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»que ¿qué cosa no alcanzara de tí si estuvieras delante, »quier te mandara como rey, quier te castigara como »padre? Trajérate á la memoria los beneficios y regalos »pasados, de que parece con tu inconstancia te burlas Dy haces escarnio. Desde tu niñez, puede ser con de»masiada blandura, te crié y amaestré con cuidado, »como quien esperaba serias rey de los godos en mi lu»gar. En tu edad mas crecida antes que lo pidieses, y Daun lo pensases, te di mas de lo que pudieras espe»rar, pues te hice compañero de mi reinado y te puse Den las manos el sceptro para que me ayudases á llevar »la carga, no para que armases contra mí las gentes Dextrañas, con quien te pretendes ligar. Fuera de lo »que se acostumbraba, te di nombre de rey para que, >contento de ser mi compañero en el poder, me dejases Del primer lugar, y en esta mi edad cargada me sirDvieses de arrimo y me aliviases el peso. Si demás de »todo esto deseas alguna otra cosa, decláralo á tu pa>dre; pero si sobre tu edad contra la costumbre allen>de tus méritos te he dado todo lo que podias imaginar, »¿por qué causa como ingrato impiamente ó como Dvado fuera de razon engañas mis esperanzas y las trueDcas en dolor? Que si te era cosa pesada esperar la Dmuerte deste viejo y los pocos años que naturalmen>>te me pueden quedar, ó si por ventura llevaste mal que Dse diese parte del reino á tu hermano, fuera razon que »me declararas tu sentimiento primero, y finalmente, te Dremitieras á mi voluntad. La ambicion sin duda y deseo de reinar te despeña, que suele quebrantar las leDyes de naturaleza y desatar las cosas que entre sí esta»ban con perpetuos ñudos atadas. Excúsaste con tu »conciencia y cúbreste con el velo de la religion, bien Dlo veo, en lo cual advierto que, no solamente quebran

»odiosa llamas nueva, nos conformábamos con el juicio »de todo el mundo, además de otras muchas razones »que hay para abonalla. No trato cuál sea mas verdade>>ra; cada cual siga lo que en esta parte le pareciere, á >>tal que se nos conceda la misma libertad. Atribuyes la >>buenandanza de nuestra nacion á la secta arriana que >>siguen, por no advertir la costumbre que tiene Dios de »dar prosperidad y permitir por algun tiempo que pasen >>sin castigo los que pretende de todo punto derribar; y »esto para que sientan mas los reveses y el trocarse su >>buenandanza en contrario. Y que la tal prosperidad »no sea constante ni perpetua lo declara bastantemente >>el fin en que por semejante camino han parado los »vándalos y los ostrogodos. Que si te ofendes de la»ber yo mudado partido sin consultarte primero, séa»me lícito que yo tambien sienta que no me dés lugar »y licencia para que estime en mas mi conciencia que »todas las cosas, por lo cual, si necesario fuere, estoy »presto de derramar la sangre y perder la vida; ni es »justo que el padre pueda con su hijo mas que las leyes mal-divinas y la verdad. Suplico á nuestro Señor que tus »consejos sean saludables á la república, y no perjudi»ciales á nos, que somos tus hijos; y que te abra los »ojos para que no des orejas á chismerías y reportes con »que tú tengas que llorar toda la vida, y á nuestra casa >>resulte infamia y daño irreparable por cualquiera de >>las dos partes que la victoria quedare.» Estaba el pueblo dividido en dos parcialidadas: los católicos, que eran en gran número, y tenian menos fuerzas, seguian el partido de Hermenegildo, quién en público, quién de callada. Los arrianos eran mas poderosos, y tomaron la voz de Leuvigildo. Gregorio Turonense dice que Hermenegildo cuando le ungieron en la frente y le confirmaron, que era la manera como recebian en la Iglesia á los arrianos, mudó el nombre antiguo que tenia en el de Juan. Contra esto hacen las monedas de oro batidas como parece en lo mas recio de la guerra para que sirviesen, á lo que se entiende, como de insignias y divisas á los soldados; que son de buen oro, y tienen de una parte el nombre y rostro de Hermenegildo, y por reverso una imágen de la victoria con estas palabras: « Hombre, haye del Rey »; aludiendo á la sentencia de San Pablo, en que manda que el hereje despues de una segunda monicion sea evitado. Buscaron los católicos socorro de léjas tierras, y para esto Leandro fué por mar á Constantinopla, do estaba Tiberio Augusto. Leandro de monje benito fué promovido en prelado de Sevilla; era persona de singular erudicion y aprobacion de costumbres y no menor suavidad en su trato; la elegancia en el estilo y en las palabras era muy grande, cosa que en aquel tiempo se podia tener por milagro. Poco efecto y provecho hizo á lo que parece la ida de Leandro en lo que se pretendia; pero hallóse en un concilio de obispos en aquella ciudad, y trabó familiaridad grande con san Gregorio, que tuvo despues renombre de Magno, y entonces era legado en Constantinopla del papa Pelagio II. La semejanza de la vida y de los estudios fué causa que trabasen la amistad, de que dan muestra los libros de los Morales, que á persuasion de san Leandro y en su nombre san Gregorio publicó. Los principios desta guerra concurren con el año de 580; año que fué desgraciado al pueblo cristiano y aciago porque en él nació en Arabia

tas las leyes humanas, sino que provocas sobre tu caDbeza la ira de Dios. ¿De aquella religion te apartas, »guiado solo por tu parecer, con cuyo favor y amparo Del nombre de los godos se ha aumentado en riquezas »y ensanchado en poderío? ¿Por ventura menospreDciarás la autoridad de tus antepasados, que debias »tener por sacrosanta y por dechado sus obras? Esto >>solo pudiera bastar para que considerases la vanidad »de esa nueva religion, pues aparta el hijo del padre, y »los nombres de mayor amor muda en odio mas que Dmortal. A mí, hijo, por la mayor edad toca el acon»sejarte que vuelvas en tí, y como padre mandarte que, dejado el deseo de cosas dañosas, sosiegues tu coraDzon. Si lo haces así, fácilmente alcanzarás perdon de las culpas hasta aquí cometidas; si acaso no condes»ciendes con mi voluntad y me fuerzas á tomar las arDmas, será por demás en lo de adelante esperar ni im»plorar la misericordia de tu padre. » Dió esta carta mucha pesadumbre á Hermenegildo, como era razon; pero determinado de no mudar parecer, respondió á su padre, y le escribió una deste tenor: «Con pacien»cia y con igual ánimo, rey y señor, he sufrido las Damenazas y baldones de tu carta, dado que pudieras >>templar la libertad de la lengua y la cólera, pues en »ninguna cosa te he errado. A tus beneficios, que yo »tambien confieso son mayores que mis merecimientos, »deseo en algun tiempo corresponder con el servicio »que es razon y permanecer por toda la vida en la reDverencia que yo estoy obligado á tener á mi padre. Mas Den abrazar la religion mas segura, que tú para hacerla

el falso profeta Mahoma, caudillo adelante y cabeza de una nueva y perversa secta, de quien se hablará otra vez en su lugar. Fortificó Hermenegildo á Sevilla y á Córdoba, proveyólas de trigo, de almacen y de todo lo necesario para todo lo que sucediese, ora la guerra se prolongase, ora las apretasen con cercarlas. Hizo alianza con los capitanes romanos. Entrególes para seguridad á su mjer y un hijo que poco antes le habia nacido, fuera de que, si sucediese algun desastre, queria estuviesen léjos del peligro de la guerra las dos cabezas que él mas amaba. Por el contrario, Leuvigildo, visto que no podia ganar á su hijo ni por miedos que le ponia ni por promesas que le hizo, acordó de acudir á las armas y á la fuerza. Para salir mas fácilmente con su intento lo primero que hizo fué por medio de mucho oro que dió á los romanos atraellos á su partido, como hombres que se vendian á quien mas pujaba, sin tener cuenta con la fe y sin mirar lo que tenian concertado con su hijo. Inclináronse pues y abrazaron aquella parte do esperaban seria mas cierta la ganancia y el interés mas colmado. Tomado este asiento, trató juntamente aquel Rey de concertar en cierta forma los católicos con los arrianos, por constarle que la diferencia de la religion era causa de aquellas revueltas y daños. Para esto juntó en la ciudad de Toledo un concilio de los obispos arrianos, en que se decretó lo primero que se quitase la costumbre de rebaptizar, como lo tenian antes en uso, á los que de la religion católica se pasaban á la secta arriana. Decretaron otrosí sobre la cuestion tan reñida entre católicos y arrianos que entre las personas divinas el Hijo era igual al Padre; pero esto fué solo de palabra, que la ponzoña y perversidad de antes se les quedaba en sus corazones muy arraigada. Todavía esta ficcion y engaño fué parte para que mucha gente simple, como quitada la causa de la discordia, unos claramente se apartaron de Hermenegildo, otros defendian en lo de adelante su partido mas tibiamente. La mayor parte de la gente, movida del peligro que amenazaba y por acomodarse con el tiempo, quisieron mas estar á la mira que entrar á la parte, y por la defension de la religion católica poner á riesgo sus vidas y sus haciendas. Pasáronse en estas cosas tres años. En este tiempo, muerto el emperador Tiberio, otro que se llamó Mauricio le sucedió en el imperio romano. El rey Leuvigildo no se descuidaba, antes en todos sus estados hizo grandes levas de gentes, con que movió contra su hijo. Marchó con su ejército hasta lo postrero de Andalucía, y puso sitio sobre Sevilla, ciudad famosa, grande y rica. Tenia poca esperanza que los cercados se rindiesen por su voluntad por estar alicionados á su hijo y prevenidos de su prelado Leandro. Acordó usar de fuerza y juntamente valerse de sus mañas. Pasa por aquella ciudad Guadalquivir, tan caudaloso y de tan grandes acogidas de agua, que tiene fondo bastante para gruesas naves. Parecióle seria bien impedirles la navegacion, y que por el rio no pudiesen entrar provisiones, y para esto sacalle de madre y echallo por otra parte. Era esta empresa de grande trabajo y obra de muchos dias. Por esto una legua mas arriba de Sevilla para hacer sus estancias reedificaron los muros de la antigua Itálica, cuya magnificencia en tiempo de los romanos fué grande, y della dan bastante mues

tra las ruinas que allí sé ven, donde en nuestro tiempo está el monasterio famoso de San Isidro. Miro, rey de los suevos, si bien era católico, acudió con su gente en favor de Leuvigildo; mas pagó tan grande maldad, segun se entendió, con la muerte, ca falleció durante el cerco de Sevilla. Sucedióle Eborico, su hijo. Gregorio Turonense dice al contrario desto, es á saber, que Miro siguió el partido de Hermenegildo, y que concluida la guerra, se concertó con Leuvigildo, y vuelto á su tierra falleció poco despues de enfermedad que le sobrevino en aquel cerco por ser el aire mal sano y las aguas no buenas. Echaron pues el rio por otra parte, con que los cercados comenzaron á padecer grande falta. Hermenegildo, ya que era pasado un año del cerco, perdida la esperanza de poderse defender, de secreto se recogió á los romanos, como ignorante que estaba de que habian mudado partido y pasádose á sus contrarios. Luego que partió Hermenegildo, la ciudad se entregó á su padre, que fué el año del Señor de 586. No se contentó con esto Leuvigildo ni paró antes de haber á las manos á su hijo. En la manera cómo le prendió no concuerdan los autores; quién dice que, vista la mala acogida que le hacian los romanos y su deslealtad, dió la vuelta á Córdoba, y que aquellos ciudadanos por alcanzar perdon de su padre se lo entregaron, que á los caidos todos les faltan; Turonense va por otro camino, y afirma que le prendieron en el lugar de Oseto, donde conforme á lo que de suso queda dicho, la pila del bautismo todos los años de suyo se henchia de agua. Recogióse Hermenegildo en aquel lugar por ser muy fuerte plaza y sus moradores á él muy aficionados, metió consigo hasta trecientos soldados escogidos, y las demás gentes dejó en sus reales, que tenia por allí cerca. Pensaba si su padre usaba de fuerza acometerle por frente y por las espaldas. Hacia la cuenta sin parte, y así sucedió todo al contrario; porque Leuvigildo, avisado del intento de su hijo, como es cosa ordinaria que discordias civiles nunca faltan espías secretas, con presteza ganó por la mano y deshizo aquellas trazas. Acudió pues con diligencia sobre aquel lugar, y apoderado del pueblo, le puso fuego por todas partes. Hermenegildo, perdida la esperanza de poderse defender, se recogió al templo, si por ventura con entrenerse algun tanto se aplacase la saña de su padre. Iba en compañía de Leuvigildo el otro hijo Recaredo, que si bien era menor en la edad, en la nobleza de corazon y en la prudencia igualaba á su hermano. Pidió licencia ú su padre y lugar á su hermano para verse con él. Concertada la habla y entrado que hobo en el templo, por algun espacio de tiempo se detuvo sin poder decir palabra, como suele acontecer cuando el dolor, la ira y el miedo son muy grandes. La abundancia de las lágrimas y el sentimiento le quitaban la ha❤ bla, mas despues que sosegó algun tanto « de corazon, dice, flaco es dolerse por el desman de los suyos y no poner otro remedio sino las lágrimas. Tu desventura no es solo tuya, sino nuestra, á todos nos toca el daño, pues entre padre y hermanos no puede haber cosa alguna apartada. No quiero reprehender tus intentos ni el celo de la religion, aunque ¿qué razon pudo ser tan bastante para tomar las armas contra tu padre? Tampoco me quejo de los que con sus consejos te engañaron. Las cosas pasadas mas fácilmente se pue

den llorar que trocar. Esta es, mal pecado, la desgracia destos tiempos, que por estar dividida la gente y reinar entre todos una pestilencial discordia, la una parcialidad y la otra ha pretendido tener arrimo en nuestra casa, que es la causa de todos estos daños. Resta volver los ojos á la paz para que nuestros enemigos no se alegren mas con nuestros desastres. Lo que ojalá se hobiera hecho antes de venir á rompimiento; pero todavía queda el recurso á la misericordia paterna, si de corazon pides perdon de lo hecho, que será mejor acuerdo que llevar adelante la pertinacia y arrogancia pasada. Por lo de presente y por lo que ha sucedido, debes entender cuánto será mejor seguir la razon con seguridad que perseverar con peligro en los desconciertos pasados. Acuérdate que en la adversidad suele ser muy necesaria la prudencia, y que el impetu y la aceleracion te será muy perjudicial. De mi parte te puedo prometer que si de voluntad haces lo que pide la necesidad, nuestro padre se aplacará, y contento con un pequeño castigo, te dejará las insignias y apellido de rey. » Confirmó estas promesas con juramento, bizo llamar á su padre, y venido que fué, Hermenegildo con un semblante muy triste se arrojó á sus piés. Recibióle con muestras de alegría, dióle paz en el rostro, que fué indicio de querelle perdonar, mas otro tenia en el corazon; hablóle algunas palabras blandas, y con tanto le mandó llevar á los reales; poco despues, quitadas las insignias reales, le envió preso á Sevilla. El abad biclarense dice que le desterró á Valencia y que murió en Tarragona. La verdad es que en Sevilla, á la puerta que llaman de Córdoba, se muestra una torre muy conocida por la prision que en ella tuvo Hermenegildo, espantosa por su altura y por ser muy angosta y escura. Dícese comunmente que en ella estuvo con un pié de amigo atadas las manos al cuello, y que el santo mozo, no contento con el trabajo de la cárcel, usaba de grande aspereza en la comida y vestido; su cama una manta de cilicio, y él mismo ocupado en la contemplacion de las cosas divinas sospiraba por verse con Dios en el cielo, donde esperaba ir muy en breve. En esta forma de vida perseveró hasta tanto que llegó la fiesta de Pascua de Resurreccion, que aquel año cayó á 14 de abril, y fué puntualmente el de Cristo de 586, segun que se entiende por la razon del cómputo eclesiástico, si bien algunos deste número quitan dos años. El arcipreste Juliano quita uno; mas el abad biclarense señala que Hermenegildo murió el tercer año del emperador Mauricio, lo cual concuerda con lo que queda dicho. El caso sucedió desta manera: Leuvigildo con el deseo que tenia de reducir á su hijo, pasada la media noche, le envió un obispo arriano para que, conforme á la costumbre que tenian los cristianos, le comulgase aquel dia á fuer de los arrianos. El preso, visto quien era, le echó de sí con palabras afrentosas. Tomó el padre aquel ultraje por suyo, y de tal suerte se alteró, que sin dilacion envió un verdugo, llamado Sisberto, para que le cortase la cabeza ; bárbara crueldad y fiereza que pone espanto y grima. Era Hermenegildo de condicion simple y llana, cosas que si no se templan, suelen acarrear daños y aun la muerte. La memoria deste santo mártir se celebra en España de ordinario á 14 de abril, dado que en algunas iglesias se hace un dia antes. El lugar de la prision

adelante se mudó en una capilla con advocacion del santo. La devocion que con él antiguamente se tuvo fué muy grande, como se entiende así por lo dicho como de que muchos, así varones como hembras, se llamaron de su nombre Hermenegildos, Hermesindas, Hermeneşindas, y aun los sobrenombres de Armengol y Hermengando, de que usaron los españoles, entienden algunos se tomaron del nombre deste santo. Lo mismo se dice de Hermegildez y Hermildez, que tienen terminacion aun mas bárbara. No se sabe dónde esté al presente su cuerpo, ni aun se averigua bastantemente el lugar en que á la sazon le sepultaron. Un hueso suyo dentro de una estatua de plata muestran en capilla particular de la iglesia mayor de Zaragoza; gobernaba por estos tiempos la Iglesia romana Pelagio II. Gregorio el Magno, sucesor de Pelagio, relató como cosa fresca la muerte de Hermenegildo. Allí dice que junto al cuerpo del mártir se oyó música celestial, cierto de los ángeles que celebraron su entierro y sus honras de que el cruel ánimo de su padre le privó. Añade que corria fama y se decia que en el mismo lugar de noche se vieron luces á semejanza de antorchas. Estas cosas y la muerte del verdugo Sisberto muy fea, que le avino muy en breve, aumentó en gran manera la devocion del mártir. Al presente se ha acrecentado notablemente despues que el papa Sixto V puso el nombre de Hermenegildo en el Calendario romano, con órden y mandato que en toda España se le haga fiesta á los 14 dias del mes de abril.

CAPITULO XIII.

De la muerte del rey Leuvigildo.

Luego que Ingundis tuvo aviso de la prision y muerte de su marido, pasó en Africa, llena de amargura y de lágrimas. Los capitanes romanos que la tenian en su poder acordaron enviarla juntamente con su hijo, por nombre Teodorico, y hacer della presente al emperador Mauricio. Por el contrario, los reyes de Francia, Childeberto, hermano de Ingundis, y Guntrando, su tío, príncipes valerosos y bravos, se aparejaban para vengar con sus armas aquella injuria y la muerte de Hermenegildo. Recaredo, avisado destos apercebimientos, para ganar por la mano rompió con sus gentes por la Francia y por las tierras de los enemigos; apoderóse por fuerza de un castillo muy fuerte en el territorio de Arles, que se llamaba Ugerno. Taló demás desto y dió el gasto á todos los campos comarcanos. Fué grande el daño que hizo, y mayor el espanto que puso en toda aquella gente; por esto se trató de hacer paces, y para efectuarlas despachó Leuvigildo sus embajadores; pero no acabaron cosa alguna á causa que, demás de los agravios pasados, las gentes y armadas de los godos de nuevo tomaron ciertas naves francesas en las marinas de Galicia con los hombres y todo el haber que traian y con que venian á sus contrataciones. Esto irritó tanto á los franceses, que si bien se despachó otra nueva embajada sobre el caso, aquellos reyes, mayormente Guntrando, no quisieron dar oidos á lo que los godos pedian. Quién dice que Recaredo desde Narbona rompió segunda vez por las tierras de los francos, y de nuevo dió la tala á los campos muy fértiles de la Francia. Childeberto, como al que tocaba de mas cerca este dolor, y por el deseo

se

que tenia de vengar á su hermana y á su cuñado, y tomar la emienda debida de tantos desaguisados, convidó al emperador Mauricio, cuya amistad poco antes habia él menospreciado, para juntar sus fuerzas y armas contra los longobardos y contra los godos, que estaban apoderados los unos de Italia y los otros de España. Tomado este asiento, un gran ejército de franceses pasó en Italia. Mostróse el enemigo al principio temeroso. No queria venir al trance de la batalla; por esto los francos, y por ser de su natural muy confiados, descuidaron de tal suerte, que los contrarios dieron sobre ellos á deshora con tal órden, que al punto los vencieron y desbarataron. No refieren el número de los muertos; solo consta que fué la mayor matanza que en aquel tiempo se hizo de los fraucos. Este revés sin duda hizo que Childeberto se humanase para con los godos, mayormente que el Emperador, ocupado en otras cosas, ayudaba mas á sus compañeros con el nombre que con las fuerzas; además de la muerte de Ingundis, hermana de Childeberto, que se supo en esta sazon, y era la causa destos bullicios y guerra; quién dice que falleció en Africa, quién en Sicilia, ca no concuerdan los autores, como tampoco no se sabe lo que se hizo de su bijo. Solo refieren que le llevaron al Emperador; debió fallecer poco despues de la madre, mas dichoso en esto que si huérfano, desterrado y pobre y cautivo viviera mucho tiempo. Máximo dice que murió en Palermo la madre, y el hijo poco despues en Constantinopla. En este medio en España el rey Leuvigildo, por el deseo que tenia de apagar la católica religion, causa como él entendia de tantos daños y males, desterraba los varones mas santos de todo su reino, como los que conservaban y mantenian el culto de la verdadera religion. En particular desterró los dos hermanos y prelados Leandro, de Sevilla, y Fulgencio, de Écija; estaba contra ellos irritado principalmente por el favor que dieron á Hermenegildo, su hijo. Lo mismo hizo con Mausona, metropolitano de Mérida, uno de los varones mas señalados de aquel tiempo. Hízole venir á Toledo, y desde allí, despues de muchas afrentas que le hizo, le envió al destierro, solo por mostrarse constante en la religion católica y porque no quiso manifestar al Rey y entregalle la vestidura de santa Olalla por miedo de los arrianos. Pusieron en lugar de Mausona y nombraron por arzobispo un grande arriano llamado Sunna. Sucedió un milagro al partir de Mausona para muestra de su inocencia, y fué que el caballo en que le pusieron para llevarle al destierro, sin embargo que era por domar y muy feroz, recibió sin dificultad sobre sí al santo varon. Muchos otros obispos fueron al destierro, y pusieron otros en su lugar, de que se entiende procedió que, sosegada la Iglesia acaecia, contra lo que disponen las leyes eclesiásticas, haber dos obispos de una ciudad, como se ve por las memorias públicas de aquel tiempo. Parece que adelante, con deseo de la paz, cuando se convirtió España, se introdujo esta novedad que los unos obispos y los otros quedasen con sus oficios. De las rentas de las iglesias se apoderó el avariento Rey sin alguna resistencia, derogó los privilegios de los eclesiásticos, dió la muerte á muchos hombres principales, parte por causas verdaderas, á otros por testimonios que les levantaban y calumnias que les arrimaban, de cuyos bienes enriqueció el patrimonio real. Lo que con

esta carnicería principalmente pretendia era que ninguno de otro linaje pudiese aspirar al reino. Muchos, quebrantados con estos males, no solo del pueblo, sino de los principales en riquezas y nobleza, se sujetaron á la voluntad del Rey y pasaron á la secta de los arrianos. Entre estos Vincencio, obispo de Zaragoza, como se hiciese arriano, con el ejemplo de su inconstancia trajo otros muchos al despeñadero; si bien Severo, obispo de Málaga, y Liciniano, obispo de Cartagena, sus contemporáneos, escribieron contra lo que hizo. Dura has ta nuestra edad el libro de Liciniano, de quien atestigua Isidoro que escribió muchas epístolas á Eutropio, obispo de Valencia, y que falleció en Constantinopla, á lo que se entiende, huido de la rabia del Rey. En aqueHa ciudad Juan, abad biclarense, natural de Santaren, en Portugal, gastó por causa de los estudios en su menor edad diez y siete años, con que alcanzó conocimiento de la una y de la otra lengua latina y griega, ♥ se aventajó en las otras artes y ciencias. Despues desto, vuelto á la patria de su larga peregrinacion, sufrió muchos trabajos como los demás católicos. Desterráronle á Barcelona; en el destierro, á la vertiente de los Pirineos, edificó un monasterio que se llamó Biclarense, y hoy se llama de Valclara, apellido conforme al antiguo. Ordenó que los monjes siguiesen la regla de san Benito, y él mismo les añadió otras constituciones y estatutos á propósito de la vida religiosa. Deste monasterio, donde fué abad algun tiempo, le sacaron en el reinado de Recaredo para hacerle obispo de Girona, y en tiempo del rey Suintila pasó por la muerte al cielo y á gozar el premio de sus trabajos. Tuvo por sucesor á Nouito, de quien y de Juan, presbítero de Mérida, y Novello, obispo de Alcalá, sucesor de Asturio, despues de otros algunos, todos personas señaladas, no se sabe si con la tempestad que en estos tiempos corria, y con las olas de persecuciones fueron trabajados. A san Isidoro, hermano de Leandro y de Fulgencio, para que no le maltratasen valió su pequeña edad, sus buenas inclinaciones y su grande ingenio, que le hacia de presente ser amado de todos, y para adelante con sus grandes letras y santidad alumbró toda la Iglesia. Allegábase á lo demás su nobleza, la modestia de su rostro y su mesura, la suavidad de su condicion, si bien no dejaba de hacer rostro á los arrianos ni temia irritallos con sus dispu tas. Animábase á hacello, parte por ser muy católico, parte por las cartas que Leandro, su hermano, desde el destierro le enviaba, en que le animaba á derramar la sangre, si fuese necesario, por la defensa de la verdad. El reino de los godos, que por los caminos ya dichos parecia ir en aumento y cobrar de cada dia mayores fuerzas, por el mismo tiempo se acrecentó con apoderarse de todo lo que los suevos en España poseian, lo cual avino en esta manera y con esta ocasion. El rey Eborico, hijo de Miro, fué despojado de aquel reino por Andeca, hombre principal y que estaba casado con la madrastra de Eborico, llamada Sisegunda. No se contentó con despojalle del reino, sino que por asegurarse le forzó á meterse fraile y trocar las insignias reales y cetro con la cogulla. Era Eborico amigo de los godos y su confederado; por esto Leuvigildo tomó las armas contra el tirano. Vencióle y prendióle en batalla, y despojado del reino le cortó el cabello, que conforme á la costumbre de aquellos tiempos era privalle de la

nobleza y hacelle inhábil para ser rey; finalmente, le desterró á Beja, ciudad de la Lusitania. Con la ocasion destas revueltas se levantó otro, por nombre Malarico, y con el favor que tenia entre aquella gente se llamó rey. Acudió Leuvigildo tambien á esto, sosegó estas nuevas alteraciones, con que toda la Galicia quedó sin contradiccion por suya; ca Eborico se debió quedar como particular en el monasterio, ni el rey godo debió tener mucha voluntad de restituirle. Por esta manera el rey de los suevos, que en algun tiempo floreció mucho y poseyó una buena parte de España por espacio de ciento y setenta y cuatro años, cayó de todo punto, que fué el año de Cristo 586. En el mismo año Leuvigildo falleció en Toledo el 18, despues que con su hermano comenzara á reinar. Hay fama, y muchos autores lo atestiguan, que al fin de la vida, estando en la cama enfermo sin esperanza de salud, abjuró la impiedad arriana, y volvió su ánimo á lo mejor y á la verdad; y que en particular con Recaredo, su hijo, trató cosas en favor de la religion católica. Díjole que el reino que, adquiridas y ganadas muchas ciudades, le dejaba muy grande, seria muy más afortunado si toda España y todos los godos recibiesen despues de tanto tiempo la antigua y verdadera religion. Encargóle tuviese en lugar de padres á Leandro y á Fulgencio, á quien mandó en su testamento alzar el destierro. Avisóle que, así en las cosas de su casa en particular como en el gobierno del reino, se aprovechase de sus consejos. Y aun Gregorio Magno refiere que antes que muriese de aquella enfermedad encargó mucho á Leandro, que debió venir á la sazon, cuidase mucho de Recadero, su hijo, que por sus amonestaciones esperaba y aun deseaba en las costumbres, humanidad y todo lo demás semejase á Hermenegildo, su hermano, á quien él sin bastante causa dió la muerte. Puédese creer que las oraciones del santo mártir fueron mas dichosas y eficaces despues de muerto que en la vida para alcanzar de Dios que su padre se redujese á buen estado. Nuestros historiadores refieren que Leuvigildo, dado que de corazon era católico, no abjuró públicamente, como era necesario, la herejía por acomodarse con el tiempo y por miedo de sus vasallos. Máximo dice se halló presente á la muerte deste Rey y vió las señales de su arrepentimiento y sus lágrimas. Pone su muerte año 587, 2 de abril, miércoles al amanecer. Este su desengaño se debió encaminar, entre otras cosas, por muchos milagros que se hicieron en favor de la religion católica. Entre los demás se cuentan los siguientes: En el tiempo que perseguia con las armas á su hijo inocente, un monasterio que estaba en la comarca y ribera de Cartagena con advocacion de San Martin, huido que se hobieron los monjes á una isla que por allí caia, fué saqueado por los soldados del Rey; uno dellos, desnuda la espada, como acometiese al abad que solo quedaba, en castigo de su sacrilegio cayó muerto en tierra; el Rey, sabido el suceso, mandó que toda la presa se restituyese al monasterio. Sucedió otrosí en una disputa que hobo sobre la religion que un católico, en testimonio de la verdad que profesaba, tomó en la mano, sin recebir alguna lesion ni daño, un anillo del fuego en que estaba ardiendo, sin que el hereje se atreviese á hacer otro tanto en defensa de su secta. Con estos y otros milagros comenzaba el ánimo del Rey á moverse y vacilar. Preguntó á cierto obispo

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arriano por qué causa los arrianos no ilustraban su secta y la acreditaban con semejantes obras ni hacian milagros como los católicos, tales y tan grandes. A esta pregunta el Obispo a á muchos, dice, oh Rey, si es lícito decir verdad y blasonar á la manera de los contrarios de nuestras cosas, que eran sordos, hice que oyesen, y aun abrí los ojos de los ciegos para que pudiesen ver. Pero las cosas que hasta aquí por huir ostentacion se han hecho sin testigos, quiero hacellas públicamente y probar con las obras la verdad de lo que digo. » No paró en palabras, sino que se vino á la prueba. Pasaba el Rey poco despues desto por una calle. Cierto arriano, que á persuasion del Obispo fingió estar ciego, á grandes voces pedia que le fuese por él restituida la vista; representaba la comedia delante del mismo que la inventara; tendia las manos, hacia otros ademanes en que mostraba esperaba con humildad la sanidad por los ruegos y santidad del Obispo. Estaban todos suspensos y esperaban ver alguna maravilla; y fué así, pero al revés de lo que cuidaban, porque el engañador malvado, luego que el Obispo le tocó los ojos con sus manos, quedó de todo punto ciego y perdió la vista que antes tenia. Conoció el miserable su daño, y vencido del dolor, que pudo mas que la vergüenza, confesó luego la verdad y descubrió á la hora el engaño y toda la trama. Por estos caminos la secta arriana, como era razon, comenzó en grande manera á ir de caida, y el ánimo del Rey á enajenarse poco á poco, mayormente que por espacio de cuatro años gran muchedumbre de langosta talaba de todo punto los campos de España, y mas del reino de Toledo, en que por la templanza del aire suele tener mas fuerza esta plaga. El pueblo, como acostumbra, decia ser castigo de Dios en venganza de la muerte de Hermenegildo y de la persecucion que hacian contra la verdadera religion. Esta loa á lo menos se debe á Leuvigildo por testimonio del mismo san Isidoro, que despues del rey Alarico reformó las leyes de los godos, que con el tiempo andaban estragadas; añadió unas y quitó otras. Paulo, diácono de Mérida, refiere otrosí lo que vió, es á saber, que el abad Nuncto, varon de grande santidad, como quier que de Africa pasase á Mérida con deseo de visitar el sepulcro de santa Olalla, desde aquella ciudad, por buir la vista de mujeres, poco despues se apartó al yermo, donde, dado que era católico, el Rey le sustentó á su costa hasta tanto que los rústicos comarcanos se conjuraron contra él y le dieron la muerte. La causa no se sabe; por ventura no podian sufrir las reprehensiones libres de aquel varon santo por ser hombres feroces y de rudo ingenio. No castigó el Rey este caso; castigóle Dios con que los demonios se apoderaron de los matadores sacrilegos. Por conclusion, Leuvigildo fué el primero de los reyes godos que usó do vestidura diferente de la del pueblo, y el primero que trajo insignias reales, y uso de aparato y atuendo de príncipe, cetro y corona y vestidos extraordinarios; cosas que cada uno conforme á su ingenio podrá reprehender 6 alabar, por razones que para lo uno y para lo otro se podrian representar.

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