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tardó en excitarse el odio popular ni en levantarse voces que denunciaban aquel hecho impío, asegurando que graves peligros amenazan siempre á los violadores de los templos. Alfonso el Sabio por fin obtuvo del pontifice Gregorio X los diezmos de las iglesias en recompensa de la corona imperial que habia perdido, concesion á la verdad ligera y perniciosa, como declararon á poco los sucesos. Un príncipe, que poco antes podia compararse con los mas grandes reyes, murió pobre, abandonado, en medio de un reino que le habian arrebatado las armas de su propio hijo.

Y hay aun que considerar que, segun confiesan los tesoreros y administradores del real patrimonio y demuestran de un modo evidente los sucesos, léjos de menguar la escasez con las rentas de los templos, aumenta, como si por el simple contacto de los tesoros sagrados se consumiesen mas y mas pronto los de la corona. No parece sino que sucede con esto lo que con las plumas de las águilas que, segun refiere Plinio, devoran las de las demás aves que están mezcladas con ellas, ó lo que con las cuerdas de lobo, que, segun cuentan otros, roen por cierta fuerza oculta de la naturaleza las de oveja que se reunen en una misma cítara. No podemos ciertamente menos de admirar y lamentar que cuando se han aumentado inmensamente las rentas reales, ya por habernos proporcionado grandes tesoros el comercio de la India y los galeones que vienen anualmente de la América, ya por estar destinados al fisco los diezmos de los templos, ya por gemir todas las clases del Estado bajo grandes impuestos, á pesar de no ser grandes los gastos en tiempos de paz y de guerra, nos hallemos ahora mas que nunca en gravísimos apuros, y podamos mucho menos que antes de

haber alcanzado por mar y tierra grandísimas victorias. El vulgo, y hasta los que no son vulgo, lo atribuyen al uso de los objetos sagrados, con el cual, dicen, se debilitan las fuerzas y menguan las demás riquezas y tributos. Las albajas del templo de Jerusalen usurpadas por Tito Vespasiano, llevadas entre otros despojos desde Roma al Africa por Genserico, pasadas por las manos de muchas familias de príncipes vándalos y de príncipes latinos, despues de haber acabado con todos sus desgraciados poseedores, terminaron por la ruina del imperio vándalo, cuyo último rey Girimer cayó en manos del anciano Belisario; y hubieran continuado indudablemente provocando nuevos males si por mandato del emperador Justiniano no hubiesen sido devueltas á Jerusalen, triunfo nobilísimo alcanzado despues de tantos siglos contra tantos enemigos de la religion y tantos violadores sacrilegos del mas alto templo.

Mas basta ya de la naturaleza y límites de la autoridad real. Debemos ahora examinar cómo es posible contener con preceptos y una esmerada educacion al príncipe cuando por su corta edad está en una pendiente mas resbaladiza y peligrosa, no sea que se entregue sucesivamente á los placeres y degenere en tirano por su demasiado poder y sus riquezas. Hemos de procurar que se manifieste en todos los actos de su vida benevolo para los ciudadanos, templado, lleno de respeto por la religion y por las leyes, cualidades todas que han de ser agradables á Dios, decorosas para él y saludables para toda la república. Hemos de procurar que todos le amen, le admiren y le adoren, no como un sér hecho del polvo de la tierra, sino como un sér de estirpe divina, dado por el cielo como la mas clara estrella del orbe.

LIBRO SEGUNDO.

CAPITULO PRIMERO.

De la educacion de los niños.

MUCHAS y muy buenas cosas han pensado y decretado prudentes legisladores para la recta organizacion de la república, mas ningunas son de tanto valor como los preceptos para la perfecta educacion de los niños. Es opinion generalmente recibida y dictada por los mismos principios de la naturaleza que si queremos la salud de la patria debemos poner nuestro principal y mayor cuidado en instruir á la generacion que debe sucedernos. ¿Qué puede haber en la vida de los hombres mas dulce por sus frutos ni mas acomodado á nuestra dignidad ni mas saludable que el que existan en el estado excelentes ciudadanos? Qué mas triste ni mas funesto que el que por no conocer á Dios ni su doctrina, feroces y precipitados manchen sus acciones con delitos? ¿Habrá álguien tan civilizado ni tan, agreste y bárbaro que no

confiese y entienda que de los primeros años depen le el resto de la vida, que los medios están estrechamente unidos con los principios, los fines con los medios y es tán casi siempre acordes con los primeros todos nuestros actos? En la semilla descansa la esperanza de la cosecha, en la educacion de la niñez la de la felicidad y cultura de los pueblos. Las semillas que se echan en los primeros años son las que mas se extienden y echau profundas raíces, como vemos que acontece con las tierras nuevamente aradas. ¿Es acaso extraño que caiga en tropel sobre campos y ciudades todo género de calamidades y de daños, si se mira con menosprecio ese cuidado, que ya pública, ya privadamente babian de confiar los gobiernos á todo ciudadano? Corrompemos á los niños con deleites y placeres, debilitamos su cuerpo con el ocio, con la sensualidad su alma. Alimenta-, mos su orgullo y su soberbia con la escarlata, la púrpura y el brillo de las piedras preciosas; irritamos su

paladar con manjares exquisitos, atacamos sus fuerzas físicas y morales con nuestra fatal condescendencia. En casa oyen y ven lo que no se puede referir sin pudor ni sin vergüenza. Ven constantemente la imágen del vicio, oyen constantemente ejemplos de debilidad é infamia; y ¿pretenderémos luego que salgan soldados de valor y esfuerzo ó ciudadanos morigerados? ¿No hemos de temer mejor que luego de declarados senadores ó elevados á las altas magistraturas se entreguen con mas desenfreno á los vicios y ocasionen mayores y mas lamentables estragos? No se borran fácilmente los colores en que se convirtió la primitiva blancura de las lanas; la vasija conserva casi siempre el olor del primer líquido que recibió en su seno; y no sin razon dijo Virgilio:

Usque adeo à teneris assuescere multum est.

mano de sucesores honrados, se ba de convertir indudablemente en su daño y consumirse en breve si están aquellos entregados desde su infancia al vicio? ¿No seria esto, como dijo ingeniosamente Plutarco, procurar la elegancia del zapato sin atender para nada al pié que ha de calzarlo? No hay ciertamente posesion ni alhaja alguna que pueda compararse con los hijos cuando buenos y modestos; mas ¿hay tampoco mas triste azote que ellos cuando están mal educados? No sin razon Cornelia, la madre de los Gracos, contestó á una mujer que estaba haciendo gala de sus ricos vestidos y de su oro y pedrería con solo enseñartes á sus hijos que volvian de la escuela y estaban educados en las mas rígidas costumbres; comprendió como ninguna sus deberes y contribuyó no poco á la grande y enérgica elocuencia que aquellos desplegaron. ¿No es verdaderamente raro que busquemos para procurador de nuestros negocios un varon honrado, temamos confiar la puerta de nuestra casa á personas que no tengan su probidad acreditada, atendamos á que sean de buenas costumbres todos nuestros criados, y abandonemos luego á los hi

para que vivan á su antojo? Somos nosotros mismos los que corrompemos con nuestra condescendencia á nuestros hijos, condescendencia fatal, que tarde ó temprano ha de ser para nosotros un motivo de dolor y para ellos la causa de su propia ruina. No serán el báculo de nuestra vejez, serán sí nuestros verdugos; no aumentarán la hacienda, sino que la destruirán; no serán el escudo de las familias, serán sí el azote. Suce derá esto tanto mas, cuanto mayores sean las riquezas que deban á sus antepasados; su libertinaje no encontrará entonces límites; sus apetitos crecerán de dia en dia, y lo descuidarán todo para entregarse desenfrenadamente á los placeres, en que se enlodazarán con mengua propia, con mengua de sus hijos, con mengua de sus padres. La gloria de los antepasados es una luz que acompaña á los presentes, y no permite que estén ocultas ni sus virtudes ni sus vicios; cuanto mas esclarecida fué la vida de los padres y la de los abuelos, tanto mas vergonzosa es la bajeza de los hijos. ¡Oh poder sublime y grande de la educacion infantil!

Es apenas creible cuánto quedan impresas en el alma y cuánta fuerza tienen, ya para corromper, ya para depurar las costumbres, las imágenes y preceptos recibidos en los primeros años. Si unos consagran toda su vida á esclarecidos y altos hechos logrando reprimir sus malos instintos, si otros han logrado emanciparsejos de la liviandad ó la desidia, se debe casi por completo á la primera educacion que les ha sido dada. Es fácil enseñar á un perro de caza mientras es jóven, ya á seguir por el olor la pista de la fiera, ya á presentar la presa sin lastimarla; fácil domar desde sus primeros años al caballo y acostumbrarle al jinete y enseñarle á mover acompasadamente los piés y hacerle obedecer al freno, al látigo y la espuela; fácil enderezar con rodrigones los árboles mientras están tiernos y corregirlos con la poda y trasplantarlos cuando se opone la naturaleza de la tierra á su crecimiento y desarrollo; fácil evitar que no crezcan desordenadamente como en un bosque y sea despues todo trabajo inútil; mas difícil y muy difícil si se abandonan á sus propias fuerzas en los primeros tiempos de la vida y se pretende corregirlos cuando estén ya endurecidos, caso en que es ya mas hacedero romperlos que doblarlos. ¿Habrá ahora álguien tan falto de sentido comun y tan poco cuidadoso de la salud pública que no crea la tierna edad de los niños digna de llamar toda nuestra atencion y todo nuestro celo, que no crea que se les ha de ir formando para la justicia é instruyéndoles con ejemplos y preceptos para que conserven siempre puras sus costumbres? En aquella época de la vida mudan á nuestro antojo de forma y de figura del mismo modo que la blanda cera obedece á la mano del que la trabaja; en otra ya no admiten, por preceptos que se les de, cambio alguno exterior, reforma alguna. Cuidamos sin cesar del aumento de la hacienda, cultivamos diligentemente los campos para que se multipliquen los frutos y correspondan á los trabajos de la labranza, levantamos vastos é imponentes edificios sobre profundos cimientos y los llevamos á su mayor altura, dividiéndolos por medio de pisos y de bóvedas, los embellecemos con amenos huertos, con preciosos tapices, con estatuas, con ricos y variados muebles, amontonamos grandes tesoros, y ¿hemos de mirar luego con indiferencia la educacion y enseñanza de los hijos á quienes debemos legar toda esta fortuna, fortuna, que como puede ser un instrumento de salud en

Oponen algunos á esto que con discursos y preceptos se logra inflamar en amor á la virtud el ánimo de los jóvenes y casi nunca corregirlos, fundándose en que los que mejor encarecen las virtudes son muchas veces los que llevan una vida desordenada, y han de destruir por fuerza con sus costumbres la fuerza de sus razones, ó argüir con sus razones la bondad de las costumbres, convirtiéndose en graves censores de sí mismos y entrando en las mas graves cuestiones sobre su conducta. Mentiriamos á la verdad si dijéramos que los discursos y los preceptos de los filósofos tienen por sí la suficien te fuerza para extirpar el vicio de los ánimos y engendrar constantemente en ellos las virtudes. Oponese á ello el carácter de cada individuo, las impresiones recibidas, los hábitos adquiridos y sobre todo nuestra libertad acostumbrada á pasar por encima de todos los consejos del saber y de la prudencia. Muchas y muy grandes mercedes deberiamos ciertamente á los filósofos, como dice Teognes, si como Circe convertia los hombres en fieras con sus yerbas y conjuros, pudiesen

ellos con sus palabras convertir las fieras en hombres, es decir, llevar del vicio á la virtud, del delirio á la razon, y de la crueldad á la humanidad, á hombres muy parecidos á las fieras. Puede gloriarse la filosofía de haberlo alcanzado algunas veces y presentarnos, entre otros muchos cuyas malas prendas corrigió con sus preceptos, al famoso Polemon, que despues de haber llevado una vida infame y tenido muy relajadas sus costumbres, llegó á ser uno de los hombres mas severos de su tiempo, por haber oido una sola vez las sabias y virtuosas palabras de Jenocrates; mas aun cuando así no fuera, cabe siempre decir que es de tanto valor la virtud, que no debe perdonarse medio alguno para curar á unos pocos, y que siempre será mejor que empleemos nuestros esfuerzos en favor de los niños, pues serán mayores los frutos y mas fundadas nuestras esperanzas.

de la naturaleza.» Pues qué, ¿puede creerse que no añadieron una esmerada educacion á sus dotes naturales todos los varones eminentes que celebró la antigüedad y ensalzó hasta el cielo, bien pertenecientes á los judíos, bien á los gentiles, bien al pueblo cristiano? Si la hermosa y casta Susana para defender su pudor contra viejos insolentes que ardian en el fuego de la lujuria se expuso al peligro de una ignominia y de una muerte cierta, ¿fué debido acaso mas que al temor de Dios que le infundieron sus padres en la primera época de su vida, segun aseguran las santas escrituras? ¿Qué no podrémos, por otra parte, alcanzar cuando no sean muy vehementes nuestras malas inclinaciones, como sucede con los mas de los hombres? ¿No hemos de poder esperar que con una educacion rígida han de corregirse y hasta cambiarse en virtudes? El hierro con el frecuente roce se desgasta y muda el orin en esplendor y en brillo; los cayados de los pastores, rectos por su naturaleza, toman una forma curva merced á los esfuerzos del arte; ¿qué importa que no podamos reformar por completo un carácter, con tal que podamos con la educacion atenuar y corregir sus vicios ? Si los leones y otras fieras crueles llegan á deponer su fiereza, ¿hemos de desesperar que la deponga el hombre, capaz de deliberar y armado de la razon contra los mas vchementes y depravados ímpetus de la naturaleza? No cogerémos nunca por cierto ni de la zarza uvas, ni del madroño higos ni granadas; pero lograrémos sí que dé cada árbol mas sazonados y suaves frutos si los cultivamos con actividad y en tiempo oportuno, trabajo que solo será inútil cuando sea el terreno estéril, pedregoso, arenoso ó esté vacía y corrompida la semilla. Pero hay mas; ¿ existe acaso una parte de la tierra de que no pueda percibirse mas o menos fruto y cuyos inconvenientes no venza ó cuando menos atenúe la labranza? Está fuera de toda duda que si á la excelencia del suelo y de la semilla se añade un esmerado cultivo., se han de obtener singulares y preciosos frutos; mas aun cuando la naturaleza no nos permita aspirar á tanto, no debemos despreciar lo poco que pueda concedernos, pues la idea de que nada podamos esperar acaba de echar á perder no pocas veces lo que es aun susceptible de correccion y mejora. No se explica casi de otro modo que de David haya nacido un Absalon, de Salomon un Roboan y por punto general degenere en los hijos la raza de los padres. ¡Cuántos príncipes eminentes nos presenta la historia con depravados sucesores! Se ha dado á estos una educacion ligera y se les ha viciado el carácter, se les han aumentado los vicios que en su misma organizacion estaban contenidos. Los mejores padres son mu

Oponen tambien, y esto es mas grave, que en ciertos niños se desarrolla desde un principio una maldad tal, que no se hace posible remediarla ni aun con el mas saludable jugo, ni habrian de poder con ella, no decimos ya Hipócrates, príncipe de los médicos, pero ni el mismo Apolo, aun cuando empleara todos los preceptos del arte y echase mano de todos sus recursos. Sigue cada cual, dicen, las inclinaciones de su propia naturaleza; si templada, abraza todas las virtudes; si turbulenta, no procura mas que su propio daño y el daño ajeno. Argumento es este á la verdad, no solo ingenioso, sino fuerte, tanto, que no se hace del todo fácil des truirlo. Empiezo por deber conceder que hay genios incorregibles é inmutables, cosa que observamos hasta entre los demás séres animados. ¿Quién ha de acome ter la empresa de domesticar una víbora, un escorpion ó una pantera? Quién ha de querer exponer la vida á tanta fiereza y sed de sangre? En cambio empero se dan ya ejemplos de haber sido amansados por su generosidad los leones y los elefantes, y hay animales mansos por naturaleza, como las ovejas, los jumentos y ciertas clases de aves, las cuales, bien son amigas de los hombres por instinto, bien cambian en mansedumbre su fiereza por el frecuente roce que con nosotros tienen. Como con los animales, sucede pues indudablemente con los hombres. Influye mucho en nuestra conducta y en nuestras costumbres el carácter que nos· ha dado el cielo; mas influye no poco segun ese mismo carácter la buena ó mala educacion que recibimos en nuestros primeros años y en los años posteriores. No negaré tampoco, porque no es posible, que nacen algunos de tan depravada índole, que rechazan toda correccion y hacen ineficaces todos los medios que se han puesto en juego para instruirles; pero sostengo tambien en cambio que con una mala educacion se depra-chas veces los que menos solícitos se muestran en casva el mejor carácter, del mismo modo que campos fér-tigar las faltas de sus hijos. Segun son de buenos son tiles se erizan de espinas, jarales y yerbas inútiles si se suprime ó se descuida su cultivo. Favorece la educacion el desarrollo de las buenas cualidades que puso en nosotros la naturaleza y hacen que nazcan de ella admirables frutos en premio del trabajo que por ella se han tomado. Sabiamente contestó Nicias al que le preguntó cómo había podido salir un varon tal y tan grande, cuando « tambien con el arte, dijo, ayudé las dotes M-11,

de descuidados, creyendo que se les han de parecer sus descendientes, educados en palacios llenos de saber y de virtudes.

Cuánto pueda, por fin, la educacion nos lo manifestó Licurgo con el ejemplo de los cachorros. Eran los dos gemelos, y acostumbró al uno á la caza, al otro al ocio. Presentólos tiempo despues en la asamblea y les echó de que comiesen. Abalanzóse el segundo á la carne,

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desprecióla el primero por el ardor de seguir una liebre que acababa de soltarse. No solo enseñó con esto cuánto puede una costumbre tomada desde la infancia, les enseñó que aquella ejerce muchas veces mas influencia que la naturaleza misma.

cen niños que llegan á la adolescencia con un carácter rudo, adusto y fiero, y robustecidas sus fuerzas han de llegar á ser la ruina de su familia y de su patria. ¿Qué institucion puede haber despues bastante eficaz para corregirles? Qué leyes, aunque acompañadas de graves penas y armadas de la autoridad del príncipe? Las licenciosas costumbres adquiridas desde nuestros primeros años, gracias á la debilidad de nuestros padres que recibieron con sonrisas y besos aun nuestras palabras y hechos mas vergonzosos y dignos de castigo, se depravarán, á no dudarlo, de año en año, y vendrán al fin á un extremo de que no podrá apartarnos ni ley ni freno alguno. ¿Quién ha de poder aplacar ya ni convertir en virtudes nuestras indómitas pasiones acostumbradas á no encontrar al paso ningun género de obstáculos? ¿Noseria casi un milagro que alguien lo alcanzase? Hay desgraciadamente ejemplos de hombres que aun despues de haber recibido la educacion mas severa, se han, corrompido y depravado, arrastrados por los impetus de nuestra naturaleza inclinada al mal para la eterna desventura del linaje humano; mas¡ cuán pocos se encontrarán que dotados desde su infancia de malas costumbres hayan llegado en edad mas avanzada á reformarse! Repásense lás antiguas historias, ábranse los antiguos monumentos literarios, tráiganse á la memoria sus repetidos ejemplos de maldades y de vicios: ¡ qué de príncipes y súbditos, famosos hoy por sus crimenes, que se precipitaron á los abismos del mal por no haber sido castigados oportunamente sus vicios, en sus primeros tiempos tal vez insignificantes!

Mas volvamos otra vez á hablar de esos caractéres depravadísimos de que nos hemos insensiblemente separado. Es á menudo culpa nuestra que nazcan los niños con dañada índole. Nos casamos sin que influya en la eleccion de nuestras esposas mas que el encanto de la hermosura ó la cuantía de su capitaló de su renta, sin advertir que nos hacemos de peor condicion que los jumentos y los ganados, para cuya propagacion cuidamos de que cubra siempre la hembra un ser de la misma especie, pero de mas noble y de mas pura raza. ¿Quién procuró jamás con el alinco que exige la importancia del asunto que intervengan en nuestros enlaces ciudadanos de rectas costumbres, de excelente ingenio y distinguida índole? Aristóteles niega la facultad de casarse á los jóvenes, fundándose, además de otros inconvenientes, en que produce el consorcio de padres de menor edad hijos débiles de cuerpo y de mezquina talla. Quiere que no puedan casarse los varones hasta los treinta y seis años, ni las hembras antes de los diez y ocho, así como Platon exige en estas veinte, y en aquellos solo treinta. ¿Quién además buscó nunca por consejo de los médicos el tiempo y las horas aptas para la generacion, cosa de tanta trascendencia? Quién por el mismo motivo se esmeró en usar solo de comidas sanas y saludables? El mismo Aristóteles estableció que debiese entregarse el hombre á la procreacion durante los rigurosos frios del invierno, época en que hay mayor vigor en nuestros cuerpos. ¿Quién, repito, observó estas y otras muchas cosas, que serian largas de referir en este libro? ¿No se dejan arrastrar los mas por los ardores de su sangre, entregándose desenfrenadamente al placer, sin hacer absolutamente uso de la razon que les ha sido dada, cosa en que se rebajan al nivel del bruto y pagan tarde ó temprano con daño suyo y mengua de sus hijos? Límpiense las fuentes si se quiere que corran limpios los arroyos; cúrense las raíces de los árboles si se quiere que sean frondosos sus ramajes; búsquense mejores semillas si se quieren obtener mejores frutos, y no se crea nunca que de otro modo pue-hombre, á quien llamaba pedenomo. Insiguiendo Aris

da curarse la podredumbre que se haya apoderado de nuestras plantas productivas. Este es el único remedio aplicable á nuestra enferma y abatida república y á nuestras costumbres corrompidas por el vicio y la infamia de tantos ciudadanos. Si ni aun con él adelantamos, no esperemos ya que le haya para tan grandes males y calamidades como nos afligen. ¿Qué de extraño empero que faltando ese cuidado, de que depende priucipalmente la salud pública, crezca de dia en dia la venida de maldades y de crímenes, y azote todas las clases del Estado la sensualidad con su impureza, la crueldad con sus tormentos, con sus hurtos la avaricia, con sus ultrajes la soberbia? No hay en rigor probidad en quien mira con descuido la educacion de sus hijos.

Pero hay mas aun: de padres honrados y de virtudes reconocidas, no ya solamente de padres malvados, na

Previendo este gran peligro en épocas remotas varones llenos de saber y legisladores prudentes, creyeron principalmente de su incumbencia intervenir de una manera decidida en la educacion de los niños, poniendo sobre todo el mayor cuidado en examinar á quién debian confiarla y entregarla. Licurgo la encargó al que entre sus nobles mas se aventajaba por su probidad, su virtud y su prudencia, despues de haberla arrancado de manos de los esclavos, á quien solian antes encomendarla los ciudadanos. Creyó que solo así evitaria que sus súbditos adquiriesen costumbres serviles y alcanzaria en la educacion la mayor igualdad posible, como era de esperar, poniéndola bajo la direccion de un solo

tóteles la misma idea, estableció tambien que entre muchos magistrados se eligiese uno para tan importante cargo, con amplias facultades para mandar y vedar lo que mejor le pareciese. Los persas, segun escribe Jenofonte, obraron aun en este punto con mayor acierto. Dividido el pueblo en cuatro partes, encargaron la educacion de los niños á doce varones principales, elegidos entre los mas virtuosos ancianos, para que fuesen mas abundantes los frutos, y dividida la carga entre muchos, fuese el trabajo menor, mayor la actividad, mayor la industria. ¿Por qué no habian de imitarles nuestros príncipes y concejos, confiando la educacion de nuestros niños á varones eminentes, ya del clero, ya del pueblo, y dándoles poder para examinar públicamente las costumbres y las dotes literarias de los que han de ser profesores, punto en que se cometen tantas y tan graves faltas? No puede ser nadie sastre ni zapatero sin

acreditar su pericia en el arte; y ¿hemos de confiar la educacion é instruccion de nuestros hijos á cualquiera que sea bastante audaz para consagrarse á la enseñanza? Cuando nos sentimos enfermos, llamamos acaso al médico que nos indican los amigos ó al que es para nosotros mas entendido en esa profesion difícil? Y ¿hemos de ceder á las instancias de un tercero, precisamente cuando se trata de llamar á un maestro, á un hombre que ha de formar las costumbres y determinar el carácter de nuestros hijos? Léjos de nosotros tan grave debilidad y tan gran mengua; no han de influir en nosotros tanto los amigos, que por ellos pongamos en peligro nuestras prendas mas queridas.

A mi modo de ver, no solo deberian tener esos inspectores derecho para examinar la vida privada de los maestros, deberian tenerlo además para vigilar la de los ciudadanos, como hacian los antiguos censores, para reprimir privadamente á los padres que descuidasen la educacion de sus hijos, para castigar á los niños, para encerrar, si conviniese, á los que se mostrasen rebeldes y de tenaz carácter, principalmente si por haber muerto sus padres ó haberse escapado de sus casas, anduviesen errantes por acá y acullá sin tener hogar donde albergarse, principio por donde suele tener entrada el crímen, la depravacion y la contaminacion de muchos por los placeres mas hediondos. Si nuestros antepasados confiaron la instruccion á los clérigos desde los primeros tiempos de la Iglesia, ¿se cree acaso que fué por otro motivo que por estar persuadidos de cuánto interesa que los niños adquieran junto con la ciencia la piedad y saber, y de que estando entre sacerdotes la adquirian sin sentirlo, ya por los preceptos que les daban, ya por los ejemplos que veian? Por esto imagino yo que los que se dedican á las letras se distinguen del resto del pueblo, vistiendo el traje sacerdotal, como vemos que sucede en las escuelas públicas, principalmente en España. En Francia se observa que el vulgo hasta da el nombre de clérigos á los que sobresalen por su erudicion y por su ciencia, por mas que no hayan recibido nunca ninguna de las órdenes sagradas.

Nuestros prelados, léjos de cuidar de la educacion, conforme exigia su propia dignidad, la han mirado con descuido, y han dado con esto motivo á que monjes eminentes, tanto por su piedad como por sus estudios, se hayan apoderado de ella, llevados del noble deseo de ser útiles á la república, y sobre todo, persuadidos de que han de granjearse el favor divino consagrándose á un trabajo que consideran de grandísima importancia. Los antiguos monasterios de los benedictinos han sido especialmente escuelas públicas, fundadas por varones de gran santidad para instruir á la juventud y dirigirla por el verdadero camino de la virtud y de la ciencia. Han sido con esto utilísimos al Estado, y ellos por su parte se han hecho por este medio con grandes riquezas, pues todos los ciudadanos han querido favorecer á porfía sus nobles esfuerzos, ya con su hacienda, ya con sus servicios, ya con sus consejos. De estos monasterios salieron además, como de un alcázar de la sabiduría, innumerables varones aventajados en el conocimiento de la filosofía humana y la divina, como acreditan los muchos y excelentes libros que de ellos han salido, dignos

cada cual en su género de ser admirados por la generacion presente y las futuras.

CAPITULO II.

De las nodrizas.

Debemos ahora examinar de qué carácter y costumbres deben ser las nodrizas, y sobre todo, si son indispensables para la educacion de los niños, pues no pocas veces por su culpa, y solo por su culpa, se vician las mejores índoles de modo que no basta luego arte ni cuidado alguno para remediar las faltas que han bebido junto con la leche que habia de servirles de alimento. Fácil es dar sobre este punto preceptos, pero difícil que se observen. ¿Deberémos, sin embargo, despreciar cosa alguna por las dificultades que presente? Estoy en que no deberia haber mas nodrizas que las madres; mas ya que esto no se admita, creo que ha de buscárselas siempre de un carácter dulce y de costumbres intachables. Seria á la verdad muy saludable que las madres criasen á sus hijos, tanto porque así llenarian completamente sus deberes de madre, como porque continuando los hijos el uso del mismo alimento que les fué formando, saldrian mas vigorosos, mas robustos y sobre todo mas puros, por no tener en su cuerpo mezcla alguna de ajeno jugo ni de ajena sangre. De otro modo se hace el cuerpo propenso á las enfermedades, mudable el carácter, vagas y poco decididas las costumbres, las cuales siguen casi siempre la suerte del cuerpo, con el cual está el alma estrechamente atada. ¿Es acaso la leche otra cosa que la misma sangre de que se alimentó el feto en el útero, por mas que se presente de un color distinto? ¿Por qué ha hecho la próvida naturaleza que inmediatamente despues del parto crezcan y se llenen de leche los pechos de la madre? Por qué ha adornado el seno de la mujer con dos pechos, sino para que abundando mas la leche, sea la nutricion mas fácil y expedita? Las madres no cumplen sino á medias con sus deberes entregando sus hijos á nodrizas; no logran, por otra parte, que se cree entre unos y otras el vínculo del amor mútuo, que es el mas principal, es el mas fuerte. Si los hijos profesan por punto general un amor mas ardiente á sus madres que á sus padres, no creo que pueda ser sino porque, tanto en darles á luz como en criarles, sufren aquellas mayores molestias y dolores. Distribuida la carga entre la madre y la nodriza, mengua en gran parte aquel amor que han de compartir forzosamente los hijos con lo que les alimenta, no pudiendo considerar como padres solo á los que los engendraron, concibieron y parieron. Separados los hijos del seno de sus madres, las van olvidando, y no puede menos de extinguirse en gran parte el fervoroso afecto que reinaria de otro modo entre los dos, atendidos los instintos de la naturaleza. ¿Ignoramos acaso que los niños expósitos no conservan recuerdo alguno de su madre ni abrigan una sola centella de amor para las que los arrojaron á la luz del mundo? No parece sino que todo el amor que tienen los hijos para los padres y los padres para los hijos nace del continuo roce y mas que todo de que sabemos desde que nacemos, si padres, que son aquellos nuestros hijos; si hijos, que son aquellos nuestros padres. Dejemos pues que las mujeres sean madres por entero, y no con

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