vida ni buscar en la extension de sus conocimientos una inútil gloria; su verdadera sabiduría ha de consistir mas en el temor de Dios y en la inteligencia de las leyes divinas que en las artes y la ciencia de la tierra.

Sí, repliqué yo con algun calor, convengo en que el culto de la divinidad es el principal fruto de la sabiduría; mas no me negarás que adornado el príncipe del conocimiento de otras artes liberales, llegará á tener algo de grande y de divino; no me negarás que si se le instruye desde niño, como aconsejan la razon y la experiencia, podrá hacer muchos adelantos en sus primeros años, sobre todo si está dotado de ese ingenio y de esa fácil y tenaz memoria que atribuye la faina á nuestro Príncipe y confirman varones eminentes. Se alcanzarán cultivándole increibles resultados; los campos de que no cuida la mano del hombre, cuanto son naturalmente mas fecundos, tanto mas y mas pronto se cubren de espinas y de nocivas yerbas. Pero he hablado ya mucho acerca de esto en los Comentarios que escribí dias pasados sobre el monarca y la institucion monárquica. He de dároslos á conocer para que los corrijais en cuanto los tenga limados. No solo encontraréis en ellos cosas relativas á la instruccion del Príncipe; veréis además mis opiniones sobre la manera de formarle é inocularle las costumbres propias de su rango, cosa en que debiamos fijar principalmente nuestras miras. Si lo he hecho bien ó mal, lo juzgaréis vosotros; estoy pronto á hacer las enmiendas que os parezcan oportunas.

M-11.

Mas¿á qué esperar tanto? repusieron mis amigos. Tenemos ahora lugar y tiempo; y puesto que nos has hecho ya mencion de tu trabajo, deseamos con avidez oir lo que sobre tan grave asunto recogiste, bien nos lo leas, bien nos lo recites de memoria en esta y las siguientes noches. No tememos que nos sea pesado el trabajo de castigar tu obra, ni rehusamos tampoco advertirte lo que, segun nuestro parecer, merezca corregirse.

Bien, dije, acepto pues la condicion, amo y amé siempre la franqueza. Tengo para mí que es de personas delicadas y no de amigos querer menos ser el autor de un libro que recibirle castigado por la mano de otro amigo. Voy pues, si os place, á empezar la explicacion de mis Comentarios, dejándolo tan solo cuando así lo exija el tiempo ó vuestro cansancio en oirme.

No, no, repuso Calderon, nosotros deseamos ya ardientemente oirte; me atrèvo á asegurarlo hasta en nombre de Suasola. ¿Qué cosa puede haber mas agradable mientras se está disponiendo la cena que oir hablar sobre el modo de educar á un príncipe? Qué mas agradable que secundar tus nobles esfuerzos en lo quo sea necesario y nosotros alcancemos?

Agradezco, dije á la sazon, en lo que debo vuestra favorable disposicion para conmigo; solo siento que mis facultades oratorias no corran al par de vuestra erudicion ni de vuestras esperanzas. Si Sócrates debiendo vituperar el amor en presencia de Fedro, no se atrevió á hacerlo sin cubrirse antes con su manto la cabeza, ¿cuánto mas no debo sonrojarme yo al pasar á desenvolver mis pobres pensamientos delante de un varon instruidísimo que hace tanto tiempo está explicando teología en Alcalá con universal aplauso de las gentes? No he salido, por otra parte, nunca de la vidu privada: ¿qué podré decir sin temor acerca de la manera de educar é instruir á un príncipe? No parecerá ya en mí atrevimiento, sino temeridad y hasta impudencia. ¿Si correré yo la suerte de aquel anciano Formion que se atrevió á hablar del arte militar delante del gran capitan cartaginés Aníbal? Mucho he de temer en vista 'de este ejemplo que no recoja en vez de alabanzas carcajadas y sea vituperado al fin de necio y loco.

¿Mas cómo? dijo Calderon, no hay para qué temas; ¿quién podrá hallar mal que de tu mucha lectura hayas sacado preceptos saludables, confirmados por la aprobacion de todos los siglos y naciones, y sobre todo por la experiencia de los hombres mas ilustres? Podrias además escudarte con el ejemplo de Platon, Aristóteles y otros filósofos, que sin haber intervenido nunca en los negocios de la república, escribieron sutil y prudentemente sobre el modo de constituirla, ya por lo que leyeron, ya por lo que les inspiró su aventajado ingenio.

Es preciso, sin embargo, evitar el fastidio, dije, y atender además á que estamos en verano; os daré á conocer por partes mis ideas durante los ratos que tengamos de ocio en los dias sucesivos. Si algo os parece digno de censura, ó lo vemos de noche ó despues de concluida la lectura de la obra; no sea que crezca mucho el libro si conferenciamos en particular sobre cada uno de los puntos de que trata. Podeis además así cor

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regir mi obra sin necesidad de que entremos en cuestiones enojosas. El papel, como suele decirse, no se sonroja; y bueno será tambien que miremos algo por nuestro amor propio, aunque no sea tan delicado como el de muchos hombres. Empezaré, si os parece, mi tarea explicando los motivos que me indujeron á escribir mi libro, y os manifestaré luego sus principales divisiones, á fin de que me esteis mas atentos y mas preparados para mi lectura.

Plácenos, dijeron entrambos; satisfarás así nuestros deseos y te evitarás la molestia de tener que entrar en contiendas literarias, para las cuales no te vemos hace ya mucho tiempo dispuesto.

Efectivamente, repuse, cambian mucho con la edad las inclinaciones; jóvenes, amamos el ruido y las disputas; ya de mas edad, no sentimos amor sino por el tranquilo estudio de las letras. Mas es hora ya de que empiece á cumplir con lo que deseais y con la promesa que os he hecho. Años atrás, cuando á mi regreso de Italia y Francia fijé mi residencia en Toledo, empleé algunos años en escribir en latin una Historia General de España, única cosa que nos faltaba y pedian con instancia naturales y extranjeros. Tuve en tanto lugar de fijar la atencion en grandes y numerosos ejemplos de varones principales, ejemplos que creí de mucha importancia recoger en un solo cuerpo de obra mientras daba á luz mi historia para dispertar algun tanto el gusto de los lectores, ya por los hechos de nuestra nacion, ya por trabajos de la naturaleza de los que yo emprendia. Observé además que con estos ejemplos y preceptos podia contribuir tal vez á formar nuestro príncipe Felipe, llenando así los deseos de nuestro maestro que me habia rogado en muchas cartas le hiciese observar todo lo que á mi modo de ver podia hacer para el mejor desempeño de su difícil cargo. Obró él como varon prudente solicitando con tanta modestia el auxilio aun de los que menos valen; y hubiera creido hacerme acreedor á la nota de ingrato, cosa que rechazan mis costumbres, si no hubiese correspondido de algun modo á tan grande amistad y deferencia. Escribí entonces solo lo necesario para llenar este deber sagrado, mas reservándome siempre dejar lo demás para este libro.

Aprobamos, dijo entonces Calderon, la ocasion que para escribir has escogido. ¿Quién podrá vituperar nunca con razon que hayas querido emplear tus fuerzas en cuestiones de la mayor y mas conocida trascendencia? No falta ahora sino que cumplas tu promesa antes que llegue el tiempo de volvernos.

Sí, añadió Suasola, porque ya me parece que nos están llamando nuestros fastidiosos é importunos criados.

He dividido pues mi obra, continué, en tres libros, y cada libro en capítulos para evitar el fastidio que naturalmente produce todo asunto tratado sin que estén compartidas sus diferentes partes. Es indudable que se nos hace menos pesado el camino cuando le vemos dividido á trechos por miliarios. Trato en el primer libro del origen de la potestad real, de la utilidad relativa de esta forma de gobierno, del derecho hereditario entre agnados y cognados, de la diferencia que media

entre la benignidad del rey y la crueldad del tirano, de la gloria que se puede alcanzar matando al principe que se atreva á violar las leyes del Estado, por mas que sea esto de sentir profundamente. Explico hasta dónde llegan los límites del poder real, y examino si el de las repúblicas es mayor que el de los reyes, para lo cual indico los argumentos emitidos por una y otra parte.

Señalados ya los términos de la potestad real, consagro el libro segundo á la manera cómo han de ser educados é instruidos los príncipes desde sus primeros años, deteniéndome, por considerarlas como las que mas pueden adornarlos y servirles para la direccion de los negocios públicos, en la honestidad, la clemencia, la liberalidad, la grandeza de alma, el amor á la gloria y sobre todo el culto de nuestra santa religion, el mas poderoso tal vez para dominar y cautivar el ánimo de la muchedumbre.

Trato por fin en el tercer libro de las obligaciones de los reyes, para lo cual he sacado de la mas profunda filosofía y del ejemplo de los varones mas ilustres los preceptos que se deben dar al príncipe al llegar á la mayor edad para que no caiga en error por ignorancia ó por descuido. Explico cómo debe ser gobernada la república en tiempo de paz, defendida en la guerra y si conviene ser ensanchada y dilatada ya por contrato, ya por la fuerza de las armas. Examino á quiénes debe encargarse la administracion de la justicia, quiénes deben entender mas directamente en los negocios de la guerra, cómo y con qué recursos puede hacerse, hasta qué punto puesen exigirse tributos, cuánto y cuán grande ha de ser el respeto á la justicia, qué motivo legítimo tienen las diversiones públicas y hasta qué punto deben permitirse, cuánto cuidado ha de ponerse en no consentir innovaciones peligrosas en materias de religion, sin cuya pureza es imposible que subsista una república.

Pongo en este punto fin á mi larga controversia. Espero que la examinaréis detenidamente en vuestras horas de ocio, convencidos de que cuanto mas severos seais en la censura, tanto mayor ha de ser para vosotros mi agradecimiento, pues no he podido aprobar nunca la conducta de aquellos que para evitar una ligera molestia cuidan poco ó nada de la opinion que los demás han de formar de sus amigos. Los mas prudentes médicos son los que menos consideraciones guardan al enfermo; la indulgencia tiene siempre sus peligros.

Dicho esto, nos levantamos á instancias de nuestros criados Ferrera y Navarro, que empezaban á darnos prisa, diciéndonos una y otra vez que estaba dispuesta la cena; no hubiéramos luego ido á atribuir á culpa suya lo que no era sino una consecuencia de nuestra tardanza. Volvímonos por el mismo punto, Calderon, á causa de su gran debilidad, á caballo de una mula, y los demás á pié, procurando divertir con fábulas y cuentos lo largo y molesto del camino. Llegados que hubimos á la capilla, saludamos á la Vírgen, arrodillán. donos, como de costumbre, ante su sagrada imágen; pasamos luego á la cena, mas agradable que por otra cosa alguna por nuestras eruditas conversaciones; y

cuando estaban ya en su descenso las estrellas y la luna á poca distancia de su ocaso, nos sentamos bajo la espesa sombra de un castaño vecino, donde pasamos la mayor parte de la noche en modestas bromas respirando las apacibles auras que á la sazon soplaban.

Hé aquí pues en resúmen, príncipe Felipe, lo que me atrevo a dedicar tal cual es á tu augusto nombre, sin que me mueva á ello otra ambicion que la de hacerte un pequeño obsequio, fomentar el desarrollo de tus grandes virtudes y esclarecido ingenio, y por estos mismos esfuerzos merecer bien de toda la república. Aunque pues estando educado en un palacio lleno de gravedad y sabiduría, entre varones prudentísimos, y lo que mas es, á la sombra de tan gran padre y tan eruditos profesores, no pueden faltarte preceptos excelentes y de gran filosofía, he pensado que no podrás dejar de confirmarlos mas y mas leyéndolos en este libro, y aun observando otros que me parecen de gran fuerza para determinar la conducta privada y gobernar con acierto los imperios. De pequeñas cosas nacen á veces las mayores; y no es bueno despreciar lo que puede con el tiempo llegar á ser de gravísima importancia. Antes empero de entrar en materia, te ruego, Príncipe, que no tomes á mal mi trabajo y procures corresponder ya á tu buen carácter, ya á la nobleza de tus antepasados. Te suplico ¡ oh Dios! que favorezcas nuestros esfuerzos y perpetúes tus excelsos dones, es decir, las grandes dotes de su alma y de su cuerpo. ¡Ah! Oye con benignidad mi súplica y ya por tu liberalidad, ya por la intercesion de la castísima Vírgen, tu madre, haz que el éxito iguale por lo menos la esperanza.

CAPITULO PRIMERO.

El hombre es por su naturaleza animal sociable.

En un principio los hombres como las fieras andaban errantes por el mundo; ni tenian hogar fijo, ni pensaban mas que en conservar la vida y obedecer al agradable instinto de procrear y de educar la prole. Ni habia leyes que les obligasen ni jefes que les mandasen; solo sí por cierto impulso de la naturaleza tributaba cada familia el mayor respeto al que por su edad parecia tener sobre todos una decidida preferencia. Verdad es que á medida que iban los hombres aumentando en número, iban presentando, aunque vaga y rudamente, las formas de la sociedad, ó por mejor decir, de un pueblo. Faltaba el jefe de la familia, bien fuese el abuelo, bien el padre, é hijos y nietos se distribuian en diversos grupos, convirtiendo en muchas una sola aldea.

Vivian entonces los hombres tranquilamente y sin ningun grave cuidado; contentos pues con poco,apagaban el hambre con la leche de sus ganados y los frutos que daban de sí los árboles silvestres, la sed con el agua de los arroyos y demás corrientes. Defendianse con la piel de los animales contra los rigores del calor y el frio, se entregaban dulcemente al sueño bajo la sombra de frondosos árboles, preparaban agrestes convites, jugaba cada cual con sus iguales, divertian el tiempo en familiares y amistosas pláticas. No habia entre ellos lugar al fraude ni á la mentira, no habia entre ellos poderosos cuyos umbrales conviniese saludar ni cuyas

opiniones seguir para adularles, no habia nunca cuestiones de términos, no habia guerras que fuesen á perturbar el curso de su tranquila vida. La insaciable y sórdida avaricia no habia aun interceptado y acaparado para sí los beneficios de la naturaleza; antes, como dice el poeta:

Mallebant tenui contenti vivere cultu:

Me signare quidem, aut partıri limite campum
Fas erat,

bienes con los que hubieran podido igualar en felicidad y convidar hasta los que habitaban en el cielo, si no hubiesen carecido por otra parte de cosas necesarias y la debilidad del cuerpo no les hubiese hecho tan sensibles á las impresiones del aire y á otras inclemencias.

Sabia empero Dios, creador y padre del género humano, que no hay cosa como la amistad y la caridad mútua entre los hombres, y que para excitarlas era preciso reunirlos en un solo lugar y bajo el imperio de unas mismas leyes. Habíales concedido ya la facultad de hablar para que pudiesen asociarse y comunicarse sus pensamientos, cosa que ya de por sí fomenta mucho el amor mútuo; y para mas obligarlos á querer lo que estaba ya en sus facultades, les creó sujetos á necesidades y expuestos á muchos males y peligros, para satisfacer y obviar los cuales fuese indispensable la concurrencia de la fuerza y habilidad de muchos. Dió á los demás animales con que comiesen y se cubriesen contra la intemperie; armó á los unos de cuernos, dientes y uñas para que pudieran rechazar los ataques exteriores; dotó á los otros de ligeros piés para que les fuese fácil salvarse de inminentes riesgos; pero abandonó al hombre á las miserias de la vida, dejándole desnudo é inerme como al desgraciado náufrago que acaba de ver sumergida su fortuna en el fondo de los mares. Nacemos y no sabemos siquiera buscar el pecho que ha de alimentarnos, no podemos sobrellevar las inclemencias del cielo, no nos es dado movernos por nosotros mismos, mientras no salgan los piés de su entorpecimiento. Empezamos esta miserable vida con el suspiro en nuestros labios y el llanto en nuestros ojos, presagio cierto de la infelicidad que nos apremia y de las desventuras que nos amenazan; seguimos, conforme á estos principios, privados de una infinidad de cosas, que no solo no podemos proporcionarnos individualmente, sino que ni aun con el auxilio de un reducido número de gentes.

¿Cuántos artesanos y cuánta industria no son necesarias para cardar el lino, la seda y la lana, para hilarlas, para tejerlas, para trasformarlas en las variadas telas con que cubrimos nuestras carnes? Cuántos obreros para domar el hierro, forjar herramientas y armas, explotar las minas, fundir los metales, convertirlos en alhajas? Cuántos, por fin, para la importacion y la exportacion de las mercancías, el cultivo de los campos, el plantío de los árboles, la conduccion de las aguas, la canalizacion de los rios, el riego de los campos, la construccion de los puertos artificiales por medio de vastas moles de piedra, arrojadas en el seuo de los mares, cosas todas que, cuando no son absolutamente necesarias, sirven para hacer mas agradable y embellecer la vida? No nos es menos difícil procurarnos los medi

camentos con que hemos de curar nuestras enfermedades. ¡Cuántos remedios desconocidos de los antiguos no debemos ahora á la experiencia y al mayor conocimiento de la naturaleza ! Procúranse los demás animales por su simple instinto los recursos de la vida, buscan escondrijos ó cuevas donde vivan, cosas de que coman acomodadas á su naturaleza, yerbas que puedan remediar sus males; solo nosotros nacemos rodeados de tanta oscuridad y tan gravísima ignorancia, que no podemos aprender nada sino á fuerza de tiempo, ni proporcionarnos sino á fuerza de tiempo las cosas de que mas necesitamos. ¿Qué vida por larga que sea ha de bastar para que constituyamos una sola ciencia, si no tenemos antes recogidas las observaciones de muchos y los resultados que ha podido dar una larga experiencia? Hemos debido tomar lecciones hasta de los demás séres animados. Si hemos empleado el díctamo para extraer del cuerpo las saetas, lo hemos aprendido de la cabra montés, que usa de aquella yerba al sentirse herida por los dardos de los cazadores; si la celidonia para las cataratas, de la golondrina, que abre con este remedio á la luz los ojos de sus hijos; si el orégano, de la cigüeña; si la hiedra, del jabalí; si la lechuga silvestre, del dragon, que detiene sus náuseas con el jugo de esta planta. Mas ¿para qué debo ya sacar á plaza tantos ejemplos? Basta lo dicho para dejar completamente demostrado que el hombre necesita de ajeno auxilio y fuerzas, que con las suyas no puede siquiera procurarse una escasa parte de los recursos de su vida. Añádase ahora á esto lo débil que es su cuerpo para rechazar la fuerza exterior y evitar los atentados contra su existencia. La vida del hombre no estaba segura ni contra las muchas fieras que poblaban la tierra cuando estaba esta sin cultivo y no se habia arrasado todavía ningun bosque; no lo estaba ni aun contra sus mismos semejantes, entre los cuales, fiando cada cual en sus propias fuerzas, se arrojaban contra las fortunas y la vida de los mas débiles los que mas podian, séres feroces y salvajes que aterraban ó temian, segun se sintiesen mas o menos fuertes. Lo estaba mucho menos cuando asociados ya los que pretendian abusar de su superioridad física, se dejaban caer en cuadrilla contra los campos, los ganados y hasta las aldeas, cometiendo todo género de atropellos, llevándoselo todo y hasta encrueleciéndose contra la vida de los que se atrevian á resistirles, situacion por cierto desgraciada y miserable. ¿Dónde podia encontrar entonces la inocencia y la pobreza un abrigo contra tantos latrocinios, saqueos y matanza?

Viendo pues los hombres que estaba su vida cercada constantemente de peligros y que ni aun los parientes se abstenian entre sí de violencias y de asesinatos, empezaron los que se sentian oprimidos por los poderosos á asociarse y á fijar los ojos en el que parecia aventajarse á los demás por su lealtad y sus sentimientos de justicia, esperando que bajo el amparo de este evitarian todo género de violencias privadas y públicas, establecerian la igualdad, mantendrian sujetos por los lazos de unas mismas leyes á los inferiores y á los superiores, á los superiores y á los del estado medio. Derivaron de aquí, como es de suponer, las primeras sociedades constituidas y la dignidad real,

que no se obtenia en aquel tiempo con intrigas ni con dádivas, sino con la moderacion, la honradez y otras virtudes manifiestas.

No debemos pues atribuir sino á la carencia de las cosas necesarias á la vida, y sobre todo al temor y conciencia de nuestra propia fragilidad, ya los derechos que nos constituyen hombres, ya esa sociedad civil en que gozamos de tantos bienes y de tan tranquila calma. Entre los demás animales reúnense tambien los mas débiles y medrosos para defender su misma debilidad y pobreza, puestas así en comun las fuerzas, que separadamente nada pueden. No van solos sino los leones, las panteras, los osos y estos porque aventajan en robustez y valor á los que podian ser sus enemigos. Es verdaderamente debido al puro instinto la formacion de las sociedades; y gracias á ella el hombre, que en un principio se veia privado de todo sin tener siquiera armas con que defenderse ni apoyo á que arrimarse, está hoy rodeado de bienes, reuniendo é! solo mayores recursos que los de todos los demás animales que desde su orígen parecian haber recibido medios de conservacion y de defensa. Neciamente pues acusan algunos á la naturaleza de que, no ya como madre, sino como madrastra del linaje humano, al paso que colmo de bienes á los demás séres animados, creó débil y pobre al hombre para que sirviera, ya á sus semejantes, ya á las fieras de presa y de juguete. Con no menos razon y no sin merecer las notas de impíos acusan otros á la divina Providencia quejándose, ora de que todo acontezca en la tierra sin órden ni direccion alguna, ora de que precisamente el sér mas noble lleve la mas desgraciada vida careciendo de cuanto pueda hacerla mas agradable y escudarla. Cabalmente esos motivos de acusacion contra la Providencia y la naturaleza son los que mas hacen resaltar el poder y la divinidad de entrambas. Si hubiese tenido el hombre fuerzas suficientes para vencer los peligros y no hubiese debido apelar á las ajenas, ¿habria habido nunca sociedad? Habria habido ese respeto mutuo que constituye la tranquilidad de nuestra existencia? Habria habido órden, habria habido la buena fe necesaria en los contratos, liabria habido por fin hombres? Nada hay ahora mejor ni mas apreciable que el hombre corregido y llamado á la moderacion por la fuerza de la disciplina, sujeto por las leyes, y sobre todo, por un poder superior, contra cuya accion es impotente. ¿Qué empero habria mas cruel ni bárbaro que él sino le detuvieran las prescripciones del derecho y los fallos de los tribunales? ¿Habria acaso fieras que causasen tanto estrago? Es violentísima la injusticia cuando armada. Nacieron así de nuestra propia debilidad la sociedad, los sentimientos de humanidad y las mas santas leyes, bienes todos divinos, con los cuales hemos podido embellecer y asegurar la vida; y es indudable que todo el ser del hombre depende principalmente de haber nacido frágil y desnudo, es decir, de haber necesitado de los demás para alimentarse y defenderse.

CAPITULO II. Entre todas las formas de gobierno es preferible la monarquía.

Tienen pues una grande y admirable razon de existencia las cosas que parecen mas caprichosamente constituidas. De la indigencia y de la debilidad nacen las sociedades civiles, tan necesarias para la salud y hasta para el placer del hombre; con ellas la dignidad real, como escudo y guarda de los pueblos, dignidad que en un principio ni aterraba con su imponente fausto y aparato, ni estaba limitada por leyes, ni llevaba consigo privilegio alguno, ni hallaba defensa contra los peligros sino en el amor y la benevolencia de los ciudadanos, ni apelaba sino á su voluntad y albedrío para dirigir los negocios generales de la república y decidir los pleitos entre particulares, ni habia cosa en que no entendiese por creer los hombres que nada habia tan grave que no pudiese conseguirse por medio de los príncipes, con tal que fuese justo. Escribiéronse mas tarde leyes y hubo á la verdad dos motivos poderosos para que así se hiciese. Empezóse á sospechar de la equidad del príncipe por ser difícil que estuviese libre de cólera y odios y supiese mirar con igual amor á todos los que viviesen debajo de su imperio; y se creyó que para obviar tan grande inconveniente podian promulgarse leyes que fuesen y tuviesen para todos igual autoridad é igual sentido. Es, pues, la ley una regla indeclinable y divina que prescribe lo justo y prohibe lo contrario. Observóse desde entonces que la exagerada malicia de los hombres se hallaba contenida por la majestad del rey y por las armas de los soldados, ligada por la severidad de las leyes y el temor de los tribunales de tal modo, que por evitar cada uno en particular el castigo, se abstuviesen todos de cometer maldades. Es, sin embargo, verosímil que existieron en aquellos tiempos muy escasas leyes, y que, escritas estas en muy pocas y claras palabras, no necesitaban de comentario alguno; mas luego fué creciendo tanto la depravacion del hombre, que hemos debido llegar á tiempo en que nos molestan menos las leyes que nuestros propios vicios, sin que basten ya ni la fuerza ni la industria de Hércules alguno para limpiar los establos de nuestros leguleyos. No es tampoco de creer que hubiesen sido entonces adoptados castigos demasiado fuertes; mas como desgraciadamente fuese declarando la experiencia que tenian aun en el hombre mayor fuerza para excitar su ambicion el incentivo del placer y la esperanza de procurarse cosas útiles que no tenia para extinguirla el temor de las penas adoptadas, fueron cada dia estableciéndose otras mas severas hasta llegar á la de muerte. Ni aun esta bastaba para imponer á ciertos hombres malvados, verdadera peste de la república; así que sintióse al fin la necesidad de armarla de mayores y mas estudiados tormentos para que infundiese terror hasta á los que por la violencia de sus deseos se sintiesen mas arrastrados á la maldad y al crímen.

Ocupábanse en un principio los reyes mas en guardar que en extender la frontera de su imperio, razon por la cual tenia cada ciudad y aun cada pueblo el suyo,

llegándose á contar el número de los monarcas por el de las ciudades. No es raro que leamos así en las sagradas escrituras como en las profanas que aun en no muy extensas comarcas hubo en aquella época multitud de reyes. Andando empero el tiempo, ya que les moviese la ambicion de poseer mucho, ya el amor á los aplausos y á la gloria, ya como una que otra vez podia suceder las injurias recibidas, empezaron algunos príncipes á querer subyugar naciones libres, á tomar la codicia de mando por motivo de guerra, á arrojar del trono á los demás reyes, á dominar, por fin, solos y señores sobre la fortuna de todos los pueblos á que pudieron extender la espada. Así obraron Nino, Ciro, Alejandro, César, que fueron los primeros en fundar y constituir grandes y dilatadísimos imperios, que fueron reyes, pero no legítimos, que léjos de domar el monstruo de la tiranía y extirpar los vicios, como al parecer deseaban, no ejercieron otras artes que las del robo, por mas que el vulgo celebre aun sus hechos con inmensas y gloriosas alabanzas.

Estos fueron los principios de la dignidad real, estos sus progresos. Mas dejando esto aparte, de lo que principalmente han dudado grandes y esclarecidos varones es de si debemos preferir á las demás esta forma de gobierną, cuestion que se reduce á examinar si es mas ventajoso para la direccion de los negocios humanos que gobierne uno solo en cada sociedad constituida, ó que el poder y el mando estén divididos, ya entre unos pocos elegidos entre la muchedumbre, ya entre todos los que habitan dentro de unas mismas fronteras y viven bajo el yugo de unas misinas leyes. Preséntanse por una y otra parte muchos y poderosos argumentos que, á nuestro modo de ver, hemos de exponer, aunque en resúmen. Es, en primer lugar, preferible la monarquía á las demás formas de gobierno por ser mas conforme á las leyes de la naturaleza, en la cual obedecen al impulso de uno solo cielo y tierra, se difunde la vida y el espíritu desde el corazon por todos los miembros de los séres animados, dirige una sola abeja los trabajos de todas, se arreglan y dependen de un sonido dominante todas las voces de un concierto. Confirmalo el hecho de ser conforme, no solo á la direccion general del mundo, sino tambien á la de cada una de las partes de quo este se compone, pues no hay casa, aldea ni ciudad donde no se vea con malos ojos que en lugar de uno manden muchos. Movidos por la fuerza de este argumento, que podriamos ilustrar con muchos argumentos, abrazaron esta forma de gobierno los primeros hombres, que por estar menos distantes de su origen y por consiguiente de la mejor raza, comprendian mas fácilmente la naturaleza de las cosas; hecho que no deja de confesar en muchos pasajes de sus obras Aristóteles, segun el cual han pasado los hombres del gobierno de uno solo al gobierno de muchos. Cuando no pudiésemos probar esto históricamente, es, á nuestro parecer, indudable que seria cuando menos verosímil por lo que llevamos dicho, pues es mas que natural que oprimida la muchedumbre por los que disponian de mayores fuerzas, se diese despues de asociarse un jefe que evitase y vengase las injurias de sus enemigos. Con el tiempo se fueron inventando los demás sistemas de

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