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amor y benevolencia de los ciudadanos con su cabeza; el aborrecimiento acarrea la total ruina; que procurase granjear todos los estados del reino; si esto no fuese posible, por lo menos abrazase los prelados y el pueblo, con cuyo arrimo hiciese rostro á la insolencia de los nobles; que no hiciese justicia de ninguno secretamente por ser muestra de miedo y menoscabo de la majestad; el que sin oir las partes da sentencia, puesto que ella sea justa, todavía hace agravio. Estas eran las faltas principales que en don Alonso se notaban, y si con tiempo se remediaran, el reino y él mismo se libraran de grandes afanes. En la junta de los reyes y con las vistas ninguna cosa de momento se efectuó. Al rey don Alonso fué por tanto forzoso el año siguiente volver de nuevo á Alicante para verse con el Rey, su suegro, y rogalle enfrenase los nobles de Aragon para que no se juntasen con los rebeldes de Castilla, como lo pretendian hacer; y porque el rey de Granada continuaba en hacer guerra contra los de Guadix y los de Málaga, le diese consejo á cuál de las partes seria mas conveniente acudir. En este punto el rey don Jaime fué de parecer que guardase la confederacion antigua; que no debia de su voluntad irritar á los de Granada ni hacelles guerra. La embajada de Arana no fué de provecho alguno; antes el rey de Granada á persuasion de los alborotados, quebrantada la avenencia que tenían puesta, fué el primero que se metió por tierras de cristianos talando y destruyendo, y metiendo á fuego y á sangre los campos comarcanos. Tenia consigo un número de caballos africanos que Jacob Abenjucef, rey de Marruecos, le envió delante. Sabidas estas cosas, el rey don Alonso mandó por sus cartas á don Fernando, su hijo, que a la sazon se hallaba en Sevilla y se apercebia para la nueva guerra, que con todas sus gentes marchase contra el rey de Granada; él se partió para Búrgos por ver si en alguna manera pudiese apaciguar los ánimos de los rebeldes. En aquella ciudad se hicieron Cortes de todo el reino, y en particular fueron llamados los alborotados con seguridad pública que les ofrecieron; y para que estuviesen mas sin peligro se señaló fuera de la ciudad el Hospital Real en que se tuviesen las juntas. Habláronse el Rey y los señores en diferentes lugares, con que quedaron las voluntades mas desabridas. Llegaron los disgustos á término, que renunciada la fidelidad con que estaban obligados al Rey, en gran número se pasaron á Granada el año 1272. Don Nuño, don Lope de Haro, el infante don Filipe eran las tres cabezas de la conjuracion. Fuera destos, don Fernando de Castro, Lope de Mendoza, Gil de Roa, Rodrigo de Saldaña; de la nobleza menor tan gran número que apenas se pueden contar. Al partirse con sus gentes quemaron pueblos, talaron los campos y dieron en todo muestra de la enemiga que llevaban. El Rey á grandes jornadas pasó á Toledo, de allí á Almagro; y porque no tenia esperanza de que se podrian reducir los grandes á su servicio, pretendia avenirse y sosegar al rey de Granada. Esto sobre todo deseaba; si no salia con ello, se resolvia de hacelle la guerra con todas sus fuerzas y con la mas gente que pudiese juntar.

de Marruecos, de cuyo señorío antes era; resolucioná propósito de ganar la voluntad de aquel bárbaro y sosegalle. El rey don Alonso de Portugal envió á don Dionisio, su hijo, que era de ocho años, á su abuelo el rey de Castilla para que alcanzase dél libertad y exencion para el reino de Portugal, y que le alzase la palabra que dió los años pasados y los homenajes. Tratóse deste negocio en una junta de grandes; callaban los demás, y aun venian en lo que se pedia por no contrastar con la voluntad del Rey, que á ello se mostraba inclinado. Don Nuño Gonzalez de Lara, cabeza de la conjuracion y de los desabridos y mal contentos, se atrevió á hacer rostro y contradicion. Decia que no parecia cosa razonable diminuir la majestad del reino con cualquier color, y mucho menos en gracia de un infante. Sinembargo, prevaleció en la junta el parecer del Rey, que Portugal fuese exento; y con todo esto la libertad de don Nuño se le asentó mas altamente en el corazon y memoria que ninguno pensara. Juntado este desabrimiento con los demás, fué causa que don Nuño y don Lope de Haro y don Filipe, hermano del Rey, se determinasen á mover práticas perjudiciales al reino y al Rey. Quejábanse de sus desafueros y de los muchos desaguisados que hacia; no tenian fuerzas bastantes para entrar en la liza; resolviéronse de acudir á las ayudas de fuera y extrañas. Así en el tiempo que el rey Teobaldo se ocupaba en la guerra sagrada solicitó á don Enrique, gobernador de Navarra, el infante don FiJipe que se fuese á ver con él y hermanarse y hacer liga con aquellos grandes. El, como mas recatado, por no despertar contra si el peso de una gravísima guerra, dió por excusa la ausencia del Rey, su hermano. Los grandes, perdida esta esperanza, convidaron á los otros reyes, al de Portugal, al de Granada y al mismo emperador de Marruecos por sus cartas á juntarse con ellos y hacer guerra á Castilla, sin mirar, por el gran deseo que tenian de satisfacerse, cuán perjudicial intento era aquel y cuán infames aquellas tramas. Don Alonso, rey de Castilla, era persona de alto ingenio, pero poco recatado, sus orejas soberbias, su lengua desenfrenada, mas á propósito para las letras que para el gobierno de Jos vasallos; contemplaba al cielo y miraba las estrellas; mas en el entretanto perdió la tierra y el reino. Avisado pues de lo que pasaba por Hernan Perez, que los conjurados pretendieron tirar á su partido y atraer á su parcialidad, atónito por la grandeza del peligro, que en fin no dejaba de conocer, volvió todos sus pensamientos á sosegar aquellos movimientos y alteraciones. Con este intento desde Murcia, do á la sazon estaba, envió á Enrique de Arana por su embajador á los grandes, que se juntaron en Palencia con intento de apercebirse para la guerra, por ver si en alguna manera pudiese con destreza y industria apartallos de aquel propósito. El y la Reina, su mujer, fueron á Valencia para tratar con el rey don Jaime y tomar acuerdo sobre todas estas cosas. El, como quier que por la larga experiencia fuese muy astuto y avisado, cuando vino á Búrgos para hallarse á las bodas del infante don Fernando, antevista la tempestad que amenazaba á Castilla á causa de estar los grandes desabridos, reprehendió á don Alonso con gravísimas palabras y le dió consejos muy saludables. Estos eran que quisiese antes ser amado de sus vasallos que temido; la salud de la república consiste en el

CAPITULO XXI.

De nuevas alteraciones que sucedieron en Aragon.

En el tiempo que estas cosas pasaban en Castilla, Filipe, rey de Francia, que sucedió á su padre san Luis, allegaba á su corona nuevos estados por muerte de Alonso, su tio, y de Juana, su mujer, que murieron á la sazon sin hijos, y eran condes de Potiers y de Tolosa; y no mucho despues Rogerio Bernardo, conde de Fox, fué despojado de su estado no por otra causa mas de que en cierta ocasion no quiso obedecer á los jueces reales; por lo cual las armas aragonesas, á causa que parte del estado de aquel Príncipe era feudo de Aragon, estuvieron para revolverse contra Francia. La prudencia del rey don Jaime atajó el daño; á su persuasion el de Fox puso su persona y todo su estado en manos del rey de Francia, con que se sosegaron aquellos debates. Dentro del reino de Aragon tenian sospechas de nuevas alteraciones á causa que el infante don Pedro, hijo primero y heredero del rey de Aragon, estaba desabrido con Fernan Sanchez, su hermano bastardo, por entender, entre otras cosas, que cuando volvió de la TierraSanta fué recebido con gran honra y festejado de Cárlos, rey de Nápoles, y por esto sospechaba habia con él tratado cosas perjudiciales al reino. Hallábase el dicho don Fernando en Burriana; allí don Pedro con buen número de soldados le tomó de sobresalto, y despues que por fuerza entró en la casa y buscó en todos los lugares á su hermano, escudriñó los escondrijos, quebró cerraduras, hinchólo todo de ruido y de alboroto. En el entre tanto don Fernando y doña Aldonza, su mujer, se pusieron en salvo. Estos fueron principios de grandes alteraciones, ca los nobles del reino con esta ocasion de la enemistad de los dos hermanos se dividieron en dos bandos con tan grande obstinacion, que, juntadas las fuerzas, no dudaron los que seguian la parcialidad de don Fernando de mover guerra contra el mismo Rey; de que no resultó otro provecho sino que el vizconde de Cardona y otros señores parciales fueron por esta causa despojados de sus estados. El mismo Fernan Sanchez, cercado en el castillo de Pomar por su hermano, luego que le tuvo en su poder, le hizo ahogar con un lazo y despeñar en el rio Cinga, que por alli pasa, unos decian con razon, otros que injustamente; lo cierto que quitado el capitan y cabeza los demás se sosegaron. Este fué el fruto de aquel parricidio ; pero la muerte de Fernan Sanchez sucedió tres años adelante. Dejó un hijo de pequeña edad, llamado don Filipe, de quien desciende el linaje de los Castros en Aragon. A Rugerio de Lauria hizo donacion el rey don Jaime en tierra de Valencia de dos heredades, que se llaman Raelo y Abricat, en premio de su trabajo, porque de lo último de Italia acompañó los años pasados á doña Constanza, su nuera. Fué este caballero en lo de adelante persona de grande ingenio y excelente capitan, mayormente por el mar. Con don Enrique, rey de Navarra, que por morir su hermano el rey Teobaldo sin hijos sucedió en aquel reino, y con quien los aragoneses tenian diferencia por pretender que les quitaran aquel reino injustamente, como en su lugar queda dicho, todavía se concertaron treguas por muchos años. El rey don Jaime via los suyos alborotados, mas inclinados á las armas que á la paz y á la concordia; y por las diferencias que andaban temia

que la una de las partes, juntados con los navarros, no le diesen en que entender. Esta fué la causa de tomar asiento con Navarra; y aun otro cuidado le aquejaba mas de volver las fuerzas contra los moros, de donde una cruel tempestad se aparejaba para España si no se acudia al remedio con tiempo, como los hombres prudentes lo sospechaban y comunmente se decia no sin

causa.

'CAPITULO XXII

El rey don Alonso partió para tomar posesion del imperio. Ardia el rey don Alonso en deseo de ir á Alemaña á tomar la corona y insignias del imperio; tanto mas y con mayor priesa, que por autoridad del papa Gregorio X los señores de Alemaña, cansados de los males que en aquella vacante se padecieron, muchos, muy graves y muy largos, y porque de años atrás era muerto Ricardo, el otro competidor, se aparejaban para hacer nueva eleccion, sin tener cuenta con el rey dou Alonso. Alterado él con esta nueva, como era razon, pretendia recompensar la tardanza pasada con abreviar; y por esto, aunque muy fuera de sazon, comenzó á tratar muy de veras de su ida á Alemaña. A las personas prudentes parecia se debia anteponer á esto el sosiego y el cuidado de la república. Los hombres mas livianos y de poca experiencia, hinchados de vana esperanza, le exhortaban á la jornada, sin faltar quien blasonase y dijese era bien aparejar armas, caballos y las demás cosas necesarias para hacer la guerra en Alemaña y para sujetar á los que contrastasen á sus intentos. Algunos tomaban por mal agüero que tantas veces se le hobiese al rey don Alonso desbaratado aquel viaje que tanto deseaba. Era este Rey de su natural irresoluto y tardo, las cosas del reino embarazadas; y si hallara algun buen color, de buena gana desistiera de aquella pretension; pero por miedo de la infamia y mengua de reputacion se resolvió pasar adelante. Con este intento procuró con cualquier partido apaciguar los de Granada y los grandes. En esto el rey de Granada, Alhamar, falleció al principio del año 1273. Fué hombre atrevido, astuto y muy contrario á nuestras cosas. Hobo diferencia sobre la sucesion; prevaleció aquella parcialidad con la cual se juntaron los forajidos y grandes de Castilla, y diéronse las insiguias reales á Mahomad, por sobrenombre Miralmutio Leminio, hijo mayor del difunto. Este Príncipe, puesto que era de suyo contrario á nuestras cosas y muchos le movian á hacer guerra; porque las fuerzas de su nuevo reino andaban en balanzas, el rey don Alonso entendia que se inclinaba á la paz y que fácilmente se podria efectuar. Demás desto, algunos de los grandes se reducian á mejor partido y mas sanos propósitos. En particular don Fernando de Castro y Rodrigo de Saldaña sobre seguro vinieron á verse con él á Avila, do se hacian Cortes del reino por el mismo tiempo que en Alemaña procedieron á nueva eleccion aprosuradamente; en que Rodulfo, conde de Ausburg, por voto de todos los electores, fué nombrado por rey de romanos. Señor, bien que de poca renta y estado pequeño, pero que descendia del nobilísimo linaje de los antiguos reyes franceses y era en todas virtudes acabado. Los embajadores del rey don Alonso que so

hallaron á la sazon en Francfordia, aunque hicieron contradiccion y sus protestaciones, no fué de efecto alguno; la aficion de antes la tenian ya trocada en de→ sabrimiento y odio que todos le cobraran. Despedidas las Cortes de Avila, se fué el Rey á Requena para tomar acuerdo con el Rey, su suegro, en presencia sobre la guerra de los moros. Allí por el trabajo del camino, ó por el desabrimiento y desgusto con que andaba, adoleció de una enfermedad no ligera. Y porque las demás cosas no sucedian á propósito y la misma priesa por el gran deseo le parecia tardanza, juzgó seria lo mejor intentar de hacer las paces por industria de la Reina y por la autoridad del primado don Sancho. Ellos para tratar desto sin dilacion se partieron para Córdoba. Al pontífice Gregorio X despachó á Aimaro, fraile dominico, que despues fué obispo de Avila, y á Fernando de Zamora, canónigo de Avila y chanciller del Rey. Estos en Civitavieja, en que á la sazon estaba el Pontífice, en consistorio declararon las causas por que la eleccion de Rodulfo pretendian ser inválida. Que no debia el Pontífice moverse por los dichos de aquellos que ponian asechanzas y redes á sus orejas y con engaños pretendian ganar gracias con otros, sino conservarse neutral, como lo pedia la persona y lugar sacrosanto que representaba, y con esto ganar ambas las partes á ejemplo de sus antecesores Urbano y Clemente, que con igual honra y título, por no perjudicar á nadie, dieron á Ricardo y á don Alonso título de rey de romanos. A los electores de Alemaña fué don Fernando, obispo de Segovia, para ponellos en razon y procurar repusiesen lo atentado. Con estas embajadas no se hizo efecto alguno por estar todos cansados de tan larga tardanza. Solo el año siguiente de 1274 desde Leon de Francia, donde, presente el Pontífice, se hacia el concilio general de los obispos para reformar la disciplina eclesiástica, renovar la guerra de la TierraSanta y unir la Iglesia griega con la latina, Fredulo fué enviado por nuncio al rey don Alonso para que le ofreciese los diezmos de las rentas eclesiásticas en nombre del Pontífice para la guerra contra moros, á tal que desistiese de la pretension y esperanza vana que tenia de ser emperador; que parecia cosa injusta con deseo de imperio forastero alterar la paz de la Iglesia, que tan sosegada estaba. En este medio don Enrique, rey de Navarra, muy apesgado y disforme por la mucha gordura de su cuerpo, falleció en Pamplona á 22 de julio. De su mujer doña Juana, hija de Roberto, conde de Artesia y hermano del rey san Luis, dejó una hija, llamada tambien doña Juana, en edad apenas de tres años, que, sin embargo, fué heredera de aquellos estados, así porque el reino la jurara antes, como por testamento de su padre, que lo dejó así dispuesto; de que resultaron nuevas diferencias y discordias, y el reino de Navarra finalmente se juntó con el de Francia. La embajada de Fredulo no fué desagradable al rey don Alonso; respondió que se pondria á sí y toda aquella diferencia en manos del Pontífice para que él la determinase como mejor le fuese'visto. Con esta respuesta el Pontifice sin detenerse mas aprobó en público consistorio la eleccion de Rodulfo, á 6 de setiembre, que hasta entonces por respeto de don Alonso se entretuvo ; luego escribió cartas á todos los príncipes en aquella sustancia. Al mismo Rodulfo mandó

que lo mas presto que pudiese se apresurase á pasar en Italia para coronarse. Al concilio que se tenia en Leon se partió don Jaime, rey de Aragon, aunque en lo postrero de su edad, por ser descoso de honra y por otros negocios. Desde allí, sin hacer cosa de momento, dió la vuelta á su tierra, desabrido claramente con el Pontífice porque rehusó de coronalle si no pagaba el tributo que su padre el rey don Pedro concertó de pagar cada un año en el tiempo que en Roma se coronó, como queda dicho en su lugar. Al rey don Jaime le parecia cosa indigna que el reino ganado por el esfuerzo de sus antepasados fuese tributario á algun extraño. En este comedio el rey de Granada y los grandes forajidos por diligencia de la Reina se redujeron al deber; para sosegar á los grandes les prometieron todas las cosas que pedian; el rey de Granada quedó que pagase cada año de tributo trecientos mil maravedis de oro, y de presente grau suma de dineros, en pena de los daños y gastos. Demás desto, se concertaron treguas por un año entre los de Guadix y de Málaga con aquel Rey, por estar el rey don Alonso encargado del amparo de aquellas dos ciudades. Fué en aquella edad hombre seDalado en España Gonzalo Ruiz de Atienza, privado del Rey, por cuya diligencia en gran parte y buena maña se concluyó aquel concierto. El rey de Granada y los grandes desde Córdoba partieron en compañía del infante don Fernando, que se halló en todas estas cosas; llegados á Sevilla, el rey don Alonso los acogió benignamente. Ellos, cotejado el un tiempo con el otro, juzgaron les estaba mas á cuento y mejor obedecer á su Príncipe con seguridad que la contumacia con peligro y daño. Concluido esto, las armas de Castilla debajo la conducta del infante don Fernando y por mandado de su padre se movieron contra Navarra para conquistar aquel reino. Don Jaime, rey de Aragon, envió al tanto á don Pedro, su hijo mayor, al cual renunció el derecho que pretendia tener á aquel reino, á ganar las voluntades de los navarros, que de suyo se inclinaban mas á los aragoneses que á Castilla. Ni las mañas de Aragon ni las fuerzas de Castilla hicieron efecto, á causa que la Reina viuda se recogió á Francia con su hija al amparo del Rey, su primo, por temer no le hiciesen fuerza si se quedaba en Navarra en tiempos tan revueltos. Solo don Fernando acometió á tomar á Viana; y rechazado de allí por la fortaleza de aquella plaza y por el esfuerzo de los cercados, se apoderó de Mendavia y de otros menores pueblos. Todo lo halló mas dificultoso que pensaba, dado que ningun ejército bastante le salió al encuentro, que era causa de mayor tardanza; si bien las cosas de aquel reino estaban tan revueltas, que los señores, divididos en parcialidades y aficiones, no podian conformarse para acudir á la defensa. Los mas se aficionaban á los aragoneses, en especial Armengaudo, obispo de Pamplona, y Pero Sanchez de Montagudo, hombre principal y gobernador del reino. Don Pedro, infante de Aragon, llegó hasta Sos, pueblo á la raya de los dos reinos; allí alegó de su derecho que por la adopcion del rey don Sancho y por otros títulos mas antiguos se le debia el reino, por lo menos le debian acudir con sesenta mil marcos de plata, que poco antes el rey Teobaldo concertara de pagar. Tratóse el negocio por muchos dias; los nobles acordaron desposar á la niña heredera del reino en au

sencia con don Pedro, y por dote señalaron la posesion del reino. Añadióse que si aquello no surtiese efecto, pagarian docientos mil marcos de plata para los gastos de la guerra que pretendian hacer de consuno contra las fuerzas de Castilla, si todavía perseverasen en el propósito de darles molestia. Estas cosas se asentaron en Olite por el mes de noviembre. El rey don Alonso, determinado de todo punto de hacer el viaje de Francia, tenia á la misma sazon Cortes del reino en Toledo para, asentadas las cosas, ponerse luego en camino. Encomendó el gobierno del reino á don Fernando, su hijo, á los otros señores repartió diversos cargos, á don Nuño de Lara dió la mayor autoridad, determinó dejarle por frontero contra los moros por si acaso se alterasen. Con estas caricias pretendia ganar á los parciales. Acabadas las Cortes, á lo postrero del año el Rey, la Reina, sus hijos menores y don Manuel, hermano del Rey, comenzaron su viaje. Era grande el repuesto y representacion de majestad; por tanto hacian las jornadas pequeñas. Pasaron á Valencia, de allí á Tortosa y á Tarragona, ca el rey don Jaime desde Barcelona partió para recebillos y festejallos en aquella ciudad. Tuvieron las fiestas de Navidad en Barcelona al principio del año de 1275. Halláronse presentes los dos reyes al enterramiento y honras de fray Raimundo de Peñafuerte, de la órden de Santo Domingo, que finó por aquellos dias en aquella ciudad, persona señalada en piedad y erudicion. El mismo año pasó desta vida don Pelayo Perez Correa, maestre de Santiago, de mucha edad, muy esclarecido por las grandes cosas que hizo en guerra y en paz. Su cuerpo enterraron en Talavera en la iglesia de Santiago, que está en el arrabal; así lo tienen y afirman comunmente los moradores de aquella villa; otros dicen que en Santa María de Tudia, templo que él edificó desde sus cimientos, á las haldas de Sierramorena, en memoria de una batalla que los años pasados ganó de los moros en aquel lugar, muy señalada, tanto, que vulgarmente se dijo y entendió que el sol se paró y detuvo su carrera para que el dia fuese mas largo y mayor el destrozo de los enemigos y mejor se ejecutase el alcance. Dicen otrosí que aquella iglesia se llamó al principio de Tentudia, por las palabras que el Maestre dijo vuelto á la Madre de Dios: «Señora, ten tu dia. » A la verdad, alterados los sentidos con el peligro de la batalla y entre el miedo y la esperanza ¿quién pudo medir el tiempo? Una hora parece muchas por el deseo, aprieto y cuidado. Demás desto, muchas cosas fácilmente se creen en el tiempo del peligro y se fingen con libertad. El rey don Jaime no aprobaba los intentos de don Alonso, su yerno, y con muchas razones pretendió apartalle de aquel propósito. La principal, que sentenciado el pleito y pasado ya en cosa juzgada, no quedaba alguna esperanza que el Pontífice mudaria de parecer; así con tantos trabajos no alcanzaria mas de andar entre las naciones extrañas afrentado por el agravio recebido. Estos consejos saludables rechazó la resolucion de don Alonso. Dejados pues su mujer y hijos en Perpiñan, pasó á la primavera por Francia hasta Belcaire, pueblo de la Proenza, asentado á la ribera del Ródano, y por tanto de grande frescura, y que le tenian señalado para verse con el Pontífice, que despedido el concilio que de los obispos tuvo en Leon, todavía se detenia en Francia. Allí en

dia señalado en presencia del Pontifice y de los cardenales que le acompañaban el Rey les hizo un razonamiento desta sustancia: «Si por alguna diligencia y cuidado mio yo hubiera alcanzado el imperio, muy honrosa cosa era para mí que dejados tantos príncipes, se conformasen en un hombre extraño las voluntades de Alemaña; ¿cuánto menos razon tendrá nadie de cargarme que defienda el lugar en que, sin yo pretendelle, Dios y los hombres me han puesto? Como quier que sea antes cosa torpe no poder conservar los dones de Dios, y de corazon ingrato no responder en el amor á aquellos que en voluntad se han anticipado. Por tanto, es forzoso que sea tanto mas grave mi sentimiento, que por engaño de pocos he oido que deslumbrados los príncipes de Alemaña, ¡ oh hombres poco constantes! se han conformado en elegir un nuevo principe sin oirnos y sin que nuestra pretension y pleito esté sentenciado; en que, si en algun tiempo hobo duda, muerto el contrario era justo se quitase. Que no nos debe empecer la dilacion, á que algunos dan nombre de tardanza y flojedad, como mas verdaderamente haya sido deseo de reposo y de sosegar las alteraciones de algunos, amor y celo de la religion cristiana, prevencion contra los moros, que de ordinario hacen en nuestras tierras entradas. Al presente que dejamos nuestro hijo en el gobierno, que ya tiene dos hijos, con vuestra licencia y ayuda, Padre Santo, tomarémos el imperio, apellido sin duda sin sustancia y sin provecho; pero somos forzados á volver por la honra pública de España, y en particular rechazar nuestra afrenta; lo cual ojalá podamos alcanzar sin las armas y sin rompimiento, ca de otra manera determinados estamos por conservar nuestra reputacion y volver por ella ponernos á cualquier riesgo y afan. Yo, padres, ninguna cosa ni mayor ni mas amada tengo en la tierra que vuestra autoridad; desde mis primeros años de tal manera procedí, que todos los buenos me aprobasen y ganase yo

fama con buenas obras. Con este camino agradé á los pontífices pasados; por el mismo sin pretendello y sin procurallo me llamaron al imperio. Seria grave afrenta y mengua intolerable quitarme por engaño en esta edad lo que granjeé en mi mocedad y amancillar nuestra gloria con perpetua infamia. Razon es, beatísimo Padre, que vuestra santidad y todos los demás prelados que estais presentes ayudeis á nuestros intentos en negocio que no se puede pensar otro alguno ni mayor ni mas justificado. Procurad con efecto y haced entienda el mundo lo que las particulares aficiones y lo que la entereza y justicia pueden y hasta dónde cada una destas cosas allega; por lo menos, ahora que es tiempo, prevenid que la república cristiana con nuevas discordias que resultaran no reciba algun daño irreparable. » A esto replicó el Pontífice en pocas palabras: declaró las causas por que con buen título pudieron criar nuevo emperador; que la muerte de Ricardo ningun nuevo derecho le dió; que él mismo prometió de ponerse en sus manos, resolucion saludable para todos en comun, y en particular no afrentosa para él mismo, pues no era mas razon que los españoles mandasen á los alemanes que á España los de aquella nacion ; que los caminos de Alemaña son ásperos y embarazados, las ciudades fuertes, la gente feroz, las aficiones antiguas trocadas, ningunas fuer

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zas se podrian igualar á las de los alemanes, si se conformasen; la infamia, si se perdiese la empresa, seria notable; si venciese, pequeño el provecho; que era mejor conservar lo suyo que pretender lo ajeno; la gloria ganada con lo que obrara era tan grande, que en ningun tiempo su nombre y con ninguna afranta se podria escurecer. Hiciese á Dios, hiciese á la religion este servicio de disimular por su respeto, si en alguna cosa no se guardó el órden debido y se cometió algun yerro. Dichas estas palabras, abrazóle y dióle paz en cl rostro, como persona que era el Papa de su condicion amoroso, y por la larga experiencia enseñado á sosegar con semejantes caricias las voluntades de los hombres alterados. Con esto se dejó aquella pretension, intentó, empero, otras esperanzas. Pretendia en primer lugar que era suyo el señorío de Suevia despues de la muerte de Corradino, por venir de parte de madre de los príncipes de Suevia; que Rodulfo, demás de quitalle el imperio, en tomalle para sí le bacia otro nuevo agravio. Alegaba eso mismo que el reino de Navarra era suyo por derechos antiguos de que se valia ; que los franceses hacian mal en apoderarse del gobierno de aquel reino; por conclusion, pedia que por mandado del Pontífice el infante don Enrique, su hermano, fuese puesto en libertad; que Cárlos, rey de Sicilia, se

excusaba para no hacello con la voluntad del Pontifice, que no lo queria. Sin embargo, como quier que el Pontífice y los cardenales se hiciesen sordos á estas sus demandas tan justas á su parecer, busaba de coraje. Finalmente, mal enojado se partió de Francia en sazon que el estio estaba adelante y cerca el otoño. Vuelto en España, no dejó de llamarse emperador ni las insignias imperiales, hasta tanto que el arzobispo de Sevilla, por mandado del Papa con censuras que le puso, hizo que desistiese; solamente le otorgaron los diezmos de las iglesias para ayuda á los gastos de la guerra de los moros. Vulgarmente las llamamos tercias á causa que la tercera parte de los diezmos, que acostumbraban gastar en las fábricas de las iglesias, le dieron para que della se aprovechase; y aun, como yo creo, y es así, no se las concedieron para siempre, sino por entonces por tiempo determinado y cierto número de años que señalaron. Este fué el principio que los reyes de Castilla tuvieron de aprovecharse de las rentas sagradas de los templos; este el fruto que don Alonso sacó de aquel viaje tau largo y de tan grandes afanes; esta la recompensa del imperio que á sinrazon le quitaron, alcanzado sin duda sin soborco y sin dinero, de fin y remale desgraciado.

LIBRO DÉCIMOCUARTO.

CAPITULO PRIMERO.

Cómo el rey de Marruecos pasó en España.

A esta misma sazon el rey de Marruecos Jacob Abenjuzef, como se viese enseñoreado de Africa, sabidas las cosas de España, es á saber, que por la partida del rey don Alonso el Andalucía quedaba desapercebida y sin fuerzas, estaba dudoso y perplejo en lo que debia hacer. Por una parte le punzaba el deseo de vengar las injurias de su nacion, tantas veces por los nuestros maltratada, por otra le detenía la grandeza del peligro; demás que de su natural era considerado y recatado, mayormente que para asegurar su imperio, que por ser nuevo andaba en balanzas, se hallaba embarazado con muchas guerras en Africa, cuando una nueva embajada que le vino de España le hizo tomar resolucion y aprestarse para aquella empresa. Fué así que Mahomad, rey de Granada, como quien tenia mas cuenta con su provecho que con lo que habia jurado ni con la lealtad, conforme á la costumbre de aquella nacion, luego que se partió de la presencia del rey don Alonso, con quien se confederó en Sevilla, vuelto á su tierra, sin dilacion propuso en sí de abrir la guerra y apoderarse de toda el Andalucía, hazaña que sobrepujaba su poder y fuerzas. Quejábase que lo que de su gente quedaba estaba reducido en tanta estrechura, que apenas tenia en qué poner el pié en España, y eso á merced de sus enemigos y con carga de parias que les hacian pagar cada un año. Que los de Málaga y Guadix, confiados de las

espaldas que el rey don Alonso les hacia, nunca cesaban de maquinar cosas en daño suyo, y que no dudarian de movelle nueva guerra luego que el tiempo de las treguas fuese pasado. Puesto en estos cuidados, via que no tenia fuerzas bastantes contra la grandeza y riquezas del rey don Alonso, puesto que ausente. Resolvíóse con una embajada de convidar al rey de Marruecos para que se juntase con él y le ayudase, príncipe poderoso en aquel tiempo y muy señalado en las armas. Decia ser llegado el tiempo de vengar las injurias y agravios recebidos de los cristianos; que los grandes imperios no se mantienen y conservan con pereza y descuido, sino con ejercitar los soldados y entretenellos siempre con nuevas empresas; que el derecho de los reinos y la justicia para apoderarse de nuevos estados consiste en las fuerzas y en el poder; mantener sus estados es loa de poco momento; conquistar los ajenos oficio de grandes príncipes; que si ellos no acometian y amparaban las reliquias de la gente mahometana en España, forzosamente serian acometidos en Africa; en cuanto se debia estimar con sujetar una provincia poner casi en otro mundo los trofeos de sus victorias y de su gloria, y en un punto juntar lo de Europa con lo de Africa. Movido por esta embajada el rey de Marruecos determinó hacer guerra á España. Mandó levantar gente por todas sus tierras. No se oia por todas partes sino ruido de naves, soldados, armas, caballos y todo lo al. Niaguna cosa le aquejaba tanto como la falta del dinero y el cuidado de encubrir sus intentos, por temor que si

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