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de España; clara muestra de su grande piedad y religion.

CAPITULO XIII.

En qué parte de España está Elbora.

quemaron junto con los de otros facinerosos. Pero las cenizas de los santos se apartaron de las otras por virtud de Dios, y juntadas entre sí, las llamaron masa cándida ó masa blanca. Prudencio refiere que sucedió lo mismo á las cenizas de trecientos mártires que fueron muertos en Africa y echados en cal viva el mismo dia que padeció san Cipriano, y que los llamaron masa cándida. Echaron otrosí mano y prendieron al santo viejo Valerio, obispo de Zaragoza, y al valeroso diácono Vincencio; y presos los enviaron á Valencia para que allí se conociese de su causa. Pensaban que los trabajos del camino ó el tiempo serian parte para que mudasen parecer. Pasaron grandes trances; últimamente, Valerio fué condenado en destierro, en que pasó lo demás de la vida en los montes cercanos á las corrientes del rio Cinga. Por ventura tuvieron respeto á su larga edad para no ponelle en mayores tormentos. Con Vincencio procuraron que mudase parecer y entregase los libros sagrados, que era ser traidor, que así llamaban los cristianos á los que los entregaban, de la palabra latina traditor, que significa traidor y entregador. Pero como no se doblegase ni viniese en hacer lo uno ni lo otro, emplearon en él todos los tormentos de hierro y de fuego que supieron inventar, con que al fin le quitaron la vida. Su sagrado cuerpo por miedo de los moros, que todo lo asolaban y profanaban, fué los años adelante llevado al promontorio Sagrado, que por esta causa se llama hoy cabo de San Vicente, de donde últimamente en tiempo del rey don Alonso, primero deste nombre y primer rey de Portugal, por su mandado le trasladaron á Lisbona, ciudad la mas principal de aquel reino, segun que en su lugar se relatará mas por menudo. En Alcalá de Henares padecieron los sautos Justo y Pastor, tan pequeños, que apenas habian salido de la edad de la infancia. Matáronlos en el campo loable, en que el tiempo adelante en su nombre edificaron un sumptuoso.templo, ilustre al presente por los muchos y muy doctos ministros y prebendados que tiene. Sus cuerpos en el tiempo que las armas de los moros volaban por toda España se llevaron á diversos lugares, hasta que últimamente, el año de nuestra salvacion de 1568 el rey don Felipe II de las Españas, de Huesca, do estaban, los hizo volver á Alcalá y poner en el mismo lugar en que derramaron su bendita sangre. Pasó la crueldad adelante; porque llegado Daciano á Toledo, prendió á la vírgen Leocadia, la cual, por miedo de los tormentos y el mal olor de la cárcel, junto con la pena que recibió con la nueva que vino poco despues del martirio de santa Olalla, la de Mérida, y de Julia, su compañera, rindió su pura alma á Dios. El oficio mozárabe la llama confesora, el romano mártir; en que no hay mucho que reparar, porque antiguamente lo mismo significaban y eran confesores que mártires. Los monjes benitos de San Gislen, cerca de Mons á Henao, mostraban el sagrado cuerpo de santa Leocadia; si de la española ó de otra del mismo nombre algunos los años pasados lo pusieron en disputa; pero ya no hay que tratar desto, porque se hallaron muy claros argumentos y muy antiguos de la verdad cuando, al mismo tiempo que escribiamos esta historia, de aquel destierro con increible concurso y aplauso de gentes que acudieron de todas partes á la fiesta, á 26 de abril el año de 1587 fué restituida á su patria por diligencia y autoridad del rey don Felipe II

Partió Daciano de Toledo, y en un pueblo llamado Elbora hizo sus diligencias y pesquisa para si en él se hallaba algun cristiano. Presentaron delante dél un mancebo llamado Vincencio; reprehendióle ásperamente el Presidente; pero como tuviese recio en su creencia y no aflojase punto en su constancia, le hizo poner en la cárcel, de do se huyó á la ciudad de Avila, y allí derramó la sangre junto con dos hermanas suyas, Sabina y Cristeta, que le persuadieron que huyese, y en la huida le acompañaron. Hasta aquí todos concuerdan. Lo que tiene dificultad es qué pueblo fuese Elbora, en qué parte de España, qué nombre al presente tiene, si destruido, si en pié, si léjos de Toledo, si cerca; que son todas cuestiones tratadas con grande porfía y contienda entre personas muy eruditas y diligentes. Los portugueses hacen á san Vicente su natural, nacido en Ebora, ciudad en aquel reino muy conocida por su antigüedad, lustre y nobleza. Otros van por diferente camino, ca pouen Elbora en los pueblos Carpetanos, que al presente son el reino de Toledo; y aun en particular señalan que es la villa de Talavera, pueblo no menos conocido y muy principal en aquellas partes. Por los portugueses hace la semejanza de los nombres Elbora y Ebora; la tradicion de padres á hijos que así lo publica; los rastros de la antigüedad, es á saber, la piedra en que san Vicente puso sus piés con la huella que á la manera que si fuera de cera dejó en ella impresa; las casas de sus padres, que en aquella ciudad se muestran y tienen en gran reverencia; que si estos son flacos argumentos, neguémoslo todo, quememos las historias, alteremos las devociones de los pueblos y atropellemos todo lo al antes que trocar el parecer que tenemos. Estas son las razones que hay por esta parte, muy claras y de grande fuerza, ¿quién lo negará? Quién no lo echará de ver? Pero por la parte contraria hace la vecindad que hay entre Toledo de donde partió el Presidente, y Talavera donde los mártires fueron hallados, y Avila hasta donde él mismo los siguió y les hizo dar la muerte. Porque ¿quién podrá pensar que el presidente de España desde Ebora la de Portugal viniese en persona en seguimiento de un mozo y de dos doncellas? O¿cómo se puede entender que para ir á Mérida, cabeza entonces de la Lusitania, primero pasase á Ebora, que está tan fuera de camino y mas de cien millas adelante? Pero todo el progreso del camino que hizo Daciano yl los lugares por que anduvo se entienden mejor por la historia de la vida y muerte de santa Leocadia, como está en los libros eclesiásticos muy antiguos, escrita por Braulio, obispo de Zaragoza, segun que muchos lo sienten; la cual no ponemos aquí á la larga por evitar prolijidad. Basta decir en breve lo que en ella se relata á larga, que Daciano de la Gallia por Cataluña y Zaragoza llegó á Alcalá y á Toledo, desde allí pasó á Elbora y á Avila, do el dicho san Vicente fué martirizado. Dirá alguno que está bien, pero que ¿cómo se podrá fundar que Talavera se llamó en otro tiempo Eibora? Respondo que muchas legendas de breviarios lo dicen

asf, el antiguo de Avila, el de la órden de Santiago, el de Plasencia; y entre nuestros historiadores don Lúcas de Tuy atestigua lo mismo. Dirás que no hay que hacer caso dél por su poca diligencia y juicio. No quiero detenerme en esto; los libros que escribió no dan muestra de ingenio grosero ni de falta de entendimiento. Por lo menos Ptolemeo le da nombre de Libora, y cerca della pone á Ilurbida, que se puede entender estuvo donde al presente una dehesa llamada Lorviga, una legua de Talavera, de la otra parte de Tajo y en frente de do se le junta el rio Alverche, que se derriba de los montes de Avila. Demás desto, Tito Livio en los Carpetanos, que es el reino de Toledo, pone un pueblo, que él llama Ebura, muy notable por la batalla muy memorable que cerca dél Quinto Fulvio Flaco, pretor de la España citerior, dió á los celtiberos, y por la victoria que dellos ganó. En el libro cuarenta de su historia cuenta con la elegancia que suele lo que pasó, con tales particularidades y circunstancias, que todos los que algo entienden y lo consideran atentamente se persuaden concurren en los campos del dicho pueblo que tiene por la parte de poniente. Las palabras no quise poner aquí, para nuestro propósito basta saber que el pueblo de que se trata en Ptolemeo, por la demarcacion y distancia de los lugares, es Libora, y que en tiempo de los romanos en el reino de Toledo estuvo un pueblo llamado Ebura. Que estos nombres se hayan trocado en el de Elbora ¿qué maravilla es? ¿Quién dudarà en ello? Quién no sabe la fuerza que el tiempo y la antigüedad tienen en trocar y alterar los nombres y en cuántas maneras se revuelve todo con el tiempo? De lo que en contrario se alega no hay que hacer mucho caso. Cuánta vanidad haya en cosa deste jaez, cuántas sean las invenciones del vulgo, con muchos ejemplos se pudiera mostrar. Demás que Elbora la de los Carpetanos contrapone otros rastros y memorias, no menos en número ni menos claras que destos santos tiene. Lo primero, las casas destos santos, donde hoy está el hospital de San Juan y Santa Lucía, la plaza de San Esteban, así dicha de un templo desta advocacion que allí estaba, en que se tiene por cierto que san Vicente fué presentado delante el Presidente. Demás desto, á cuatro leguas de Talavera en el Piélago, monte muy empinado entre los montes de Avila, hay una cueva enriscada y espantosa, con la cual todos los pueblos comarcanos tienen grande devocion, por tener por averiguado y firme que los santos, cuando huyeron de Elbora, estuvieron allí escondidos; y en menoria desto alli junto edificaron un templo y un castillo con nombre de San Vicente, señalado antiguamente por la devocion del lugar y las muchas posesiones que tenia. Todo el monte es muy fresco, un aire templado en verano y puro, asimismo de mucha arboleda. Dícese comunmente que aquel templo fué de los templarios; al presente no quedan sino unos paredones viejos y una abadía, que se cuenta entre las dignidades de Toledo, sin embargo que el castillo está puesto en la diócesi de Avila. Estas son las razones que militan por la parte de Talavera, largas en palabras; si concluyentes, el lector cou sosiego y sin pasion lo juzgue y sentencie. Si nuestro parecer vale algo, así lo creemos. Y así lo dice Dextro el año de Cristo de 300 por estas palabras: S. Christi Martyres Vicentius, Sabina et Christela ejus sorores, qui nati in eborensi oppido Carpetaniae. De los obispos de Elbo

ra hay mucha mencion en los concilios toledanos, y monedas de los godos se hallan acuñadas con el nombre de Elbora, de oro muy bajo, como son casi todas las de aquel tiempo. A cuál de las dos ciudades se haya de atribuir lo uno y lo otro, no nos pone en cuidado, ni queremos sin argumentos muy claros sentenciar por ninguna de las partes. Antes de buena gana dejarémos á los portugueses la silla obispal de Elbora como sufragánea á la de Mérida, segun que se halla por las divisiones de las diócesis que hicieron en España, primero el emperador Constantino Magno y despues el rey Wamba. Ni pretendemos que la ciudad de Ebora en tiempo de los godos no se llamase tambien Elbora, conforme á la libertad con que se mudó el nombre de Talavera, y con la que el tiempo suele trocar los nombres y apellidos de los pueblos y lugares. Puédese dudar cómo se mudaron los nombres antiguos deste pueblo en el que hoy tiene de Talavera; sospecho que Tala en la lengua antigua de España es lo mismo que pueblo, como Talavan, Talarrubia, Talamanca lo dan á entender, y que de Tala y Ebura primero este pueblo se llamó Talebura ó Talabura, y de aquí con pequeña mudanza se forjó el nombre de Talavera.

CAPITULO XIV.

La descripcion de Elbora.

De lo que se ha dicho se entiende claramente que el pueblo de que tratamos, hoy llamado Talavera, muy abundante en todo género de regalos y mantenimientos y de campiña muy apacible, fresca y fértil, antiguamente tuvo muchos apellidos. Ptolemeo le llamó Libora, Tito Libio Ebura, en tiempo de los godos se llamó Elbora, y aun algunos en latin le dan nombre de Talabrica, engañados sin duda por la semejanza que tiene este nombre con el de Talavera. Nos en estos Comentarios, como viniere mas á cuento le darémos ora uno, ora otro de estos apellidos; esto se avisa para que ninguno se engañe ni tropiece en la diversidad y diferencia de los nombres. Está asentada esta villa en los confines de los Vectones, de los Carpetanos y de la antigua Lusitania, en llano y en un valle que por aquella parte tiene una legua de anchura, pero mas arriba hácia levante se ensancha mas. Cortánle y bañan muchos rios; el mas principal y que recoge todos los otros el rio Tajo, muy famoso por sus aguas muy suaves y blandas y por las arenas doradas que lleva, con muy ancha y tendida corriente pasa por la parte de mediodía y baña las mismas murallas de Talavera, que son muy antiguas y de muy buena estofa, de ruedo pequeño, pero erizadas y fuertes con diez y siete torres albarranas puestas á trechos á manera de baluartes muy fuertes. Las torres menores y cubos son en mayor número con su barbacana, que cerca el muro mas alto por todas partes. En fin, ningunas de las murallas antiguas de España se igualan con estas. Dúdase en que tiempo se levantaron. Comunmente se tiene por obra de los romanos, y así da muestra lo mas antiguo de las murallas, con que no hacen trabazon las torres albarranas; otros las tienen por mas modernas á causa que por la mayor parte son de mampostería, y algunas letras romanas que se ven en ellas están puestas sin órden ni traza. Por tanto es forzoso confesar que es obra de los godos ó de los mo

ros en el tiempo que fueron señores de España; y dado que algunos las atribuyen á los godos, parece que dan muestra de edificio mas nuevo si se cotejan aquellas murallas, mayormente las dichas torres, con la parte de los muros de Toledo que edificó el rey Wamba. Esto testifica el moro Rasis, que levantaron los moros aquella fuerza á propósito de impedir las correrías que hacian los cristianos por aquella parte el año de los árabes 325, que concurrió con el 937 del nacimiento de Cristo. Sus palabras son estas: «En tierra de Toledo, que es de las mas anchas de España, hay muchos pueblos y castillos, entre los cuales castillos es uno Talavera, que edificaron los griegos sobre el rio Tujo, y despues ha sido fuerte y frontera, segun que las cosas de los moros y cristianos variaban. El muro es alto y fuerte, las torres empinadas. El año de los moros de 325 el Miramamolin, hijo de Mahomad, cortado el pueblo en dos partes, mandó edificar un castillo do estuviesen los capitanes.» Este castillo entendemos es todo aquel circuito de la muralla sobredicha; y dado que parezca grande, en Italia y en Francia hay otros no mucho menores; porque el alcázar menor que está dentro destos muros á la parte del rio, de obra mas grosera y que por la mayor parte está arruinado, se edificó adelante en tiempo de don Alonso el Emperador, como consta de una escritura que tiene el monasterio de monjas de San Clemente de Toledo, en que se les hace recompensa por ciertas casas que para el sitio de aquel alcázar les tomaron. Desde este alcázar sale y se continúa otro muro menos fuerte, ca por la mayor parte es de tapiería y con grandes vueltas abraza el primer muro casi todo, si no es por do le baña el rio Tajo. Con este está pegado otro tercer muro, que ciñe un grande arrabal por la parte de poniente con un arroyo, por nombre la Portiña, que le divide de los demás del pueblo, arroyo que suele á las veces hincharse con las lluvias y grandes avenidas y salir de madre. Este muro se debió edificar de priesa en algun aprieto, pues con ser el mas moderno, está caido de mauera, que quedan pocos rastros dél. Dentro deste muro habitan los labradores, dentro del segundo los oficiales, mercaderes y la mayor parte de la gente mas granada; y la plaza y mercado lleno de toda suerte de regalos y abundancia. Dentro del muro menor y mas fuerte viven los caballeros, que son en mayor número y de mas renta que en otro cualquiera pueblo de su tamaño. Los demás vecinos tienen pobre pasada, por ser enemigos del trabajo y de los negocios y no quererse aprovechar del suelo fértil que tienen. En aquella parte está una iglesia colegial de canónigos, y con ella pegado un monasterio de jerónimos, edificio de don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, á propósito de recoger en él los canónigos para que viviesen regularmente. Pero como esto no tuviese efecto por la contradiccion de la clerecía y del pueblo, llamó y puso monjes de san Jerónimo en aquella parte, á los cuales dió grandes heredamientos y renta. Otras cosas hay en este pueblo dignas de consideracion que se dejan por brevedad. Volvamos al cuento de los sagrados mártires. En esta persecucion padecieron, en Lisbona los mártires y hermanos Verisimo, Máximo y Julia; en Braga san Victor, en Córdoba san Zoylo con otros diez y nueve, cerca de Búrgos las santas Centolla y Elena, en Sigüenza santa Liberata, en Melgeriza,

dueblo de los montes de Toledo, santa Quiteria, donde dicen que el rey Wamba edificó un templo en su nombre. Fuera destos otros muchos, cuyos nombres y martirios, si por menudo se hobiesen de contar, no haIlariamos fin ni suelo. Tampoco se puede averiguar dónde estén los sagrados cuerpos de todos estos santos, dado que de algunos se tenga noticia bastante. Las diversas opiniones que hay en esta parte escurecen la verdad, que procedieron, á lo que sospecho, de que las sagradas reliquias de algunos santos se repartieron en muchas partes, y con el tiempo cada cual de los lugares que entraron en el repartimiento pensaron que tenia el cuerpo todo; engaño que ha en parte diminuido la devocion para con algunos santuarios. Eusebio refiere que vió por este tiempo á las bestias fieras, ni por hambre ni de otra manera, poder irritarlas para que acometiesen á los mártires; y que la ocasion para que se levantase tan brava tempestad fué la corrupcion de la disciplina eclesiástica relajada. Tambien es cosa cierta que destas olas y destos principios se despertó en Africa la herejía de Donato. Fué así que Donato, númida ó alarbe de nacion, ayudado de una mujer llamada Lucilla, que vivia en Africa y era española y muy rica, acusó falsamente á Ceciliano, obispo de Cartago, que entregara á los gentiles los libros sagrados, delito muy grave, si fuera verdad. En esta acusacion pasó tan adelante, que no paró hasta hacelle deponer de su dignidad. Del mismo delito acusaron en España al gran Osio, obispo de Córdoba. En lugar de Ceciliano fué primero puesto Mayorino, despues otro Donato, hereje y natural de Cartago. Grandes fueron estas revueltas, y que se continuaron por muchos años, como se irá notaudo adelante en sus lugares.

CAPITULO XV.

De los emperadores Constancio y Galerio. Cansado Diocleciano del gobierno y perdida la esperanza de salir con lo que tanto deseaba, que era deshacer el nombre y religion de los cristianos, á cabo de veinte años que tenia y gobernaba el imperio, le renunció en Milan y se redujo á vida de particular. Lo mismo á su persuasion hizo su compañero Maximiano en Nicomedia do estaba, que fué uno de los raros ejemplos que en el mundo se han visto. Con esto quedaron por emperadores y señores de todo Constancio y Galerio el año de Cristo de 304. Constancio se encargó de la Gallia, Bretaña y España; principe de singular modestia, tanto, que á su mesa se servia de bajilla de barso. Fué otrosí muy amigo de cristianos, de que dió muestras harto notables. Galerio quedó con las demás provincias del imperio. Este, para mas asegurarse, nombró por Césares á Severo y Maximino, sobrinos suyos, hijos de una su hermana. A Maximino encargó lo de levante, á Severo lo de Italia y lo de Africa, y él se quedó con la Esclavonia y la Grecia. Atajó la muerte los pasos á Constancio, que falleció en Eboraco, ciudad de la Bretaña ó Ingalaterra, el año de Cristo de 306. Imperó un año, diez meses y ocho dias. Dichoso por el hijo y sucesor que dejó, que fué el gran Constantino, fuera del cual de Teodora, su segunda mujer, antenada dé Maximiano, dejó á Constancia y á Annibaliano, padre de Dalmacio, césar, y á otro Constantino, cuyos

bijos fueron Gallo y Juliano, que asimismo fueron césares, como se verá adelante. Vivió por este tiempo Prudencio, obispo de Tarazona, natural de Armencia, pueblo de Vizcaya, que fué antiguamente obispal, y al presente le vemos reducido á caserías despues que una iglesia colegial de canónigos que allí quedaba, por bula del papa Alejandro VI, se trasladó á la ciudad de Victonoble ria. Fué otrosí deste tiempo Rufo Festo Avieno, escritor de las cosas y historia de Roma, y aun poeta señalado; así lo dice Crinito. El año siguiente despues que el emperador Constancio murió, Majencio, hijo de Maximiano, se apoderó de Roma y se llamó emperador. Acudió contra él Severo, pero fué roto por el tirano y muerto en una batalla que se dieron. Maximiano, sabido lo que pasaba, vino á Roma, sea con intento de ́ayudará su hijo, sea con deseo de recobrar el imperio que habia dejado. No hay lealtal ni respeto entre los que pretenden mandar. Echóle su hijo de Roma; acudió al amparo de su yerno el emperador Constantino, que residia en Francia; pero como se entendiese que sin respecto del deudo y del hospedaje trataba de dar la muerte al que le recibió en su casa y trató con todo regalo, acordó Constantino de ganar por la mano y hacerle matar en Marsella do estaba. Galerio, nombrado que hobo en lugar de Severo á Licinio por césar, él mismo pasó en Italia con deseo y intento de deshacer al tirano. Mas por miedo que el ejército no se le amotinase, sin hacer cosa alguna dió la vuelta á Esclavonia. Allí comenzó á emplear su rabía contra los cristianos. Atajó la muerte sus trazas, que le avino por ocasion de una postema y llaga que se le hizo en una ingle cinco años enteros despues que tomó el imperio en compañía de Constancio. Era á la sazon pontífice de Roma Mel ́quiades, el cual en una epístola que enderezó á Marino, Leoncio, Benedicto y á los demás obispos de España les amonesta que con el ejemplo de la vida, que es un atajo muy corto y muy llano para hacerse obedecer, gobiernen á sus súbditos; que entre los santos apóstoles, dado que fueron iguales en la eleccion, hobo diferencia en el poder que tuvo san Pedro sobre los demás; trata otrosí del sacramento de la Confirmacion; tiene por data los cónsules Rubio y Volusiano, que lo fueron el año de nuestra salvacion de 314.

CAPITULO XVI.

Del emperador Constantino Magno.

de

Cansados los romanos de la tiranía de Majencio, su soltura y desórdenes, y desconfiados de los césares Maximino y Licinio, acordaron llamar en su ayuda al . emperador Constantino, que á la sazon residia en la Gallia. Acudió él sin dilacion á tan justa demanda; marchó con sus gentes la vuelta de Milan. En aquella ciudad, para asegurarse de Licinio, le casó con su hermana Constancia. Hecho esto, pasó adelante en su camino y en busca del tirano. Llegaba cerca de Roma cuando con el cuidado que le aquejaba mucho por la dificultad de aquella empresa, un día sereno y claro vió en el cielo la señal de la cruz con esta letra :

EN ESTA SEÑAL VENCERÁS.

Fué grande el ánimo que cobró con este milagro. Mandó que el estandarte real, que llamaban lábaro, y los

soldados le adoraban cada dia, se hiciese en forma de
cruz. Desta ocasion y principio, como algunos sospe-
chan, vino la costumbre de los españoles, que escri-
ben el santo nombre de Cristo con X y con P griega,
que era la misma forma del lábaro. Compruébase esto
por una piedra que en Oreto, cerca de Almagro, se ha-
lló de tiempo del emperador Valentiniano el Segundo,
donde se ve manifiestamente cómo el nombre de Cristo
se escribia con aquellas letras y abreviatura. Pasó pues
Constantino adelante, y por virtud de la cruz, junto á
Puente Molle, á vista de Roma, venció á su contrario
en batalla', ca en cierta puente que sobre el rio Tibre
tenia hecha de barcas, á la retirada cayó en el rio y se
ahogó. Con tanto, la ciudad de Roma quedó libre de
aquella tiranía tan pesada, y en ella entró Constantino
en triunfo por la parte donde hoy está un arco, el mas
hermoso que hay en Roma, levantado en memoria desta
victoria. Juntamente se aplacó la carnicería cruel que,
por mandado de Majencio se hacia en los cristianos.
Entre los demás, las santas Dorotea y Sofronia, por
guardar su castidad y no consentir con la voluntad del
tirano, la primera fué degollada, la segunda, por divi-
na inspiracion se mató á sí misma; ejemplo singular
que en tiempo de Diocleciano siguió otra mujer antio-
quena, que por la misma causa con no menor fortaleza
al pasar de una puente se echó con dos hijas suyas en el
rio que por debajo pasaba. En el mismo tiempo Maxi-
mino en las partes de levante derramaba mucha sangre
de cristianos en la persecucion en que fué muerta Ca-
terina, vírgen alejandrina, y con ella Porfirio, general
de la caballería, y san Pedro, obispo de aquella ciudad.
Era ran grande el deseo que Maximino tenia de desha-
cer el nombre cristiano, que por todo el imperio man-
dó enseñasen en las escuelas á leer á los niños y les
biciesen aprender de memoria cierto libro en que esta-
ba puesto lo que pasó entre Pilato y Cristo, lleno todo
de mentiras y falsedad, á propósito de hacer odioso
aquel santo nombre. Verdad es que poco antes de su
inuerte revocó todos estos edictos, no tanto de su vo-
luntad como por miedo de Constantino, cuyo poder
de cada dia se adelanlaba mas, y asimismo de Licinio,
que poco antes le venciera en cierta batalla. Falleció
pues este Emperador; Licinio, mudado el propósito
que antes tenia, comenzó á declararse contra la religion
cristiana: Tomó la mano Constantino. Vinieron á ba-
talla en Hungría primero, y despues en Bitinia; en-
trambas veces fué vencido Licinio, y en la primera,
ruegos de su mujer Constancia, no solo le perdonó,
sino que le conservó en la autoridad que tenia; mas la
segunda vez que le venció, por la misma causa de su
hermana le dejó la vida, pero redújole á estado de
hombre particular; y sin embargo, porque trataba de
rebelarse, el tiempo adelante se la hizo quitar. Fué de
juicio tan extravagante, que decia que las letras eran
veneno público; y no era maravilla, pues las ignoraba
de tal suerte, que aun no sabia firmar su nombre. En la
persecucion que levantó contra la Iglesia, entre otros,
padecieron en Sebastia los santos cuarenta mártires,
muy conocidos por su valor y por una homilía que hizo
san Basilio en su festividad. Por esta manera los movi-
mientos, así bien los de dentro como los de fuera del
imperio, se sosegaron, y todo el mundo so redujo á
una cabeza, tan favorable á nuestras cosas, que la re-

á

ligion cristiana de cada día florecia mas y se adelantaba. Bautizóse el emperador Constantino en Roma juntamente con su hijo Crispo, y por virtud del santo bautismo fué librado de la lepra que padecia, segun que muy graves autores testifican lo uno y lo otro. En particular de haberse Constantino bautizado en Roma da muestra un hermoso baptisterio que está en San Juan de Letran, de obra muy prima, adornado y rodeado de columnas de pórfido asaz grandes. Luego que se bautizó, comenzó con mayor fervor á ennoblecer la religion que tomara, edificar templos por todas partes, hacer leyes muy santas, convidar á todos para que siguiesen su ejemplo. Grande fué el aumento que con estas cosas recebia la Iglesia cristiana; pero esta luz poco despues se añubló en gran parte con una porfía muy fuera de sazon, con que Arrio, presbítero alejandrino, pretendia persuadir que el Hijo de Dios, el Verbo eterno no era igual á su Padre. Este fué el principio y la cabeza de la herejía y secta muy famosa de los arrianos. Tuvo Arrio por maestro, aunque no en este disparate, al santo mártir Luciano, y fué condiscípulo de los dos Eusebios, nicomediense y cesariense, sus grandes allegados y defensores. La ocasion principal de despeñarse fué la ambicion, mal casi incurable, y sentir mucho que despues de la muerte de san Pedro, obispo de Alejandría, pusiesen en su lugar á Alejandro sin hacer caso dél. Deste principio casi por todo el mundo se dividieron los cristianos en dos parcialidades, y con la discordia parecia estaba todo á punto de perderse; ca la nueva opinion agradaba á muchos varones claros por erudicion, así obispos como particulares, que no daban orejas ni recebian las amonestaciones de los que mejor sentian. Estas diferencias pusieron en grande cuidado al Emperador, como era razon. Acordó para concertar aquellos debates enviar á Alejandría á Osio, obispo de Córdoba, varon de los mas señalados en letras, prudencia y autoridad de aquellos tiempos, y aun en el Código de Teodosio hay una ley de Constantino enderezada á Osio sobre estas diferencias. Trató él con mucha diligencia lo que le era encomendado, y para componer aquellas alteraciones se dice fué el primero que inventó los nombres de ousia, que quiere decir esencia, y de hipostasis, que quiere decir supuesto ó persona. No bastó ningun medio para doblegar al pérfido Arrio, por donde fué echado de Alejandría y condenado al destierro, en que brevemente falleció. Quedó otro de su mismo nombre como heredero de su impiedad y cabeza de aquella secta malvada. Cundia el mal de cada dia mas, por donde se resolvió el Emperador de acudir al postrer remedio, que era juntar un concilio general. Señaló el Emperador para tener el concilio á Nicea, ciudad de Bitinia; y por su mandado concurrieron trecientos y diez y ocho obispos de todas las partes del mundo, dado que en este número no todos concuerdan. Acudieron asimismo el segundo Arrio y sus secuaces para dar razon de sí. Todos estos y sus errores fueron por el Concilio reprobados. Depusieron otrosí de su obispado á Melecio, porque con demasiado celo reprehendia la facilidad de que Pedro, obispo de Alejandría, usaba en reconciliar y recebir á penitencia á los que se habiau apartado de la fe; y con este su celo tenia alteradas las iglesias de Egipto y puesta division entre los cristianos. Andaban grandes diferencias sobre el dia en que se debia celebrar la Pascua de Resur

reccion; dióse en esto el órden conveniente y traza que se guardase en todo el mundo. Estaba en el oriente relajada la disciplina eclesiástica, en particular acerca de la castidad de las personas eclesiásticas. Era dificultoso reducillas á lo que antiguamente se guardaba. Por esta causa los padres, conforme al consejo de Pafnucio, vinieron en permitirles que no dejasen á sus mujeres. Demás desto, se mandó, so pena de muerte, que ninguno tuviese los libros de Arrio, sino que todos los quemasen. Hay quien diga que la manera de contar por indicciones se inventó en este Concilio, y que se tomó principio del año que se contaba 313 de nuestra salvacion, á causa que en aquel año fué al emperador Constantino mostrada en el cielo la señal de la cruz. Hallóse presente en este Concilio el gran Osio, quien dicen que tambien presidió en él en lugar de Silvestro, papa, y en compañía de los presbíteros Vito y Vincencio, que para este efecto fueron desde Roma enviados. Al mismo tiempo que esto pasaba en el Oriente ó poco despues, en España se celebró el concilio Illiberritano, asi dicho de la ciudad de Iliberris, que estuvo en otro tiempo asentada en aquella parte de la Bética donde hoy está Granada, como se entiende por una puerta de aquella ciudad, que se llama la puerta de Elvira, y un recuesto por allí cerca del mismo nombre; porque los que sienten que este Concilio se juntó á las haldas de los Pirineos en Colibre, pueblo que antiguamente se llamó Eliberis, no van atinados, como se entiende por los nombres destas ciudades, que todavía son diferentes, y porque ningun obispo de la Gallia y de las ciudades á la tal ciudad comarcanas de España se halló en aquel Concilio. Solo se nombran los prelados que caian cerca del Andalucía, fuera de Valerio, obispo de Zaragoza, que firma en el sexto lugar, y en el seteno Melancio, obispo de Toledo. Es este Concilio uno de los mas antiguos, y en que se contienen cosas muy notables. Lo primero se hace mencion de vírgenes consagradas á Dios. Dispensan en los ayunos de los meses julio y agosto: costumbre recebida en Francia, pero no en España, en que por los grandes calores parecia mas necesaria. Vedan á las mujeres casadas escribir ó recebir cartas sin que sus maridos lo sepan. Mandan no se pinten imágenes en las paredes de los templos, y esto á causa que no quedasen feas cuando se descostrase la pared. Hay tambien en este Concilio mencion de metropolitanos, que antes se llamaban obispos de la primera silla. Ultimamente, segun que algunos se persuaden, en este Concilio y por mandado de Constantino se señalaron los aledaños á cada uno de los obispados, y por metropolitanos á los prelados de Toledo, Tarra gona, Braga, Mérida y Sevilla. Pero desto no hay bastante certidumbre, y sin embargo, la division de las diócesis que dicen hizo el emperador Constantino, se pondrá en otro lugar mas á propósito por las mismas palabras del moro Rasis, historiador antiguo y grave. Lo mas cierto es que en tiempo del rey-Wamba y porsu mandado se hizo la distribucion de los arzobispados, y á cada uno señalaron sus obispos sufragáneos. Fuera de todo esto, es cosa averiguada que, como en las demás provincias, asi bien en España se trocó grandemente la manera de gobierno. Fué así, que Constantino en la Tracia reedificó á Bizancio, ciudad que los años pasados destruyó el emperador Septimio Severo, como queda en su lugar apuntado. Llamóla de su nombre Cous

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