Imágenes de páginas
PDF
EPUB

tar del alba los reyes y con su ejemplo los demás del ejército confesaron y recibieron el santísimo sacramento de la Eucaristía; luego se formaron los escuadrones en órden de batalla. Dióse la avanguardia á don Juan de Lará y á don Juan Manuel y al maestre de Santiago; la retaguardia se encomendó á don Gonzalo de Aguilar; don Pero Nuñez quedó de respeto con buen golpe de gente de á pié. El cuerpo y fuerzas del ejército quedo á cargo de los reyes, acompañados del arzobispo de Toledo don Gil de Albornoz y de otros obispos y grandes del reino. El pendon de la cruzada por mandado del Papa le llevaba un caballero francés, llamado Jugo; todos los soldados iban señalados con una cruz colorada en los pechos como aquellos que iban á pelear contra los infieles en defensa de la religion y de la cruz. El de Portugal tomó á su cargo de acometer al rey de Granada; hacíanle compañía con su gente los maestres de Alcántara y de Calatrava. El rey de Castilla, ya que tenia las haces en órden y á punto de arremeter contra Albohacen, animó á los suyos y los inflamó á la batalla con estas razones: « Tened por cierto, mis caballeros, y creedme que esta desordenada muchedumbre de bárbaros, allegada de muchas gentes sin delecto ni órden alguno, la hu traido á nuestra España una profunda avarícia y una sed insaciable de reinar y un mortal é implacable odio que tiene al nombre cristiano, y no alguna justa causa que tengan para movernos guerra. No vos atemorice su innumerable multitud, porque ella misma los ha de destruir. Los unos á los otros se embarazarán de manera, que ni podrán guardar sus ordénanzas ni entender lo que se les mandare. Cuanto cada uno se mostrare mas sin miedo y cuidare menos de su persona, tanto estará mas seguro, que á ninguno le está bien poner la esperanza de su vida en los piés, sino en sus manos y esfuerzo; volved valerosamente la cara al enemigo, y no las espaldas ciegas para ser heridas de los contrarios. Vémonos en tiempo que, ó hemos de darnos por esclavos á los moros, ó tenemos de pelear animosamente por la patria, por nuestras mujeres y hijos y por nuestra santísima fe con cierta y no vana esperanza de alcanzar una gloriosísima victoria, que si otra cosa sucediere, ¿dónde con mayor provecho ni mas honradamente podemos arriscar las vidas que mañana se han de acabar? ¿Que cosa nos puede ser mas saludable que con un brevísimo dolor ganar aquellas perpetuas sillas celestiales? Que es lo que aquella santísima cruz nos promete, á quien tenemos por amparo y guia en esta jornada, y lo que los obispos nos aseguran y conceden. Ea pues, soldados y amigos, alegres y sin ningun recelo acometed y herid en vuestros mortales enemigos. » Dada la señal, luego empezaron los escuadrones á adelantarse y moverse hácia el enemigo. Corria entre los dos campos un rio que llaman el Salado, de quien esta memorable batalla y victoria tomó el nombre, que se llamó la del Salado, y dende á poco espacio entra en el mar. Los que primero le pasasen eran los primeros á pelear. Envió el rey Bárbaro dos mil jinetes para que estorbasen el paso. Entre tanto él, arrogante y muy hinchado con la esperanza de la victoria, que ya tenía por suya, habló á sus escuadrones en estu manera: «Si mirara solamente á nuestra edad y á los grandes hechos que en Africa hemos acabado, ninguna cosa nos faltaba ni para gozar desta vida, ni para que

celebraron las bodas en Ebora con real majestad y apa-
rato; la dote fueron trecientos mil ducados. Demás des-
to, doña María, reina de Castilla, por mandado del Rey,
su marido, fué á Portugal á suplicar al Rey, su padre,
quisiese juntar sus fuerzas con las de Castilla y ayudar
en esta santa demanda. Su padre se lo otorgó y prome-
tió de por su propia persona hacer el socorro que le pè-
dian. Luego con el capitan Pecano, que ya estaba suel-
to de la prision, envió de Portugal doce galeras. El
rey de Castilla, por gratificar al rey de Portugal y ga-
narle mas la voluntad, se partió á Portugal y se habla-
ron junto á Juramena, pueblo sentado á la ribera de
Guadiana. Quedaron los reyes muy amigos, olvidadas
ya todas las antiguas querellas que entre sí tenian; que
el miedo suele ser mas poderoso que la ira. En el en-
-tre tanto de todas partes acudian á Sevilla muchas gen-rey
tes de guerra. Juntábase el ejército tanto con mayor
priesa y diligencia, porque vino aviso que Albohacen
y el rey de Granada tenian cercada á Tarifa. Scnturon
sobre ella sus reales en 23 de setiembre; combatían-
la furiosamente con trabucos, con mantas y picos,
con que pretendian arrimarse á los adarves y hacer
entrada; para acrecentar el miedo á los cercados edi-
ficaban grandes torres de madera, y aunque los cer-
cados tenian buena guarnicion, teníase miedo que no
podrian mucho tiempo sufrir et cerco. El Rey, temero-
so no entregasen la ciudad, por este temor con mucha
diligencia solicitaba el socorro, y á los cercados se les
daba cierta esperanza de brevemente acudilles. Des-
pues que el rey tornó á Sevilla, dende á pocos dias lle-
gó el rey de Portugal con mil caballos, gente de esti-
mar mas por su esfuerzo y valor que por el número,
que era pequeño. Puestas en orden yapercebidas todas
las cosas necesarias para la jornada, partieron de la
ciudad de Sevilla, donde se hacia la masa, con deter-
minacion de forzar al enemigo ú que levantase el cerco
6 dalle la batalla. Tenian grande ánimo y esperanza de
alcanzar victoria, no obstante que apenas tenian la
cuarta parte de gente que los moros. Los de ú caballo
eran catorce mil, y los de á pié serian hasta veinte y
cinco mil. Con este ejército marcharon poco a poco la
via de Tarifa. Los reyes moros, avisados del desiño
que los nuestros llevaban, pegaron fuego á las múqui-
nas y torres con que combatian la ciudad; y por si se
viniese á las manos, para mejorarse de lugar ocuparon
con sus gentes unos cerros cercanos á sus reales. No
se fortificaron mucho, por tener entendido que consis-
tia la victoria en venir luego á las manos. Llegaron los
nuestros á una aldea que se llama la Peña del Ciervo;
allí descubrieron los enemigos y se hizo consejo de ca-
pitanes para consultar lo que se debia hacer. Tomóse
resolucion que á la media noche se enviasen á Tarifa
mil caballos y cuatro mil infantes para que estuviesen
de guarnicion y asegurasen la plaza; juntamente lle-
vaban órden al tiempo de la pelea de acometer á los
enemigos por un lado y echarlos de los cerros; á los
demás se les mandó que descansasen y tomasen refres-
co y que estuviesen apercebidos para dar al amanecer
eu los enemigos. Hubo grande regocijo aquella nochie
en nuestros reales; hiciéronse muchos votos y plega-
rias y á bandas y escuadras se prometian y conjuraban
de en los peligros favorecerse los unos á los otros y de
no volverá sus casas sino era con la victoria. Al apun-

!

los navarros en esta batalla, porque su rey don Filipe se hallaba embarazado en las guerras de Francia. Era gobernador de Navarra Reginaldo Poncio, hombre de nacion francés. Don Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo, nunca se quitó del lado del rey de Castilla, que siendo en la batalla casi desamparado de los suyos, se iba á meter con grande furia donde se via el mayor golpe de los moros, mas el Arzobispo le echó mano de! brazo y le detuvo. Díjole con una grande voz no pusiese en contingencia una victoria tan cierta con arriscar inconsideradamente su persona. Ganóse esta batalla el año de 1340 de nuestra salvacion. Del dia varían los historiadores, empero nosotros de certísimos memoriales tenemos averiguado que esta nobilísima batalla se dió lúnes, 30 de octubre, como está señalado en el Calendario de la iglesia de Toledo, do cada año por antigua constitucion con mucha solemnidad y alegría se celebra con sacrificios y hacimiento de gracias la memoria desta victoria.

de nosotros en los venideros tiempos quedase un glonoso nombre y perpetua fama, pues con vuestro esfuerzo, valerosos soldados, tenemos ya sujetas todas las provincias que con nuestro imperio confinan. El amor de nuestra nacion y el deseo del aumento de nuestra sagrada y paterna religion y vuestros ruegos me hicieron pasar en España. Cosa fea seria no cumplir en la batalla lo que en tiempo de la paz me teneis prometido, y mal parecerá ser flojos en la pelea y en sus casas hacer grandes amenazas y blasones. Cuando nuestros enemigos fueran otros tantos como nos, estuviera yo en vuestro valor bien confiado; cuando el peligro fuera cierto, sin duda tuviera por mejor quedar todos muertos en el campo que mostrar ninguna flaqueza. Al presente teneis llana la victoria, nuestros enemigos son pocos, mal armados, sin disciplina militar y con menos uso de la guerra; lo que mas al presente se puede temer es no sea caso de menos valer venir á las manos con gente semejante aquellos que han domado la poderosa Africa, pues de cualquiera manera que á ellos les avenga, les será mucha honra contrastar con nosotros. Tened presentes aquellas insignes victorias de Fez, de Tremecen y del Algarve. Pelead con aquel ánimo y con aquella confianza que es razon tengan concebida en sus pechos los que están acostumbrados á vencer. Acometed con gallardía, tened firme en los peligros, menospreciad vuestros enemigos y aun la misma muerte.»> De parte de los cristianos guiaron al rio y llegaron los primeros don Juan de Lara y don Juan Manuel. Estuvieron un rato parados, no se sabe si de miedo, si por otra ocasion; pero es cierto que se sospechó y derramó por todos los escuadrones que estaban conjurados y que lo hacian de propósito. Los dos hermanos Lasos, Gonzalo y García, pasado un pequeño puente, fueron los primeros que comenzaron á pelear. Cargó muy mayor número de enemigos que ellos eran; estaban estos caballeros muy apretados, socorriólos Alvar Perez de Guzman, siguiéronles los demás. El rey de Portugal caminaba á la parte siniestra por la ladera de los cerros. El rey de Castilla, con un poco de rodeo que hizo la vuelta de la marina, con grande ímpetu dió en los moros. Alzaron de ambas partes grandes alaridos, animábanse unos á otros á la batalla, peleábase por todas partes valerosamente. Detiénense los escuadrones y á pié quedo se matan, hieren y destrozan. Los capitanes hacen pasar los pendones y banderas á aquellas partes donde es la mayor priesa de la batalla y donde ven que los suyos tienen mayor necesidad de ser acorridos. Ciertas bandas de los nuestros se apartaron de la hueste por sendas que ellos sabian; dieron en los reales de los moros, y desbaratada la guarnicion que los guardaba, se los ganaron. Destruyeron y robaron cuanto en ellos haHaron. Visto esto por los moros que andaban en la batalla, y hasta entonces se defendian valientemente, comenzaron á desmayar y retracrse, y á poco rato volvieron las espaldas y fueron puestos en huida. Fué grande la matanza que se hizo, murieron en la batalla y en el alcance docientos mil moros, cautivaron una gran multitud dellos; de los cristianos no murieron mas de veinte, cosa que con dificultad se puede creer y que causa grande espanto. Los soldados de la armada fueron de poco provecho, porque todos los aragoneses, sin faltar uno, se estuvieron dentro de sus naves. No se hallaron

CAPITULO VIII.

De lo restante desta guerra.

Los moros, vencidos y desbaratados, se recogieron á Algecira, dende, por no confiarse de la fortificacion de aquella ciudad, con temor de ser asaltados de los nuestros, el rey de Granada se fué á Marbella, y Albohacen á Gibraltar, y la misma noche se pasó en Africa por miedo que su hijo Abderraman, á quien dejara por gobernador del reino, no se alzase con él cuando supiese la pérdida de la batalla; que los moros no guardan mucho parentesco ni lealtad con padres, hijos ni mujeres; cásanse con muchas, segun la posibilidad y hacienda que cada uno alcanza, y con la multitud dellas y de los hijos se mengua y divide el amor, y las unas y las otras se estiman y quieren poco. Así, Albohacen no sintió mucho le hobiesen cautivado en esta batalla á su principal mujer Fátima, hija del rey de Túnez, y otras tres de sus mujeres y á Abohamar, su hijo; otros dos hijos de Albohacen fueron muertos en la batalla. Los reales de los moros se hallaron llenos de todo género de riquezas, así del Rey como de particulares, costosos vestidos, preseas y tanta cantidad de oro y plata, que fué causa que en España abajase el valor de la moneda y subiese el precio de las mercadurías. Nuestros reyes victoriosos se volvieron la misma noche á los reales; de los soldados, los que ejecutaron el alcance volvieron cansados de herir y matar; otros que tuvieron mas codicia que esfuerzo, tornaron cargados de despojos. El dia siguiente se fueron á Tarifa, repararon los muros que por muchas partes quedaron arruinados, basteciéronla y pusieron en ella un buen presidio. El miedo que tenian los moros era grande, y parece fuera acertado poner luego cerco sobre Algecira; pero desistieron de la conquista de aquella ciudad á causa que no venian apercebidos de mantenimientos y mochila sino para pocos dias, de que se comenzaba á sentir falta. Por esto y porque ya entraba el invierno, les fué forzoso á los reyes volverse á Sevilla. Allí fueron recebidos con pompa triunfal; salió los á recebir toda la ciudad, niños y viejos, eclesiásticos y seglares y todos estados de gente. Llamábanlos con alegres y amorosas voces augustos, libertadores de la patria, defensores de la fe, principes

victoriosos. En toda España se hicieron muchas procesiones para dar gracias á Dios, nuestro Señor, por tan alta victoria como les diera, grandes fiestas y alegrías y luminarias por todos el reino. El rey de Portugal de toda la presa de los moros tomó algunos jaeces y alfanjes para que quedasen por memoria y señal de tan insigne victoria. Dierónsele algunos esclavos y volvióse á su reino, ganada grande fama y renombre de defensor de los cristianos y de capitan valeroso. Acompañóle su yerno el rey de Castilla hasta Cazalla de la Sierra. De la presa de los moros envió á Aviñon al papa Benedicto en reconocimiento un presente de cien caballos con sendos alfanjes y adargas colgados de los arzones, y viente y cuatro banderas de los moros y el pendon real y el caballo con que el mismo rey don Alonso entró en Ja batalla y otras cosas. Salieron un buen espacio los cardenales á recebir el embajador, por nombre Juan Martinez de Leyva, que llevaba este mandado. El Papa, despues de dicha la misa, como es de costumbre, en accion de gracias á nuestro Señor delante de muchos príncipes y de toda la corte predicó y dijo grandes cosas en honra y alabanza del rey don Alonso. Despues desto hizo el rey de Castilla almirante del mar á un caballero ginovés, llamado Gil Bocanegra, y le encomendó guardase el estrecho de Gibraltar, porque los moros no rehiciesen su armada y volviesen á entrar en España; esto por gratificar á los ginoveses lo que sirvieron en esta jornada, y tambien porque, como era acabada la guerra, no mandasen volver sus galeras, como lo hicieron los aragoneses y portugueses, bien que despues las volvieron á enviar en mayor número que de antes á instancia y ruego del mismo rey de Castilla, que se recelaba, y con él todos los hombres inteligentes y de mas prudencia juzgaban que los moros no sosegarian, sino que, rehecho que hobiesen su ejército, á la primavera volverian á España y acometerian de nuevo su primera demanda.

queria poner cerco sobre Málaga; ocupáronse los moros y embebeciéronse en bastecerla, y luego el Rey de improviso cercó á Alcalá la Real, que se le entregó á partido en 26 de agosto, con que dejase salvos y libres á los de la villa. Causó esta pérdida grande dolor á los moros por ver como fueron engañados. Tomada esta villa, Priego, Rutes, Benamejir y otras villas y castillos de aquella comarca se rindieron al Rey, unas dellas por su voluntad se entregaron, y otras fueron entradas por fuerza; sucedian á los vencedores todas las cosas prósperamente, y á los vencidos al contrario; así acontece en la guerra. Volvióse el ejército á invernar, y en lugares convenientes se dejaron presidios para que guardasen las fronteras. Tenia el Rey puesto todo su cuidado y pensamiento en cercar á Algecira y en allegar para ello dineros de cualquiera manera que pudiese. Aconsejáronle que impusiese un nuevo tributo sobre las mercadurías. Esta traza, que entonces pareció fácil, despues el tiempo mostró que no carecia de graves inconvenientes. Es tan corto el entendimiento humano, que muchas veces viene á ser dañoso aquello que primero se juzgó prudentemente que seria provechoso y saludable; tomado este consejo, el Rey se partió para Búrgos, ciudad principal; dejó la frontera encargada al maestre de Santiago. Tuvo la pascua de Navidad en Valladolid en el principio del año de 1342. Llamó el Rey á Búrgos muchos grandes y prelados, y en particular á don Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo, y á don Juan de Lara y á don García, obispo de Búrgos, para que terciasen y granjeasen las voluntades. Por la grande instancia que el Rey y estos señores hicieron, los de Búrgos concedieron al Rey la veintena parte de lo que se vendiese para que se gastase en la guerra de los moros; concedióse otrosí por tiempo limitado, tan solamente mientras durase el cerco de Algecira. A imitacion de Burgos concedieron lo mismo los de Leon y casi todas las demás ciudades del reino. El ardiente deseo que entonces todos tenian de acabar la guerra de los moros los allanaba, ninguna cosa les parecia demasiada. Adelante, perdido ya el miedo, el uso ha enseñado cuán oneroso sea este tributo si por rigor se cobrase. Los miLibres de un miedo tan grande, así el Rey como los nistros reales por granjear el favor del Rey procuraban españoles, por la victoria que ganaron á los moros cerca acrecentar las rentas reales con mucha industria. El de Tarifa, crecióles el ánimo y deseo de desarraigar del próspero suceso de muchos que han seguido este camitodo las reliquias de una gente tan mala y perversa. no hace que sean muy validas mañas semejantes. LlaTrataban de llegar dinero para la guerra, que se enten-móse este nuevo pecho ó tributo alcabala, nombre y dia seria larga. El oro y plata que se ganó á los moros ejemplo que se tomó de los moros. Alentaron al reino lo mas dello se despendió en hacer mercedes y premiar para que esto concediese unas nuevas que á esta sazon los soldados y en pagarles el sueldo que se les debia. El vinieron que los nuestros habian vencido la armada reino se hallaba muy falto y gastado con los tributos y de los moros. Estaban en Ceuta en la costa de Africa pechos ordinarios; solos los mercaderes eran los que ochenta y tres galeras para renovar la guerra, y en el restaban libres, ricos y holgados; todos los demás estados puerto de Bullon otras doce. A estas, diez galeras nuespobres y oprimidos con lo mucho que pechaban. En Elle- tras que sobrevinieron á la primavera, antes que tuvierena y en Madrid concedió el reino un servicio extraor- sen tiempo de poderse juntar con las demás de su ardinario, de que se llegó una razonable suma de dinero, mada las embistieron y destrozaron; despues toda la pero era muy pequeña ayuda para tan grandes gastos armada de los moros, que aportó á la boca del rio Guacomo tenian hechos y se recrecian de nuevo. Sin embar- damecil, fué vencida en una muy reñida y memorable go, en el principio del año de nuestra salvacion de 1341 batalla. Tomaron y echaron á fondo veinte y cinco gar desde Córdoba, do se mandó juntar el ejército, se hizo ·leras de los enemigos, y mataron dos generales, el de entrada en el reino de Granada; alcanzaron una famosa Africa y el de Granada. No se hallaron en esta batalla victoria, mas con industria y arte que con poder y fuer- las galeras de Aragon; verdad es que al volver de Arazas; enviaron algunas naves cargadas de mantenimien-gon, do eran idas, vencieron junto á Estepona trece gatos para desmentir al enemigo con dar muestra que se leras que encontraron de los moros, cargadas de basti

CAPITULO IX.

Del principio de las alcabalas.

mentos. Rindieron cuatro dellas y echaron dos al fondo. Las demás se pusieron en huida y se salvaron en la costa de Africa. No parecia sino que la tierra y el mar de acuerdo favorecian y ayudaban á la felicidad y fortaleza de los cristianos. Diéraseles mayor rota si en Guadamecil fueran por mar y por tierra acometidos los moros. Con determinacion de hacerlo así era ido el Rey á muy largas jornadas á Sevilla y despues á Jerez, en do le dieron la nueva de la victoria. Un caso que sucedió forzó á los nuestros á dar la batalla. En la menguante del mar quedaron encalladas en unos bajíos tres naves de las nuestras, y como los moros las acometiesen, fué forzoso para defendellas trabar aquella batalla muy reñida y porfiada.

CAPITULO X..

Del cerco de Algecira.

Con tantas victorias como por mar y por tierra se ganaran, tenian esperanza que lo restante de la guerra se acabaria muy á gusto; nuestra armada estaba junto á Tarifa en el puerto de Jatarez. Allí fué el Rey con el deseo grande que tenia de conquistar á Algecira para por mar reconocer el sitio della y la calidad de su tierra. Parecióle que era una principal ciudad, y su campaña may fértil, y los montes que la cercaban hermosos y apacibles; veíanse muchos molinos, aldeas y casas de placer esparcidos por aquellos campos cuanto la vista podia alcanzar. Con esto, y con que de los cautivos se sabia que la ciudad no estaba bien bastecida de trigo, se encendió mucho mas el ánimo del Rey en el deseo de ganarla y quitar á los moros una guarida tan fuerte y segura como allí tenian; que ganada, todo lo demás juzgaba le seria fácil. Este ardor y deseo del Rey te entibiaba el verse con pequeño ejército y pocos bastimentos; mas no obstante esto, con grande presteza juntó algunas compañías de los pueblos comarcanos y llamó de por sí á muchos grandes. Vino el arzobispo de Toledo don Gil de Albornoz, don Bartolomé, obispo de Cádiz, y los maestres de Calatrava y Alcántara con buena copia de caballeros. Los concejos de Andalucía, movidos con el deseo grande que tenian de que esta conquista se hiciese, enviaron á su costa mas gente de aquella que por antigua costumbre tenian obligacion de enviar. Y como quier que al que desea mucho una cosa cualquiera pequeña tardanza se le hace muy larga, el Rey para proveer bastimentos y municiones y lo demás necesario á esta guerra se partió á la ciudad de Sevilla. Habíanse juntado dos mil y quinientos cabaHos y hasta cinco mil peones; con este ejército se puso el cerco á Algecira en 3 del mes de agosto. La guarda del mar se encomendó á las armadas de Castilla y de Aragon, porque los portugueses, despues de la batalla que se dió en el rio Guadamecil, se volvieron á Portugal sin que en ninguna manera pudiesen ser detenidos. Entendíase que los cercados, confiados en la fortaleza de la ciudad y en la mucha gente que en ella tenian, no se querian rendir ni entregar la ciudad. Era fa guarnicion ochocientos hombres de á caballo y al pié de doce mil flecheros, bastante número, no solo para defender la ciudad, sino tambien para dar batalla en campo abierto. Hacian los moros muchas salidas, y con varios sucesos escaramuzaban con los nuestros; ganóseles la

torre de Cartagena, puesta cerca de la ciudad. El Rey estuvo un dia en harto peligro de ser muerto con un puñal que para ello un cautivo arrebató á un soldado; biriérale malamente, si de presto no se lo estorbaran los que se hallaron con él. Eutendíase que el cerco iria muy á la larga; comenzaron á traer madera y fagina, y hacer fosos y trincheas, que servían mas de atemorizar los cercados que no de provecho alguno. Entre tanto que en esto andaban, en el mes setiembre, con grandísimo pesar del Rey, la armada de Aragon se fué con achaque de la guerra de Mallorca, para donde el rey de Aragon se apercebia. Verdad es que despues á ruegos del rey de Castilla le envió diez galeras de socorro con el vicealmirante Mateo Mercero. Desde algunos dias le socorrió de otras tantas con el capitan Jaime Escrivá, ambos caballeros valencianos. Murió é esta sazon el maestre de Santiago de una larga enfermedad, varon en paz y en guerra muy señalado, y en este tiempo por la privanza que tenia con el Rey muy estimado. Dióse esta dignidad en los mismos reales á don Fadrique, hijo del Rey, si bien por su poca edad aun no era suficiente para el gobierno de la religion. En el mes de otubre sobrevinieron tan grandes lluvias, que todo cuanto tenian en los reales destruyó y echó á perder. Comenzaron asimisınó á sentir muchas descomodidades, en particular era grande la falta de dinero; que, por estar el reino muy falto y gastado, le fué forzoso al Rey de pedirle prestado á los príncipes amigos, al papa Clemente VI, que sucedió á Benedicto, a los reyes de Francia y de Portugal. Don Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo, fué para esto con em→ bajada á Francia. Prestó aquel Rey cincuenta mil escudos de oro; veinte mil se dieron luego de contado, los demás en pólizas para que á ciertos plazos se pagasen en bancos de Génova. El papa Clemente VI al tanto otorgó cierta parte de las rentas eclesiásticas. Era esto pequeño subsidio para tan grandes empresas; pero la constancia grande del Rey lo vencia todo. Los cercados, por entender que mientras el Rey viviese no podian tener sosiego ni seguridad, hicieron grandes promesas á cualquiera que le matase. Decian que se haria un gran servicio á Mahoma en matará un tan gran enemigo de los moros. No faltaban algunos que con se mejante hazaña pensaban quedar famosos y ennoblecidos sin temor del riesgo á que ponian sus vidas, que es lo que suele ser estorbo para que no se emprendan grandes hechos. Un moro, tuerto de un ojo, que faé preso, confesó venia con intento de matar al Rey, y que otros muchos quedaban hermanados para hacer lo mis mo. Así lo confesaron dende á pocos dias otros dos moros que fueron presos y puestos á cuestion de tormento; pero á los que Dios tiene debajo de su amparo los libra de cualquier peligro y desman. Los reyes moros deseaban socorrer á los cercados. El rey de Marruecos estábase quedo en Ceuta por no estar asegurado de su hijo Abderraman, al cual por este tiempo costó la vida el intentar novedades. El rey de Granada no se atrevia con solas sus fuerzas á dar la batalla á los nuestros; mas porque no pareciese que no hacia algo, envió algunas de sus gentes á que corriesen la tierra de Ecija, y él fué á Palma, pueblo que está edificado ál junta de los dos rios Jenil y Guadalquivir, saqueo y quemó esta villa. No osó dejar en ella guarnicion ni

detenerse mucho en aquella comarca, porque tenia aviso que las ciudades vecinas se apellidaban contra él. La otra gente fué desbaratada por Fernando de Aguilar, que salió á ellos y les quitó una grande presa que llevaban. Era ya entrado el año de 1343, y en Algecira aun no se hacia cosa alguna que fuese de importancia, solamente se entendia en algunos pertrechos que Iñigo Lopez de Horozco por mandado del Rey solicitaba. Hiciéronse fosos, trincheas, y en contorno de la ciudad se labraron unas torres ó castillos de madera y trabucos y máquinas para batir los muros. Mas eran tantas las defensas, preparamentos y tiros que de antiguo tenia la ciudad, que con ellos todo el trabajo y diligencia de los nuestros era perdido y sin efecto, y las máquinas las hacian pedazos con piedras que de los muros arrojaban; especial que el lugar no era á propósito para poder cómodamente arrimar las máquinas á la muralla, y ni los soldados podían tenerse en pié por la aspereza del lugar, ni menos sin gran peligro podian andar ni estar en los ingenios. En el estrecho de Gibraltar hay dos senos en el tamaño desiguales, pero de una misma forma. Tarifa está puesta sobre el menor, y un poco apartada estaba Algecira, asentada sobre el mayor en un cerro de subida agria y pedregosa. Y dejado en medio un espacio, dividíase en dos partes, en la vieja y en la nueva; cada cual tenia sus muros enteros y barbacana, como si fueran dos pueblos. Era está ciudad en España la silla del imperio africano, nobilísima y hermosísima. La grande diligencia del Rey y la guarda de los soldados hacia que no entraban á los cercados bastimentos, excepto algunos pocos que sin verlos, cubiertos con la obscuridad de la noche, les metian en algunas barcas, muy pequeño refrigerio para los que ya padecian hambre y necesidad.

CAPITULO XI.

De la toma de Algecira.

Gastados muchos dias y trabajos en el cerco, no se hacia cosa de importancia. Los nuestros se hallaban dudosos y suspensos, pensaban de dia y de noche cuál de dos cosas seria la mejor, si levantar el cerco, porque era sin algun provecho el proseguirle y continuar, si esperar el fin de la guerra, que en lo demás les era favorable. El Rey se recelaba de perder algo de su honra y reputacion, principalmente que ya tenia consumido el dinero que le prestaron el Papa y el rey de Francia, que el de Portugal ninguna cosa contribuyó, y tenia falta de bastimentos, y el número de los soldados cada dia era menor. Los mas sagaces le aconsejaban que hiciese algun buen concierto con el enemigo. Siendo medianero y llevando recaudos de una parte á otra Ruy Pavon, primero se trató de paz, y despues de que se hiciesen treguas; pero todos estos tratados salieron vanos por estar puesto el rey de Castilla en no hacer acuerdo ninguno con el rey de Granada, si primero no dejaba la amistad de Africa, la cual quitada, ¿qué le quedaba al que se sustentaba y entretenia mas con las fuerzas ajenas que con las suyas propias? El rey de Granada, perdida ya la esperanza de concertarse con el Rey, acercó sus reales al rio Guadiarro, á cinco le guas de Algecira, con que antes daba á entender el miedo que tenia que no que se pensase venia con áni

mo de presentar la batalla. En el puerto de Ceuta tenian aprestada una gruesa armada, allegada de las fuerzas de toda la Africa, para luego que diese lugar el tiempo pasar en España. Venian estos de refresco y descansados; los cristianos se hallaban quebrantados con los continuos trabajos y incomodidades. Las cosas de España, que corriau gran riesgo, los santos patrones della las ampararon y la perpetua felicidad y constancia grande con que el Rey vencia todos los males y dificultades que ocurrian. Así, en unos mismos dias le vino un buen número de gente de socorro de Inglaterra, de Francia y de Navarra, lugares muy apartados los unos de los otros; acudieron muchos señores y nobles á ayudarle. De Inglaterra, con licencia del rey Eduardo, los condes de Arbid y de Soluzber; de Francia el conde de Fox con su hermano don Bernardo y otros que se les juntaron. El papa Clemente VI, lemovicense, que el año antes fué electo en lugar de Benedicto, tenia concedida cruzada á los que se hallasen en esta santa guerra. El rey don Felipe de Navarra en el mes de julio, enviados delante muchos mantenimientos por mar, y dejando mandado le siguiese su ejército por tierra, vino con gran priesa por no dejarse de haİlar en la batalla, que corria fama seria muy presto. El Rey, como era razon, recibió muy gran contento con la venida destos príncipes, y á los nuestros con la cierta esperanza de la victoria les creció el ánimo y el aliento para pelear. Vinieron antes don Juan Nuñez de Lara y don Juan Manuel, y cada dia concurrian nuevas compañías de todo el reino. Los moros, como vieron tan reforzado el ejército del Rey, rehusaban dar la batalla. Afrentábalos Albohacen por ello, enviábales á preguntar la causa de su miedo. Respondieron que en la batalla pasada experimentaron harto á su costa cuán grande fuese el esfuerzo y constancia de los cristianos, y que ahora tenian mayores fuerzas, por tener mayor número de soldados que estonces tenian. Que de léjos no se podia dar consejo conveniente al tiempo y ocasiones que ocurrian; si tuviese por bien de pasar el Estrecho, que ellos en ninguna cosa contradirian á su voluntad. Que conservar su ejército en tiempo tan petigroso y aciago les era mucha mas honra que pelear temerariamente con el enemigo, mas poderoso y mas bien afortunadó. En el entre tantono dejaban los moros de pedir treguas con muchas embajadas. Quisieron los embajadores ver los reales; otorgó el Rey con su deseo. Púsoles en admiracion el concierto y buena disposicion de los pabellones, los soldados repartidos por sus cuarteles, las calles de oficiales, las plazas como en una ciudad llenas de provision; parecíales todo tan bien, que confesaron que los nuestros les hacian grande ventaja en la disciplina militar y policía, y que ellos en su comparacion sabian poco de aquel menester. Por el tratado de las treguas no se dejaba de combatir la ciudad con muchas armas y piedras que le arrojaban con los tiros; de la ciudad hacian otro tanto, en especial tiruban muchas balas de hierro con tiros de pólvora, que con grande estampido y no poco daño de los contrarios tas lanzaban en los reales. Esta es la primera vez que de esté género de tiros de pólvora hallo hecha mencion en las historias. En el mes de agosto en Cervera en el condado de Urgel nació un niño con dos cabezas y cuatro piernas. Creyeron aquellos hombres con supersti

« AnteriorContinuar »