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el mismo Rey, sea por la pena que recibió y dolor de la
muerte de sus hijos, ó por otra enfermedad y acciden-
te que le sobrevino, falleció el mes siguiente á 28 de
setiembre. Fué sepultado en San Juan de la Peña. El
pontífice Urbano concedió á este rey don Pedro y á sus
sucesores y grandes del reino, á principio de la guerra
de la Tierra-Santa, que llevasen los diezmos y rentas
de las iglesias que de nuevo se edificasen ó quitasen á
los moros, sacadas solamente aquellas iglesias en que
estuviesen las sillas de los obispos; tan grande era el
deseo de desarraigar aquella gente impía, que no pare-
ce consideraban bastantemente cuántos inconvenientes
para adelante podria traer aquella liberalidad. La tris-
teza que en Aragon por aquellas tres muertes toda la
provincia recibió, muy grande y casi sin par, en gran
parte la alivió la esperanza que de don Alonso, herma-
no del Rey difunto, tenian concebida en sus ánimos,
que luego le sucedió en el reino y en la corona. Su rei-
nado fué largo, la fama de las cosas que hizo grande,
su buenandanza, gravedad, constancia, fe, destreza
en la guerra, y el señorío que alcanzó muy mas ancho
que el de sus pasados. En particular el segundo año de
su reinado casó con doña Urraca, hija del rey don
Alonso de Castilla. Hizo el Rey este casamiento en des-
gracia de los grandes del reino que lo llevaban mal, y
pretendieron desbaratarle y persuadir al Rey, que se
hallaba flaco por la vejez y enfermedades, y que ape-
nas podia vivir, que seria mas acertado la diese por mu-
jer á don Gomez, conde de Candespina, que en rique-
zas y poder se aventajaba á los demás señores de Casti-do
lla. Todos extrañaban mucho, como es ordinario, llamar
algun príncipe extranjero. Esto deseaban y trataban en-
tre sí; mas cada uno temia de decirlo al Rey y llevalle
este mensaje por no caer en su desgracia. Encomendá-
ronse á un cierto médico judío, de quien el Rey se ser-
via mucho y familiarmente con ocasion que le curaba
sus enfermedades. Mandáronle que esperase buena co-
yuntura y que propusiese esta demanda con las mejo-
res palabras que supiese. El Rey para desenfadarse se
salió á la sazon de Toledo, y se entretenia en Magan,
aldea cerca de aquella ciudad ; otros dicen que en Mas-
caraque. El judío, hallada buena ocasion, hizo lo que
le era mandado. Alteróse el Rey en gran manera que
los grandes tomasen tanta autoridad y mano, que pre-
tendiesen casar á su hija á su albedrío. Fué en tanto
grado este disgusto, que mandó al médico que para
siempre no entrase en su casa ni le viese mas; y luego
por amonestacion del arzobispo don Bernardo, que no
se apartaba de su lado, dió priesa á las bodas de su hija
y de don Alonso, rey de Aragon, que se hicieron en
Toledo con aparato real y maravillosa pompa el año
de 1106. El Rey, un poco recreado con esta alegría y con
deseo de vengar el dolor que recibió por la muerte de
su hijo; demás desto, porque no quedase aquella afren-
ta y mengua del ejército cristiano sin emienda, magüer
que era de aquella edad, tomó de nuevo las armas. En-
tró por las tierras de Andalucía matando hombres y
animales, sin perdonar á las casas, sembrados y arbo-
ledas. Toda la provincia fué trabajada, y padeció todos
los daños que la guerra suele causar. Hecho esto, lo
que le quedó de la vida se estuvo en reposo, sin tratar
de otras empresas, á que le convidaba su larga edad,
la grandeza del reino y la gloria de sus hazañas. Reti-

róse, no solo de las cosas de la guerra, sino asimismo del gobierno, por cuanto le era lícito en tan gran peso de cuidados. Procuraba empero que la ciudad de Salamanca y de Segovia, como lo dice don Lúcas de Tuy, maltratadas por las guerras pasadas y yermas de moradores, fuesen reparadas, fortificadas y adornadas. Peranzules, que en aquella edad fué persona muy grave y muy sabia, fué ayo de doña Urraca en su menor edad, y al presente tenia el primer lugar en autoridad y privanza con el Rey. Era el que gobernaba los consejos de la paz y de la guerra; y solo entre todos parecia que con virtud y prudencia sustentaba el peso de todo el gobierno en el mismo tiempo que al Rey cargado de años, ca vivió setenta y nueve, le apretó una enfermedad, que le duró un año y siete meses; puesto que para mejorar cada dia por órden de los médicos salia á caballo á ejercitar el cuerpo y avivar el calor que faltaba. No prestó algun remedio por estar la virtud tan caida y la dolencia tan arraigada, que vencia todo lo al, sin bastar medicinas algunas para darle salud. Agravósele finalmente de suerte, que falleció en Toledo, juéves 1.o de julio del año de nuestra salvacion de 1109, como lo testifica Pelagio, ovetense, que pudo deponer de vista conforme al tiempo en que él vivió. Reinó despues de la muerte de su padre por espacio de cuarenta y tres años; fué modesto en las cosas prósperas, en las adversidades constante. Sufrió fuerte y pacientemente los ímpetus de la fortuna; grande loa y la mayor de todas llevar lo que no se puede excusar, y estar apercibipara todo lo que á un hombre puede acontecer. Prudencia es proveer que no suceda; de ánimo constante sufrir fuertemente las mudanzas de las cosas humanas. La muchedumbre, en especial popular, se suele amedrentar fácilmente, y no son mayores los principios del temor que los remedios. Muerto pues el rey don Alonso, con cuya vida parece se conservaba todo, los ciudadanos de Toledo, que por la mayor parte constaban de avenida de muchas gentes, trataron de desamparar la ciudad. Entre tanto que este miedo se pasaba y para asegurar los ánimos, entretuvieron el cuerpo del Rey veinte dias en la ciudad. Sosegado el alboroto y perdido el miedo en parte, le llevaron á sepultar al monasterio de Sahagun, junto al rio Cea. Acompañáronle Bernardo, arzobispo de Toledo, y otros señores principales. El aparato del entierro fué magnífico por sí mismo, y mas por las muy verdaderas lágrimas de todo el reino, que lloraban, no mas la muerte del Rey que su pérdida tan grande. Estas lágrimas y los desastres que se siguieron por la muerte de tan gran Rey las mismas piedras en Leon parece dieron á entender y las pronosticaron. Junto al altar de San Isidro, en la peana donde el sacerdote suele poner los piés cuando dice misa, las piedras, no por las junturas, sino por el medio, mana. ron de suyo agua en espacio de ocho dias antes de la muerte del Rey, los tres dellos, es a saber, interpoladamente, con grande maravilla de todos los que presentes estaban. Pelagio dice aconteció en tres dias continuos, juéves, viérnes y sábado, y que los obispos y sacerdotes hicieron procesion para aplacar á Dios; y que se significó por aquel milagro el lloro de toda España y las lágrimas que todos despedian en abundancia por la muerte de tan buen Príncipe. En tiempo deste Rey vivió en Búrgos con gran crédito de santidad Lesmes,

de nacion francés, hombre de grande caridad; en particular se ejercitaba en hospedar los peregrinos; su memoria se celebra en aquella ciudad con fiesta que se le hace cada un año y templo que hay en su nombre. A cuatro leguas de Najara hacia vida muy santa un cierto hombre, llamado Domingo, español de nacion, ó como otros quieren italiano; ocupábase en el mismo oficio de piedad, y mas especialmente en abrir caminos y hacer calzadas por las partes que los romeros iban á Santiago; así vulgarmente le llaman santo Domingo de la Calzada. De la industria deste varon entiendo yo que se ayudó el rey don Alonso para fabricar las puentes que, como arriba se dijo, procuró se levantasen desde Logroño hasta Santiago, Hay un templo edificado en nombre deste santo varon, muy ancho, hermoso y magnífico, con una poblacion allí junto, que despues vino á hacerse ciudad, que al principio fué de los obispos de Calahorra, despues de los reyes de España; hay un privilegio en esta razon del rey don Fernando el Santo, Demás desto, cierto judío, llamado Moisés, de mucha erudicion y que sabia muchas lenguas, en lo postrero del reinado de don Alonso, abjurada la supersticion de sus padres, se hizo cristiano. El Rey mismo fué su padrino en el bautismo, que fué ocasion de llamalle Pero Alonso; impugnó por escrito las sectas de los judíos y de los moros, y muchos de la una y de la otra nacion por su diligencia se redujeron á la verdad. Famosa debió de ser y notable la conversion deste judío, pues los historiadores de Aragon la atribuyen á don Alonso, rey de Aragon. Dicen que en Huesca, á 29 de junio, se bautizó, el año de 1106; que don Estéban, obispo de aquella ciudad, hizo la ceremonia, y el padrino fué el rey mismo de Aragon. En este debate no queremos, ni aun podriamos, dar sentencia por ninguna de las partes; cada cual por sí mismo siga lo que le pareciere mas probable.

CAPITULO VIII.

Del reinado de doña Urraca.

A la sazon que falleció don Alonso, rey de Castilla, doña Urraca, su hija, á quien por derecho venia el reino, estaba ausente en compañía de su marido, que no se fiaba de todo punto de las voluntades de los grandes de Castilla. Sabia bien le fueron contrarios y procuraron desbaratar aquel casamiento. No queria meterse entre ellos, sino era acompañado de un buen número de los suyos para todo lo que pudiese suceder; además que diversos negocios de su reino le entretenian para que no tomase posesion del nuevo y muy ancho reino que heredaba. Todas las cosas empero se enderezaban á la majestad del nuevo señorío; templábanse en los deleites; las deshonestidades de la Reina con disimulacion se tapaban y cubrian, en que no sin grave mengua suya y de su marido andaba mas suelta de lo que sufria el estado de su persona. Pusiéronse en las ciudades y castillos guarniciones de aragoneses, todo con intento que los castellanos no se pudiesen mover ni intentar cosas nuevas. Verdad es que á Peranzules, por tener grandes alianzas con entrambas naciones, en el entre tanto se le encomendó el gobierno de Castilla. El tenía todo el cuidado universal, y gobernaba todas las cosas, así las de la guerra como las de la paz; por sus

consejos y prudencia parecia que todo se encaminaba bien. El poder no le duró mucho; la Reina, mujer recia de condicion y brava, luego que llegó á Castilla, que su marido la envió delante, al que fuera razon tener en lugar de padre, le maltrató á sinrazon, quitóle el gobierno y juntamente le despojó de su estado propio. No hay cosa mas deleznable que la gracia de los príncipes; mas presto acuden á satisfacerse de sus desgustos que á pagar los servicios que les han hecho. La ocasion que tomó para hacer este desaguisado no fué mas de que en sus letras daba á don Alonso, su marido, título de rey de Castilla. Esto se decia en público; la verdad era que á la Reina pesaba de haberse casado, porque el casamiento enfrenaba sus apetitos desa poderados y sin término, y como yo sospecho, no podia sufrir las reprehensiones que aquel varon gravísimo le daba por sus mal encubiertas deshonestidades. Esto dolia, aunque se tomó otra capa. Pesóle al Rey que varon tan señalado fuese maltratado; que su inocencia y servicios y virtudes, porque se le debia antes galardon, fuesen tan mal recompensadas; restituyóle el estado que le habia sido quitado y sus pueblos y hacienda. El, por temer la ira de la Reina, se retiró al condado de Urgel, cuyo gobierno, cono queda dicho, tenia á su cargo. Estos fueron principios de grandes alteraciones, y no podian las cosas estar sosegadas en tanta diversidad de voluntades y deseos, en especial estando la Reina tan desabrida y viviendo con tanta libertad. Del Andalucía se movió nueva guerra, y nuevo peligro sobrevino. Fué así, que Alí, rey moro, avisado de la muerte del rey don Alonso, como quitado el freno, entró por tierras de cristianos feroz y espantoso; llegó hasta Toledo, y cerca dél en los ojos y ú vista de los ciudadanos abatió el castillo de Azeca y el monasterio de San Servando. Los campos y alquerías humeaban con el fuego que todo lo abrasaba. Pasó tan adelante, que puso sitio sobre la misma ciudad, y por espacio de ocho dias la combatió con toda suerte de ingenios. Libróla de aquel peligro su sitio fuerte y una nueva muralla que el rey don Alonso á lo mas bajo de la ciudad dejó levantada; demás desto, el esfuerzo de Alvar Fañez, varon en aquel tiempo muy poderoso y muy diestro en las armas, cuyo sepulcro se ve hoy dia en el campo sicuendense, que es parte de la Celtiberia, en que tenia el señorío de muchos pueblos. Los moros, perdida la esperanza de apoderarse de aquella ciudad, á la vuelta que dieron á sus tierras, saquearon á Madrid y á Talavera, y les abatieron los muros; de todas partes llevaron grande presa y despojos. El rey de Aragon hacia prósperamente en sus tierras la guerra á los moros; ganó á Ejea, pueblo principal de Navarra, el año 1110. Demás desto, cerca de Valterra venció en batalla á Abuhasalem, que se llamaba rey de Zaragoza. Hechas estas cosas, don Alonso, á ejemplo de su suegro, se llamó emperador de España; título que, si se mira la anchura del señorío que tenia, no parece fuera de propósito, por ser á la sazon el mas poderoso de los reyes que España, despues de su destruicion, habia tenido; pero imprudentemente, por tomar ocasion para aquel ditado del señorío ajeno y poco durable. En fin, ordenadas las cosas de Aragon, vino á Castilla el año siguiente, en que con afabilidad y clemencia procuraba conquistar

las voluntades de los naturales. El por sí mismo oia los pleitos y hacia justicia, amparaba las viudas, huérfanos y pobres para que los mas poderosos no les hiciesen agravio. Honraba á los señores y acrecentábalos conforme á los méritos de cada cual; adornaba y enriquecia el reino de todas las maneras que él podia. Por este camino los vasallos se le aficionaban; solo el endurecido corazon de la Reina no se domeñaba. Dió órden como se poblasen Villorado, Berlanga, Soria, Almazan, pueblos yermos y abatidos por causa de las guerras. Dió la vuelta á Aragon con intento, pues todo le sucedia prósperamente, de hacer la guerra de nuevo y con mayor atuendo á los moros. Sabia bien que debemos ayudarnos de la fama y de las ocasiones que se presentan, y que conforme á los principios sucede lo demás. Cuando las cosas en Castilla se alteraron en muy mala sazon; don Alonso era pariente de doña Urraca, su mujer, en tercero grado de parte de padres, ca fué bisabuelo de ambos don Sancho el Mayor, rey de Navarra. No estaba aun por este tiempo introducida la costumbre que, por dispensacion de los papas, se pudiesen casar los deudos; y así, consideramos que diversos casamientos de príncipes se apartaron muchas veces como ilegítimos y ilícitos por este solo respeto. Esta causa pienso yo hizo que este rey don Alonso no se contase en el número de los reyes de CastiIla acerca los escritores antiguos; que no es justo con nuevas opiniones alterar lo que antiguamente tenian recebido y asentado, como lo hacen los que cuentan á este Rey por seteno deste nombre entre los de Castilla, como quier que ningun derecho ni título pudo tener sobre aquel reino, por quedar legítimo heredero del primer matrimonio, y ser el segundo ninguno contra las leyes eclesiásticas. Los desgustos pasaron tan adelante, que la Reina por su mala vida y torpe fué puesta en prision en el castillo llamado Castellar, de que con ayuda de los suyos salió, y se volvió á Castilla. No halló la acogida que cuidaba, antes de nuevo los grandes la enviaron á su marido, y él la tornó á poner en la cárcel. En este medio los señores de Galicia, do se criaba don Alonso, hijo de doña Urraca, y por el testamento de su abuelo tenia el mando, hacian juntas y ligas entre sí para desbaratar lo que los aragoneses pretendian. Holgaban en particular haber hallado ocasion de apartar y dirimir aquel casamiento desgraciado, que contra la voluntad de la nobleza y injustamente se hizo. Ponian por esta causa escrúpulos al pueblo; decian no ser lícito obedecer al que no era legítimo rey. Enviaron una embajada á Pascual II, pontífice romano, en que le daban cuenta de todo lo que pasaba. Ganaron dél un breve, en que cometió el conocimiento de la causa á don Diego Gelmirez, obispo de Santiago; un pedazo del cual pareció se podia engerir en este lugar. « Pascual, siervo de los siervos de >>Dios, al venerable hermano Diego, obispo compos>>tellano, salud y apostólica bendicion. Para esto orde»>nó el omnipotente Dios que presidieses á su pueblo, >>para que corrijas sus pecados y anuncies la voluntad »del Señor. Procura pues, segun las fuerzas que Dios >>te da, corregir con conveniente castigo tan grande >>>maldad de incesto que ha cometido la hija del Rey, >>para que desista de tan gran presuncion ó sea privada »de la comunion de la Iglesia y del señorío seglar.» Qué

hayan establecido los jueces señalados para remediar, ó por decir mejor, para castigar aquel exceso, no hay dello memoria; solo consta que desde aquel tiempo el rey don Alonso comenzó á tener acedia y embravecerse contra los obispos. El de Búrgos y el de Leon fueron echados de sus iglesias, el de Palencia preso, el abad de Sahagun despojado de aquella dignidad, y en su lugar puesto fray Ramiro, hermano del Rey, por su nombramiento y con su ayuda. Don Bernardo, arzobispo de Toledo, fué forzado á andar desterrado dos años fuera de su diócesi, no obstante la majestad sacrosanta y autoridad que representaba de legado apostólico y de primado de España. En el cual tiempo junto y tuvo el Concilio palentino, cuya copia se conserva hasta hoy, y el legionense con otros obispos y grandes; en particular se halló en estas juntas presente don Diego Gelmirez, el de Santiago. Todos andaban con cuidado de sosegar y pacificar la provincia, porque las armas de Aragon y de Navarra se movian contra los gallegos, en que tomaron por fuerza el castillo de Monterroso. Verdad es que á instancia y persuasion de varones santos que se interpusieron se apartó el rey de Aragon desta demanda y desistió de las armas. Todo procedia arrebatada y tumultuariamente sin considerar lo que las leyes permitian; los unos y los otros buscaban ayudas para salir con su intento. A los castellanos y gallegos se les hacia de mal ser gobernados por los aragoneses. El rey de Aragon pretendia á derecho ó á tuerto conservar el reino de que se apoderara. Los que hacian resistencia eran echados de sus dignidades, despojados de sus bienes. Los gallegos, pasado aquel primer miedo, hicieron liga con don Enrique, conde de Portugal. Pasaron con esto tan adelante, que si bien el infante don Alonso era de pequeña edad, le alzaron por rey. En Compostella en la iglesia mayor se hizo el auto; ungióle con el ólio sagrado el prelado don Diego Gelmirez, ceremonia desusada en aquel reino, pero á propósito de dar mas autoridad á lo que hicieron. Pedro, conde de Trava, ayo de don Alonso, fué el principal movedor de todas estas tramas. Alteró mucho esta nueva trama y este hecho al rey de Aragon; hizo divorcio con la Reina, y con tanto la dejó libre y la soltó de Soria, en cuyo castillo la tenia arrestada. Sin embargo, atraido de la dulzura del mandar, no dejaba el señorío que en dote tenia, demasía que á todos parecia mal. Los gobernadores de las ciudades y castillos, como no les soltase el homenaje que le tenian hecho, quitado el escrúpulo y la obligacion, á cada paso se pasaban á la Reina y le juraban fidelidad. Lo mismo hizo Peranzules, varon de aprobadas costumbres; y no obstante que todos aprobaban lo que hizo, cuidadoso de la fe que antes dió al rey de Aragon, se fué para él con un dogal al cuello, para que, puesto que imprudentemente se habia obligado á quien no debiera, le castigase por el homenaje que le quebrantara en entregar los castillos que dél tenia en guarda. Alteróse al principio el Rey con aquel espectáculo; despues, amonestado de los suyos, que en lo uno y en lo otro aquel caballero cumplia muy bien con lo que debia, y que no le debia empecer su lealtad, al fin con mucha humanidad que le mostró y con palabras muy honradas le perdonó aquella ofensa. Los demás grandes de toda Castilla se comunaban y ligaban

por la salud y libertad de la patria, aparejados ú padecer antes cualquier afan y menoscabo que sufrir el senorio y gobierno aragonés. Don Gomez, conde de Candespina, el que antes pretendió casar con la Reina, y entonces por estar en la flor de su edad tenia mas cabida con ella de lo que sufria la majestad real y la honestidad de mujer, se ofrecia el primero de todos á defender la tierra y hacer la guerra á los de Aragon; blasonaba antes del peligro. Don Pedro, conde de Lara, su competidor en los amores de la Reina, tenia el segundo lugar en autoridad y poderío. Discordes los capitanes, ni la paz pública se podia conservar, ni hacerse la guerra como convenia. Don Alonso, rey de Aragon, con un grueso ejército que juntó de los suyos, se metió en Castilla por parte de Soria y de Osma, do se tendian antiguamente los arevacos. Acudieron á la defensa los grandes y ricos hombres y el ejército de Castilla. Asentaron los unos y los otros sus reales cerca de Sepúlveda. Resueltos de encontrarse, ordenaron las haces en esta forma: la vanguardia de los castellanos regía el conde de Lara, la retaguardia el conde don Gomez, el cuerpo de la batalla gobernaban otros grandes. El rey de Aragon formó un escuadron cuadrado de toda su gente. Dióse la señal de arremeter y cerrar. En el campo llamado de la Espina se trabó la pelea, que fué de las mas nombradas de aquel tiempo. El conde de Lara, como quier que no pudiese sufrir el primer ímpetu y carga de los contrarios, volvió las espaldas y se huyó á Búrgos, do la Reina se hallaba con cuidado del suceso; hombre no menos afeminado que cobarde. Don Gomez con algo mayor ánimo sufrió solo la fuerza de los enemigos y peso de la batalla, y desbaratados los suyos murió él mismo noblemente sin volver las espaldas; esta postrera muestra dió de su esfuerzo. Ni fué de menor constancia un caballero de la casa de Olea, alférez de don Gomez, que como le hobiesen muerto el caballo y cortado las manos, abrazado el estandarte con los brazos, y á voces repitiendo muchas veces el nombre de Olea, cayó muerto de muchas heridas que le dieron. Don Enrique, conde de Portugal, mas por odio de la torpeza de la Reina que por aprobar la causa del rey don Alonso, desamparado el partido de Castilla, se juntara con los aragoneses; ayuda que fué de gran momento para alcanzar la victoria. La confianza que destos principios Jos aragoneses cobraron fué tan grande, que, pasado el rio Duero, por tierra de Palencia llegaron hasta Leon. Los campos, pueblos, aldeas eran maltratados con todo el mal y daño que hacer podian. Los principales de Galicia se rehicieron de fuerzas, determinados de probar otra vez la suerte de la batalla. Pelearon con todo su poder en un lugar entre Leon y Astorga, llamado Fuente de Culebras. Sucedió la batalla de la misma manera que la pasada, prósperamente á los aragoneses, al contrario á los castellanos. Fué preso en la pelea don Pedro, conde de Trava, persona de grande autoridad y poder, y que estaba casado con una hija de Armengol, conde de Urgel, llamada doña Mayor. El mozo rey don Alonso no se halló en esta pelea, que el obispo don Diego Gelmirez le sacó de aquel peligro y puso en parte segura; perdida la jornada, se fué al castillo de Orsilon, do estaba la Reina, su madre. Ninguna batalla en aquella era fué mas señalada ni mas memoM-1.

rable que esta por el daño y estrago que della resultó á Castilla. Las ciudades de Najara, Búrgos, Palencia, Leon se rindieron al vencedor. Sin embargo, por no tener dinero para pagar los soldados, por consejo del conde de Portugal, metió la mano en los tesoros de los templos, que fué grave exceso, y aun le fué muy mal contado. San Isidro y otros santos con graves castigos que dél tomaron adelante vengaron aquella injuria; juntose el odio del pueblo, y palabras con que murmuraban de aquella libertad; decian que merecian ser severamente castigados los que metieron mano en los vasos sagrados y tesoros de las iglesias. La verdad es que desde este tiempo de repente se trocó la fortuna de la guerra. Trabajaron los aragoneses primero el reino de Toledo, despues pasaron á cercar la ciudad de Astorga, porque fueron avisados que la Reina con toda su gente se aparejaba para hacer la guerra por aquella parte. Traia Martin Muñoz al rey de Aragon trecientos caballos aragoneses de socorro. Cayó en una emboscada de enemigos que le pararon, en que muertos y huidos los demás, él mesmo fué preso. El Rey, movido por este daño y con miedo de mayor peligro por el poco número de gente que tenia, á causa de los muchos que eran muertos y por estar los demás repartidos en las guarniciones de los pueblos que ganara, se retiró á Carrion confiado en la fortificacion de aquella plaza. Alli fué cercado de los enemigos por algun tiempo, hasta tanto que el abad clusense, enviado por el Pontifice para componer aquellas diferencias, con su venida alcanzó de los de la Reina treguas de algunos dias, y no mucho despues que se levantase el cerco. Los soldados de Castilla asimismo, como levantados y juntados arrebatadamente y sin concierto y capitan á quien todos reconociesen, ni sabían las cosas de la milicia ni los podian detener en los reales largo tiempo. Pasado este peligro, las armas de Aragon revolvieron contra la casa de Lara, contra sus pueblos y castillos. Por otra parte, las gentes de la Reina con un largo cerco que tuvieron sobre el castillo de Burgos, se apoderaron dél y echaron dende la guarnicion que tenia de aragoneses. El conde don Pedro de Lara, como pretendiese casar con la Reina y se tratase no de otra suerte que si fuera rey, con la soberbia de sus costumbres y su arrogancia tenia alterados los corazones de muchos, que públicamente le odiaban. Andaban su nombre y el de la Reina puestos afrentosamente en cantares y coplas. Pasó tan adelante esto, que en el castillo de Mansilla fué preso y puesto á recado por Gutierre Fernandez de Castro. Soltóse de la prision, pero fuéle forzoso, por no asegurarse de los de CastiIla que tanto le aborrecian, huirse muy lejos y no parar hasta Barcelona. Fué hijo de don Diego Ordoñez, el que retó á Zamora sobre la muerte del rey don Sancho, y sobre el caso hizo campo con los tres hijos de de Arias Gonzalo. Despues desto, el infante don Alonso, ya rey de Galicia, con gran voluntad de todos los estados fué alzado por rey de Castilla. Erale necesario recobrar por las armas el reino, que halló dividido en tres parcialidades y bandos; no menos tenia que hacer contra su madre que contra el padrastro, ni menos dolor ella recibió que su marido de que su hijo hobiese sido alzado por rey, por tener entendido que en su acrecentamiento consistia la caida de ambos; juicio en

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que no se engañaban. Doña Urraca, por miedo de la indignacion de su hijo y por verse aborrecida de los suyos, determinó fortificarse en el castillo de Leon, confiada que por ser muy fuerte podria en él mantener el nombre de reina y la dignidad real, sin embargo del odio grande que el pueblo la tenia. Pero como quier que el hijo se pusiese sobre aquel castillo, se concertaron que la Reina dejase á su hijo el reino, dádole con gran voluntad de los grandes y del pueblo, y á ella señalasen rentas con que pudiese pasar. La razon de los tiempos no se puede fácilmente señalar á cada cual destas cosas, por la diversidad que hay de opiniones; es maravilla en cosas no muy antiguas cuan á tienta paredes andan los escritores, que hace ser muy dificultoso terminar la verdad, tanto, que aun no se sabe en qué año murió la reina doña Urraca; los mas dicen que como diez y siete años despues de la muerte de su padre. La verdad es que en tanto que vivió tuvo poca cuenta con la honestidad. Algunos afirman que en el castillo de Saldaña falleció de parto; gran mengua y afrenta de España. Otros dicen que en Leon, tomado que hobo los tesoros de san Isidro, que no era lícito tocarlos, reventó en el mismo umbral del templo; manifiesto castigo de Dios. Menos probabilidad tiene cierta hablilla que anda entre genté vulgar, es á saber, que de la Reina y del conde de Candespina nació un hijo, por nombre don Fernando, al cual por su nacimiento y ser bastardo llamaron Hurtado. Añaden otrosí que fué principio del linaje que en España usa deste apellido, en nobleza muy ilustre, poderoso en rentas y en vasallos.

CAPITULO IX.

De la guerra de Mallorca.

Desta manera procedian las cosas en Castilla en el tiempo que á los moros de Mallorca y de Zaragoza acometieron las armas de muchas naciones que contra ellos sejuntaron. Habia fallecido Giberto, conde de la Proenza y de Aimillan en Francia; dejó á doña Dulee, su hija, por heredera. Don Ramon Berenguel, conde de Barcelona, marido de doña Dulce, príncipe poderoso y de grande señorío por lo que antes tenia, y por aquel estado de su suegro que por su muerte heredó tan principal, determinó con las fuerzas de ambas naciones apoderarse de las islas Baleares, que son Mallorca y Menorca, desde donde los moros ejercitados en ser cosarios hacian robos y correrías en las riberas de España, que está cercana, y tambien de Francia. Para llevar adelante este intento tenia necesidad de una gruesa y grande arinada. Juntó en sus riberas la que pudo, principio de donde las armas de los catalanes comenzaron á ser famosas por la mar, cuyos señores por algun tiempo fueron con gran interés y fama. Pero como su armada no fuese bastante, él mismo pasó en persona á Génova y á Pisa, ciudades en aquella sazon poderosas por la mar. Convidóles á hacerle compañía en aquella guerra que trataba; púsoles delante los premios de la victoria, la inmortalidad del nombre, si por su esfuerzo los bárbaros fuesen echados de aquellas islas, de do, como de un castillo roquero, amenazaban y hacian daño á las tierras de los cristianos. Prometiéronle soldados y naves, y enviaronlos al tiempo señalado. Juntados estos

socorros con el ejército de los catalanes, pasáron á las islas. Fué la guerra brava y dificultosa y larga, porque los moros, desconfiados de sus fuerzas, con astucia alzadas las vituallas y tomados los pasos, parte se fortificaron en los pueblos y castillos, parte se enriscaron en los montes sin querer meterse al peligro de la batalla. Consideraban los varios y dudosos trances que traen consigo las guerras, y que los enemigos se podrian quebrantar con la falta de lo necesario, con enfermedades, con la tardanza, cosas que de ordinario suelen sobrevenir á los soldados. La constancia de los nuestros venció todas las dificultades, y la ciudad principal por fuerza y á escala vista se entró en la isla do Mallorca el año 1115. Murió en aquella jornada Raimundo ó Ramon, prelado de Barcelona. Sucedió en su lugar Oldegario, al cual poco despues por muerte do Berengario, arzobispo de Tarragona, pasaron á aquela iglesia. Ganada la ciudad, parecia sería fácil lo que restaba de conquistar. En esto vino aviso que los moros en tierra firme, quier con intento de robar, quier por forzar al Conde se retirase de las islas, con gente que echaron en tierra de Barcelona, habian henchido toda aquella comarca de miedo, temblor y lloro, tanto, que sitiaron la misma ciudad. Esta nueva puso en grande cuidado al Conde sobre lo que debia hacer y en mucha duda; por una parte el temor de perder lo suyo, por otra el deseo de concluir aquella guerra, le aquejaban y traian en balanzas; venció empero el miedo del peligro y los ruegos de los suyos. Dejó encargadas las islas á los ginoveses, y el pasó á tierra firme. Los bárbaros sin dilacion alzaron el cerco; siguieronlos, venciéronlos y desbaratáronlos cerca de Martorel; fué la pelea mas á manera de escaramuza y de tropel que ordenadas las haces. La alegría desta victoria hicieron que fuese menor dos incomodidades: la una, que los ginoveses con el oro que les dieron los moros se partieron de las islas y se las dejaron, como afirman los escritores catalanes, que en las historias de los ginoveses ninguna mencion hay desta jornada; la otra, que en la Gallia Narbonense se perdió la ciudad de Carcasona. Poco antes deste tiempo Aton se apoderó de aquella ciudad sin otro derecho mas de la fuerza. Era en su gobierno cruel y feroz, Movidos desto los ciudadanos, se conjuraron contra él, y echado, restituyeron el señorío de la ciudad al conde de Barcelona, cuya era de tiempo antiguo, como antes queda mostrado. Aton con el ayuda de Guillen, conde de Potiers, forzó á los ciudadanos que se le rindiesen. Rugerio, hijo mayor de Aton, entrado que hobo en la ciudad, hizo que todos rindiesen las armas. Como obedeciesen y las dejasen, mandóles á todos matar. La crueldad que en los miserables se ejercitó, fué extraordinaria con toda muestra de fiereza y soberbia inhumana. Muchos que pudieron salvarse se fueron á Barcelona. A ruego dellos el conde Ramon Arnaldo Berenguel con ejército se metió por la Francia. Pusiéronse de por medio varones buenos y santos; pesábales que las fuerzas deste buen Príncipe con aquella guerra civil se divirtiesen de la guerra sagrada. Concertóse la paz desta manera. Que lo que Aton habia prometido á Guillen, conde de Potiers, de serle él y sus decendientes sus feudatarios, mudado el concierto, poseyesen aquella ciudad, pero como en feudo de los condes de Barcelona. Fué este Guillen, conde de Po

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