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creto del Pontífice, que dió sentencia por don Alonso y le juzgó por libre del primer matrimonio. Tomado este asiento, sin dilacion las nuevas bodas se celebraron. El dote fueron ciertos lugares en aquella parte de Portugal por do el rio Guadiana desagua en el mar, que poco antes desto por las armas de Castilla se conquistaran de los moros, y los portugueses pretendian que eran de su conquista y que les pertenecian. Algunos entienden que desta ocasion la tomaron los reyes de Portugal de añadir á las armas antiguas y á las quinas por orla los castillos que hoy se pintan en sus escudos. El rey don Sancho, perdida toda la esperanza de recobrar su reino, pasó lo demás de su vida en ToJedo, con rentas que el rey de Castilla liberalmente le señaló para sustentar su casa y corte. Muerto, le hicieron honras como á rey, y su cuerpo sepultaron en la misma iglesia mayor y en el mismo lugar en que el emperador don Alonso y don Sancho, su hijo, detrás del altar mayor, estaban enterrados. Del tiempo en que murió no concuerdan los autores; quién dice que trece años adelante del en que la historia va, y que tuvo nombre de Rey por espacio de treinta y cuatro años, primero con poca autoridad, despues con ninguna, por haberle quitado su estado; otros que solos tres años, que tengo por mas acertado. A la sazon que don Sancho falleció tenia don Alonso cercada á Coimbra, ca se mantenia todavía en la fe del rey don Sancho apretábala grandemente; los cercados, aunque tenian grande falta de todas las cosas, obstinadamente perseveraban en su propósito. Flectio, alcaide de la fortaleza y gobernador de la ciudad, avisado de la muerte de don Sancho, su señor, y no se asegurando de todo punto fuese verdad, pidió licencia de ir á Toledo para informarse mejor de lo que pasaba. Diósela don Alonso de buena gana, y entre tanto hicieron treguas con los cercados. Flectio, llegado á Toledo y sabida la verdad, abierto el sepulcro del Rey muerto, le puso en las manos las llaves de Coimbra, con estas palabras que le dijo. «En tanto, Rey y señor, que entendí érades vivo, sufrí extremos trabajos, sustenté la hambre con comer cueros, bebí urina para apagar la sed; los ánimos de los ciudadanos que trataban de rindirse animé y conforté para que sufriesen todos estos males. Todo lo que se podia esperar de un hombre leal y constante, y que os tenia jurada fidelidad he cumplido. Al presente que estais muerto, yo vos entrego las llaves de vuestra ciudad, que es el postrer oficio que puedo hacer; con tanto, habida vuestra licencia, avisaré á los ciudadanos que he cumplido con el debido homenaje, que pues sois fallecido, no hagan mas resistencia á don ́Alonso, vuestro hermano.» Lealtad y constancia digna de ser pregonada en todos los siglos, loa propria de la sangre y gente de Portugal. CAPITULO V.

Principio de la guerra de Sevilla.

Con el concierto que el rey don Fernando hizo con el de Granada comenzó á tener grande esperanza de apoderarse de la ciudad de Sevilla. Quinientos caballos ligeros, debajo de la conducta del mismo rey de Granada, fueron delante en tanto que se apercebia lo de

tiguamente pueblo muy principal. Alcalá, por sobrenombre Guadaira, á persuasion del rey de Granada se rindió. Desde allí un grueso escuadron pasó á Sevilla y puso fuego á las mieses, que ya estaban sazonadas, á las viñas y olivares, que tiene muy principales; de tal manera, que por todo aquel campo se veian los fuegos y humo con que las heredades y cortijos se quemaban. Iba por capitan desta gente don Pelayo Correa, maestre de Santiago. Otro buen golpe de soldados maltrataba de la misma manera y hacia los mismos daños en los campos de Jerez; los capitanes, el rey de Granada y el maestre de Calatrava. El mismo rey don Fernando se quedó en Alcalá de Guadaira con intento de proveer todo lo necesario y acudir á todas partes. Lo que principalmente pretendia era no aflojar en la guerra, porque no tuviese el enemigo tiempo y comodidad de fortificarse; que fué causa de no poderse hallar á las honras y enterramiento de doña Berenguela, su madre, que falleció por el mismo tiempo. Siguióse la muerte de don Rodrigo, arzobispo de Toledo; quién dice á 9 dias del mes de agosto del año de 1245, quién del año 1247, á 10 de junio, con lo cual va el letrero de su sepulcro. Hace maravillar que en fallecimiento de persona tan señalada no recuerden los autores ni las memorias, sin que se pueda averiguar la verdad. Ambas muertes fueron sin duda en grave daño de la república por las señaladas virtudes que en ellos resplandecian. La Reina era de grande edad; don Rodrigo, demás de estar muy apesgado con los años, se hallaba quebrantado con muchos trabajos, en especial de un nuevo viaje que hizo últimamente á Leon de Francia, do se celebraba el Concilio lugdunense. Pretendia, demás de hallarse en el Concilio y acudir á las necesidades universales de la Iglesia, allanar á los aragoneses en lo tocante á su primacía. Los años pasados los prelados de aquella corona en un Concilio valentino provincial publicaron una constitucion, en que mandaban que el arzobispo de Toledo no llevase guion delante en aquella su provincia, pena de entredicho al pueblo que lo consintiese. Don Rodrigo en cierta ocasion, por el derecho de su primacía, continuó á llevar su cruz delante alzada, como lo tenia de costumbre. Don Pedro de Albalate, arzobispo de Tarragona, principal atizador de aquella constitucion y de todo este pleito, le declaró por descomulgado y transgresor de aquel su decreto. Acudieron á Gregorio IX, sumo pontifice, que pronunció sentencia por Toledo y en favor de su primacía. No acababan de rendirse los de Aragon, que fué la causa de emprender en aquella edad jornada tan larga, á lo que yo entiendo. Concluidos los negocios, en una barca por el Ródano abajo daba la vuelta, cuando le salteó una dolencia, de que falleció en Francia. Su cuerpo, segun que él lo dejó dispuesto, trajeron á España y le sepultaron en Huerta, monasterio de bernardos, á la raya de Aragon. Junto al altar mayor se ve su sepulcro con un letrero en dos versos latinos, grosero asaz como de aquel tiempo y sin primor, cuyo sentido es:

NAVARRA ME ENGENDRA, CASTILLA ME CRIA;
MI ESCUELA PARIS, TOLEDO ES MI SILLA;
EN HUERTA MI ENTIERRO ; TÚ AL CIELO, ALMA, GUIA.

más para talar los campos de Carmona, que fué an- Su cuerpo murió, la fama de sus virtudes durará por

muchos siglos. Fundó en su iglesia doce capellanías | para mayor servicio del coro y con cargo de misas que se le dicen. Sucedióle don Juan, segundo deste nombre entre aquellos arzobispos. Hállanse papeles en que le llaman don Juan de Medina, creo por ser natural de aquella villa. Por el mismo tiempo don Ramon, conde de la Proenza, pasó desta vida, muy digno de loa por el amor que tuvo á las letras y aficion á la poesía. Solo se nota en él una señalada ingratitud de que usó con Romeo, mayordomo de su casa, cuya industria, con buenos medios, hizo que valiesen al tresdoble las rentas de aquel estado; mas como á la virtud acompaña la envidia, fué acusado y forzado á que diese cuenta del recibo y del gasto. Hizosele el cargo, dió su descargo; y conocida su fidelidad, se partió como peregrino con su bordon y talega, como al principio vino de Santiago, sin que jamás se pudiese entender quién era ni dónde se fué. De cuatro hijas que tuvo don Ramon, Margarita casó con san Luis, rey de Francia; Leonor con Enrique, rey de Ingalaterra; Sancha con Ricardo, hermano del dicho Enrique; Carlos, conde de Anjou, casó con doña Beatriz; con la cual, dado que era la menor de todas, por la grande aficion que le tenian los proenzales y con la ayuda que le dió Luis, rey de Francia, su hermano, por la muerte de su suegro heredó aquel principado. En este medio el rey don Fernando se tenia en Córdoba con resolucion de combatir & Sevilla y cercalla con todas sus fuerzas; envió á Ramon Bonifaz, ciudadano de Búrgos, muy ejercitado en las cosas de la mar, para que en Vizcaya pusiese á punto una armada por la comodidad de los bosques, y ser los de aquella nacion señalados en la industria y ejercicios de navegar. En tanto que esta armada se aprestaba, puso el cerco sobre Carmona con la mas gente que pudo, el año 1246, poco mas o menos, villa fuerte y que estaba apercebida para todo lo que podia suceder, fortificada contra los enemigos de muros, municionada de armas, fuerzas y vituallas; no la pudieron tomar, solamente la forzaron á pagar de presente la cantidad de dineros que le fué impuesta, y para adelante las parias que se señalaron cada un año. Constantina, Reina, Lora, pueblos que antiguamente se llamaron el primero Iporcense municipium, el segundo Regina, el tercero Ajalita, sin estos Cantillana y Guillena se ganaron unos por fuerza, otros se rindieron por su voluntad. Reina fué dada al órden de Santiago, Constantina á la ciudad y ayuntamiento de Córdoba, Lora á los caballeros de San Juan. Todo sucedia prósperamente á los nuestros; solo se recelaban del rey de Aragon no les fuese impedimento en aquella tan buena ocasion, por estar desgustado contra el infante don Alonso, que residia en el reino de Murcia. Pretendia el Aragonés que el Infante no guardaba los términos y la raya de la conquista de aquellos reinos que antiguamente señalaron. Temíase alguna revuelta por esta causa. Algunas personas principales y de autoridad, que para concertar esto señalaron de la una y de la otra parte, buscaban algun camino para componer estas diferencias. Pareció el mejor que don Alonso casase con doña Violante, hija del rey don Jaime; partido y traza que venia á cuento á ambas naciones y provincias, que tan grandes reyes se trabasen de nuevo entre sí con vínculo de parentesco. Moviéronse estas

pláticas, vinieron en ello las partes, las bodas se celebraron en Valladolid por el mes de noviembre con aparato real y toda muestra de alegría, puesto que el rey don Fernando no se halló presente. El cuidado que tenia de la guerra de Sevilla le impidió, que pretendia hacer con tanto mayor ánimo, que Ramon Bonifaz con una armada de trece naves que puso á punto en Vizcaya, costeadas aquellas marinas y doblado el Cabo de Finisterrae, aportó á la boca de Guadalquivir por la parte que descarga en la mar. Venció otrosí alk en una batalla naval la armada de los enemigos. Los moros de Tánger y Ceuta habian concurrido para socorrer á Sevilla, avisados de la venida de los nuestros. Salieron pues con sus bajeles del puerto, que llega→ ban á número de veinte entre galeras y naves; pelearon con gran porfía; los de Africa no reconocian mucha ventaja á los de Vizcaya, por ser hombres do 4+ guerra, ejercitados en las armas, y que sobrepujaban en el número de la armada. Los vizcainos, confiados en la ligereza de sus navíos y en la destreza de los pilotos, burlaban los acometimientos de los enemigos, y cuando hallaban ocasion de venir á las manos, aferraban con sus naves y pasaban muchos dellos á cuchillo; tres naves de los moros se tomaron, dos echaron á fondo, á una pusieron fuego, las demás fueron forzadas á huir. Envió el Rey en socorro de su armada buen número de caballos, movido por el peligro de los suyos; pero ¿qué podian prestar? Antes que llegasen á la ribera tenian los nuestros desbaratados los enemigos y ganada la victoria. Tanto mas creció el deseo que todos tenian de acometer aquella empresa, en particular el Rey, dejados los demás cuidados aparte, solo en este pensamiento dias y noches se ocupaba.

CAPITULO VI.

Que en Aragon se puso entredicho general.

A esta sazon en Aragon estaba puesto entredicho y tenian cerrados todos los templos de la provincia; triste silencio y suspension del culto divino, castigo de que los pontífices suelen usar contra los excesos de los príncipes y para curallos, como el postrero remedio, saludable á las veces y eficaz medicina como entonces aconteció. Fué así, que don Jaime, rey de Aragon, cuando era mas mozo, tuvo conversacion con doña Teresa Vidaura, la cual le puso pleito delante del romano Pontifice y le pedia por marido; alegaba la palabra que le dió, contra la cual no se pudo con otra casar. No tenia bastantes testigos para probar aquel matrimonio por ser negocio clandestino. Así, se dió sentencia en el pleito contra doña Teresa y en favor de la reina doña Violante. Solo el obispo de Girona, á quien hay fama de secreto le comunicó el Rey toda esta puridad, no se sabe con qué intento, pero en fin, dió aviso al pontífice Inocencio IV que el Rey no hacia lo que debia en no guardar la palabra que tenia dada; que el postrer matrimonio se debia apartar como inválido, y parecía justo que doña Teresa fuese tenida por verdadera mujer; que el Rey se lo habia así confesado en secreto, y su conciencia no sufria que con tan grande pecado dejase enredar al Rey, al pueblo y á sí mismo si callaba, de que resultasen despues graves castigos; que esto le avisaba por aquella carta escrita en cifra para que en todo se

guardase mas recato. Ninguna cosa se pasa por alto á

reconciliar al Rey con la Iglesia, que se hizo el mes si

los príncipes, por ser ordinario que muchos con derri-guiente á 19 de octubre. En Lérida con solemne cere

bar á otros por medio de acusaciones verdaderas ó falsas y de chismes pretenden alcanzar el primer lugar de privanza y de poder en los palacios de los reyes. Pues como el Rey tuviese aviso que en Roma, mudados de parecer, ordinariamente favorecian la causa de doña Teresa, y que el Pontifice manifiestamente se inclinaba á lo mismo, quier fuese que le dieron aviso del que le descubrió, ó que por su mala conciencia sospechase lo que era, hizo venir al obispo de Girona á la corte. Venido, luego que le tuvo en su presencia, le mandó cortar la lengua; cruel carnicería y torpe venganza de un desórden con otro mayor, y con nueva impiedad colmar el pecado pasado; si bien el Obispo era merecedor de cualquier daño, si descubrió el sigilo de la confesion y la religion de aquel secreto; cosa que nunca se permite. Luego que el pontífice Inocencio, que á la sazon en Leon celebraba un concilio general, como poco antes se dijo, fué avisado de lo que pasaba, cuánto dolor haya concebido en su ánimo, con cuán grandes llamas de saña se abrasase, no hay para qué declarallo; basta decir que puso entredicho en todo el reino, como de ordinario los excesos de los príncipes se pagan con el daño de la muchedumbre y de los particulares, y al Rey declaró públicamente por descomulgado. Conoció el Rey su yerro, y por medio de Andrés Albalate, obispo de Valencia, que envió por su embajador sobre el caso, pidió bumilmente penitencia y absolucion. Decia que le pesaba de lo hecho; pero pues no podia ser otra cosa, que como padre y pontífice diese perdon á su indignacion, la cual fué si no justa, á lo menos arrebatada; que estaba presto á satisfacer con la pena y penitencia que fuese servido imponerle. Oida la embajada, el Pontífice envió por sus embajadores al obispo de Camarino y á Desiderio, presbítero, para que en Aragon se informasen de todo lo que pasaba. Dióles otrosí poder muy lleno de reconciliar al Rey con la Iglesia, si les pareciese que su penitencia lo merecia. Hízose en Lérida junta de obispos y de señores; halláronse en particular presentes los obispos de Tarragona, de Zaragoza, de Urgel, de Huesca, de Elna. En presencia destos prelados el Rey, puestas en tierra las rodillas, despues de una grave reprehension que se le dió, fué absuelto de aquel exceso. La penitencia fué que acabase á sus expensas de edificar el monasterio benifaciano, que con advocacion de Nuestra Señora en los montes de Tortosa veinte años antes desto, luego que se tomó el pueblo de Morella se comenzara, y se edificaba poco a poco, y acabada la fábrica, le diese de renta para en cada un año docientos marcos de plata, con que los monjes del Cistel se pudiesen sustentar en el dicho monasterio. En Valencia tenian comenzado á edificar un hospital para albergar los pobres y peregrinos. A este hospital señalaron mayores rentas, es á saber, seiscientos marcos de plata cada un año, con que los pobres y peregrinos se sustentasen, y juntamente algunos capellanes para que dijesen misa y ayudasen al buen tratamiento y regalo de los pobres. Añadióse á esto que en Girona, en la iglesia mayor fundase una capellanía para que perpetuamente se hiciesen sacrificios y sufragios por el Rey y por sus sucesores. El Pontífice expidió su bula á los 22 de setiembre, año de 1246, en que da poder á los dos nuncios para

monia fué el Rey absuelto de las censuras en que incurrió por aquel caso. Del obispo de Girona no refieren mas de lo dicho, ni aun declaran qué nombre tuvo. De los archivos y becerro del monasterio benifaciano se tomó todo este cuento; dado que los mas de los historiadores no hicieron dél mencion, pareció no pasalle en silencio. El lector le dé el crédito que la cosa misma merece. De aquí sin duda y destos papeles se tomó ocasion para la fama que vulgarmente anduvo deste Rey y anda sobre este caso.

CAPITULO. VII.

Que Sevilla se ganó.

En lo postrero de España, hácia el poniente, está asentada Sevilla, cabeza del Andalucía, noble y rica ciudad entre las primeras de Europa, fuerte por las murallas, por las armas y gente que tiene; los edificios públicos y particulares á manera de casas reales son en gran número, la hermosura y arreo de todos los ciudadanos muy grande. Entre la ciudad, que está á mano izquierda, y un arrabal llamado Triana pasa el rio Guadalquivir acanalado con grandes reparos y de hondo bastante para naves gruesas, y por la misma razon muy á propósito para la contratacion y comercio de los dos mares Océano y Mediterráneo. Con una puente de madera fundada sobre barcas se junta el arrabal con la ciudad y se pasa de una parte á otra. En la ciudad está la casa real en que los antiguos reyes moraban; en el arrabal un alcázar de obra muy firme, que mira el nacimiento del sol. Una torre está levantada cerca del rio, que por el primor de su edificio la llaman de Oro vulgarmente. Otra torre edificada de ladrillo, que está cerca de la iglesia mayor, sobrepuja la grandeza de las demás obras por ser de sesenta varas en ancho y cuatrotanto mas alta; sobre la cual se levanta otra torre menor, pero de bastante grandeza, que al presente de nuevo está toda blanqueada y al rededor adornada de variedad de pinturas, hermosas á marávilla á los que la miran. ¿Qué necesidad hay de relatar por menudo todas las cosas y grandezas desta ciudad tan vaga y llena de primores y grandezas? Hay en la ciudad en este tiempo mas de veinte y cuatro mil vecinos, divididos en veinte y ocho parroquias ó colaciones. La primera y principal es de Santa María, que es la iglesia mayor, con el cual templo en anchura de edificio y en grandeza ninguno de toda España se le iguala. Vulgarmente se dice de las iglesias de Castilla: la de Toledo la rica, la de Salamanca la fuerte, la de Leon la bella, la de Sevilla la grande. Tiene su fábrica de renta treinta mil ducados en cada un año, la del Arzobispo llega á ciento y veinte mil, las calongías y dignidades, así en número como en lo demás, responden á esta grandeza. Los campos son muy fértiles, llanos y muy alegres por todas partes, por la mayor parte plantados de olivas, que en Sevilla se dan muy bien, y el esquilmo es muy provechoso; de allí se llevan aceitunas adobadas, muy gruesas, de muy buen sabor, á todas las demás partes. El trato es tan grande y la granjería tal, que en los olivares llamados Ajarafe, en tiempo de los moros se contaban cien mil, parte cortijos, parte trapiches ó molinos de aceite; y dado que

parece gran número, la autoridad y testimonio de la historia del rey don Alonso el Sabio lo atestigua. El nú mero de extranjeros y muchedumbre de mercaderes que concurren es increible, mayormente en este tiempo, de todas partes á la fama de las riquezas, que por ei trato de las Indias y flotas de cada un año se juntan allí muy grandes. El rey don Fernando tenia por todas estas causas un encendido deseo de apoderarse desta ciudad; así por su nobleza como porque, ella tomada, era forzoso que el imperio de los moros de todo punto menguase, tanto mas, que los aragoneses con gran gloria y honra suya se habian apoderado de Valencia, de sitio muy semejante y no de mucho menor número de ciudadanos. El rey de Sevilla, por nombre Ajatafe, no ignoraba el peligro que corrian sus cosas; tenia juntados socorros de los lugares comarcanos, hasta desde la misma Africa, gran copia de trigo traida de los lugares comarcanos, proveídose de caballos, armas, naves y galeras, determinado de sufrir cualquier afan antes de ser despojado del señorío de ciudad tan principal. El rey don Fernando juntaba asimismo de todas partes gente para aumentar el ejército que tenia, trigo y todos los mas pertrechos que para la guerra eran necesarios. La diligencia era grande, por entender que duraria mucho tiempo y seria muy dificultosa, y para que ninguna cosa necesaria falleciese á los soldados. En Alcalá por algun tiempo se entretuvo el rey don Fernando; pasada ya gran parte y lo mas recio del verano, movió con todas sus gentes, púsose sobre Sevilla y comenzó á sitiaIla á 20 del mes de agosto, año de nuestra salvación de 1247; los reales del Rey se asentaron en aquella parte que está el campo de Tablada tendido á la ribera del rio, mas abajo de la ciudad. Don Pelayo Perez Correa, maestre de Santiago, de la otra parte del rio hizo su alojamiento en una aldea, llamada Aznalfarache; caudillo de gran corazon y de grande experiencia en las armas. Pretendia hacer rostro á Abenjafon, rey de Niebla, que con otros muchos moros estaba apoderado de todos los lugares por aquella parte; tanto mayor era el peligro, las dificultades; pero todo lo vencia la constancia y esfuerzo deste caballero. El Rey barreaba sus reales; los moros, con salidas que hacían de la ciudad, pugnaban impedir las obras y fortificaciones. Hobo algunas escaramuzas, varios sucesos y trances, pero sin efecto alguno digno de memoria, sino que los cristianos las mas veces llevaban lo mejor y forzaban á los enemigos con daño á retirarse á la ciudad. Por el mar y rio se ponia mayor cuidado para impedir que no entrasen vituallas. Los soldados que tenian en tierra hacian lo mismo, y velaban para que ninguna de las cosas necesarias les pudiesen meter por aquella parte. Muchos escuadrones asimismosalian á robar la tierra; talaban los frutos que hallaban sazonados, el vino y el trigo todo lo robaban. Carmona, que está á seis leguas, forzada por estos males, como seis meses antes lo tenian concertado, sin probar á defenderse ni pelear se rindió, con tanto mayor maravilla, que los bárbaros pocas veces guardan los asientos. No se descuidaban los moros ni se dormian; el mayor deseo que tenian era de quemar nuestra armada, cosa que muchas veces intentaron con fuego de alquitran, que arde en la misma agua. La vigilancia del general Bonifaz hacía que todos estos intentos saliesen en vano, y cada cual de los capítanes por tierra y por mar pro

curaban diligentemente no se recibiese algun daño por la parte que tenian á su cargo. Señalábanse, entre los demás, don Pelayo Correa, maestre de Santiago, y don Lorenzo Suarez, cuyo esfuerzo y industria en todo el tiempo deste cerco fué muy señalada, sobre todos Garci Perez de Vargas, natural de Toledo, de cuyo esfuerzo se refieren cosas grandes y casi increibles. Al principio del cerco, á la ribera del rio, do tenian soldados de guarda para reprimir los rebates y salidas de los moros, Garci Perez y un compañero, apartados de los demás, iban no sé á qué parte; en esto al improviso ven cerca de sí siete moros á caballo; el compañero era de parecer que se retirasen; replicó Garci Perez que, aunque se perdiese, no pensaba volver atrás ni con torpe huida dar muestra de cobardía. Junto con esto, ido el compañero, toma sus armas, cala la visera y pone en el ristre su lanza; los enemigos, sabido quien era, no quisieron pelear. Caminado que hobo adelante algun tanto, advirtió que al enlazar la capellina y ponerse la celada se le cayó la escofia; vuelve por las mismas pisadas á buscalla. Maravillóse el Rey, que acaso desde los reales le miraba, pensaba volvia á pelear; mas él, tomada su escofia, porque los moros todavía esquivaron el encuentro, paso ante paso se volvió sano y salvo á los suyos por el camino comenzado. Fué tanto mayor la honra y prez deste hecho, que nunca quiso declarar quién era su compañero, si bien muchas veces le hicieron instancia sobre ello; á la verdad, ¿á qué propósito con infamia ajena buscar para sí enemigo y afrenta para su compañero sin ninguna loa suya? Como quier que al contrario con el silencio demás del esfuerzo dió muestra de la modestia y noble término de que usaba. Entre tanto que con esta porfía se peleaba en Sevilla, el infante don Alonso, hijo del rey don Fernando, intentó de apoderarse de Játiva en el reino de Valencia, convidado por los ciudadanos. Tomó á Enguerra, pueblo en tierra de Játiva, que se le entregaron los moradores. Cuanto cada uno alcanza de poder, tanto derecho se atribuye en la guerra. El rey don Jaime, avisado de los intentos del infante don Alonso y alterado, como era razon, se apoderó de Villena y de seis pueblos comprehendidos en el distrito de Castilla, por dádivas que dió al que los tenia á cargo. Demás desto, en la misma comarca, principio del año 1248, tomó de los moros otro pueblo llamado Bugarra. Destos principios parecia que los disgustos pasarian adelante y pararian en alguna nueva guerra que desbaratase la empresa de Sevilla y acarrease otros daños. Don Alonso, como quier que era de condicion sosegada, se determinó de tratar en presencia con el rey de Aragon y resolver todas estas diferencias, y para esto se juntaron á vistas y habla en Almizra, pueblo del rey de Aragon. Allí por medio de la reina de Aragon, y por la buena industria de don Diego de Haro y otros grandes que se pusieron de por medio se compuso esta diferencia; con que de una y de otra parte se restituyeron los pueblos que injustamente tomaron, y se señaló la raya de la jurisdicion y conquista de ambas las partes. Quedaron en particular en virtud desta concordia por el reino de Murcia Almansa, Sarasulla y el mismo rio Cabriolo; por los de Valencia Biara, Sajona, Alarca, Finestrato. Asentadas las cosas desta manera, los príncipes se despidieron. El rey don Jaime revolvió luego contra Játiva, envió delante sus

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gentes con intento de cercalla; apoderóse finalmente della, pasada ya gran parte del verano, por entrega que hicieron los mismos ciudadanos. Está asentada esta ciudad en un sitio asaz apacible á la parte que el rio Júcar entra en el mar; su campiña muy fértil y fresca, la tierra muy gruesa. El infante don Alonso y en su compañía don Diego de Haro se apresuraron para hallarse en el cerco de Sevilla. Alhamar, ese mismo rey de Granada, vino á juntarse con el rey don Fernando, acompañado de buen número de soldados, en tiempo sin duda muy á propósito, en que los soldados cristianos, cansados de la tardanza y con la dificultad de aquella empresa, comenzaban á tratar de desamparar los reales y las banderas, además de las enfermedades que sobrevinieron y los tenian muy amedrentados. Era pasado el invierno sin hacer efecto de algun momento. El misino Rey, aquejado de tantos trabajos y de las dificultades que se ofrecian muy grandes, dudaba si alzaria el cerco, ó esperaria que las cosas se encaminasen mejor y el remate fuese mas apacible que los principios, como otras veces lo tenia probado. Los cercados desbarataron en cierta salida los ingenios de los nuestros y les quemaron las máquinas. Alentados con el buen suceso, no solo se defendian con la fortaleza de la ciudad, sino desde los adarves se burlaban de la pretension de los contrarios, que llamaban desatino. Amenazaban á los nuestros con la muerte y ultrajábanlos de palabra. El cerco, sin embargo, se continuaba y se llevaba adelante con tanto mayor ventaja de los fieles, que de cada dia les llegaban nuevos socorros. Acudieron los obispos don Juan Arias, de Santiago, bien que poco efecto hizo; su poca salud le forzó en breve con licencia del Rey á dar la vuelta. Don García, prelado de Córdoba; don Sancho, de Coria; los maestres de Calatrava y de Alcántara; los infantes don Fadrique y don Enrique; fuera destos, don Pedro de Guzman, don Pedro Ponce de Leon, don Gonzalo Giron, con otro gran número de grandes y ricos hombres que vinieron de refresco. A los cercados, por ser la ciudad tan grande, no se podian de todo punto atajar los mantenimientos, dado que se ponia en esto todo cuidado. El general de la armada, Bonifaz, ardia en deseo de quebrar la puente, para que no pudiendo comunicarse los del arrabal y la ciudad, fuesen conquistados aparte los que juntos hacian tanta resistencia. Era negocio muy dificultoso por estar la puente puesta sobre barcas que con cadenas de hierro están entre sí trabadas; todavía pareció hacer la prueba, que la maña y la ocasion pueden mucho. Apercibió para esto dos naves, esperó el tiempo en que ayudase la creciente del mar y juntamente un recio viento que del poniente soplaba. Con esta ayuda, alzadas y hinchadas las velas, la una de las naves con tal ímpetu embistió en la puente, cuanto no pudieron sufrir las ataduras de hierro. Quebróse la puente el tercero dia de mayo con grande alegría de los nuestros y no menos comodidad. Los soldados con la esperanza de la victoria con grande denuedo acometieron á entrar en la ciudad, escalar los muros por unas partes, y por otras derriballos con los trabucos y máquinas, con tanta porfia, que los cercados estaban á punto de perder la esperanza de se defender. El mayor combate era contra Triana; los moros se defendian valientemente, y la fortaleza de los muros causaba á los nuestros dificultad.

Cierto soldado en secreto murmuraba de Garci Perez de Vargas; cargábale que el escudo ondeado que traia era de diferente linaje. Ningunos oyen con mayor paciencia las murmuraciones que los que no se sienten culpados. Disimuló él por entonces la ira; despues cierto dia que acometieron los nuestros á Triana, se mantuvo tanto tiempo en la pelea, que con la lluvia de piedras, saetas y dardos que le tiraban, abolladas las armas y el escudo, apenas él pudo escapar con la vida. Entonces vuelto á su contrario, que estaba en lugar seguro: «Con razon, dice, nos quitais las armas del linaje, pues las ponemos á tan graves peligros y trances; vos las mereceis mejor, que como mas recatado las teneis mejor guardadas. » Él, avergonzado, conoció su yerro; pidió perdon, que le dió á la hora de buena gana, contento de satisfacerse de su injuria con la muestra de su valor y esfuerzo; manera de venganza muy noble. Comenzaban en la ciudad á sentir gran falta de vituallas; los ciudadanos, visto que la felicidad de nuestra gente se igualaba con su esfuerzo, y que al contrario á ellos no quedaba alguna esperanza, acordaron tratar de rendir la ciudad, primero en secreto, y despues en los corrillos y plazas. Pidieron desde el adarve les diesen lagar de hablar con el Rey. Luego que les fué concedido, enviaron embajadores, que avisaron querian tratar de concierto con tal que las condiciones fuesen tolerables, en particular que quedase en su poder la ciudad. Decian que quebrantados con los males pasados, ni los cuerpos podian sufrir el trabajo, ni los ánimos la pesadumbre; que todavía en la ciudad quedaban compa ñías de soldados, que no era justo irritallas ni hacelles perder de todo punto la esperanza; muchas veces la necesidad de medrosos hace fuertes, por lo menos que la victoria seria sangrienta y llorosa, si se allegase á lo último y no se tornaba algun medio. A esto respondió el Rey que él no ignoraba el estado en que estaban sus cosas. Tiempo hobo en que se pudiera tratar de concierto; mas que al presente por su obstinacion se hallaban en tal término, que seria cosa fea partirse sin tomar la ciudad, y que si no fuese con rendilla, no daria lugar á que se tratase de concierto ni de concordia. Entre tanto que se trataba de las condiciones y del asiento hicieron treguas y cesó la batería. Prometian acudir con las rentas reales y tributos todos los que acostumbraban antes á pagar á los miramamolines. Desechada esta condicion, dijeron que darian la tercera parte de la ciudad demás de las dichas rentas; despues la mitad, dividida con una muralla de lo demás que quedase por los moros. Parecian estas condiciones á los nuestros muy aventajadas y honrosas. El Rey, á menos de entregalle la ciudad, no hacia caso destas promesas Di estimaba todos sus partidos. En conclusion, se asentó que el rey Moro y los ciudadanos con todas sus alhajas y preseas se fuesen salvos donde quisiesen, y que fuera de Sanlúcar, Aznalfarache y Niebla, que quedaban por los moros, rindiesen los demás pueblos y castillos dependientes de Sevilla. Dióse de término un mes para cumplir todas estas capitulaciones. El castillo luego se entregó, y á 27 de noviembre salieron de la ciudad entre varones y mujeres y niños cien mil moros; parte dellos pasó en Africa, parte se repartió por otros lugares y ciudades de España. Gastáronse en el cerco diezy seis meses, en el cual tiempo los reales á manera de

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