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das de nuevo las armas, destruyeron las tierras de la Lusitania; y por aquella comarca entrados en Galicia, tomaron de nuevo por fuerza y pusieron fuego á la ciudad de Compostella. Grande era la enemiga que tenian con aquel santo lugar. No perdonara aquella malvada gente al sepulcro del apóstol Santiago si un resplan1 dor que de repente fué visto no reprimiera por voluntad de Dios sus dañados intentos. Verdad es que las campanas, para que fuesen como trofeo y memoria de aquella victoria, fueron en hombros de cristianos llevadas á Córdoba, do por largo tiempo sirvieron de lámparas en la mezquita mayor de los moros. Siguióse luego la divina venganza; muchos perecieron, parte con enfermedad de cámaras, parte con peste que les sobrevino, parte tambien porque el rey don Bermudo, tomadas las armas, les iba picando por las espaldas, y en todas partes los trabajaba; los daños fueron de suerte, que pocos volvieron salvos á su tierra. El capitan de toda esta jornada, Mahomad Albagib, que tantas veces libremente acometió las tierras de los cristianos, fué uno de los que escaparon. El mismo año falleció el rey de Navarra don García. Sucedió en su lugar su hijo Garci Sanchez, llamado el Trémulo, como y por la causa que arriba queda tocado. Reinó por espacio de siete años, muy esclarecido por las victorias que ganó en las guerras; fué liberal, ó por mejor decir, pródigo en dar, en que si no hay templanza, suele acarrear daño por agotar la fuente de la misma liberalidad, que son los tesoros públicos, como sucedió á este Rey, y entrar en necesidad de inventar nuevas imposiciones para suplir esta falta. En los archivos de San Millan hay privilegios deste Rey; mas cuánto crédito se les haya de dar, cada uno por sí mismo lo podrá juzgar. Allí se dice que tuvo un hermano llamado Gonzalo, y que junto con su madre doña Urraca tuvo el reino de Aragon; lo que si fué verdad, ó aquel estado y principado duró poco tiempo, ó por morir él sin hijos recayó el señorío en su hermano y decendientes. Alegre don Bermudo, rey de Leon, y ufano por el destrozo que hizo de los moros, entró en pensamiento que si los cristianos, de cuyas discordias tantos males resultaban, se confederasen y juntasen en uno sus fuerzas, podrian aprovecharse de los moros y deshacer su poder. Despachó en este propósito sus embajadores al rey de Navarra y al conde de Castilla don García para amonestalles hiciesen liga con él. Decíales que debian moverse por el comun, peligro de los cristianos, y si en particular tenian algunos desgustos perdonallos por el bien de la patria; que con las armas comunes, juntos todos, vengasen y enfrenasen los intentos impíos de aquella bárbara gente. A estas embajadas y justísimas demandas fácilmente se acordaron aquellos príncipes. Con esto, de todas las tres naciones formaron un ejército muy grueso. El rey de Navarra no se halló presente por estar ocupado, á lo que se entiende, en concertar las cosas de su nuevo reino. El rey don Bermudo, dado que enferino de gota, en una litera, y con él el conde don García movieron contra los moros, de quien tenian aviso que, con deseo de rehacerse del daño pasado, levantaban nuevas géntes y eran salidos de Córdoba, y que talado que hobieron los campos de Galicia y saqucado los pueblos, volvian hacia Castilla. Cerca de un pueblo llamado Calacanazor, situado en la frontera de Castilla y de Leon,

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se dieron vista y juntaron las huestes. Dióse la batalla, que fué muy reñida, hasta que cerró la noche; cayeron muchos de la una parte y de la otra sin quedar declarada la victoria; solo por partirse los moros aquella noche á cencerros atapados dieron muestra que llevaron lo peor y que fueron vencidos por el esfuerzo de los nuestros, especial que la partida fué á manera de huida, como se entendió por los despojos que dejaron en los reales y cosas que por el camino con deseo de apresurarse arrojaban. El pesar que deste revés recibió el Alhagib, general de los moros, fué tal, que de coraje se dice murió en el valle Begalcorax sin querer comer bocado, lo cual sucedió el año 998. Gobernó este capitan las cosas de los moros por espacio de veinte y cinco años por su Rey, que vivia ocioso sin cuidar mas que de sus deportes. Fué hombre animoso, enemigo del ocio, acometió las tierras de los cristianos cincuenta y dos veces, y muchas dellas quedó vencedor. El dia mismo que en Calacanazor se dió la batalla, uno en traje de pescador en Córdoba á la ribera de Guadalquivir, con ser tan grande la distancia de los lugares, se dice que cantó en voz llorosa algunas veces eu metros arábigos, otras en españoles. En Calacanazor Almanzor perdió el tambor; por donde sospecharon que el demonio en figura de hombre publicó la victoria, en especial que, como pretendiesen los de Córdoba echarle mano, se desapareció y se les fué como sombra. El cuerpo del general difunto llevaron á Medinaceli. Sucedió en el gobierno de aquel reino su hijo Abdelmelic el mismo año que murió su padre, que se contaba de los árabes 393; tuvo aquel cargo y mando por espacio de seis años y ocho meses. Desde este tiempo el reino de los moros, que por esfuerzo de Mahomad se conservara (de tan grande momento es mu→ chas veces una buena cabeza), comenzó manifiestamente á declinar y ir de caida. Las discordias domésticas, peste de los grandes imperios, y el poco gobierno fueron causa deste mal. Abdelmelic, mas amigo de ocio que de guerra, mostró no hacer caso de las semillas y principios de aquella discordia, que debiera al momento atajar. Verdad es que luego que murió su padre acometió á hacer guerra á los cristianos y puso gran de espanto; mayormente en la ciudad de Leon todo lo que quedaba entero de la destruicion pasada ó de nuevo se reedificara lo echó Abdelmelic por tierra y lo abatió. Todavía los principios desta guerra fueron para los moros mas alegres que el remate, porque acudió el conde don García, y con su venida forzó los moros á volver las espaldas, y muertos muchos dellos, tornar en pequeño número á su tierra. La desconfianza y micdo que les entró despues deste daño fué tan grande, que no trataron mas de hacer guerra en tanto que Abdelmelic tuvo aquel cargo. La alegría deste buen suceso no fué pura, antes se aguó y destempló con la carestía de mantenimientos que causó la falta de las lluvias. Gudesteo, obispo de Oviedo, estaba preso por mandado del Rey, iba en tres años. Acostumbraba este Príncipe á dar oidos á los chismes de hombres malos. Esto se persuadia el pueblo era la causa del daño, y los hombres santos decían ser la hambre castigo del cielo por el agravio que se hacia al Obispo inocente, y anunciaban que si no habia emienda se seguiria alguna grave peste. Temíase algun alboroto, porque

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muchedumbre, cuando se mueve por escrúpulo y opinion de religion, mas fácilmente obedece á los sacerdotes que á los reyes; fué pues Gudesteo sacado de la cárcel. Este mismo año, que se contó del nacimiento de Cristo 999, y fué apretado por la dicha carestía grande y falta extraordinaria, se hizo tambien señalado por la muerte que sucedió en él del rey don Bermudo. En un pueblo llamado Beritio falleció de los dolores de la gota, que mucho tiempo le trabajaron. Fué sepulta do en Villabuena 6 Valbuena, dende pasados veinte y tres años le trasladaron á la iglesia de San Juan Bap-❘ tista de la ciudad de Leon. Tuvo dos mujeres, llamadas, la una Velasquita, la otra doña Elvira. A la primera repudió mas por la libertad de aquellos tiempos que porque lo permitiese la ley cristiana; tuvo en ella una hija, llamada Cristina. De doña Elvira tuvo dos hijos, que fueron don Alonso y doña Teresa. Demás desto, de dos hermanas, con quien mas mozo tuvo conversacion, dejó fuera de matrimonio á don Ordoño y á doña Elvira y á doña Sancha. Cristina, la hija mayor del rey don Bermudo, casó con otro don Ordoño, llamado el Ciego, que era de sangre real. Deste matrimonio nacieron don Alonso, don Ordoño, don Pelayo, y fuera destos doña Aldonza, que casó con don Pelayo, llamado el Diácono, nieto del rey don Fruela, segundo deste nombre, hijo de don Fruela, su hijo bastardo. De don Pelayo y de doña Aldonza nacieron Pedro, Ordoño, Pelayo, Nuño y Teresa; destos procedieron los condes de Carrion, varones señalados en la guerra, de valor y de prudencia, como se declara en otro lugar. Volvamos á la razon de los tiempos. Pelagio, ovetense, y don Lucas de Tuy atribuyen á este rey don Bermudo lo que arriba queda dicho de Ataulfo, obispo de Compostella, del toro feroz y bravo que soltaron contra él sin que le hiciese daño alguno. Nos damos mas crédito en esta parte á la historia compostellana, que dice lo que de suyo relatamos; y es bastante muestra de estar mudados los tiempos en los que esto dicen, y del engaño no hallarse por estos años algun obispo de postella que se llamase Ataulfo.

CAPITULO X.

De don Alonso el quinto, rey de Leon.

cho. Este Príncipe en su menor edad tuvo por maestro á Sancho, abad de San Salvador de Leire, que le enseñó todo lo que un príncipe debe saber, y amaestró en todas buenas costumbres. Reinó treinta y cuatro años; fué tan señalado en todo género de virtudes, que le dieron sobrenombre de Mayor, y alcanzó tan buena suerte, que todo lo que en España poseian los cristianos casi lo redujo debajo de su imperio y mando; bien que no acertó ni fué buen consejo dividillo y repartillo entre sus hijos, como lo hizo, menguando las fuerzas y majestad del reino. Cuán quietos estaban los dos reinos cristianos por la buena maña de los que los gobernaban, no menos se alteraron por este tiempo las armas de Castilla primero, despues las de los moros. Los unos y los otros por las diferencias domésticas se iban despeñando en su perdicion. Don Sancho García se apartó de la autoridad del conde Garci Fernandez, su padre, y de su obediencia; no se sabe por cuál causa, sino que nunca faltan, en las casas reales mayormente, hombres de dañada intencion que con chismes y reportos en¬ cienden la llama de la discordia entre hijos y padres. Puede ser que don Sancho, cansado de lo mucho que vivia su padre, acometió tan grave maldad, por serle cosa pesada esperar los pocos años que, conforme á la edad que tenia, le podrian quedar. Vinieron á las armas, y divididas las voluntades de los vasallos entre el padre y el hijo, las fuerzas de aquel estado se enflaquecieron; no estuvo esto encubierto á los moros, que la provincia estaba en armas, dividida la nobleza, alborotado el pueblo con sus valedores de la una y de la otra parte. Acordaron aprovecharse de la ocasion que la dicha discordia les presentaba. Con esta venida de los moros y entrada que hicieron, la ciudad de Avila, que poco a poco se iba reparando, de nuevo fué desá truida, y la Coruña y Santistéban de Gormaz, en el territorio de Osma, padecieron el mismo estrago. Grande era el peligro en que las cosas estaban, y aun con el miedo de fuera no se sosegaban las alteraciones y parCom-cialidades, si bien se entretuvieron para no llegar del todo á rompimiento y á las puñadas, El conde Garci Fernandez, movido por el daño que los moros hacian, con los que pudo juntar salió al enemigo al encuentro, Alcanzólos por aquellas comarcas y presentóles la batalla. Fué brava la pelea; el Conde, que llevaba poca gente, quedó vencido y preso con tales heridas, que dellas en breve murió. Tuvo el señorío de Castilla como treinta y ocho años; quién dice cuarenta y nueve. No fué desigual á su padre en la grandeza y gloria de sus hazañas. Los enemigos le quitaron la vida; la fama de su valor dura y durará. Su cuerpo, rescatado por gran dinero, le sepultaron en el convento de San Pedro de Cardeña. Dióse esta desgraciada batalla el año 1006. El año luego siguiente, 1007, en Toledo una grande creciente abatió el famoso monasterio agaliense; los monjes se pasaron al de San Pedro de Sahelices. Así lo dice el arcipreste Juliano. Dejó el Conde una hija, llamada doña Urraca, que fué monja en el monasterio de San Cosme y San Damian del lugar de Covarrubias. Este monasterio edificó el Conde, su padre, desde los cimientos, y le dotó de grandes heredades y gruesas rentas, dióle muchas alliajas y preseas. Puso por condicion que si alguna doncella de su descendencia no quisiese casarse, sustentase la vida con las rentas de aquel

Ayos del rey don Alonso en su menor edad, por niandado del rey don Bermudo, su padre, fueron Melendo Gonzalez, conde de Galicia, y su mujer, llamada doña Mayor. Les mismos, por quedar don Alonso de cinco años, gobernaron asimismo el reino con grande fidelidad y prudencia, conforme a lo que dejó en su testamento el Rey muerto mandado, en que vinieron todos los estados del reino. Llegado el nuevo Rey á mayor edad, para que los ayos tuviesen mas autoridad y en recompensa de lo que en su crianza y en el gobierno del reino trabajaron, le casaron con una hija que tenian, llamada doña Elvira. Tuvo deste matrimonio dos hijos, don Bermudo y doña Sanclia. Reinó por espacio de veinte y nueve años. El segundo año de su reinado, que fué de Cristo el 1000 justamente, por muerte del rey de Navarra don Garci Sanchez, el Trémulo ó Temblador, sucedió en aquel estado un hijo que tenia en doña Jimena, su mujer (no aciertan los que la llaman Elvira ó Constancia ó Estefania), por nombre don San

rios. Entre estos á los primeros golpes y encuentros murieron los obispos Arnulfo, de Vique, Aecio, de Barcelona, Oton, de Girona; cosa torpe y afrentosa que tales varones tomasen las armas en favor de infieles. El mismo conde de Urgel fué asimismo muerto. Almahadio con su esfuerzo reparó la pelea, y animando á los suyos, quitó á los enemigos la victoria de las manos. Zulema, como se vió vencido y desbaratados los suyos, se huyó primero á Azafra, despues desconfiado de la fortaleza de aquel lugar, determinó de irse mas léjos, que fué todo el año de los árabes de 404, de Cristo 1010. Quedó el reino por Almahadio, si bien Almahario, su Allagib, lo gobernaba todo ásu voluntad, conforme á la calamidad de aquellos tiempos aciagos; en que pasó tan adelante, que despues de la partida de don Ramon, conde de Barcelona, sin ningun temor ní respeto

tra otra. Con esto Hisem, el verdadero rey, fué restituido en su reino. La cabeza de Almahadio el tirano enviaron á Zulema, su competidor, que en un lugar llamado Citava se entretenia por ver en qué pararian aquellas revoluciones tan grandes. Pretendian y deseaban los moros que el dicho Zulema se sujetase á Hisem como á verdadero rey y deudo suyo, por quien al principio mostró tomar las armas. El encendido en deseo de reinar, cuya dulzura es grande, aunque engañosa, y que con muestra de blandura encubre grandes males, juntaba fuerzas de todas partes, y hacia de ordinario correrías en las tierras comarcanas. La parcialidad de los Abenhume→

monasterio. Sucedió en el señorio y condado de Castilla al padre muerto su hijo don Sancho, afeado y amancillado por haberse levantado contra su padre, y por el consiguiente dado ocasion á aquel desastre. Por jo demás fué piadoso, dotado de grandes virtudes y partes de cuerpo y ánima. Falleció por el mismo tiempo en Córdoba el Alhagib Abdelmelic; sucedióle en el cargo Abderraman, hombre malo y cobarde; por afrenta le llamaban vulgarmente Sanciolo. Muerto este dentro de cinco meses, Mahomad Almalıadio, que debia ser del linaje de los Abenhumeyas, tomadas las armas, se apoderó del rey Hisem, que con el ocio y con los deleites estaba sin fuerzas y sin prudencia, y no se conservaba por su esfuerzo, sino con la ayuda de otros. Publicó que le quitara la vida, degollando otro que le era muy semejante; maña con que Almahadio quedó apoderado del reino de Córdoba y Hisem vivo, que le pa-alevosamente dió la muerte á su señor; una traicion conreció guardarle para lo que aviniese. Esto pasó el año que se contaba de los árabes 400 justamente. Acudió desde Africa un pariente de Hisem, llamado Zulema; este con los de su valía y gente que se le arrimó, además de las fuerzas de don Sancho, conde de Castilla, que le asistió en esta empresa y con él hizo liga, en una batalla muy herida que se dió cerca de Córdoba venció al tirano Almahadio. Murieron en esta pelea treinta y cinco mil moros, que era toda la fuerza y niervo del ejército morisco y de aquel reino; por donde adelante comenzaron los moros á ir claramente de caida. Señalóse sobre todos el conde don Sancho, su valor, esfuerzo y industria, y fué la principal causa que se ganase layas, de que todavía quedaban rastros en Córdoba, era jornada. Almabadio despues desta rota se retiró y encerró dentro de la ciudad; y lo que tenia apercebido para los mayores peligros, sacó á Hisem de donde le tenia escondido y preso. Puesto á los ojos de todos y en público, amonestó al pueblo antepusiesen á su señor natural al extranjero y enemigo. Los ciudadanos, turbados con el temor que tenian del vencedor, no hacian caso de sus palabras y amonestaciones; en ocasiones semejantes cada cual cuida mas de asegurarse que de otros respetos. Así le fué forzoso, dejada la ciudad á su contrario, retirarse á Toledo. Llevó consigo, á lo que se entiende, á Hisem, ó sea que le escondió segunda vez. Era Alhagib de Almahadio, y como virey suyo otro moro, llamado Almahario. Este, con deseo de fortificarse contra las fuerzas y intenciones de los contrarios y para ayudarse de socorros de cristianos, pasó á Cataluña para con toda humildad rogar á aquellos señores le acudiesen con sus gentes. Propúsoles grandes intereses, ofrecióles partidos aventajados. Los condes don Ramon de Barcelona y Armengol de Urgel, persuadi-to dos de aquel bárbaro, con buen número de los suyos se juntaron con las gentes que en aquel intermedio el tirano Almahadio tenia levantadas en Toledo y su comarca, que eran en gran número y fuertes. Contábanse en aquel ejército nueve mil cristianos y treinta y cuatro mil moros. Juntáronse las huestes de una parte y de otra en Acanatalhacar, que era un lugar cuarenta millas de Córdoba, al presente un pueblo llamado Albacar está á cuatro leguas de aquella ciudad. Trabóse la batalla, que fué muy reñida y dudosa, ca los cuernos y costados izquierdos de ambas partes vencieron, los de manderecha al contrario. Zulema y el conde don Sancho al principio mataron gran número de los contra

aficionada á Zulema, y por su respeto trataba de dar la muerte á Hisem. No salieron con su intento, á causa que el dicho Rey, avisado del peligro, usó en lo de adelante de mas recato y vigilancia. Zulema, perdida esta esperanza, solicitó al conde don Sancho para que con respeto de la amistad pasada de nuevo le ayudase. El Conde, despues de haberlo todo considerado, se resolvió de confederarse con Hisem, de quien esperaba mayor ganancia, y en particular asentó que le restituyese seis castillos que el Albagib Mahomad por fuerza de armaş los años pasados quitara á los cristianos, lo cual él hizo forzado de la necesidad, por no faltar á tales esperanzas de ser socorrido en aquella apretura, y privar á su contrario de aquel arrimo. En el entre tanto Obeidalla, hijo de Almahadio, con ayuda de sus parciales se hizo rey de Toledo. Otros le llaman Abdalla, y afirman que tuvo por mujer á doña Teresa con voluntad de don Alonso, su hermano, rey de Leon; gran desórden y mengua notable. Lo que pretendia con aquel casamien

era que las fuerzas del uno y del otro reino quedasen mas firmes con aquella alianza; demás que se presentaba ocasion de ensanchar la religion cristiana, si el moro se bautizaba segun lo mostraba querer hacer. Con esto, engañada la doncella, fué llevada á Toledo, celebráronse las bodas con grande aparato, con juegos y regocijos y convite, que duró hasta gran parte dela noche. Quitadas las mesas, la doncella fué llevada á reposar. Vino el Moro encendido en su apetito carnal. Ella, « afuera, dice, tan grave maldad, tanta torpeza. Una de dos cosas has de hacer: ó tú con los tuyos te bautiza y con tanto goza de nuestro amor; si esto no haces, no me toques. De otra manera, teme la venganza de los hombres, que no disimularán nuestra afrenta y

tu engaño, y la de Dios, que vuelve por la honestidad sin duda y castidad de los cristianos, De la una y de la otra parte te apercibo serás castigado. Mira que la lujuria, peste blanda, no te lleve á despeñar.» Esto dijo ella. Las orejas del Moro con la fuerza del apetito desenfrenado estaban cerradas; hízole fuerza contra su vo➡ luntad. Siguióse la divina venganza, que de repente le sobrevino una grave dolencia; entendió lo que era y la causa de su mal. Envió á doňa Teresa en casa de su hermano con grandes dones que le dió. Ella, se hizo monja en el monasterio de San Pelagio de Leon, en que pasó lo restante de la vida en obras pias y de devocion, con que se consolaba de la afrenta recebida. A Obeidalla no le duró mucho el reino ; venciéronle las gentes del rey Hisem, y preso fué puesto en su poder. Continuaban las revueltas entre los moros y las alteraciones en todas las partes de aquel reino. A los cristianos se ofrecia muy hermosa ocasion para deshacer toda aquella gente, si juntadas las fuerzas quisieran antes mirar por la religion que servir á las pasiones de los moros y ayudallos. Mas esta fué la desgracia de todos los tiempos; siempre las aficiones particulares se anteponen al bien comun, y ninguna cosa de ordinario me→ nos mueve que el celo de la religion cristiana. Las tierras de los moros, no solo eran trabajadas con la llama de la guerra, sino tambien de gravísima hambre por haberse tanto tiempo dejado la labor de los campos. Zulema, visto que el conde don Sancho no le ayudaba, hizo sus avenencias con los reyes moros de Zaragoza y Guadalajara. Con estas ayudas se apoderó de Córdoba por fuerza; y como Hisem se huyese á Africa, tornó Zulema á recobrar todo aquel reino de nuevo. Entre los que seguian á Hisem, uno, llamado Haitan, tenia el primer lugar en autoridad y poder. Este se apoderó de Orihuela, ciudad asentada á la ribera del mar Mediterráneo, y por la comodidad de aquel lugar hizo venir á España con la intencion que le dió de hacerle rey á Ali Abenhamit, que tenia por Hisem el gobierno de Ceuta. Zulema no era igual en fuerzas á los dos enemigos. Así fué en batalla vencido cerca de Córdoba, y por los ciudadanos entregado al vencedor, y muerto por mano del mismo Alf con palabras afrentosas y ultrajes que le dijo, ca le dió en cara haber sido el primero que contra el rey Hisem, su legítimo señor, tomó las armas. No hay fidelidad entre los compañeros del reino; quejábase Haitan que Alí, el nuevo rey, no guardaba lo con él capitulado; hizo conjuracion y liga con Mundar, hijo de Hiaya, rey de Zaragoza; juntaron de cada parte sus huestes, dióse la batalla cerca de Córdoba, en que Haitan fué vencido. Tras esto por ocasion de la muerte de Alí quería Haitan hacer rey á Abderraman Almortada. La muerte de Alí fué desta manera: salió de Córdoba en seguimiento de Haitan, llegó á Guadix, y allí sus mismos eunucos le mataron en un baño en que se lavaba, año de los árabes 408. Sucedió por voto de los soldados en aquella parte del reino y en Córdoba un hermano de Alí, llamado Cazin, que hicieron los de aquella parcialidad venir de Sevilla, do en aquella sazon moraba. Tuvo el reino por espacio de tres años, cuatro meses, veinte y seis dias con desasosiego, á causa que el Almortada ya dicho, con asistencia de Haitan y de Mundar, se apoderó de Murcia y de toda aquella comarca y se llamó rey. Era hombre soberbio Almorta

da, y que ni daba grata audiencia ni recebia bien á los que venian á negociar, y á los que le dieron el reino, como si fueran sus acreedores, los miraba con ojos torcidos y sobrecejo, que fué causa de su perdicion. En Granada por conjuracion de los suyos y con voluntad del señor de aquella ciudad fué muerto. Cazin con la muerte de Almortada le pareció quedaba de todo punto por rey, en especial que con deseo de ganalle la voluntad, los de Granada le enviaron los despojos del enemigo muerto. En breve empero aquella alegría le salió vana, se regaló y se mudó en nuevo cuidado. Los ánimos de la muchedumbre alterada nunca paran en poco; así los ciudadanos de Córdoba, con ocasion de que Cazin se partió á Sevilla, alzaron por rey á Hiaya, sobrino del mismo, hijo de su hermano Álí, hombre manso y liberal, de que mucho se paga la muchedumbre y el pueblo. Pero como este se fuese y partiese á Málaga, de que antes era señor, Cazin tornó por las armas á hacerse señor de Córdoba, año de los árabes 414. Este nuevo señorío que tuvo de aquella ciudad le duró poco, solos siete meses y tres dias. Por causa de un alboroto que ocasionó en la ciudad la insolencia de los soldados que maltrataban á los ciudadanos, fué forzado á huir á Sevilla, en que asimismo no pudo detenerse mucho tiempo por tener su contrario ganadas las voluntades do aquella ciudad. Despues desto, anduvo vagabundo y descarriado, hasta tanto que al fin vino á poder de Hiaya, y fué puesto por él en prision. Eran los mas destos reyes del linaje de los Alavecinos, bando muy poderoso en aquel tiempo en fuerzas y en autoridad. Los ciuda❤ danos del bando contrario, es á saber, de los Abenhumeyas, se juntaron, y hechos mas fuertes, alzaron por rey á Abderraman, hermano de Mahomad (creo de aquel Mahomad Almahadio que fué el primero que tomó las armas contra Hisem), pero con la misma liviandad fué muerto dentro de dos meses. La severidad que él mostraba, y la inconstancia de aquella gente fueron causa de su perdicion. Con tanto un cierto Mahomad fué puesto en su lugar; tuvo el reino un año, cuatro meses y veinte y dos días; este al tanto murió á manos de los ciudadanos. Lo mismo sucedió al hijo de Alí, llamado Hiaya, que era del bando contrario, y el tiempo pasado fue alzado por rey, ca con la misma deslealtad del pueblo le mataron en Málaga, en que, como queda dicho, estaba retirado. Reinó en Córdoba solos tres meses y veinte dias. Por su muerte Idricio, hermano de Alí y tio de Hiaya, fué llamado para ser rey desde Africa, do era señor de Ceuta. Este, llegado que fué á España, por el derecho que tenia del parentesco con los dos príncipes susodichos y por las armas, se apoderó del reino de Granada, de Sevilla, de Almería y de otras ciudades comarcanas. Lo mediterráneo quedó por Hisem, ca despues de la muerte de Hiaya los de Córdoba le habian vuelto al reino, ó era otro del mismo nombre, que aquellos ciudadanos de nuevo levantaron por rey, que en todo esto hay poca claridad. Los desórdenes de los que gobiernan suelen redundar en daño de sus señores, como sucedió á Hisem; que su Alhagib, que era como virey, que lo gobernaba todo, por ser cruel y apoderarse de los bienes públicos y particulares, acostumbrado á sacar ganancia de los daños ajenos y desgracias, fué causa que la ciudad se alborotó de suerte que el Alhagib fué muerto y el Rey echa

yor era el miedo y quebranto de los moros, que divididos en bandos y por las discordias civiles apenas se conservaban, tanto, que los que poco antes ponian espanto al nombre cristiano fueron forzados de comprar por gran dinero la paz. Sepúlveda, asentada en la frontera, se ganó de moros, y con ella Osma, Santistéban de Gormaz, y otros pueblos por aquella comarca, que en la guerra pasada se perdieran, volvieron á poder de cristianos. Desde este tiempo se otorgó á la nobleza de Castilla, como dicen muchos autores, que no fuesen forzados á hacer la guerra á su costa solo con esperanza de la presa, segun acostumbraban á hacer antes, sino que les señalasen sueldo á la manera que en las otras naciones estaba recebido de todo tiempo. La reputacion y gloria que el conde don Sancho ganó por este camino escureció grandemente la muerte que dió á su madre con esta ocasion. Aficionóse ella á cierto moro principal, hombre muy dado á deshonestidades y membrudo. Dudaba de casarse con él, no tanto por el escrúpulo como por miedo de su hijo; recelábase de la saña que el dolor y afrenta le causarian; determinó con darle la muerte hacer lugar y camino á aquellas bodas malvadas, aparejábale ciertos bebedizos y ponzoña mortal. El Conde, avisado de todo, forzó á su madre con muestra de honrarla, aunque lo rehusaba y contrade

do del reino. En aquella revuelta un cierto Humeya,
ayudado de una cuadrilla de mozos desbaratados y re-
voltosos, entró en el alcázar y pidió á los soldados que
le alzasen por rey. Excusábanse ellos por la deslealtad
de los ciudadanos, revuelta y desgracia de los tiempos.
Decíanle que escarmentase en cabeza ajena, y por el
ejemplo de los otros entendiese claramente que seme-
jantes intentos no salian bien. A esto, hoy, dijo él,
me llamad rey, y matadmé mañana ; tan poderoso es el
desco de mandar, tan grande la dulzura de ser señores.
Todavía por orden de los ciudadanos fueron echados de
la ciudad á un mismo tiempo este Humeya y el Hisem
ya dicho, y con ellos todos los Abenhumeyas, como
causa de tan graves daños. Hisem, trabajado con tanta
variedad de cosas como por él pasaron, últimamente
paró en Zaragoza; recibióle benignamente el rey de
aquella ciudad, llamado Zulema Abenhut. Dióle un cas-
tillo, llamado Alzuela, en que pasó como particular lo
restante de su vida. De Idricio no dice en qué parase el
arzobispo don Rodrigo, que refiere esta cuenta de los
postreros reyes de Córdoba con alguna mayor obscuridad
de la que aquí llevamos; mas ¿cómo se puede relatar
con claridad revuelta tan confusa y tan grande? Resta
decir que desde este tiempo el señorío de los moros,
que por tantos años tuvo tan gran poder en España, se
enflaqueció de guisa, que se dividió en muchos seño-cia,
ríos; cada cual de los que tenian el gobierno se llama-
ron reyes de las ciudades que tenian á su cargo, sin que
nadie en aquellas revueltas les fuese á la mano. Así, en
to de adelante se cuentan muchos reyes en diversas
partes; en Córdoba Jahuar, en Sevilla Albucacin y su
hijo Habeth, en Toledo Haitan, el que ayudó á Alí,
rey de Córdoba, al principio, y despues fué su contra-
rio. Hijo deste rey de Toledo fué otro Hisem, nieto
Almenon, bien que algunos dan mas antiguo principio
que este á los reyes moros de Toledo. La verdad es que
aquella ciudad con sus reyes que tenia ó tomaba, mu-
chas veces se rebeló contra los reyes de Córdoba. Los
moradores della se atribuian el primer lugar entre las
ciudades de España, y por esta causa no podian llevar
que les hiciesen demasías. En otras ciudades remane-
cieron otrosí nuevos reyes, mas no hay para qué con-
tallos aquí, ni aun se podria hacer con certidumbre y
claridad. Basta saber que estos señoríos se conservaron
y permanecieron hasta tanto que los Almoravides, linaje
y gente muy poderosa, de Africa pasaron en España
con su rey y caudillo Teselin, que fué el año de los úra-
bes de 484, año que concurre con el de 1091 de Cristo,
y en otro lugar mas á propósito se relatará. Al presente
volvamos atrás al cuento de las cosas que los cristianos,
el conde don Sancho y el rey don Alonso obraron.

CAPITULO XI.

De lo demás que sucedió en tiempo del rey don Alonso.

Don Sancho, conde de Castilla, deseoso de vengar la muerte de su padre con ayuda de los leoneses y navarros, con quien el año pasado puso confederacion, entró por tierra de Toledo metiendo á fuego y á sangre todo to que topaba. El mismo estrago hizo en tierra de Córdoba, hasta donde los nuestros entraron animados con el buen suceso; en ambas partes hicieron presas de hombres y de ganados. Si los daños fueron grandes, ma

de hacerle la salva y gustar la bebida que le daba. Principio de que algunos sospechan nació la costumbre recebida y muy usada en algunas partes de España que las mujeres beban antes que los varones. Otros refieren que una camarera de la Condesa, que la vió destemplar las yerbas, dió aviso á su marido (no falta quien le llame Sancho del valle de Espinosa), y él al Conde, y que por este servicio tan señalado desde entonces ganó el privilegio que hasta hoy tienen los de su tierra, los monteros de Espinosa, de guardar de noche la persona y la casa real. Verdad es que para dar este cuento por cierto yo no hallo fundamentos bastantes, y todavía la Valeriana lo refiere en el libro 9, título 1.o, capítulo 5.0, y los naturales de aquella villa lo tienen y afirman así como cosa sin duda. Dicen mas, que el Conde, con deseo de satisfacer este mal caso y por amansar el odio que contra él acerca del pueblo resultara por un delito tan feo, edificó un monasterio de monjas, y del nombre de su madre le llamó de Oña, que el tiempo adelante don Sancho, rey de Navarra, llamado el Mayor, dió á los monjes de Cluni, y en nuestra era tiene el primer lugar entre los demás monasterios de aquella comarca. Hobo don Sancho en su mujer doña Urraca á su hijo don García, y tres hijas, que fueron doùa Nuña, doña Teresa, doña Tigrida; las dos primeras fueron casadas con grandes señores, Tigrida, abadesa en el monasterio de Oña. Por el mismo tiempo so abrió y allanó á costa del conde don Sancho nuevo camino para que los extranjeros pasasen á la ciudad é iglesia de Santiago, es á saber, por Navarra, la Rioja, Briviesca y tierra de Búrgos, como quier que antes, por ser el señorío de los cristianos mas estrecho, los peregrinos de Francia acostumbrasen á hacer su camino con grande trabajo por Vizcaya y los montes de Astúrias, lugares faltos de todo, ásperos y montuosos. El rey don Alonso, eso mesmo por beneficio de la larga paz que resultaba, así de las discordias de los mo◄ ros como de la confederacion hecha entre los prín

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