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volvieron los condes de Castilla á estar á devocion y ser feudatarios y vasallos de los reyes de Leon, porque les parece que un rey tan amigo de honra como don Ramiro no juntara de otra manera sus fuerzas, ni perdonara las injurias y desacatos que le habian hecho, sin que primero se le allanasen. Siguióse una nueva guerra contra los moros. El rey don Ramiro, encendido en deseo de oprimirlos con sus gentes, movió la vuelta de Zaragoza. Tenia el principado de aquella ciudad Abenaya, señor de pocas fuerzas, feudatario de Abderraman, rey de Córdoba. Acompañó á don Ramiro en esta jornada el conde Fernan Gonzalez. El Moro, pareciéndole que no podria resistir á dos enemigos tan fuertes, tomó por partido sujetarse al rey don Ramiro y pagalle parias. Con este concierto se hicieron paces y cesó la guerra. No guardan los moros la fe mas de cuanto les es forzoso. Así, partidos los nuestros, y lambien por miedo de Abderraman, que tenia aviso se aprestaba contra él, mudado partido y tomado nuevo asiento, de consuno acometieron los dos las tierras de los cristianos. Llegaron á Simancas; llevaban los moros mal que los cristianos les pusiesen leyes y forzasen á pagar parias los á quien tenian antes por sus tributarios. Acudió luego el Rey y salió al encuentro á los enemigos. Dióse la batalla, que fué muy brava y de las mas señaladas y reñidas de aquel tiempo; murieron treinta mil moros, otros dicen setenta mil. Los despojos fueron muchos y ricos, grande el número de los cautivos. El mismo Abenaya tambien fué preso. Abderraman con veinte de á caballo escapó por los piés. El conde Fernan Gonzalez, por no haberse hallado en la batalla, el por qué no se sabe, pero habiéndose encontrado con Jos que huian, hizo en ellos no menor matanza. Da muestra desto un privilegio del monasterio de San Millan de Ja Cogulla, puesto en los montes de Oca, que se llamó antiguamente de San Félix, que concedió el Conde por memoria del beneficio recebido y desta victoria que ganó de los moros. En aquel privilegio se manda que muchas villas y pueblos de Castilla contribuyan por casas cada uno para los gastos y servicios de aquel monasterio, bueyes, carneros, trigo, vino, lienzo, confor me á lo que en cada tierra se daba, por voto que el Conde hizo cuando iba á esta guerra; de donde tambien se entiende que de aquella parte de Vizcaya que se llama Alava fueron gentes de socorro al Rey, y que todos estuvieron persuadidos que dos ángeles en dos caballos blancos pelearon en la vanguardia, y que por su ayuda se ganó la victoria; cosa que no suele acontecer ni aun inventarse sino en victorias muy señaladas cual fué esta. El alfaquí mayor de los moros, que es como obispo entre ellos, vino en poder del Conde. Con esto, la provincia y la gente pareció alentarse del grande espanto causado del aparato que los contrarios hicieron para aquella guerra, además de muchas señales que en el cielo se vieron y muchos prodigios; porque en el mismo año que fué la pelea, es á saber, el de 934, otros á este número añaden cuatro años, siendo reyes don Ramiro en Leon, y don Garci Sanchez en Pamplona, hobo un eclipsi del sol á los 19 de julio (mas quisiera á los 18, porque dicen fué viérnes) por espacio de una hora entera á las dos de la tarde, tan grande y cerrado, que se mudó el dia en muy espesas tinieblas. Segunda vez á 15 de octubre, que fué miércoles, la luz

del sol se volvió amarilla, en el cielo apareció una aber tura, cometas de extraordinaria forma, que caian á la parte de mediodía; las tierras fueron abrasadas por oculta fuerza de las estrellas, sin otras cosas que daban á entender la îra de Dios y su saña. Todo esto se contiene en el privilegio del conde Fernan Gonzalez; otros dicen que en el mismo dia de la batalla se eclipsó el sol á 6 de agosto, dia de los santos Justo y Pastor, que fué lúnes. Estas señales tenian á todos muy congojados; pero ganada la victoria, se trocó el temor en alegría y se entendió que no amenazaban á los fieles, sino á sus enemigos. Falleció por este tiempo Miron, conde de Barcelona; dejó tres hijos menores de edad. Estos fueron Seniofredo, que le sucedió en el estado; Oliva, por sobrenombre Cabreta, al cual mandó el se ñorío de Besalu y de Cerdania, y Miron, que en los años adelante fué obispo y conde de Girona. El gobierno por la tierna edad del nuevo Príncipe estuvo mucho tiempo en poder de Seniofredo, su tio, conde de Urgel, que fué escalon para que sus descendientes poco adelante se apoderasen de todo. A la sazon que gobernaba este Seniofredo aquel estado se tuvo un concilio de obispos en un pueblo llamado Fuentecubierta, tierra de Narbona. En este Concilio se determinó un pleito que andaba entre los obispos Antigiso, de Urgel, y Adulfo, pallariense, sobre los términos y mojones de los obispa➡ dos, ó por mejor decir, sobre toda la diócesi del pallariense, que el de Urgel pretendia ser toda suya. Así fué determinado por los obispos, que en pasando desta vida Adulfo, la ciudad de Pallas quedase sujeta al obispo de Urgel, porque se probaba por instrumentos muy ciertos que antiguamente lo fué. Presidió en el Concillo Arnusto, prelado narbonense, por estar á la sazon Tarragona en poder de moros, á cuyo obispo pertenecia concertar los pleitos entre los obispos comarcanos y su fragáneos suyos. Por muerte de Seniofredo, conde de Barcelona, que falleció adelante sin dejar hijos, bien que estuvo casado con doña María, hija del rey don Sancho Abarca, Borello, conde de Urgel y hijo del otro Seniofredo, se apoderó del señorío de Barcelona. La fuerza prevaleció contra la razon ; que de otra suerte ¿qué derecho podia tener ni alegar para excluir á Oliva, hermano del difunto? Tuvo Borello un hermano, llamado Armengaudo ó Armengol, de grande santidad de vida, y por esto puesto en el número de los santos y en los calendarios; pero esto fué algun tiempo adelante. El rey don Ramiro, llegado á mayor edad y vuelto su pensamiento á las artes de la paz y al culto de la reli gion, de los despojos de los moros edificó en Leon un monasterio de monjas con advocacion de San Salvador, do hizo que doña Elvira, su hija única, tomase el hábito y el velo como se acostumbra. Otro monasterio hizo con nombre de San Andrés. El tercero de San Cristóbal, á la ribera del rio Cea cerca de Duero. El cuarto con nombre de Santa María Vírgen. En conclusion, en el valle Ornense levantó otro monasterio con advocacion del arcángel San Miguel. Estaba el Rey ocupado en estas cosas cuando nuevas y domésticas alteraciones le hicieron volver á las armas. Fernan Gonzalez y Diego Nuñez, hombres principales, con deseo de nove→ dades, ó por alguna causa agraviados del Rey, se rebelaron contra él. No tenian bastantes fuerzas, llamaron á los moros y á su capitan Accifa. Destruyeron el ter

ritorio de Salamanca que baña el rio Tórmes. En otra parte por las armas dé don Rodrigo, que entiendo era uno de los conjurados ó aliado con ellos, las tierras de Amaya y parte de las Astúrias eran maltratadas. No era fácil determinarse á qué parte primeramente se hobiese de acudir. En igual peligro pareció que debian de hacer guerra á los moros por ser enemigos públicos; así se hizo, y los echaron de toda la tierra con gran estrago que en ellos se hizo. Demás desto, los autores y movedores del alboroto vinieron en poder del Rey, pero no mucho despues fueron sin otro castigo sueltos de la prision en que los tenian en Leon encerrados; sola mente les hicieron jurar de nuevo la obediencia al Rey y prestalle sus homenajes; muestra que el delito no fué tan grave ó que el Rey usó de la victoria con mucha templanza. Concluida esta guerra, entiendo que de suyo se sosegaron las alteraciones de las Astúrias, en especial que la clemencia del Rey les convidó á que se redujesen. El conde de Castilla Fernan Gonzalez tenia en doña Urraca, su mujer, una hija del mismo nombre. Importaba mucho para el buen suceso de las cosas que entre las dos provincias y señoríos de Castilla y de Leon hobiese confederacion y avenencia, lo cual don Ramiro no ignoraba. Con deseo pues que la paz se asegurase, trató con el Conde y hizo que su hijo don Ordoño, que le debía suceder en el reino, casase con la dicha doña Urraca. Concluido todo esto, el Rey, como enemigo que era de la ociosidad, á lo postrero de su edad hizo una nueva entrada en tierra de moros; metióse por el reino de Toledo y llegó hasta Talavera. Venció en batafla á los que venian á socorrer á los suyos, en que murieron doce mil moros, los presos llegaron á siete mil. Con esta victoria hizo que su autoridad y reputacion se mantuviese, que junto con la edad se suele envejecer y menguar. Vuelto á sus tierras, envió á sus casas el ejér-da cito cargado de despojos de moros, y él se fué en romería á Oviedo á honrar los cuerpos de los muchos santos que allí estaban y dar á Dios gracias por tantas mercedes. En aquella ciudad por ser la tierra mal sana adoleció de una enfermedad mortal. Sin embargo, dió vuelta á Leon, y ordenadas las cosas de su casa, renunció el reino y le dió de su mano á su hijo. Hecho esto, tomados los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía de mano de los obispos y abades que á su muerte se hallaron, falleció en el año de nuestra salvacion de 950 á 5 dias del mes de enero. Sepultáronle en el monasterio de San Salvador, edificio y fundacion suya. Fué este año muy señalado por muchos pueblos que en él, ó se edificaron de nuevo, ó se repararon, conviene á saber, Osma, Roa, Riaza, Clunia en los arevacos, que hoy es Coruña. A Sepúlveda tambien en un sitio fuerte edificó por este tiempo el conde Fernan Gonzalez, por cuyo esfuerzo en particular el partido de los fieles en aquel tiempo se conservaba y aun mejoraba.

CAPITULO VI.

De don Ordoño, tercero deste nombre, rey de Leon.

Muerto el rey don Ramiro, don Ordoño, su hijo, keredó el reino de Leon. Era hombre de gran corazon, tenía gran ejercicio en las armas, prudencia singular en el gobierno. La brevedad de la vida, ca solamente reinó cinco años y siete meses, hizo que no pudiese

ejercitar por largo tiempo las virtudes de que su buen naturaldaba muestras. Al principio don Sancho, su hermano, ó por deseo de reinar, ó irritado por algun agravio, como es mas verisimil, fué causa que las armas de Garci Sanchez, rey de Navarra, su tio, y las del conde Fernan Gonzalez á su persuasion se moviesen en daño de don Ordoño, sin tener ninguna cuenta con el amor que á su hermano debia. El deseo de reinar y el dolor del agravio, ambos males tienen gran fuerza. Juntas las gentes de Navarra y de Castilla entraron por las tierras del rey de Leon, que por estar desapercebido y poco confiado de la voluntad de los suyos en aquella discordia civil, determinó de fortificarse en algunas plazas fuertes por su sitio ó por las murallas, sin venir á la batalla. Los enemigos, sosegado el furor con que entraron y juzgando que era sin propósito hacer la guerra tanto tiempo en provecho ajeno y con su peligro, sin hacer efecto de momento se volvieron á sus tierras. Don Ordoño con deseo de satisfacerse del Conde, que sin tener respeto al deudo habia juntado sus fuerzas con su hermano y tio para su daño, sin dilacion repudió á doña Urraca, hija del Conde, y casó con doña Elvira; que tales eran las costumbres de aquella era. Deste nuevo matrimonio nació don Bermudo, el que algunos años adelante, mudadas las cosas y trocadas, finalmente alcanzó el reino de su padre. Las alteraciones de los gallegos, movidos á lo que se entiende por aficion que tenian á don Sancho, fueron en breve por las armas y diligencia de don Ordoño sosegadas. Y para que el provecho fuese mayor, con sus gentes entró dando por todas partes el gasto á los campos en aquella parte de la Lusitania que estaba sujeta á los moros, llegó hasta Lisboa, dende se volvió á su tierra. Por el mismo tiempo Fernan Gonzalez, conde de Castilla, con una entraque hizo por tierra de moros, se apoderó del castillo de Carranzo, echada de allí la guarnicion morisca que tenia. No con menor diligencia Abderraman, rey de Córdoba, aunque de grande edad, enemigo de toda insolencia, juntado un grueso ejército en que se contaban ochenta mil combatientes, mandó á Almanzor Alhagib, que es tanto como virey, capitan de gran nombre, acometiese con gran furia las tierras de cristianos. Recelóse el Conde de aparejos tan grandes ; lla❤ mó la gente de todo su estado á la guerra, y alistó todos los que tenian edad á propósito para tomar armas; y como quier que todavía el ejército fuese menor que el peligro que amenazaba, cuidadoso del suceso de la guerra, en una junta de capitanes que tuvo en el pueblo de Muñon, consultó lo que se debia hacer. Los pareceres fueron varios, como acontece que en grande peligro y miedo ordinariamente cada uno habla conforme á quien es. Los mas atrevidos querian que se hiciese la guerra, otros que, recogidas las provisiones y alzadas en lugares seguros, se entretuviesen hasta tanto to que las fuerzas de los bárbaros que tienen grande impetu con la tardanza se enflaqueciesen. Gonzalo Diaz, hombre principal, pretendia que aun sería bien comprar de los moros las treguas por dineros sin cuidar de la honra, como suele acontecer cuando prevalece el miedo; que la sabia cobardía puede mas que la honrada vergüenza: «Por ventura, dice, á tan grande ejército y tan experimentado ¿opondrémos el pequeño número de los nuestros, y locamente nos despeñarémos

la

eu tan clara perdicion? ¿No miras que en el suceso y trance de una batalla consiste el peligro de toda la cristiandad, pues en tu tierra se hace la guerra? Si venciéremos el provecho será poco; si fuéremos vencidos será forzoso que la provincia desnuda de fuerzas y vencida del miedo venga, lo que Dios no quiera, en poder de los enemigos. Mira no sea perder en un punto y en un momento las ciudades y pueblos ganados en tantos siglos y con tanta sangre de cristianos; lo que los venideros digan no fué esfuerzo, sino locura; como ordinariamente los consejos atrevidos tienen la fama segun lo que dellos resulta, y conforme á sus remates se juzga dellos. Considera otrosí que muchas veces es de mayor esfuerzo refrenar el ánimo con la razon que con las armas vencer á los enemigos. En esto tiene gran parte la fortuna, el recato es oficio muy propio de grandes varones. Y ¿qué cosa puede ser mas temeraria que por un vano deseo de alabanza y honra poner en cierto y grave peligro las cosas sagradas, patria, las mujeres y hijos y toda la religion? Tú haz lo que juzgares ser mejor, que tambien yo no rehusaré de ponerme á cualquier trance por tu mandado; pero de mi parecer nunca con tan grande peligro y riesgo de todo te pondrás, señor, al trance de la batalla. » El Conde no ignoraba que el parecer de Gonzalo Diaz era de otros muchos que hablaban por la boca de uno; pero prevaleció el deseo de la honra y reputacion. Así, como razonase largamente de las fuerzas de los suyos, de la ayuda divina, de la gloria ganada, que tenia por mas grave que la muerte amancillarla con alguna muestra de cobardía, y los demás, quién de verdad, quién fingidamente alabasen su parecer y se conformasen con él, hechos sus votos y plegarias, movieron contra el enemigo, que tenia sus reales cerca de la villa de Lara. No > vinieron luego á las manos; el Conde cierto dia salió por su recreacion á caza, y en seguimiento de un jabalí se apartó de la gente que le acompañaba. En el monte cerca de allí una ermita de obra antigua se via cubierta de hiedra, y un altar con nombre del apóstol San Pedro. Un hombre santo, llamado Pelagio ó Pelayo, con dos compañeros, deseoso de vida sosegada, habia escogido aquel lugar para su morada. La subida era agria, el camino estrecho, la fiera acosada como á sagrado se recogió á la ermita. El Conde, movido de la devocion del lugar, no la quiso herir, y puesto de rodillas pedia con grande humildad el ayuda de Dios. Vino luego Pelayo, hizo su mesura al Conde; él por ser ya tarde hizo allí noche, y cenado que hobo lo poco que le dieron, la pasó en oracion y lágrimas. Con el sol le avisó Pelayo, su huésped, del suceso de la guerra; que saldria con la victoria, y en señal desto antes de la pelea se veria un extraño caso. Volvió con tanto alegre á los suyos, que estaban cuidadosos de la salud, declaró todo lo que pasaba. Encendiéronse los ánimos de los soldados á la pelea, que estaban atemorizados. Ordenaron sus haces para pelear. Al punto que querian acometer, un caballero, que algunos llaman Pero Gonzalez, de la Puente de Fitero, dió de espuelas al caballo para adelantarse. Abrióse la tierra y tragóle sin que pareciese mas. Alborotóse la gente espantada de aquel milagro. Avisóles el Conde que aquella era la señal de la victoria que le diera el ermitaño, que si la tierra no los sufria, menos los sufririan los contrarios; con estas

palabras volvieron todos en sí. Dióse luego la batalla de poder á poder, en que por pequeño número de cristianos fué destrozada aquella gran muchedumbre de enemigos. El general con los que pudieron escapar salió huyendo de la matanza. Con esta victoria las cosas de los cristianos, que estaban para caer, se repararon. Los nuestros alegres y cargados de despojos de moros se volvieron á sus casas. Dióse parte de la presa al santo varon Pelayo, y con el tiempo á costa del Conde se edificó de los despojos de la guerra un magnífico monasterio á la ribera del rio Arlanza con advocacion de San Pedro, en que fueron puestos los huesos de don Gonzalo, padre del Conde. En nuestra edad se muestra la ermita de Pelayo en una peña que está cerca de aquel monasterio. El cuerpo de san Vicente, mártir, menos solamente la cabeza, y los de las santas Sabina y Cristeta, sus hermanas, dicen los monjes de San Benito de aquel monasterio de San Pedro de Arlanza que los tienen allí, otros que están en otras partes. Un sepulcro sin duda se muestra en aquel lugar de García, abad que fué antiguamente de aquel convento, que ponen en el número de los santos. Los moros sin perder en alguna manera el ánimo por aquel destrozo y desman trataban de acometer á Castilla; y por otra parte el rey don Ordoño, despues de la entrada que hizo en la Lusitania, encendido todavía en deseo de vengarse del Conde, se aparejaba para le hacer cruel guerra. Hallábanse las cosas en gran peligro; el ánimo del rey don Ordoño, como de príncipe modesto, fácilmente se amansó con una embajada del Conde, en que le pedia perdon con toda humildad, que no por su voluntad le habia errado, sino antes por engaño de aquellos que usaran mal de su facilidad; que estaba aparejado para hacer lo que le mandase y recompensar con nuevos servicios la ofensa pasada. Avisóle otrosí que grandes gentes de moros se aparejaban para daño de cristianos; no era justo antepusiese sus particulares afectos y dolor á la causa comun del nombre y religion cristiana. Con esta embajada, no solo el Rey se aplacó, sino le envió tanta gente de socorro cuanta era menester para rebatir la furia de los moros, que eran llegados á Santisteban de Gormaz haciendo mal y daño. Diéronse vista los campos, y tras esto la batalla, que fué herida y brava, La victoria quedó por los nuestros, el estrago de los bárbaros fué grande. El rey don Ordoño, con la nueva alegre de tan grande victoria y lleno de nuevas esperanzas, se aparejaba para hacer otra vez guerra á los moros, cuando en Zamora murió de su enfermedad, el año de 955. Su cuerpo fué sepultado con reales exequias y aparato en Leon, eu San Salvador, do estaba enterrado su padre.

CAPITULO VII.

De don Sancho el Gordo, rey de Leon.

En vida del rey don Ordoño no se sabe en qué parte haya estado don Sancho, su hermano, y si tuviese alguna mano en el gobierno del reino; ni aun hay noticia si los dos hermanos hicieron amistad entre sí, ó si duró siempre la enemiga que al principio tuvieron. El vergonzoso descuido de los coronistas destos tiempos fuerza á que la historia muchas veces vaya sin claridad; concuerdan empero que despues de la muerte de don

Ordoño, don Sancho sin contradicíon fué hecho rey de Leon. Tuvo sobrenombre de Gordo porque lo era en demasía, y por la misma razon de cuerpo inútil para el trabajo. Verdad es que tuvo muy buen natural y admirable constancia en las adversidades, no nada malicioso, antes muy noble en sus cosas y condicion. El segundo año de su reinado, que se contó de Cristo 956, por alterarse el ejército á causa de las parcialidades que aun no sosegaban de todo punto, fué forzado á recogerse y hacer recurso á su tio, el rey de Navarra, y desamparar el reino por dudar de las voluntades de los amigos y estar contra él declarados muchos enemigos, que se inclinaban en favor de don Ordoño, hijo del rey don Alonso, llamado el Monje; el cual con la ida de don Sancho, su competidor, se apoderó fácilmente de todo, y para tener mas autoridad casó con doña Urraca, repudiada del rey don Ordoño, su primo, casamiento en que vino el Conde, padre della. Era este dou Ordoño de malo y perverso natural, tanto, que le llamaron el Malo; y como soltase las riendas á sus inclinaciones malas (cosa siempre muy perjudicial á los que tienen gran poder y mando) cayó en odio de la gente, y por el odio en menosprecio. No dejaba don Sancho de advertir la ocasion que se presentaba por este respeto para recobrar el reino, sino que primero para adelgazar el cuerpo por consejo del rey de Navarra, su tio, fué á Córdoba, do se decia por la fama habia grandes médicos, en particular á propósito para curar aquella enfermedad. Abderraman le recibió benignamente, púsose en cura, y por virtud de cierta yerba, cuyo nombre no se refiere, deshecha la gordura, quedó el cuerpo en un medio conveniente. Para que el beneficio fuese mas colmado, le dió á la partida buenas ayudas de moros para que recobrase su reino. Era al Rey bárbaro cosa muy honrosa que se entendiese tenia en su mano la paz y la guerra, hacer y deshacer reyes. Venido don Sancho, su contrario don Ordoño sin tratar de defenderse se fué á las Astúrias; tan grande era el temor que le vino repentinamente. De allí con la misma desconfianza pasó á las tierras del Conde, su suegro. A los miserables todos los desamparan, y las piedras se levantan contra el que huye. Donde pensaba hallar refugio, allí quitándoJe la mujer por su cobardía, fué desechado. Recogióse á los moros, en cuya tierra pasó su triste vida pobre y desterrado, y últimamente falleció cerca de Córdoba. En el mismo tiempo las armas de Castilla se alteraron con guerras domésticas. Don Vela, uno de los nietos y decendientes del otro Vela que dijimos tuvo el señorío de Alava, allí y en la parte comarcana de Castilla tenia grande jurisdiccion. Este, feroz por la edad y confiado por los parientes, riquezas y aliados, que tenia muchos, tomó las armas contra el conde Fernan Gonzalez. El Conde no sufria ninguna demasía, acudió asimismo á las armas. Venció á Vela y á sus aliados y consortes, y siguiólos por todas partes sin dejallos reposar en niuguna basta tanto que los puso en necesidad de hacer recurso á los moros, dejada la patria; que fué ocasion de grandes movimientos y desgracias. El Alhagib.Almanzor, ó á ruegos y persuasion destos foragidos, ó con deseo de satisfacerse de la afrenta pasada, juntado que tuvo un grueso ejército, entró por tierras de Casti lla, espantoso y airado contra los nuestros. El Conde con los suyos le salió al encuentro; pero primero que

se viese con los enemigos, con deseo de visitar á Pela-yo, su huésped, de camino pasó por su ermita; halló que... era ya muerto. Aquejado con el cuidado de lo que lo sucederia, entre sueños le apareció Pelayo, y le certificó que seria vencedor; confiado por ende en la ayuda de Dios fuese á la guerra sin recelo, y en pudiendo diese á los moros la batalla. La pelea se trabó cerca de Piedrahita con tan grande denuedo y porfia de las par tes cuanto nunca antes mayor; los bárbaros confiaban en su muchedumbre; los nuestros en la justicia, esfuerzo y buen talante de la gente, sobre todo en la ayuda de Dios, dado que eran pocos para tan grande morisma, conviene á saber: cuatrocientos y cincuenta de á caballo, quince mil infantes, pero muy valientes en el pelear y arriscados. Dicen que duró la pelea por espacio de tres dias sin cesar hasta que cerraba la noche, lo que era menester para reposar. El dia postrero el apóstol Santiago fué visto entre las haces dar la victoria á los fieles. De los enemigos en la pelea y huida perecieron mayor número que jamás; por espacio de dos dias siguieron los nuestros el alcance y ejecutaron la victovinieron de ria en los que huian. Acabada esta guerra, toda Castilla embajadores, los principales de las ciudades, eso mismo de las otras naciones á dar el parabien al Conde por beneficio tan señalado, confesando que por su esfuerzo los cristianos eran librados de presente de un grave peligro, y para adelante de no menos miedo. En particular don Sancho, rey de Leon, con una muy noble embajada que le envió, despues de alegrarse con él le pedia que por cuanto trataba de juntar Cortes do todo su reino para consultar cosas muy graves, no se excusase de venir á Leon y hallarse en ellas. Fué esta demanda pesada al Conde por temer asechanzas en aquella muestra de amistad, y que con color de las Cortes no fuese engañado de aquel Rey astuto, ca sospechaba no debia estar olvidado de las diferencias pusadas; mas no se ofrecia alguna bastante causa para rehusar lo que le era mandado. Prometió de ir allá, y cumpliólo el dia señalado, acompañado de gran número de sus grandes. Supo el Rey su venida, y para mas honralle le salió á recebir. Tuviéronse estas Cortes el año 958, en las cuales no se sabe qué cosas se tratasen. Solo refieren que el Conde vendió al Rey por gran precio un caballo y un azor de grande excelencia, por no querer recebillos de gracia como se los ofrecia, y que se puso una condicion en la venta que, caso que no. se pagase el dinero el dia señalado, por cada dia que pasase se doblase la paga. Demás desto, por astucia de la reina viuda, doña Teresa, que descaba vengar la muerte de su padre, se concertó que doña Sancha, su hermana, casase con el Gonde ; la cual estaba en poder de don García, hermano de las dos, rey de Navarra; era ya doña Urraca muerta, la primera mujer del Conde. Entendia que por fuerza no aprovecharia nada, y el rey don Sancho no queria abiertamente faltar en su fe; determinaron de poner asechanzas al Conde y usar en lugar de armas de la deslealtad de los navarros. No sabia estos meneos y tramas el rey Garci Sanchez; y así, con deseo de vengar las injurias pasadas, no cesaba de hacer cabalgadas, talar y maltratar las tierras de Castilla. El Conde, vuelto á su tierra, le amonestó por sus embajadores hiciese emienda de los daños hechos; que de otra guisa no podria excusarse de mirar por løs

suyos y satisfacelles sus agravios. Con esta embajada parece se abria la guerra; de lance en lance vinieron A las armas. Juntaron sus huestes, dióse en breve la batalla, en que el Conde salió vencedor. En esta guerra Lope Diaz, señor de Vizcaya, como cuentan las historias de aquella gente, ayudó al Conde en esta jornada. Dicen fué hijo de Iñigo Ezquerra, biznieto de Zuria, que fué antiguamente señor de Vizcaya. Despues desta victoria hechas las paces, el conde Fernan Gonzalez, conforme á lo que se capituló, fué á Navarra con acompañamiento de gente desarmada como para bodas y fiestas. La cosa daba muestra de alegría y se guridad mas que de miedo; con todo eso fué preso por el Rey desleal, que se halló en el lugar aplazado con gente y con armas. Desta prision fué librado por astucia de doña Sancha, por cuyo amor cayera en aquel trabajo, y con ella huyó á su tierra. Encontraron con él los soldados castellanos en la frontera de Castilla y en aquella parte de la Rioja do despues se edificó el pueblo de Villorado; que iban juramentados de no volver á sus casas antes que el Conde recobrase su libertad. Fueron grandes las muestras de alegría y regocijo de ambas partes, del Conde y de sus buenos vasallos. Llegados á Búrgos, se celebraron las bodas. El rey de Navarra, engañado por la astucia de su hermana, se apercebia para la guerra. El Conde no rehusó la batalla, que se dió á las fronteras de Castilla y de Navarra. Fué el Rey vencido, y vino en poder de su enemigo el año 959. El mismo año, que fué el de los árabes 350, Abderraman, rey de Córdoba, murió siendo muy viejo; poco antes que muriese le envió una magnífica embajada el rey don Sancho de Leon. El principal de los embajadores, que era Velasco, obispo de Leon, le pidió por el derecho de la amistad que antes tenian asentada entre los dos le enviase el cuerpo del mártir Pelagio, que lo tendria por singular beneficio. Abderraman no quiso venir en lo que se le pedia, pero no mucho despues lo concedió Alhaca, su hijo y sucesor, el cual por la muerte de su padre reinó diez y siete años y dos meses; y con deseo de la paz, á que era inclinado, pretendia hacer placer y cortesía á los príncipes comarcanos. Don García, rey de Navarra, despues que estuvo preso en Búrgos trece meses, fué restituido en su libertad. Las lágrimas de doña Sancha y los ruegos de los otros príncipes aplacaron el ánimo airado del Conde. La reina doña Teresa, mujer de ánimo feroz, por no habelle sucedido como pretendia el engaño que tenia urdido contra el conde de Castilla, se determinó armalle nuevos lazos. Persuadió á don Sancho, su hijo, rey de Leon, llamase el Conde á las Cortes generales del reino con voz que queria en ellas tratar de los negocios mas graves de su estado. Fué él contra su voluntad, porque sospechaba engaño; el Rey no le salió á recebir como antes, y puesto de rodillas para besar como era de costumbre su real mano, con palabras afrentosas desechándole de sí, mandó ponerle en prision. Por esta causa gran tristeza y lloro entró en los ánimos de los buenos vasallos del Conde. Doña Sancha, hembra varonil y de ingenio astuto, con deseo de librar á su marido, se aprovechó desta maña. Finge que quiere ir en romería á Santiago; era el camino por Leon donde tenian el Conde preso; el Rey, avisado de su venida, como á tan noble ducña y tia suya, la salió á recebir y la hos

pedó amorosamente. Ella con grandes ruegos pidió licencia para visitar á su marido; no podia ser cosa mas honesta ni mas justa que el deseo que mostraba de consolarle. Permitió el Rey que aquella noche se quedase con él ; á la mañana antes que fuese bien claro, el Conde, vestido de las ropas de su mujer, como si ella fuera, salió de la cárcel, y en un caballo que para esto tenian aprestado se fué á su tierra. Doña Sancha desde la cárcel, en que se quedó en vez de su marido, avisó al Rey cómo el Conde era huido; que perdonase á ella como á persona de sangre real y deuda suya, que no era justo rehusar algun peligro por causa de su marido y por salvalle; lo que por esta causa habia hecho era digno, si no de loa, á lo menos de perdon ; que la principal virtud de los reyes consiste en levantar á los miserables y caidos. El Rey dolióse al principio del engaño; despues sosegada la saña con la razon, alabó la piedad y el valor de aquella señora, su astucia y la cons→ tancia de su ánimo; en conclusion, honrándola con muchas palabras, mandó fuese llevada á su marido con grande acompañamiento. El Conde, alegre por lo sucedido, dado que pudiera romper la guerra contra aquel Rey como contra enemigo, contentóse con pedirle lo que por el caballo y el azor se le debia. Habia crecido grandemente la deuda por la dilacion. Como no le pagasen, talaba los campos de los leoneses sin desistir de hacer mal y daño hasta tanto que el Rey envió sus contadores para hacer la paga enteramente. Llegados á cuenta, hallaron que no bastaban los tesoros reales para pagar. Concertóse que en recompensa de la deuda Castilla quedase libre sin reconocer adelante vasallaje á los reyes de Leon. Este asiento dicen que se tomó año de nuestra salvacion de 965. En el mismo año un grueso ejército de moros rompió por el reino y puso cerco á Leon; mas fueron por el esfuerzo de la guarnicion y ciudadanos rechazados con grave daño. Del Océano grandes llamas, causadas, á lo que se entiende, de algun aspecto malino de las estrellas, se derramaron sobre las tierras cercanas y hasta Zamora, tanto cundieron, abrasaron muchos pueblos y campos; anuncio de mayores males, segun que el pueblo lo pronosticaba. Don Garci Sanchez, rey de Navarra, falleció el año siguiente de 966; dejó de su mujer, doña Teresa, á don Sancho y don Ramiro, asimismo tres hijas: á doña Urraca, doña Hermenesilda y doña Teresa. En qué parte haya sido enterrado no se sabe; algunos sospechan que en el monasterio de San Salvador de Leire. El Cronicon alveldense dice que en el castillo de Santistéban, lo cual tengo por mas cierto. El reino se dió á don Sancho García, hijo del difunto, y junto con él á don Ramiro, su hermano; si dividido ó como á compañeros y de igual poder, no se declara; lo que se averigua por el dicho Cronicon alveldense, que se escribió por este mismo tiempo, es que reinó don Ramiro mas de diez años; no parece fué casado, por lo menos que murió sin sucesión hay grandes conjeturas, certidumbre ninguna. Don Sancho, que se intitulaba, como se ve por los privilegios antiguos, rey de Pamplona, Najara y Alava, tuvo el reino veinte y siete años, sin saberse dél otra cosa digna de memoria por descuido de los escritores de aquel tiempo. Solo consta que añadió á su reino el señorío de Vizcaya y á Najara, que en aquel tiempo era la ciudad principal y silla de aquel estado. Da

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