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muerto del caballo. Con su muerte se puso fin á su reino y juntamente á la guerra, á causa que don Fernando, ganada la victoria, se entró por el reino de Leon, que por derecho le venia, para apoderarse de él, de sus castillos y ciudades; cosa muy fácil por estar los ánimos de aquella gente amedrentados y cobardes por la muerte de su Rey y la pérdida tan fresca, si bien por el comun afecto de todas las naciones aborrecian el gobierno y mando extranjero, por donde, y mas por obedecer á su Rey, tomaran primero las armas, y de presente pretendian hacer resistencia á los vencedores. La osadía y ánimo sin fuerzas poco presta. Cerraron pues los de Leon al principio las puertas de su ciudad al ejército victorioso, que acudió sin tardanza ; mas como quier que no estuviese reparada despues que los moros abatieron sus murallas ni tuviese soldados, municiones, almacen y bastimentos para sufrir el cerco á la larga, mudados luego de parecer, acordaron de rendirse. Llevaron los ciudadanos al Rey con muestra de grande alegría á la iglesia de Santa María de Regla, donde á voz de pregonero alzaron los estandartes por él y le coronaron por su rey. Hizo la ceremonia don Servando, obispo de Leon, que fué el año de Cristo de 1038. Reinó don Fernando en Leon veinte y ocho años, seis meses y doce dias; en Castilla otros doce años mas, parte dellos en vida de su padre, parte despues de sus dias. Era entonces Castilla de estrechos términos, pero de cielo sano, templado y agradable; la campiña fresca, y en todo género de esquilmos abundante.

dado que eran hermanos y deudos, estorbaron que no se tomase esta empresa tan santa. Don García, rey de Navarra, por voto que tenia hecho dello, ó sea por alcanzar perdon del pecado que cometió en acusar falsamente, como está dicho, á su madre, era ido á Roma á la sazon que su padre falleció á visitar las iglesias de San Pedro y San Pablo, segun que lo acostumbraban los cristianos de aquel tiempo. Don Ramiro, su hermano, quiso aprovecharse de aquella ocasion de la ausencia de don García para acrecentar su estado; que en materia de reinar ningun parentesco ni ley divina ni humana puede bastantemente asegurar. Para salir con su intento puso liga y amistad con los reyes de Zaragoza, Huesca, Tudela, si bien eran moros; juntó con ellos sus fuerzas, rompió por las tierras de Navarra, y en ella puso sitio sobre Tafalla, villa principal en aquellas partes. Sucedió que el rey don García volvió á la sazon de su romería, y avisado de lo que pasaba, con golpe de gente que juntó arrebatadamente de los suyos dió de sobresalto sobre su hermano y su hueste con tal impetu y furia, que le hizo huir de todo su reino de Aragon sin parar hasta Sobrarve y Ribagorza. El sobresalto fué tal y la priesa de huir tan arrebatada, que le fué forzado saltar en un caballo que halló á mano sin freno y sin silla por escapar de la muerte y salvarse. Principios fueron estos de grandes revueltas y desmanes, que se siguieron adelante. Los del reino de Leon no estaban bien con el rey de Castilla don Fernando. Los cortesanos, falsos y engañosos aduladores, que ni son buenos para la paz ni para la guerra, alizaban contra él al rey don Bermudo. El de suyo se mostraba lastimado, así bien por la mengua de liaberle tomado su hermana por mujer contra su voluntad como por el menoscabo de su reino por la parte que conquistaron los reyes don Sancho y don Fernando, padre y hijo, y los desaguisados que en aquella guerra le hicieron, segun queda arriba declarado. Ofrecíase buena ocasion para satisfacerse destos agravios por la discordia que comenzaba entre los hermanos, en especial por ser flacas las fuerzas del rey don Fernando y su estado no muy grande; acordó pues de juntar su gente, salió á la guerra y acometió las fronteras de Castilla. Don Fernando, avisado del peligro que sus cosas corrian, llamó en su socorro á su hermano don García, rey mas poderoso que los demás por el grande estado que alcanzaba y que de nuevo estaba ufano y pujante por la victoria que ganó contra don Ramiro, su hermano; vino por ende de buena gana en lo que don Fernando le pedia. Juntaron las fuerzas, marcharon con sus huestes en busca del enemigo, y á vista suya asentaron sus reales á la ribera del rio Carrion en el valle de Tamaron y cerca de un pueblo llamado Lantada. Tenian grande gana de pelear; ordenaron las haces por la una y por la otra parte; la batalla fué reñida y sangrienta; muchos de los unos y de los otros quedaron tendidos en el campo. En lo mas recio de la pelea don Bermudo, confiado en su edad, que era mozo, y en la destreza que tenia en las armas grande, y en su caballo, que era muy castizo, y le llamaban por nombre Pelayuelo, con gran denuedo rompió por los escuadrones de los contrarios en busca de don Fernando con intento de pelear con él, sin miedo alguno del peligro tan claro en que se ponia. En esta demanda le hirieron de un bote de lanza, de que cayó

CAPITULO II.

De las guerras que hizo el rey don Fernando contra moros.

Con el nuevo reino que se juntó al rey don Fernando se hizo el mas poderoso rey de los que á la sazon eran en España. Con la grandeza y poder igualaba et grande celo que este Príncipe tenia de aumentar la religion cristiana, demás de las muchas y muy grandes virtudes en que fué muy acabado; y en la gloria militar tan señalado, que por esta causa cerca del pueblo ganó renombre de grande, como se ve por las historias y memorias antiguas de aquel tiempo, en que el favor o sea adulacion de la geute pasó tan adelante, que le llamaron emperador ó igual á emperador. Fué otrosi dichoso por la sucesion que tuvo de muchos hijos y hijas. La primera, que le nació antes de ser rey, fué doña Urraca; despues della don Sancho, que le sucedió en sus reinos; luego doña Elvira, que casó adelante con el conde de Cabra; demás destos, don Alonso, en quien despues vino á parar todo, y don García, el menor de sus hermanos; todos nacidos de un matrimonio. De cuya crianza tuvo el cuidado que era razon, que los hijos en su tierna edad fuesen amaestrados y enseñados en todo género de virtud, buena crianza y apostura, las hijas se criasen en toda cristiandad y en los demás ejercicios que á mujeres pertenecen. Gozaba en su reino de una paz muy sosegada, las cosas del gobierno las tenia muy asentadas; mas por no estar ocioso acordó hacer guerra á los moros. Parecíale que por ningun camino se podia mas acreditar con la gente ni agradar mas á Dios que con volver sus fuerzas á aquella guerra sagrada. Los moros, que habitaban hacia aquella parte que hoy llamamos

Portugal, se tendian largamente á las riberas del rio Duero; por donde aquella comarca se llamó entonces Extremadura, y de allí con el tiempo pasó aquel apellido á aquella parte de la antigua Lusitania que cae entre los rios Guadiana y Tajo, y hasta hoy conserva aquel nombre. Caíante aquellos moros mas cerca que los demás, y por esta causa, aumentado que hobo su ejército con nuevas levas de soldados, marchó contra los que acostumbraban á hacer cabalgadas y grande estrago en las tierras de los cristianos, y á la sazon con una grande entrada que hicieron robaran muchos hombres y ganados. Dióse el Rey tan buena maña, y siguió los contrarios con tanta diligencia, que vencidos y maltratados les quitó lo primero la presa que llevaban, despues, alentado con tan buen principio, pasó arlelante. Dió el gasto á los campos de Mérida y Badajoz, sin perdonar á cosa alguna que se le pusiese delante; los ganados y cautivos que tomó fueron muchos, ganó otrosí dos pueblos llamados, el uno Sena, y el otro Gani. Dentro de lo que hoy es Portugal rindió la ciudad de Viseo con cerco muy apretado que le puso, si bien los moros que dentro tenia pelearon valerosa y esforzadamente, como los que en el último aprieto y peligro se hallaban. La toma desta ciudad dió mucho contento al Rey, no solo por lo que en ella se interesaba, que era pueblo tan principal, sino porque hobo á las manos el moro, de quien se dijo arriba que mató al rey don Alonso, su suegro, con una saeta que le tiró desde el adarve. La cual muerte el Rey vengó con darla al matador despues que le sacaron los ojos y le cortaron las manos y un pié, que fué género de castigo muy ejemplar. En la prosecucion desta guerra se ganaron asimismo de los moros los castillos de San Martin y de Taranzo. Cae cerca de aquella comarca la iglesia del apóstol Santiago, patron y amparo de España, cuyo favor muchas veces experimentaran los nuestros en las batallas. Acordó el Rey de ir á visitalla para hacer en ella sus rogativas, cumplir los votos que tenia hechos y hacer otros de nuevo para suplicarle no alzase la mano del socorro con que la asistia y no se le trocase aquella prosperidad y buenandanza ni se le añubla-se, ca tenia determinado de no parar ni reposar hasta tanto que desterrase de España aquella secta malvada de los moros. Esto pasaba el año segundo despues que se apoderó del reino de Leon. El siguiente, que se contaba de Cristo 1040, tornó de nuevo con mayor ánimo y brio á la guerra. Puso cerco sobre la ciudad de Coimbra, y aunque con dificultad, al fin la ganó por entrega que los moros le hicieron con tal soJamente que les concediese las vidas. Los trabajos largos del cerco, falta de vituallas y almacen les forzó á tomar este acuerdo. Algunos dicen que el cerco duró por espacio de siete años; pero es yerro, que no fueron sino siete meses, y por descuido mudaron en años el número de los meses. Era en aquel tiempo aquella ciudad de las mas nobles y señaladas que tenia Portugal; al presente en nuestros tiempos la ennoblecen mucho mas los estudios de todas las artes y ciencias que con muy gruesos salarios fundó el rey don Juan el Tercero de Portugal para que fuese una de las universidades mas principales de España. Los monjes de un monasterio que se decia Lormano se refiere ayudaron mucho al rey don Fernando para proseguir este cerco

en

con vituallas que le dieron, las que con el trabajo de sus manos tenian recogidas en cantidad, sin que los moros, en cuyo distrito moraban, lo supiesen. No se sabe qué gratificacion les hizo el Rey por este servicio, pero sin duda debió de ser grande. Con la toma desta ciudad los términos del reino de Leon se extendieron hasta el rio Mondego, que pasa por ella y riega sus campos, y en latin se llama Monda. Puso el Rey por gobernador de Coimbra, de los pueblos y castillos que se ganaron en aquella comarca un varon principal, por nombre Sisnando, que era muy inteligente de las cosas de los moros, de sus fuerzas y manera de pelear, á causa que en otro tiempo sirvió á Benabet, rey de Sevilla, en la guerra que hacia á los cristianos que moraban en Portugal; tales eran las costumbres de aquellos tiempos. Mientras duraba el cerco de Coimbra, un obispo griego, por nombre Estéban, segun en el libro del papa Calixto Il se refiere, que viniera á visitar la iglesia de Santiago, como oyese decir que muchas veces el Apóstol en lo mas recio de las batallas se aparecia y ayudaba á los cristianos, dijo: Santiago no fué soldado, sino pescador. Esto dijo él. La noche siguiente vió entre sueños cómo el mismo Apóstol ayudaba á los cristianos que estaban sobre Coimbra para que tomasen aquella ciudad. Averiguóse que á la misma hora que aquel obispo vió aquella vision se tomó la ciudad de Coimbra; con que el griego y los demás quedaron satisfechos que el sueño fué verdadero y no vano. El Rey, dado que hobo asiento en todas las cosas, acudió de nuevo á visitar la iglesia de Santiago y dalle parte de las riquezas y presa que en la guerra se ganaron, reconocimiento de las mercedes recebidas y por prenda de las que para adelante esperaba por su favor al canzar. Concluido con esta visita y devocion, dió la vuelta para visitar á manera de triunfador las ciudades de sus reinos de Castilla y de Leon. Daba en todas partes asiento en las cosas del gobierno, y de camino recogia de sus vasallos subsidios y ayudas para la guerra que el año siguiente pretendia hacer con mayor diligencia. contra los moros que moraban descuidados á las riberas del rio Ebro, y sabia eran ricos de mucho ganado que robaran á los cristianos. Tocaba esta conquista y pertenecia mas propiamente á los reyes de Navarra y Aragon; mas la guerra que entre sí se hacian muy brava no les daba lugar á cuidar de otra cosa alguna. Don Ramiro acrecentó por este tiempo su reino con los estados de Sobrarve y Ribagorza, en que sucedió por muerte de su hermano don Gonzalo. Algunos, por escrituras antiguas que para ello citan, pretenden que don Gonzalo falleció en vida de su padre; otros que uno llamado Ramoneto de Gascuña, en una zalagarda que le armó junto á la puente de Montclus, le dió muerte volviendo de caza; lo cierto es que enterraron su cuerpo en la iglesia de San Victorian. El rey don Ramiro, aumentado que hobo por esta manera su reino, daba guerra á los navarros que le tenian usurpado parte de su reino de Aragon. No se les igualaba en las fuerzas ni en el número de la gente por ser estrecho su estado; pero demás de ser por sí mismo muy diestro en las armas y de mucho valor, tenia socorros de Francia que le acudian por estar casado con Gisberga, ó como otros la llaman, Hermesenda, hija de Bernardo Rogerio, conde de Bigerra, y de su mujer Garsenda. En

ella tuvo á don Ramiro, & don Sancho, á don García y á doña Sancha, que casó con el conde de Tolosa, y á doña Teresa, que fué mujer de Beltran, conde de la Proenza. Fuera de matrimonio tuvo asimismo otro hijo, por nombre don Sancho, á quien hizo donacion de Aivar, Javier, Latres y Ribagorza con título de conde; no dejó sucesion, y así volvió este estado á la corona de los reyes de Aragon. Las armas de don Ramiro fueron una cruz de plata en campo azul, que adelante mudaron sus descendientes, y las trocaron, como se apuntará en su lugar. Volvamos al rey don Fernando, que con intento de hacer guerra á los moros ya dichos y revolver contra los del reino de Toledo, que con cabalgadas ordinarias hacian mucho daño en tierra de cristianos, tomadas las armas sujetó á Santisteban de Gormaz, Vadoregio, Aguilar, Valeranica, que al presente se dice Berlanga. Pasó adelante, puso á fuego y á sangre el territorio de Tarazona, corrió toda la tierra hasta Medinaceli, en que abatió todas las atalayas, que habia muchas en España, y dellas hacian los moros señas con ahumadas para que los suyos se apercibiesen contra los cristianos. Desde allí, pasados los puertos, frontera á la sazon entre moros y cristianos, revolvió sobre el reino de Toledo. Taló los campos de Talamanca y Uceda. Lo mismo hizo en los de Guadalajara y Alcalá, que están puestas á la ribera del rio Henáres, sin parar hasta dar vista á Madrid. El rey Almenon de Toledo, movido por estos daños y con recelo de que serian mayores adelante, compró, á costa de gran cantidad de oro y plata que ofreció, las paces y amistad que puso con el rey don Fernando. Lo mismo hicieron los reyes de Zaragoza, Portugal y Sevilla, demás que prometieron acudirle con parias cada un año. Lo cual todo, no menos honra acarreaba á los cristianos y reputacion que mengua á los moros, que de tanto poder y pujanza como poco antes tenian, se veian de repente tan flacos y abatidos, que ni sus fuerzas les prestaban, ni las de Africa que tan cerca les caia; y eran forzados á guardar las leyes de los que antes tenian por súbditos y los mandaban. Mudanza que no se debe tanto atribuir á la prudencia y fuerzas humanas cuanto al favor de Dios, que quiso ayudar y dar la mano á la cristiandad, que muy abatida estaba. Mayormente quiso gratificar la grande devocion que en toda la gente se veia, así grandes como menores, con que todos, movidos del ejemplo de su Rey, se ejercitaban en todo género de virtudes y obras de piedad. Tal era la virtud y vida de los cristianos, que muchos de su voluntad se les aficionaban, y dejada la secta de Mahoma, se bautizaban y se hacian cristianos. Otros, si bien eran moros, estimaban en tanto los cuerpos de los santos que tenian en su tierra, por ver que los cristianos los honraban y estar persuadidos que su ayuda para todo era de grande importancia, que ningun oro ni plata ni joyas preciosas tenian en tanto, segun que por el capítulo siguiente se entenderá.

CAPITULO III.

Cómo trasladaron los huesos de san Isidoro, de Sevilla á Leon.

En la ciudad de Leon tenian una iglesia muy principal, sepultura de los reyes antiguos de aquel reino; su advocacion de San Juan Baptista. Estaba maltratada;

que las guerras, y cuando estas faltan, el tiempo y la antigüedad todo lo gastan. La reina doña Sancha era una muy devota señora; persuadió al Rey, su marido, la reparase, y para mas ennoblecella la escogiese para su sepultura y de sus descendientes; que antes tenia pensamiento de enterrarse en el monasterio de Sahagun. El Rey, que no era menos pio y devoto que la Reina, y mas aína la excedia en fervor, fácilmente otorgó con su voluntad. Para dar principio á lo que tenia acordado, va que el edificio iba muy alto, hicieron traer de Oviedo, donde yacian los huesos del rey don Sancho de Navarra, padre del Rey; y para aumentar la devocion del pueblo trataron de juntar en aquel templo diversas reliquias de santos de los muchos que en España se hallaban, en especial en Sevilla, ciudad la mas principal del Andalucía, que si bien estaba en poder de los moros, todavía se conservaban en ella muchos cuerpos de los santos que antiguamente murieron en aquella ciudad. Era cosa dificultosa alcanzar lo que preténdian. Acordó el Rey valerse de las armas y hacer guerra á Benabet rey de Sevilla. Parecióle que por este camino saldria con supretension. Corrióle la tierra; muchos pueblos del Andalucía y de la Lusitania, que eran deste Príncipe, á unos taló los campos, otros tomó por fuerza ó de grado. El rey Moro, acosado destos daños tàn graves, deseaba tomar asiento con los cristianos. Ofrecia cantidad de oro y plata de presente, y para adelante acudir cada un año con ciertas parias. El rey don Fernando aceptó aquellos partidos y la amistad del Moro, á tal empero que sin dilacion le enviase el cuerpo de santa Justa, que fué la ocasion de emprender aquella guerra. Otorgó fácilmente el Moro con lo que se le pedia. Hicieron sus juras y homenajes de cumplir lo que ponian, con que se alzó mano de las armas. Para traer el santo cuerpo despachó el Rey al obispo de Leon Alvito, y al de Astorga, por nombre Ordoño, y en su compañía por sus embajadores al conde don Nuño, don Fernando y don Gonzalo, personas principales de su reino; dióles otrosí para su seguridad soldados y gente de guarda. Los ciudadanos de Sevilla, avisados de lo que se pretendia, sea movidos de sí mismos por entender cuánto importan á los pueblos la asistencia y ayuda de los santos por medio de sus santas reliquias, ó lo que mas ereo, á persuasion de los cristianos que en Sevilla moraban, se pusieron en armas resueltos de no permitir les llevasen de su ciudad aquellos huesos sagrados. Los embajadores se hallaban confusos sin saber qué partido tomasen. Por una parte les parecia peligroso apretar al rey Moro; por otra tenian que seria mengua suya y de la cristiandad si volviesen sin la santa reliquia. Acudióles nuestro Señor en este aprieto; san Isidoro, arzobispo que fué de aquella ciudad, apareció en sueños al obispo Alvito, principal de aquella embajada, y con rostro ledo y semblante de gran majestad le amonestó llevase su cuerpo á la ciudad de Leon á trueco del de santa Justa, que ellos pretendian. Avişóle el lugar en que le hallaria con señas ciertas que le dió, y que en confirmacion de aquella vision y para certificallos de la voluntad de Dios, él mismo dentro de pocos dias pasaria desta vida mortal. Cumplióso puntualmente lo uno y lo otro con grande admiracion de todos. Hallóse el cuerpo de san Isidoro en Sevilla la Vieja, segun que el Santo lo ávisura, y el obispo Alvito enfermó luego de una dolencia

mortal, que sin poderle acorrer médicos ni medicinas le acabó al seteno. Despidiéronse con tanto los demás - embajadores del rey Moro. Llevaron el cuerpo de san Isidoro y el del obispo Alvito con el acompañamiento y majestad que era razon. El rey don Fernando, avisado de todo lo que pasaba, como llegaban cerca, acompañado de sus hijos salió hasta el rio Duero con mucha devocion á recebir y festejar la santa reliquia. Salió asimismo todo el pueblo y el clero en procesion, grandes y pequeños con mucho gozo, aplauso y alegría. Fué tanta la devocion del Rey, que él mismo y sus hijos á piés descalzos tomaron las andas sobre sus hombros y las llevaron hasta entrar en la iglesia de San Juan de Leon. En Sevilla antes que saliese el cuerpo y por todo el camino hizo Dios para honralle muchos milagros; los ciegos cobraron la vista, los sordos el oido, y los cojos y contrechos se soltaron para andar; maravilloso Dios y grande en sus santos. El cuerpo del obispo Alvito sepultaron en la iglesia mayor de aquella ciudad; el de san Isidoro fué colocado en la de San Juan en un sepulcro muy costoso y de obra muy prima, que para este efecto le tenian aparejado y presto; que fué ocasion de que aquella iglesia, que de tiempo antiguo tenia advocacion de San Juan Baptista, en adelante se llamase, como hoy se llama, de San Isidoro. Refieren otrosí que el jumento que traia la caja de san Isidoro, sin que nadie le guiase, toinó el camino de aquella iglesia de señor San Juan, y el en que venia el cuerpo del Obispo se enderezó á la iglesia mayor; que si es verdad, fué otro nuevo y mayor milagro. Bien veo que esto no coucuerda del todo con lo que queda diclio, y que cosas semejantes se toman en diversas maneras; pero pues no referimos cosas nuevas, sino lo que otros testifican, quedará á su cuenta el abonallas y hacer fe dellas, en especial de don Lúcas de Tuy, que compuso un libro de todo esto bien grande, y de los milagros que Dios obró por virtud deste santo, muchos y notables. Nuestro oficio no es poner en disputa lo que los antiguos afirmaron, sino relatallo con entera verdad. Por el mismo tiempo, como lo escribe don Pelayo, obispo de Oviedo, trasladaron de la ciudad de Avila los cuerpos de los santos Vicente, Sabina y Cristeta, sus hermanas. El de san Vicente fué llevado á Leon, el de santa Sabina á Palencia, el de santa Cristeta al monasterio de San Pedro de Arlanza. En Coyanza, que al presente se llama Valencia, en tierra de Oviedo, se celebró un concilio en presencia deste rey don Fernando y de la Reina, su mujer. En él se juntaron los grandes del reino y nueve obispos, que fué año del Señor de 1050. En los decretos deste Concilio se mandó al pueblo que asistiese á las horas canónicas que se cantan en la iglesia de dia y de noche y que todos los viernes del año se ayunase de la manera que en otros tiempos y dias de ayuno que obligan por discurso del año. Por este tiempo asimismo dos hijas de dos reyes moros se tornaron cristianas y se baptizaron. La una fué Casilda, hija de Almenon, rey de Toledo; la otra Zaida, hija del rey Benabet, de Sevilla. La ocasion de hacerse cristianas fué desta manera. Casilda era muy piadosa y compasiva de los cautivos cristianos que tenian aherrojados en casa de su padre, de su gran necesidad y miseria; acudíales secretamente con el regalo y sustento que podia. Su padre, avisado de lo que pasaba y mal enojado por el caso, acechó

á su hija. Encontróla una vez que llevaba la comida para aquellos pobres; alterado preguntóla lo que llevaba, respondió ella que rosas; y abierta la falda las mostró á su padre, por haberse en ellas convertido la vianda. Este milagro tan clarò fué ocasion que la doncella so quisiese tornar cristiana; que desta manera suele Dios pagar las obras de piedad que con los pobres se hacen, y fruto de la misericordia suele ser el conocimiento do la verdad. Padecia esta doncella flujo de sangre, avisáronla (fuese por revelacion ó de otra manera) que si queria sanar de aquella dolencia tan grande se bañase en el lago de San Vicente, que está en tierra de Briviesca. Su padre, que era atnigo de los cristianos, por el deseo que tenia de ver sana á su hija, la envió al rey Fernando para que la hiciese curar. Cobró ella en breve la salud con bañarse en aquel lago, despues recibió el bautismo segun lo tenia pensado, y en reconocimiento de tales mercedes, olvidada de su patria, en una ermita que hizo edificar junto al lago pasó muchos años santamente. En vida y en muerte fué esclarecida con milagros que Dios obró por su intercesion; la Iglesia la pone en el número de los santos que reinan con Cristo en el cielo, y en muchas iglesias de España se le hace fiesta á 15 de abril. La Zaida, quier fuese por el ejemplo de santa Casilda ó por otra ocasion, se movió á hacerso cristiana, en especial que en sueños le apareció san Isidoro, y con dulces y amorosas palabras la persuadió pusiese en ejecucion con brevedad aquel santo propósito. Dió ella parte deste negocio al Rey, su padre; él estaba perplejo sin saber qué partido debria tomar. Por una parte no podia resistir á los ruegos de su hija; por otra parte temia la indignacion de los suyos si le daba licencia para que se bautizase. Acordó finalmente comunicar el negocio con don Alfonso, hijo del rey don Fernando. Concertaron que con muestra de dar guerra á los moros hiciese con golpe de gente entrada en Sevilla, y con esto cautivase á la Zaida, que estaria de propósito puesta en cierto pueblo que para este efecto señalaron. Sucedió todo como lo tenian trazado; que los moros no entendieron la traza, y la Zaida, llevada á Leon, fué instruida en las cosas que pertenece saber á un buen cristiano. Bautizada se llamó doña Isabel, si bien el arzobispo don Rodrigo dice que se llamó doña María. Los mas testifican que esta señora adelante casó con el mismo don Alonso en sazon que era ya rey de Castilla, como se apuntará en otro lugar. Don Pelayo, el do Oviedo, dice que no fué su mujer, sino su amiga. La verdad ¿quién la podrá averiguar, ni quién resolver las muchas dificultades que en esta historia se ofrecen á cada paso? Lo que consta es que esta conversion de Zaida sucedió algunos años adelante.

CAPITULO IV.

Cómo don García, rey de Navarra, fué muerto.

El mismo año que el rey don Fernando hizo trasladar á Leon el cuerpo de san Isidoro, que fué el de 1053, don García, rey de Navarra, murió en la guerra. Fuó hombre de ánimo feroz, diestro en las armas; y no solo era capitan prudente, sino soldado valeroso. Los principios de discordias entre los hermanos, que los años pasados se comenzaron, en este tiempo vinieron de todo punto á madurarse, como suele acontecer, en gra

ve daño de don García. Don Fernando decia que era suya la comarca de Briviesca y parte de la Rioja, por antiguas escrituras que así lo declaraban. Al contrario, se quejaba don García haber recebido notable agravio y injuria en la division del reino, y en aquel parlicular defendia su derecho con el uso y nueva costumbre y testamento de su padre. La demasiada codicia de mandar despeñaba estos hermanos, por pensar cada uno que era poca cosa lo que tenia para la grandeza del reino que deseaba en su imaginacion. Esta es una gran miseria que mucho agua la felicidad humana. Enfermó don García en Najara, visitóle don Fernando, su hermano, como la razon lo pedia; quísole prender hasta tanto que le satisfaciese en aquella su demanda. Entendió la zalagarda don Fernando, huyó y púsose en cobro. Mostró don García mucha pesadumbre de aquella mala sospecha que dél se tuyo; procuraba remediar el odio y malquerencia que por aquella causa resultó contra él. Supo que su hermano estaba doliente en Búrgos; fuese para allá en son de visitalle y pagalle la visita pasada. No se aplacó el rey don Fernando con aquella cortesía y máscara de amistad. Echó mano de su hermano, y preso, le envió con buena guarda al castillo de Ceya. Sobornó él las guardas que le tenian puestas, y huyóse á Navarra, resuelto de vengar por las armas aquella injuria y agravio. Juntó la gente de su reino, llamó ayudas de los moros, sus aliados, y formado un buen ejército, rompió por las tierras de Castilla, y pasados los montes Doca, hizo mucho estrago por todas aquellas comarcas. El rey don Fernando, que no era lerdo ni descuidado, por el contrario, juntó su ejército, que era muy bueno, de soldados viejos, ejercitados en todas las guerras pasadas. Marchó con estas gentes la vuelta de su hermano, resuelto de hacelle todo aquel mal y daño ú que el dolor y el odio le estimulaban. Diéronse vista los unos á los otros como cuatro leguas de la ciudad de Búrgos, cerca de un pueblo que se llama Atapuerca. Asentaron sus reales, y barreáronse segun el tiempo les daba; ordenaron tras esto sus haces en guisa de pelear. Las condiciones destos dos hermanos eran muy diferentes; la de don Fernando blanda, afable, cortés ; además que en las armas y destreza del pelear ninguno se le igualaba. Don García era hombre feroz, arrebatado, hablador, por la cual causa los soldados estaban con él desabridos, y porque á muchos de sus reinos con achaques, ya verdaderos, ya falsos, tenia despojados de sus haciendas, suplicáronle al tiempo que se queria dar la batalla mandase satisfacer á los agraviados. No quiso dar oidos á tan justa demanda. Parecíale fuera de sazon, y que tomaban aquel torcedor y ocasion para salir con lo que deseaban. Muchos temian no le empeciese aquella aspereza y el desabrimiento de los suyos, y se recelaban no quisiese Dios castigar aqueIlas sus arrogancias y injusticias. En especial un hombre noble y principal, cuyo nombre no se sabe, mas en el hecho todos concuerdan, viejo, anciano, prudente, y que tenia cabida con aquel príncipe porque fué su ayo en su niñez, visto el grande riesgo que corria, movió tratos de paz con deseo que no se diese la batalla. Don Fernando se mostraba fácil y venia bien en ello; acudió á don García, púsole delante los varios sucesos de la guerra y el riesgo á que se ponia; suplicóle se concertase con su hermano y le perdonase los yerros pasa

dos, pues no hay persona que no falte y peque en algo ; que se moviese por el bien comun, que no era justo vengar su particular sentimiento con daño de toda la cristiandad y á costa de la sangre de aquellos que en nada le habian errado; ofrecíale de parte de su hermano le baria la satisfaccion que los jueces señalados por las partes en esta diferencia mandasen, que, aunque como hermano menor, era el primero que movia tratos de paz, pero que se guardase de pasalle por el pensamiento lo hacia por cobardía ó falta de ánimo, que le certificaba le seria muy dañosa aquella imaginacion; pues como él sabia, tenia don Fernando escogidos y diestros soldados en su campo; solo con esta embajada queria justificar su causa con todo el mundo, vencer en mo- . destia, y que todos entendiesen eran muy fuera de su voluntad las muertes, destruicion y pérdidas que se aparejaban. Con estas buenas razones se juntaron los ruegos y lágrimas del ayo. No se movió don García; sus pecados le llevaban á la muerte; ni la privanza del que le rogaba ni su autoridad ni el peligro presente fueron parte para ablandarle. Dióse pues de ambas partes la señal para la batalla; encontráronse los dos ejércitos con gran furia. El ayo de don García, vista la flaqueza de los soldados de su parte, cuán pocos eran, cuán desabridos, sin esperanza de victoria, por no ver la perdicion de su patria, con sola su espada y lanza so metió entre los enemigos do era la mayor carga, y así murió como bueno. Los demás no pudieron sufrir el ímpetu que traia don Fernando; la turbacion y el miedo grande y la sospecha de aquel gran daño trabajaba á los navarros ; dos soldados, que poco antes se habian pasado al ejército contrario, hendiendo y pasando por el escuadron de su guarda con mucha violencia, llega— ron hasta don García y le mataron á lanzadas; caido el Rey, todos los suyos huyeron. El rey don Fernando, alegre con la victoria, y por otra parte triste por la muerte de su hermano, mandó á los soldados que reparasen, no diesen la muerte á los cristianos que quedaban. Hízose así; solo en el alcance á los moros que iban desbaratados y huyendo por los campos, unos mataron, otros cautivaron. El cuerpo de don García, con voluntad del vencedor, llevaron sus soldados á Najara, y allí le enterraron en la iglesia de Santa María, que él mismo habia levantado desde sus cimientos. De doña Estefania, su mujer, francesa de nacion, con quien casó en vida de su padre, dejó cuatro hijos y otras tantas hijas, que fueron: don Sancho, el mayorazgo, que le sucedió en la corona, y don Ramiro, á quien habia dado el señorío de Calaliorra, como ganada de los moros por las armas; los demás hijos se llamaron don Fernando y don Ramon; las hijas, Ermesenda, Jimena, Mayor y doña Urraca. Esta casó con el conde don García, de quien se tratará despues. Con la muerte de don García, su estado fué por sus hermanos destrozado y menoscabado. El rey don Fernando tomó para sí los pueblos y ciudades sobre que era el pleito, sin que nadie le fuese á la mano ni se lo osase estorbar, que son : Briviesca, Montes Doca y parte de la Rioja, que es la parte por do pasa el rio Oja, que da el nombre á la tier-ra; nace este rio de los montes en que está Santo Domingo de la Calzada, y junto á la villa de Haro entra en Ebro. La otra parte de la Rioja, Navarra y el ducado de Vizcaya, Najara, Logroño y otros pueblos y ciudades

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