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particular á su costa, cerca de Almazan, fundó un monasterio de Premostre, órden cuyo fundador no muchos años antes deste tiempo fué Humberto, natural de Lorena en Francia. El nombre de premostratenses tomaron estos religiosos del primer monasterio que edificaron en el bosque de Premostre.

CAPITULO XVII.

El principio que tuvieron las conquistas de Córdoba y Valencia.

Acabada la habla y las vistas, los dos reyes de Aragon y Castilla volvieron á proseguir la guerra santa contra los moros. Los aragoneses, feroces con la victoria de Mallorca y con odio que tenian al rey Zaen, que estaba por fuerza apoderado del reino de Valencia y habia entrado por las tierras de Aragon robando y quemando aldeas y villas hasta llegar á Amposta y Tortosa, de terminaban intentar la guerra de Valencia. Los castellanos proseguian la guerra comenzada en el Andalucía. La division que á esta sazon tenian entre sí los moros daba esperanza de buen suceso á los fieles, porque entre ellos andaban todos estos bandos: almohades, almoravides, benamarines, benadalodes. Era de tal manera la division y desconcierto, que aunque nadie les diera empellon, el mismo reino se cayera de suyo y se fuera á tierra. Concedieron los de Cataluña al Rey el tributo que llaman bovático para la guerra de Valencia, que no suelen conceder sino en el último aprieto y extrema necesidad. Muchos de los cristianos comenzaron á hacer entradas en las tierras de los moros; talaban y robaban lo que podian, especialmente don Blasco de Alagon, que tomó de los moros á Morella, pueblo fuerte. Este buen aguero y pronóstico para la guerra siguiente, que una persona particular hiciese tan buen efecto, al Rey dió pesadumbre; sentia que ninguno se le adelantase en dar principio á esta guerra. El castigo fué que tomó aquella villa para sí y dió á don Blasco en recompensa la villa de Sástago, que fué el principio de la guerra de Valencia y de los condes de Sástago, principal casa de aquel reino. Despues de tomado Morella, otro pueblo llamado Burriana, pasados dos meses de cerco, se entregó al Rey con condicion que á los moradores les concediese la vida y libertad. Salieron deste pueblo siete mil personas entre hombres y mujeres. Grave daño fué para los moros la pérdida destos dos pueblos, que con la fertilidad de sus campos sustentaban en aquella comarca otras muchas villas y castillos, á los cuales fué asimismo forzoso rendirse. De los primeros fué Peñíscola, á quien llama Ptolemeo Quersoneso, y con ella Castellon y Buñol. Don Jimeno de Urrea tomó á Alcalaten; por esto se hizo merced de aquel lugar y señorío á la nobilísima familia de los Urreas continuado hasta este tiempo. Mas adentro, en medio del reino de los moros, á la ribera del rio Júcar, conquistaron la villa de Almazora; entráronla los nuestros de noche, y así los moros buyeron sin ponerse en defensa. En este tiempo ei rey don Fernando, apaciguadas las cosas de Leon, dejó allí la Reina para ganar mas con esto las voluntades de aquella gente. Hecho esto, en Castilla se guarneció de un grande ejército con determinacion de proseguir la guerra del Andalucía, que por algun tiempo forzosamente se habia dejado. Puso cerco sobre Ubeda y combatióla con todo

género de máquinas, y aunque por ser de suyo ciudad principal y estar cerca de Baeza no mas de una legua, la tenian fortalecida de muchos valientes soldados de guarnicion, baluartes y vituallas para entretenerse mucho tiempo; pero la fortaleza y constancia del Rey venció todas las dificultades y se entregaron los moradores, salvas solamente las vidas. Por otra parte las órdenes tomaron á Medellin, Alfanges y Santa Cruz. La alegría destas victorias se mezcló y turbó con nueva pérdida, como es muy usado en esta vida mortal y llena de mudanzas. La Reina, mientras el Rey andaba ocupado y contento con el buen suceso que Dios le daba en la guerra, falleció en la ciudad de Toro. Llevaron su cuerpo al monasterio de las Huelgas de Búrgos; las exequias se le hicieron muy solemnes y el entierro. De alli fué trasladado su cuerpo á la ciudad de Sevilla despues de algunos años, donde junto con su marido la sepultaron y yace, con quien vivió muy unida en amor y voluntad. Tomada Ubeda, el Rey se volvió á Toledo, determinado de visitar otra vez las ciudades y villas del reino de Leon; con estos halagos pretendia ganar las voluntades de los nuevos vasallos. Los soldados que quedaron en el presidio de Ubeda hicieron una entrada en tierra de Córdoba, quemaron y talaron aquella campiña. Algunos de los moros, llamados vulgarmente almogárabes, fueron presos en esta cabalgada. Almogárabes se llamaban los soldados viejos y que estaban puestos en los castillos de guarnicion. Estos cautivos dieron aviso que se ofrecia buena coyuntura para tomar á Córdoba, sea que pretendiesen ganar la gracia de sus señores ó que estuviesen mal con los de aquella ciudad. El arrabal de Córdoba, que llaman Ajarquia, está pegado con las murallas, y le tenian á su cargo este género de soldados, que dieron lugar á los cristianos para que de noche por aquella parte escalasen la ciudad y la entrasen; que fué el año de nuestra salvacion de 1235, á los 23 de diciembre. El número de los soldados que entraron era pequeño para salir con empresa tan grave. Tomaron solamente algunas torres y apoderáronse de la puerta de Mártos con intento y esperanza que les acudirian socorros de todas partes; así, despacharon á toda priesa mensajeros que avisasen de lo hecho y del aprieto en que quedaban, si no les acorrian con toda presteza. A la verdad, los moros luego que amaneció, sabido lo que pasaba y que la ciudad era entrada, se pusieron á punto para combatir aquellas torres y lanzar por fuerza á los que en ellas estaban. Don Alvar Perez de Castro, cuya lealtad y valor fué muy conocido despues que se redujo, desde Mártos, do se hallaba, fué el primero que acudió á lo de Córdoba. Lo mismo hizo el Rey; luego que llegó el aviso, partió de la ciudad de Leon, y aunque la distancia era grande y el tiempo del año muy contrario, acudió con buen golpe de soldados allegados de presto; dejó otrosí mandado á los caballeros y ayuntamientos de las ciudades que fuesen en su seguimiento. Está en el camino un castillo, que se dice Bienquerencia, parecióles probar si le podrian rendir. El alcaide del castillo sirvió al Rey con vituallas; pero en lo que tocaba á entregarse, dijo no lo podia hacer hasta ver lo que se hacia de Córdoba, cuya autoridad seguia; que rendida la ciudad, prometia hacer lo mismo. Dejada pues esta fuerza pasaron con presteza adelante. Halló el Rey que de muchas partes habian acudido al

socorro muchos soldados, si bien todos ellos no llegaban | puertas, ahora tiene siete; los arrabales de fuera son á hacer bastante ejército. El rey Abenhut se hallaba en esta sazon en la ciudad de Ecija, aprestado para cualquiera ocasion que se le presentase con un poderoso campo. Don Lorenzo Suarez por andar desterrado seguia el partido y reales deste Rey. El Moro no estaba determinado si acudiria á los moros de Valencia, si á los de Córdoba, por estar la una ciudad y la otra en un mismo peligro y hacelle instancia de ambas partes por socorro. La conquista de Valencia se encaminó desta suerte. El rey de Aragon probó á conquistar á Cullera, mas cesó de la conquista por la falta de piedras que halló en aquel campo, para tirar con los trabucos; cosas pequeñas en las guerras tienen grande vez y son de mucha importancia; verdad es que en la llanura de Valencia fué tomado el castillo de Moncada por los aragoneses, y luego le echaron por tierra porque los demás moros escarmentasen con aquel ejemplo y castigo, Todo esto supo en un mismo tiempo el rey Abenhut. Estaba confuso, que no sabia en qué determinarse ni qué consejo tomase. Envió á don Lorenzo Suarez para que espiase lo que pasaba; él, deseando con algun señalado servicio volver á la gracia del rey don Fernando, comunicó-paña. le en secreto el intento de los moros y el estado de sus cosas. Avisado de lo que debia hacer, volvió al rey Moro, engrandecióle nuestras fuerzas mucho mas de lo que eran; díjole que el aparato y ejército era muy grande, mostraba en el rostro tristeza y miedo, mentiroso, es á saber, y fingido. Esta maña y artificio fué causa que el rey Moro no tratase de socorrer á Córdoba en gran pro de los cristianos; que si el Moro viniera, no fueran bastantes para resistir y hacer contraste á los de la ciudad y á los de fuera. La alegría que los nuestros recibieron por esta causa aumentó una nueva cierta que vino que el rey Moro pocos dias despues que pasó esto en la ciudad de Almería, en que estaba á punto para ir al socorro de Valencia, fué muerto por los suyos. Avino esta muerte muy á buen tiempo, porque el Moro era diligente y valeroso príncipe, elocuente en hablar, diestro en persuadir lo que queria, sosegar y amotinar la gente segun que le venia mas á cuento, robaba lo ajeno y daba de lo suyo francamente. En fin, en aquel tiempo, ni en paz ni en guerra, ninguno le hacia ventaja, y fuera gran parte si viviera para que las cosas de los moros se restauraran en España.

CAPITULO XVIII.

Cómo la ciudad de Córdoba se ganó de los moros.

En el medio casi de la Andalucía, en la parte que antiguamente se tendian los pueblos llamados túrdulos, está edificada la ciudad de Córdoba. Su asiento en un llano á las faldas de Sierramorena, que se levanta á la parte de septentrion ó norte, forma algunos recuestos y collados. A la mano izquierda la baña elrio famoso Guadalquivir, que por entrar en él muchos rios es tan grande que se puede navegar. La figura y forma de la ciudad es cuadrada; extiéndese por la ribera del rio, y así es mas larga que ancha. El tiempo que los moros la tuvieron en su poder asentaron en ella los reyes su casa y silla real y le quitaron mucho de su hermosura y gentileza, como gente que ni sabe de arquitectura ni de edificios ni se pręcia de algun primor. Antiguamente tenia cinco

tan grandes como una entera ciudad, especialmente el
que dijimos se llama de Ajarquia, á la ribera del rio, á
la parte de levante, que está todo cercado de muro y
pegado con la ciudad. El alcázar del Rey y su casa está
á la parte del poniente cercada con su muro particular;
una puente muy hermosa puesta sobre el rio, cuya cepa
comienza desde la iglesia mayor. Antiguamente se lla-
mó Colonia Patricia, porque en sus principios la habi-
taban los príncipes y escogidos de los romanos y de la
tierra, como lo dice Estrabon; fué siempre madre de
grandes ingenios, excelentes en las artes de la guerra y
de la paz; los campos de la ciudad son hermosos y fér-
tiles; danse toda manera de frutos y esquilmos, alegres
por su mucha frescura y arboleda. No solo tienen esto
en la llanura, sino los mismos montes con las copiosas
fuentes crian viñas y olivares y toda manera de árboles.
En estos montes, una legua de la ciudad, está edifica-
do un monasterio de frailes de San Jerónimo, en que pa-
recen rastros de Córdoba la Vieja, que edificó Marco
Marcello desde sus principios, ó sea que la aumentó y
adornó en el tiempo, es á saber, que fué pretor en Es-
Este sitio se entiende que por ser malsano le tro-
caron en el lugar en que al presente está. La toma desta
ciudad fué desta suerte: los cristianos se apoderaron de
una parte de los muros, el rey don Fernando luego que
llegó puso cerco sobre lo demás. Corria el año 1236.
Defendiéronse los moros con grande esfuerzo como los
que se hallaban en el último aprieto, que suele hacer á
los hombres esforzados. El gran número de gente que
dentro tenian y los socorros que de fuera esperaban,
los hacia asimismo confiados. Muchas veces por las pla-
zas y por las calles peleaban valientemente los unos por
salir con la empresa, los otros por la patria y por la li-
bertad. Gastóse algun tiempo en esto, hasta tanto que
por la fama y por dicho de algunos cautivos que pren-
dieron los de dentro supieron lo que pasaba acerca de
la muerte de Abenhut, rey de Granada, y juntamente
que don Lorenzo Suarez se era pasado á la parte de los
cristianos y se hallaba con los demás en aquel cerco.
Con esto, perdida la esperanza de poderse defender con
sus fuerzas y de ser socorridos de fuera, acordaron de
rendirse. Tuvieron plática sobre ello personas señala-
das de ambas partes; los del Rey encarecian sus fuer-
zas para sujetar los rebeldes, su clemencia para con los
que se rendian; los moros, si bien entendian el aprieto
en que estaban, no venian en lo que era razon. Pasába-
se el tiempo en demandas y respuestas, en proponer
condiciones y en reformallas. Los cristianos, vista su
porfía y que de cada dia los cercados se hallaban en
mayor aprieto, se aprovechaban de la dilacion para
agravar las capitulaciones, y á los moros era forzoso
pasar por lo que antes desechaban, como suele aconte-
cer á los duros y porfiados. Finalmente, de grado en
grado se redujeron á términode entregar la ciudad, con
solo que les concedieron las vidas y libertad para irse
cada cual donde mejor le estuviese. Hízose la entrega
en 29 de junio, dia de San Pedro y San Pablo; en señal
de la victoria en lo mas alto de la iglesia mayor levan-
taron una cruz y con ella el estandarte real, que se po→
dia ver de todas partes. La iglesia, con las ceremonias
acostumbradas, de mezquita que era, la mas famosa de
España, la consagraron diversos obispos que seguian

| nadas. Don Bernardo Guillen, tio del Rey de parte de madre, que tenia gran fama de valiente y habia hecho hazañas en las guerras señaladas, fué nombrado por general de la frontera de los moros de Valencia para que resistiese y enfrenase sus acometimientos y entradas. El mes de octubre siguiente hobo Cortes en la villa de Monzon, en que se trató de continuar y llevar adelante la guerra de Valencia y de ponella cerco. Acordaron otrosí por parecer de todos no se vedase por entonces cierta manera de moneda, llamada jaquesa, que tenia mucha mezcla de cobre, y los que se hallaban con ella temian que si la prohibian recebirian daño notable. Por esta causa se le concedió al Rey que cada casa de siete á siete años pagase al Fisco Real un maravedi. El castillo que se llamaba el Poyo de Santa María, con las guerras de los moros destruido, los cristianos le repararon, y don Bernardo Guillen le tenia con fuerte guarnicion. Zaen, rey de Valencia, emprendió con la gente que tenia, que se contaban seiscientos de á caballo y cuarenta mil peones, de combatir este castillo; los nuestros con increible ánimo y esfuerzo determinaron de salir de la fortaleza á pelear con los que en número de soldados les hacian ventaja; la cosa llegó al último aprieto, pero en fin la multitud y gran número de moros se rindió al esfuerzo y valentía, de suerte que

la guerra y se hallaron en la toma. Señalaron por pri-
mer obispo de aquella ciudad á fray Lope, monje de
Fitero, convento situado cerca del rio de Pisuerga. Con-
formóse en todo esto con la voluntad del Rey, y puso
en todo la mano don Juan, obispo de Osma, que suplia
las veces por su comision del primado don Rodrigo,
arzobispo de Toledo, que á la sazon estaba ausente y
era ido á Roma. Juntamente le dejó los sellos reales para
ejercitar en su lugar el oficio de chanciller mayor, dado
por los reyes los años pasados á los arzobispos de Tole-
do en la persona del mismo don Rodrigo. No se conten-
tó el Rey con lo hecho, antes por acordarse y saber que
docientos y sesenta años antes deste en que vamos los
moros hicieron traer las campanas de Santiago de Ga-
licia en hombros de cristianos, mandó que de la misma
manera las llevasen los moros hasta ponellas en su lu-
gar; recompensa bastante y emienda de aquella befa y
afrenta. Idos los moros, quedaba la ciudad sola y yer-
ma; prometió el Rey por sus cartas muchos privilegios
á los que viniesen á poblar, con que acudieron muchos,
y entre ellos repartieron las casas y heredades. Quedó
por gobernador de aquella ciudad don Alonso de Me-
neses, y don Alvaro de Castro por general de aquellas
fronteras, el uno y el otro con todo el poder y autori-
dad necesaria. A los títulos reales se añadió el de rey
de Córdoba y de Baeza, segun que consta por los pri-los
vilegios y cartas reales que de aquel tiempo y del de
adelante se hallan. La silla obispal de Calahorra por
este liempo se trasladó á Santo Domingo de la Calzada,
á instancia de don Juan Perez, obispo de aquella ciudad.
Pleitearon adelante las dos ciudades sobre este punto y
preeminencia por algun tiempo, concertóse finalmen-
te el debate, en que las hicieron iguales, de tal suerte,
que ambas iglesias fuesen, como lo son hoy, catedrales.

CAPITULO XIX.

Cómo se ganó la ciudad de Valencia.

enemigos fueron maltratados, vencidos y ahuyentados. Publicóse por cierto que san Jorge ayudó á los cristianos y que se halló en la pelea. Acostumbran los hombres cuando las cosas suceden sobre todas las fuerzas y esperanza, atribuirlo á Dios y á sus santos, autores de todo bien. Acrecentó la fe del milagro una imagen de nuestra Señora que se halló debajo de la campaña que tenian en el castillo. Los moradores de la comarca hicieron luego una iglesia para acatalla, muy devota, y en que se hacen muchos milagros, como lo dicen los de aquella tierra. La batalla se dió el mes de agosto, año de 1237. Murió en ella don Rodrigo Luesia, caballero principal. El rey don Jaime, sabida la victoria y el peligro que los suyos corrian, partió luego para allá, especialmente que le vinieron nuevas, aunque falsas, que los moros volvian con nuevos soldados de refresco á la empresa. Con mayor ánimo y esfuerzo que prudencia, con solos ciento treinta de á caballo, llegó hasta mas adelante del Poyo y de Monviedro. Allí se encontró con un valiente escuadron de moros, que llegó hasta aquellos lugares á hacer rostro á los nuestros. Traia por capitan á don Artal de Alagon, que andaba desterrado entre los moros y era hijo de don Blasco. El peligro era grande; la constancia y fortaleza del Rey y su buena dicha remediaron el daño que se pudiera temer; sobre todo Dios, que proveyó se fuesen los moros por otra parte sin dar la batalla ni encontrarse con los fieles. El castillo del Poyo, por estar cerca de Valencia y léjos de Aragon, no se podia conservar sin mucha costa y peligro, especialmente que aquellos dias falleciera don Bernardo Guillen, tio del Rey, á cuyo cargo quedó guarda de aquella plaza; que fué la causa que el Rey saliese de Zaragoza, en que tuvo el invierno, y se pusiese al riesgo ya dicho. Hizo merced á don Guillen Entenza, hijo del difunto, de todo lo que él poseia, oficios y tenencias, merced debida á los méritos y servicios de su padre. La tenencia del castillo se encomendó á don Berenguel Entenza, si bien los caballeros del reino eran

El rey de Aragon no cesaba de acosar los moros del reino de Valencia por todas partes y con toda manera de guerra. El rey Zeit andaba fuera de Valencia desterrado. Estaba de antes aficionado á mudar religion, y con la comunicacion de los cristianos finalmente se bautizó. Así lo habian profetizado en Valencia algunos años antes dos frailes de San Francisco, fray Juan y fray Pedro, los cuales él mismo por esta causa mandó matar. Instruido pues en la fe, le bautizaron y llamaron don Vicente. Esto se hizo secretamente, porque sabido por los moros, no cobrasen mas odio y indignacion contra él, que no tenia perdida la esperanza de recobrar su reino. Don Sancho Ahones, arzobispo de Zaragoza, procuró se casase conforme al uso de la Iglesia católica, porque con la mala costumbre y soltura que tenia antigua y con la mucha torpeza de su vida y deshonestidad, parecia que hacia burla de la religion cristiana que profesaba. La mujer que casó con él se llamó Dominga Lopez, natural de Zaragoza. Della nació una hi-la ja, llamada Alda Hernandez, mujer que fué despues de don Blasco Jimenez, señor de Arenos, que sucedió en otros muchos lugares que eran del Rey, su suegro, y los beredaron despues los de Arenos. El rey de Aragon para continuar la empresa comenzada, destruyó los campos de Ejerica, quemó las mieses que ya se vian sazo

de parecer se debía desamparar. Perseveró el Rey en sustentar aquel castillo por ser de mucha comodidad para la conquista de Valencia. Y porque los soldados trataban de huir y dejalle secretamente, los juntó en la capilla del castillo, y juró en el ara consagrada solemnemente de no volver á su casa sin tomar á Valencia. Con esta resolucion los ánimos de los soldados que allí tenian se esforzaron y quedaron allí de buena gana; los de los contrarios de tal manera desmayaron, que Zaen envió á requerille de paz, y ofreció que daria muchos castillos y fortalezas y cierta cantidad de oro de tributo cada un año. El Rey, con la esperanza que tenia de ganar la ciudad, aunque contra el parecer de los suyos, todo lo desechó; mayormente que Almenara, Betera, Bulla y otros castillos muy importantes se le entregaron de su voluntad. Con esto se aumentaron los ánimos y la esperanza de los soldados. No tenia el Rey á esta sazon mas que mil peones y trecientos y sesenta hombres de á caballo. ¿Qué era esta gente para una empresa tan grande? Qué osadía y temeridad aventurarse con fuerzas tan pequeñas? Mas los consejos atrevidos por tales se tienen comunmente cuales son los remates; tal es el juicio de los hombres. Con tan poca gente, pasado el rio Guadalaviar, se atrevió á poner sitio á una ciudad tan grande y tan populosa. Asentaron los reales y los barrearon entre el Grao, que así se llama aquella parte del mar por ser á manera de escalones, y entre la ciudad, á iguales distancias, una milla de cada una destas dos partes. Valencia está situada en aquella parte de España que se llamó Tarraconense, en la comarca que habitaron antiguamente los edetanos. Su asiento en una gran llanura, fértil y abastada de todo lo necesario á la vida y al regalo, aunque el trigo le viene de acarreo y de fuera del reino para sustentarse. Es rica de armas y de soldados, abundante de mercadurías de toda suerte; de tan alegre suelo y cielo, que ni padece frio de invierno, y el estio hacen muy templado los embates y los aires del mar. Sus edificios magníficos y grandes, sus ciudadanos honrados, de suerte que vulgarmente se dice hace á los extranjeros poner en olvido sus mismas patrias y sus naturales. Las huertas y jardines muchos y muy frescos, viciosos en demasía; los árboles por su órden concertados, en especial todo género de agrura y de cidrales, cuyos ramos entretejen de manera, que ya representan diversas figuras de aves y de animales y diversos instrumentos, ya los enlazan á manera de aposentos y retretes, cuya entrada impide la fuerte trabazon de los ramos, la vista la muchedumbre y espesura de las hojas, que todo lo cubren y lo tapan á manera de una graciosa enramada que siempre está verde y fresca. Tales eran los campos Elisios, paraíso y morada de los bienaventurados, segun que los fingieron los poetas antiguos. Tal y tan grande la bermosura desta ciudad, dada por beneficio del cielo, que puede competir en esto con las mas principales de Europa. A mano izquierda la baña el rio Guadalaviar, que pasa entre el muro y el palacio del rey, que llaman el Real, y está por la parte de levante pegado con la ciudad con una puente por do se pasa de la una parte á la otra. Sangran el rio con diversas acequias para regar la huerta y para beber los ciudadanos. Junto al mar cae la Albufera, distante por espacio de tres millas, de aire no muy sano, pero que recompensa este daño con

la abundancia de toda suerte de peces que cria y da. Los muros de la ciudad eran entonces de figura redonda, mil pasos en contorno, cuatro puertas por donde se entraba. La primera, Boatelana, entre levante y mediodía; la segunda, Baldina, á setentrion; la tercera, Templaria, que tomó este nombre de una iglesia que allí edificaron los templarios, á la parte de levante; la cuarta, Jareäna, entre la cual y la Boatelana fortificó el Rey sus estancias, por ser el lugar mas cómodo para la batería y para los asaltos, á causa de cierto ángulo ó esconce que el muro hacia por aquella parte. Dábanse los cristianos toda diligencia en levantar y plantar sus máquinas y trabucos, de que entonces se usaba, para combatir las murallas. El rey Zaen, el primer dia que los cristianos llegaron, antes de fortificarse, sacó sus gentes al campo con muestra de querer pelear. Excusaron los cristianos la batalla por ser en pequeño número y porque de cada dia les acudian nuevas compañías. Halláronse presentes muchos prelados, ricos hombres y caballeros, un escuadron de franceses escogidos debajo la conducta de Aimillio, obispo de Narbona, socorros y gente de Ingalaterra que vinieron á la fama. Trabáronse los dias siguientes algunas escaramuzas, en que los contrarios llevaron siempre lo peor; que los enfrenó para no hacer en adelante tan de ordinario salidas. Arrimáronse al muro los del Rey; sacaron algunas piedras con picos y palancas, con que por tres partes aportillaron la muralla de suerte, que podia pasar un soldado por cada parte. Acudian los cercados á este daño y peligro con todo cuidado, segun el tiempo les daba. En el entre tanto Pedro Rodriguez de Azagra y Jimeno de Urrea con golpe de gente de la otra parte de Valencia rindieron la villa de Cilla. Descubrióse asimismo en la mar la armada del rey de Túnez, que venia en favor de los cercados, en número de diez y ocho galeras y naves. Surgió á vista de la ciudad, con que los moros cobraron ánimo y entraron en esperanza de poderse defender. Mas fué el ruido y el cuidado que el efecto, porque avisados los africanos que en Tortosa se aprestaba otra armada contra la suya, desancoraron, y sin poder dar socorro á la ciudad ni forzar á Peñíscola, que está en aquellas riberas de Valencia, y asimismo lo intentaron, dieron la vuelta. Comenzaron con esto á enflaquecer los de la ciudad, y por la gran falta de bastimentos y almacen, que cada dia se aumentaba, como suele, no solo por la estrechura presente, sino por el miedo de mayor falta. En nuestros reales, por el contrario, gran alegría, mucha abundancia de todo, si bien la gente era ya tanta, que llegaban á sesenta milinfantes y mil de á caballo. En todo se mostraba la prudencia del Rey, no menor que el esfuerzo y destreza en el pelear, tanto, que no se contentaba con hacer oficio de caudillo y mandar, sino que metia en todo las manos, tanto, que un dia por adelantarse mucho le hirieron con una saeta en la frente; la herida ni fué muy grave ni tampoco muy ligera; solos cinco dias estuvo retirado, que no salió en público. Vinieron á esta sazon embajadores del pa-! pa Gregorio y de las ciudades de Lombardía para pedir les enviase socorros contra el emperador Federido II, que gravemente los apretaba. Ofrecian, si los libraba de aquella tiranía gravísima, que los de aquellas ciudades se le darian por vasallos. Oyó esta embajada á 13.de junio de 1238 años, y en los mismos reales puso su

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amistad con aquella gente, segun que lo demandaban y la reina doña Violante aconsejaba, que tenia gran parte en los negocios y podia mucho con su marido á causa de susaventajadas partes, y que tenia en ella una hija del mismo nombre de su madre. Verdad es que el socorro no tuvo efecto por estar el Rey ocupado en las cosas de España, mayormente que el Emperador, aunque fingidamente, se reconcilió con el Papa; además que no era justo cuidar de los males ajenos el que tenia entre las manos guerras tan importantes. Los de Valencia, rodeados de los males que acarrea un largo cerco y perdida la esperanza de ser socorridos ni de Africa ni de España, acordaron de rendirse. Para tratar de conciertos salió un moro, por nombre Halialbata, persona de cuenta y muy privado de aquel Rey; despues enviaron otro, que era sobrino del mismo Rey y se llamaba Abulhamalet; movieron diversos partidos. Todos deseaban concluir y toda tardanza les era pesada, los unos por el deseo que tenian de poseer aquella noble ciudad, los otros aquejados de la necesidad y peligro que corrian. Finalmente, se tomó asiento debajo de las condiciones siguientes: El rey Moro entregue la ciudad de Valencia con los demás castillos y villas aquende el rio Júcar; los moros puedan ir libres á Cullera y á Denia con seguridad y debajo la fe y palabra real; los mismos, sin que nadie los cate, puedan llevar consigo todo su oro y plata y las demás preseas que quisieren y pudieren; haya treguas entre los dos reyes por término de ocho años que se guarden enteramente. Para el cumplimiento destas capitulaciones pusieron término de cinco dias; pero antes que se llegase el plazo y se cerrase, los moros acordaron dejar la ciudad en número cincuenta mil entre hombres, mujeres y niños. Pasaron por medio de los soldados cristianos que para su seguridad pusieron de la una y de la otra parte, pues era justo cumplir lo que les prometieron y usar de clemencia con los que se rendian y les dejaban sus casas. Víspera de San Miguel, por el fin de setiembre, hicieron los vencedores su entrada en Valencia y se apoderaron de aquel reino. Limpiaron la ciudad, reconciliaron y consagraron en templos de Dios las mezquitas. Quedó por primer obispo Ferrer de San Martin, preboste de la iglesia de Tarragona, quién dice era de la órden de los predicadores. Vinieron á poblar nuevos moradores, los mas catalanes de Girona, Tarragona, Tortosa. Los campos de la ciudad y las huertas se repartieron por iguales partes entre los obispos y los caballeros y los ayuntamientos de las ciudades que ayudaron en la conquista. Cupo eso mismo su parte á los caballeros templarios y á los de San Juan. Entre los conquistadores señalaron trecientos y ochenta de á caballo, que mejoraron en el repartimiento, á tal que se encargasen de guardar las fronteras de aquel reino, repartido el trabajo de manera que cada cuatro meses por turno guardaban los ciento dellos. El sitio de la ciudad no es muy fuerte, y sus murallas eran flacas, mayormente que quedaban maltratadas y aportilladas por causa de la guerra. Acordó el Rey fortificalla de nuevos muros, mudada la primera forma y traza de suerte, que quedasen mas anchos y la figura

cuadrada, con doce puertas que de tres en tres miran á las cuatro partes del cielo. Ordenáronse nuevas leyes, constituciones y fueros para el gobierno y sentenciar los pleitos. Por esta manera el rey moro Zaen perdió en breve el reino que malamente usurpó; que el poder adquirido contra justicia prestamente desfallece. Verdad es que él se preciaba de venir de linaje de reyes, porque era hijo de Modef, nieto de Lope, rey de Murcia, como arriba queda declarado. Las alegrías que en toda España se hicieron por la toma de Valencia fueron extraordinarias, mayormente que en esta conquista no se mezcló, como en otras, ningun revés ni desastre. El ejército quedó entero, que apenas faltó caballero de cuenta; solo don Artal de Alagon, que por estar las cosas de los moros tan caidas se habia reducido al servicio de su Rey, y en compañía del vizconde de Cardona don Ramon Folch fué sobre Villena, y tomada aquella ciudad, en una refriega que tuvieron con los moros junto á Saix, pueblo de aquella comarca, le mataron de una pedrada. No faltó quien dijese se le empleaba bien aquel desastre al que ayudó á los moros y estuvo de su parte en el tiempo de su prosperidad. Este fué el remate de la guerra y de la conquista muy afamada de Valencia. Mientras los aragoneses estuvieron ocupados en esta guerra, los navarros no se desmandaron en cosa alguna. Reinaba en aquella parte Teobaldo, conde de Campaña, como queda dicho; el obispo de Pamplona se llamaba Pero Jimenez de Gazolaz, sucesor poco antes de Pedro Ramirez de Piedrola. Este Rey, con deseo de gloria y alabanza y por servicio de Dios, con la paz de que gozaba su reino, emprendió guerras extrañas y fuera de España. Fué así, que el rey Teobaldo y los condes Enrique de Bari, Pedro de Bretaña y Aimerico de Monforte se concertaron de pasar con sus huestes á la guerra de la Tierra-Santa. Apercebido el ejército y pueslas las demás cosas á punto para un tan largo viaje, los ginoveses no les acudieron con la armada necesaria para su pasaje. Encamináronse forzosamente por tierra; pasaron por Alemaña y Hungría y Constantinopla y el estrecho de mar que se llama Bósforo Tracio. En Cilicia junto á las hoces y estrechuras del monte Tauro corrieron gran peligro, y perecieron muchos de los suyos á causa del gran número de turcos que sobre ellos cargaron, en tanto grado, que apenas la tercera parte de la gente que sacaron, y esos enfermos, mal parados, llegaron á la ciudad de Antioquía en aquellas partes de la Suria. El remate y efecto fué conforme y semejable á los principios y medios. Siempre en tierra de Palestina les fué mal. Dieron la vuelta para sus casas muy pocos. Tal fuéla voluntad de Dios, tal el castigo que merecian los pecados. Los historiadores franceses ponen esta jornada del rey Teobaldo diez años adelante, cuando el rey san Luis de Francia pasó á aquella empresa, y en su compañía el rey ya dicho de Navarra. Contra esto hace que el arzobispo don Rodrigo al fin de su historia refiere esta jornada de Teobaldo, y no pudo alcanzar la de san Luis; que era ya muerto, y puso fin á su escritura cinco años, y no mas, despues deste año en que los de Aragon conquistaron á Valencia.

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