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CAPITULO XX.

De los alborotos y revueltas de Castilla. Despues que el rey de Castilla combatió las villas y castillos de don Juan Alonso de Alburquerque y le tomó la mayor parte delos, como quisiese ir á cercar á su hermano don Fadrique, que se hacia fuerte en el castillo de Segura, ya que se queria partir para aquella jornada, envió dende Toledo á Juan Fernandez de Hinestrosa á Castilla la Vieja para que trujese presa á la reina doña Blanca y la pusiese á buen recaudo en el alcázar de Toledo. El color, que era causa de la guerra y de las revoluciones del reino. Fué este mandato riguroso en demasía, y cosa inhumana no dejar á una inocente moza sosegar con sus trabajos. Traida á Toledo, antes de apearse fué á rezar á la iglèsia mayor con achaque de cumplir con su devocion; no quiso dende salir por pensar defender su vida con la santidad de aquel sagrado templo, como si un loco y temerario mozo tuviera respeto á ningun lugar santo y religioso. El Rey, avisado de lo que pasaba, se alborotó y enojó mucho. Dejó el camino que llevaba, vínose á la villa de Ocaña. Hizo que en lugar de su hermano don Fadrique fuese allí elegido por maestre de Santiago don Juan de Padilla, señor de Villagera, no obstante que era casado, lo que jamás se hiciera. El antojo del Rey pudo mas que las antiguas costumbres y santas leyes. Deste principio se continuó adelante que los maestres fuesen casados, y se quebraron las antiguas constituciones por amor de doña María de Padilla, cuyo hermano era el nuevo Maestre. Crecian en el entre tanto las fuerzas de los grandes. Vino de Sevilla don Juan de la Cerda para juntarse con ellos. Todos los buenos entraban en esta demanda. Cualquier hombre bien intencionado y de valor deseaba favorecer los intentos destos caballeros aliados. Demás de su natural crueldad embravecia al Rey la mala voluntad que veia en los grandes y la rebelion de Toledo por ocasion de amparar la Reina, sobre todo que no podia ejecutar su saña por no hallarse con bastantes fuerzas para ello. Acudió á Castilla la Vieja para juntar gente y lo demás necesario para la guerra. Con esta determinacion se fué á Tordesillas, do estaba su madre la Reina. Los de Toledo llamaron al maestre don Fadrique para valerse dél; vino luego en su ayuda con setecientos de á caballo. Los demás grandes al tanto acudieron de diversas partes; y alojados en derredor de Tordesillas, tenian al Rey como cercado, con intento de, cuando no pudiesen por ruegos, forzarle á que vinicse en lo que tan justamente le suplicaban. Esto era que saliese del mal estado en que andaba con la amistad de doña María de Padilla y la enviase fucra del reino; que quitase de su lado y del gobierno á los parientes de la dicha doña María; con esto que todos le obedecerian y se pasarian á su servicio. Llevó esta embajada la reina de Aragon doña Leonor. Valióle para que no recibiese daño el derecho de las gentes, ser mujer y la autoridad de reina y el parentesco que con el Rey tenia. Volvió empero sin alcanzar cosa alguna. Con esto los grandes perdieron la esperanza de de su voluntad haria cosa de las que le pedian. Y como la Reina y el Rey, su hijo, se saliesen de Tordesillas, dieron la vuelta para Valladolid y intentaron de entrar aquella villa, mas no pudieron salir

que

con ello. Fueron sobre Medina del Campo, y la gana-
ron sin sangre. Acudió á esta villa el maestre don Fa-
drique, en ella murió á la sazon Juan Alonso de Albur-
querque con yerbas que le dió en un jarabe un médico
romano que le curaba, llamado Paulo, inducido con
grandes promesas á que lo hiciese por sus contrarios
y en gracia del Rey. Este fin tuvo un caballero, como él
era, entre los de aquella era señalado. Alcanzó en Cas-
tilla grande señorío, puesto que era natural de Portu-
gal, hijo de don Alonso de Alburquerque y nieto del
rey don Dionis. De parte de la madre no era tan ilus-
tre, pero ella tambien era noble. Privó primero mucho
con el Rey, como el que fué su ayo; despues fué dél
aborrecido, y acabó sus dias en su desgracia con tan
buena opinion y fama acerca de las gentes cuanto la
tuvo no tal en el tiempo que con él estuvo en gracia.
Su cuerpo, segun que él mismo lo mandó en su testa-
mento, los señores, como lo tenian jurado, le trajeron
embalsamado consigo, sin darle sepultura hasta tanto
que aquella demanda se concluyese. Enviaron los no-
bles de nuevo su embajada al Rey con ciertos caballeros
principales para ver si, como se decia, le hallaban con
el tiempo mas aplacado y puesto en razon. Lo que re-
sultó desta embajada fué que concertaron para cierto
dia y hora que señalaron se viese el Rey con estos se-
ñores en una aldea cerca de la ciudad de Toro, lugar
á propósito y sin sospecha. El dia que tenian aplazado
vinieron á hablarse con cada cincuenta hombres de
á caballo con armas iguales. Llegados en distancia que
se pudieron hablar, se recibieron bien con el término
y mesura que á cada uno se debia; y los grandes alia-
dos, conforme y segun se usa en Castilla, besaron al
Rey la mano. Hecho esto, Gutierre de Toledo por su
mandado brevemente les dijo que era cosa pesada, y
que el Rey sentia mucho ver apartados de su servicio
tantos caballeros tan ilustres y de cuenta como ellos
eran, y que le quisiesen quitar la libertad de poder or-
denar las cosas á su albedrío, cosa que los hombres,
mayormente los reyes, mas precian y estiman, que-
rer bien y hacer merced á los que tienen por mas lea-
les; empero que él les perdonaba la culpa en que por
ignorancia cayeran, á tal que despidiesen la gente de
guerra, deshiciesen el campo que tenian y en todo lo
al se sujetasen; en lo que le suplicaban tocante á la
reina doña Blanca, que haria lo que ellos pedian, siro
era que tomaban este color para intentar otras cosas
mayores. Los grandes, habido su consejo sobre lo que
el Rey les propuso, cometieron á Fernando de Ayala
que respondiese en nombre de todos. El, habida licen-
cia, dijo: «Suplicamos á vuestra alteza, poderoso Se-
ñor, que nos perdoneis el venir fuera de nuestra cos-
tumbre armados á vuestra presencia; no nos atrević-
ramos si no fuera con vuestra licencia, y no la pidié-
ramos si no nos compeliera el justo miedo que tenemos,
de las asechanzas y zalagardas de muchos que nos
quieren mal, de quienes no hay inocencia ni lealtad
que esté segura. Por lo demás, todos somos vuestros;
de nos como de criados y vasallos podeis, Señor, ha-
cer lo que fuere el vuestro servicio y merced. La suerte
de los reyes es de tal condicion, que no pueden hacer
cosa buena ni mala que esté secreta y que el pueblo
no la juzgue y sepa. Dícese, y nos pesa mucho dello,
que la reina doña Blanca, nuestra señora, á quien en

nuestra presencia recebistes por legítima mujer, y como á tal le besamos la mano, se teme mucho de doña María de Padilla, que la quiere destruir. Sentimos otrosí en el alma que haya quien con lisonjas os traiga engañado. Esto no puede dejar de dar mucha pena á los que deseamos vuestro servicio. Sin embargo, tenemos esperanza que se pondrá presto remedio en ello, mayormente cuando con mas edad y mas libre de aficion echeis de ver y conozcais la verdad que decimos y el engaño de hasta aquí. Cuanto es mas dificultoso hacer buenos á los otros que á sí mismo, tanto es cosa mas digna de ser alabada el procurar con grandísimo cuidado de no admitir en el palacio ni dar lugar á que priven ni tengan mano sino los que fueren mas virtuosos y aprobados. Muchos príncipes famosos vieron deslustrado su nombre con la mala opinion de su casa. ¿Qué mujer hay en el reino mas noble ni mas santa que la Reina? ¡Cuán sin vanidades ni excesos en el trato de su persona! ¡Qué costumbres! ¡Cuán suave y agradable condicion la suya ! Pues en apostura y hermosura ¿cuál hay que se le pueda igualar? Cuando tal señora fuera extraña, cuando nosotros calláramos, era justo que vos la consoláredes y enjugáredes sus continuas y dolorosas lágrimas, y procurar, si fuese necesario, con vuestras gentes y armas restituilla en su antigua dignidad, honra y estado. Mirad, Señor, no os dejeis engañar de algunos desordenados gustos, no cieguen de manera el entendimiento que se caiga en algun yerro por donde todos seamos forzados á llorar y quedemos perpetuamente afrentados.» Esto fué lo que estos caballeros dijeron al Rey. No se pudo concluir caso tan grave en aquel poco tiempo que allí podian estar juntos; acordaron que señalasen cuatro caballeros de cada parte para que tratasen de algunos buenos medios de paz. Con esto se acabaron las vistas y se despidieron. En la ejecucion puso tanta dilacion el Rey, que se entendió nunca haria cosa bucna, en especial que, dejadas las cosas en este estado, se partió de Toro, para do tenia su amiga. La Reina, su madre, que de dias atrás era del mismo parecer que estos señores, visto este nuevo desórden, los hizo ir á Toro, do ella estaba, y les entregó la ciudad. Atemorizaron al Rey estas nuevas; recelábase no se levantase todo el reino contra él. Por prevenir y atajar los daños volvió á Toro, y en su compañía Juan Fernandez de Hinestrosa y Simuel Leví, un judío á quien queria mucho y era su tesorero mayor. Recibióle la Reina, su madre, con muestras grandes de amor; él le dijo que venia á ponerse en su poder y hacer lo que ella gustase. Quitáronle luego las personas que con él venian, y puestos en prision, mudaron los principales oficios de la casa real. A don Fadrique hicieron camarero mayor, chanciller mayor al infante don Fernando de Aragon, á don Juan de la Cerda alférez mayor, mayordomo á don Fernando de Castro, que casó entonces con doña Juana, hermana del Rey, y hija de doña Leonor de Guzman, dado que este matrimonio no fué válido, y se apartó adelante por ser los dos primos segundos. Con esta demostracion de autoridad y acompañalle de tales personas se pretendia que estuviese á manera de preso, sin dalle lugar que pudiese hablar con todos los que quisiese. Esto hecho, teniendo por acabada su demanda, llevaron á enterrar el cuerpo de don Juan Alonso de Alburquerque al mo

nasterio de la Espina, que es de la órden del Cistel, en Castilla la Vieja. Quedara para siempre manchada la lealtad y buen nombre de los castellanos por forzar y quitar la libertad á su natural rey y señor, si el bien comun del reino y estar él tan malquisto y disfamado no los excusara. Permitíanle que saliese á caza; con esta ocasion y con grandes promesas que hizo á algunos de los grandes, y los granjeó, se huyó á Segovia, en su compañía Simuel Leví, que debajo de fianzas andaba ya suelto, y don Tello, á quien el Rey mostraba amor, y aquel dia le tocaba la guarda de su persona; amistad que duró pocos dias. De aquí resultaron otros nuevos y mayores alborotos. Los infantes de Aragon y su madre la reina doña Leonor se fueron á la villa de Roa, que el Rey se la dió á su tia los mismos dias que estuvo en Toro detenido. Don Juan de la Cerda se partió á Segovia para estar con el Rey; don Fadrique á Talavera, donde dejara sus gentes; don Fernando de Castro se volvió á Galicia con su mujer, que llevó en su compañía; don Tello á Vizcaya; don Enrique y la Reina madre se quedaron en Toro para defender la ciudad. Estas cosas acaecieron en el fin del año. En el principio del siguiente, que se contó 1355, se hicieron Cortes en Búrgos, en que se hallaron los infantes de Aragon. El Rey se quejó al reino del atrevimiento é insolencia de los grandes; pidió que le ayudasen para juntar un ejército con que los castigar, que no solamente cometieron delito contra él, sino en su persona; tenian eso mismo ofendido y agraviado á todo el reino, que era justo se vengase la injuria hecha á todos con las armas de todos. Concedióle el reino un servicio extraordinario de dinero para pagar parte de la gente de guerra. Mientras estas cosas pasaban en Castilla, el rey de Navarra mató en Francia al condes table don Juan de la Cerda, hijo menor del infante don Alonso el Desheredado. Parecióle al rey de Francia este hecho muy atroz; sintió mucho que hobiesen malamente y con asechanzas muerto un tal personaje, que era muy valeroso y su condestable, y á quien él queria mucho y le trataba familiarmente desde su niñez. La ocasion de su muerte fué que el Rey le hizo merced del condado de Angulema, al cual el rey de Navarra decia tener derecho. Pretendia otrosí del rey de Francia los condados de Campaña y de Bria; alegaba para esto que fueron de su padre. No quiso el Rey dárselos; por esto se enojó grandemente y quebró su ira con el Condestable. Envió una noche secretamente unos caballeros suyos que escalaron la fortaleza llamada de Aigle 6 del Aguila en Normandía, en que se hallaba el Condestable descuidado en su lecho. Allí le mataron en 8 dias del mes de enero. Frosarte, historiador francés, concuerda en el dia, mas quita dos años de nuestra cuenta. Publicada esta muerte, el rey de Francia no salió en público ni se dejó hablar por espacio de cuatro dias. Hizose pesquisa, y fué citado el rey de Navarra; pidió en rehenes para su seguridad á Luis, hijo del Rey; pareció demasía lo que pedia, pero en fin vinieron en ello; con tanto fué á Paris á responder por sí en juicio. Alegaba que le pretendia el Condestable matar; no se probaba este descargo bastantemente; mandóle el Rey prender, y por ruegos é importunaciones de su mujer y de su hermana, viuda, le perdonó, si bien se entendia por su condicion feroz no permaneceria en la fe y lealtad mo

cho tiempo, como en breve se experimentó. Pidió el rey de Francia al reino que le sirviesen con dineros para hacer guerra á los ingleses; contradíjolo el Navarro, injuria que sintió grandemente aquel Rey, como era razon, y la guardó y quedó bien arraigada en su ofendido pecho para vomitarla á su tiempo. Díjose arriba cómo don Pedro, infante de Portugal, tenia de muchos dias atrás amistad y trato con doña Inés de Castro; con esta misma el año pasado se casó claudestinamente con mengua de la majestad real. Para quitar esta mancha y reducir y sanar á su hijo la hizo matar el Rey en la ciudad de Coimbra. Era cosa injusta castigar la deshonestidad y culpa del hijo con la muerte de la amiga, en especial que le pariera cuatro hijos, es á saber, don Alonso, que murió niño, don Juan y don Dionis y doña Beatriz. Luis, rey de Sicilia, falleció por el mes de julio en la ciudad de Catania; sucedióle su hermano don Fadrique, Simple de nombre y en la edad, costumbres y entendimiento. El reinado de estos dos reyes hermanos fué trabajado de tempestades, guerras extranjeras y civiles, camino que se abrió al rey de Aragon para volverse á hacer señor de aquella isla. Pero dejemos este cuento por ahora, y volvamos á lo que se nos queda atrás.

CAPITULO XXI.

De muchas muertes que se hicieron en Castilla. Despedidas las Cortes de Búrgos, el Rey se fué á Medina del Campo. Allí por su mandado fueron muertos dos caballeros de los mas principales, el uno Pero Ruiz de Villegas, adelantado mayor de Castilla, el otro Sancho Ruiz de Rojas; mandó otrosí prender algunos otros. A Juan Fernandez de Hinestrosa soltaron los de Toro debajo de pleitesía de volver á la prision, si no aplacase y desenojase al Rey, mas no cumplió su promesa. Don Enrique y don Fadrique, juntadas sus gentes en Talavera, se fueron á encastillar en la ciudad de Toledo para prevenir los intentos del Rey. Pasado el rio, quisieron entrar por el puente de San Martin; mas como les resistiesen la entrada algunos caballeros de la ciudad, dieron vuelta por encima de los montes, de que casi toda al rededor está cercada, y llegados á la otra parte de la ciudad, entraron por el puente que llaman de Alcántara. Hízose gran matanza en los judíos, y les robaron las tiendas de mercería que tenian en el alcana. Fueron mas de mil judíos los que mataron, lo cual no se hizo sin nota y murmuracion de muchos á quien tan grande desconcierto parecia muy mal. Avisado el Rey del peligro en que la ciudad estaba, vino á grande priesa antes que se pudiesen fortificar los contrarios en una plaza de suyo tan fuerte. Con su llegada los hermanos fueron forzados á desampararla con presteza, cosa que les valió no menos que las vidas. El Rey vengó su enojo en los ciudadanos, mató algunos caballeros, y del pueblo mandó matar veinte y dos. Entre estos condenados era un platero viejo de ochenta años; un hijo que tenia, de diez y ocho, se ofreció de su voluntad á que le matasen á él en cambio de su padre. El Rey en lugar de perdonalle, que al parecer de todos lo merecia muy bien por su rara y excelente piedad, le otorgó el trueco y fué❘ muerto, horrendo espectáculo para el pueblo, y mise

ricordia mezclada con tanta crueldad. Los nombres de padre y hijo no se saben por descuido de los historiadores, el caso es muy cierto. Hizo otrosí el Rey prender al obispo de Sigüenza don Pedro Gomez Barroso, varon insigne entre los de aquel tiempo y gran jurista; la causa, que favorecia á sus ciudadanos y á la reina doňa Blanca, que envió el Rey presa á la fortaleza de Sigüenza. Asentadas las cosas de Toledo, restaba reducir á su servicio las demás ciudades. Los de Cuenca, por estar mas conformes entre sí, cerraron las puertas al Rey; no se atrevió á usar de violencia por ser aquella ciudad muy fuerte. Criábase entonces en ella don Sancho, hermano del Rey, y aunque se libró deste peligro presente, pocos dias despues Alvar García de Albornoz, hermano del cardenal don Gil de Albornoz, que le tenia en guarda, le escapó y llevó á Aragon. Púsose cerco á la ciudad de Toro, en que estaba la reina Madre, don Enrique y don Fadrique, don Per Estevanez Carpintero, que se llamaba maestre de Calatrava, y todas las fuerzas de los caballeros de la liga. Durante el cerco, que fué largo asaz, en Tordesillas doña María de Padilla parió una hija, que fué la tercera, y se llamó dona Isabel. Don Juan de Padilla, su hermano, maestre de Santiago, fué muerto en un rencuentro que tuvo entre Tarancon y Uclés. Causóle la muerte la honra y estado en que el Rey le puso. Venciéronle don Gonzalo Mejía, comendador mayor de Castilla, y Gomez Carrillo, que favorecian y tenian la parte de don Fadrique. El Rey, con la edad hecho mas prudente, no quiso que se proveyese el maestrazgo por dejar la puerta abierta para que su hermano se redujese á su servicio. El papa Inocencio por estos dias envió al cardenal de Boloña para que pusiese en paz al Rey y á estos grandes. Las cosas estaban tan enconadas, que no pudo efectuar nada; solamente alcanzó que soltasen de la prision al obispo don Pedro Gomez Barroso. Don Enrique de Toro so huyó á Galicia, y escapó del peligro que le amenazaba y corria. Aunque era mozo, tenia sagacidad y cordura, de que dió bastantes muestras en todas las guerras en que anduvo. Don Fadrique, habida seguridad, salió de la ciudad y se fué al Rey. Finalmente, en 5 de enero del año de 1356, un cierto ciudadano dió al Rey entrada por una puerta que él guardaba. Apoderado de la ciudad, hizo matar á don Per Estevanez Carpintero y Ruy Gonzalez de Castañeda y otros caballeros principales; matáronlos en presencia de la reina Madre, que se cayó en el suelo desmayada de espanto y horror de un espectáculo tan terrible. Vuelta en su acuerdo, con muchas voces maldijo á su hijo el Rey, y desde á pocos dias con su licencia se fué á Portugal, donde no miró mas por la honestidad que antes. Ninguna cosa se encubre en lugares tan altos. Como tratase amores con don Martin Tello, caballero portugués, fué muerta con yerbas por mandado del rey de Portugal, su hermano. Algunos afirman que la hizo matar su padre el rey don Alonso el Cuarto, ca por fidedignos testimonios pretenden probar vivió hasta el año de 1361; otros mas acertados dicen que el dicho Rey murió el año de 57. El rey de Castilla se fué á Tordesillas, y allí hizo un torneo en señal de regocijo por las cosas que acabara. El lugar y el dia mas prometian placer y contento que miedo. No obstante esto, el Rey otro dia de mañana hizo matar á dos escuderos de la

guarda de don Fadrique. Cuando él lo supo, tuvo grande temor no hiciese otro tanto con él; mas esta vez no pusieron en él las manos. Este año tembló en muchas partes la tierra con grande daño de las ciudades marítimas; cayeron las manzanas de hierro que estaban en lo alto de la torre de Sevilla, y en Lisboa derribó este terremoto la capilla mayor, que pocos dias antes se acabara de labrar por mandado del rey don Alonso. Algunos pronosticaban por estas señales grandes maJes que sucederian en España, pronósticos que salieron vanos, pues el reinado del rey de Castilla y él en sus maldades continuaron por muchos años adelante; el pueblo por lo menos hizo muchas procesiones y plegarias para aplacar la ira de Dios. Tomada la ciudad de Toro, el conde don Enrique por caminos secretos y escondidos se huyó á Vizcaya, do su hermano don Tello con la gente y aspereza de la tierra conservaba lo que quedaba de su parcialidad, ca venció en dos batallas ciertos capitanes que tenian la voz del Rey. Des

de allí don Enrique se fué en un navío á la Rochela, ciudad de Jantoine, en Francia, para estar á la mira y esperar en qué pararian los humores que removidos andaban. A esta sazon el rey de Navarra en un convite á que le convidó en Ruan Cárlos el delfin y duque de Normandía fué preso por el rey de Francia, que de repente sobrevino, y le compelió á que desde la prision respondiese á ciertos cargos que se le hacian; el principal era de traicion, porque favarecia á los ingleses contra lo que era obligado como príncipe por muchas vias y títulos sujeto á la corona de Francia. Desta manera se veian en aquel reino divididas las aficiones de los españoles que en él residian; don Enrique tiraba gajes del rey de Francia, don Filipe, hermano del rey de Navarra, llamaba los ingleses á Normandía y se juntó con ellos. Lo mismo hizo el conde de Fox enojado por la injuria y agravio hecho al Rey, su cuñado. Así en un mismo tiempo en España y en Francia se temian muchas novedades y nuevas y temerosas guerras.

LIBRO DÉCIMOSÉPTIMO.

CAPITULO PRIMERO.

Del principio de la guerra de Aragon.

UNA guerra entre dos reinos y reyes vecinos y aliados y aun de muchas maneras trabados con deudo, el de Castilla y el de Aragon, contará el libro diez y siete; guerra cruel, implacable y sangrienta, que fué perjudicial y acarreó la muerte á muchos señalados varones, y últimamente al mismo que la movió y le dió principio, con que se abrió el camino y se dió lugar á un nuevo linaje y descendencia de reyes, y con él una nueva luz alumbró al mundo, y la deseada paz se mostró dichosamente á la tierra. Póneme horror y miedo la memoria de tan graves males como padecimos. Entorpécese la pluma, y no se atreve ni acierta á dar principio al cuento de las cosas que adelante sucedieron. Embázame la mucha sangre que sin propósito se derramó por estos tiempos. Dése este perdon y licencia á esta narracion, concédasele que sin pesadumbre se lea, dése á los que temerariamente perecieron, y no menos á los que como locos y sandios se arrojaron á tomar las armas y con ellas satisfacerse. Ira de Dios fueron estos desconciertos y un furor que se derramó por las tierras. Las causas de las guerras, mirada cada una por sí, fueron pequeñas; mas de todas juntas como de arroyos pequeños se hizo un rio caudal y una grande avenida y creciente de saña y de enojos. Cada cual de los dos reyes era de ardiente corazon y que no sufria demasías, en las condiciones y aspereza semejables; bien que el de Castilla por la edad, que era menor y mas ferviente, se aventajaba en esto, y en rigor, severidad y fiereza. Querellábase el Aragonés que sus hermanos tuviesen en Castilla guarida y ballasen en ella ayuda para alborotalle su reino. Sentia asimismo que don Fernando, su hermano, con color de ase

gurar al de Castilla que le seria leal, en hecho de verdad por darle á él molestia, hobiese puesto guarnicion de castellanos en las sus fortalezas de Alicante y de Orihuela. Por el contrario, el rey de Castilla se quejaba que las galeras de Aragon á la boca de Guadalquivir tomaron ciertas naves que en tiempo de necesidad venian cargadas de trigo, de que resultó mayor hambre y carestía. Quejábase otrosí que los forajidos de Castilla eran recebidos y amparados en Aragon; que los caballeros aragoneses de Calatrava y de Santiago no querian obedecer á sus maestres, que eran de Castilla; en todo lo cual pretendia era agraviado, y decia queria tomar de todo emienda con las armas. A estos cargos y causas de romper la guerra se allegó otra nueva, y fué en esta manera. El rey de Castilla, apaciguado que hobo las alteraciones de Castilla la Vieja y dada órden en las demás cosas, entrado ya el verano partió al Andalucía para acabar de sosegar á Sevilla y los demás pueblos de aquella comarca. En Sevilla, fatigado con los cuidados y negocios, para tomar un poco de alivio determinó irse á las Almadrabas, en que se pescan los atunes, que es una vistosa pesca y muy gruesa granjería. Hizo aprestar una galera, y en ella se fué desde Sevilla á Sanlúcar de Barrameda. Sucedió estar surgidas en aquel puerto dos naves gruesas. Acaso diez galeras de Aragon que iban en favor de Francia contra los ingleses, sus capitales enemigos, salidas del estrecho de Gibraltar, costeaban aquellas riberas del mar Océano. El capitan de las galeras, que se llamaba Francisco Perellos, por codicia de la presa acometió y tomó aquellas dos naves delante los ojos del mismo Rey. Pareció este un desacato insufrible. Encarecíanle los cortesanos en grande manera, como gente que deseaba se encendiese alguna guerra con que pensaban acrecentar sus haciendas y ser mas estimados y honrados que en

tiempo de paz, cuando por no ser tan necesarios los estimaban en menos; tal es la condicion de soldados y palaciegos. Fué Gutierre de Toledo á reñir esta pendencia y agraviarse del atrevimiento y demasía; mas el capitan aragonés, como quier que era hombre determinado y feroz, sin hacer caso de las amenazas y fieros dió por final respuesta que aquellas mercadurías eran de ginoveses, y que por derecho de la guerra las podia tomar por estar con ellos á la sazon rompida en la isla de Cerdeña por grande deslealtad de Mateo Doria, ginovés de nacion. Vista esta respuesta tan resoluta, el rey de Castilla envió al rey de Aragon una embajada con Gil Velazquez de Segovia, uno de sus alcaldes. Mandóle representase las quejas arriba referidas. Que mandase restituir los navíos que sus galeras tomaron á tuerto; demás que le entregase al capitan dellas para castigalle conforme á su temeridad y locura. Aprestaba á la sazon el de Aragon en Barcelona una armada para pasar en Cerdeña contra los rebeldes de aquella isla. Fuéle por esta causa enojosa la demanda de Castilla. Respondió empero con blandura y humildad que él contentaria al rey de Castilla, satisfaria los agravios que le proponia y echaria de Aragon los castellanos forajidos. Asimismo, que vuelto el capitan, le castigaria segun su culpa mereciese. En lo que tocaba á los caballeros de Santiago y de Calatrava, dijo no pertenecia á su jurisdiccion aquel pleito por ser personas religiosas, y á él seria mal contado si en sus cosas se empachaba; que se podria tratar con el sumo Pontífice como causa y negocio eclesiástico, y lo que se determinase él mismo lo tendria por bueno y pasaria por ello. No se satisfizo nada Gil Velazquez con esta respuesta, antes de parte de su Rey le desafió y denunció la guerra. Replicó el rey de Aragon: No me parece que esta es bastante causa para romper la guerra entre dos reyes amigos y confederados; mas yo lo dejo al juicio de Dios, que no permitirá pase sin castigo y emienda cualquier insolencia; yo no comenzaré la guerra, pero con la ayuda divina, si me la dieren, ni la rehusaré ni la temo. Destos principios se vino á las manos. Residian en Sevilla muchos mercaderes catalanes; todos en un punto fueron presos y confiscados sus bienes. Hicieron en ambos reinos levas de gentes y los demás apercibimientos. Acudieron asimismo á procurar socorros de príncipes extranjeros. En particular don Luis, hermano del rey de Navarra, que luego que en Francia prendieron al Rey, su hermano, se volvió á España para proveer á lo de acá, requerido por entrambas partes que se juntase con ellos, no quiso declararse por la una parte ni por la otra, sino como sagaz entretenellos con buenas esperanzas y estar á la mira, dado que de secreto mas se inclinaba al de Aragon como á mas amigo y deudo. Hízose por un mismo tiempo entrada por tres partes en el reino de Valencia. Don Hernando de Aragon pretendia levantar los de aquel reino por la parte que en él tenia y por la memoria de las revoluciones pasadas, cosa en que mas confiaba que en las armas ; mas no halló la entrada que él pensaba, ca estaban escarmentados por causa de los males y castigos pasados. Desta manera se entretenia la guerra y continuaba en los postreros del mes de agosto con daño notable de los campos y aldeas de aquella frontera. En estos mismos dias se dió en Fran

cia la famosa batalla de Potiers, memorable por la matanza que de franceses se hizo muy grande por mucho menor número de ingleses, con que las fuerzas de aquel poderoso reino quedaron de todo punto quebrantadas. El mismo rey de Francia fué preso y Filipe, el menor de sus hijos. Murieron en el campo Pedro, duque de Borbon, padre de la reina doña Blanca, Gualter, condestable de Francia, Roberto, señor de Durazo y pariente del cardenal de Perigueux, que, enviado por legado del papa Inocencio para concertar aquellas gentes y asentar las paces, se halló en aquella batalla, sin otros muchos personajes de cuenta que allí perecieron. Sucedió aquella desgraciada batalla á 19 días del mes de setiembre deste año de 1356. Desta jornada resultaron dos cosas notables y á propósito de nuestra historia. La una que por órden de algunos vasallos suyos el rey de Navarra se soltó de la prision en que le tenian, y hallada entrada en Paris, se hizo capitan de muchos sediciosos y alborotó el pueblo para quo no acudiesen al Delfin, que pretendia buscar socorros y allegar dineros para libertar al Rey, su padre, no sin grave ofension de aquella gente. Con esta ocasion el Navarro en una junta que se tuvo en Paris se querelló públicamente del agravio y afrenta pasada. Dijo que su derecho que tenia á la corona de Francia era mejor que el de los que la pretendian por las armas, por ser, como era, nieto del rey Luis Hutin, hijo de su hija, como el Inglés fuese hijo de madama Isabel, hermana del mismo. No hay duda sino que el Navarro tramaba una nueva tela de discordias, si sus fuerzas fucran iguales á su voluntad y ánimo. En fin hizo tanto, que le fueron restituidos sus bienes; y á los pueblos y estado que heredó de su padre le añadieron el señorío de Mascon y de Bigorra. No pudo empero alcanzar, por mas que andaban revueltas las cosas, que le entregasen á Bria, Campaña y Borgoña, estados á que pretendia tener derecho. Sucedió asimismo que don Enrique, conde de Trastamara, despues de esta batalla, en que se halló y salió salvo, se vino al rey de Aragon convidado con grandes promesas que le hizo. Esta fué la primera puerta que se le abrió y el primer escalon para venir despues á ser rey de Castilla, este el principio de su prosperidad. La suma de las capitulaciones de los dos fué que don Enrique se desnaturalizase de Castilla y hiciese pleito homenaje de ser perpetuamente vasallo y amigo del rey de Aragon; que fuesen suyas todas las ciudades y villas, excepto Albarracin, que tuvo el infante don Fernando de Aragon; que el Rey le diese sueldo para seiscientos hombres de á caballo y otros tantos infantes que anduviesen debajo de su pendon y bandera. Entrado el año de nuestra salvacion de 1357, con varios sucesos se hacia la guerra en las fronteras de Castilla y Aragon. Tomaron los aragoneses á Alicante, y los castellanos á Embite y á Bordalua. Los principales capitanes del rey de Aragon eran el conde de Trastamara don Enrique, don Pedro de Ejerica y el conde don Lope Fernandez de Luna; por el rey de Castilla don Fadrique, maestre de Santiago, los dos hermanos infantes de Aragon y don Juan de la Cerda. Servian sus capitanes con mayor fidelidad al rey do Aragon que los suyos al de Castilla; los unos constantes y firmes, y estotros dudosos y como á la mira de lo que resultaria destas guerras. Especialmente que en

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