Imágenes de páginas
PDF
EPUB

zas contra los enemigos de Cristo. Acaeció que cierto dia un hombre principal de Tarragona, por nombre Pedro Martello, le convidó á comer en su casa; las ventanas de la sala en que era el convite caian sobre la mar, y por frente la isla de Mallorca. Con esta ocasion, de una plática en otra vinieron á tratar de la fertilidad, frescura y riqueza de aquella isla y de las demás que caen en aquel paraje. Tomó la mano Pedro Martello, como el que tenia larga experiencia de todo lo que pasaba en este caso. Encareció con muchas palabras las excelencias de Mallorca, su fertilidad y abundancia, los grandes daños que desde allí se hacian en las costas de Cataluña y las otras comarcanas de España. Sucedió muy á propósito que pocos días antes aquellos moros tomaron ciertas naves catalanas; y al embajador que enviaron para requerir que las restituyesen, como hiciese su demanda en nombre del rey don Jaime de Aragon, respondió el rey moro, que se llamaba Retabohihes, con grande arrogancia: ¿Qué rey me nombrais aquí? El embajador: Al hijo, dijo, del rey de Aragon, que en las Navas de Tolosa desbarató y destrozó un grande ejército de vuestra nacion. Indignóse el Moro de suerte con esta respuesta tan resoluta, que poco faltó no pusiesen la mano en el embajador; mas en fin prevaleció el derecho de las gentes; solo le hicieron luego salir de la isla. Alteróse el rey de Aragon oidas estas cosas, y resolvióse de emprender aquella guerra, en que tantas comodidades se representaban. Para apercebirse de todo lo necesario juntó Cortes en Barcelona, dió cuenta de la empresa que pensaba tomar; de que los presentes recibieron tanto gusto, que con grande voluntad para este efecto le otorgaron segunda vez el bovático, tributo que se solia dar á los reyes una vez solamente. Con esto despachó sus cartas, en que mandó que para mediado el mes de mayo los soldados y las compañías se juntasen en el puerto de Salu, cerca de Tarragona, do se aprestaba la armada y se hacia toda la masa de la gente para pasar á Mallorca. En este medio vino de Roma á Aragon por legado del Papa, Juan, monje de Cluñi y cardenal sabinense, sobre negocios muy graves. Acudió el Rey á Calatayud para verse con el Legado. Vino asimismo á aquella ciudad Zeit, rey de Valencia, despojado de aquel reino y de aquella ciudad por otro moro llamado Zaen. El amistad que tenia con los cristianos le acarreó este daño y este revés tan grande, demás que se rugia queria hacerse cristiano. Por esto el rey don Jaime se resolvió de recebille debajo de su proteccion, no solo á él, sino tambien á su hijo Abahomat, y para restituillos en su estado hacer guerra á aquel tirano, como lo cumplió adelante. El negocio principal sobre que vino el Legado era el casamiento del Rey, que pretendia apartarse de la Reina, y para ello alegaba el impedimento de consanguinidad, si bien tenia ya un hijo, por nombre don Alonso, para suceder en la corona y estados de su padre. Para averiguar este pleito el Rey y el Legado pasaron á Tarazona. Acudieron allí don Rodrigo, arzobispo de Toledo, y Aspargo, arzobispo de Tarragona, con otros muchos obispos de Castilla y de Aragon para hallarse á la determinacion de aquel negocio tan grave y que á todos tocaba. Alegaron las partes de su justicia, formóse el proceso, y por conclusion se pronunció que el casamiento era ninguno y que el Rey y la Reina quedaban libres para disponer de

sí; y sin embargo, determinaron que el hijo, como legítimo, heredase el reino de su padre. Dada la senten cia, la reina doña Leonor, ya ni viuda ni casada, se partió de buena gana para hacer compañía á su hermana doña Berenguela y consolarse con ella en aquella su soledad. Dejáronle los pueblos que tenia en Aragon como en arras y parte de dote, llevó otrosí muchas preseas de paños ricos, oro, plata y pedrería. Despedida la junta, el Rey acudió á Tarragona para hallarse al tiempo señalado. Lo restante del estío gastó en aprestar la flota y en juntar los soldados, que de cada dia le venian en gran número con gran voluntad de tener parte en aquella empresa. Luego que todo estuvo á punto se embarcó la gente, y por el mes de setiembre, con buen tiempo, se hicieron á la vela y se alargaron á la mar. El número de la gente quince mil infantes y mil y quinientos caballos. Ciento y treinta y cinco velas entre naves de alto borde, que eran veinte y cinco, doce galeras, y los demás bergantines y vasos pequeños; iban otrosí algunos bajeles, que servian para llevar los caballos. La navegacion es corta; así en breve llegaron á vista de Mallorca. Allí de súbito les sobrevino tal tempestad y les cargó el tiempo de suerte, que la armada se derrotó en gran parte y estuvieron á riesgo de no pasar adelante. Fué Dios servido que á puesta de sol el viento leste y levante, que traia desasosegado el mar y sopla de ordinario por aquellas partes, calmó y se trocó en cierzo, muy á propósito para proseguir su navegacion y acaballa. En todo este peligro mostró el Rey grande constancia y ánimo; con que todos se animaron y se remediaron los daños. La figura de Mallorca es cuadrada, con cuatro cabos y remates, que miran á las cuatro partes del mundo. A la parte de poniente tiene el puerto de Palumbaria, y por frente la isla llamada Dragonera, el cabo ó promontorio de las Salinas cae á mediodía, y en medio del puerto y deste cabo, casi á igual distancia, está asentada la principal ciudad, que tiene el mismo nombre de la isla, ca se llama Mallorca; los cabos de la Piedra y de San Vicente miran á las partes de levante y de setentrion. Cerca del cabo de la Piedra está situado un pequeño lugar, pero que tiene buen puerto y abrigo para las naves; llámase Polencia, y antiguamente fué colonia de romanos. Quisiera el Rey tomar este puerto; pero el viento contrario le forzó á surgir en el de Palumbaria, distante de la ciudad treinta millas. La galera capitana, en que el Rey iba, fué la primera á entrar en el puerto y tras ella lo restante de la armada, sin que faltase bajel alguno de toda ella. Acudió gran morisma para impedir que no saltasen en tierra; por esto les fué forzoso pasarse al puerto de Santa Poncia, que está mas adelante entre poniente y mediodía. Allí echaron anclas, y á pesar de los moros, saltaron en tierra. Hobo algunas escaramuzas al desembarcar, en que siempre los cristianos llevaron lo mejor. El intento era enderezarse la vuelta de la ciudad de Mallorca; porque ella tomada, lo demás de la isla se rendiria con mucha facilidad. No ignoraba esto el rey Moro, antes para su defensa tenia hechas sus estancias en el monte Portopi, que está á vista de la ciudad. La gente que tenia era mas en número que en fuerzas señalada. Acordó valerse de maña y parar una celada en el camino entre unas quebradas y bosques para tomar. á los enemigos descuidados y de sobresalto. Sucedióle

á

como lo pensaba, que los cristianos se descuidaron como si caminaran por tierra segura. Visto el desórden, los moros cargaron con tal denuedo, que los pusieron en grande aprieto. Murieron en la refriega, entre otros muchos, don Guillen de Moncada, vizconde de Bearne, y don Ramon de Moncada, personajes de gran cuenta y que iban en la avanguardia, y fueron los primeros á hacer rostro en aquel trance, que fué una pérdida muy grande y notable desgracia. Bajaban del monte, que cerca está, los moros en gran número para ayudar á los suyos, de suerte que de una parte y de otra se trabó una reñida batalla, y los fieles se vieron en gran peligro y cercados de todas partes. El esfuerzo y valor del Rey y su buena dicha venció estas dificultades; ca sin saber el daño que los suyos recibieron al principio, peleó valientemente y forzó á los moros, primero á retirarse poco a poco, despues á huir y recogerse en sus reales. La pelea fué con poca órden á fuer de Africa, de tropel, y que ya acometen, ya vuelven las espaldas, aquí se retiran, allí cargan. Los cristianos siguieron el alcance, subieron al monte al son de sus cajas y entraron los reales de los moros, con que la victoria y el campo quedó de todo punto por ellos. No pasaron adeJunte ni se curaron de ejecutar la victoria y de seguir á los vencidos, porque tenian la guarida cerca y mas noticia de toda aquella tierra. Contentáronse con lo hecho y con asentar sus reales á vista de la ciudad para combatilla, por entender que los de dentro estaban muy proveidos y de su voluntad no se rendirian. Los dias adelante pusieron diligencia en levantar todo género de máquinas, trabucos, torres y mantas para batir y arrimarse á las murallas. Cegaron el foso de la ciudad, que era ancho y hondo, con hornija y otros materiales. Salian los moros de rebato para desbaratar é impedir estos ingenios, pero las mas veces volvian con las manos en la cabeza. Finalmente, los soldados se arrimaron al muro, y con picos arrancaron las piedras de los cimientos de cuatro torres, que apuntalaron con vigas, y despues les pegaron fuego; con que las dichas cuatro torres dieron en tierra, y en el muro quedó abierta una grande entrada. Los moros, visto peligro que corrian si la ciudad se entraba por fuerza de ser muertos y saqueadas sus casas, vinieron en pedir concierto. Pretendian les dejasen las vidas y las haciendas y que con su Rey se pudiesen pasar en Africa. A muchos parecia bueno este partido y que se debia venir en lo que pedian. Deste parecer era don Nuño, conde de Ruisellon, que era el medianero en estos tratos; los amigos y deudos del príncipe de Bearne, con deseo de vengarse, pretendian que era afrenta é infamia acabar la guerra antes de tomar venganza de tantos y tan buenos caballeros como aquellos bárbaros mataron. Los cercados, perdida la esperanza de concierto, tornaron con furia rabiosa á la pelea y con mayor ímpetu que antes á defender la ciudad. La desesperacion es una muy fuerte arma; hicieron mucho daño en los nuestros, tanto, que ya se arrepentian los que estorbaron el concierto y holgaran se admitiera de nuevo. Finalmente, derribada gran parte del muro, era forzoso á los nuestros que por las piedras y ruinas procurasen hacer camino. Algunos decian convenia acometer la ciudad de noche cuando las centinelas están cansadas; el Rey, por excusar la libertad y desórdenes que trae consigo la noche, mandó

que se guardasen las puertas y portillos con todo cuidado porque no huyesen los enemigos. Al alba concertó y puso en órden los suyos para dar el asalto, y de parte que pudo ser oido les habló en esta manera: «Bien conozco, amigos, que para premiar vuestros trabajos y vuestro valor no tengo fuerzas bastantes; el reconocimiento y estima será perpetua por cuanto la vida durare. La ocasion que de presente se ofrece de hacer un nuevo servicio á Dios, á vuestra patria y á mi corona, y para vos ganar prez y honra inmortal es, cual veis, la mejor que se pudiera pensar. Con la toma desta ciudad y con sus despojos quedaréis ricos y bien parados; con su sangre vengaréis la de vuestros deudos y hermanos, y yo por vuestro trabajo conquistaré un nuevo reino y estado. Los de dentro son pocos en número, sin aliento por la hambre que padecen, enfermedades, trabajos. ¿Quién será tan de tau poco ánimo que no arremeta y cierre con los enemigos y por aquellos muros aporti→ llados no se haga camino con la espada para entrar en la ciudad? A Dios teneis favorable, por cuyo nombre peleais; este será el remate de vuestros largos trabajos y fatigas, principio de alegría y de descanso. Los flacos y temerosos, si alguno hobiese, correrán mas peligro; en el ánimo y osadía consiste la seguridad de los que valientemente pelearen.» Dichas estas razones, mandó dar señal de acometer y cerrar por una, dos y tres veces. Los soldados se detenian; no se qué miedo y espanto los tenia casi pasmados. El Rey, «¿qué esperais, dice, soldados? Qué haceis? Acometed y embestid con vuestro ánimo acostumbrado; los enemigos son los mismos que hasta aquí; ¿qué dudais?» Despertados con estas palabras como de un sueño, arremeten de golpe y de tropel con gran grita y alarido; los moros acuden á todas partes con gran coraje para defender la entrada; hacen el último esfuerzo. Encendióse la batalla y la refriega en diversos lugares. Por conclusion, muertos y heridos muchos de los enemigos, se entró la ciudad, que saquearon los soldados á toda su voluntad, en que los unos y los otros se ensangrentaron, El rey Moro, perdida toda esperanza, se escondió en cier◄ to lugar secreto. De allí le sacaron; el rey don Jaime, como lo tenia jurado, para mayor afrenta le tomó por la barba, si bien con palabras corteses le animó y prometió que todo se haria bien. Tomada la ciudad, sin dilacion se entregó la fortaleza, en que hallaron un hijo de aquel Rey, en edad de trece años, que adelante bautizaron y se llamó don Jaime. Heredóle el Rey en tierra de Valencia, y dióle por juro de heredad la villa de Gotor, de que toman su apellido sus descendientes, caballeros principales de aquel reino; así bien como de otro caballero por nombre Carrocio, natural de Alemaña, noble, y que sirvió muy bien en esta guerra, y en recompensa de sus trabajos le dieron el lugar de ReboHledo, decienden los Carrocios, gente noble y principal, y que dura hasta nuestros tiempos, en el mismo reino de Valencia. Ganóse la ciudad de Mallorca, postrero dia de diciembre, entrante el año de Cristo de 1230. Acordó el Rey hacella catedral y poner en ella obispo, si bien los canónigos de Barcelona pretendian pertenecerles aquel obispado por escrituras que alegaban, del todo olvidadas y desusadas; así no salieron con su pretension. Los demás castillos y pueblos de toda la isla con facilidad vinieron á poder de cristianos; mas ¿cómo pudieran

sustentarse perdida la ciudad principal? Apaciguada la tierra y dado asiento en las cosas del nuevo reino, los mas soldados dieron vuelta para sus casas y el Rey pasó á Cataluña. En este mismo año la religion de nuestra Señora de la Merced, que se instituyó pocos años antes, segun que de suso queda apuntado, su modo de vivir y la regla que profesan, fué aprobada por el papa Gregorio IX, como parece por su bula, dada en Perosa, ciudad de Toscana, á 17 de enero deste mismo año, segun que rezan las constituciones desta órden al principio.

CAPITULO XV.

Que el reino de Leon se unió con el de Castilla.

En el mismo tiempo que los de Aragon emprendieron la conquista de Mallorca y la ganaron, el rey don Alonso de Leon con sus huestes y las de su hijo hizo una nueva entrada en tierra de moros. Púsose con sus gentes sobre Cáceres, villa principal de Extremadura y que otras veces habia intentado de tomalla y no pudo salir con ello. Era príncipe brioso y denodado, las fuerzas que llevaba eran mayores que antes, y así pudo salir con la empresa, y aun pasó adelante animado con este principio á poner sitio sobre la ciudad de Mérida, que en otro tiempo fué la mas principal de aquellas partes y de presente era populosa y grande. El rey moro Abenhut, sabido lo que pasaba, por ganar reputacion entre su gente acordó de ir con su hueste en socorro de los cercados. Su venida y determinacion puso en cuidado al rey don Alonso; por una parte se recelaba de ponerse al trance de una batalla por la poca gente que tenia, por otra el miedo de la infamia, si se retiraba, le aquejaba mucho mas; que á tales personajes la afrenta suele ser mas pesada que la misma muerte. Para resolverse juntó á consejo los capitanes, los pareceres fueron diferentes, como es ordinario. Los mas en número y de mayor prudencia querian se excusase la batalla con aquel enemigo que venia poderoso y bravo; mas el Rey todavía se arrimó al parecer contrario de los que se mostraban mas animosos y honrados. Tomada esta resolucion, ordenó sus haces en guisa de pelear; lo mismo hicieron los moros, que ya tenian allí cerca sus estancias. Dióse la señal de acometer; resonaban las trompetas, las cajas, los atabales por todas partes. Cerraron con grande ánimo los unos y los otros. La batalla por algun espacio fué muy herida y sangrienta, pero en fin, el valor de los cristianos sobrepujó la muchedumbre de los paganos. La victoria fué tan señalada y el destrozo de los enemigos de Cristo tan grande, que de miedo muchos pueblos de aquella comarca quedaron yermos por huirse sus moradores por diversas partes. Díjose por cosa cierta que el apóstol Santiago y en su compañía otros santos con ropas blancas en lo mas recio de la batalla esforzaron á los nuestros y amedrentaron á los contrarios; y aun en Zamora no faltaron personas que publicaron haber visto á san Isidoro, que con otros santos se apresuraba para hallarse en aquella batalla en favor de los cristianos. La verdad ¿quién la podrá averiguar? La alegría de victorias semejantes suele dar ocasion á que se tengan por ciertos cualquier suerte de milagros. Despues desta rota los de Mérida, por no tener esperanza les vendria otro socor

ro, abrieron las puertas á los vencedores, que fué el fruto principal de la victoria. Demás que desta vez so ganó y vino á poder de cristianos la ciudad de Badajoz, puesta en aquella parte por do parten términos Extremadura, Andalucía y Portugal. El rey don Alonso, que en el cuento de los reyes de Castilla y de Leon se pone por noveno de aquel nombre, acabadas cosas tan grandes y porque el tiempo cargaba, despidió su gente para que se fuese á invernar, resuelto de revolver con mayores fuerzas sobre los moros luego que el tiempo diese lugar. Atajó la muerte sus buenos intentos, que le sobrevino en Villanueva de Sarria, de una dolencia aguda que allí le acabó al fin deste año, yendo á visitar el sepulcro del apóstol Santiago, para en él cumplir sus votos y dar gracias a Dios por mercedes tan señaladas; su cuerpo sepultaron en aquella iglesia de Santiago. De doña Teresa, su primera mujer, dejó dos hijas, doña Sancha y doña Dulce; de la reina doña Berenguela quedaron don Fernando, que ya era rey de Castilla, y don Alonso, que fué señor de Molina, y doña Berenguela, que casó con Juan de Brena, rey de Jerusalem. Tuvo otro hijo fuera de matrimonio, que se llamó don Rodrigo de Leon. Reinó por espacio de cuarenta y dos años, fué valeroso y esforzado en la guerra, tan amigo de justicia, que á los jueces, porque no recibiesen de las partes ni se dejasen negociar, señaló salarios públicos, y los castigaba con todo rigor si en esto excedian. Verdad es que escureció y amancilló las demás virtudes de que fué dotado con dar orejas á chismes y reportes de los que andaban á su lado; falta muy perjudicial en los grandes príncipes. El odio que tuvo á su hijo don Fernando, de cuya virtud y santidad se debiera honrar mas que de otra cosa, fué grande, y le duró por toda la vida, tanto que en su testamento nombró por sus herederas á las dos infantas, sus hijas mayores. Poresta causa, para prevenir inconvenientes y pasiones, era forzoso que el rey don Fernando, pospuesto todo lo al, se apresurase para tomar posesion de aquel reino, si bien á la sazon se hallaba ocupado en la guerra que hacia en Andalucía; príncipe esforzado y valeroso y que no sabia reposar ni miraba por su salud á trueque de adelantar el partido de los cristianos. Puso cerco sobre Jaen, pero aunque la apretó con todo su poder, teníanla tan pertrechada de gente y de todo lo demás, que no pudo ganalla. Pásó con su campo sobre Darallerza. En este cerco estaba ocupado cuando le vinieron nuevas de la muerte de su padre. Aconsejábanle los que con él estaban, y entre ellos don Rodrigo, arzobispo de Toledo, diese la vuelta. Solicitábale sobre todos su madre, y cada dia cargaban mensajes de todas partes en esta misma razon. Bien entendia él que le aconsejaban lo que era bueno y que la dilacion le podria empecer mas que todo; pero aquejábale en contrario el deseo de llevar adelante la empresa del Andalucía. Su madre, con el cuidado que el amor de hijo Te daba y por los miedos que él mismo le ocasionaba, acordó partirse para hablalle. En Orgaz, que está cinco leguas de Toledo, camino del Andalucía, se encontraron madre y hijo. Allí tomaron su acuerdo, que fué sin mas dilacion apresurar el camino para el reino de Leon, sin detenerse ni en Toledo ni en otra parte alguna. Hízose así, y el Rey luego que llegó al reino de Leon, le halló mas llano de lo que se pensaba. Los pueblos le abrian las puertas y

le festejaban. Llamábanle rey pio y bienaventurado, con otros muchos títulos y renombres que le daban. Coronóse en Toro, honra debida á aquella ciudad por ser la primera que le ofreció la obediencia por sus cartas. Los ricos hombres no estaban del todo llanos, antés algunos seguian la voz de las infantas, con algunos pueblos que se les arrimaban. Pudiera resultar desta division algun grande inconveniente, si los prelados de aquel reino no ganaran por la mano, cuyo oficio es no solo predicar al pueblo y administralle las cosas sagradas, sino mirar por el bien y pro comun; y así, visto por quien estaba la justicia, enfrenaron sus particulares aficiones con la razon y dieron de su mano el reino á quien venia de derecho. Los principales en este número fueron Juan, obispo de Oviedo ; Nuño, de Astor. ga; Rodrigo, de Leon; Miguel, de Lugo; Martin, de Mondoñedo; Miguel, de Ciudad-Rodrigo; Sancho, de Coria. Doña Teresa, madre de las infantas, acudió de Portugal para dalles como á hijas el ayuda y consejo necesario. Parecióle seria mas acertado concertarse con su antenado, y para esto se vió con doña Berenguela, madre del Rey, en Valencia la de Galicia; en esta vista y habla se acordaron que las infantas cediesen á su hermano el derecho que pretendian tener al reino, y que él les acudiese cada un año con treinta mil ducados para sus alimentos. Tomado este asiento, el rey de Leon, do estaba, partió para Valencia, las infantas fueron á Benavente para visitalle y verse con él. Al arzobispo don Rodrigo, en premio del trabajo que tomó en todos estos tratos y caminos tan largos y tan continuos que hacia sin cansarse jamás, dió el Rey en aquella tierra la villa de Cascata. Por esta manera el reino de Leon tornó á juntarse con el de Castilla á cabo de setenta y tres años que andaba dividido, no sin perjuicio y daño de todos. La union y atadura que en el rey don Fernando y sus descendientes se hizo y se ha continuado hasta nuestros tiempos fué principio y como pronóstico de la grandeza que hoy tienen los reyes de España.

CAPITULO XVI.

De algunas vistas que diversos reyes tuvieron entre sí. Don Sancho, rey de Navarra, por sobrenombre llamado el Fuerte, título que en su mocedad le dieron sus hazañas, mudado el modo de vivir y la traza en esta sazon á causa de su mucha grosura y de la poca salud que tenia, se estaba retirado en el castillo de Tudela sin cuidar mucho del gobierno. Deste retiramiento los vasallos tomaron ocasion de atreverse y de alterarse, en especial en Pamplona, que diversas veces se alborotó por este tiempo. La falta del castigo hace á los hombres osados, y la dolencia de la cabeza redunda en los demás miembros. Asimismo don Lope Diaz de Haro, señor de Vizcaya, con golpe de gente por la parte de la Rioja hizo entrada en las tierras de Navarra, y en ella se apoderó de algunos pueblos y castillos. Sospechóse que el rey don Fernando tenia en esto parte, y que por su consejo y con sus fuerzas se encaminaban estas tramas. Lo que hacia mas al caso que Teobaldo, conde de Campaña en Francia, sobrino de aquel Rey por ser hijo de su hermana doña Blanca, infanta de Navarra, y que si tuviera paciencia habia de heredar aquella co

rona por no tener el Rey hijos, con demasiada priesa traia sus inteligencias con los señores de aquel reino para desposeer á su tio; grande crueldad y que le puso en condicion de perder lo que tenia en la mano. Porque el rey don Sancho, avisado de lo que pasaba y punzado del dolor que estos desórdenes le acarreaban, visto que por sí no tenia fuerzas bastantes para contrastar con los suyos y con los extraños, acordó buscar socorros de fuera y de camino vengarse de aquellos ultrajes y deslealtad. El rey don Jaime, acabada la empresa de Mallor ca, ganara renombre de esforzado y valeroso en tanto grado, que los demás príncipes á porfia pretendian su amistad y buena gracia. Acordó envialle sus embajadores para rogalle se fuese á ver con él en Tudela para comunicalle algunos negocios muy graves y que no se podian tratar en ausencia por terceros. Hallábase el rey don Jaime en Zaragoza, donde por la via de Poblete y de Lérida era venido despues de la conquista de Mallorca. No le pareció dejar pasar aquella ocasion, que, segun él imaginaba, se le presentaba de acrecentar su estado; así, sin pedir otra seguridad, se vino para el rey don Sancho. Mostráronse mucho amor de la una parte y de la otra. Acabados los comedimientos y cortesías, entraron en materia y trataron de lo que importaba. Querellóse don Sancho de su sobrino el conde Teobaldo, que sin respeto al deudo ni tener paciencia para esperar su muerte, con sus malas mañas le alteraba los vasallos. Del rey don Fernando dijo que, sin embargo que tenia tantas provincias, era su ambicion tan grande, que con los nuevos ditados le crecia el apetito de mandar, mal desasosegado y incurable. Que tenia pensado valerse de sus fuerzas, de su dicha y de su maña, recobrar lo de Vizcaya, que le tenian contra derecho usurpado, y reprimir los insultos y intentos de Francia, y juntamente sosegar los naturales para que no se atreviesen. En recompensa de su trabajo le queria dejar aquel reino para despues de sus dias, y para mas aseguralle desde luego nombralle por su sucesor y adoptalle por hijo, como lo hizo por estas palabras: Yo os nombro por mi heredero por via de adopcion para que hayais y poseais esta corona. Prospere Dios, nuestro Señor, y ayude esta nuestra voluntad; que bien entiendo despues de mis dias miraréis por mis vasallos, y mientras viviere haréis lo que de un buen hijo puede su padre esperar. Aceptó el rey don Jaime esta adopcion y la buena suerte que se le presentaba. Para dar mejor color á todo concertaron que la adopcion fuese recíproca, de suerte que cualquiera de los dos que faltase, el otro le sucediese en el reino. Era cosa ridícula y juego que un mozo y que se hallaba en lo mejor de su edad, además que tenia hijo y heredero, prohijase un viejo doliente y que estaba en lo postrero de su vida. Puédese sospechar que el Navarro por su edad y dolencia no estuviese muy entero. A los 4 de abril se otorgaron las escrituras deste concierto, que confirmaron los señores que de Aragon y Navarra se hallaron presentes. Demás desto, el Navarro dió al de Aragon prestados para los gastos de la guerra cien mil sueldos, y en prendas recibió para seguridad de la deuda ciertos pueblos de Aragon. En esto vino nueva que el rey de Túnez aprestaba una gruesa armada para recobrar la isla de Mallorca, que hizo despedir las vistas y abreviar, y forzó al rey don Jaime á dar la vuelta á Zaragoza para acudir á la defensa, si necesario fuese.

En este tiempo falleció Aurembiase, dejó en su testamento el condado de Urgel, y Valladolid en Castilla al infante don Pedro, su marido, por no tener hijos; de que resultaron nuevos inconvenientes á causa que don Ponce de Cabrera acudió á los derechos y pretensiones antiguas de su casa, resuelto, si no le hacian razon, de valerse de las armas y de la fuerza. Atajó el Rey con su prudencia la tempestad que se armaba. Concertó que al nuevo pretensor se diese aquel condado, fuera de la ciudad de Balaguer, que retuvo para sí, y al Infante mientras que viviese entregó la isla de Mallorca para que la gobernase en su lugar y como teniente suyo. Tomado este acuerdo, el Rey del puerto de Salu se hizo á la vela y aportó á Mallorca. Supo que el rey de Túnez por aquel año no venia; por esto sin hacer otra cosa dió la vuelta pará su casa. El rey don Fernando se ocupaba en visitar el nuevo reino de Leon á propósito de granjear las voluntades de la gente con todo género de buenas obras y mercedes que les hacia. En el entre tanto encargó el cuidado de la guerra contra moros al arzobispo don Rodrigo, y en recompensa le hizo merced de la villa de Quesada, á tal que echase della Jos moros, á cuyo poder era vuelta. Venido pues el verano, el Arzobispo con gente rompió por aquella parte, corrió los campos, hizo presas, quemó las mieses que ya estaban sazonadas, y no solo ganó de los moros á Quesada y Cazorla, villas puestas en los pueblos que antiguamente se llamaron bastetanos, sino tambien les tomó á Cuenca, Chelis, Niebla, que llamaron los romanos Elepla, con otros pueblos comarcanos de menor cuenta. Este fué el principio del adelantamiento de Cazorla, que por largos tiempos por merced y gracia de los reyes poseyeron los arzobispos de Toledo, que nombraban como Jugarteniente suyo al Adelantado, hasta tanto que en nuestros dias don Juan Tavera, cardenal y arzobispo de Toledo, le dió por juro de heredad para sus descendientes á don Francisco de los Cobos, comendador mayor de Leon, al cual de secretario suyo levantó á grande estado y dignidad el favor y privanza que alcanzó con el emperador Cárlos V, rey de España. Verdad es que don Juan Siliceo, sucesor del dicho Cardenal, pretendió por pleito revocar aquella donacion, como hecha en notable perjuicio de su iglesia; pero ni él ni sus sucesores salieron con su pretension hasta que don Bernardo de Rojas y Sandoval, cardenal de Toledo, concertó la diferencia y restituyó á su iglesia aquella dignidad. Quesada, porque volvió á poder de moros y adelante la recobró con sus armas el rey don Fernando, se quedó por los reyes de Castilla. Por estos tiempos Juan de Brena, rey de Jerusalem, perdido casi todo aquel reino, pasó por mar en Italia. Era francés de nacion, solicitó á los príncipes de Europa que le ayudasen con sus gentes para recobrar su reino. De camino casó á Violante, única hija suya, con el emperador Federico II, que por este casamiento tomó título de rey de Jerusalem, y dél se quedó en los reyes de Sicilia, sus sucesores en aquel reino, hasta pasar con él y continuarse en los reyes de Aragon y de España sucesivamente. Solemnizadas estas bodas, el rey Juan de Brena pasó en España y aportó por mar á Barcelona, año de 1232. Hospedóle el rey de Aragon con mucho amor y regalo y le tuvo consigo algun tiempo. Fuése desde allí á Santiago de Galicia por voto que tenia hecho de visitar aquel santuario. Honróle mu

cho el rey don Fernando, y para mayor muestra deamor, si bien era extranjero y su estado en balanzas, le dió por mujer á su hermana la infanta doña Berenguela á la vuelta de su romería. Concluidas las bodas, dió aquel Príncipe vuelta á Italia para, con los socorros que juntó, pasar á la guerra de la Tierra-Santa. El suceso no fué conforme á sus esperanzas ni trabajos que por fuerza sufrió en viaje tan largo. Los Anales de Toledo, á quien damos mucho crédito, señalan la venida deste Rey á España ocho años antes desto, y que el rey don Fernando le recibió solemnemente en Toledo, dia viérnes, á 12 de abril. La verdad es que vuelto á Italia, perdida la esperanza de recobrar su reino, por órden del Papa se encargó del imperio de Constantinopla, por ser de poca edad el emperador Balduino y estar aquel imperio que tenian los franceses á punto de perderse. Casó el mozo Emperador con María, hija de aquel Rey y de su mujer doña Berenguela. Este quiso fuese el premio de los trabajos que pasó en aquel gobierno y tutela. En Castilla los soldados de las órdenes militares se juntaron con el obispo de Plasencia, y de consuno ganaron de los moros á Trujillo, pueblo principal de la Extremadura. La toma fué á los 25 de enero. El rey don Jaime pasó tercera vez á Mallorca, y se apoderó de la isla de Menorca, que la de Ibiza, una de las Pitiusas y la mayor en el mar Ibérico, se conquistó el año adelante de 1234. Guillen Mongrio, prelado de Tarragona, sucesor de Asparge, ya difunto, envió sus gentes para este efecto, y por esta causa quedó aquella isla sujeta á su diócesi y obispado, como era razon. Este año, á los 7 de abril falleció en Tudela el rey don Sancho de Navarra. Su cuerpo enterraron en Nuestra Señora de Roncesvalles, convento de canónigos reglares, que él mismo edificó á su costa y le dotó de buenas rentas. Traen en el pecho una cruz azul en forma de cayado ó de báculo, por la demás el hábito es de clérigos ordinarios. Los navarros, luego que murió su Rey, llamaron á Teobaldo, conde de Campaña, como á pariente mas cercano. Coronóse por el mes de mayo en Pamplona. Un autor dice que el rey de Aragon, si bien tuvo aviso de todo, disimuló y no quiso irles á la mano ni seguir su derecho; que por ventura la conciencia le remordia para no pretender lo que no era suyo. Las guerras que emprendió adelante dan á entender que si disimuló fué por un poco de tiempo hasta desembarazarse y aprestarse para seguir su derecho de adopcion, que le tenia por bien fundado; mas la esperanza de salir con su intento era poca por la aversion que mostraban los naturales. Teníale otrosí puesto en cuidado un nuevo casamiento que trataba para sí con doña Violante, hija del rey de Hungría, que procuraba estorbar con todas sus fuerzas el rey don Fernando, porque todavía deseaba reconcilialle con su tia dona Leonor, que repudió los años pasados. Andaban embajadas sobre el caso; y porque por via de terceros no se concluia nada, acordaron los dos reyes de verse en el monasterio de Huerta, puesto á la raya de los dos reinos. Allí se hablaron á los 17 de setiembre. No se hizo efecto alguno en el negocio principal por razones que el Aragonés alegó en su defensa; solo demás de los pueblos que antes tenia dió á la reina doña Leonor la viila de Hariza, en que pasase su soledad; y para mayor entretenimiento vino en que su hijo quedase en su compañía hasta tanto que fuese de mas edad. Empleaba esta señora su tiempo y sus rentas en obras de piedad; en

« AnteriorContinuar »