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ballo cada un año por espacio de tres meses á su costa siguiesen la guerra y los reales del Rey. Los reyes moros por entender que no podrian ser bastantes para tan grande avenida de los nuestros, tan gran pujanza y tantos apercebimientos, lo que antes intentaron y lo tenian acordado, de nuevo y con mayor instancia importunaron al rey de Marruecos para que les ayudase en la guerra. Declaráronle por sus embajadores el riesgo grande en que se hallaban si no les acudia brevemente. Oyó aquel Rey su demanda y otorgó con ellos; envióles mil caballos ligeros de Africa, los cuales con cierto motin que levantaron pusieron en peor estado las cosas de los moros, tanto, que Jerez con todos los demás pueblos que antes se perdieron volvieron á poder del rey don Alonso. Junto al puerto de Santa María, que los antiguos llamaron puerto de Mnesteo, se edificó un pueblo de aquel nombre, reparados los edificios antiguos, cuyas ruinas y paredones todavía quedaban como rastros de su grandeza y antigüedad. En Toledo otrosi á expensas del Rey se edificó la iglesia de Santa Leocadia detrás del alcázar. Concluidas estas cosas, el año de 1264 volvió el Rey á Sevilla; las gentes, porque se llegaba el invierno, parte enviaron á invernar, los mas con licencia que les dieron se volvieron á sus casas. La fama, que suele hacer todas las cosas mayores, corria á la sazon, y por dicho de muchos se divulgaba que los enemigos llamaban de Africa, no ya socorros, sino ejército formado, cuidadosos de la guerra que los fieles les hacian y con esperanza cierta de reparar su antiguo imperio en España. Estas nuevas y rumores pusieron en grande cuidado á los castellanos y aragoneses, que estaban mas cercanos al peligro y eran los primeros en quien descargaria aquella tempestad y contra quien se enderezaban las fuerzas de los contrarios. El rey don Alonso, aquejado del recelo desta guerra, fué el primero que convidó al rey don Jaime de Aragon para que juntase con él sus fuerzas. Que pues el peligro era comun y aquellas gentes amenazaban á ambas naciones y coronas, era justo que de entrambas partes se acudiese al reparo. Que si no le movia el parentesco y amistad, á lo menos le despertase el peligro y afrenta de la religion cristiana. Don Pedro Yañez, maestre de Calatrava, enviado con esta embajada, en Zaragoza á los 7 de marzo propuso lo que por su Rey le fué mandado; llevaba cartas de la reina doña Violante, en que suplicaba á su padre con grande instancia ayudase á la cristiandad, á ella, que era su hija, y á sus nietos en aquel aprieto. Era cosa muy honrosa al rey don Jaime que un Rey tan poderoso se adelantase á pedille socorro y á convidalle que hiciesen liga. Las cosas de Aragon no estaban sosegadas ni sus hijos bastantemente apaciguados en la discordia que entre sí tenian; los grandes del reino divididos en estas parcialidades, y el pueblo otro que tal; de que resultaban latrocinios y libertad para toda suerte de maldades y desafueros tan grandes, que forzó á las ciudades puestas en las montañas de Aragon á ordenar entre si hermandades para reprimir aquellos insultos, y con nuevas leyes y severas que se ordenaron hacer rostro al atrevimiento de los hombres facinorosos; la grandeza de los castigos que daban á los culpados hacia que todos escarmentasen. Por cualquier delito, puesto que no muy grande, daban pena da muerte. Los pecados ligeros

castigaban con azotes ó con otra afrenta, con que los malhechores quedaban castigados, y la grandeza de la pena avisaba á los demás que se guardasen de pecar. Demás desto, las voluntades de los grandes estaban enajenadas del Rey; extrañaban mucho que las honras y cargos se daban á hombres extraños ó bajos; que los fueros no se guardaban ni la autoridad del justicia de Aragon, que está por guarda de su libertad y leyes; que con los tributos, no solo el pueblo, sino tambien los nobles y hidalgos, se hallaban cargados y oprimidos; que antes sufririan la muerte que pasar por que les quebrantasen sus fueros y derecho de libertad. Estas eran las quejas comunes. Demás desto, cada cual donde le apretaba el calzado tenia su particular dolor y desabrimiento. Por esta causa como el Rey en Barcelona para juntar dinero pidiese en las Cortes le concediesen el bovático, don Ramon Folch, vizconde de Cardona, hizo contradiccion con grande resolucion y porfía. Afirmaba que si el Rey no mudaba estilo y desistia de aquellos agravios, no mudaria él de parecer ni se apartaria de aquel intento. Hiciéralo como lo dccia, si los otros caballeros no le avisaran que en mala sazon alborotaba la gente, que era mejor aguardar un poco de tiempo que dejar pasar aquella buena coyuntura de ayudar al comun, principalmente que con el ejemplo de los catalanes convenia mover á los aragoneses, gente mas determinada y mas constante en defender sus libertades. Tuviéronse Cortes en Zaragoza con el mismo intento de juntar dinero; pero gran parte do los señores y nobleza hicieron contradiccion á la voluntad del Rey. Fernan Sanchez, hijo del Rey, y don Simon de Urrea, su suegro, fueron los que mas se señalaron como caudillos de los alterados. Pasaron tan adelante, que dejadas las Cortes, se aliaron entre sí en Alagon contra las pretensiones y fuerzas del Rey. La cosa amenazaba guerra y mayores males, si no fuera que personas religiosas se pusieron de por medio para que la diferencia se compusiese por las leyes y tela de juicio sin que se pasase á las manos y á rompimiento. El mismo Rey, fuese de corazon ó fingidamente, no reliusaba, á lo que decia, emendar todo aquello en que hasta entonces le cargaban; como prudente que era y mañoso consideraba que la furia de la muchedumbre es á manera de arroyo, cuya creciente al principio es muy brava y arrebatada, pero luego se amansa. Hiciéronse treguas. Señaláronse jueces sobre el caso, que fueron los prelados de Huesca y de Zaragoza, que con su prudencia compusieron aquellos debates; sobre todo la astucia de Rey, que daba la palabra de hacer todo aquello que pretendian y sobre que aquellos nobles andaban alborotados. Sosegado el alboroto, se hicieron levas de soldados para comenzar por aquella parte la guerra, año de nuestra salvacion de 1265. El rey don Alonso con sus gentes entró por las tierras de Granada muy pujante. El rey don Jaime se encargó de hacer la guerra contra el rey de Murcia. Todo lo hallaron mas fácil que pensaban, ca no hallo que de Africa viniese algun número de gente señalado; la causa no se sabe, sino que no hay que fiar en los moros ni en sus promesas, que tienen la fe colgada de la fortuna y de lo que sucede. El rey don Jaime, por la parte del reino de Valencia entrado que hobo en las tierras de Castilla, ganó & Villena de los moros, y se la restituyó á don Manuel,

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hermano del rey don Alonso de Castilla, que era yerno suyo, casado con doña Costanza, su hija; despues desto sujetó á Elda, Orcelis y á Elche con otros muchos Jugares que por aquella comarca quitó á los moros, parte por fuerza, parte que se le entregaron. Demás desto, pasado el rio de Segura, atajó las vituallas que llevaban los moros á Murcia en dos mil bestias de carga con buena guarda de soldados. En el entre tanto el rey don Alonso no se descuidaba en la guerra contra los moros de Granada, y en hacer todo el mal y daño á los pueblos y campos circunstantes, tanto, que los puso en necesidad de pedir á los nuestros se renovase la antigua confederacion. Los reyes don Jaime y don Alonso para tomar su acuerdo en presencia sobre lo que á la guerra tocaba de propósito por la comodidad del lugar se juntaron en la ciudad de Alcaráz. Estuvo presente á estas vistas la reina doña Violante. Detuviéronse algunos dias; y concertado lo que pretendian y hechas sus avenencias, volvieron á la guerra. Las gentes de Aragon, como apercebidas de todo lo necesario, de Orcelis marcharon la via de Murcia y se pusieron sobre ella por el mes de enero del año 1266. Está aquella ciudad asentada en un llano en comarca muy fresca por do paso el rio de Segura, y sangrado con acequias, riega así bien los campos como la ciudad, que está en gran parte plantada de moreras, cidros y de naranjos y de toda suerte de agrura, y representa un paraíso en la tierra. En nuestro tiempo el principal esquilmo y provecho es el que se saca de la seda, fruto de que se sustenta casi toda la ciudad. Estaba entonces muy pertrechada y fortificada; no solo tenian aquellos ciudadanos cuenta con la recreacion, sino se pertrechabau para la guerra, en particular tenian muy buena guarnicion de soldados, así temian menos al enemigo; por el mismo caso los aragoneses sospechaban que el cerco duraria largo tiempo. Al principio se hicieron algunas escaramuzas con salidas que hacían los moros, en que siempre los cristianos se aventajaban. No pasó mucho tiempo que los moros por la buena maña del rey de Aragon, perdida la esperanza de poderse defender, se rindieron á partido y entregaron la ciudad. Por otra parte, entre el rey don Alonso y los de Granada en una Junta que tuvieron en Alcalá de Benzaide se hizo confederacion y concierto debajo destas condiciones: el rey de Granada se aparte de la liga y amistad del rey Hudiel de Murcia; pague en cada un año cincuenta mil ducados, como antes acostumbraba; al contrario el rey don Alonso alce la mano de amparar en su daño los señores moros de Guadix y de Málaga, á tal empero que el rey Moro les otorgue treguas por espacio de un año; al rey de Murcia, si acaso viniese á poder de cristianos, se le haga gracia de la vida. Tomado este asiento, el rey don Alonso, con deseo de tomar la posesion de la ciudad de Murcia, vuelto ya el rey don Jaime, luego que la rindió, á su tierra, se apresuró para ir allá. En este viaje, en el lugar de Santistéban, Hudiel, rey de Murcia, le salió al encuentro, y echado á sus piés, pidió perdon de lo pasado. Confesaba su yerro y su locura que le despeñó en aquellos males. Pedia tuviese misericordia de su trabajo y de tantas miserias como eran las en que se hallaba. Por esta manera fué recebido en gracia y perdonado; mas que de allí adelante no fuese ni se llamase rey, y se contentase con las heredades y rentas

que le señalaron para sustentar la vida. El nombre de rey se dió á Mahomad, hermano de aquel Abenbut, de quien arriba se dijo fué muerto en Almería. Dejáronle solamente la tercera parte de las rentas reales, y que con lo demás acudiese al fisco real de Castilla. Este fué el remate desta guerra, que tenia puesta la gente en gran recelo y cuidado.

CAPITULO XVI.

Que la emperatriz de Grecia vino à España.

En el mismo tiempo que el Andalucía y reino de Murcia estaban encendidos con la guerra contra los moros, lo demás de España gozaba de sosiego, por lo menos las alteraciones eran de poco momento, cosa de maravilla por la diversidad de principados y la grande libertad de los caballeros y del pueblo. Solo Gonzalo Yañez Bazan, persona principal entre los navarros, renunciado que hobo por públicas escrituras la naturalidad, como en aquel tiempo se acostumbraba, en la frontera de Aragon con voluntad del rey don Jaime edificó un castillo, llamado Boeta, desde donde trabajaba y hacia daño en los campos comarcanos de Navarra. La pesadumbre que por esta causa recebia aquella gente se mudó en grande alegría por traer en el mismo tiempo á Navarra para poner entre las demás reliquias de la iglesia mayor de Pamplona una parte no pequeña de la corona de espinas que fué puesta en la cabeza de Cristo, hijo de Dios. San Luis, rey de Francia, les hizo donacion della; Balduino, emperador de Constantinopla, ya que iba de caida el poder de los franceses en aquel imperio, por la falta de dineros que padecia, se la empeñó por cierta cantidad, con que le socorrió. Esto le hizo aborrecible á sus ciudadanos, por atreverse á privar aquella ciudad de una reliquia y prenda tan grande y tan santa. Esta corona se ve hasta el dia de hoy y se conserva con gran devocion en Paris en la capilla santa y real de los reyes de Fraocia. Es á manera de un turbante, y della se tomó la parte que al presente se trajo á Navarra. Esto en España. De Italia venian nuevas que el año pasado el rey Manfredo fué despojado del reino y de la vida por Cárlos, hermano de san Luis, rey de Francia, y que, como vencedor, en su lugar se apoderó de aquellos estados. Urbano y despues Clemente IV, pontífices romanos, con esperanza y promesa de dalle aquel reino le llamaron á Italia, y llegado que fué á Roma, le coronaron por rey de Sicilia y de Nápoles. La batalla, que fué brava y famosa, se dieron cerca de Benevento, con que el poder y riquezas de los normandos, que tantos años florecieron en aquellas partes, quedaron por tierra. Concertó el nuevo Rey y obligóse de pagar cada un año á la Iglesia romana en reconocimiento del feudo cuarenta mil ducados, y que no pudiese ser emperador, puesto que sin pretendello él le ofreciesen el imperio. El rey don Jaime, alterado como era razon por el desastre y caida de Manfredo, su consuegro, revolvia en su pensamiento en qué manera tomaria emienda de aquel daño. Así apenas hobo dado fin á la guerra de Murcia, cuando se partió á lo postrero de Cataluña para si en alguna manera pudiese ayudar á lo que quedaba de los normandos y apoderarse del reino, que por la afinidad contraida con Manfredo pretendia ser de su hijo. En el

entre tanto don Alonso, rey de Castilla, se ocupaba en asentar las cosas de Murcia, llevar nuevas gentes para que poblasen en aquella comarca, edificar castillos por todo el distrito para mayor seguridad. No bastaba Castilla para proveer de tanta multitud como se requeria para poblar tantas ciudades y pueblos. De Cataluña hizo llamar y vinieron muchos que asentaron en el nuevo reino. No dejaba asimismo, no obstante lo concertado, de ayudar de secreto á los de Guadix y á los de Málaga. Para quejarse deste agravio y que el rey don Alonso no guardaba lo concertado el rey de Granada en persona vino á Murcia. La respuesta que se le dió no fué á su gusto; volvióse mas enojado que vino, ocasion con que algunos señores, que de tiempo atrás ofendidos del rey don Alonso se tenian por agraviados, hablaron en secreto con el Moro y le persuadieron á que de nuevo tomase las armas. El principal en este trato fué don Nuño Gonzalez de Lara, hombre de gran ingenio, de grandes riquezas y que tenia muchos aliados. Pretendia que el Rey tenia hechos muchos agravios á don Nuño, su padre, y á don Juan, su hermano. Deste principio resultaron nuevas alteraciones á tiempo que el Rey se prometia paz muy larga y estaba asaz seguro de lo que se trataba, tanto, que era ido á Villareal para ver los edificios y fábricas que en el nuevo pueblo se levantaban. Dende despachó sus embajadores á Francia el año de 1267 al rey san Luis para pedille su hija doña Blanca por mujer para el infante don Fernando, su hijo mayor. Hecho esto, él se fué á la ciudad de Victoria, para donde el rey de Ingalaterra le tenia aplazadas vistas, y prometido que en breve seria con él para tratar cosas y negocios muy graves. Todavía no vino, sea mudado de voluntad, ó por no tener lugar para ello; envió empero á Eduardo, su hijo mayor, á tiempo que ya el rey don Alonso era vuelto á Búrgos, y en sazon que la emperatriz de Constantinopla, huida de su casa y echada de su imperio, vino á verse con el Rey. Balduino, su marido, y Justiniano, patriarca, echados que fueron de Grecia por las armas de Micael Paleólogo, en el camino, segun se entiende, cayeron en manos del soldan de Egipto. La emperatriz, por nombre Marta, con el deseo que tenia de librar á su marido, concertó su rescate en treinta mil marcos de plata. Para juntar esta suma tan grande fué primero á verse con el Padre Santo y rey de Francia; últimamente, llegada á Búrgos el año del Señor 68 deste centenario, suplicó al Rey, su primo, solamente por la tercera parte desta suma. El Rey se la dió toda entera, que fué una liberalidad de mayor fama que prudencia, por estar los tesoros tan gastados. Lo que principalmente los señores le cargaban era que con vano deseo de alabanza consumió en esto los subsidios y ayudas del reino, y para suplir sus desórdenes desaforaba los vasallos. Los ánimos, una vez alterados, las mismas buenas obras las toman en mala parte. Algunos historiadores tienen por falsa esta narracion, y dicen que Balduino nunca fué preso del soldan de Egipto. Nos en esto seguimos la autoridad conforme de nuestras historias, puesto que no ignoramos muchas veces ser mayor el ruido y la fama que la verdad. El emperador Balduino, recobrada la libertad, por no poder volver á su imperio pasó á Francia, y en Namur, ciudad suya y de los sus estados de Flandes, pasó su vida. Por do parece que los condes de Flandes

se pueden intitular emperadores de Constantinopla, no con menos razon que los reyes de Sicilia pretenden el reino de Jerusalem. Por un privilegio dado á los caballeros de Calatrava, era 1302, de Cristo 1264, á 17 de octubre, se comprueba bastantemente que la iglesia de Toledo estaba vacante, y se convence, si los números allí no están estragados, cosa que suele acontecer muchas veces. En lugar sin duda de don Pascual, arzobispo de Toledo, ó este año, ó lo que mas creo, algunos años antes fué puesto otro don Sancho, hijo de don Jaime, rey de Aragon. Sospecho que el nuevo prelado, sea por su poca edad, sea por otras causas, se detuvo en Aragon antes de arrancar para venir á su iglesia, que dió ocasion á algunos para poner antes de su eleccion una vacante de no menos que cuatro años. Queríale mucho su padre, que fué causa de venir por este tiempo á Toledo, como luego se dirá.

CAPITULO XVII.

Que don Jaime, rey de Aragon, vinoá Toledo

Por el mismo tiempo en Italia andaban muy grandes alteraciones y revueltas á causa que Corradino, suevo, pretendia por las armas contra la voluntad y mandado de los pontífices restituirse en los reinos de su padre. Seguíale y acompañábale desde Alemaña Federico, duque de Austria. Don Enrique, hermano del rey de Castilla, desde Roma se fué con él, donde tenia cargo de senador ó gobernador; su nobleza suplia, á lo que yo creo, la falta de otras partes y de su inquieto natural. Demás destos señores los gibellinos por toda Italia tomaron su voz y en su favor las armas. Con esta gente y pujanza rompió por el reino de Nápoles; en los Marsos, parte del Abruzo, cerca del lago Fucino, hoy el lago de Talliacozo, dió la batalla Corradino al nuevo rey Cárlos, que salió al encuentro. Vencieron los franceses, mas por maña que por verdadero esfuerzo; fueron presos en la pelea Federico y don Enrique, Corradino en la huida y alcance, que ejecutaron los franceses con crueldad. A Corradino y Federico en juicio cortaron en Nápoles las cabezas, nuevo y cruel ejemplo, que tan grandes príncipes, á los cuales perdonó la fortuna dudosa y trance de la batalla, despues della en juicio los ejecutasen. En el entre tanto en Aragon se levantó una liviana alteracion á causa que Gerardo de Cabrera pretendia el condado de Urgel, con color que los hijos de su hermano don Alvaro, poco antes difunto, no eran legítimos. Don Ramon Folch, de los infantes de parte de madre, y otras personas priucipales por compasion de su edad y por otras prendas que con ellos tenian se encargaron de amparallos. El rey don Jaime parecia aprobar la pretension de Gerardo, mayormente que traspasara su derecho en el mismo Rey por no confiar en sus fuerzas. El rey de Granada por otra parte trataba de hacer guerra á los de Guadix y á los de Málaga en prosecucion de su derecho y por lo que poco antes se concertó en la confederacion que puso con el rey don Alonso, de quien extrañaba que de secreto ayudase á sus contrarios. Don Nuño de Lara y don Lope de Haro, por estar desabridos con su Rey y enajenados, atizaban el fuego. Prometian que si de nuevo tomaba las armas se pasarian á él públicamente, no solo ellos, sino otros muchos señores que estaban asimismo disgustados. Andaba fama destas prácticas

tio

y se rugia lo que pasaba, que pocas cosas grandes de todo punto se encubren, pero no se podian probar bastantemente con testigos. Forzado pues el Rey de la necesidad se partió para el Andalucía. Hállase que este año á 30 de julio dió el rey don Alonso y expidió un privilegio en Sevilla, en que hizo villa á Vergara, pueblo de Guipúzcoa á la ribera del rio Deva, y le mudó el nombre que antes tenia de San Pedro de Ariznoa en el que hoy le llaman. Compuestas en alguna manera las cosas del Andalucía, entrado ya el invierno, fué forzado á dar la vuelta para recebir y festejar al rey don Jaime, su suegro, que venia á Toledo á instancia de don Sancho, su hijo, para hallarse presente á su misa nueva, que queria cantar el mismo dia de Navidad. El dia señalado don Sancho dijo su misa de Pontifical; halláronse presentes para honralle los dos reyes de Castilla y Aragon, padre y cuñado, la Reina, su hermana, y el infante don Fernando. Detuviéronse en Toledo ocho dias no mas, porque el rey de Aragon, aunque se hallaba en lo postrero de su edad, ardia en deseo de abreviar y comenzar la jornada que pretendia hacer para la guerra de la Tierra-Santa, sin perdonar á trabajo ni hacer caso de los negocios de su reino, que le tenían embarazado, muchos y graves, por la gran gana de ensanchar el nombre cristiano y ilustrar en la Suria la gloria antigua de los cristianos, que parecia estar añublada. Gran príncipe y valeroso, digno que le sucediera mas á propósito aquella jornada.

CAPITULO XVIII.

Que el rey de Aragon partió para la Tierra-Santa.

Las cosas de la Tierra-Santa estaban reducidas á lo postrero de los males y apretura. El reino que fundó el esfuerzo de los antepasados, la cobardía y flojedad de los que en él sucedieron le tenian en aquel estado. Además que los príncipes cristianos, ocupados en las guerras que se hacian entre sí por cumplir sus apetitos particulares, poco cuidaban del bien público y de la afrenta de la cristiana religion. El vigor y ánimo con que tan grandes cosas se acabaron por la inconstancia de las cosas humanas se envejecia; y porque tantas veces los príncipes sin provecho alguno por mar y por tierra en gran número acudieran para ayudar á los cristianos los años pasados, la esperanza de mejoría era muy poca y todos desalentados. A la sazon se ofrecia una buena ocasion que casi en un mismo tiempo despertó para volver á las armas á España, Ingalaterra y Francia. Esta fué que los tártaros, salidos de aquella❘ parte de Scitia, como algunos piensan, en que Plinio antiguamente demarcó los tractaros, hecha liga con los de Armenia, habian acometido con las armas aquella parte de la Suria que estaba en poder de los sarracenos, con gran esperanza al principio de los fieles que podrian recobrar las riquezas y poder pasado; pero despues todo fué de ningun efecto y se fué en flor lo que pensaban. En el tiempo que Inocencio IV celebraba un concilio general en Leon de Francia, fueron por él enviados cuatro predicadores de la sagrada órden de Santo Domingo, cuya fama en aquella sazon era muy grande, á la tierra de los tártaros para acometer si por ventura aquella gente áspera en su trato, dada á las armas, sin ninguna religion ó engañada, se pudiese

persuadir á abrazar la cristiana. Con esta diligencia se ganó aquella gente; humanáronse aquellos bárbaros con la predicacion, y comenzaron á cobrar aficion á los cristianos mas que á las otras naciones. El rey de aquella gente, que vulgarmente llamaban el Gran Cam, que quiere decir rey de los reyes, no cesaba con embajadores que enviaba á todas partes de despertar los príncipes de Europa para que tomasen las armas. Acusábalos y dábales en cara que parecia no hacian caso de la gloria del nombre cristiano. Esta instancia que hizo los años pasados y no se dejó los de adelante, en este tiempo se continuó con mayor porfia y cuidado; en particular envió al rey de Aragon en compañía de Juan Alarico, natural de Perpiñan (al cual el Rey antes movido por otra embajada despachó para que fuese á los tártaros), nuevos embajadores, que en nombre de su Rey prometian todo favor, si se persuadiese de tomar las armas y juntar en uno con ellos las fuerzas. Estos embajadores repararon en Barcelona; Alarico pasó á Toledo, y en una junta de los principales dió larga cuenta de lo que vió y de toda su embajada; palabras y razones con que los ánimos de los príncipes no de una manera se movieron. El rey don Jaime se determinó ir á la guerra, magüer que era de tanta edad. Don Alonso, su yerno, y la Reina alegaban la deslealtad de los griegos, la fiereza de los tártaros, todo con intento de quitalle de aquel propósito, para lo cual usaban y se valian de muchos ruegos y aun de lágrimas que se derramaban sobre el caso. Prevaleció empero la constancia de don Jaime; decia que no era justo, pues tenia paz en su casa y reino, darse al ocio, ni perdonar á ningun afan, ni á la vida que poco despues se habia de acabar, en tan gran peligro como corrian los cristianos. El rey don Alonso, por velle tan determinado, le prometió cien mil ducados para ayuda de los gastos de la guerra. Algunos señores de Castilla asimismo se ofrecieron á hacelle compañía en aquella jornada, entre ellos el maestre de Santiago y el prior de San Juan don Gonzalo Pereira. Concluidas las fiestas de Toledo, él se partió; en la ciudad de Valencia oyó los embajadores de los tártaros, y fuera dellos otro embajador del emperador Paleólogo, que le prometia, si tomaba aquella empresa, de proveelle bastantemente de vituallas y todo lo necesario. En Barcelona se ponia en órden y estaba á la cola una buena armada apercebida de soldados y de todo lo demás. Antes que se pusiese en camino, á ruego de su hija doña Violante, volvió desde Valencia al monasterio de Huerta. Despedido de sus hijos y de sus nietos, sin dar oidos á los ruegos con que pretendian de nuevo apartalle de aquel propósito, volvió donde surgia la armada, en que se contaban treinta naves gruesas y algunas galeras. A 4 de setiembre, dia miér coles, año de 1269, hechas sus plegarias y rogativas como es de costumbre, alzó anclas y se hizo á la vela; era el tiempo poco á propósito y sujeto á tormentas. En tres dias llegaron á vista de Menorca; mas no pudieron tomar puerto á causa que cargó mucho el tiempo y una recia tempestad de vientos desrotó las naves y la armada; dejáronse llevar del viento, que las echó á diversas partes. El Rey arribó á Marsella en la ribera de Francia, y desde allí por mudarse el viento aportó al golfo agatense ó de Agde. Algunas de las naves que pudieron seguir el rumbo que llevaban, llegaron á

Acre, pueblo de Palestina, entre las demás las naves de Fernan Sanchez, hijo del Rey. Movido por las amonestaciones de los suyos, el Rey se rehizo en Mompeller por algunos dias del trabajo del mar; y arrepentido de su propósito, á que parecia hacer contradicion el cielo ofendido y enojado contra los hombres y sus pecados, puesto que menospreciaba cosas semejantes como casuales, ni miraba en agueros, volvió á Cataluña sin hacer otro efecto. En Castilla el rey don Alonso llegó hasta Logroño; en su compañía Eduardo, hijo del rey de Ingalaterra, para recebir á su nuera, que concertado el casamiento en Francia, por Navarra venia á verse con su esposo. Las bodas se celebraron en Búrgos con aparato el mayor y mas real que los hombres vieron jamás; don Jaime, rey de Aragon, abuelo del desposado, á persuasion del rey don Alonso, y junto con él don Pedro, su hijo mayor, Filipe, hijo mayor del rey de Francia, Eduardo, príncipe y heredero de Ingalaterra, el rey de Granada, el mismo rey don Alonso, sus hermanos y hijos y su tio don Alonso, señor de Molina, se hallaron presentes. De Italia, Francia y España acudieron muchos señores, entre ellos Guillen, marqués de Monferrat, de quien dice Jovio era yerno del rey don Fernando. Hallóse otrosí el arzobispo de Toledo don Sancho; quién dice que veló á los desposados. Con estas bodas se pretendia que el rey san Luis en su nombre y de sus hijos se apartase del derecho que se entendia tenia á la corona de Castilla, como hijo que era de doña Blanca, hermana mayor del rey don Enrique, como arriba queda dicho y juntamente refutado. Concluidas las fiestas, el rey don Alonso acompañó al rey don Jaime, su suegro, para honralle mas hasta la ciudad de Tarazona.

CAPITULO XIX.

San Luis, rey de Francia, falleció.

Los ingleses y franceses pasaron mas adelante que los aragoneses en lo que tocaba á la guerra de la Tierra-Santa; pero el remate no fué nada mejor, salvo que por esta razon se hizo confederacion entre Ingalaterra y Francia. En Paris, en una grande junta de príncipes, compusieron todas sus diferencias antiguas; este fué el principal fruto de tantos apercebimientos. Señaláronse de comun consentimiento en Francia los términos y aledaños de las tierras de los franceses y ingleses. Púsose por la principal condicion que en tanto que san Luis combatia á Túnez, do pretendia pasar á persuasion de Cárlos, su hermano, rey de Nápoles, que decia convenir en primer lugar hacer la guerra á los de Africa, que siempre hacian daño en Italia y en Sicilia y en la Proenza y á todos ponian espanto; que en el entre tanto el Inglés con su armada, que era buena, pasase á la conquista de la Tierra-Santa. Hizose como lo concertaron, que Eduardo, hijo mayor del Inglés, con buen número de bajeles, rodeadas y costeadas las riberas de España y de Italia, á cabo de una larga navegacion surgió en aquellas riberas y saltó con su gente en tierra de Ptolemaide. Los primeros dias la ayuda de Dios le guardó de un peligro muy grande; un hombre en su aposento le acometió y le dió antes que le acudiesen una ó dos heridas. Mataron aquel mal hombre allí luego. No se pudo averiguar quién era el que

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le enviara; díjose que los asasinos, que era cierto género de hombres atrevidos y aparejados para casos semejantes. San Luis, con tres hijos suyos, 1.o de marzo, año de 1270, desde Marsella se hizo á la vela. Teobaldo, rey de Navarra, puesto á su hermano don Enrique en el gobierno del reino, con deseo de mostrar su valor y ayudar en tan sauta empresa, acompañó al Rey, su suegro. Padecieron tormenta en el mar y recios temporales; finalmente, desembarcaron en Túnez. Asentaron sus ingenios, con que comenzaron á combatir aquella ciudad. Los bárbaros, que se atrevieron á pelear, por dos veces quedaron vencidos; despues de esto, como se estuviesen dentro de los muros, llegó el cerco á seis meses. Los calores son extremos, la comodidad de los soldados poca. Encendióse una peste en los reales, de que murieron muchos ; entre los demás, primero Juan, hijo de san Luis, y poco despues el mismo Rey, de cámaras que le dieron, falleció á 25 de agosto. Esta grande cuita y afan se acrecentara, y hobieran los deinás de partir de Africa y dejar la demanda con gran mengua y daño, en tanta manera tenian enflaquecidas las fuerzas, si no sobreviniera Cárlos, rey de Sicilia, que dió ánimo á los caidos. Hízose concierto con los bárbaros que cada un año pagasen de tributo al mismo rey Cárlos cuarenta mil ducados, que era el que él debia por Sicilia y Nápoles á la Iglesia romana y al Papa; con esto, embarcadas sus gentes, pasaron á Sicilia. No aflojaron los males; en la ciudad de Trapana, que es en lo postrero de aquella isla, Teobaldo, rey de Navarra, falleció á 5 dias de diciembre. Esta fué la ocasion que forzó á dejar la empresa de la Tierra-Santa, que tantas veces infelizmente se acometiera, y de dar la vuelta á sus tierras y naturales. Las entrañas de san Luis sepultaron en la ciudad de Monreal en Sfcilia; el cuerpo llevaron á San Dionisio, sepultura de aquellos reyes cerca de Paris. El cuerpo del rey Teobaldo, embalsamado, llevaron

Pervino, ciudad de Campaña en Francia, y pusieron en los sepulcros de sus antepasados. Su mujer, la reina doña Isabel, el año luego siguiente, á 25 de abril, falleció en Hiera, pueblo de la Proenza; enterráronla en el monasterio llamado Barra. A todos se les hicieron las honras y exequias como á reyes, con grande aparato, como se acostumbra entre los cristianos. Volvainos la pluma y el cuento á Castilla.

CAPITULO XX.

De la conjuracion que hicieron los grandes contra el rey
don Alonso de Castilla.

El ánimo del rey don Alonso se hallaba en un mismo tiempo suspenso y aquejado de diversos cuidados. EI deseo de tomar la posesion del imperio de Alemaña le punzaba, á que las cartas de muchos con extraordinaria instancia le llamaban. Los grandes y ricos hombres del reino andaban alterados y desabridos por las ásperas costumbres y demasiada severidad del Rey, á que no estaban acostumbrados. Rugíase demás desto por nuevas que venianque de Africa se aparejaba una nueva guerra con mayores apercebimientos y gentes que en ninguno de los tiempos pasados. Dado que Pedro Martinez, almirante del mar, el año pasado acometió y sujetó los moros de Cádiz, que halló descuidados. Era dificultoso mantener con guarnicion y soldados aquellas ciudad y isla; por esta causa la dejaron al rey

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