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na de Roberto, case con don Fadrique, con retencion de Sicilia en nombre de dote hasta tanto que por permision y con ayuda del Papa conquiste á Cerdeña ó otro cualquiera reino; si esto no sucediere, sus herederos dejen á Sicilia luego que los reyes de Nápoles contaren docientos y cincuenta mil escudos; á los forajidos y desterrados de Sicilia y de Italia sea perdonada su poca lealtad por la una y por la otra parte. Hiciéronse estos conciertos el postrer dia del mes de agosto, con que todos dejaron las armas. Juan Villaneo, que se halló en esta guerra, y Dante Aligerio, poeta de aquellos tiempos, en extremo elegante y grave, tachan á Cárlos de Valoes, y le cargan de que en Toscana lo alborotó todo con discordias y guerras civiles, y en Sicilia concertó una paz infame; finalmente, que con tanto estruendo y aparato en efecto no hizo nada. Fué este año muy estéril, en especial en España, por la grande sequedad y á causa que las tierras se quedaron por arar por haberse consumido, como se decia comunmente y lo afirman graves autores, en aquellas alteraciones la cuarta parte por lo menos de los labradores y gente del campo.

CAPITULO VI.

De la muerte del pontifice Bonifacio.

Por este tiempo el hijo mayor de don Jaime, rey de Mallorca, que tenia el mismo nombre de su padre, renunciado el derecho que tenia á la herencia de aquellos estados, se metió fraile francisco, con que sucedió por muerte de aquel Rey, su hijo menor don Sancho; y como estaba obligado, hizo homenaje por aquellos estados y juró de ser leal al rey de Aragon. En Castilla no estaban las cosas muy sosegadas; en particular se padecia grande falta de dineros. Tuviéronse Cortes en Búrgos y en Zamora, en que se reformaron los gastos públicos, y las ciudades sirvieron con gran suma de dineros. Demás desto, el papa Bonifacio concedió á la Reina madre una bula, en que le perdonaba las tercias de las iglesias que cobraron los reyes don Alonso, don Sancho y el mismo don Fernando sin licencia de la Sede Apostólica hasta entonces, y de nuevo se las daba

y

hacia gracia dellas por término de tres años. Los ánimos de los grandes andaban muy desabridos con la Reina madre; quejábanse que las cosas se gobernaban por su antojo sin razon ni órden. Los infantes don Enrique y don Juan, tios del Rey, y con ellos don Juan, hijo del infaute don Manuel, don Juan de Lara y don Diego de Haro, con otros caballeros principales, buscaban traza y órden para poner con artificio y maña mal á la Reina con su hijo y desavenillos. Para dar principio á esto apremiaron al abad de Santander, que era chanciller mayor, diese cuentas del patrimonio real, cuya administracion tuvo á su cargo, maña que se enderezaba contra la Reina, por cuya instancia le encomendaron aquellos cargos y honras. Poco aprovecharon por este camino, porque conocida su inocencia y integridad, cayeron por tierra todas estas tramas. Filipo, rey de Francia, al principio del año 1303 envió sus embajadores para pedir aquellos pueblos de Navarra sobre que tenian diferencias; fueron despedidos sin alcanzar cosa alguna. El rey de Aragon envió á ofrecer condiciones de paz, que tambien desecharon. Promelia que volveria toda la tierra de Murcia, de

que estaba apoderado, á tal que le entregasen á Alicante. Esto no le pareció á propósito á la Reina, antes á don Juan de Lara, que comenzaba á privar con el Rey, hizo quitar el cargo que tenia y poner en su lugar al infante don Enrique para que fuese mayordomo mayor de la casa real. No le duró mucho el mando, que poco despues le dejó, si de grado ó contra su voluntad no se sabe. Lo cierto es que destas cosas y principios procedieron entre el Rey y su madre algunas sospechas y division entre los grandes. En particular don Juan de Lara y el infante don Juan, olvidadas las diferencias y disgustos pasados, hechos á una, tenian grande mano y privanza acerca del Rey. Los ruines y gente de malas mañas con chismes y decir mal de otros, que suele ser camino muy ordinario, eran antepuestos á los buenos y modestos. El infante don Enrique y don Juan, bijo del infante don Manuel, y don Diego de Haro llevaban mal que la Reina madre fuese maltratada, á quien ellos se tenian por muy obligados por muchos respetos, principalmente se quejaban que las cosas se trastornasen al albedrío y antojo de dos hombres semejantes. Pasaron en este sentimiento tan adelante, que comunicado el negocio entre sí, enviaron á llamar á don Alonso de la Cerda para concertarse con él. Fué con esta embajada Gonzalo Ruiz á Almazan para mover estas práticas y procurar que los aragoneses hiciesen entrada en Castilla, sin tener cuenta con la fe y lealtad que debian, á trueco de llevar adelante sus pasiones y bandos. Esto pasaba en Castilla al mismo tiempo que con increible osadía y impiedad fué amancillada la sacrosanta majestad de la Iglesia romana con poner mano en el papa Bonifacio. El caso, por ser tan exorbitante, será bien contar por menudo. Estaban los franceses por una parte, y por otra los de casa Colona, caballeros de Roma, en un mismo tiempo desabridos con el papa Bonifacio por agravios que pretendian les hiciera. Las causas del disgusto al principio eran diferentes; mas á la postre se aliaron para satisfacerse del comun enemigo. Parecia que el Papa hizo burla de Cárlos de Valoes, por no acordarse de las promesas que le tenia hechas. EI rey de Francia se entregaba en los bienes de las iglesias y en sus rentas. Apamea es una ciudad que cae en la Gallia Narbonense; antes era de la diócesi de Tolosa, y el papa Bonifacio la hizo catedral. El Rey tenia preso al obispo desta ciudad, porque claramente reprehendia aquel sacrilegio; lo uno y lo otro llevaba el Pontifice muy mal; enviáronse embajadores de una parte y de otra sobre el caso. Lo que resultó fué quedar mas desabridas las voluntades. Paró el debate en que se pronunció contra el Rey sentencia de descomunion, que es el mas grave castigo que á los rebeldes se suele dar. Demás desto, los obispos de Francia fueron llamados á Roma para proceder contra el Rey. Grande es la autoridad de los sumos pontífices, pero las fuerzas de los reyes son mas grandes; así fué que por orden del rey Filipo de Francia, para hacer rostro al Pontífice, se jun taron muchos obispos y tuvieron concilio en Paris. En él se decretó que el papa Bonifacio era intruso y que la renunciacion de Celestino no fué válida. Hobo denuestos sobre el caso de la una y de la otra parte. Hoy dia hay cartas que se escribieron llenas de vituperios y ultrajes; si verdaderas, si fingidas, no se puede averiguar; mejor es que sean tenidas por falsas. Los de cast

Colona fueron perseguidos y forzados á andar huidos de Roma, desterrados y despojados de sus haciendas por espacio de diez años, como el Petrarca lo atestigua, y encarece lo mucho que padecieron. Estos señores desde tiempo antiguo fueron capitanes del bando de los gibelinos, contrarios de los pontifices romanos, de quien se hicieron mucho tiempo temer por su nobleza, riquezas y parentelas. A Pedro y Jacobo, que eran cardenales y de aquel linaje y familia, por edicto público los privó del capelo. Estéfano Colona, cabeza de aquella familia, fué forzado á irse á Francia. Lo mismo hizo Sarra Colona, que era enemigo capital de Bonifacio; nuevos daños y desastres que en esta huida se le recrecieron le acrecentaron la saña, porque un capitan de cosarios le prendió y puso al remo. El Rey dió cargo & Guillelmo Nogareto, natural de Tolosa, hombre atrevido, de apelar de la sentencia de Bonifacio para la santa Sede Apostólica romana, privada entonces de legítimo pastor. Estos dos comunicaron entre sí cómo podrian desbaratar los intentos del Pontífice; si fué con consentimiento del Rey ó por su mandado, aun entonces no se pudo averiguar; en fin, ellos vinieron á Toscana y se estuvieron en un pueblo llamado Stagia, mientras que fuesen avisados por espías encubiertas y tuviesen oportunidad para acometer la maldad que tenian ordenada. El Papa se hallaba en Anagni. Cecano y Supino, personas principales, hijos de Mafio, caballero de la misma ciudad de Anagni, fueron corrompidos á poder de dinero para que ayudasen á poner en efecto esta maldad. Ya que todo lo tenian bien trazado, metieron dentro de Anagni trecientos caballos ligeros y un buen escuadron de soldados. Sarra Colona era el principal capitan. Al alba del dia se levantó un estruendo y vocería de soldados, que con clamores y voces apellidaban el nombre del rey Filipo. Los criados del Papa todos huyeron. Bonifacio, conocido el peligro, revestido con sus ornamentos pontificales, se sentó en su sacra cátedra. En aquel hábito que estaba llegó Sarra Colona y le prendió. Escarneciendo dél Nogareto y haciéndole mil amenazas, le respondió Bonifacio con grande constancia: «No hago yo caso de amenazas de Paterino.»> Este fué abuelo de Nogareto, y convencido de la herejía y impiedad de los albigenses, murió quemado. Con aquella voz del Pontifice cayó la ferocidad de Nogareto. Pusieron guardas al Pontífice y saqueáronle su palacio. Dos cardenales solamente estuvieron perseverantes con el Pontífice, el cardenal de España Pedro Hispani y el cardenal de Ostia; todos los demás se pusieron en huida. Desde allí á tres dias los ciudadanos de Anagni, por compasion que tuvieron de su pastor y por miedo que no fuesen imputados de ser traidores contra el sumo Pontifice, su ciudadano, con las armas echaron de la ciudad á los conjurados. El Pontífice se tornó luego á Roma, y del pesar y enojo que recibió le dió una enfermedad, de que con grandes bascas, á manera de hombre furioso, falleció á los 12 dias de octubre y á los treinta y cinco de su prision. Dichoso pontífice, si cuan fácilmente acostumbraba á burlarse do las amenazas, tan fácilmente pudiera evitar las asechanzas de sus enemigos. Con su desastre se dió aviso que los imperios y mandos de los eclesiásticos mas se conservan con el buen crédito que dellos tienen y con buena fama, que deben ellos procurar con buenas obras y con la reve

rencia de la religion, que con las fuerzas Y el poder. Villaneo dice en su historia que Bonifacio era muy docto y varon muy excelente por la grande experiencia que tenía de las cosas del mundo; pero que era muy cruel, ambicioso, y que le amancilló grandemente la abominable avaricia por enriquecer los suyos, que es un grandísimo daño y torpeza afrentosa. Hizo veinte y dos obispos y dos condes de su linaje. Por el sexto libro de los Decretales que sacó á luz mereció gran loa cerca de los hombres sabios y eruditos. Fué en su lugar elegido por sumo pontifice en el próximo conclave Nicolao, natural de la Marca Trevisana, general que fué antes de la órden de los Predicadores. En su pontificado se llamó Benedicto XI, en memoria de Bonifacio, que tuvo este nombre antes de ser papa y era criatura suya, ca le hizo antes cardenal. Fué este Papa para con los franceses demasiadamente blando, porque les alzó el entredicho que tenian puesto y revocó todos los decretos que su predecesor fulminó contra ellos. Verdad es que Sarra Colona y Nogareto fueron citados para estar á juicio, y porque no acudieron al tiempo señalado, los condenaron por reos del crímen laesae majestatis y fulminaron contra ellos sentencia de bien los que descomunion. A Pedro y Jacobo Colona, admitió en su gracia, no les permitió usasen del capelo y insignias de cardenales, conforme á lo que por su antecesor quedó decretado.

CAPITULO VII.

De la paz que entre los reyes de España se hizo en el Campillo.

Los españoles cansados de trabajos y alteraciones tan largas gozaban de algun sosiego; mas les faltaban las fuerzas que la voluntad ni ocasion para alborotarse. Las diferencias que aquellos príncipes tenian entre sí erau grandes y necesario apaciguallas. Los reyes de Castilla y de Aragon altercaban sobre el reino de Murcia. Don Alonso de la Cerda se intitulaba rey de Castilla, sombra vana y apellido sin mando. El nuevo rey de Granada, conforme á la enemiga que con los fieles tenia, hizo entrada por las tierras que poseia el rey de Aragon; demás desto, tomó á Bedmar, que es una villa no léjos de Bacza. Estas eran las discordias públicas y comunes; otra particular, de no menos importancia, andaba entre la casa de Haro y el infante don Juan, tio del Rey. Pretendia el Infante el señorío de Vizcaya como dote de su mujer; cuidaba salir con su intento á causa del deudo y cabida que con el Rey tenia. Los de la casa de Haro por lo mismo andaban muy desabridos, y parece que se inclinaban á tomar las armas. El rey don Fernando, como á quien la edad hacia mas recatado, por el mucho peligro que desta discordia podia resultar, deseaba con todo cuidado componer estas diferencias. La autoridad del rey de Aragon á esta sazon era muy grande, y parece que tenia puestas en sus manos las esperanzas y fuerzas de toda España. Enviáronle pues por embajador á don Juan, tio del Rey, para que con él y por su medio se tratase de tomar algun buen medio y dar algun corte en todos estos debates. En Calatayud por el mes de marzo, año del Señor de 1304, despues de muchos dares y tomares, por conclusion acordaron que de consentimiento de las partes se señalasen jueces para tomar asiento en

todas estas diferencias, y que para que esto se efec-
tuase, mientras se trataba, hobiese treguas. Señalaron
tiempo y lugar para que los reyes se viesen. En el en-
tre tanto el rey don Fernando, con el cuidado en que
le ponían las cosas del Andalucía, partió de Burgos,
do á la sazon estaba, y por el mes de abril llegó á Ba-
dajoz con intento de visitar al Rey, su suegro, con quien
eso mismo tenia algunas diferencias, y pretendia co-
brar ciertos lugares que en su menor edad le empeña-
ron. Lo que resultó destas vistas, fué lo que suele,
desabrimientos y faltar poco para quedar del todo ene-
migos. Solamente se pudo alcanzar del Portugués ayu-
dase á su yerno con algunos dineros que le prestó, con
que se partió la vuelta del Andalucía. No se llegó á
rompimiento con los moros, antes á pedimento del
mismo rey de Granada el rey don Fernando envió em-
bajadores á aquella ciudad, y él se detuvo en Córdoba.
Por medio desta einbajada se tomó asiento con el rey
Moro; concertóse y prometió de nuevo de pagar el
mismo tributo que se pagaba en tiempo de su padre,
con que deshicieron los campos. El infante don Enri-
que cargado de años falleció por este tiempo en Roa;
su cuerpo enterraron en el monasterio de San Fran-
cisco de Valladolid. Tuvo este Príncipe ingenio vario
y desasosegado, extraordinaria inconstancia en sus
costumbres, y hasta lo postrero de su edad grande
apetito de gloria y mando, codicia desenfrenada y la
postrera camisa de que se despojan aun los hombres
sabios. Muy grande contento fué el que recibió todo el
reino con la muerte deste caballero, ca todos se rece-
laban no desbaratase todas las práticas que se comen-
zaban de paz. No dejó hijos, que nunca se casó; así
las villas de su estado se repartieron entre otros caba-
lleros, y la mayor parte cupo á Juan Nuñez de Lara
por la mucha privanza que con el Rey á la sazon alcan-
zaba. En prosecucion de lo concertado en Calatayud de
consentimiento de las partes fué nombrado por juez
árbitro para componer aquellas diferencias Dionisio,
rey de Portugal, y por sus acompañados el infante don
Juan de la parte de Castilla, y por la de Aragon don
Jimeno de Luna, obispo de Zaragoza. Los reyes de
Portugal y Aragon tuvieron primero habla en Torre-
llas, que es una villa á la raya de Aragon y á las haldas
de Moncayo, puesta en un sitio muy deleitoso. Allí los
jueces, oido lo que por las partes se alegaba, pronun-
ciaron setencia, y fué que el rio de Segura partiese tér-
mino entre los reinos de Aragon y Castilla, cosa de
grande comodidad y ventaja para el Aragonés, porque
se le añadió lo de Alicante con otros pueblos de aque-
Hla comarca, y de su bella gracia le otorgaron lo que
él con tanto abinco antes deseaba. Pronuncióse la sen-
tencia á los 8 del mes de agosto, y luego el dia siguien-
te los tres reyes se juntarou en el Campillo, que está
allí cerca, y por la memoria del concierto que en aquel
lugar se hiciera veinte y tres años antes desto entre don
Alonso, rey de Castilla, y don Pedro, rey de Aragon,
parecia de buen agüero. Confirmóse allí lo asentado;
desde allí los reyes fueron á Agreda, y pasaron á Tara-
zona. Grandes regocijos y recebimientos les hicieron;
muy señalada fué esta junta, porque fuera de los tres
reyes se hallaron asimismo presentes tres reinas, las
dos de Castilla, suegra y nuera, y doña Isabel, reina de
Portugal, persona muy santa, demás de la infanta do-

ña Isabel, hermana del rey don Fernando, la que estuvo primero desposada con el rey de Aragon. El acompañamiento y corte era conforme á la calidad de principes tan grandes, en particular el rey de Portugal se señaló mas que todos, conforme á la condicion de aquella nacion, por ser deseoso de honra, y á causa de la larga paz rico de dineros; se dice que trujo en su compañía de Portugal mil hombres de á caballo, y que en todo el camino no quiso alojar en los lugares, sino en tiendas y pabellones que hacia armar en el campo. En lo que tocaba á la pretension de los Cerdas, los reyes de Aragon y Portugal, nombrados por jueces árbitros, llegado el negocio á sentencia, mandaron que don Alonso en adelante no se llamase rey; que restituyese todas las plazas y castillos de que estaba apoderado. Señaláronle á Alba, Bejar, Valdecorneja, Gibraleon, Sarria, con otros lugares y tierras para que pudiese sustentar su vida y estado, recompensa muy ligera de tanlos reinos. Pocas veces los hombres guardan razon, priocipalmente con los caidos; todos les faltan y se olvidan. El rey de Francia no acudia, solo el rey de Aragon sustentaba el peso de la guerra contra Castilla; deseaba por tanto concertar aquellos debates de cualquier manera que fuese. Esta sentencia dió tanta pesadumbre á don Alonso de la Cerda, que aun no se quiso hallar presente para oilla, antes se partió echando mil maldiciones á los reyes. Restaba de acordar la diferencia del infante don Juan y Diego Lopez de Haro. El Rey tenia prometido al Infante que, efectuadas las paces, él mismo le pondria en posesion del señorío de Vizcaya. Concluida pues y despedida la junta de los reyes, don Diego de Haro fué citado para que en cierto dia que le señalaron pareciese en Medina del Campo, para donde tenian convocadas las Cortes del reino. Seňaláronse jueces árbitros que determinasen la causa. Don Diego Lopez de Haro, sea por fiar poco de su justicia y entender tenia usurpado aquel estado, 6 por sospechar que el Rey no le era nada favorable, sin pedir licencia para partirse se salió de las Cortes, las cuales acabadas que fueron, como entendiesen que don Diego de Haro no haria por bien cosa ninguna, y el infante don Juan, que siempre andaba al lado del Rey, diese priesa á que el negocio se concluyese, en Valladolid, vistas sus probanzas, se sentenció en su favor, solamente se difirió la ejecucion para otro tiempo, en que se pretendia que con alguna manera de concierto entre las partes se atajase la tempestad de la guerra que podia desto resultar. En el año del Señor de 1305 estaban las cosas desta manera en Castilla, unas diferencias soldadas, otras para quebrar; y á 17 dias del mes de enero Rugier Lauria, general del mar, murió en Cataluña, capitan sin segundo y sin par en aquel tiempo, determinado en sus consejos, diestro por sus manos, querido y amado de los reyes, en especial del rey don Pedro, que con su ayuda y por su valor sujetó á Sicilia. El solo dió fin á grandes hazañas con próspero suceso; los reyes nunca hicieron cosa memorable sin él; su cuerpo sepultaron en el monasterio de Santa Cruz con su túmulo y letra junto al enterramiento del rey don Pedro en señal del grande amor que le tuvo. A los 6 dias del mes de abril murió doña Juana, reina de Navarra, en Paris; su cuerpo enterraron en el monasterio de San Francisco con real pompa y célebre aparato; está de

presente metido este monasterio dentro del colegio de Navarra. Sucedió luego á su madre difunta en el reino Luis, que tuvo por sobrenombre Hutino; tomo la corona real en Pamplona; despues fué tambien él rey de Francia por muerte de su padre. Dejó la reina doña Juana allende deste otros hijos, á Filipo, que tuvo por sobrenombre el Largo, á Cárlos, que tuvo por sobrenombre el Hermoso, que adelante vinieron á ser todos reyes de Francia y Navarra. Dejó otrosí dos hijas; la una murió siendo niña, la otra, por nombre madama Isabel, casó con Eduardo, rey de Ingalaterra, la mas hermosa doncella que se halló en su tiempo.

CAPITULO VIII.

Clemente V, pontifice máximo.

El pontificado de Benedicto no duró mas de ocho meses y seis dias. Siguióse una vacante larga de diez meses y veinte y ocho dias. Grandes disensiones anduvieron en este conclave, muy encontrados los votos de los cardenales, así italianos como franceses, que eran en gran número, porque á devocion de los reyes de Nápoles los papas criaron los años pasados muchos cardenales de la nacion francesa. En fin, se concertaron desta suerte: que los italianos nombrasen tres cardena les franceses para el pontificado, y que destos eligiese el bando contrario uno que fuese papa. Salieron tres arzobispos nombrados, que estaban muy obligados á la memoria de Bonifacio como criaturas suyas. Destos tres en ausencia fué elegido Raimundo Gotto, arzobispo de Bordeaux, primero comunicado el negocio con Filipo, rey de Francia. Procuró el rey de Francia que se viniese antes de aceptar á ver con él en la villa de Angelina, que cae en la provincia de Jantoigne, donde dicen hizo que debajo de juramento le prometiese de poner en ejecucion las cosas siguientes: que condenaria y anatematizaria la memoria de Bonifacio VIII; que restituiria en su grado y dignidad cardenalicia á Pedro y á Jacobo de casa Colona, que por Bonifacio fueron privados del capelo; que le concederia los diezmos de las iglesias por cinco años, y conforme á esto otras cosas feas y abominables á la dignidad pontifical; pero tanto puede el deseo de mandar. Con esto á los 5 dias del mes de junio fué declarado por pontífice, y tomó nombre de Clemente V. Mandó luego llamar todos los cardenales que viniesen á Francia, y en Leon tomó las insignias pontificales á 11 de noviembre. Acudió increible concurso de gente. Aguó la fiesta y destempló el alegría un caso de mal aguero, como muchos lo interpretaron. El mismo dia que se celebraba esta solemnidad, mientras el nuevo Pontífice hacia el paseo con grande acompañamiento y pompa, le derribó del caballo una gran pared que cayó por ser muy vieja y carcomida y por el peso de la muchedumbre de gente que sobre ella cargó á ver la fiesta. Cayósele la tiara que llevaba en la cabeza, y se perdió della un carbunco de gran valor. El rey de Francia, que iba á su lado, se vió en gran peligro; Juan, duque de Bretaña, pereció allí; los reyes de Ingalaterra y Aragon escaparon con mucho trabajo. Fué grande el número de los que murieron, parte por tomalles la pared debajo, parte por el aprieto de la mucha gente. Con estos principios se conformó lo demás ; todo andaba puesto en venta, así

lo honesto como lo que no lo era. Crió doce cardenales á contemplacion y por respeto del rey Filipo de Francia. Todavía como le hiciese instancia sobre condenar la memoria del papa Bonifacio, segun que lo tenia prometido, dió por respuesta que negocio tan grave no se podia resolver sino era con junta de un concilio general. Por este camino se desbarató la pretension de aquel Rey, y esta dicen fué la principal causa para juntar el concilio de Viena, que se celebró como poco adelante se dirá. Trasladó la silla pontifical desde Roma á Francia, que fué principio de grandes males; ca todo el orbe cristiano se alteró con aquella novedad, y en particular toda Italia, de que resultaron todas las demás desgracias y un gran torbellino de tempestades. Lo que se proveyó para el gobierno de Italia y del patrimonio que allí la Iglesia tiene fué enviar tres cardenales por legados para con poderes bastantes gobernar aquel estado, así en tiempo de guerra como de paz. En Castilla por el mismo tiempo se despertaron nuevas alteraciones. No hay cosa mas deleznable que la cabida y privanza con los reyes. Don Juan Nuñez de Lara comenzó á ir de caida por estar el rey don Fernando cansado dél. Quitóle el oficio de mayordomo de la casa real, y puso en su lugar á don Lope, hijo de don Diego Lopez de Haro. El color que se dió fué que don Juan de Lara era general de la frontera contra los moros y no podia servir ambos cargos, como quier que á la verdad el Rey pretendiese sobre todo con aquella honra ganar la casa de Haro y apartalla de la amistad que tenia trabada muy grande á la sazon con los de Lara. Entendiéronse fácilmente estas mañas, como suele acontecer, que en las cosas de palacio no hay nada secreto; por donde estos dos caballeros se unieron y ligaron con mayor cuidado y determinacion que tenian de desbaratar aquellos intentos. Parecia que el negocio amenazaba rompimiento; acudieron Alonso Perez de Guzman y la Reina madre, y con su prudencia hicieron tanto, que estos caballeros se apaciguaron, ca volvieron á cada cual dellos las honras y cargos que solian tener. Demás desto, se tomó asiento entre el infante don Juan y la casa de Haro con estas condiciones: que don Diego de Haro por sus dias gozase el señorío de Vizcaya, y despues de su muerte tornase al infante don Juan; que Orduña y Balmaseda quedasen por don Lope, hijo de don Diego de Haro, por juro de heredad, y de nuevo se le hizo merced de Miranda de Ebro y Villalva de Losa en recompensa de lo que de Vizcaya les quitaban. El deseo que el Rey tenia de apaciguar las diferencias destos grandes, con que todo el reino andaba alborotado, era tan grande, que ninguna cosa se le hacia de mal á trueco de concordallos. El alegría que todos recibieron por esta causa fué grande; solo don Juan de Lara recibió pesadumbre, así por parecelle le babian agraviado en tomar asiento con su suegro don Diego de Haro sin dalle á él parte, como por tener costumbre de aprovecharse de los trabajos ajenos y sacar ganancia de las alteraciones que sucedian entre los grandes. Esto fué en tanto grado, que por parecelle forzoso correr él fortuna despues de tomado aquel asiento, y que no le quedaba esperanza de escapar si no se valia de alguna nueva trama, renunciada la fe y lealtad que al Rey tenia jurada, se retiró á Tordelumos, plaza muy fuerte, así por su sitio como por sus

murallas y reparos, donde con sus fuerzas y las de sus aliados pensaba defenderse del Rey, que sabia tenia muy ofendido. Acudieron en breve los del Rey, pusieron cerco sobre aquel lugar; pero como quier que no faltasen muchos de secreto aficionados á don Juan de Lara, la guerra se proseguia con mucho descuido, y el cerco duró mucho tiempo. Llegaron á tratar de concierto, y porque el Rey se hacia sordo á esto, los soldados se desbandaron y se fueron, unos á una parte, otros á otra. Entre los demás que favorecian á don Juan de Lara era el infante don Juan. Pasó el negocio tan adelante, que al Rey fué forzoso perdonalle; solamente por cierta muestra de castigo le quitó las villas de Moya y Cañete, que, como arriba queda dicho, se las diera el rey don Sancho. Poco duró este sosiego, porque como don Juan de Lara y el infante don Juan entendiesen y tuviesen aviso que el Rey pretendia vengarse dellos, si fué verdad ó mentira no se sabe, pero, en fin, por pensar los queria matar, se concertaron entre sí y resolutamente se rebelaron. El infante don Juan brevemente se aplacó con las satisfacciones que le dió el Rey; sosegar á don Juan de Lara era muy dificultoso, que de cada dia se mostraba mas obstinado. A esta razon don Alonso de la Cerda, como quier que se hallase desamparado de todos y juzgase que era mejor sujetarse á la necesidad que andar toda la vida descarriado y pobre, despojado del reino que pretendia y perdido el estado que le señalaron, envió á Martin Ruiz para que en su nombre tomase posesion de los pueblos que los jueces árbitros le adjudicaron. Así, perdida la esperanza de cobrar el reino, en lo de adelante comunmente le llamaron don Alonso el Desheredado.

CAPITULO IX.

Qué la guerra de Granada se renovó.

El vulgo de ordinario, y mas entre los moros, de su natural es inconstante, alborotado, amigo de cosas nuevas, enemigo de la paz y sosiego. Así en este tiempo comenzaron los moros de Granada á alborotarse en gran daño suyo y riesgo de perderse, como quiera que por todas partes estuviesen rodeados de enemigos y aquel reino de Granada reducido á gran estrechura y puesto en balanzas. La ocasion de alborotarse fué que el Rey era inútil para el gobierno, y como ciego pasaba en descuido su vida; su cuñado, el señor de Málaga, era el que lo mandaba todo, y en efecto, era el que en nombre de otro reinaba. Parecíales cosa pesada tener dos reyes en lugar de uno, porque, fuera de los demás inconvenientes, se doblaba el gasto de la casa real á causa que el de Málaga no tenia menos corte, acompañamiento y casa que si fuera verdadero rey, puesto que el nombre le dejaba á su cuñado. Decian seria mucho mejor nombrar otro rey que fuese hombre que los gobernase, á quien todos tuviesen respeto, obedeciesen á sus maudamientos y con su autoridad se defendiesen y vengasen de sus enemigos. Al vulgo, que andaba alterado, alizaban los principales; mayormente Aborrabes, un caballero que venia de los reyes de Marruecos, con su gente y la de sus aficionados se apoderó de la ciudad de Almería y se intuló rey della. La mayor parte del pueblo se inclinaba á favorecer á Mahomad Azar, hermano que era menor del Rey ciego, que daba muestras de

valor y se vian en él señales de otras virtudes. Fué Aborrabes echado por el bando contrario de Alınería; él, con deseo de apoderarse de Ceuta, ciudad que los granadinos tenian en la frontera de Africa, intentó ayudarse de los cristianos. Por todo esto se ofrecia buena ocasion para hacer la guerra á los moros y echallos de todo punto de España. Comunicaron entre sí este negocio por cartas los reyes de Aragon y Castilla; acordaron de juntarse en el monasterio de Huerta, que está á la raya de los dos reinos. Hízoše la junta al principio del año de 1309. Allí y en Monreal, do los reyes pasaron, lo primero que se trató fué de apaciguar á don Alonso de la Cerda, templada en alguna manera la sentencia que los jueces árbitros dieron; recelábanse que mientras los dos reyes estaban ocupados en la guerra de los moros, no alborotase á Castilla con ayuda de sus parciales y aficionados. Tomada esta resolucion, acordaron emprender la guerra de Granada, y para apretar mas á los moros acometellos por dos partes, y en un mismo tiempo poner cerco sobre Algecira y sobre Almería. Demás desto, concertaron que la infanta doña Leonor, hermana del rey don Fernando, casase con don Jaime, hijo mayor del rey de Aragon. Por dote le señalaron la sexta parte de todo lo que en aquella guerra se ganase, en particular la misma ciudad de Almería. Concluida la junta y despedidos los reyes, todo comenzó á resonar con el estruendo de las armas, provision de dinero, juntas de soldados y gente de á caballo, de bastimento y bagaje necesario. Tenian los dos príncipes soldados muy diestros, muy unidos entre sí, no inficionados con las discordias civiles; en especial los aragoneses ponian miedo á los moros por la fama que corria de haber sujetado sus enemigos y alcanzado tantas victorias. El rey don Fernando, á ruego de su madre, fué á Toledo para hallarse presente á trasladar los huesos del rey don Sancho, su padre, en un sepulcro muy honroso que la Reina tenia apercebido con todo lo demás necesario y conveniente á las exequias y honras de su marido. Tenia el rey don Fernando condicion apacible, una honestidad natural, como acostumbraba decir Gutierre de Toledo, que se crió con él desde su niñez, gran modestia en su rostro, su cuerpo bien proporcionado y apuesto, de grande ánimo, muy clemente. Aconteció que el mismo dia de Navidad un caballero muy principal, á quien él tenia señalado para el gobierno de Castilla, se vino á despedir dél para ir á su cargo. El Rey, dejados los dados con que acaso se entretenia, le advirtió que en Galicia hallaria muchos caballeros nobles que andaban alborotados; que aunque mereciesen pena de muerte, le encargaba se guardase de ejecutar el castigo, solamente se los enviase, que se queria servir dellos en la guerra de los moros. Engrandeció el caballero el acuerdo tan clemente del Rey, que, aunque pareció á muchos blando en demasía y temerario, ia experiencia mostró ser muy acertado. No hobo en toda la guerra contra los moros quien se señalase mas que aquellos hidalgos. Estimulábalos grandemente el deseo de borrar la deshonra pasada, y la voluntad de servir al Rey la clemencia de que con ellos usara ; sus valerosas hazañas no se podian encubrir; en todas partes y ocasiones peleaban contra los moros con odio implacable, y entre sí tenian competencia de aventajarse en valory ánimo. Finalmente, desde Toledo partieron al Anda

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