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finalmente, dejó una hija, por nombre doña Leonor, que casó con el rey de Dacia, segun que lo refieren las historias de Portugal, si con verdad ó de otra manera, aquí no lo averiguamos.

CAPITULO XI.

De la guerra que se hizo á los moros. Reprimidas las parcialidades de Castilla y las alteraciones, el rey don Fernando para que la paz fuese durable dió perdon general á los que le habian deservido, y mandó que los demás hiciesen lo mismo y pusiesen en olvido los desabrimientos que entre sí tenian y los agravios. Para el gobierno de las ciudades nombraba á los que en virtud y prudencia se adelantaban á los demás y los que entendia serian mas agradables á los vasallos. De los herejes era tan enemigo, que no contento con hacellos castigar á sus ministros, él mismo con su propia mano les arrimaba la leña y les pegaba fuego. Ya se dijo que por estos tiempos la secta de los albigenses andaba valida y que vinieron y entraron en España. Con estas virtudes tenia tan ganados á los naturales cuanto ningun otro príncipe. Mas por aprovecharse desta buena voluntad y porque no se estragasen los soldados con la ociosidad y con los vicios que deHa resultan, acordó renovar la guerra contra moros. Mandó arbolar banderas y tocar atambores por todas partes para juntar un grueso campo. Los de Cuenca, Huete, Moya y Alarcon con los demás de aquella comarca, entendida la voluntad del Rey, se apellidaron unos á otros; y junto buen golpe de gente, rompieron por el reino de Valencia, talaron los campos, quemaron y saquearon los pueblos, y con una grande cabalgada, volvieron ricos y contentos á sus casas. Por otra parte, el Rey, alegre con tan buen principio, que era como pronóstico de lo restante de aquella guerra, con un grueso ejército que juntó se enderezó contra los moros de Andalucía. Hacíanle compañía entre los mas principales el arzobispo don Rodrigo, persona de gran valor y brio y que no podia estar ocioso, los maestres de las órdenes, don Lope de Haro, don Rodrigo Giron, don Alonso de Meneses, sin otros ricos hombres y caballeros de menor cuenta. Luego que pasaron la Sierramorena, vinieron embajadores de parte de Mahomad, rey de Baeza, para ofrecer la obediencia, que estaba presto de rendir la ciudad y ayudar con dineros y vituallas. El miedo hacia cobardes á los moros, los deleites los tenian estragados, y por las discordias que entre sí tenian á punto de perderse. Hiciéronse los asientos y capitulaciones en Guadalimar; desde allí pasaron nuestras gentes sobre Quesada, villa principal en lo que hoy es adelantamiento de Cazorla. Los moradores, fiados en la fortaleza de sus murallas y en que eran muchos, al principio se pusieron en defensa ; pero al fin el lugar se entró por fuerza. Pasaron á cuchillo todos los que podian tomar armas, los demás tomaron por esclavos en número de siete mil. Con el castigo y destrozo deste pueblo se dió aviso á los demás para que no se atreviesen á hacer resistencia. Seria largo cuento relatar por menudo todo lo que sucedió en esta jornada. La suma de todo es que muchos pueblos por aquella comarca quedaron yermos de gente, huidos los moradores, otros se rindieron por no desamparar sus

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casas; algunos quedaron destruidos del todo, y en otros pusieron guarniciones de soldados con intento de conservallos. Don Lope de Haro y los maestres de las órdenes militares con parte de la gente acometieron un pueblo llamado Víboras, de que se apoderaron sin embargo que tenian dentro mil y quinientos árabes, de los cuales únos mataron y otros se huyeron. En estas empresas pasaron los meses del estío y parte del otoño; y porque cargaba el tiempo, por el mes de noviembre del año 1224 dieron la vuelta á Toledo, donde las reinas, madre y nuera, esperaban la venida del Rey. Gastáronse algunos dias en fiestas y regocijos que se hicieron en aquella ciudad para alegrar la gente, procesionès y rogativas para dar gracias á Dios por mercedes tan grandes. Hecho esto, luego que el tiempo dió lugar y las fiestas, mandó el Rey á la gente se enderezase la vuelta de Cuenca con intento de acometer por aquella parte á los moros del reino de Valencia; mas aquel rey, por nombre Zeit, acordó ganar por la mano. Los daños que le hicieron la vez pasada y el miedo de mayores males le aquejaban de suerte, que vino á la ciudad de Cuenca á ponerse en las manos del rey don Fernando y concertarse con él como fuese su voluntad y merced. Los aragoneses se quejaron de aquellos tratos, por pretender que el reino de Valencia era de su conquista, y que los castellanos no tenian en él parte ni derecho alguno. Despacharon embajadores para querellarse de aquel agravio, y juntamente para mostrar sus fuerzas y valor hicieron entrada en las tierras de Castilla por la parte de Soria. No pudieron llevar adelante esta demanda por entonces, á causa de nuevas alteraciones que en Aragon resultaron. Fué así, que don Guillen de Moncada y don Pedro Ahones se juntaron con el infante dou Fernando, tio del Rey. La junta fué en Tabuste, cuya tenencia estaba á cargo del dicho don Pedro. Tomaron su acuerdo, y quedó resuelto que se apoderasen de la persona del Rey. La voz era ser así necesario y cumplidero para el bien del reino, que decian se estragaba á causa de los malos consejeros que tenia al lado y á las orejas el Rey; mas á la verdad cada cual de los tres tenia sus pretensiones particulares. El Moncada estaba sentido del estado que le quitaron, don Fernando, aunque monje y abad del monasterio de Montaragon, no tenia perdida la esperauza ni el deseo de la corona; que la dolencia de ainbicion es mala de sahar. A don Pedro Ahones daba pesadumbre verse descaido de la privanza que solia tener, con que todo lo gobernaba á su voluntad, y pretendia convertir la gracia en fuerza y por aquel camino conservarse. Para mas fortificar su partido acordaron por medio de Lope Jimenez de Luesia ganar á don Nuño, hijo del infante don Sancho, conde de Ruisellon, para que, olvidadas las enemistades que ya tocamos, les asistiese en aquella demanda. Tomado este acuerdo, se enderezaron la vuelta de Alagon, en que á la sazon se hallaba el Rey descuidado de aquellos tratos. Entraron de tropel, y con buenas palabras le persuadieron se fuese á Zaragoza para tomar en aquella ciudad acuerdo sobre algunos puntos de importancia que pertenecian á su servicio y al bien del reino. El Rey, si bien los semblantes eran buenos, como quier que la mentira sea mas artificiosa que la verdad, todavía echó de ver que procedian con engaño y que su pretension era mala.

No hay arma mas fuerte que la necesidad; otorgó con lo que le pedian, demás que para todo lo que resultase le venia mejor estar en aquella ciudad que en algun otro pueblo pequeño; acompañaron al Rey hasta Zaragoza, aposentáronle en su casa real, que llaman Suda. Pusiéronle guardas para que no se pudiese comunicar con nadie ni de palabra ni por escrito. Los capitanes destas guardas eran Guillen Boy y Pero Sanchez Martel, que para mayor recato de noche dormian muy junto al lecho del Rey; gran infamia y mengua de la gente aragonesa y de su acostumbrada lealtad. Por espacio de veinte dias tuvieron al Rey encerrado, sin dalle libertad alguna hasta tanto que condescendió con muchas demandas que le hicieron; en particular á don Guillen de Moncada hizo restituir los lugares y castillos que.le quitó en Cataluña, demás de veinte mil ducados que por los daños prometió de dalle. Tomado este asiento, todavía el infante don Fernando 'continuaba en el gobierno del reino, de que por fuerza con aquella ocasion se apoderara. Excusábase con la poca edad del Rey y otras diversas causas que para ello alegaba. Para vencer tan graves dificultades no bastaba prudencia humana; solo ponia el Rey su fiucia en Dios, que con paciencia y disimulacion le libraria de aquella apretura y trabajo, y que las cosas se trocarian de manera que alcanzase su libertad. Las cosas de Castilla por el contrario, conforme á los buenos principios iban en prosperidad y en aumento. El rey don Fernando, porque los moros no se rehiciesen de fuerzas si los dejaba descansar, entrado el verano del año 1225, salió con sus gentes en campaña, y con nuevas compañías que levantó de soldados reforzó su ejército, y con él se encaminó la vuelta del Andalucía. Llevó en su compañía á don Rodrigo, arzobispo de Toledo, sin el cual veo que ninguna cosa de importancia acometian. Acudióles el rey moro de Baeza, ayudóles con bastimentos y recibiólos dentro de su ciudad; lealtad poco acostumbrada entre aquella gente. Desta vez ganaron á Andújar y á Mártos, pueblos principales. Mártos quedó por los caballeros de Calatrava, para que desde allí hiciesen frontera á los moros y correrías en sus tierras. Sin estos ganaron la villa de Jodar y otros muchos pueblos de meuor cuenta, demás de las talas que dieron á los campos y de las grandes presas que hicieron de hombres y ganados; con que los soldados ricos y alegres volvieron á sus tierras pasado el verano. Esto mismo se continuó los años adelante, por el deseo y esperanza que todos tenian de acabar por aquel camino con lo restante de la morisma de España, Las cosas de Aragon asimismo comenzaron á mejorarse, y los parciales y alborotados aflojaron algun tanto; con que el Rey partió de Zaragoza la via de Tortosa, ciudad puesta á la marina por la parte que el rio Ebro desagua en el mar, y no léjos de los pueblos llamados antiguamente ilergaones, que se extendian largamente por las riberas de aquel rio. Iban en su compañía aquellos caballeros conjurados con muestra de querelle servir, como quier que á la verdad pretendiesen continuar en lo comenzado. Para este intento se les juntaron otros muchos de los ricos hombres y principales, en particular don Sancho, obispo de Zaragoza, por respeto de su hermano don Pedro Ahones y para asistille, y con él don Eril, obispo de Lérida ; que todos, así eclesiásticos como seglares, se mezclaban

en esta trama. Deseaba el Rey librarse desta opresion á sí y á su reino y satisfacerse del agravio que le hacian y de aquel tan notable. desacato; mas hacia poca confianza de los que tenia á su lado, de sus cortesanos y criados, por ser muchos dellos parciales. Acordó partirse sin dalles parte y recogerse en Huerta, pueblo de los caballeros templarios. Desde allí despachó sus cartas en que mandaba á los señores y á la demás gente que con sus armas acudíesen á la ciudad de Teruel para hacer guerra en el reino de Valencia, empresa que los de Aragon mucho deseaban. Con que de un camino pensaba ganar las voluntades de la gente y acreditarse, si, como confiaba, saliese cou aquella demanda. Los señores y gente principal hacian burla deste acometimiento. Parecíales era juego de niños, si bien al llamado del Rey para el dia que señaló en sus cartas se juntaron en aquella ciudad algunos pocos aragoneses y algo mayor número de los catalanes. Con esta gente, aunque era poca, rompió por aquella parte donde se tendian los ilergaones, y hecho mucho daño en aquella comarca, se puso sobre Peñíscola, plaza fuerte, y que tomó aquel nombre por estar asentada sobre un peñol empinado á modo de pirámide, cercado del mar casi por todas partes, y que tiene por frente la isla de Mallorca. En lo bajo del peñasco hay muchas cavernas y calas, con una fuente de agua dulce que luego entra en el mar; el circuito es de una milla, la subida agria en demasía y muy áspera, sino es por la parte que están edificadas las casas. El rey Zeit, con la nueva que le vino desta entrada, cobró grande miedo, y los de Valencia se turbaron de suerte, que ya les parecia tener á los enemigos á las puertas de aquella ciudad. Despacharon sus embajadores para requerir de paz al rey de Aragon; él se la otorgó de buena voluntad, á tal que cada un año le pagasen la quinta parte de las rentas reales que se recogian de los reinos de Valencia y de Murcia. Tomado este asiento, sin pasar adelante dieron los aragoneses la vuelta para Teruel, y desde allí se fueron á Zaragoza. En el camino encontraron junto á una aldea llamada Calamocha á don Pedro Aliones, que á su costa y del Obispo, su hermano, llevaba golpe de gente para hacer entrada en el reino de Valencia. Quisiera el Rey estorballe aquella entrada, por guardar la palabra. que dió y concierto que hizo con aquella gente. Como él se excusase con la mucha costa que hiciera en las pagas y sustento de su gente, y porque le querian echar mano se huyese, los soldados que en compañía del mismo Rey le seguian, sin poder irles á la mano, le mataron; indigno de tal suerte por su mucho valor y maña, si los servicios que tenia hechos y su privanza, que alcanzó otro tiempo muy grande, no la trocara en deslealtad y en conjurarse con los demás; sin embargo, todo el reino sintió su muerte de suerte que, excepto Calatayud que se conservó por el Rey, todas las otras ciudades tomaron la voz de su tio don Fernando; cosa que al Rey puso en mucho cuidado, que por una parte deseaba apaciguar la gente por bien, y por otra le parecia que si no era por fuerza y con las armas en puño, no podria sujetar á sus contrarios. Vinieron pues á las manos, y la guerra se continuaba con varios sucesos y trances el año que se contó de Cristo de 1226; en el cual año el rey Luis VIII de Francia bacia la guerra contra los albigenses, y en el discurso della tomó por..

fuerza la ciudad de Aviñon, y le abatió las murallas porque los herejes no se tornasen á afirmar en ella. Cortó la muerte sus buenos intentos, que le sobrevino en Mompeller á los 13 de noviembre. Dejó, entre otros, su hijo mayor de su mismo nombre, que le sucedió en la corona, y por su gran piedad y sus obras muy santas alcanzó adelante renombre de Santo. Su hermano Alonso, conde de Potiers, casó con la hija y heredera de Ramon, el postrero conde de Tolosa, que fué escalon para que aquel estado los años adelante recayese por los conciertos que hicieron y capitulaciones nupciales en la corona de Francia. Tuvo otrosí otros dos hermanos; el uno se llamó Roberto y fué conde de Arras y de Picardía, estados que confinan con Flandes y son partes de la Gallia Bélgica; el otro se llamó Cárlos, que fué duque de Anjou y conde de la Proenza, despues rey de Sicilia y de Nápoles, como se dirá en su lugar.

CAPITULO XII.

Que el rey don Fernando volvió á la guerra del Andalucía.

El señorío de los moros y su poder iba muy de caida en España, lo cual sabia muy bien el rey don Fernando. El arzobispo de Toledo, que tenia la mayor autoridad entre todos, como él lo merecia, persuadió al Rey hiciese de nuevo jornada contra moros, aunque no le pudo acompañar como solia en las guerras, porque cayó enfermo de una dolencia que le puso en aprieto en Guadalajara, donde se quedó. Envió en su lugar á don Domingo, obispo de Palencia. Tomaron los nuestros desta vez algunos pueblos de poca suerte; pusieron cerco á la ciudad de Jaen, que tenia buena guarnicion de soldados y buenos pertrechos, por donde no se pudo tomar, y porque allende de su fortaleza don Alvar Perez de Castro, que algunos dias antes, renunciada su patria, se pasara á los moros y estaba dentro, con otros ciento y setenta que le siguieron animaron á los cercados para que no se diesen. Este don Alvaro era hijo de don Fernando de Castro, de quien dijimos murió en la ciudad de Marruecos. A la verdad muchos de los Castros por estos tiempos con facilidad se pasaban á la parte de los moros. No les faltaban ocasiones y excusas con que colorear su poca lealtad, si alguna causa fuese bastante para excusar tal inconstancia. Revolvió el Rey sobre Priego, pueblo tan fuerte, que los moros tenian en él recogidas sus haciendas para mayor seguridad. Todavía le entraron por fuerza con muerte de muchos de los que dentro hallaron y prision de los demás, fuera de los que se retiraron al castillo, que se rindieron á partido y condicion que los dejasen ir libres. Desde allí pasaron á la ciudad de Loja, que tomaron al tanto por fuerza, si bien los ciudadanos se recogieron al castillo y se hicieron fuertes en él ; y porque parecia que con buenas palabras y esperanza de rendirse se pretendian entretener, los combatieron de suerte, queá escala vista entraron el castillo, y pasados á cuchillo los que en él hallaron, le abatieron las murallas; aviso para los demás, que no experimentasen la saña de los vencedores, ni se pusiesen en defensa. Así los de Alhambra, pueblo fuerte y asentado sobre peñas no muy lejos de Granada, por miedo le desampararon, y aun, dejando buena parte de sus bastimentos y menaje, se fueron á la ciudad de Granada. En ella

para su habitacion les señalaron lo alto de aquella cindad, que por esta causa, segun se entiende, se llamó y se llama el Alhambra; si bien algunos son de parecer que aquel nombre se tomó de la tierra roja que hay en aquella parte, y la significa en arábigo aquella palabra alhambra. Siguieron los nuestros á los que huian sin parar hasta dar vista á la misma ciudad, en cuya vega, que es muy deleitosa, quemaron y asolaron los jardines y campos. Los ciudadanos cobraron tanto miedo, que acordaron requerir al Rey de paz. Entre los embajadores que para esto despacharon fué uno el ya nombrado don Alvar Perez de Castro. Tenia el Rey deseo de ganalle y reducille á su servicio por la fama que tenia de valor y prudencia, demás que le ofrecian de dar libertad á mil y trecientos cautivos cristianos. Por esto, tomado asiento con los de Granada y reducido don Alvaro á su servicio, revolvió sobre Montejo, y dél se apoderó y le echó por tierra por estar tan adentro, que no se pudiera conservar. Demás desto, se halla que por este tiempo en las partes de Extremadura se ganó CapiHa, pueblo que antiguamente se llamó Mirobriga, como se averigua por los letreros de mármoles que en él se han hallado ; verdad es que en breve volvió á poder de moros, ó sea que le entregaron al rey de Baeza. En estas cosas se pasaron los calores del estío, y el tiempo comenzaba á cargar; el Rey por este respeto acordó que el maestre de Calatrava quedase en guarda de Andújar y de Mártos, y en su compañía don Alvar Perez de Castro, por la mucha noticia que tenia de aquella tierra y de las cosas de los moros; que de su lealtad y constancia no dudaban, antes confiaban que pretenderia con su esfuerzo y valor recompensar la falta pasada. Con tanto dió la vuelta para Toledo, do la Reina le esperaba, sin descuidarse en apercebirse de todo lo necesario para llevar adelante la guerra comenzada. Asimismo los soldados que quedaron de guarnicion en el Andalucía, por no estar ociosos, acordaron de correr la campiña de Sevilla, ciudad de las mas principales de España. Indignados los ciudadanos por ver delante sus ojos abrasarse sus cortijos y olivares, salieron con su rey Abulali contra los cristianos. El número era grande, la destreza y valentía de los moros no tanto. Vinieron á las manos, en que murieron de los moros en la pelea y en el alcance hasta en número de veinte mil, que fué un destrozo muy grande. Sin embargo, por otra parte los moros se pusieron sobre el castillo de Garces, y le apretaron con tal rabia, que ni por el mucho daño que los de dentro les hicieron, ni por entender que el rey don Fernando, pasado el invierno, volvia con gente á continuar la guerra, desistieron de su intento hasta tanto que forzaron aquella plaza, que fué alguna mengua para los nuestros; la pérdida no fué muy grande, mayormente que se recompensó bastantemente aquel daño con lo que de nuevo se hizo en el Andalucía. Luego que llegó el rey don Fernando le salió á recebir el rey moro de Baeza, y en su compañía tres mil de á caballo y gran gente de á pié con intento, no solo de hacer alarde de sus fuerzas, sino de serville en la guerra, si fuese necesario. Dió este ofrecimiento mucho contento; rogáronle llevase adelante su buena voluntad, y en particular concertaron viniese en que en Salvatierra y en Capilla y en Burgalhimar, tres plazas importantes, residiesen soldados de guarnicion

para seguridad; demás que como en rehenes, para cumplimiento de lo concertado, entregó la fortaleza de la misma ciudad de Baeza para que el maestre de Calatrava la tuviese en fieldad. Los moros de Capilla, por ser aquella plaza muy fuerte, su sitio áspero y empina→ do, no quisieron pasar por este concierto ni recebir los soldados que les enviaban de guarnicion; de que resultó que el castillo de Baeza quedó en propriedad por los cristianos, y sin embargo, el Rey con todo su campo se fué á poner sobre Capilla con intento de rendilla 6 forzalla. Era esta buena ocasion para adelantarse los nuestros y mejorar su partido; pero era necesario, porque la gente era poca, afirmalla con nuevas compañías. Por esta causa acordó el Rey dejar su gente en el cerco y volver él atrás, muy dudoso en lo que debía hacer, si continuar la guerra del Andalucía, si acudir á Francia al socorro de su tia, la reina doña Blanca, que por sus cartas y embajadas le hacia instancia la ayudase para apaciguar las alteraciones de aquel reino y sujetar á los señores, que por ser el Rey de pocos años, que no pasaba de doce, y ella mujer y extranjera, se les atrevian y los desestimaban. Parecióle al Rey cosa fea desamparar aquellos reyes, sus deudos, mayormente en aquel aprieto y trance; pero sucedieron dos cosas que le impidieron aquella empresa: la una, que los soldados que quedaron sobre Capilla, sin embargo de su ausencia, tomaron aquella plaza, á que era necesario acudir para que no se tornase á perder; la segunda, que camino de Almodóvar su misma gente dió la muerte al rey de Baeza, que se huia por miedo de los suyos, que tenia muy irritados por la amistad y asiento que puso con los cristianos; con que la guarnicion del castillo de Baeza quedaba á mucho riesgo, si con presteza no le acorrian. Por estas dos causas el Rey se determinó de sobreseer en lo de Francia y proseguir la empresa del Andalucía, pues era no menos justo y honroso vengar la muerte de aquel Rey, su amigo y confederado, que ayudar á sosegar las pasiones de Francia; en especial que con aquella ocasion pretendia, si pudiese, lanzar toda la morisma de toda España. A la verdad la reina doña Blanca con la ayuda de Dios y su buena maña y prudencia, sin socorro de su sobrino sosegó los alborotos de su reino, de que se temian graves daños. Todo esto pasaba el año de nuestra salvacion de 1227; en él se abrieron los cimientos de la iglesia mayor de Toledo, tan célebre edificio y de tanta majestad como hoy se ve, en el mismo sitio en que estaba la antigua, aunque mudada la traza. El Rey y el Arzobispo se hallaron á poner la primera piedra, debajo de la cual echaron medallas de oro y plata, conforme á la costumbre antigua de los romanos. Otros templos se podrán aven tajar á este en la hermosura y primor de la traza, en la grandeza y capacidad; mas en la muchedumbre y riqueza de sus preseas y de su ornato, en la grandeza de las rentas, en el número de los ministros, en la majestad de ceremonias y culto divino, ninguno en toda la cristiandad se le iguala; muestra muy ilustre de la cristiandad y piedad de España, en especial de la dicha ciudad. Falleció á los 18 de julio el papa Honorio III; sucedióle en el pontificado Gregorio IX, natural de la ciudad de Anagni. Floreció otrosí en España don Lúcas, primero diácono de Leon, y despues obispo de Tuy. Deseoso de adelanturse en virtud y letras y

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por visitar los lugares santos, cuando era mas mozo pasó á Italia y á Roma y dende á las partes de Levan- te. Fué contemporáneo de don Rodrigo, arzobispo de Toledo, y ejercitóse en los mismos estudios, porque compuso una historia de las cosas de España, en cuyo principio engirió el Cronicon de San Isidoro; que dió ocasion á algunos de tener y citar la primera parte de aquella historia por del mismo santo. Escribió demás de la historia la vida del dicho san Isidoro y otro libro grande de sus milagros; obra en que de la mitad ade-lante confuta la secta de los albigenses y sus errores, que son los mismos de los luteranos. De la confutacion consta que estos herejes entraron en España, segun que arriba se mostró por un pedazo que deste libro tomamos. Escribió estas obras, como él mismo lo testifica, por mandado de la reina doña Berenguela, señora muy devota y favorecedora de los hombres virtuosos y letrados.

CAPITULO XIII.

Que se volvió de nuevo à la guerra de los moros. Los moros de Baeza tenian apretado el castillo de aquella ciudad, que, como se dijo, quedó en poder de cristianos; que si bien eran en pequeño número, por estar proveidos de vituallas, se defendieron y entretuvieron hasta tanto que el rey don Fernando sobrevino con un grueso ejército. Con su venida los moros, visto que no tenian fuerzas bastantes para resistir, no solo desistieron del cerco, sino desamparada la ciudad, se retiraron á lo mas dentro del Andalucía. Quedó por gobernador de aquella ciudad nuevamente ganada don Lope de Haro; merced debida á sus servicios, pues en todas las empresas de importancia se hallaba. El cuidado de Mártos se encargó á Alvar Perez de Castro y á Tello de Meneses. No se hizo alguna otra cosa que sea digna de memoria en esta jornada, salvo que despues que el Rey dió la vuelta á Toledo, don Tello con sus soldados entró á correr los campos de Vaena y de Lucena, sin parar hasta dar vista á la campiña de Sevilla y hacer por todas partes grandes talas y presas. Por el contrario, el rey de Sevilla, para divertille con su gente, Hegó á la ciudad de Baeza y le corrió sus campos. Los moros que se ausentaron de aquella ciudad, por ser restituidos en su patria, le incitaron á emprender esta jornada; pero visto que no tenia fuerzas bastantes para salir con la empresa, trató de hacer paces con los cristianos y se concertó de pagar cada un año de tributo trecientos mil maravedís, en especial que de su misma gente se le armaba otra mayor tempestad; y fué que los moros de Murcia por este tiempo alzaron por rey un moro, por nombre Abenhut, que venia del linaje de los reyes de Zaragoza, y era grande enemigo de los almohades. Decia públicamente que la causa de los males y calamidades pasadas y de hallarse su nacion en aquel término y tan sin fuerzas eran las novedades que aquella secta introdujo en España. No hay cosa mas poderosa para mover al pueblo que la capa de religion, debajo de la cual se suelen encubrir grandes engaños. Arrimósele pues gran morisma por esta causa, gran muchedumbre de gentes, en especial en la comarca de Granada y en lo restante de Andalucía, con esperanza en que todos entraban, que por inedio deste ino

ro se mejoraria y adelantaria su partido, que iba muy de caida. Los demás de aquella nacion, y aun los prín➡ cipes cristianos, estaban con cuidado no resultase de aquella centella y de aquel principio algun fuego contado que poseian de años atrás. Vinieron á rompimien

los Cabreras se apoderaron por fuerza. Ellos, no solo no hacian caso de aquella demanda, más aun mostraban burlarse de la autoridad real, y no querian dejar el es

to y á las manos; el Rey, que hacia las partes de aquella señora, quitó á los Cabreras muchos de aquellos pueblos, unos por fuerza, otros que se rindieron de su voluntad, en especial la ciudad de Balaguer, cabeza de aquel estado de Urgel. Hecho esto, acordó casar aquella doncella Aurembiase, para que nadie se le atreviese, con don Pedro, infante de Portugal, tio suyo, primo hermano de su padre, que á la sazon andaba huido en la corte de Aragon. Gerardo Cabrera el desposeido tomó el hábito de los templarios, quién sabe si por devocion, si por otro respeto; lo cierto es que los años adelante don Ponce, su hijo, por el derecho que su padre pretendia, alcanzó el condado de Urgel á causa que Aurembiase no dejó sucesion alguna de su marido el infante don Pedro, como se dirá en otro lugar;

Rey y del Infante era desta manera. El infante don Pedro fué hijo de don Sancho, rey de Portugal, habido en la reina doua Aldonza, hermana que fué de don Alonso, rey de Aragon, abuelo del rey don Jaime; de suerte que el Infante era tio del Rey, primo hermano de su padre el rey don Pedro, que mataron en Francia.

CAPITULO XIV.

Que el rey de Aragon ganó la isla de Mallorca.

que todo se abrasase. Esto pasaba en España el año que se contó de Cristo 1228. En Francia, el mismo año, Ramon, postrer conde de Tolosa, apretado con la guerra que el rey Luis le hacia por causa de su herejía, se redujo y se reconcilió con la Iglesia. Las condiciones y cargas que el mismo Rey y romano cardenal de San Angel, como legado del Papa, le impusieron, fueron las siguientes: que el Conde con todo cuidado procurase desterrar de su tierra la secta de los albigenses; que su hija y heredera, por nombre Juana, casase con uno de los hermanos de aquel Rey, el que mas le agradase; si deste matrimonio no quedase sucesion, el condado de Tolosa se juntase con la corona de Francia. La ignorancia suele acarrear grandes daños; para la enseñanza del pueblo mandaron que en la ciudad de Tolosa asalariase á su costa cuatro lectores de teolo-con tanto tuvieron fin aquellos debates. El deudo del gía, dos juristas, seis maestros de las artes liberales y dos gramáticos. Para seguridad que cumpliria todo esto puso en poder del Rey y le entregó cinco castillos y su misma hija. Tomóse este asiento en la ciudad de Paris; y hechas las capitulaciones, por el mes de abril compareció el Conde en la iglesia mayor de aquella ciudad desnudo, fuera de la camisa; allí le absolvió el Legado de las censuras incurridas por los excesos pasados; juntamente le dió la divisa de la cruz, como se acostumbraba, para que dentro de cierto tiempo pasase á la guerra de la Tierra-Santa y en ella residiese por espacio y término de cinco años, que era una de las condiciones que se capitularon; tan grande autoridad tenian por estos tiempos los papas, tanta fuerza la Iglesia, ayudada del favor y asistencia de los reyes, para castigar los rebeldes y malos y escarmentar á los demás. Fallecieron otrosí en España algunos grandes personajes, y entre ellos don Ramiro, obispo de Pamplona, de la nobilísima alcuña de los reyes de Navarra. Sucedióle en el obispado don Pedro Ramirez, en cuyo tiempo el papa Gregorio IV tomó debajo de su proteccion aquella iglesia y sus prelados; que era eximilla de la jurisdiccion de los metropolitanos de España. En Aragon el Rey con su buena maña conquistaba aquellos caballeros parciales para que se le rindiesen. Recibió en su gracia á su tio el infante don Fernando, sin embargo de las revueltas pasadas, y púsole por condicion diese órden como los conjurados se alzasen entre sí unos á otros los homenajes y la palabra que se tenian dada. Don Sancho, obispo de Zaragoza, pretendia le restituyesen los pueblos que eran de su hermano don Pedro Abones, de que el Rey se apoderó Juego que le mataron. Otorgóle que estuviese á derecho y que pasasen por lo que los jueces determinasen. Hízose así, y oidas las partes, pronunciaron que los pueblos que tenían en tenencia quedasen por el Rey; los demás heredados de sus padres, se restituyesen al Obispo, pues no era justo que por la falta de uno padeciese todo el linaje. Parecia con esto quedar el reino sosegado. Los de la casa de Cabrera no acababan de apaciguarse. Aurembiase, hija de Armengol, conde de Urgel, segun que se concertara, pretendia en juicio que le restituyesen el estado de su padre, de que

En un mismo tiempo en Castilla y en Aragon se hacia guerra contra los moros. Los aragoneses adelantaron mucho sus cosas, los de Castilla no hicieron de presente grande progreso. El nuevo rey Abenhut tenia puesto en cuidado al rey don Fernando por verle de nuevo apoderado de Granada, ciudad populosa y principal. Juntó sus huestes y llegó con ellas hasta dar vista á aquella ciudad y pasó adelante hasta Almería; mas no hizo otro efecto de importancia, á causa que el enemigo, escarmentado en cabeza ajena, se excusó de venir á las manos. Con esto se pasó lo restante deste año y del luego siguiente 1229, en el cual tiempo se tuvo aviso de Alemaña que los caballeros teutónicos, que por espacio de muchos años mostraron mucho valor en las guerras de la Tierra-Santa, con la cruz negra que traian por divisa sobre manto blanco, luego que se perdió la ciudad de Ptolemaide, se volvieron á su patria, que eran naturales de Alemaña, y con licencia del emperador Federico II, hicieron su asiento en la Prusia, provincia áspera é inculta, puesta entre Sajonia y Polonia, cuyos moradores aun no eran cristianos. Aumentáronse poco adelante estos caballeros en poder y fuerzas con apoderarse y conquistar la provincia de Livonia, que se cuenta entre los sármatas y cae sobre el reino de Polonia. Mantuviéronse por muchos años y hi❤ cieron buenos efectos hasta tanto que Alberto, último maestre de aquella caballería, se inficionó con la herejía luterana, y con la libertad de aquella secta dejó el hábito y renunció, por casarse, aquellas provincias y las entregó al rey de Polonia. Volvamos al rey don Jaime de Aragon. Luego que vió apaciguado su reino, comenzó á tratar de qué manera podria emplear sus fuer→

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