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peranza de defenderse, se dieron á los franceses & partido que entregada la ciudad pudiesen los cercados irse donde quisiesen y sacar consigo toda la ropa y hacienda que pudiesen llevar. Muchos ejemplos de crueldad se usaron en los' rendidos, y hasta las iglesias de los santos fueron violadas. El sepulcro de san Narciso, que es patron y abogado de aquella ciudad y tenido y reverenciado con gran devocion y estima, fué desbara

votos y donativos de los fieles, que allí hallaron en gran
cantidad; tal es la condicion de la guerra. Castigó el
Santo bienaventurado en venganza de su morada aquel
desacato con aumentalles la pestilencia; así se tuvo por
cierto entre todos. Quitó otrosí el entendimiento á los
capitanes, porque tomada que fué la ciudad,
quier que determinasen de irse por tierra desde allí á
Francia, venido el otoño, mal pecado, despidieron mu-
chas naves de particulares que tenian en el puerto de

como

y esfuerzo, si llegáramos á las manos. Parecia que el cielo ofrecia muy buena ocasion de hacer efecto y destruir al enemigo, si le siguiera en aquella retirada; pero al Rey mas agradaban los prudentes consejos con razon que los arriscados, aunque honrosos, y no todas veces de provecho. Así, contento de fortificar Y bastecer aquella ciudad, se tornó á Sevilla, sin embargo que los soldados se quejaban porque dejaban ir el enemigo de entre manos, y con ansia pedian los deja-tado de los soldados, que robaron todas las riquezas, sen seguille, hasta amenazar que si perdian esta ocasion, no tomarian mas las armas para pelear; mas el Rey, inclinado á la paz, no hacia caso de aquellas palabras. Enviáronse embajadores de una parte y otra sobre estas cosas, y viniéronse á hablar los reyes á los esteros de Guadalquivir; otros dicen que fué en un lugar llamado Rocaferrada; allí hicieron sus avenencias. Acordaron que el rey Moro pagase para los gastos de la guerra dos cuentos de maravedís (este era un género de moneda usada en España que no tenia siempre un va-Rosas por ahorrar de costa y desembarazarse; muy mal lor); y con este concierto se dejaron las armas. Mucha gente principal se desabrió por esta causa, en particular el infante don Juan, hermano del Rey, y don Lope Diaz de Haro, en tanto grado, que por el desgusto desde Sevilla se fué cada uno á los lugares de su señorío, sin mirar que á los grandes capitanes mas veces fué provechosa la tardanza y detenimiento que la temeridad y osadía. A ellos pertenece mirar lo que conviene; á los demás les es dado el obedecer y la gana de pelear, que así se reparten los oficios de la guerra. De allí á poco murió el rey bárbaro de Marruecos; dejó por su sucesor á su hijo Juzef. Volvamos á Girona y á su cerco. El rey de Aragon, con deseo de atajar el bastimento que del puerto de Rosas, donde se tenia la armada de los enemigos, traian para sus reales, trataba de armalles alguna celada en los lugares que para ello le parecian mas á propósito. Entendido esto por las espías, el condestable de Francia, llamado Rodolfo, y Juan Ancurt 6 Haricurt, mariscal, que es como maestre de campo, varones muy fuertes y arriscados, comunicado el caso entre sí y con el conde de la Marcha, se fueron al lugar de la celada con trecientos caballos escogidos, y no mas. Pretendian que los aragoneses por ser tan poca su gente no rehusasen la batalla. Pelearon á 13 de agosto. Fué este encuentro y esta batalla muy reñida. Los aragoneses eran mas en número; los franceses no les daban ventaja ni en el esfuerzo ni en la arte de pelear. El rey de Aragon hizo aquí todo lo que en un prudente capitan y valeroso soldado se podia desear. Hiriéronle malamente en la cara, y como procurase salir de la batalla, un caballero francés le asió las riendas del caballo y le prendiera fácilmente si el Rey en aquel peligro no las cortara con la espada que tenia en la mano desnuda, y así se escapó á uña de caballo; así lo escribe Villaneo, que hizo errar á los demás, porque los historiadores aragoneses afirman que el Rey salió sano y salvo de la pelea y que murieron tantos de una parte como de otra, aunque el campo quedó por los franceses. Si el caso pasó desta manera ó se mudó por la aficion de los escritores no se sabe. Lo que consta es que por la gran calor y las inmundicias y el tiempo, que era el mas peligroso de todo el año, sobrevino peste en el campo de los franceses; y sin embargo, los cercados con las nuevas deste encuentro, perdida la es

acuerdo, como lo mostró el suceso. Fué así que Rugier Lauria, tomado que hobo la ciudad de Taranto en lo postrero de Italia, á gran priesa costeó todas aquellas marinas para venir á dar socorro al rey de Aragon. Llegado á España y vista tan buena ocasion, presentó la batalla al armada de los franceses, que se hallaba fuera del puerto maltratada y en pequeño número, y valerosamente la venció. Prendió á Juan Escoto, general de la armada francesa, y tomó quince galeras; otras doce se retiraron y se metieron en el puerto de Rosas, de que salieron; las cuales quemaron los soldados que iban en ellas y juntamente el lugar, tal era el miedo que cobraron, y desta manera se fueron al campo del rey de Francia con la nueva del daño recebido. El Francés, por ver que todas las cosas le salian mas dificultosas de lo que él pensaba y afligido por la poca salud que tenia, reparó y fortaleció la ciudad de Girona y puso en ella buena guarnicion de soldados. Con tanto dió la vuelta bácia Ruisellon con lo que del ejército le quedaba. Al pasar los montes Pirineos tuvieron él y los suyos grande afan y corrieron gran riesgo, á causa que los aragoneses tenian tomados todos los pasos y hacian lo posible por prender al rey de Francia, que por su enfermedad llevaban en hombros en una litera sus soldados. Grande fué el daño que recibieron, gran cantidad de bagaje y carruaje les tomaron en este camino. Lo que fué mas pesado, que del movimiento del camino al Rey se agravó la enfermedad de suerte, que en Perpiñan á 6 de octubre pasó desta vida. Su cuerpo, como lo dejó mandado, llevaron su mujer y hijos á la iglesia de San Dionisio, que está junto á Paris. Sucedióle en el reino Filipo, su hijo, que ya era rey de Navarra; llamóse por sobrenombre el Hermoso por su extremada gracia y donaire. La partida de los franceses fué causa que en breve tornaron á poder de los aragoneses todas las tierras que les tomaran. Demás desto, el infante doa Alonso, enviado por su padre, se apoderó de la isla de Mallorca en pago del favor que aquel Príncipe dió al rey de Francia y de la amistad que con él trabó contra su mismo hermano. Pretendia el Aragonés seguir la fortuna, que se le mostraba risueña; procuraba ir adelante y mejorar su partido, trazaba nuevas empresas cuando la muerte asimismo le atajó los pasos, que le sobrevino en Villafranca á 8 de noviembre en lo mejor de sus dias y

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en el mayor vigor de su edad, que no tenía mas de cuarenta y seis años. Ganó sobrenombre de Grande por dejar acrecentado su reino con el de Sicilia y por las cosas señaladas que hizo. Asentábale bien el estado real por ser de buena presencia, de cuerpo grande, de ánimo generoso, muy diestro en las armas, particularmente en jugar de la maza. En ganar las voluntades de los hombres con buenas palabras, cortesía y liberalidad fué muy señalado; solo dejó nota de sí por la descomunion en que estuvo enlazado hasta el fin de su vida, cuya imaginacion se dice que le aquejó mucho y se le ponia delante á la hora de su muerte ; por lo menos es bien y provecho para todos que así se entienda. Puesto que de aquel escrúpulo y congoja en el artículo de la muerte le absolvió el arzobispo de Tarragona, tomándole primero juramento seria obediente á la santa Iglesia romana, á la cual antes se mostró inobediente. Su cuerpo sepultaron en el monasterio de Santa Cruz, que está allí cerca. Sus hijos fueron don Alonso, el mayor, que en su testamento nombró por heredero de sus reinos sin hacer mencion alguna del reino de Sicilia; demás deste don Jaime, don Fadrique, don Pedro, doña Isabel, doña Costanza, todos habidos en la reina doña Costanza, su mujer. Hallóse á su muerte Arnaldo de Villanova, que vino de Barcelona para asistille y curalle, médico muy nombrado y docto en aquellos tiempos, bien que de mayor fama que aprobacion por dejar amancillado su noble ingenio y sus grandes letras con supersticiones y opiniones reprobadas que tuvo, tanto, que poco adelante fué condenado por los inquisidores, y sus libros, que compuso y sacó á luz en gran número, juntamente reprobados. Hay quien diga, por lo menos el Tostado lo testifica, que intentó con simiente de hombre y otros simples que mezcló en cierto vaso de formar un cuerpo humano, y que aunque no salió con ello, lo llevó muy adelante. Si fué verdad ó mentira, poca necesidad hay aquí de averiguallo.

CAPITULO X.

De cierta habla que hobo entre los reyes de Francia y Castilla.

La desgracia deste año, por la muerte de tantos príncipes aciago, alivió en alguna manera el parto de la reina de Castilla. En ausencia del Rey, que era ido á Badajoz á dar órdenes en cosas del reino y apaciguar los alborotos que allí andaban, parió á los 6 de diciembre un hijo en Sevilla, por nombre don Hernando, que poco despues muy niño sucedió á su padre en el reino. El cuidado de crialle y amaestralle se encargó á Hernan Ponce de Leon, caballero principal, y para ello señalaron la ciudad de Zamora por el saludable cielo de que goza, la fertilidad y regalo de sus campos y comarca. Demás desto, el año próximo siguiente de 1286 le juraron en Cortes por heredero del reino, todo á propósito de asegurar la sucesion, que era el mayor cuidado que aquejaba á su padre, así por los hermanos Cerdas, como por ser cosa manifiesta que á causa del parentesco entre él y la Reina el casamiento no era válido. Deseaba alcanzar dispensacion de los sumos pontífices sobre el dicho parentesco; pero nunca pudo salir con ello por la contradiccion que los reyes de Francia le hacian. La causa es de creer era el dolor de que hobiese usurpado el reino y despojado á los Cerdas, deudos tan cercanos de M-1.

aquella corona. Por tanto, procuraba el rey don Sancho por todas las vias y maneras posibles ganalle la voluntad, con el cual intento segunda vez envió sus embajadores, que fueron los mismos que el año pasado, es á saber, don Martin, obispo de Calahorra, y don García, abad de Valladolid, á Francia, donde á 6 dias de enero el nuevo rey Filipo se coronó y ungió por rey de Francia y de Navarra en la ciudad de Rems con las ceremonias y solemnidades acostumbradas. En tiempo deste Rey y por su mandado se edificó en Paris en la isla de Secana ó Seine el palacio real que allí se ve á manera de un grande alcázar, en que poco adelante se asentó la audiencia ó parlamento; y la administracion de la justicia que antes seguia la corte sin tener asiento estable se puso en lugar determinado y tribunales conocidos. Labróse otrosí en la misma ciudad á expensas de la Reina el colegio que llaman de Navarra, de los mas insignes que hay en el mundo, así por la grandeza del edificio como por el gran número que tiene de maestros y concurso de estudiantes. Dícese por cierto que en los buenos tiempos de Francia moraban dentro dél setecientos estudiantes ocupados en sus estudios; mudadas las cosas y alteradas, á la sazon que profesamos la teología en aquella Universidad, apenas en el dicho colegio se contaban quinientos entre oyentes y maestros. Deste número algunos sustentaba el Colegio á su costa, los demás viven á la suya y de sus padres. Tuvieron estos reyes muchos hijos, es á saber, Luis, Filipo, Carlos, Isabel y otra hija, que murió en tierna edad. Esto en Francia. En Sicilia el infante don Jaime, luego que supo la muerte de su padre, tomó las insignias de rey en Mecina á 2 de febrero, y se llamó rey de Sicilia, príncipe de la Pulla y de Capua, como aquel que poseia parte del reino de Nápoles, y tenia esperanza de apoderarse de las demás ciudades y fuerzas del reino; dado que todas las tierras y partes de aquel reino estaban pertrechadas y fortificadas contra los intentos de los sicilianos, y esto por el mucho valor y diligencia de Roberto, conde de Artoes, á quien el rey de Francia, muerto el rey Cárlos, encargó el gobierno de Nápoles. Don Alonso el Tercero, rey de Aragon, por estar algunos meses ocupado en aprestar una armada para ir sobre Mallorca y Menorca, cosa que su padre á la hora de su muerte dejó muy encomendada, dilató su coronacion. Finalmente, á los 14 dias del mes de abril, el mismo dia de Pascua Florida de Resurreccion, tomó la corona en Zaragoza y las demás insignias reales. Hizo la ceremonia don Jaime, obispo de Huesca, por estará la sazon vaca la silla arzobispal de Tarragona, cuya era aquella preeminencia por antigua costumbre. Juró el Rey de guardar todos los privilegios, fueros y libertades de aquel reino. Tratóse con muchas veras y gran porfía de reformar los gastos de la casa real, particularmente en las Cortes que de allí á pocos dias se tuvieron en Huesca, concedió á los señores y caballeros de Aragon á su instancia que los valencianos, poco antes deste tiempo encorporados en aquella corona, se gobernasen conforme á las leyes de Aragon. Fallecieron este mismo año grandes personas eclesiásticas, entre otros don Miguel Vincastrio, obispo de Pamplona. Sucedióle en la silla don Miguel Legaria. La iglesia de Toledo gobernaba todavía el arzobispo don Gonzalo, varon de grande autoridad y que podia mucho con los re

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yes; acompañó al rey don Sancho, que iba á los confines
de Francia, ca quedó concertado por medio de la em-
de
bajada, de que se hizo mencion, que los dos reyes
Castilla y Francia se juntasen en Bayona para se ha-
blar y tratar allí en presencia de todas sus haciendas
y concordar sus diferencias. Nunca los reyes se vieron;
no se sabe qué fuese la causa; puédese sospechar que
nacieron, como es ordinario, algunas sospechas de una
parte y otra ó por otros respetos y puntos. Así se detu-
vieron el rey don Sancho en San Sebastian, y el rey de
Francia en Montemarsano. Hóbose de tratar del con-
don
cierto por terceros. Por parte del rey don Sancho,
Gonzalo, arzobispo de Toledo, fué á Bayona, y por
parte del rey de Francia el duque de Borgoña. Trata-
ron de hacer las amistades con grande ahinco de en-
trambas partes. Los franceses no venian en ningun
acuerdo de concordia si el rey don Sancho no repudiaba
la Reina, pues de derecho por razon del parentesco no
podia estar casado con ella, y se casaba con una de dos
hermanas del rey de Francia, es á saber, Margarita,
que despues casó con Eduardo, rey de Ingalaterra, ó
con Blanca, que vino á casar con el duque de Austria.
Don Sancho sintió esto gravemente. Parecíale cosa pe-
sada dejar una mujer tan esclarecida y en quien tenia
un hijo y una hija. Así llamados los terceros, sin con-
cluir cosa alguna tomó el camino para Victoria, do se
quedara la Reina. Lo que resultó fué enojarse mala-
mente con el abad de Valladolid por saber que muy
fuera de tiempo y sazon movió plática deste nuevo ca-
samiento, que dió ocasion á los franceses para hacer en
ello instancia. Revolvia en su pensamiento cómo podria
satisfacerse de aquel enojo. Comunicólo con la Reina,
que destas nuevas estaba con grandísimo pesar. Pare-
cióles muy á propósito pedille cuenta de las rentas rea-
Jes que estuvieron á su cargo, y achacalle algun crímen
de no las haber administrado bien. Encomendaron & don
Gonzalo, arzobispo de Toledo, que tomase estas cuen-
tas. El rey don Sancho, ó por cumplir algun voto que
hobiese hecho, ó por su devocion, se fué á Santiago de
Galicia. En el camino en el monasterio de Sahagun ha-
lló que los huesos del rey don Alonso el Sexto y de doña
Isabel y doña María, sus mujeres, estaban enterrados
pobremente; procuró se pasasen á mejor lugar con
sus túmulos y en ellos sus letreros. Vuelto á Vallado-
lid, honró á don Lope Diaz de Haro, señor de Vizcaya,
á quien él tenia grande obligacion, y por quien princi-
palmente tenia el reino; hízole mayordomo de la casa
real y su alférez mayor. Dióle asimismo en tenencia mu-
chos castillos y muy fuertes en todo el reino; y ultra
desto, á 1.o de enero le engrandeció con título y honra
de conde; para que esta merced fuese mas señalada le
dió privilegio y cédula real en que declaraba ser su vo-
Juntad que todas estas honras, privilegios y preroga-
tivas las heredase don Diego Lope de Haro, su hijo,
muerto que fuese el padre. Al hermano de don Lope
de Haro, que se llamaba don Diego de Haro, le hizo
capitan de la frontera contra los moros. De aquí vino á
crecer grandemente la autoridad y poder de aquella
familia en estado y renta. En particular comenzó don
Lope de Haro á tener mucha privanza y favor con el
Rey y atropellar á quien á él se le antojaba, de que mu-
chos se quejaban y murmuraban, movidos algunos de
buen celo, otros de envidia que pudiese mas uno solo

que toda la demás nobleza; y claramente decian que los
tenia oprimidos como si propriamente fueran esclavos;
que don Lope de Haro era el que reinaba en nombre
de don Sancho. En especial llevaban mål esto los ga-
llegos y los de Leon, y acusaban á don Lope de Haro,
entre otras cosas, que siendo muy áspero y severo con
los demás, solamente favorecia y daba todos los prove-
chos y honras á sus parientes y amigos. No dura mu-
cho el poder de los privados cuando no se templan y
humanan. Andaba don Lope muy ufano porque demás
de lo dicho emparentó con la casa real por medio de su
hija doña María, que casó con el infante don Juan. Al
mismo Rey pretendia apartar de su mujer por casalle
con Guillelma, su prima, hija que era de Gaston, viz-
conde de Bearne. Para salir con esto no cesaba de po-
ner mala voz en el casamiento primero y acusalle. Lle-
vaba el Rey muy mal estas práticas, mayormente que
á la misma sazon le nació otro infante de la Reina,
por nombre don Alonso. Deseaba descomponer á don
Lope; pero la revuelta de temporales tan turbios no
daban para ello lugar, ni aun se atrevia á declararse
y dar muestra de su enojo y desabrimiento, antes le
traia en su compañía en el mismo lugar de autoridad
que antes; y visitado que hobo el reino de Toledo, se
partió para Astorga, y en su compañía don Lope. La
voz era para hallarse á la misa nueva de don Merino,
obispo de aquella ciudad, y honralle con su presencia
por ser de nobilísimo linaje y deudo del rey de Francia.
Su intento principal era apaciguar á los gallegos, que
andaban alborotados, y reprimir las entradas y correrías
de portugueses que hacian por aquellas comarcas el in-
fante don Alonso, hermano del rey de Portugal, y en
su compañía don Alvar Nuñez de Lara, hijo de don Juan
de Lara, como hombre feroz que era y desasosegado y
acostumbrado á vivir de rapiña. Eran á propósito para
esto los pueblos de Portalegre y de Ronca, que don
Alonso poseia en las fronteras de Portugal y á la raya
de Castilla. El cuidado de sosegar los gallegos encargó
á don Lope de Haro; sobre lo de Portugal se comunicó
con aquel Rey, con que, juntadas sus fuerzas y hecha
liga, se puso sobre la villa de Ronca; talaron los cam-
pos, pusieron fuego á las alquerías y edificios que esta-
ban fuera del pueblo; movidos deste daño los de dentro
y por miedo de mal se riudieron. Halláronse pre-
mayor
sentes en aquel cerco los dos reyes; don Dionisio, el de
Portugal, aconsejó á don Sancho que si queria ver su
reino sosegado procurase abatir á don Lope de Haro,
y para este efecto recibiese en su gracia y autorizase á
don Alvar Nuñez de Lara, porque á causa de las gran-
des riquezas y poder de aquel linaje, igual á su nobleza,
era á propósito para contraponelle y amansar el orgullo
de aquel personaje. Hízolo así; don Lope, que bien en-
tendia dónde iban encaminadas estas mañas y cautelas,
como hombre altivo y que no podia sufrir igual,
tido desta injuria buscó ocasion para recogerse á Na-
varra. Dió á entender que iba á visitar á Gaston,
conde de Bearne, como quier que á la verdad se tenia
por agraviado del Rey, que con aquel desvío y mal
tratamiento desdoraba las mercedes pasadas. La pri-
vanza y poder acerca de los reyes nunca es segura, ma-
yorinente cuando es demasiada. Con su ida los navar-
ros, á quien no faltaba voluntad de hacer guerra á Cas-
tilla por los desabrimientos pasados y por lo que pre-

resen

viz

tendian que de aquel reino les tenian malamente usurpado, tomaron las armas. Era virey en aquella sazon de Navarra Clemente Luneo, francés de nacion. Muchas veces salieron los navarros á correr las fronteras, así de Castilla como de Aragon, sin suceder cosa alguna memorable, salvo que tomaron á los aragoneses la villa de Salvatierra y pusieron en ella guarnicion de soldados navarros. Con mas próspera fortuna hacian los aragoneses la guerra en Italia. Rugier Lauria, bravo caudillo y señalado por las victorias pasadas, acometió de improviso la armada de los enemigos, que tenian muy poderosa por el gran número de bajeles, junto á Nápoles. Fué muy reñida y sangrienta la batalla, que se dió á 16 dias del mes de junio. La victoria quedó por los aragoneses; tomaron cuarenta y dos bajeles; los cautivos fueron cinco mil, y entre ellos muchos por su linaje y hazañas muy señalados. Los mas dellos se rescataron por dinero, solo á Guido de Monforte ni por ruegos ni por algun rescate quisieron dar libertad. Esto por dar contento á los reyes de Aragon y de Ingalaterra, sus enemigos capitales, á causa que este caballero era bisnieto de Simon, conde de Monforte, aquel que, como arriba se dijo, venció en batalla y mató á don Pedro, rey de Aragon, en la guerra de Tolosa. El nieto de este Simon, llamado asimismo Simon, prendió al emperador Ricardo (que fué clegido en competencia de don Alonso el Sabio, y era hermano del rey Enrique de Ingalaterra) los años pasados en la batalla de Leuvis, que hobo entre los franceses y ingleses, do estuvo un monasterio famoso de San Pancracio. Este Guido en venganza de su padre Simon, que poco despues fué por los ingleses muerto en otra batalla que se dió cerca de Vigornia en Ingalaterra, al tiempo que Eduardo, rey de Ingalaterra, volvia de la guerra de la Tierra-Santa, mató con grande impiedad y crueldad á Enrique, hijo del emperador Ricardo, en Viterbo en la iglesia mayor, donde oia misa. Esto hecho, con las armas se hizo camino para buir y se fué á valer á su suegro el conde del Anguilara, llamado Rubro. Comunmente cargaban á Cárlos, rey que era á la sazon de Nápoles y Sicilla, de que no vengó esta muerte como vicario que era en aquel tiempo del imperio, y como tal tenia puesto al dicho Guido en el gobierno de Toscana. Los historiadores ingleses y franceses afirman que Guido, despues que fué preso en la batalla naval susodicha, fué entregado en poder del rey de Ingalaterra. Un historiador siciliano de aquel tiempo porfia que falleció en Sicilia de una enfermedad, de que solo á juicio de los médicos le pudiera sanar la comunicacion con mujer, y que él no quiso venir en ello por no hacer injuria al matrimonio y por no sujetarse á la deshonestidad; que si fué así, es tanto mas de loar este caballero, que su mujer Margarita, despues que dél enviudó, se dice hizo poco caso de lo que debiera y vivió con poco recato. Dejó este caballero una hija llamada Anastasia, que casó con Romano Ursino, pariente cercano del papa Nicolao III y conde de Nola. La nobilísima sucesion que procedió deste casamiento se continuó en aquella casa y estado hasta nuestros tiempos, cuando últimamente faltó y la ciudad de Nola volvió á la corona real,

CAPITULO XI.

Que se trató de librar los hermanos Cerdas, y Cárlos, príncipe de Salerno, fué puesto en libertad.

Sosegados estaban los aragoneses y muy pujantes en fuerzas, riquezas y gloria por sus hazañas grandes y memorables. Solamente en la costa de Cataluña inquietaba á los naturales con sus armas don Jaime, rey de Mallorca, bien que no hizo cosa alguna digna de memoria. El nombre del rey don Alonso de Aragon era célebre. Tenia en su mano puesta la paz y la guerra á causa de los grandes príncipes que tenia en su poder detenidos; los hermanos Cerdas en el castillo de Morela, el príncipe de Salerno en el de Siurana, ambos muy fuertes y con buena guarda. Cansados pues estos príncipes de tan larga prision y movidos por miedo de mayor mal, se inclinaban á la paz con las condiciones que él quisiese; tenian grandes reyes por intercesores; muchas embajadas de Francia y de Castilla venian al rey de Aragon sobre el caso; la autoridad de Eduardo, rey de Ingalaterra, que se interpuso con los demás por medianero, era de mas peso y eficacia á causa que el Aragonés pretendia tomalle por suegro y casarse con su hija Leonor. Acordaron pues estos reyes de verse y hablarse en la ciudad de Oloron, que se llamó antiguamente Lugduno, y está en los confines de Francia en los pueblos llamados coquenos (hoy está en el principado de Bearne á las haldas de los montes Pirineos; el emperador Antonino la llamó Illuro). En aquella junta y habla por grande instancia del rey de Ingalaterra se alcanzó que dentro de un año Cárlos, príncipe de Salerno, fuese puesto en libertad con estas condiciones: que el reino de Sicilia quedase por don Jaime; que el preso alcanzase del Papa consentimiento para esto, junto con alzar las censuras puestas contra los aragoneses; item, que pagase treinta mil marcos de plata; últimamente, que Carlos de Valoes se apartase de la pretension que tenia al reino de Aragon que le adjudicara el pontífice Martino; que dentro de tres años, si todo esto no se cumplia, fuese aquel Príncipe obligado á tornarse á la prision, y sin embargo, diese en rehenes á sus tres hijos Roberto, Cárlos y Luis, ultra desto, sesenta caballeros de los mas nobles de la Proenza. Graves condiciones eran estas; pero como al vencedor eran estos conciertos provechosos, así á los vencidos era forzoso aceptallos de cualquiera manera que fuesen, que una vez puestos en libertad, confiaban no les faltaria ocasion de mejorar su partido. Cárlos, príncipe de Salerno, puesto que fué, segun lo asentado, en libertad el año del Señor de 1288, desde Aragon pasó á Francia, desde alli á Toscana; apaciguados ende los alborotos de los gibelinos, en Roma finalmente le declaró por rey de Pulla y de Sicilia el papa Nicolao IV, el que al principio deste año sucedió en lugar de Honorio. Púsole la corona real en su cabeza con todas las demás insignias y vestiduras reales. Pretendia el Pontífice no ser válido el concierto pasado, como hecho sin su licencia, de un reino que de tiempo antiguo era feudatario de la Iglesia romana. Esto alteró grandemente el ánimo del rey de Aragon, tanto mas que entendia y le avisaban que el rey don Sancho queria dejar su amistad y avenirse con el rey de Francia á persuasion del sumo Pontífice, parecer que aprobaban la Reina y don Gonzalo, arzobispo

de Toledo, aunque muchos grandes juzgaban debia ser preferida la amistad del rey de Aragon, así por la vecindad de los reinos como por tener en su poder los hermanos Cerdas. Destos principios se alteraron algunos, y por la muerte de don Lope de Haro, como luego se contará, sus parientes y amigos se pasaron á Aragon, y fueron causa de nuevas y largas guerras; pretendian y procuraban satisfacerse de sus particulares disgustos con las discordias y males comunes. El rey don Sancho por el mismo caso se vió puesto en necesidad de darse priesa á hacer la confederacion con el rey de Francia. Enviaron los dos reyes sus embajadores á Leon de Francia, do los esperaba el cardenal Juan Cauleto, enviado por legado del sumo Pontífice para este efecto. Por el rey de Francia vinieron Mornay y Lamberto, caballeros principales de su corte; el rey don Sancho envió á don Merino, obispo de Astorga. El concierto se hizo desta manera: el rey don Sancho prometia de dar á don Alonso de la Cerda el reino de Murcia, á tal que no se intitulase en ninguna manera rey de Castilla, y el reino de Murcia le tuviese como moviente y feudatario de Castilla; que si don Alonso muriese sin hijos, sucediese don Hernando, su hermano menor; el de Castilla enviase mil caballos en ayuda al rey de Francia, que queria mover guerra á Aragon, y si fuese necesario, diese paso y entrada segura por sus tierras al ejército francés; item, que los hermanos Cerdas, luego que alcanzasen libertad con el poder y industria de los dos reyes, se entregasen en poder del rey de Francia. Este concierto dió mucho disgusto á doña Blanca, madre de Jos infantes, en tanto grado, que dejado su hermano, se fué á Portugal. Como mujer varonil pretendia buscar nuevos socorros contra las fuerzas de Castilla, puesto que mas fué el trabajo que en esto tomó que el fruto que sacó. El rey Dionisio de Portugal, echados los moros de toda su tierra, gozaba de una tranquila paz, ni le podian convencer á que la alterase en pro de otros y daño suyo. ¿Qué prudencia fuera ponerse en peligro cierto con esperanza incierta, y escurecer la gloria ganada y alterar la quietud y reposo de su reino con mover las armas fuera de tiempo? Tuvo este Rey muy buenas partes, y en especial muy noble generacion de hijos y hijas. De doña Isabel, su mujer, tuvo antes desto una hija, llamada doña Isabel, y este año le nació otra, que se llamó doña Costanza; de allí á dos años otro hijo, que se llamó don Alonso, que fué heredero del reino. De mujeres solteras tuvo estos hijos: á don Alonso de Alburquerque, de quien trae su descendencia una familia deste sobrenombre, nobilísima en Portugal, y á don Pedro, que fué dado á los estudios de las letras, como da testimonio un libro que compuso de los linajes y de la nobleza de España; y á don Juan y á don Feruando, y ultra destos dos hijas, que la una casó con don Juan de la Cerda, y la otra se metió monja.

CAPITULO XII.

De nuevas alteraciones que se levantaron en Castilla. Castilla, por lo que tocaba á los moros, sosegaba á causa de la amistad que tenian con el rey de Granada; con Africa poco antes se asentaron treguas con Juzef, rey de Marruecos. La guerra civil y doméstica tenia á todos puestos en mayor cuidado. Sucedió este daño por

la muerte de don Lope de Haro, que le dieron dentro de palacio y en presencia del mismo Rey; si con razon ó sin ella, no se averigua bastantemente. Para que todo esto mejor se entienda será bien relatar los principios por do se encaminó esta desgracia. Por muerte de don Alvar Nuñez de Lara, que falleció poco despues que tornó en gracia del rey don Sancho, don Lope de Haro, su competidor, volvió á Castilla y á la corte con esperanza de recobrar la cabida y autoridad que antes tenia, pues era muerto su contrario; pero la naturaleza, que no permite viva alguno sin competidor y sin contraste, en el mismo punto que murió, hizo que don Juan, hermano del difunto, subiese al mismo grado de dignidad y al favor y gracia del Príncipe que su hermano tuvo, con mucho gusto del pueblo y no menor pesar y dolor de don Lope de Haro. Quejábase que con aquellas artes y mañas se le hacia notable agravio, y que todo se encaminaba á disminuir su autoridad y menoscaballa. Era el sentimiento en tanto grado, que no temia de dar muestras dél al mismo Rey y formar quejas en su presencia. Como el infante don Juan, su yerno, con un escuadron de gente corriese la campaña de Salamanca, y con sus ordinarias correrías llegase basta Ciudad-Rodrigo y el Rey se quejase desto con don Lope de Haro, tuvo atrevimiento de confesar que todo aquello se hacia por su consejo y voluntad, hasta añadir que si el Rey iba á Valladolid, su yerno vendria á Cigales, que es un pueblo allí cerca, y era tanto como amenazalle. Soltar la rienda á la mala condicion y irritar con esto la ira de los reyes, cosa es muy perjudicial. Verdad es que por entonces el Rey tuvo sufrimiento y disimuló lo mejor que pudo hasta que se ofreciese ocasion para castigar tan gran locura y desacato. Fué el Rey á Valladolid, habló con don Juan, su hermano, dióse órden como aquellos alborotos algun tanto sosegasen. Partido de Valladolid, fué primero á Roa, y de allí á Berlanga y á Soria. Despues tomó el camino para Tarazona para verse con el rey de Aragon y alcanzar dél que le entregase los hermanos Cerdas. Estorbóse esta vista de los reyes por las malas mañas de don Lope de Haro, que como tercero iba de una parte á otra, y á cada cual de las partes referia en nombre del otro condiciones para asentar la paz muy pesadas y muy contrarias de lo que los mismos príncipes pretendian. Todo iba enderezado á der ribar por medio de los hermanos Cerdas al rey don Sancho, de quien tenia de todo punto el ánimo enajenado, que fué la causa de no efectuarse cosa alguna y de volverse el Rey á Alfaro, que es una villa de Castilla puesta á los confines de Aragon y de Navarra. Acudieron el infante don Juan y don Lope de Haro, su suegro, á hacer reverencia y compañía al Rey sin guarda bastante con que se asegurasen. Halláronse presentes don Gonzalo, arzobispo de Toledo, y don Juan Alonso, obispo de Plasencia, el obispo de Calahorra, el de Osma y el de Tuy; allende destos el dean de Sevilla, que era chanciller mayor, y el abad de Valladolid, todos llamados á consejo para tratar de cosas importantes. Llegados don Juan y don Lope á besar al Rey la mano, mandóles le volviesen á la hora todos los castillos y plazas que tenian en su poder, y para esto alzasen el juramento á los soldados que tenian de guarnicion y diesen las contraseñas por do entendiesen por cierto que era tal su voluntad. Fuéles este mandato muy pesado, excusábanse de obedecer,

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