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bóse la batalla, que fué muy reñida y al principio dudosa. Mas al fin el campo quedó por los fieles con muerte de mil y quinientos jinetes moros que perecieron en la refriega y en la huida, entre ellos cuarenta de los mas nobles de Granada, por donde aquella rota fué para los moros de gran tristeza y dolor. Ganada esta victoria, todo lo demás se allanó. Guadix quedó bastecida; y dos fuerzas, es á saber, Cambil y Algabardos, se ganaron de los moros por fuerza de armas. Este buen suceso, que debiera ser parte para ganar las voluntades y favor de todos, fué ocasion en muchos de envidia y de buscar maneras para desbaratar los intentos del Infante; su tio don Juan de secreto atizaba á los demás. Buscaban algun color para salir con lo que pretendian. Parecióles el mas á propósito pedir á los gobernadores diesen fiadores y pusiesen en tercería algunos pueblos de sus estados para seguridad que gobernarian bien el reino y las rentas reales. Juntáronse sobre esta razon Cortes, primero en Búrgos, y despues en Carrion. Salieron con todo lo que pretendian, prueba con que se descubrió mas el valor y virtud del infante don Pedro. Tratóse demás desto de recoger algun dinero por la gran falta que dél tenian. Los naturales no podian oir que se tratase de nuevas derramas, por ser muchos los pechos que el pueblo pagaba; pero todo se consumia en la guerra contra los moros y en sosegar las revueltas que en el reino andaban. Pareció buena traza acudir al Pontífice nuevo, y por sus embajadores suplicalle concediese las décimas de las rentas eclesiásticas para proseguir la guerra contra los moros. Demás desto, otorgase indulgencia y la cruzada á todos los que á sus expensas para aquella guerra tomasen las armas, Lo uno y lo otro concedió el Pontífice benignamente. Los pueblos al tanto acudieron con alguna suma de dineros. Con esto nuestro ejército se aumentó, y por tres veces hicieron entradas en tierra de moros, con que trabajaron aquella comarca y trajeron presas de gente y de ganado, en que pasaban tan adelante, que llegaban á vista de la misma ciudad de Granada. Los moros esquivaban de venir á batalla, la cual mucho deseaban los nuestros. Trataron los moros de cercar á Gibraltar, pero previnieron sus intentos, ca la bastecieron muy bien de gente y vituallas; por esto los bárbaros desistieron de aquella demanda, y al contrario, la villa y castillo de Belmes se ganó de los moros. Corria en esta sazon el año del Señor de 1316, en que por muerte de Rocaberti, arzobispo de Tarragona, por votos de aquel cabildo, como entonces se acostumbraba, salió elegido el infante don Juan, hijo tercero del rey de Aragon. Acudieron al Padre Santo para que confirmase la eleccion; nunca lo quiso hacer; no refieren las causas que para ello tuvo; puédese sospechar que por alguna simonía, ó lo mas cierto por no tener el Infante edad bastante. No se usaba entonces tan de ordinario dispensar en las leyes eclesiásticas á contemplacion de los príncipes. Los pontífices tenian cierta entereza y grandeza de corazon para contrastar á las codicias desordenadas de los mas poderosos reyes y emperadores. En fin, hobieron de desistir de aquella pretension y pasar á don Jimeno de Luna, que era arzobispo de Zaragoza, á la iglesia de Tarragona. Don Pedro de Luna fué proveido en el arzobispado de Zaragoza, y al infante don Juan dieron el abadía de Montaragon,

que vacó por la promocion del nuevo arzobispo don Pedro.

CAPITULO XVI.

Los infantes don Pedro y don Juan murieron en la guerra
de Granada.

El año siguiente de 1317 con diversas embajadas que el rey de Aragon envió sobre el caso alcanzó última mente del sumo Pontífice que de los bienes que los templarios solian tener en el reino de Valencia se fundase una nueva caballería debajo la regla del Cistel y sujeta á la órden de Calatrava, aunque con su maestre parti❤ cular. Señalaronle por hábito y por divisa una cruz roja simple y llana en manto blanco. El principal asiento y convento se fundó en Montesa, de donde tomó el apellido. La renta no era mucha; en las hazañas contra los moros, que corrian aquellas marinas de Valencia, no se señalaron menos que las otras órdenes. Desde á poco eso mismo en Portugal por concesion del mismo Pontífice se fundó otra milicia, que llaman de Cristo, la mas señalada de aquel reino. La insignia que traen es una cruz roja con unos torzales blancos por en medio. Aplicaron á esta milicia los bienes y tierras que en aquel reino tenian los templarios. Su principal asiento y convento al principio fué en Castro Marin; adelante se pasaron á Tomar. Todo esto iba bien encaminado, si el sosiego de que los portugueses gozaban de mucho tiempo atrás no se comenzara á enturbiar con alborolos que dentro del reino resultaron. El infante don Alonso estaba desgustado con el rey Dionisio, su padre; lo que le desasosegaba era la ambicion y deseo de reinar, enfermedad mala de curar; dado que se publicaban otras quejas, es á saber, que don Alonso Sanchez, hijo bastardo del Rey, tenia mas cabida con su padre de lo que la razon pedia; que era mayordomo de la casa real; que se hallaba en las consultas de los negocios mas importantes; finalmente, que todo colgaba de su parecer y voluntad; lo mas áspero de todo que á su persuasion trataban de desheredar al mismo don Alonso. Estas quejas y colores, fuesen verdaderos ó falsos, luego que se divulgaron dieron ocasion á muchos de apartarse del Rey, los que hacian mas caso de sus particulares esperanzas que del respeto y lealtad que debian á su señor. Los grandes y ricos hombres dividi dos. Don Alonso se apoderó de las ciudades de Coim bra y de Porto; todos los forajidos, ladrones, homicianos y facinorosos hallaban en él acogida y amparo. La paciencia del Rey fué muy señalada, que pasaba por todo por ver si por buena via se podria apartar su hijo del camino que llevaba. Entendia muy bien que si venian á las manos, de cualquiera manera que sucediese, alcanzaría tanta parte del daño y de la desgracia á los unos como á los otros. Esto cuanto á Portugal. En Aragon falleció en este tiempo la reina doña María. Esta señora era hermana del rey de Chipre, y el año próximo pasado la trujeron de aquella isla para que casase con el rey de Aragon. Las bodas se celebraron en Girona, y las honras de su enterramiento en Tortosa, do en el año del Señor de 1318 al fin del mes de marzo murió. Enterróse en el monasterio de San Francisco de aquella ciudad. El año próximo 1319 fué muy señalado por dos cosas notables que en él acaecieron: la una el desastrado fin de los dos infantes don Juan y dou Pedro,

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gobernadores de Castilla; la otra fué la renunciacion de
don Jaime, heredero de Aragon. El infante don Juan
sentia en el alma que su competidor don Pedro fuese
creciendo cada dia mas en poder y autoridad; sus es-
clarecidas hazañas se la daban y virtudes sin par. No
podia llevar en paciencia que todos los negocios, así de
paz como de guerra, le acudiesen. Lo que mas le punza-
ba era que don Pedro solo administraba las décimas
que se concedieron por el Papa de las rentas eclesiás-
ticas sin dalle parte. Don Pedro, cuanto las cosas por
él hechas eran de mas valor y estima, tanto menos le
parecia que era justo sufrir agravios é injurias de na-
die. Si iba adelante esta competencia, se echaba de ver
que vendrian sin duda á rompimiento y á las manos. A
fama y color de la guerra con los moros tenia levantada
don Juan mucha gente en toda tierra de Campos y Cas-
tilla la Vieja. La Reina con su industria y saber puso
fin á estas pasiones; en Valladolid, donde á la sazon se
tenian Cortes del reino, los concordaron desta manera:
di-
que ambos acometiesen la morisma por dos partes,
vidido el ejército y el dinero al tanto para las pagas. Lo
que prudentemente se ordenó desbarató otro mas alto
poder. En estas Cortes don fray Berenguel, poco antes
instituido en arzobispo de Santiago por el pontífice
el ne-
propuso
Juan, por comision suya y en su nombre
gocio de don Alonso de la Cerda, y amenazó que pro-
cederia con censuras y todo rigor si no obedecian á de-
manda tan justa. Hacia lástima ver un caballero como
aquel, nacido con esperanza de reinar, derrocado de su
grandeza, pobre, ahuyentado, vagabundo. Es perversa
la naturaleza de los hombres, que muchas veces y con
grande ahinco torna á desear lo que antes desechaba y
menospreciaba, con igual desatino en lo uno y en lo
otro y temeridad. Así le acaeció á don Alonso de la
Cerda, que ahora tornaba á pedir la posesion de aque-
Jlos lugares que los años pasados le fueron adjudicados
y él los menospreció. Los grandes daban sus excusas;
decian estar juramentados, y que conforme al pleito ho-
menaje que hicieron, no podian en ninguna manera
consentir en cosa que fuese en daño y diminucion del
patrimonio real, entre tanto que el Rey no tuviese edad
competente. Lo que se pudo alcanzar fué que á don
Fernando, hermano de don Alonso, le diesen cargo de
mayordomo de la casa real, frívola recompensa de tan-
tos daños. Con tanto, la Reina se fué á Ciudad-Rodrigo
para verse con el infante don Alonso de Portugal,
yerno, y hacer las amistades entre él y su padre. Todo
el trabajo que en esto se tomó fué perdido. Los infan-
tes don Pedro y don Juan se partieron para el Andalu-
cía cada uno por su parte. Ismael, rey de Granada, de-
terminó de apercebirse contra esta tempestad de la
ayuda de los africanos; para esto dió al rey de Marrue-
cos á Algecira y Ronda con todos los lugares de su con-
torno, cosa que era á propósito para los intentos de
ambas las partes, dado que el de Granada compraba
caro la amistad de la gente africana. Don Pedro ganó
por fuerza de armas la villa de Tiscar, que está en un
tenia
sitio muy áspero y fuerte de su naturaleza, y que
gran copia de gente. El castillo rindió Mahomad An-
don, cuya era la villa. Parecia que con esta victoria se
mejoraba mucho nuestro partido, que la guerra y todo
lo demás sucederia muy bien; mas el infante don Juan
con desordenada ambicion de loa lo desbarató todo y

su

acarreó la ruina y perdicion para sí y todos los demás
y gran pérdida para toda España. Estaba en Vaena muy
codicioso de mostrar su gallardía; determinó de pasar
adelante con su gente basta ponerse á la vista de Gra-
nada. Desatinado acuerdo por el tiempo tan trabajoso
del año y los grandes calores que hacia. Verdad es que
en Alcaudete se juntaron los dos infantes con toda su
gente, en que se contaban nueve mil de á caballo y
gran número de infantes. Entran por las tierras de los
moros, destruyen y talan cuanto topaban. Don Juan
regia la avanguardia, deseoso grandemente de seña-
larse; don Pedro la retaguardia, y en su compañía los
maestres de Santiago, Calatrava y Alcántara y los ar-
zobispos de Toledo y Sevilla, la flor de Castilla en no-
bleza y en hazañas. Tomaron la villa de Alora; pero por
la priesa que llevaban quedó el castillo por ganar. Un
sábado, víspera de San Juan Bautista, llegaron á vista de
Granada; estuviéronse en sus estancias aquel dia y el
siguiente sin hacer cosa de momento. El dia tercero,
vistas las dificultades en todo, comenzaron á retirarse,
don Pedro en la avanguardia, y don Juan en el postrer
escuadron con el bagaje. Avisados los moros desta re-
tirada, salieron de la ciudad hasta cinco mil jinetes y
gran multitud de gente de á pié mal ordenada; su cau-
dillo era Ozmin. No llevaban esperanza de victoria ni in-
tento de pelear, sino solamente como quien tenia noticia
de la tierra, pretendian ir picando nuestra retaguar-
dia. Hallábanse los nuestros alejados del rio al tiempo
que el sol mas ardia, sin ir apercebidos de agua, cosa
que á los moros presentaba ocasion de acometer algu-
na faccion señalada. Embistieron pues con ellos, trabóse
la pelea por todas partes, no se oia sino vocería y ala-
ridos de los que morian, de los que mataban, unos que
exhortaban, otros que se alegraban, otros que gemian,
ruido de armas y de caballos. Don Pedro, oidas aquellas
voces, revolvió con su escuadron para dar socorro á los
que peleaban. Los soldados desparcidos y cansados ape-
nas podian sustentar las armas, no habia quien rigiese ni
quien se dejase gobernar. Empuñada pues la espada y
desnuda, como quier que el infante don Pedro animase su
gente, con el trabajo y pesadumbre que sentia y la dema-
siada calor que le aquejaba, mal pecado, cayó repenti-
namente desmayado, y sin podelle acudir rindió el al-
ma. Lo mismo sucedió al infante don Juan, salvo que
privado de sentido llegó hasta la noche. Publicada esta
triste nueva por el ejército, los soldados la mejor que
pudieron se cerraron entre sí y se remolinaron. Los
moros por entender que pretendian volver á la pelea,
robado el bagaje, se retiraron. Esto y la escuridad de
la noche que sobrevino fué ocasion que muchos de los
fieles se pusieron en salvo. Los cuerpos de los Infantes
llevaron á Búrgos y allí los sepultaron. Don Juan dejó
un hijo de su mismo nombre, al cual por la falta natu-
ral que tenia llamaron vulgarmente don Juan el Tuer-
to; las costumbres no hicieron á la presencia ventaja.
Doña María, mujer del infante don Pedro, en Córboba,
do quedó muy cargada, parió una hija, por nombre doùa
Blanca, de cuya tutela y del gobierno del estado, que
por muerte de su padre heredara, se encargó Garci
Laso de la Vega, merino mayor de Castilla, y que tuvo
grande familiaridad y privanza con el difunto. Tras esto
desgracia tan grande se siguieron nuevas disensiones,
causadas de las competencias que nacieron entre las

grandes de Castilla sobre el gobierno del reino, que cada cual pretendia y todos deseaban salir con él, ora fuese por buenas vias, ora por malas. A la misma sazon Aragon se alteró por un caso muy extraordinario. Fué así, que don Jaime, hijo mayor de aquel Rey, estaba determinado de renunciar su mayorazgo y herencia. Las Causas que le movieron para tomar esta resolucion no se saben. Sus costumbres mal compuestas y la severidad de su padre pudieron dar ocasion á cosa tan nueva. Recibió el Rey gran pena desta determinacion; rogóle y mandóle como á hijo no hiciese cosa con que amancillase su fama y fuese ocasion á su patria y á su padre de perpetua tristeza. Hablóle cierto dia en esta sustancia: «Mi vejez, dice, no puede ya dar á mis vasallos cosa mas provechosa que un buen sucesor, ni tu mocedad les puede ayudar mejor que con selles buen príncipe. Con este intento procuré fueses enseñado desde tu primera edad en costumbres reales; no parecia faltarte natural para ser digno del cetro, aunque no fueras hijo del Rey como lo eres. Teníate aparejada para mujer una nobilísima doncella, que ha sido de mí tratada como quien es, con casa y estado muy principal. Si á esto se puede añadir algo, yo soy presto de lo hacer; pero veo que mi esperanza me ha burlado, y á tí ha estragado el sobrado regalo para que en esa edad rehuses tomar sobre tus hombros el gobierno que yo sustento en lo postrero de la mia. ¿Por ventura es justo anteponer tu particular reposo al pro comun, á la obediencia que debes á tu padre y al juramento con que nos obligamos que doña Leonor, tu esposa, de quien tú debieras tener compasion, ha de ser tu mujer y reina de Aragon? Por ventura te cansa esperar la muerte deste triste viejo, que ya segun órden natural no le pueden quedar muchos dias? Puesto que alegues otras causas, la codicia de reinar es la que te punza y reduce á estos términos. Nadie puede poner ley á la voluntad de Dios, de quien dependen los años y la vida; lo que es de mi parte, yo desde luego de muy buena gana te renuncio el reino. Solo te ruego te apartes de ese propósito, que no puede dejar de ser enojoso á mi y á nuestra comun patria. Así te lo pido por Dios y por todos los santos que están en el cielo te lo amonesto y te lo aconsejo; y advierte que con esa acelerada priesa no te despenes de suerte, que cuando quieras no tengas reparo ni te quede remedio de volver atrás.» A todas estas razones el determinado mancebo respondió en pocas palabras que él estaba resuelto de seguir aquel su parecer y trocar la vida de rey, sujeta á tantas miserias, con el reposo de la particular y bienaventurada. Con esto en la ciudad de Tarragona en las Cortes que allí se juntaron hizo renunciacion en pública forma del derecho que tenia á la sucesion á los 23 dias del mes de diciembre. Halláronse presentes á este auto muchos grandes y prelados, entre los demás el infante don Juan de Aragon, electo de Toledo por muerte del arzobispo don Gutierre II, que finó á los 4 de setiembre. Su mucha virtud y la diligencia de don Juan Manuel, su cuñado, le ayudaron á subir á aquella dignidad. Hecha la renunciacion, don Jaime luego tomó el hábito de Calatrava, despues se pasó á la órden de Montesa. Doña Leonor, su esposa, fué enviada doncella á Castilla. Sobre este hecho hobo diversas opiniones, unos le alababan, otros le reprehendian; sus costumbres y torpeza

y la vida suelta que despues hizo dieron muestra que, no por deseo de darse á la virtud y piedad renunciaba el reino, sino por su liviandad y ligereza. Por la cesion de don Jaime entró en aquel derecho de la sucesion don Alonso, su hermano, hijo segundo del Rey, que á la sazon en doña Teresa, su mujer, tenia un hijo sietemesino, niño de pocos dias, llamado don Pedro. El dote desta señora fué el condado de Urgel, que le dejó en su testamento don Armengol, su tio, hermano de su abuela. Desta forma en un mismo tiempo los reinos de Portugal y Aragon fueron trabajados con desabrimientos domésticos de padres á hijos, y dado que los propósitos de los dos hijos de aquellos reyes eran diferentes, pero la tristeza y daño de los padres corrieron á las parejas y fueron iguales.

CAPITULO XVII.

De la muerte de la reina doña Marfa.

El daño que los nuestros recibieron en Granada fué ocasion que los moros soberbios y pujantes y deseosos de seguir la victoria ganaron á Huescar en el adelantamiento de Cazorla, y á Ores y á Galera, pueblos que eran de los caballeros de Santiago. Por otra parte, se apoderaron por fuerza de Mártos, villa fuerte y buena, en cuyos moradores ejecutaron todo género de crueldad sin respeto alguno ni hacer diferencia de mujeres, niños ni viejos, salvo que muchos escaparon en el peñasco que allí cerca está y en la fortaleza. En Castilla andaban grandes alborotos, nuevas esperanzas de muchos; todos los que en nobleza y estado se adelantaban pretendian apoderarse del gobierno del reino. La reina doña María, por lo que se capituló los años pasados, pretendia tocalle todo el gobierno, y con deseo de apaciguar estas alteraciones despachó sus cartas á todas las ciudades, en que les amonestaba no se dejasen engañar de nadie en menoscabo de su honra y de la lealtad á que eran obligados. Sin embargo, por ser mujer era de muchos tenida en poco; parecíales no tenia fuerzas bastantes para peso tan grande. Muchos de los grandes en un mismo tiempo pretendian apoderarse de todo; los principales, entre otros, eran el infante don Filipe, tio del Rey, don Juan Manuel y el otro don Juan el Tuerto, señor de Vizcaya; todos muy poderosos y que poseian grandes riquezas y nobilisimos por la real prosapia de que descendian. A estos se entregó el cuidado y mando del reino, no de comun consentimiento de los pueblos, antes andaban divisos en bandos y pareceres; todas las cosas se hacian inconsideradamente y como á tiento. Juntáronse las ciudades y villas, no todas en uno, sino segun las comarcas y provincias; grandes miedos se representaban y peligros. Resultó destas juntas que á don Filipe señaló el Andalucía para que los gobernase; el reino de Toledo y la Extremadura á don Juan Manuel; la mayor parte de Castilla la Vieja seguian á don Juan, señor de Vizcaya. Dentro de las ciudades se vian mil contiendas por los bandos que cada uno seguia. Mudábanse á cada paso los gobiernos; los mismos se aficionaban, ora á una parte, ora á otra, conforme como á cada cual le agradaba. El vulgo con la esperanza del interés se vendia al que mas le daba, vario como suele é inconstante en sus propósitos. De aquí se seguia libertad para

cometer todo género de maldades, muertes, robos y latrocinios; miserable avenida de calamidades. Los mas poderosos atropellaban á los pequeños. Los que regian la república y la gente principal usurpaban para sí las rentas y patrimonio real; infame latrocinio y torpísimo robo. Finalmente, ningun género de desventura se puede pensar que no padeciese aquella provincia. Don Fernando de la Cerda tenia pocas fuerzas y era tenido de todos por sospechoso, y por las antiguas competencias del reino no hacian cuenta dél; determinó de allegarse á don Juan, señor de Vizcaya. A los 1320 años iban las cosas por esta órden en Castilla. Este año se consagró en la ciudad de Lérida don Juan, hijo del rey de Aragon, en arzobispo de Toledo, con grande alegría de ambos reinos, grandes esperanzas y grande aplauso por pronosticar que aquel pontificado seria próspero, justo y dichoso. La reina doña María todavía no dejaba de recelarse que la venida de un príncipe como aquel podria enconar mas los ánimos de su gente que sanallos. Estas sospechas cesaron con las cartas que el Papa envió á la reina doña María, y se le quitó del todo aquel - miedo, porque la prometia que todo estaria sosegado y muy en su favor. Con los prelados de Aragon tuvo el nuevo Arzobispo grandes diferencias sobre la preeminencia de la iglesia de Toledo. Llevaba su cruz delante, que es prerogativa de aquella dignidad. Esto pretendia él selle concedido como á primado de las Españas, así por derecho y costumbre antigua como por nueva confirmacion y privilegio de los sumos pontifices. Los prelados de Tarragona y de Zaragoza que se hallaron á su consagracion lo contradecian. Alegaban que estaba este negocio en litispendencia, y aun no por sentencia determinado. Andando en estos debates, como quiera que el arzobispo de Toledo no mudase de propósito, determinado de conservar la dignidad de su iglesia y confiado en el favor de su padre, el obispo de Zaragoza, donde entonces hacia el rey de Aragon Cortes de su reino y estos prelados acudieron, pronunció contra el de Toledo sentencia de excomunion; mandó cerrar todas las iglesias y puso entre dicho público; increible osadía, confianza singular. El color que se tomó fué una constitucion que hicieron los prelados de aqueIla corona los años pasados, en que, so pena de descomunion, se mandaba ningun prelado en provincia ajena llevase cruz delante; este era el color y la capa para aquella determinacion. Grande fué el enojo que desto recibió el rey de Aragon por ver á su hijo maltratado dentro de su reino y delante de sus ojos. Envió sobre ello cartas al sumo Pontifice llenas de acedia y de mil amenazas; segun la saña hiciera algun sentimiento si los suyos no le metieran por camino con decir que en aquello se trataba de la dignidad de sus iglesias y reino, y que no era justo, por favorecer un particular negocio de su hijo, defraudase y atropellase los públicos. Con esto parece que se amansó el furor que en su ánimo tenia concebido. La respuesta que dió el sumo Pontifice fué amb gua, con que tuvo suspensas entrambas las partes; porque de tal manera reprehendia el atrevimiento que el de Zaragoza tuvo y mandó reponer lo hecho, que ordenó otrosi fuese absuelto el arzobispo de Toledo de la descomunion, por si acaso fué justa. Partido el nuevo Prelado de Aragon y llegado á Toledo, de tal manera se hobo con don Juan Manuel, su cuña

do, casado con su hermana mayor doña Costanza, que el recelo que tenian no le favoreciese demasiadamente de todo punto se quitó. De primera llegada no quiso que en su arzobispado cobrase las rentas reales, cuya administracion él pretendia pertenecelle, de donde resultó entre ellos un odio inmortal. A la misma sazon los navarros, que todavía estaban sujetos á Francia, fueron muy maltratados en Vizcaya. Falleció Filipe el Largo, rey de Francia, á 2 de junio, año de 1321 sin dejar sucesion; heredó el reino su hermano Cárlos, por sobrenombre el Hermoso, que fué igual á sus hermanos en valor; en la liberalidad, fortaleza y apostura sin par. En tiempo deste Rey los vizcaínos de rebato se apoderaron del castillo de Gorricia, que cae en aquella parte que llaman Guipúzcoa. Pretendian que aquel cas tillo era suyo y que los navarros le poseian á sinrazon. Acudieron de Navarra sesenta mil hombres, si los números ó la fama no están errados, llegaron á los 19 de setiembre á Beotivara. Los vizcaínos hasta ochocientos en número, como quier que se apoderasen de las estrechuras y hoces de aquellos montes, dende con galgas y cubas llenas de piedras que dejaban rodar sobre los navarros los maltrataron de manera, que los desbarataron y hicieron huir con muerte de mas gente que se pudiera pensar de número tan pequeño, demás que cautivaron á muchos. Caudillo de los vizcaínos era Gil Oñiz, de los navarros Ponce Morentaina, francés de nacion y gobernador de Navarra por el rey de Francia. Dan muestra que esta victoria fué de las mas señaladas de aquel tiempo las coplas que hasta hoy dia se cantan y los romances en las dos lenguas castellana y vizcaína compuestos en esta razon. El Papa envió por su legado á Castilla al cardenal Guillelmo, bayonense, obispo sabino, por ver si con su diligencia y con la autoridad. pontificia se pudiera poner fin á tantos males. Procuró el Legado se juntasen Cortes en la ciudad de Palencia en el mismo tiempo que la reina doña María, amparo que fué de todo en tiempo de tres reyes y honra de Castilla, cargada de años, falta de salud, llena de congojas por los trabajos tan grandes como se padecian, una enfermedad que le sobrevino en Valladolid pasó desta vida, 1.o de junio, año de 1322. Muestras de su piedad y religion son el monasterio de las Huelgas, que á su costa fundó en aquella ciudad y ennobleció, do ella misma se mandó enterrar, y otros dos monasterios que fundó, uno en Búrgos, y otro en Toro, sin otros que hizo en diversas partes del reino. Las Cortes de Palencia no parece fueron de efecto. Juntáronse por mandado del legado Guillelmo los obispos de toda Castilla en Valladolid para tener un concilio, que fué muy señalado. En él, á 2 dias del mes de agosto, se promulgaron muchas constituciones saludables; entre otras, descomulga á todos aquellos que en tiempo de Cuaresma ó de las Cuatro Témporas comieren carne y á los que en tales dias la vendieren públicamente; que mientras se celebran los divinos oficios, los que no fueren cristianos no se puedan hallar presentes; pero si los tales se bautizaren, puedan ser ordenados y tener beneficios para remedio de su pobreza; repruébase la purgacion vulgar de que se usaba de ordinario en España. Demás desto, hasta hoy dia se conservan las constituciones que por el mismo tiempo estableció el arzobispo de Toledo don Juan, en que, entre otras cosas, se manda que si

de

los judíos y moros no se salieren de las iglesias al tiempo que se celebran los divinos oficios, no se pase adeJante; que el dinero que se recogiere de la Cruzada se le entregue al Prelado para efecto de emplealle en la redempcion de cautivos y remedio de los pobres; que los sacerdotes digan misa por lo menos cuatro veces al año, y que no la digan sin primero rezar los maitines; que los bienes adquiridos por via de la Iglesia no se puedan dar ni mandar á los hijos, dado que sean habidos de legítimo matrimonio. ¿Quién dice que los sacerdotes y obispos son señores destos bienes y que los pueden dispensar á su voluntad y albedrío? El mismo año el rey de Granada Ismael fué muerto en el Alhambra por los suyos, que se hermanaron contra él; cabeza de los matadores fué el señor de Algecira y Ozmin participante, por estar el uno y el otro muy indignados desde el tiempo que tomaron á Mártos, á causa que al señor de Algecira quitó una cautiva muy hermosa, y á Ozmin mataron un sobrino que él mucho queria en aquel combate. Apenas se sabia la muerte deste Rey cuando Mahomad, su hijo, de edad de doce años, fué puesto en una silla y en hombros llevado por todas las calles de la ciudad y saludado por rey. El gobernador de la ciudad con esta presteza dió muestra de su amor y fidelidad, y hizo que los contrarios quedaron atónitos, como acontece cuando toman al pueblo de sobresalto; que si no hobiera ganado por la mano, los conjurados pensaban poner rey á su voluntad; mas con esta presteza fueron forzados á salirse de la ciudad, y por miedo de ser castigados se desterraron y esparcieron, unos á una parte, y otros á otra.

CAPITULO XVIII.

Que el rey don Alonso el Onceno de Castilla se encargó
del gobierno de su reino.

Por la muerte de la reina doña María se doblaron los trabajos, todo era alborotos, muertes y robos. La esperanza de remedio tenian todos puesta en el Rey, si llegase á edad de poder gobernar. En aquella su edad daba ya tales muestras, que parecia seria príncipe muy señalado; los hombres fácilmente favorecen á sus deseos y de buena gana creeu lo que querrian. Como llegase pues á edad de quince años, acordó en Valladolid encargarse del gobierno; aunque la edad era flaca para tan grande carga, las cosas no daban lugar á mayor tardanza. Era prudente mas que conforme á su edad; los vasallos, por la natural aficion que tienen á sus reyes, deseaban grandemente que este negocio se apresurase. En particular Garci Laso de la Vega y Alvar Nuñez Osorio, caballeros de mucha prudencia, por la larga experiencia que tenian y por su grande ingenio y maña, procuraban adelantarse en la gracia y favor del Rey con intento de alcanzar perdon de los desafueros que en la larga vacante se habian cometido, de acrecentar sus estados y tambien de ayudar al comun. Recibiólos en su casa, y comenzó á dalles tanta cabida, que en gran parte se gobernaba por su consejo. Con los dos se juntó otro tercero, es á saber, un Juzef, judío, natural de Ecija; despues destos dos caballeros tenia el primer lugar en privanza por ser hombre muy rico y como cabeza de los alcabaleros y arrendadores. Sabia muy bien los caminos de allegar dinero, cosa muy á propósito

en aquella apretura, y aun que siempre suele ser ocasion de hacer á hombres semejantes muy agradables á los príncipes. Despachó el Rey sus cartas para los gobernadores del reino, que acudieron con mucha presteza á Valladolid, cada cual con intento de adelantarse y ser el primero en ganalle la voluntad con servicios acomodados al tiempo, bien que los corazones no estaban muy llanos, como se echó luego de ver; porque, quedando solo el infante don Filipe con el Rey, don Juan Manuel y don Juan el Tuerto sin pedir licencia se salieron de la corte. Mostrábanse muy desabridos con color que traian al Rey engañado con malos consejos. Para prevenirse juntaron sus fuerzas contra todo lo que les podia suceder. Hicieron solemne juramento y pleitesia entre sí en esta razon en Cigales; y para que esta confederacion fuese mas firme, se trató de casar á don Juan, señor de Vizcaya, á la sazon viudo por muerte de su primera mujer, con doña Costanza, hija de su compañero don Juan Manuel. La manera con que entre los grandes de Castilla se hacia esta pleitesía antiguamente era esta. Leidas las capitulaciones de la confederacion, uno de los caballeros que se hallaban al concierto, en nombre de los concertados decia estas palabras: «Juro por Dios omnipotente y por su gloriosísima Madre que todo lo que se ha declarado por su órden en el instrumento y escritura pública que se ha leido lo cumplirémos cada uno de nos sin intervenir en ello fraude ni engaño. Que no irémos el uno sin el otro contra nuestros enemigos, ni contravendrémos en alguna guisa á lo que aquí se ha establecido. El que primero á sabiendas lo quebrantare, en aquel mismo dia vos, Dios todopoderoso, le quitad en este mundo la vida, y en el otro atormentad su ánima con crueles y eternas penas; haced que le falten las fuerzas y las palabras, y en la batalla el caballo, las armas, las espuelas y sus vasallos cuando mas lo hobiere menester.» Dicho esto, los que estaban presentes respondian Amen. Otras veces se dividia una hostia consagrada en dos partes, y á cada uno dellos se daba la mitad, y luego se añadian los juramentos y maldiciones. Esta era la mas célebre solemnidad y rito para hacer amistades y alianzas entre los graudes y caballeros, que se guardó por largos años. Tenia puestos en gran cuidado á todos los cortesanos y criados del Rey la avenencia destos dos príncipes; temian que della podrian recrecerse nuevas guerras, quisieran desbaratalla. Buscaban para ello alguna ocasion; parecióles la mejor que el Rey pidiese á don Juan Manuel su hija doña Costanza por mujer, Suelen los príncipes procurar antes el provecho que tener cuenta con su palabra ni con el deber, y allí vuelven la proa de su pensamiento donde mas esperanza se muestra de interés, sin tener cuenta con lo que dellos publicará la fama. Don Juan Manuel con esto se fué secretamente á Peñafiel, villa de su estado, y se entregó todo al Rey, y su hija, puesto que no era de edad para casarse, la puso en su poder. El otro don Juan, muy triste por salille vana su esperanza y verse cogido con sus mismas mañas, determinó de procurar el casamiento de doña Blanca, hija del infante don Pedro, que murió en la guerra de Granada, convidado por la gran dote que tenia, porque era señora de Alınazan y Alcocer y las demás villas á la redonda que caen á la raya de Aragon, muy á propósito para las

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