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rino, y porque este nombre en arábigo quiere decir monte de traicion, los de aquella comarca se persuaden, como cosa recebida de sus antepasados, que en aquel monte se juntaron el Conde y los demás para acordar, como acordaron, de llamar los moros á España. Llegado en Africa, lo primero que hizo fué irse á ver con Muza; declaróle el estado en que las cosas de España se hallaban ; quejóse de los agravios que el Rey tenia hechos sin causa, así á él como á los hijos del rey Witiza, que demás de despojarlos de la herencia de su padre, los forzaba á andar desterrados, pobres y miserables y sin refugio alguno; dado que no les faltaban las aficiones de muchos, que llegada la ocasion se declararian. Que era buena sazon para acometer á España y por este camino apoderarse de toda la Europa, en que hasta entonces no habian podido entrar. Solo era necesario usar de presteza para que los contrarios no tuviesen tiempo de aprestarse. Encarecíale la facilidad de la empresa, á que se ofrecia salir él mismo con pequeña ayuda que de Africa le diesen, confiado en sus aliados. Que por tener en su poder, de la una y de la otra parte del Estrecho, las entradas de Africa y de España, no dudaria de quitar la corona á su contrario. No le parecia al bárbaro mala ocasion esta, solo dudaba de la lealtad del Conde, si por ser cristiano guardaria lo que pusiese. Parecióle comunicar el negocio con el Miramamolin. Salió acordado que con poca gente se hiciese primero prueba de las fuerzas de España y si las obras del Conde eran conforme á sus palabras. Era Muza hombre recatado; hallábase ocupado en el gobierno de Africa, empeñado en muchos y graves negocios. Envió al principio solos ciento de á caballo y cuatrocientos de á pié repartidos en cuatro naves. Estos acometieron las islas y marinas cercanas al Estrecho. Sucedieron las cosas á su propósito, que muchos españoles se les pasaron. Con esto de nuevo envió doce mil soldados, y por su capitan Tarif, por sobrenombre Abenzarca, persona de gran cuenta, dado que le faltaba un ojo. Para que fuese el negocio mas secreto y no se entendiese dónde encaminaban estas trasino pasaron mas, no se apercibió armada en el mar, en naves de mercaderes. Surgieron cerca de España, y to primero se apoderaron del monte Calpe y de la ciudad de Heraclea, que en él estaba, y en lo de adelante se Hamó Gibraltar, de gebal, que en arábigo quiere decir monte, y de Tarif, el general, de cuyo nombre tambien, como muchos piensan, otra ciudad allí cerca, llamada antiguameute Tarteso, tomó nombre de Tarifa. Tuvo el rey don Rodrigo aviso de lo que pasaba, de los intentos del Conde y de las fuerzas de los moros. Despachó con presteza un su primo llamado Sancho (hay quien le llame Iñigo) para que le saliese al encuentro. Fué muy desgraciado este principio, y como pronóstico y mal aguero de lo de adelante. El ejército era compuesto de toda broza, y como gente allegadiza, poco ejercitada; ni tenían fuerza en los cuerpos ni valor en sus ánimos; los escuadrones mal formados, as armas tomadas de orin, los caballos, ó flacos ó regalados, no acostumbrados á sufrir el polvo, el calor, las tempestades. Asentaron su real cerca de Tarifa; tuvieron encuentros y escaramuzas, en que los nuestros levaron siempre lo peor; últimamente, ordenadas las haces, se dió la batalla, que estuvo por algun espacio

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en peso sin declarar la victoria por ninguna de las partes, pero al fin quedó por los moros el campo. Sancho, el general, muerto, y con él parte del ejército; los demás se salvaron por los piés. Pasaron los bárbaros adelante engreidos con la victoria, talaron los campos del Andalucía y de la Lusitania, tomaron muchos pueblos por aquellas partes, en particular la ciudad de Sevilla, por estar desmantelada y sin fuerzas. Sucedió esta primera desgracia el año 713, en el cual Sinderedo, arzobispo de Toledo, por la revuelta de los tiempos ó por la insolencia del Rey se ausentó de España. Pasó á Roma, do los años adelante se halló en un Concilio lateranense, que se celebró por mandado del papa Gregorio III. Por su ausencia los canónigos de Toledo trataron de elegir nuevo prelado por no carecer de pastor en tiempo tan desgraciado. No hicieron caso de don Oppas, como de intruso y entronizado contra derecho. Dieron sus votos á Urbano, que era primiclerio de aquella iglesia, que era lo mismo que chantre, persona de conocidas partes y virtud. Pero porque su eleccion fué en vida de Sinderedo, y parece no fué *confirmada por quien de derecho lo debia ser, los antiguos no le contaron en el número de los prelados de Toledo, como se saca de algunos libros antiguos en que se pone la lista y catálogo de los arzobispos de aquella ciudad.

CAPITULO XXIII.

De la muerte del rey don Rodrigo.

Cosas grandes eran estas y principios de mayores males, las cuales acabadas en breve, los dos caudillos, Tarif y el conde don Julian, dieron vuelta á Africa para hacer instancia, como la hicieron, á Muza que les acudiese con nuevas gentes para llevar adelante lo comenzado. Quedó en rehenes y para seguridad de todo el conde Requila, con que mayor número de gente de á pié y de á caballo vino á la misma conquista. Era tan grande el brio que con las victorias pasadas y con estos nuevos socorros cobraron los enemigos, que se determinaron á presentar la batalla al mismo rey don Rodrigo y venir con él á las manos. El, movido del peligro y daño y encendido en deseo de tomar emienda de lo pasado y de vengarse, apellidó todo el reino. Mandó que todos los que fuesen de edad acudiesen á las banderas. Amenazó con graves castigos á los que lo contrario hiciesen. Juntóse á este llamamiento gran número de gente; los que menos cuentan dicen fueron pasados de cien mil combatientes. Pero con la larga paz, como acontece, mostrábanse cllos alegres y bra→ vos, blasonaban y aun renegaban; mas eran cobardes á maravilla, sin esfuerzo y aun sin fuerzas para sufrir los trabajos y incomodidades de la guerra; la mayor parte iban desarmados, con hondas solamente 6 bastones. Este fué el ejército con que el Rey marchó la vuelta del Andalucía. Llegó por sus jornadas cerca de Jerez, donde el enemigo estaba alojado. Asentó sus reales y fertificólos en un llano por la parte que pasa el rio Guadalete. Los unos y los otros deseaban grandemente venir á las manos; los moros orgullosos con la victoria; los godos por vengarsc, por su patria, hijos, mujeres y libertad no dudaban poner á riesgo las vidas, sin embargo que gran parte dellos sentian en

sus corazones una tristeza extraordinaria y un silencio cual suele caer á las veces como presagio del mal que la de venir sobre algunos. Al mismo Rey, congojado de cuidados entre dia, de noche le espantaban sueños y representaciones muy tristes. Pelearon ocho dias continuos en un mismo lugar; los siete escaramuzaron, como yo lo entiendo, á propósito de hacer prueba cada cual de las partes de las fuerzas suyas y de los contrarios. Del suceso no se escribe; debió ser vario, pues al octavo dia se resolvieron de dar la batalla campal, que fué domingo á 9 del mes que los moros llaman javel ó sceval, así lo dice don Rodrigo, que vendria á ser por el mes de junio conforme á la cuenta de los árabes; pero yo mas creo fuese á 11 de noviembre, dia de san Martin, segun se entiende del Cronicon alveldense, año de nuestra salvacion de 714. Estaban las haces ordenadas en guisa de pelear. El Rey desde un carro de marfil, vestido de tela de oro y recamados, conforme á la costumbre que los reyes godos tenian cuando entraban en las batallas, habló á los suyos cn esta manera: « Mucho me alegro, soldados, que haya llegado el tiempo de vengar las injurias hechas á nosotros y á nuestra santa fe por esta canalla aborrecible á Dios y á los hombres. ¿Qué otra causa tienen de movernos guerra, sino pretender de quitar la libertad á vos, á vuestros hijos, mujeres y patria, saquear y echar por tierra los templos de Dios, hollar y profanar los altares, sacramentos y todas las cosas sagradas como lo han hecho en otras partes? Y casi veis con los ojos, y con las orejas ois el destrozo y ruido de los que han abatido en buena parte de España. Hasta ahora han hecho guerra contra eunucos; sientan qué cosa es acometer á la invencible sangre de los godos. El año pasado desbarataron un pequeño número de los nuestros; engreidos con aquella victoria y por haberlos Dios cegado han pasado tan adelante, que no podrán volver atrás sin pagar los insultos cometidos. El tiempo pasado dábamos guerra á los moros en su tierra, corriamos las tierras de Francia; al presente joli grande mengua, y digna que con la misina muerte, si fuere menester, se repare! somos acometidos en nuestra tierra, tal es la condicion de las cosas humanas, tales los reveses y mudanzas. El juego está entablado de manera que no se podrá perder; pero cuando la esperanza de vencer no fuese tan cierta, debe aguijonaros y encenderos el deseo de la venganza. Los campos están bañados de la sangre de los vuestros, los pueblos quemados y saqueados, la tierra toda asolada; ¿quién podrá sufrir tal estrago? Lo que ha sido de mi parte, ya veis cuán grande ejército tengo juntado, apenas cabe en estos campos; las vituallas y almacen en abundancia, el lugar es á propósito; á los capitanes tengo avisado lo que han de hacer, proveido de número de soldados de respeto para acudir á todas partes. Demás desto, hay otras cosas, que ahora se callan, y al tiempo del pelear veréis cuán apercebido está todo. En vuestras manos, soldados, consiste lo demás; tomad ánimo y coraje, y llenos de confianza acometed los enemigos; acordãos de vuestros antepasados, del valor de los godos; acordãos de la religion cristiana, debajo de cuyo amparo y por cuya defensa peleamos.» Al contrario Tarif, resuelto asimismo de pelear, sacó sus gentes, y orde

nados sus escuadrones, les hizo el siguiente razonamiento: «Por esta parte se extiende el Océano, fin último y remate de las tierras; por aquella nos cerca el mar Mediterráneo; nadie podrá escapar con la vida, sino fuere peleando. No hay lugar de huir; en las manos y en el esfuerzo está puesta toda la esperanza. Este dia, ó nos dará el imperio de Europa, ó quitará á todos la vida. La muerte es fin de los males; la victoria causa de alegría; no hay cosa mas torpe que vivir vencidos y afrentados. Los que habeis domado la Asia y la Africa, y al presente, no tanto por mi respeto cuanto de vuestra voluntad acometeis á haceros señores de España, debeis os membrar de vuestro antiguo esfuerzo y valor, de los premios, riquezas y renombre inmortal que ganareis. No os ofrecemos por premio los desiertos de Africa, sino los gruesos despojos de toda Europa; ca vencidos los godos, demás de las victorias ganadas el tiempo pasado, ¿quién os podrá contrastar? ¿Temeréis por ventura este ejército sin armas, juntado de las heces del vulgo, sin órden y sin valor? Que no es el número el que pelea, sino el esfuerzo; ni vencen los muchos, sino los denodados, con su muchedumbre se embarazarán, y sin armas, con las manos desnudas los venceréis. Cuando tenian las fuerzas enteras los desbaratastes; ¿por ventura ahora, perdida gran parte de sus gentes, acobardados con el miedo, alcanzarán la victoria? La alegría pues el denuedo que en vos veo, cierto presagio de lo que será, esa llevad á la pelea confiados en vuestro esfuerzo y felicidad, en vuestra fortuna y en vuestros hados. Arremeted con el ayuda de Dios y de nuestro profeta Mahoma, venced los enemigos, que traen despojos, no armas. Trocad los ásperos montes, los collados pelados por el gran calor, las pobres chozas de Africa con los ricos campos y ciudades de España. En vuestras diestras consiste y llevais el imperio, la salud, el alegría del tiempo presente, y del venidero la esperanza.» Encendidos los soldados con las razones de sus capitanes, no esperaban otra cosa que la señal de acometer. Los godos al son de sus trompetas y cajas se adelantaron, los moros al son de los atabales de metal á su manera encendian la pelea; fué grande la griteria de la una parte y de la otra; parecia hundirse montes y valles. Primero con hondas, dardos y todo género de saetas y lanzas se comenzó la pelea; despues vinieron á las espadas; la pelea fué muy brava, ca los unos peleaban como vencedores, y los otros por vencer. La victoria estuvo dudosa lasta gran parte del dia sin declararse; solo los moros daban alguna muestra de flaqueza, y parece querian ciar y aun volver las espaldas, cuando don Oppas joh increible maldad! disimulada hasta entonces la traicion, en lo mas recio de la pelea, segun que de secreto lo tenia concertado, con un buen golpe de los suyos se pasó á los enemigos. Juntóse con don Julian, que tenia consigo gran número de los godos, y de través por el costado mas flaco acometió á los nuestros. Ellos, atónitos con traicion tan grande y por estar cansados de pelear, no pudieron sufrir aquel nuevo impetu, y sin dificultad fueron rotos y puestos en huida, no obstante que el Rey con los mas esforzados peleaba entre los primeros y acudia á todas partes, socorria á los que via en peligro, en lugar de los heridos y muertos ponia otros sanos, detenia a los que

huian, á veces con su misma mano; de suerte que, no solo hacia las partes de buen capitan, sino tambien de valeroso soldado. Pero al último, perdida la esperanza de vencer y por no venir vivo en poder de los enemigos, saltó del carro y subió en un caballo, llamado Orelia, que llevaba de respeto para lo que pudiese suceder; con tanto él se salió de la batalla. Los godos, que todavía continuaban la pelea, quitada esta ayuda, se desanimaron; parte quedaron en el campo muertos, los demás se pusieron en huida; los reales y el bagaje en un momento fueron tomados. El número de los muertos no se dice; entiendo yo que por ser tantos no se pudieron contar; que á la verdad esta sola batalla despojó á España de todo su arreo y valor. Dia aciago, jornada triste y llorosa. Alli pereció el nombre inclito de los godos, allí el esfuerzo militar, allí la fama del tiempo pasado, alli la esperanza del venidero se acabaron; y el imperio que mas de trescientos años babia durado quedó abatido por esta gente feroz y cruel. El caballo del rey don Rodrigo, su sobreveste, corona y calzado, sembrado de perlas y pedrería, fueron haIlados á la ribera del rio Guadalete; y como quier que no se hallasen algunos otros rastros dél, se entendió que en la huida murió ó se ahogó á la pasada del rio. Verdad es que como docientos años adelante en cierto templo de Portugal en la ciudad de Viseo se halló una piedra con un letrero en latin, que vuelto en romance dice:

danos, y animados á tratar del remedio, aunque fuese con riesgo de sus vidas, salvar lo que quedaba, vengar si pudiesen las injurias, no dudaron de salir al campo y pelear de nuevo con el vencedor, que ejecutaba el alcance y perseguia lo que restaba de los godos. El suceso desta batalla fué el mismo que el pasado; de nuevo fueron los nuestros desbaratados y puestos en huida; los que escaparon de la matanza se fueron por diversos lugares; la ciudad, por estar desnuda de gente de guerra, quedó en poder del vencedor, y por su mandado la echaron por tierra. Despues desto, por consejo y á persuasion del conde don Julian se dividieron los moros en dos partes: los unos, debajo de la conducta de Magued, renegado de la religion cristiana, se encaminaron á Córdoba, que por estar desamparada de sus moradores, que por miedo del peligro se fueran á Toledo, fácilmente fué puesta en sujecion y tomada por aviso de un pastor, que en los muros cerca de la puente les mostró cierta parte por donde entraron, ayudados asimismo del silencio de la noche y muertas las centinelas. El gobernador de la ciudad se hizo fuerte en un templo, que se llamaba de San Jorge, en que se mantuvo por espacio de tres meses; pero á cabo deste tiempo, como huyese, fué preso y vino en poder de los moros; el templo entraron por fuerza, y pasaron á cuchillo todos los que en él estaban. Con la otra parte del ejército Tarif saqueaba y talaba y metia á fuego y á sangre lo restante de Andalucía y corria los vencidos por todas partes. Mentesa fué tomada por fuerza y destruida, de la cual dice el arzobispo don Rodrigo caia cerca de Jaen, pero á la verdad algo mas apartada estaba. En Málaga, en Iliberris y en Granada pusieron guarnicion de soldados. Murcia se rindió á partido, que sacó el gobernador aventajado, como buen soldado y sagaz que era, ca despues que en un encuentro fué vencido por los moros, puso las mujeres vestidas como hombres en la muralla. Los moros con aquella maña, persuadidos que habia dentro gran número de soldados, le otorgaron lo que pidió. De Murcia dice el mismo don Rodrigo que en aquel tiempo se llamaba Oreola. Demás desto, los judíos mezclados con los moros fueron puestos por moradores en Córdoba y en Granada á causa que los cristianos se habian ido á diversas partes y dejádolas vacías. Restaba Toledo, ciudad puesta en el riñon de España, de asiento inexpugnable. El arzobispo Urbano, sin embargo de su fortaleza, se habia retirado á las Astúrias y llevado consigo las sagradas reliquias porque no fuesen profanadas por los enemigos del nombre cristiano, en particular llevó la vestidura traida á san Hefonso del cielo, y un arca llena de reliquias, que por diversos casos fuera llevada á Jerusalem, y despues parara en Toledo. Llevó asimismo los libros sagrados de la Biblia, y las obras de los santos varones Isidoro, Ilefonso, Juliane, muestras de su erudicion y santidad, tesoros mas preciosos que el oro y las perlas, porque no fuesen abrasados con el fuego que destruia todo lo demás. En compañía de Urbano para mayor seguridad fué don Pelayo, como se halla escrito en graves autores. Y para que estos tesoros celestiales estuviesen mas libres de peligro, en lo postrero de Esá❘paña los pusieron en una cueva debajo de tierra, dis

AQUÍ REPOSA RODRIGO, ÚLTIMO REY DE LOS GODOS. Por donde se entiende que salido de la batalla, huyó á las partes de Portugal. Los soldados que escaparon, como testigos de tanta desventura, tristes y afrentados, se derramaron por las ciudades comarcanas. Don Pelayo, de quien algunos sospechan se halló en la batalla, perdida toda esperanza, parece se retiró á lo postrero de Cantabria ó Vizcaya, que era de su estado; otros dicen que se fué á Toledo. Los moros no ganaron la victoria sin sangre, que dellos perecieron casi diez y seis mil. Fueron los años pasados muy estériles, y dejada la labranza de los campos á causa de las guerras, España padeció trabajos de hambre y peste. Los naturales, enflaquecidos con estos males, tomaron las armas con poco brio; los vicios principalmente y la deshonestidad los tenian de todo punto estragados, y el castigo de Dios los hizo despeñar en desgracias tan grandes. CAPITULO XXIV.

Que los cristianos se fueron á las Astúrias.

Gobernaba la iglesia de Roma el papa Constantino; el imperio de oriente Anastasio, por sobrenombre Artemio; rey de Francia era Childeberto, tercero de aquel nombre, á la sazon que España estaba toda llena de alboroto y de llanto, no solo por la pena y cuita del mal presente, sino tambien por el miedo de lo que para adelante se aparejaba. No faltaba algun género de desventura, pues el vencedor, con la licencia y libertad que suele, afligia todos los vencidos de cualquier edad ó condicion que fuesen. Un buen golpe de los que escaparon de aquella desastrada batalla se recogieron Ecija, ciudad que no caía léjos, y en aquel tiempo bien fortificada de muros. Con estos se juntaron los ciuda

tante dos leguas de donde despues se edificó la ciudad de Oviedo. Desde el cual tiempo se llamó aquel lugar

do lo mejor de sus casas. Llamábase aquella parte de Castilla en aquel tiempo Campos de los godos; de allí quedó que hasta hoy se llama tierra de Campos. En Galicia quemaron á Astorga; los muros por ser de buena estofa quedaron en pié. En las Astúrias, Gijon, pueblo por la parte de tierra y de la mar muy fuerte, vino asimismo en poder de los moros. Pusieron guarniciones de soldados en lugares á propósito para que los naturales no pudiesen rebullirse ni sacudir aquel yugo tan pesado de sus cervices. El ejército de los moros, rico con los despojos de España, y su general Tarif, debajo cuya conducta ganaran tantas victorias, dieron vuelta á Toledo para con el reposo gozar el fruto de tantos trabajos, y desde allí, como desde una atalaya muy alta, proveer y acudir á las demás partes. Todo esto pasó el año de 715, en que hallo tambien se apoderaron de Narbona, ca diversos ejércitos de Africa á la fama de victoria tan señalada como enjambres se derramaban por todo el señorío de los godos. Los naturales, parte huidos, parte amedrentados, no hallaban traza para ayudar á su patria; ningun ejército en número y en fuerzas bastante se juntaba; solo cada cual de las ciudades proveia en particular lo que le tocaba; así nombraron diversos gobernadores, y porque en guerra y en paz eran soberanos, sin reconocer superior, algunos historiadores les dan nombre de reyes.

el Monte Santo, y de muy antiguo es tenido en gran devocion por los pueblos comarcanos, de donde todos los años acude alli gran muchedumbre, principalmente la fiesta de la Magdalena. Hicieron asimismo compañía á Urbano y á don Pelayo los mas nobles y ricos ciudadanos de Toledo, por estar mas léjos del peligro, seguir el ejemplo de su prelado y conservarse para mejor tiempo. Juntáronse los moros de diversas partes, en que todo les sucedia prósperamente, para poner cerco á Toledo. Llevaron por su caudillo á Tarif, y por las causas ya dichas fácilmente se apoderaron de aquella ciudad, silla de los reyes godos y lumbre de toda España. En la manera cómo se tomó hay opiniones diferentes. El arzobispo don Rodrigo dice que los judíos que quedaron en la ciudad y estaban á la mira sin poner á riesgo sus cosas, ora venciesen, ora fuesen vencidos los españoles, y tambien por el odio del nombre cristiano sin dilacion abrieron las puertas á los vencedores, y á ejemplo de lo que se hizo en Córdoba y en Granada, los judíos y moros fueron en ella puestos por moradores. Don Lúcas de Tuy, al contrario, afirma que los cristianos de Toledo, confiados en la fortaleza del sitio, magüer que eran en pequeño número, sin fuerzas y sin esfuerzo, sufrieron el cerco algunos meses hasta tanto que últimamente el domingo de Ramos, dia en que se celebra la pasion del Señor, como era de costumbre, salieron los cristianos en procesioná Santa Leocadia, la del Arrabal. Entre tanto los enemigos fueron por los judíos recebidos dentro de la ciudad, y por ellos los ciudadanos todos muertos ó presos. Eu cosas tar. inciertas seria atrevimiento sentenciar por la una ó por la otra parte. Todavía yo mas me allego á los que dijeron que la ciudad despues de un largo cerco entregaron á partido sus mismos ciudadanos. Las condiciones que se asentaron, dicen fueron estas: los que quisiesen partirse de la ciudad sacasen libremente sus haciendas; los que quedar, pudiesen seguir la religion de sus padres, para cuyo ejercicio les señalaron siete templos, es á saber, de los santos Justa, Torcuato, Lúças, Marco, Eulalia, Sebastian y el de Nuestra Señora del Arrabal. Los tributos fuesen los mismos que acostumbraban pagar á los reyes godos, sin que les pudiesen poner otros de nuevo. Que los gobernasen por sus leyes, y para este efecto se nombrasen jueces de entre ellos que les hiciesen justicia. Por esta manera fué Toledo puesta en poder de los moros. Las demás ciudades de España, unas se rendian de voluntad, otras tomaban por fuerza ; que la llama de la guerra se emprendia por todas partes. Los moradores se derramaban por diversos lugares, como á cada uno guiaba el miedo ó la esperanza. Leon, forzada de la hambre y por falta de mantenimientos, se rindió. Guadalajara en los carpetanos fué tomada. En los celtiberos, en un pueblo que en nuestro tiempo se llama Medinaceli, y antiguamente dice don Rodrigo se llamó Segoncia, hallaron una mesa de esmeralda, como yo lo entiendo de mármol verde, de grandor, estima y precio extraordinario, de donde los inoros llamaron aquel pueblo Medina Talmeida, que significa ciudad de mesa. En Castilla la Vieja se entregó Amaya, forzada de la hambre que cada dia se embravecia mas, cuyos despojos sobrepujaron las riquezas de las demás á causa que muchos, conliados en su fortaleza, se recogieran á ella con to

CAPITULO XXV.

Cómo Muza vino á España.

En tanto que esto pasaba en España, de Africa se sonaba que Muza era combatido de diversas olas de pensamiento. Por una parte se holgaba que aquella nobilísima provincia fuese vencida y el señorío de los moros hobiese pasado á Europa, por otra le escocia que por su descuido hobiese Tarif ganado, no solo los. despojos de España, sino tambien la honra de todo. Aguijoneábanle igualmente la avaricia y la envidia, malos consejeros en guerra y en paz. Acordó de pasar en España, como lo hizo, con un nuevo ejército, en que dicen se contaban doce mil soldados, pequeño número para empresas tan grandes, si los españoles no estuvieran de todo punto apretados y caidos, porque lo que suele acontecer cuando los negocios están perdidos, todos daban buen consejo que se acudiese á las armas y á la defensa, pero cada uno rehusaba de acometer el peligro. Venido el nuevo caudillo de los moros, se mudó la manera de hacer la guerra; que si bien algunos le aconsejaban juntase las fuerzas con Tarif y de consuno acometiesen las demás ciudades que aun no estabau rendidas, prevaleció empero el parecer de aquellos que, aunque eran cristianos, teniendo mas cuenta con el tiempo que con la conciencia, prometian su ayuda á Muza para acabar lo que restaba, con la cual y con sus fuerzas podria sujetar las ciudades comarcanas, cosa que al bárbaro parecia ser de mayor reputacion. Acudió tambien el conde don Julian, sea con deseo de ganar la gracia del nuevo capitan y esperar dél mayores mercedes, sea por odio de Tarif y disension que resultó entre los dos; que suelen los traidores, como son bulliciosos y inconstantes, despues de haber servido perder primero la gracia, y adelante ser aborrecidos, así por la memoria de la maldad como

porque los miran como acreedores. De Algecira, do desembarcaron estos bárbaros, fueron primeramente á ponerse sobre Medina Sidonia, sitio que los moradores sufrieron por algun tiempo, y aun fiados de su valentía diversas veces hicieron salidas sobre los enemigos, mas fueron rebatidos y al fin tomados por fuerza. Pusieron con el mismo ímpetu sitio sobre Carmona, ciudad antiguamente la mas fuerte del Andalucía. Gastáronse algunos dias en el cerco, porque los moradores se defendian valientemente. Usó el conde don Julian de cierto engaño, fingió en cierta cuestion que se huia de los moros; los ciudadanos engañados recibiéronle dentro de los muros por la puerta que entonces se llamaba de Córdoba, y con este embuste se tomó. Esto dice el arzobispo don Rodrigo. El moro Rasis discrepa en el tiempo y en la manera, ca dice fué tomada despues que Muza y Tarif se vieron en Toledo, y que los soldados de don Julian, no con muestra de huir, sino en traje de mercaderes, metieron en ella las armas con que la ganaron por fuerza. Acudió á Sevilla como á ciudad tan principal gran muchedumbre de godos; pero como la morisma que iba sobre ella fuese grande, perdida la esperanza de poderse tener los de dentro, secretamente se huyeron, y los moros apoderados della, la entregaron á los judíos para que junto con los moros morasen en ella. Beja la de Lusitania ó Portugal, que se decia Pax Julia, do se recogieron los ciudadanos de Sevilla, corrió la misma fortuna, dado que no se sabe si la entraron por fuerza, si se rindió á partido; solo consta que adelante vivió en ella gran número de cristianos. No léjos della cae Mérida, colonia antiguamente de romanos, y entonces la mas principal ciudad de Lusitania, y que conservaba todavía claros rastros de su antigua majestad, si bien de las muchas guerras pasadas quedó maltratada, y últimamente en la batalla en que se perdió el rey don Rodrigo y con él España, muchos de sus ciudadanos perecieron como buenos. Todo esto no fué parte para que perdiesen el ánimo, antes salieron contra el enemigo que sobre ellos venia. La pelea fué sin órden, muchos de ambas partes perecieron; los moros eran mas en número, y así, los cristianos fueron forzados á retirarse dentro de los muros. A la hora Muza, acompañado de cuatro personas solamente, mirado el sitio y majestad de la ciudad, dijo: Parece que de todo el mundo se juntaron gentes á fundar este pueblo; dichoso quien fuese señor dél. Encendido en este deseo, buscaba traza para salir con su intento. Estaba cerca de la ciudad una cantera antigua, la cual por ser honda pareció á proposito para armar una celada; puso pues en aquellas barrancas de parte de noche buen número de caballos. Dió vista á la ciudad; los cercados salieron á la pelea, adelantáronse sin órden, tanto, que cayeron en la celada; con que por frente y por las espaldas fueron apretados de tal suerte, que, con pérdida de muchos, pocos, cerrado su escuadron y apretados, pudieron volver á la ciudad. Con este daño reprimieron su atrevimiento, acordaron de no hacer salidas, sino defender solamente sus murallas. El cerco iba adelante, dilacion que daba mucha pena á Muza, apercibió todas las suertes de ingenios que en aquel tiempo se usaban, levantó torres de madera, hizo trabucos y mantas con que los soldados arrimados al muro procuraban con picos abrir entrada. Acudian los

cercados á todas partes, y con esfuerzo y diligencia rebatian estos intentos; pero eran pocos en número, y comenzaban á sentir falta de vituallas y municiones. Trataron de rendirse, mas con tales condiciones, que Muza las rechazó con desden y saña. Volvieron los medianeros sin hacer algun efecto, solo con esperanza que aquel general les pareció tan viejo y flaco, que apenas podria vivir hasta que la ciudad fuese tomada. No se le encubrió esto al bárbaro; usó de astucia, que á las veces mas vale maña que fuerza ; tornaron los embajadores á tratar del mismo negocio; maravilláronse de hallarle sin canas, que se habia teñido la barba y cabello; mas como quier que no entendiesen el artificio, juzgaron que era milagro: persuadieron á los suyos se rindiesen al que juzgaban vencia las mismas leyes de la naturaleza. Los partidos fueron : que los bienes de los ciudadanos muertos en las peleas y en el cerco fuesen confiscados; lo mismo las rentas de las iglesias, sus preseas, vasos y ornamentos de oro y de plata; los que quisiesen quedar en la ciudad retuviesen sus haciendas; los que irse, lo pudiesen hacer libremente adonde quisiesen. No se averigua bastantemente el tiempo en que Mérida se rindió; el arzobispo don Rodrigo dice fué en el mismo mes que Muza vino á España, pero no declara si el mismo año ó el siguiente. Concuerdan que los de Beja y los de llipula, con intento de hacer rostro á los moros antes que del todo se arraigasen en la tierra, con las armas se apoderaron de Sevilla y pasaron á cuchillo gran parte de la guarnicion que allí quedó por los moros. Poco aprovechó este esfuerzo, ca los moros revolvieron sobre ellos, y con su daño los forzaron á sujetarse como de antes por este órden. Vino á España con Muza un su hijo, llamado Abdalasis. Este en cierta ocasion se quejó á su padre de no haberle puesto en cosa en que pudiese mostrar su esfuerzo. Parecióle al padre tenia razon; dióle un grueso escuadron de moros, con que entró por tierra de Valencia, peleó diversas veces con la gente de aquella tierra. Rindiósele aquella ciudad, las de Denia, Alicante y Huerta á partido que no violase los templos, que pudiesen vivir como cristianos, que á cada uno quedase su hacienda con pagar cierto tributo que se les imponia asaz tolerable. Acabadas estas cosas por todo el año de 716, revolvió con sus gentes lácia Sevilla, que estaba levantada, como queda dicho; sujetóla con facilidad, dió la muerte á los que fueron causa del alboroto y de la matanza que se hizo de los soldados moros. Pasó adelante, tomo á Ilipula, en que hizo grande estrago, y aun se puede entender que la hizo abatir por tierra, pues de ciudad muy fuerte que era entonces, hoy es un pueblo pequeño, llamado Peñaflor, puesto entre Córdoba y Sevilla. El moro Rusis dice que la guarnicion de Mérida fué la que mataron los nuestros; y que para hacer esto los de Sevilla se juntaron con los de Beja y con los de Ilipula, cosa bien diferente de lo que queda dicho. Lo cierto es que de Mérida se partió Muza para Toledo. Salióle al encuentro Tarif, y para mas honrarle pasó adelante de Talavera. Juntáronse cerca del rio Tietar, que riega los campos de Arañuelo. Las muestras de amor y contento fueron grandes, los corazones no estaban conformes, la envidia aquejaba á Muza, á Tarif el miedo, que tal es la fruta del mundo. Recelábase Tarif no le descompu

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