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Océano antes de llegar al cabo de San Vicente, en un buen puerto fundó una ciudad que antiguamente se. llamó puerto de Aníbal (ahora se llama Albor), cerca de Lagos, pueblo antiguamente dicho Lacobriga. Por otra parte, los tartesios á la postrera boca del rio Guadalquivir edificaron un castillo con un templo consagrado á Vénus; la cual estrella, porque se llama tambien Lucifero ó Lucero, el templo se dijo Lucífero, y hoy, corrompida la voz, se llama Sanlúcar, pueblo en este tiempo, por la contratacion de las Indias y por ser escala de aquella navegacion, entre los mas nombrados de España. Así cuentan esta fundacion nuestras historias, que afirman tambien que por el mismo tiempo se encendió una guerra muy cruel entre los béticos, que hoy son los andaluces, y los lusitanos, gentes que moraban de la una y de la otra parte de Guadiana. Dicen que comenzó de diferencias y riñas entre los pastores; que á los lusitanos favorecieron los cartagineses, á los béticos una ciudad principal por aquellas partes, la cual algunos sospechan que fuese la Iberia, de quien arriba se hizo mencion, y que las mismas mujeres tomaron las armas; tan grande era la rabia y furia que tenian. La batalla fué muy herida : pelearon por espacio de un dia entero sin declararse ni conocerse la victoria por ninguna de las partes. Despartiólos la noche; fueron pasados á cuchillo ochenta mil hombres, y entre ellos el principal caudillo de los cartagineses, que si esto es verdad, se puede con razon pensar fuese el mismo Aníbal. Añaden que Magon, movido de la fama de aquella batalla, partió luego de las Baleares Mallorca y Menorca en ayuda de los suyos y en busca de los enemigos, los cuales, por haber recebido en aquella batalla no menor daño que hecho, fueron forzados, quemada la ciudad, á buscar otros asientos, por miedo de mayor mal. Corria ya el año de la fundacion de Roma de 321. En el cual año sucedió en Cartago grande mudanza, ca muertos en aquella ciudad casi en un tiempo Asdrúbal y Safon, hermanos de Aníbal, el crédito y autoridad de Hannon, que ya flaqueaba con la nueva del daño recibido en España, se perdió de todo punto, por brotar, como acontece en las adversidades, el odio de muchos, que llevaban de mala gana se gobernase y se trastornase toda la ciudad á voluntad y antojo de un ciudadano, y que un particular pudiese mas que los que tenian á cargo el gobierno. Acordaron criar un magistrado de cien hombres, con cargo y autoridad de tomar cuenta á los capitanes que volviesen de la guerra. Forzaron pues á Hannon á pasar por la tela deste juicio. Ventilóse su negocio, condenáronle en destierro, que fué no menor invidia que ingratitud, especial que ninguna causa alegaban mas principal para lo que hicieron, sino que era de ingenio é industria mayor que pudiese seguramente sufrille una ciudad libre, pues habia sido el primero de los hombres que se atrevió á amansar un leon y hacelle tratable; que no se debia fiar la libertad de quien domaba la fiereza de las bestias. La verdad es que las ciudades libres suelen concebir odio y siniestra opinion contra los ciudadanos que entre los demás se señalan, y con invidia maltratar á los príncipes de la república, á quien muchas veces fué cosa perjudicial y acarreó notable daño aventajarse en valor, industria y virtudes á los deinás.

CAPITULO II.

De las cosas por los españoles hechas en Sicilia.

Algunos años se pasaron despues desto sin qué sucediese en España cosa digna de memoria hasta el año de la fundacion de Roma de 327. En el cual tiempo, partida toda la Grecia en dos partes, se hacia la guerra Pcloponesiaca. Juntamente el segundo año desta guerra, una cruel peste se derramó casi por toda la redondez de la tierra, la cual, como tuviese su principio en la Etiopia, de allí pasó á las demás provincias, y por remate en España asimismo mató y consumió hombres y ganados sin número y sin cuento. Hicieron mencion desta plaga Tucídides, Tito Livio y Dionisio Halicarnaseo, y aun nuestras historias atribuyen la causa desta mortandad á la sequedad del aire; pero Hipócrates, que vivió por el mismo tiempo, afirma que para librar á Tesalia desta peste, hizo él quemar los montes y bosques de aquella tierra. Lo que á nuestro propósito hace es que para la guerra qué en Sicilia traian los de Lentino y los caranenses contra los siracusanos, ciudad entonces la mas populosa y poderosa de aquella isla, Nicias y Alcibiades, aunque era de poca edad, fueron de Aténas enviados con una armada de cien galeras en socorro de los leontinos. Esta era la voz; pero de secreto llevaban esperanza de apoderarse de toda la isla. Sucediérales como lo pensaban si Alcibiades, que se habia al principio gobernado bien y quebrantado las fuerzas de los siracusanos, no fuera acusado á la misma sazon en Aténas al pueblo de haber descubierto los misterios de Céres, en ninguna cosa mas solemnes y sagrados que en el silencio. Citáronle para que pareciese en juicio y se descargasc: él por la conciencia del delito, ó por miedo de los contrarios, se fué á Lacedemonia, donde como fuese recebido benignamente por su excelente ingenio y por la fama de lo que habia hceho, les persuadió por vengarse que enviasen en socorro de los siracusanos un valeroso capitan llamado Gilipo; con cuya llegada se trocaron las cosas de tal suerte, que fueron vencidos los atenienses por mar y por tierra, y el mismo Nicias con otros muchos, vino en poder de sus enemigos los de Lacedemonia. Poseian los cartagineses por aquel tiempo junto al promontorio Lilibéo, que ahora es cerca de Trapana, y distaba de Cartago ciento y ochenta millas, algunos pueblos de aquella isla. Los Agrigentinos, que ahora se llaman de Gergento, y eran comarcanos, llevaban mal que el poder de los cartagineses se continuase y envejeciese tanto tiempo en aquella isla, fuera de agravios particulares que les tenian hechos. Sucedió que los cartagineses salieron á un bosque no léjos de la ciudad de Minoa para hacer cierto sacrificio; acudieron los de Gergento, y pasaron á cuchillo los contrarios, por haber salido sin armas y sin recelo, todos los que no escaparon por los piés y se salvaron por aquellos bosques y montes. Subido esto en Cartago, todo el pueblo se alteró y se movió á vengar aquel insulto. Con este acuerdo enviaron á Sicilia dos mil cartagineses y otros tantos soldados españoles. Juntaron con ellos quinientos mallorquines honderos, nuevo y extraordinario género de milicia, los cuales, puesto que al principio fueron menospreciados del enemigo porque iban desnudos, venidos á las manos, dieron á los suyos la victoria; ca con una perpetua lluvia de piedras mal

naves españolas mas fuertes y los pilotos mas diestros; y así, sufrieron la tempestad en alta mar; y luego que aflojó el viento, se juntaron y tomaron el puerto de Camarina. Combatieron aquella ciudad por espacio de cuatro dias, á cabo dellos la tomaron, y pasados á cuchillo todos los moradores, la pusieron á fuego: grande crueldad, pero que atemorizó á los de Gela en tanto grado, que sin hacer resistencia desampararon la ciudad; acudieron las demás naves á aquellos lugares, donde refrescado el ejército y los soldados con reposo de algunos dias, se determinaron de presentar la batalla á Dionisio, de quien tenian aviso que traia grandes fuerzas por mar y por tierra; excusaron la batalla naval, á causa que muchos de sus bajeles se volvieran á Cartago y á Cádiz; acordaron seria mas expediente pelear con los enemigos en tierra. Estaba el cartaginés con esta resolucion cuando Dionisio se les presentó delante; juntáronse reales con reales á pequeña distancia; ordenaron sus escuadrones y huestes para dar la batalla; primero Dionisio en esta manera: puso en igual distancia y á ciertos trechos los socorros que tenia de diversas ciudades, por frente y á entrambos lados la caballería, los de Siracusa quedaron en la retaguarda. Himilcon al contrario, hechos tres escuadrones de su gente, salió al encuentro al enemigo; en medio y por frente los españoles, en el un lado y en el otro los cartagineses con cada setecientos honderos y los caballos que fortalecian los dos cuernos y costados; dos mil infantes escogidos de todo el ejército quedaron de respeto y de socorro para las necesidades. Dada que fué la señal de pelear, arremetieron todos con grande denuedo y cerraron. Fué la batalla por grande espacio dudosa, sin declararse la victoria; reparaban y mezclábanse los escuadrones; muchos de ambas partes caian, sin reconocerse ventaja; solo la caballería de Dionisio comenzaba á llevar lo mejor y apretar los caballos cartagineses; y hobieran salido con la victoria y retirado los contrarios si Himilcon no se adelantara con las compañías que tenia de respeto contra la caballería enemiga, que no pudo sufrir el nuevo ímpetu de aqucllos soldados, y apretada á un mismo tiempo por frente y por las espaldas, muertos muchos dellos, todos los demás se pusieron en huida. Los honderos, en particu

trataron y destrozaron el cuerno y costado izquierdo
de los enemigos. Muchos fueron en la pelea muertos, y
mayor número en el alcance; algunos se escaparon
ayudados de la escuridad de la noche, y se recogieron
á la ciudad; pero con cerco que le tuvieron de dos
años, vino asimismo á poder de los cartagineses, año
de la fundacion de Roma de 346. El fin desta guerra fué
principio de otra mas grave. Dionisio, el mas viejo, es-
taba apoderado tiránicamente de Siracusa ; era grande
su poder y sus fuerzas muy temidas. Acudieron á él
los de Gergento secretamente; pidiéronle los recibiese
en su proteccion y librase aquella ciudad del poder y
mando muy pesado de los cartagineses. Prometióles lo
que pedian, por tener entendido que sus intentos de ha-
cerse rey de toda aquella isla no podrian ir adelante en
tanto que los cartagineses en ella tuviesen autoridad y
mando. Dióles por consejo que en el entretanto que él
se aprestaba, saliesen todos muy secretamente de Ger-
gento, y al improviso se apoderasen de Camarina y de
Gela, pueblos comarcanos, desde donde podrian cor-
rer los campos de los enemigos; que lo demás él lo to-
maba á su cargo. Ejecutóse luego esto, hiciéronse y
recibiéronse daños de una y otra parte. Entonces Dio-
nisio interpuso su autoridad, requirió á los cartagine-
ses por sus embajadores que se hiciese satisfaccion y
se restituyesen los daños los unos á los otros como era
justo. Príncipalmente hacia instancia que á los de Ger-
gento se restituyese su ciudad, por lo menos que los
desterrados y ahuyentados pudiesen volver á ella y go-
zar de las mismas libertades y franquezas que los de
Cartago; concluia que de otra manera no sufriria que
sus parientes y aliados fuesen tratados como esclavos.
A esto los cartagineses respondieron ser derecho de las
gentes que los vencedores mandasen á su voluntad á
los vencidos; que ellos no comenzaron la guerra, sino,
al contrario, los de Gergento los habian á ellos acome-
tido y agraviado, junto con el desacato que hicieron á
la deidad de los dioses, que no haria bien ni debida-
mente si se metiese á la parte y amparase aquella gente
malvada y sin Dios; en lo que decia que no pasaria por
alto ni disimularia las injurias de los de Gergento, cuan-
do quisiese tomase la demanda y las armas ; que enten-
deria lo que el poder invencible de los cartagineses y
sus soldados envejecidos en las armas harian. Con estelar,
principio, con estas demanda y respuesta se rompió
claramente la guerra. Dionisio recogia las fuerzas de
toda aquella isla, y incitaba contra los de Cartago, así
á las ciudades griegas como á Darío Noto, rey de Per-
sia, con embajadas que le envió en esta razon. Ellos,
por el contrario, levantaron quince mil infantes, parte
de Cartago, parte de Africa, y cinco mil caballos. Asi-
mismo juntaron diez mil españoles, y para mas ganalle
las voluntades y asegurarse mas dellos, restituyeron á
Cádiz en su antigua libertad, en sus leyes y sus fueros.
Solamente les vedaron el hacer y tener galeras; quita-
ron las guarniciones de donde las tenian puestas ; solo
conservaron el famoso templo de Hércules con algunas
pocas atalayas por aquellas marinas. Hízose la masa de
todas estas gentes en Cartago, de donde Himilcon Ci-
po, nombrado por general, se partió con una armada
muy gruesa, que al principio tuvo vientos frescos, des-
pues arreció el tiempo de manera que derrotó las na-
ves, y surgieron en diversos puertos de Sicilia; eran las

con un granizo de piedras herian en el enemigo, que quedó con los costados descubiertos; puestos en huida los caballos sicilianos, revolvió Himilcon con su gente y con su caballería sobre la infantería siciliana, que todavía estaba trabada y peleaba valientemente; con su llegada desbarató los escuadrones sicilianos. Dionisio, que no solo se habia mostrado prudente capitan, sino hecho oficio de esforzado soldado, y puesta en huida su caballería, apeado con un escudo de hombre de á pié, sustentó por largo espacio la pelea, ca acudia á todas partes, y donde quiera que veia trabajados á los suyos, allí hacia volver las banderas y acudir los escuadrones; á lo último, perdida la esperanza, se retiró con los suyos cogidos y poco á poco hacia sus reales, que por ser ya noche no fueron tomados por el enemigo. Hizo aquella misma noche junta de capitanes, animó á los suyos, díjoles que no perdiesen el ánimo, que los cartagincses no habian vencido por fuerza, sino con artificio y maña; que si por algun tiempo se entretenian, la caballería, que quedaba entera, y grandes gen

tes de toda la isla en breve les acudirian. Hecho esto, mandó á los soldados que quedaron sanos se fuesen á reposar, y á los heridos hizo curar con grande cuidado; juntamente se aparejó para defender los reales, pero toda aquella diligencia fué sin provecho, ca luego el dia siguiente como concurriesen los enemigos, cegasen la cava y combatiesen y pasasen las albarradas, entre los carros y el bagaje se renovó la pelea. En fin, Dionisio, perdida toda esperanza, con algunas heridas que llevaba, se puso en huida. Grande fué el número de los sicilianos que pereció en estas dos peleas; y aun de los cartagineses se dice que les costó harta sangre la victoria, de los cuales fueron muertos tres mil, y de los españoles dos mil. Con la nueva desta jornada, muchas ciudades de Sicilia se entregaron á los vencedores; pero ya que estaban apoderados de casi toda la isla, para muestra de la inconstancia de las cosas humanas les sobrevino tal peste, que los ejércitos fueron destrozados y menguados con tanto dolor y pena de la ciudad de Cartago cuando les llegó esta nueva, que no de otra manera que si la misma ciudad fuera tomada, se entristecieron los ciudadanos y se cubrieron de luto. Volvió con pocos el general vestido de una esclavina suelta sin ceñidor, á manera de siervo; y acompañado de los sollozos del pueblo que le seguia, entrado en su casa, sin admitir á persona alguna que le hablase, ni aun á sus propios hijos, él mismo se dió la muerte. Despues desto quieren decir que Dionisio procuró por sus embajadores apartar á los españoles de la amistad de los de Cartago, y que, al contrario, los cartagineses con todo buen tratamiento y blandura los entretuvieron. Lo que consta es que por diligencia y buena maña de Dion Siracusano se asentó paz por treinta años entre los sicilianos y cartagineses el año tercero de la olimpíade 95, que fué de la fundacion de Roma de 356; paz que no duró mucho. No falta quien diga que, despues de la pelea famosa Hamada Leutrica, Dionisio envió socorros á los de Lacedemonia (entre los demás se cuentan celtas y españoles, quier fuesen de las reliquias de Himilcon, quier llevados desde España para este efecto), y que con estos socorros Arquidamo, hijo de Ageșilao, cerca de la ciudad de Mantinea venció y mató á Epaminonda, señalado capitan de los tebanos; con lo cual libró la antigua ciudad de Lacedemonia de la destruicion que la amenazaba y del riesgo que corria. Por el mismo tiempo, como algunos cartagineses partiesen de España por mar, sea arrebatados contra su voluntad de algun recio temporal, sea con deseo de imitar á Haunon, tomando la derrota entre poniente y mediodía, y vencidas las bravas olas del gran mar Océano, con navegacion de muchos dias descubrieron y llegaron á una isla muy ancha, abundante de pastos, de mucha frescura y arboledas y muy rica, regada de rios que de montes muy empinados se derribaban, tan anchos y hondables, que se podian navegar. Por esto y por estar yerma de moradores, muchos de aquella gente se quedaron allí de asiento, los demás con su flota dieron la vuelta, y llegados á Cartago, dieron aviso al Senado de todo. Aristóteles dice que, tratado el negocio en el Senado, acordaron de encubrir esta nueva, y para este efecto hacer morir á los que la trajeron. Temian, es á saber, que el pueblo, como amigo de novedades y cansado con la guerra de tantos años, no dejasen la ciudad

yerma, y de comun acuerdo se fuesen á poblar á tierra tan buena; que era mejor carecer de aquellas riquezas y abundancia que enflaquecer las fuerzas de su ciudad con extenderse mucho. Esta isla creyeron algunos fuese alguna de las Canarias; pero ni la grandeza, en particular de los rios, ni la frescura concuerdan. Así los mas eruditos están persuadidos es la que hoy llamamos de Santo Domingo 6 Española, ó alguna parte de la tierra firme que cae en aquella derrota; y mas cuidaron ser isla, por no haberla costeado y rodeado por todas partes ni considerado atentamente sus riberas.

CAPITULO III.

Cómo la guerra de Sicilia se movió de nuevo. Ardian los cartagineses en deseos de tornar á la guerra de Sicilia, y para esto levantaban de nuevo soldados en Africa y en España. Los españoles no gustaban desta guerra, por caer tan lejos y por haberles sucedido por dos veces tan mal, tenian la pérdida por mal agüero; representábanseles los desastres y reveses pasados, y decian no ser cosa justa hacer á los sicilianos guerra, de los cuales ningun agravio recibieran. Viendo esto los cartagineses, determinan de disimular hasta tanto que con el tiempo hobiesen puesto en olvido los males pasados, ó alguna ocasion se presentase que les pusicse en necesidad de abrazar la guerra, que por entonces tanto aborrecian. Esto trataban los cartagineses sin descuidarse en juntar una gruesa flota, cuando muy á su propósito en España, por falta de agua, sobrevino una grande hambre, y tras ella, como es ordinario, una peste y mortandad no menor. De Sicilia otrosí certificaban que Dionisio, despues de estar apoderado en gran parte de aquella isla, pasado con sus armadas en Italia, y tomado Regio, ciudad puesta en lo mas angosto del estrecho ó faro de Mecina, tenia puesto sitio sobre Cotron, ciudad griega y marítima, por estar persuadido se aumentarian mucho sus fuerzas si se hacia señor de aquella plaza, tan principal por su fortaleza y puerto, y que está puesta en lo último de Italia. Estas cosas movieron al Senado cartaginés á volver á la guerra de Sicilia; á los españoles á tomar las armas convidaron los trabajos que padecian; alistáronse en número de veinte mil peones y mil caballos, y aun de camino en las naves de Mallorca á Cartago llevaron trecientos honderos. Estaba nombrado por general desta empresa un hombre principal, llamado Hannon, el cual, con esta gente y otros diez mil africanos que tenia á punto, pasó luego á Sicilia. Tuvo Dionisio aviso de lo que pasaba y de la trama que se le urdia, por lo cual fué forzado á dejar á Italia y acudir á lo que mas le importaba. La flota con que desde Regio pasaban los soldados en Sicilia fué desbaratada y vencida por la cartaginesa, y muchas naves tomadas que llevaban la ropa y recámara del mismo Dionisio. Allí, entre los demás papeles, se hallaron cartas de un cartaginés, llamado Sunniato, escritas en griego, en que avisaba á Dionisio del intento y aparato de aquella guerra: traicion y felonía cometida contra su patria solo por envidia y rabia de que no le hobiesen encomendado á él aquella guerra, delito que á él costó la vida, y en general fué ocasion de que se promulgase un decreto en que se proveyó que ningun cartaginés en lo de adelante pudiese estudiar las letras y

lengua griega, con intento que no se pudiese sin intérprete comunicar con el enemigo ni de palabra ni por escrito. Despues desta victoria naval, muchos pueblos y ciudades de Sicilia se entregaron á Hannon, y-la guerra se proseguia con varios trances y sucesos hasta tanto que últimamente el año diez y seis despues que se comenzó, que á la cuenta de Eusebio de la fundacion de Roma fué el de 386, ó como otros mejor dicen de la olimpíade 99, año segundo, de Roma 371, Dionisio fué muerto por conjuracion de los suyos. Sucedióle un su hijo, de pequeña edad, llamado asimismo Dionisio, de cuya enseñanza y del gobierno de la república se encargó su cuñado Dion, casado con una su hermana. Eran perversas las inclinaciones que en aquel mozo se descubrian; para criarle y amaestrarle hizò venir desde Aténas al famoso filósofo Platon. Con los de Cartago asentó treguas y hizo capitulaciones; pero toda esta diligencia y la prudencia de este insigne varon no fué bastante para que no se alterase aquella isla. Ca entre Dionisio, que con la edad se hacia mas feroz y mas bravo, y Dion, su cuñado, resultaron sospechas y desabrimientos, por donde Dion fué forzado á desamparar la tierra; dado que en breve se trocaron las cosas, y Dion, hecho mas fuerte por algun tiempo, despojó á Dionisio del reino, y le forzó á dejar á Sicilia y andar desterrado, sin amigos, sin hacienda ni reposo. Esto fué lo que sucedió en Sicilia ; volvamos á contar las cosas de España.

CAPITULO IV.

De lo que hizo Hannon.

Ya se dijo cómo al principio de la guerra de Sicilia los cartagineses restituyeron á los de Cádiz en gran parte su libertad. Concluida aquella guerra, enviaron dos gobernadores desde Cartago á España, es á saber, Bostar para el gobierno de las islas Mallorca y Menorca, con órden que procurase ganar la voluntad de los saguntinos y conquistalla con toda muestra de amistad y buenas obras, lo cual él hizo como le era mandado; pero ellos, con deseo de la libertad, tuvieron todas aqueIlas caricias por sospechosas, y las desecharon constantemente, sin dalle lugar de entrar en su ciudad, con diversas excusas que alegaron para ello. A Hannon fué dado cuidado de gobernar á los de Cádiz; pero como en el Andalucía apretase á los naturales, y con grande codicia metiese la mano en las riquezas, así de particulares como del comun, cosa que le fué mal contada, puso á los españoles en necesidad, comunicado el negocio entre sí, de levantarse contra los cartagineses. Tomaron súbitamente las armas, mataron muchos de los enemigos en los pueblos donde los hallaron derramados, y metieron á saco sus bienes. Hannon, perdida gran parte de los suyos y desamparado de los españoles sus aliados, llamó en su socorro gente de Africa; estos, con correrías que bacian por aquella parte de España que hoy se llama Andalucía, trabajaron grandemente la tierra con estragos y crueldades. Mas sabido que fué en Cartago, enviaron luego sucesor en lugar de Hannon, año de la fundacion de Roma de 398, sin declarar cómo se llamase el sucesor ni qué cosas hiciese en España; por ventura se conformó con el tiempo, y quien quiera que fuese, regalando los naturales, les ganó las voluntades y amansó el odio que tenian contra

los de Cartago, sin usar de otras armas ni violencia. En Sicilia, allende de lo dicho, muerto Dion y vuelto Dionisio del destierro, se tornó á alterar la paz; ca los siracusanos hicieron rostro al tirano, y desde Corinto les enviaron socorro y Timoleon por su capitan. Los cartagineses, vueltas sus fuerzas á aquella guerra, es cosa verisímil que dejaron reposar á España, por donde gozó algun tiempo de grande sosiego y paz. Pero toda aquella alegría y buena andanza en breve se deshizo y trocó, á causa de las grandes crecientes con que los rios salieron de madre, y hicieron increibles daños en los ganados, campos y edificios. Luego el año siguiente hobo grandes temblores de tierra, con que muchas ciudades à la ribera del mar Mediterráneo quedaron por esta causa maltratadas, y entre las demás Sagunto recibió tanto mayor daño cuanto ella sobrepujaba en grandeza, hermosura y riquezas á las demás ciudades de España. El año tercero con bravas tormentas del mar y recios temporales sucedieron grandes naufragios en diferentes lugares, que se contaba de la fundacion de Roma 405. Asimismo Hannon, confiado en las grandes riquezas que juntara en Sicilia y España, y indignado por la afrenta de habelle quitado el gobierno, como se ha dicho, trató y acometió por este tiempo de hacerse tirano en Cartago: para esto se determinó de dar yerbas á todo el Senado, al pueblo y á los principales en un convite general que pensaba hacer en las bodas de una hija suya. Tuvieron los cartagineses aviso de lo que se pasaba y se tramaba; pero sin pasar á mayor averiguacion, se contentaron de acudir al peligro con hacer una pragmática, en que se ponia tasa al gasto de los convites. Con esta disimulacion quedó Hannon mas orgulloso; resolvióse de tomar las armas al descubierto, y para matar los principales y apoderarse de la ciudad, armó sus esclavos, que eran valientes y en gran número. Fué al tanto descubierta esta prática; acudieron contra él los ciudadanos, y en un castillo do se habia recogido con veinte mil de los suyos, fué preso; sacáronle los ojos, quebráronle los brazos y las piernas, y despues de bien azotado, le pusieron en una cruz. Sus hijos y parientes, así los que tenian parte en la conjuracion como los que estaban sin culpa, fueron por sentencia condenados á muerte, para que no quedase ninguno de aquella familia y ralea que pudiese imitar aquella maldad ni vengar los justiciados; cosa que parece grande crueldad si la gravedad del delito y el amor de la patria no la excusaran en gran parte.

CAPITULO V.

De una embajada que se envió á Alejandro, rey de Macedonia.

A un mesmo tiempo, por muerte del gobernador que enviado en lugar de Hannon sucedió en Cádiz, Boodes desde Cartago vino al gobierno de España y de Sicilia; certificaban que Dionisio, forzade por los suyos, que se conjuraron contra él, y por Timoleon el de Corinto, desamparada la tierra, con sus tesores particulares se habia retirado y huido á la misma ciudad de Corinto, donde teniendo por mas seguras las cosas y ejercicios mas bajos, pasó la vida torpemente en los bodegones y casas públicas, y la acabó ocupado en enseñar á los niños de aquella tierra las primeras letras como maestro de escuela; que fué notable mudanza y señalado cas

tigo de su vida desordenada. Echado Dionisio de Sicilia, Timoleon se ensoberbeció de tal suerte, que pretendió echar á los cartagineses de toda aquella isla ; con este intento revolvió sobre ellos, dióles la batalla junto al rio llamado Crinisio. Venciólos y mató diez mil dellos; tomóles asimismo los reales. La victoria no costó á Timoleon poca sangre; antes por quedar muy maltratado su ejército, ni pudo salir con su pretension de echar los cartagineses de la isla, ni aun tomalles ciudad alguna. En este medio, por muerte de Boodes ó por habelle absuelto del gobierno, Maharbal vino por gobernador de España, del cual no se sabe alguna cosa que en ella hiciese, ni aun tampoco qué gobernadores cartagineses vinieron despues dél en España. Lo que se dice por cierto es que los de Marsella, por haberse multiplicado en gran número y por causa de la contratacion, enviaron en muchas naves una poblacion á España, año de la ciudad de Roma de 419, y que parte desta flota surgió y hizo asiento en las haldas de los Pirineos enfrente de Rosas, y allí poblaron aquella parte de la ciudad de Empúrias (en latin se llamó Emporia, por ser como mercado de muchas partes) que estaba hacia la mar, la cual parte, aunque era de pequeño espacio, pero era dividida de lo restante de aquella ciudad con una muralla que para esto se tiró de una parte á otra. Por donde la dicha ciudad antiguamente en griego se llamó Palaeopolis, que quiere decir ciudad vieja, por lo mas antiguo della, y tambien Diospolis, que significa ciudad doblada ó dos ciudades. La otra parte de la armada de Marsella dicen que pasó adelante al cabo de Denia, y allí edificó un pueblo junto al templo de Diana, que allí se via, como arriba queda dicho. Con la venida desta flota, tres cosas se supieron en España memorables, es á saber: que los romanos alcanzaban gran poder, y con grande lealtad sustentaban y ayudaban á sus amigos; que los siracusanos, despues de haber vuelto en su libertad, y despues de la muerte de Timoleon, capitan muy famoso, trataban de echar de aquella isla á los cartagineses; demás desto, que Alejandro, rey de Macedonia, el que por sus grandes hazañas tuvo nombre de Magno, y al principio de su reinado, antes de tener veinte años cumplidos, venciera los Esclavones, los Triballos y los de Tracia, y sujetara las ciudades de Grecia, que poco antes eran libres, domadas despues la Asia, la Suria y todo el Egipto, por conclusion, vencido y hecho huir y despues muerto el gran monarca Darío, se habia apoderado del imperio de los persas, sin parar basta abrir con el hierro y con las armas camino, y á la manera de un rayo llegar hasta la India, donde tenia domadas gentes y reinos nunca oidos; todo en menos tiempo que otro lo pudiera pasar de camino. Con esta nueva, movidos los españoles que moraban á las riberas del mar Mediterráneo, acordaron ganarle la voluntad con una embajada que le enviaron hasta Babilonia; ca pretendian ayudarse dél y valerse de sus fuerzas contra los cartagineses, que abiertamente trataban de oprimir la libertad de aquella provincia. El principal de la embajada se llamó Maurino, segun se lee en Paulo Orosio, el cual de camino, juntándose con los embajadores de la Gallia, que hacian el mismo viaje, últimamente llegó á Babilonia, donde los embajadores de Sicilia, de Cerdeña, de las ciudades de toda Italia y de Africa, y hasta de la misma ciudad de Cartago, estaban

por su mandado aguardando á Alejandro. El, luego que llegó, señaló audiencia á los embajadores. Los de España le declararon la causa de su venida y lo que les era mandado. Que la fama de su esfuerzo y valor, esparcida por todo el mundo, era llegada á lo postrero de la tierra, que es España, y por ella su nacion se movió para con aquella embajada y por su medio saludarle y pedirle su amistad; cosa que no le seria de poco provecho, si despues de domado el oriente tratase, como era razon, de revolver con sus armas y banderas á las partes del poniente, pues podria á su voluntad servirse de las riquezas de aquella muy rica provincia; que los españoles, trabajados no menos con disensiones de dentro que con guerras de fuera, y muy cercanos al peligro, tenian necesidad de no menor reparo que el suyo; que jamás pondrian en olvido la merced que les hiciese, ni cometerian por donde en algun tiempo se desease en ellos lealtad y toda buena correspondencia; la costumbre de los españoles ser tal, que ni trababan ligeramente amistad con alguno, y despues de trabada, la conservaban constantemente. Esta embajada fué muy agradable á Alejandro, de tal manera, que entonces le pareció haberse hecho señor de todo, como lo dice Arriano, pues desde lo postrero del mundo venian á poner en sus manos sus diferencias. Preguntóles muchas cosas del estado de su república, de las riquezas de la provincia, de la fertilidad de la tierra, de las costumbres y manera de los naturales y de la contratacion que tenian con los extranjeros. Demás desto prometió que por cuanto, ordenadas las cosas de Asia, en breve pensaba mover con sus gentes la vuelta de Africa y del occidente, que en tal ocasion tendria memoria y cuidado de lo que lo suplicaban. Con esto y con muchos dones que les dió, los envió contentos á su tierra. Ardia Alejandro en deseo de imitar la gloria de los romanos, y estaba enojado contra los cartagineses, de quien tenia aviso que despues que Tiro fué por Alejandro destruida, y despues que edificó en la misma raya de Africa la ciudad de Alejandría, el miedo que dél cobraron fué tan grande, que le enviaron á Amilcar, por sobrenombre Ródano, para que fingiendo que huia, les sirviese de espía y con todo secreto avisase de los sucesos y intentos que Alejandro tuviese; pero todos estos pensamientos y trazas atajó la muerte, que le sobrevino cuando menos pensaba; ca falleció en Babilonia á los 28 de junio el año primero de la olimpíade 114, el cual año de la fundacion de Roma se contaba 430. Algunos quitan dos años deste número, y es forzoso que la historia, en la cuenta y razon destos tiempos, á las veces vaya con poca luz y casi á tiento. Esta embajada de los españoles es verisímil que desagradó á los cartagineses, contra quien principalmente se enderezaba. Mas no les pudieron dar guerra, por las alteraciones de Sicilia y por el miedo de Agatocles, el cual, sin embargo que era hijo de un ollero y nacido en Sicilia, y que habia pasado la mocedad torpísimamente, por ser diestro en las armas y de mucha prudencia, fué por los siracusanos nombrado por su capitan para que los acaudillase en la guerra que traian contra los eneos, la cual concluida, como se sospechase que pretendia tiranizar aquella ciudad de Siracusa, fué enviado en destierro. Recibiéronle los murgantinos por la enemiga que con los siracusanos tenian; hiciéronle gobernador primeramente de su ciudad, y des

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