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dispensado. Pasó el negocio á que por medio y á instancia de Calamandra se vino á ver con Cárlos, rey de Nápoles, en Junquera. En esta junta trataron de sus ha ciendas y de emparentar, todo con mucho secreto porque no se divulgase. El tiempo, que descubre las puridades, dió á entender que sus vistas se enderezaron sobre la restitucion de Sicilia y sobre casarse de nuevo el rey de Aragon con Blanca, hija del rey Cárlos. Esto fué en sazon que en Castilla el rey don Sancho por un su privilegio dado en Valladolid, que hoy está entre los papeles de la iglesia de Toledo, otorga haya escuelas en Alcalá de Henares con las mismas prerogativas que la Universidad de Valladolid. Asimismo por muerte de doña Isabel, mujer de don Juan de Lara, el mozo, el señorío de Molina recayó en poder de los reyes como deudos mas cercanos. Don Juan de Lara, el mozo, ó por el sentimiento de la pérdida de aquel estado, ó por imitar la inconstancia y ejemplo de su padre, y juntamente con él el infante don Juan, hermano del Rey, habido su acuerdo de consuno, comenzaron á alborotarse. El Rey, como sagaz, con intento de atajar la guerra que amenazaba, si aquellos desgustos pasaban adelante, procuró de ablandallos y sosegallos con tanto cuidado, que en breve tiempo se amansó aquella tempestad. Don Juan de Lara y su padre, que por este tiempo volvió de Francia, se reconciliaron con su Rey y mostraron mudar propósito. El infante don Juan, hermano del Rey, en Portugal, do se retiró, junto con Juan Alonso de Alburquerque lacian correrías por la campaña de Leon. Envió el Rey á don Juan de Lara, el viejo, con gente para que los reprimiese; que con estos halagos y hacer dél confianza pretendia finalmente le fuese fiel, y que con la destreza de su ingenio y maña apaciguase aquellos movimientos. Sucedió al revés la traza, porque fué vencido en una refriega y vino en poder de los enemigos. Desde allí, puesto que fué en libertad, se vino para el Rey, que estaba en Toro muy regocijado, porque le nació á la sazon una hija en aquella ciudad, que se llamó dona Beatriz. Corria nueva que el rey de Granada trataba de hacer guerra y que el rey de Marruecos queria tornar á pasar en España; envió el Rey á don Juan de Lara con sus dos hijos, don Juan y don Nuño, á las fronteras del Andalucía. Todo este aparato se deshizo á causa que los reyes moros se estuvieron sosegados y don Juan de Lara, capitan de nuestra gente, murió en Córdoba en aquel mismo tiempo. Sosegada esta tormenta, levantó de nuevo otra el infante don Juan, hermano del Rey, al cual como quier que el rey de Portugal, por no dar muestra con tenelle en su tierra queria perturbar la paz, mandase salir de su reino, en una nave se pasó á Tánger. El rey de Marruecos, por pensar era á propósito su venida para por su medio hacer guerra á España, despues de recebille muy cortesmente y tratalle con grande honra y regalo, le envió con cinco mil jinetes á combatir á Tarifa. Pasó pues en España y combatió aquella plaza con grande porfía y con todos los ingenios que se puede pensar. Los de dentro, confiados en las buenas murallas y animados por su caudillo y cabeza Alonso Perez de Guzman, resistian con valor y ánimo. Aconteció que un solo hijo que este caballero tenia vino á poder del Infante y de los moros; sácanle á vista de los cercados, amenazan si no se rinden de degollalle. No se mudó el padre por aquel lastimoso es

pectáculo, antes decia que cien hijos que tuviera era justo aventurallos todos por no mancillar su honra con hecho tan feo como rendir la plaza que tenia encomendada. A las palabras añade obras. Echales desde el adarve una espada con que ejecutasen su saña, si tanto les importaba. Esto hecho, se fué á yanlar. Desde á poco dió la vuelta por el grande alarido que levantaron los soldados por ver degollar delante sus ojos aquel niño inocente, que fué extraño caso y crueldad mas que de bárbaros. Hizo mas atroz el caso ejecutarse por mandado del infante don Juan. Acudió pues el padre á ver lo que era, y sabida la causa, dijo con mesurado semblante: «Cuidaba que los enemigos habian entrado la ciudad »; y con tanto se volvió á comer con su mujer sin dar muestra alguna de ánimo alterado. En tanto grado pudo aquel caballero enfrenar el afecto paterno y las lágrimas; digno de ser comparado con los varones entre los antiguos mas señalados. Considerado esto, los bárbaros, que por ningunas artes ni fuerza podria ser vencido el que por amor de su único hijo no quiso torcer un punto ni apartarse del deber, desconfiados de la victoria se volvieron á Africa; demás que de su voluntad restituyeron al rey de Granada la ciudad de Algecira con gran contento de los nuestros, que se recelaban de aquella entrada y paso que los de Africa tenian, podria resultar algun grave daño de España. Por este tiempo, puesto en libertad, aportó á España el infante don Enrique, tio del rey don Sancho, que muchos años estuvo preso en Nápoles. Holgó el Rey mucho con él, y juntos se fueron desde Búrgos á Vizcaya contra Diego Lopez de Haro, que con ayuda de Aragon pretendia recobrar aquella provincia. Apaciguados aquellos movimientos y echado don Diego de aquella tierra, se tornaron á Valladolid, y desde allí á Alcalá de Henáres. Allí llegó la nueva al Rey de lo sucedido en Tarifa, por lo cual el mes de enero del año de 1295 escribió á Alonso Perez de Guzman una carta en que alaba mucho su constancia y su lealtad, pues por ella pospuso la salud y vida de su hijo; compárale al santo Abraham, y el sobrenombre de Bueno que por sus virtudes y favor de la gente ganara, manda se le ponga entre sus titulos y se lo llamen; promete de gratificar tantos servicios y tantos trabajos; convídale á que le venga á ver, que su vista le dará gran contento; que él, por estar impedido de enfermedad, no lo podia hacer, puesto que mucho lo deseaba. Esta carta original conservan los duques de Medina Sidonia para memoria y en testimonio de la fe y lealtad de sus antepasados; tesoro de mas estima que el oro y las perlas de Levante. Tres meses despues desto, á 25 dias del mes de abril, el Rey, recebidos los sacramentos, falleció en la ciudad de Toledo. Sobrevínole en Alcalá la dolencia de que finó; por ver si mejoraria se hizo llevar en hombros á Toledo con gente que de trecho en trecho se mudaba; poco prestó la mudanza del cielo y del aire. Reinó once años y cuatro dias. Fué igual á los príncipes mas señalados en fortaleza, justicia y prudencia; grandemente astuto y sagaz; en muchas cosas y en muchas partes dejó rastros y muestras de crueldad, falta que le hizo odioso á los presentes, y su memoria poco agradable á los de adelante. Declaró por su sucesor á su hijo don Fernando, el cuarto deste nombre, y señaló á la Reina por su tutora y para el gobierno del reino, sin embargo que no

era su legítima mujer por el impedimento del parentesco, en que nunca se dispensó. Despues de la Reina mandó que tuviese el segundo lugar en todo don Juan de Lara, cláusula que puso contra su voluntad por acordarse de las revueltas pasadas; pero era forzoso ganalle con hacer dél confianza y aplacalle con buenas obras como quien echaba bien de ver cuántos males amenazaban al reino por su muerte. Su cuerpo fué sepultado en aquella ciudad en la capilla real, que en aquel tiempo estaba detrás del altar mayor. Enterróle y dijo la misa el arzobispo don Gonzalo; las honras fueron muy solemnes, grandes alabanzas se dijeron del defunto. Sin duda tuvo valor para sobrepujar la fuerza de una recia tempestad y hacer rostro á la fortuna; y que si bien su derecho para la corona no era muy cierto y que los pareceres no se conformaban con las armas, en que al fin suele consistir el derecho de reinar, aseguró el reino para sí y para sus descendientes. En tiempo del rey don Sancho florecieron dos juristas muy famosos, Guillen Galvan, en Aragon, y en Castilla García Hispano, que compuso comentarios sobre las epístolas decretales.

CAPITULO XVII.

Cómo alzaron á don Fadrique por rey de Sicilia. Tenia á la sazon la silla de san Pedro Bonifacio VIII, sucesor de Celestino V, aquel que traido del yermo por voto de todos los cardenales y puesto en el gobierno de la Iglesia, como el peso fuese mayor que sus fuerzas, á cabo de seis meses despues que entró en el pontifica do voluntariamente le renunció, ejemplo de que los venideros se maravillasen, todos le alabasen, y ninguno le imitase. Tanto mas digno de reprehension fué su sucesor, que tornándose al yermo para gozar de la acostumbrada soledad, le estorbó su camino y le hizo poner en prision. Recelábase no se levantase algun alboroto á causa que muchos no tenian por válida ni legal aquella renunciacion; murió en la prision año y medio adelante. Canonizóle el papa Clemente V y púsole en el número de los santos. Lo mismo este presente año hizo tambien Bonifacio de san Luis, rey de Francia. Hay un elogio de Petrarca en el libro segundo de la Vida Solitaria en alabanza del papa Celestino por estas palabras: «¿Quién, dice, hobo jamás de tan admirable corazon, que menospreciase el papado? La mas alta dignidad que hay en la tierra, cosa tan deseada y tan admirable, que quieren decir que este nombre de papa se deriva de pape, palabra de admiracion en latin. ¿Quién jamás, en especial desque comenzó á ser tenido en tanta estima, hizo tan poco caso del como Celestino? Aquel Celestino digo que con tanta codicia apetecia el antiguo nombre y lugar de ermitaño y la mausa pobreza, amiga de las buenas costumbres. A muchos of que contaban habelle visto huir con tanto gozo y con tales muestras de alegría espiritual, que daba con los ojos y con todo el rostro, cuando salido del consistorio finalmente vuelto en sí se vió libre, como si verdaderamente no hobiera librado sus hombros de un liviano peso, sino su cuello de un cruel alfanje.»> Hasta aquí Petrarca. Por la buena maña de Bonifacio, que era muy ejercitado en negocios, de muchas letras y doctrina, lo que tantas veces se habia intentado en

vano, se concertó la paz entre los aragoneses y franceses. En Anagni para concluirlo se juntaron con el Papa Carlos, rey de Nápoles, y los embajadores de Francia y Aragon, personajes de gran cuenta. Las capitulaciones fueron estas: Blanca, hija del rey de Nápoles, case con el rey de Aragon; lleve en dote setenta mil libras de plata; Sicilia y todo lo demás de que los aragoneses están apoderados en Calabria vuelva y se restituya á la Iglesia romana; si los sicilianos no vinieren en esto asiento, el rey de Aragon acuda con tanto número de gente para sujetallos cuanto los jueces árbitros señalaren'; Carlos de Valoes renuncie el derecho que pretende á la corona de Aragon; el Pontífice quite el entredicho y censuras á todos los que por razon destas diferencias están en ellas enlazados; los rehenes se pongan en libertad. Tratóse del rey de Mallorca, y á grande instancia del Pontífice y del rey de Francia se alcanzó que fuese restituido en su reino. Esto fué lo que se dijo en público; de secreto el Pontífice dió intencion al rey de Aragon de entregalle las islas de Cerdeña y Córcega, que por estar y caer mas cerca de España eran muy á propósito para las cosas de Aragon. Hay hoy dia bula de Bonifacio sobre este concierto, su data á 27 de junio. Esta nueva, luego que se publicó por la fama, hinchó de alegría todas las demás partes de la cristiandad; solo á los sicilianos fué muy pesada, ca tenian por lo último de los males tornar al señorío de franceses. El mismo infante don Fadrique, á quien el Rey, su hermano, cuando se partió dejó el gobierno de Sicilia, y con él Rugier Lauria, Juan Prochita y Manfredo Lanza, todos caballeros principales, por mandallo así el Pontífice y por el cuidado en que aquellas capitulaciones los tenian puestos, fueron á hacelle reverencia en una armada que aportó á las marinas de Roma. Prometia el Pontífice á don Fadrique de casalle con Catalina, hija de Filipo y nieta de Balduino, emperador que fué de Constantinopla, con tal que no contradijese á lo que tenian asentado; y en dote le ofrecian el imperio de Grecia, que pensaban recobrar todos juntos con sus armas y poder. No era este partido de desechar, si las obras se conformaran con las palabras. El rey de Aragon, desque una y segunda vez fué requerido por los sicilianos no los desamparase en aquel aprieto, como no les acudiese por el deseo que tenia de la paz y por parecelle no era lícito hacello, finalmente en la ciudad de Palermo sobre esta razon juntaron Cortes generales, en que alzaron los estandartes de aquel reino por el infante don Fadrique. Sin embargo, don Jaime, su hermano, casó con la nueva esposa; las bodas se celebraron en Villabeltran por el mes de octubre. Doña Isabel, con quien antes se desposara, fué enviada á Castilla. Publicóse un edicto en que mandó á los soldados aragoneses y á los caballeros que en Sicilia se la llaban la desamparasen y volviesen á sus casas. Desta manera vinieron á tener alegre y agradable remate aquellos principios de cosas tan grandes y aquellas alteraciones, que tanto tiempo duraron. Volvió la paz Aragon, y no se perdió de todo punto el reino de Sicilia, contra la cual claramente se armaba una nueva tempestad de guerra. Los navarros sosegahan debajo el señorío de Francia; tenian por su virey á Hugon Confluencio, francés de nacion y mariscal de Campaña en Francia. Los gobiernos y tenencias de las ciudades

á

y castillos de aquel reino se daban indiferentemente á personas de ambas naciones, ħavarros y franceses, lo que era algun alivio para que la gente de la tierra disi

mulase el disgusto que tenían concebido en sus pechos, pues aunque eran señoreados y gobernados por extraños, no usurpaban para si todas las honras y cargos.

LIBRO DÉCIMOQUINTO.

CAPITULO PRIMERO.

De nuevos alborotos que sucedieron en Castilla.

En Castilla no podian las cosas tener sosiego: los nobles divididos en parcialidades, cada cual se tomaba tanta mano en el gobierno y pretendia tener tanta autoridad cuantas eran sus fuerzas. El pueblo, como sin gobernalle, temeroso, descuidado, deseoso de cosas nuevas, conforme al vicio de nuestra naturaleza, que siempre piensa será mejor lo que está por venir que lo presente. Cualquier hombre inquieto tenia grande ocasion para revolvello todo, como acontece en las discordias civiles. Por las ciudades, villas y lugares, en poblados y despoblados cometian á cada paso mil maldades, robos, latrocinios y muertes, quién con deseo de vengarse de sus enemigos, quién por codicia, que se suele ordinariamente acompañar con crueldad. Quebrantaban las casas, saqueaban los bienes, robaban los ganados, todo andaba lleno de tristeza y llanto, miserable avenida de males y daños. La Reina era menospreciada por ser mujer; el Rey por su tierna edad no tenia autoridad ni fuerzas, puesto que luego el siguiente dia despues que su padre falleció en Toledo le alzaron por rey con todo aquel homenaje y ceremonias que se suelen hacer á los príncipes. La Reina mandó luego franquear la gente de cierta imposicion puesta sobre los mantenimientos, que los españoles llaman sisa, la cual imposicion fué harta parte para la mala satisfacion y desgusto que todos tenian contra su marido el rey don Sancho. Con este regalo se amansó el pueblo, y fué causa que se mostrase constante en la fe y lealtad que juraron, si bien los príncipes comarcanos por su gran codicia y ambicion casi todos estaban con las armas á punto para correr á la presá, sin que hobiese quien se lo estorbase. Ocasiones y títulos para mover la guerra no les podian faltar en tiempos tan revueltos y desasosegados. Juan Nuñez de Lara, que quedó mas obligado á guardar lealtad, conforme á su natural inconstancia, claramente inclinaba á favorecer á los enemigos. Acordábase que en tiempo del rey don Sancho corrió riesgo de la vida; esto y la esperanza de acrecentar á rio vuelto su estado y cobrar las villas que los dias pasados le quitaron le convidaban á ser parte en las revueltas. El infante don Enrique, por su larga prision mas mal acondicionado y desabrido de lo que de suyo era, inconstante y usado á malas mañas, como tal pretendia apoderarse del gobierno. Teníase por agraviado del Rey porque en su testamento no hizo dél mencion ni le encomendó alguna parte de las cosas. Con esta pretension en Berlanga lo primero tuvo particulares juntas, poco despues divulgada la fama,

muchos lugares de aquella comarca se le allegaron; en particular la real ciudad de Búrgos mas que todos favorecia estas sus pretensiones. Por este mismo respeto se juntaron de todo el reino Cortes en Valladolid, en que los nobles se mostraron tan de parte de don Enrique, que aunque el Rey y la Reina acudieron para hallarse presentes, no les dieron entrada en la villa hasta ya tarde y haciéndoles dejar su acompañamiento y cortesanos para tener mas libertad de determinar lo que Jes pluguiese. Acordóse en aquellas Cortes que don Enrique tuviese el gobierno del reino; el cuidado de criar al Rey se quedó á la Reina, y sin embargo, todos los presentes de nuevo hicieron pleito homenaje al niño Rey. Dejó el rey don Sancho en su testamento á su hijo el infante don Enrique el señorío de Vizcaya como adquirido por las armas. Diego Lopez de Haro por la parte de Navarra entró con grande furia en aquella provincia, y se apoderó de todos los pueblos della, parte por fuerza, parte por voluntad, fuera de Balmaseda y Orduña. Favorecian estas pretensiones de don Diego de Haro los hermanos Laras, porque sin acordarse de los antiguos bandos y diferencias que solian tener entre sí estos dos linajes, se hicieron á una en odio de don Enrique, ca les pesaba en el alma le encargasen el gobierno del reino, alterado en esta parte el testamento del rey don Sancho y contra su voluntad. El infante don Juan, tio del Rey, desde Africa, donde hasta esta sazon se detuvo, dió la vuelta á Granada para pretender el reino de Castilla. Parecíale seguia en esto el ejemplo del rey don Sancho, su hermano, y aun se le aventajaba en el derecho á causa que el nuevo rey don Fernando no era nacido de legítimo matrimonio. Fué cosa maravillosa los muchos que por esta causa se alborotaron, con que tuvo comodidad de apoderarse de Alcántara y algunos otros lugares á la raya de Portugal. El rey Dionisio de Portugal le favorecia, y estaba declarado por su parte, tanto, que al tiempo que se hacian las Cortes en Valladolid envió por sus reyes de armas á denunciar la guerra á Castilla. Gran miedo se mostraba por todas partes, grandes revueltas y tempestades de guerras. Todos empero estos trabajos se pudieran disimular, si como nunca las desgracias paran en poco, no se levantara otro mayor torbellino por la parte de Aragon. En Bordalua, que es en el distrito de Hariza, se juntaron el rey de Aragon y don Alonso de la Cerda, que se intitulaba rey de Castilla y de Leon. Hicieron alli sus conciertos á 21 de enero, año del Señor de 1296. Las capitulaciones fueron estas: que juntasen sus fuerzas para que don Alonso recobrase el reino de su abuelo; el reino de Murcia se diese al rey de Aragon; al infante don Juan el reino de Leon, Galicia y Sevilla; la ciudad

de Cuenca, Alarcon, Moya y Cañete fuesen para el in- | mujeres empeció, ni á los infantes su tierna edad.» fante don Pedro de Aragon en premio del trabajo que en aquella empresa tomaba, como general que señalaron para aquella guerra. Entraban en aquel concierto la reina doña Violante, abuela de don Alonso, los reyes de Francia, Portugal y Granada, y poco despues se les allegó don Juan de Lara por el deseo que tenía de recobrar á Albarracin. Al contrario don Diego de Haro por la buena industria de la Reina se reconcilió con el Rey; hicieronle merced del estado de don Juan de Lara, que se pasara á los aragoneses, para que le tuviese juntamente con el señorío de Vizcaya. Destos principios y por esta forma granjearon otros muchos grandes, particularmente á don Juan Alonso de Haro con hacelle merced de los Cameros, estado que pretendia él serle debido. Por todas partes se procuraban ayudas contra las tempestades de guerras que amenazaban. El campo de los aragoneses debajo de la conducta de don Alonso de la Cerda y del infante don Pedro entró en Castilla por el mes de abril; en Baltanas se le juntaron el infante don Juan y don Juan Nuñez de Lara. No pararon hasta llegar á Leon, ciudad que fué antiguamente rica y grande, á la sazon de pequeño número de moradores, pobre de armas y de gente, que fué la causa de rendirse á los enemigos con facilidad, principalmente que tenian inteligencias secretas con algunos ciudadanos. En aquella ciudad fué alzado el infante don Juan por rey de Leon, Galicia y Sevilla. Poco despues en Sahagun dieron á don Alonso de la Cerda título de rey de Castilla, y alzaron por él los pendones con la misma facilidad y priesa, en cumplimiento todo de lo que tenian concertado. De allí pasaron á ponerse sobre Mayorga, que está á cinco leguas de Sahagun. Defendióse la villa valerosamente por tener buenas murallas y estar guarnecida de gente y armas ; el cerco duró hasta el mes de agosto. Mandaron á la sazon juntar en Valladolid todos los grandes del reino y los procuradores de las ciudades. Acudió el primero don Enrique; y luego que se apeó, vestido como estaba de camino, se fué á ver con la Reina, que en el castillo oia misa. Hecha la acostumbrada mesura, con muestra fingida de gran sentimiento le declaró el peligro que todo corria. «Tres reyes se han conjurado en nuestro daño; á estos sigue gran parte de los grandes del reino; contra tanta potencia y tempestad ¿qué reparo es una mujer, un viejo y un niño? Paréceme, Señora, que las fuerzas se ayuden con maña. Injustamente, respondió ella, y con malos medios procuran despojar á mi hijo del reino de su padre; espero en Dios tendrá cuidado de defender su inocente edad. Este es el refugio mas cierto y la esperanza que tengo. Está bien; no se remedian los males, dijo don Enrique, ni los santos se granjean cou votos y lágrimas femeniles. Los peligros se han de remediar con velar, cuidar y rodear el pensamiento por todas partes; así se ha conservado la república en los grandes peligros. En el sueño y descuido está cierta la ruina y perdicion; mi parecer es que os caseis, Señora, con don Pedro, infante de Aragon, él soltero y vos viuda. Deseo os agradase este mi consejo cuanto seria saludable. Poned, Señora, los ojos y las mientes en matronas asaz principales, que por este camino sin tacha y sin amancillar su buen nombre mantuvieron á sí y á sus hijos en sus estados, de suerte que ni á ellas ser

Turbóse la Reina con estas razones. Respondióle con libertad y con el rostro torcido y aun demudado: «Afuera, Señor, tal mengua; no me menteis cosa de tanta deshonra é infamia; nunca me podré persuadir de conservar el reino á mi hijo con agraviar á su padre, ni tengo para qué imitar ejemplos de señoras forasteras, pues hay tantos de mujeres ilustres de nuestra nacion que conservaron la integridad de su fama, y con vida casta y limpia en su viudez mantuvieron en pié los estados de sus hijos en el tiempo de su tierna edad. No faltarán socorros y fuerzas, no fallecerá la divina clemencia, y una inocente vida prestará mas que todas las artes. Cuando todo corra turbio y el peligro sea cierto, yo tengo de perseverar en este buen propósito; no quiero amancillar la majestad de mi hijo con flaqueza semejante.» Desta manera se desbarató el intento de don Enrique. Hacian levas de gente para acudir al peligro. Juntáronse hasta cuatro mil caballos; mas no pudieron persuadir á don Enrique que fuese con ellos á desbaratar el cerco que sobre Mayorga tenian puesto. Daba por excusa que era forzoso acudir á la guerra del Andalucía. Solamente fueron á Zamora por sosegalla y aseguralla en la fe y lealtad de su Rey, que andaba en balanzas. Las cosas casi desiertas y desamparadas, los santos patrones y abogados de Castilla las sustentaron. Con la tardanza del cerco se resfrió la furia con que los enemigos al principio vinieron. Asimismo el excesivo calor del verano, la destemplanza del cielo y la falta que de todas las cosas se padecia en el ejército causó grandes enfermedades. Esto y la muerte que sucedió del infante don Pedro, su general, los forzaron de tornarse á su tierra sin hacer cosa alguna memorable. Muchos dellos faltaron en esta jornada; el campo, en que se contaban mil hombres de armas y cincuenta mil soldados, volvieron asaz menoscabados en número, menguados de fuerzas y contento. El rey de Aragon en el mismo tiempo por las fronteras de Murcia, por donde entró, tuvo mejor suceso, que tomó á Murcia y todos los lugares y villas á la redonda, y lo metió en su reino, excepto la ciudad de Lorca y las viilas de Alcalá y Mula, que se mantuvieron por el rey don Fernando. En tantas turbaciones y peligros de Castilla don Enrique, en cuyo poder estaba el gobierno de todo el reino, no hacia grande esfuerzo para favorecer á alguna de las partes, antes se mostraba neutral, y parecia que llevaba mira de allegarse á aquella parte que mejor suceso y fortuna tuviese. Por donde ni los enemigos tuvieron que agradecelle, y incurrió en gravísimo odio de todos los naturales y en gran sospecha que la guerra que se hacia era por su voluntad, y que todo el mal y daño recebido no fué por falta de nuestros soldados ni por valor de los enemigos, sino por engaño suyo y maña. La Reina contra estas mañas de don Enrique usaba de semejante disimulacion, no se daba por entendida; otros caballeros principales á las claras se lo daban en rostro. En este número Alonso Perez de Guzman, á dicho y por confesion de todos, tuvo el primer lugar, porque defendió las fronteras de Andalucía contra las insolencias y correrías de los moros; y lo que era mas dificultoso, contrastó con grande ánimo y mas que todos á las pretensiones del infante don Enrique, ca por no dar tanto que decir á las gentes y por no parecer que

se estaba ocioso, con gente de guerra que juntó marchó la vuelta del Andalucía para refrenar los insultos de los moros. Tuvo con ellos una refriega junto á Arjona, en que fué vencido, y su persona corrió mucho riesgo á causa que le cortaron las riendas del caballo, y por no tener con que regille, estuvo en términos de ser preso, si Alonso Perez de Guzman no le proveyera en aquel aprieto de otro caballo, con que se pudo salvar. Despues deste encuentro se trató de renovar las paces con los moros. Pedia el rey de Granada á Tarifa, y ofrecia en trueco otros veinte y dos castillos, demás que daria de presente veinte mil escudos, y contaria adelantado todo el tributo de cuatro años que acostumbraba á pagar. Este partido parecia bien á don Enrique por el aprieto en que las cosas se hallaban y falta que tenian de dinero. Alonso Perez de Guzman era de contrario parecer, y mostraba con razones bastantes seria cosa muy perjudicial, así fiarse de aquel bárbaro como entregalle á Tarifa. Esta diferencia estaba encendida, y amenazaba nueva guerra. Llegaron á término que los moros con su gente y con la nuestra, cosa asaz vergonzosa, se pusieron sobre aquella ciudad. Hallábase Alonso de Guzman sin fuerzas bastantes; los suyos le desamparaban, y le eran contrarios los que debieran ayudar; acordó de buscar ayuda en los extraños. El rey de Portugal era enemigo declarado, y movia las armas contra Castilla. Parecióle dar un tiento al rey de Aragon si por ventura se moviese á favorecelle, vista la afrenta de los cristianos y el peligro que todos corrian. Escribióle una carta deste tenor: «Mucha pena me » da ser cargoso antes de hacer algun servicio. El deseo » de la salud y bien de la patria comun, el respeto de la »religion me fuerzan acudir á vuestro amparo y pro»teccion, lo cual hago no por mi particular, que de » buena gana acabaria con la vida, si en esto hobiese » de parar el daño, y esperaria la muerte como fin des» tas miserias y desgracias. Lo que toca á la república, » siento en grande manera que no sea tan trabajada y » maltratada por los moros cuanto por la deslealtad de » algunos de los nuestros. ¡Oh gran maldad! Porque ¿qué >> cosa puede ser mas grave que encaminar aquellos mis» mos el daño que tenian obligacion de desvialle? Qué » cosa mas peligrosa que en nuestra de procurar el bien » comun armar la celada? Quieren y mandan que Tari»fa, ciudad que nos está encomendada, sea entregada » á los moros. Y dado que usan de otros colores, la ver»dad es que, quitada esta defensa y baluarte fortísi>>mo contra las fuerzas de Africa, pretenden que Es»paña quede desnuda y flaca en medio de tantos tor» bellinos, y por este medio reinar ellos solos, y » adelantar sus estados con la destruicion de la patria » comun. Valerosos caballeros por cierto y esforzados, >> esclarecidos defensores de España, yo tengo deter>> Ininado con la misma fe y constancia por que menos» precié los dias pasados la vida de mi único hijo de >> mantenerme en la lealtad sin mancilla con mi propria »sangre y vida, que es lo que solo me resta. Si me en» viáredes, Señor, algun dinero y algun socorro por el » mar, desde aquí vos juro de tener esta plaza por vues» tra hasta tanto que llegado el Rey, mi señor, á mayor » edad seais enteramente pagado de todos los gastos. Los enojos pasados, si algunos hay de por medio, la » caridad y amor que debeis á la patria los amanse. Te

»ned por cierto que será cosa muy honrosa para vos » defender la tierna edad de un Rey huérfano de las in» jurias y daños de los extraños, y mucho mas de los >> engaños y embustes de sus mismos vasallos.» La respuesta que á esta carta dió el rey de Aragon fué loar mucho su lealtad y constancia, pero que por haber puesto poco antes confederacion con los moros no podia faltar á su palabra; que si ellos la quebrantasen, él no faltaria de acudir á la esperanza que dél tenia y á favorecer la causa comun. Movíase á la misma sazon otra guerra de parte de Portugal; aquel rey con toda su gente entró hasta Salamanca. Acudiéroule luego el infante don Juan, tio del rey don Fernando, y don Juan Nuñez de Lara despues que el campo de los aragoneses dió la vuelta á su tierra. Entraron en consulta sobre lo que se debia hacer en esta jornada; parecióles poner sitio sobre Valladolid, en que tenian al rey don Fernando. Con este acuerdo llegaron á Simancas, que está dos leguas de aquella villa. Allí muchos caballeros se partieron del campo de los portugueses por tener por cosa muy fea que un rey fuese perseguido y cercado de sus mismos vasallos. El rey Portugués, con recelo que los demás no hiciesen otro tanto, y que despues tomados los caminos no le fuese la vuelta dificultosa, mayormente que entraba ya el invierno, se partió á mucha priesa, primero á Medina del Campo, y desde allí á Portugal, despedido y desbaratado su ejército. La gent que la Reina tenia aprestada para acudir á esta guerra fué por su mandado á cercar la villa de Paredes. No se hizo efecto alguno á causa que don Enrique con la gente que tenia levantada en el reino de Toledo y en Castilla desbarató aquella empresa. Decia no era razon estorbar las Cortes que tenian llamadas para Valladolid con aquella guerra por caer aquella villa muy cerca. Este era el color que tomó, como quier que de secreto estaba desabrido con el rey don Fernando y inclinado á la parte de los contrarios. La Reina con paciencia y disimulacion pasaba por aquellos embustes, y con muestra de amor pretendia ganalle, y en aquel mismo tiempo le hizo merced de Santisteban de Gormaz y Calecantor. Con la misma maña atrajo á don Juan de Lara á su voluntad, puesto que no se podían asegurar dėl, ca si le dieran á Albarracin, fácilmente se pasara á los aragoneses. Tuviéronse pues las Cortes en Valladolid á la entrada del año 1297. En ellas por la gran falta que tenian de dinero prometieron los pueblos de acudir con gran cantidad para los gastos de la guerra, y así lo cumplieron poco despues. En el mismo tiempo por el valor y diligencia de Juan Alonso de Haro fueron los navarros puestos en huida, los cuales de rebate se apoderaran de parte de la ciudad de Najara; su intento era recobrar el distrito antiguo de aquel reino, y en particular toda la Rioja. Don Jaime, rey de Aragon, en Roma, donde era ido llamado del Papa, fué declarado por rey de Cerdeña y Córcega. Acudieron desde Sicilia doña Costanza, su madre, y doňa Violante, su hermana, Rugier Lauria, general del mar, y Juan Prochita. Estaba concertada por medio de embajadores doña Violante con Roberto, duque de Calabria, heredero que habia de ser del reino de Nápoles. Celebróse este casamiento, y el mismo pontífice Bonifacio veló á los nuevos casados; las fiestas y regocijos fueron muy grandes. El rey don Fadrique se apercebia para defen

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