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general aborrecian las maldades y aspereza de condicion de su Rey. Así, al cabo el de Aragon con su buena industria y maña, de que hallo que en esta guerra se valió mas que de sus fuerzas, los vino á atraer todos á su servicio y á tenerlos de su parte. Don Juan de la Cerda y Alvar Perez de Guzman fueron los primeros que se apartaron del servicio del rey de Castilla, que todavía tenian presente la muerte de su suegro don Alonso Coronel, señor de Aguilar, á quien el Rey hizo matar, y ellos eran casados con doña María y doña Aldonza, sus hijas. Tenian otrosí miedo que el Rey, que con una desenfrenada lujuria habia puesto los ojos en doña Aldonza, se la queria tomar á su marido Alvar Perez: así por ventura fueron dos las causas que compelieron á estos caballeros á apartarse del servicio de su Rey, y á que de Seron, de donde hacian la guerra en la raya de Aragon, se pasasen al Andalucía, en que tenian muchos parientes y amigos y grande estado. Pretendian con su autoridad y presencia levantar y alborotar aquella provincia, como lo comenzaron á poner por obra; puesto que era grande confianza y osadía, mas aína temeridad, atreverse á mover guerra civil en el medio y corazon de un reino tan poderoso. A esta sazon el rey de Castilla con todo su ejército tenia sitiado un castillo de Aragon junto á la raya de Castilla, que se dice Tebal ó Sisamon, como otros dicen. Allí tuvo nueva como estos caballeros, desamparado Seron, se iban al Andalucía; fué luego en pos dellos. Siguiólos algun tanto, mas no los pudo alcanzar, que se fueron como si huyeran por la posta. Volvióse á encender la guerra con mayor furia que de primero. Tomó el rey de Castilla algunos pueblos de poca importancia; con el mismo ímpetu fué sobre Tarazona, ciudad principal, que está cerca de Navarra; ganóla y entróla por fuerza en 9 de marzo. Los ciudadanos, perdida la parte alta de la ciudad, que era la mas fuerte della, se dieron á partido, salvas las vidas y hacienda; así los dejaron ir libremente á Tudela. Dijose que esta ciudad la perdieron los aragoneses por culpa del alcaide Miguel de Gurrea, que la pudiera sustentar mucho mas tiempo si tuviera mayor corazon y mas sufrimiento; así, por entender que no podria descargarse y satisfacer bastantemente á su Rey, se pasó con su casa y familia al reino de Navarra. Pobló el Rey la ciudad de soldados castellanos y avecindólos en ella; repartióles sus casas, campos y heredades. El rey de Aragon, despues que perdió esta ciudad, no se tenia por seguro dentro de los mismos muros de Zaragoza. Por esta causa con mayor ansia y cuidado que de antes procuró nuevos socorros y ayudas de extranjeros; mayormente que en esta sazon don Juan de la Cerda en el Andalucía fué muerto y desbaratado por el concejo de Sevilla, de cuyas gentes fueron capitanes en aquella batalla Juan Ponce de Leon, señor de Marchena, y el almirante Gil Bocanegra. Vino de Francia en servicio del rey de Aragon el conde de Fox y en su compañia muchos cuballeros, soldados de fama. El señor de Labrit, su contrario, vino al tanto con un buen número de lanzas á ayudar al rey don Pedro de Castilla. El papa Inocencio envió á España á Guillen, cardenal de Boloña, por su legado para que pusiese paz entre estos dos reinos. Hizo muchas idas y venidas de los unos á los otros con grandisimo trabajo suyo; en fin, concertó treguas por un

año y tres meses mientras que algunos grandes trataban medios de paz, para lo cual fué nombrado por parte del rey de Aragon Bernardo de Cabrera, y por el de Castilla Juan Fernandez de Hinestrosa. En el entre tanto los pueblos que ambas partes ganaran se pusieron en fieldad y como en tercería en poder del Cardenal legado, que puso pena de excomunion contra el primero que quebrase las treguas. Concluyéronse estas pláticas en 18 dias del mes de mayo. En este mes murió en Lisboa don Alonso el Cuarto, rey de Portugal, de edad de setenta y siete años y seis meses; reinó por espacio de treinta y un años, cinco meses y veinte dias; fué enterrado su cuerpo en la misına ciudad junto al altar de la iglesia mayor, do sepultaron su mujer doña Beatriz. Sucedióle en el reino su hijo don Pedro, por sobrenombre el Cruel. Un mes antes le habia nacido un hijo de doña Teresa, gallega, á quien tenia por amiga, despues que su padre hizo matar á doña Inés de Castro. Era doña Teresa mujer muy apuesta; por lo demás ninguna otra gracia tenia porque mereciese ser querida. Llamaron á su hijo don Juan, á quien los cielos tenian determinado de entregar el reino de su padre y abuelos, como se dirá adelante en su debido lugar. Volvamos á las cosas de Aragon y Castilla. Hechas las treguas, los aragoneses entregaron al Cardenal legado los pueblos y fortalezas que tenian de Castilla. Hiciéronlo de mejor gana por ser pocas las que ellos ganaran. El rey de Castilla, si bien consintió en todas las demás capitulaciones, nunca se pudo acabar con él que quisiese sacar de Tarazona los soldados castellanos que nuevamente hizo avecindar en ella. Mientras estas cosas se concluian, fuese á la ciudad de Sevilla para apaciguar las revueltas del Andalucía y juntar una buena armada con que hacer guerra en los pueblos marítimos de Aragon luego que espirase el tiempo de las treguas; la paz, ni la esperaba, ni aun la deseaba. En Sevilla dióse tanto á los amores de doña Aldonza Coronel, que en su respeto no hacia ya caso de doña María de Padilla. ¡Cuán poco duran las privanzas y favores! Cuán ciega é indómita bestia es un hombre sujeto á sus pasiones! Ningunas dificultades ni trabajos eran bastantes para poder apartar al rey don Pedro de sus deleites y torpezas. Cansado pues y molino el Legado de sus cautelas y marañas, le descomulgó y puso en toda Castilla entredicho. Todavía pareció que el Legado en esto procedió con mas priesa y cólera de la que en tan grave caso se requeria; por esta causa el Papa le envió á llamar y le hizo salir de España. Todas eran trazas y mañas del rey de Aragon por hacer mas odioso al de Castilla y que le tuviesen por un mal hombre, sacrilego y descomulgado, ca pretendia con esta infamia y mala opinion que los de su reino le desamparasen, maña en que ponia mas confianza que en su valor y fuerzas. Succdióle al rey de Castilla otro nuevo disgusto. Tenia en su poder á doña Juana, mujer de su hermano don Enrique. Pedro Carrillo, un caballero criado suyo, tuvo manera para la sacar de Castilla, y la llevó á Aragon y la entregó á su marido. Con esto se acabó de perder la esperanza que de paz podia quedar entre los dos hermanos. Los otros dos, don Fadrique y don Tello, tenian gana de rebelarse. Ninguna otra cosa los detenia para que no se pasasen al de Aragon sino que entendian no les podria dar igual recompensa á los grandes

estados que dejaban en Castilla. Esta tardanza en este mismo tiempo fué dañosa y mortal á muchos. Don Fernando de Aragon estaba en esta coyuntura en guarnicion de la villa de Jumilla, que él en aquella frontera ganara á los aragoneses ; tenia sus tratos secretos con Bernando de Cabrera; en fin se pasó al rey de Aragon porque se le concedió la procuracion del reino y la restitucion de su estado; que en tiempo tan apretado y de tanta necesidad nada parecia demasiado. La rebelion de don Enrique y de don Fernando, como dió la vida á los aragoneses, así causó la muerte á los hermanos de ambos, como adelante se verá. En Cerdeña en estos dias las cosas se mejoraban con la muerte de Mateo Doria, que sucedió á buen tiempo, y el rey de Aragon se concertó con sus sucesores. Mariano, el juez de Arborea, no se acababa de sosegar, puesto que con tan gran pérdida como la de Oria poco se adelantaba su partido. La mayor parte de Sicilia en este mismo tiempo tenian ocupada las guarniciones y soldados del rey Luis de Nápoles; Palermo y Mecina, dos principales ciudades de aquella isla, eran suyas. Don Fadrique, llamado el Simple, que dos años antes sucedió en aquel reino á su hermano el rey don Luis, era de poca edad, de corto ingenio y menos fuerzas y poder. El título de rey conservaba en sola la ciudad de Catania con cortas esperanzas, á causa que volvia á revivir la parcialidad francesa, y tenia por vecinos á los reyes de Nápoles, y los isleños le eran desleales. Con esto en tanto grado perdió el ánimo y esperanza de poder defenderse y sustentar su reino, que hizo donacion de Sicilia, Atenas y Neopatria á su hermana doña Leonor, mujer del rey de Aragon. Desta donacion envió al Rey, marido della, escrituras públicas y auténticos instrumentos para convidarle y animarle á que le enviase sus gentes y armada con que defender á Sicilia. El rey de Aragon quisiera acudir á su cuñado; mas tenia tanto que hacer en su casa con una tan pesada y peligrosa guerra y llena de grandes dificultades, que no pudo ayudar como quisiera á las cosas de Sicilia, que llegaron á término de estar de todo punto perdidas. El esfuerzo y lealtad de don Artal de Alagon, conde de Mistreta y maestre justicier de Sicilia, que hizo rostro á los enemigos y los venció en una batalla en que mató muchos dellos y hizo justicia de algunos del reino culpados, las entretuvo. La deslealtad de otros fué vencida con algunas mercedes que les hicieron; que en fin dádivas todo lo acaban y ablandan.

CAPITULO II.

De las muertes de algunos señores de Castilla.

El ardiente deseo de vengarse llevaba al despeñadero á los reyes de Castilla y de Aragon, sin cuidar de lo bueno y justo, y sin que echasen de ver lo que en el mundo se podria decir dellos; en que se empeñaron de suerte, que no tuvieron empacho de llamar los moros en su ayuda. El rey moro de Granada envió golpe de gente de á caballo en favor del rey de Castilla, con quien meses antes se aviniera. El de Aragon llamó de Africa al rey de Marruecos para oponerle á su enemigo, balanzar las fuerzas y estar con él á la iguala; acuerdo infame y traza vergonzosa á la religion cristiana. Quejóse gravemente dello por sus cartas el paM-1.

dre santo Inocencio, y entre otras razones les escribió que se maravillaba mucho que el deseo de hacerse daño Hegase á tanto extremo, que no tuviesen miedo de traer á su tierra una peste tan contagiosa y mala, con que y con menor ocasion en otro tiempo se asoló y destruyó toda España. Fuera este cuidado y diligencia del Pon tífice buena y á buen tiempo; mas las orejas los reyes tenían con un exceso de pasion y enojo de tal manera tapadas, que no oyeron sus paternales, santas y saludables amonestaciones. Los grandes, que seguian la opinion de Castilla, fueron por los aragoneses solicitados y aun persuadidos á que se pasasen á su parte. El primero el infante don Fernando de Aragon; la misma naturaleza inclinaba á que en este riesgo quisiese antes favorecer á su hermano que al rey de Castilla, su primo. Tuvo sus hablas secretas en la villa de Jumilla, que ganara en esta guerra, como se tocó ya, y finalmente, por la buena diligencia y persuasiones de Bernardo de Cabrera se pasó á su hermano el rey de Aragon. No pudieron estar secretos tratos de tan grande importancia; así, en el principio del año de 1358 el maestre de Santiago don Fadrique tomó por fuerza de armas á Jumilla, y la sacó del poder de los aragoneses. Hecho esto, vínoso el Maestre á Sevilla, y entrado en el alcázar, por mandado del Rey, su hermano, delante de sus ojos, fué cruelísimamente muerto por unos ballesteros de maza del Rey. Este fué el premio y mercedes que le hizo por el buen servicio que le acababa de hacer; bien es verdad que se sabe de cierto no andaba muy sosegado y que trataba de pasarse á Aragon: sospecho que este trato debió de venir á noticia del Rey, y que por esta causa se le aceleró la muerte. Luego que fué muerto don Fadrique, se partió el Rey á grande priesa á Vizcaya; las manos, que ya tenia tintas en la fraternal sangre, queria en aquella provincia volverlas á ensangrentar con otro semejante ejemplo de severidad. Sospechólo su hermano don Tello, y huyóso á Francia en un navío, y de allí se fué á Aragon para vengar con las armas su injuria y la muerte del hermano. No faltó otro desdichado en quien, en su lugar, el cruel Rey ejecutase su saña. Ido don Tello, el infante don Juan de Aragon, á quien se debia el señorío de Vizcaya por ser casado con doña Isabel, hija de don Juan Nuñez de Lara, y tambien el Rey á la partida de Sevilla se le prometió, le suplicó fuese servido de dársele, pues con la huida de don Tello quedaba sin dueño y desamparado. El Rey, ó porque le apretó mucho con esta deinanda, ó por saber que era de acuerdo con los demás grandes que se eran pasados á Aragon, en Bilbao, do á la sazon estaban, le hizo matar á sus maceros; y aun escribe un autor que él mismo le acabó de un golpe de jabalina que le dió con su propia mano: abominable crueldad. Su cuerpo le hizo echar de una ventana abajo, y caido en la plaza, dijo á muchos vizcaínos que le iniraban: Veis ahí á vuestro señor y al que demandaba el estado de Vizcaya. Mandole despues llevar á Búrgos; mas ni le dió sepultura ni se le hicieron las debidas honras ni obsequias, antes por mandado del Rey lo echaron en lo profundo del rio, que nunca mas pareció; con esto echó el sello y acabó de suplir lo que á un caso tan atroz faltaba de crueldad, que era vengarse en el cuerpo de su primo hermano, tan malamente muerto. Con la misma furia á la reina dona Leonor, su tia, madre del lufante, y su infelicisima

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mujer doña Isabel, las hizo prender en Roa y llevarlas dende presas al castillo de Castrojeriz. Prosiguióse por todo el reino una grande carnicería, y de diversas partes le trujeron á Búrgos seis cabezas de caballeros principales, que fueron para él un espectáculo tan grato y apacible cuanto era horrendo y miserable á los hombres buenos que le miraban. Tenia tambien determinado de matar otros muchos en Valladolid, si no se lo estorbara la entrada que repentinamente hicieron en Castilla don Enrique y el infante don Fernando. Don Enrique destruia y asolaba la tierra de Campos, de Soria y Almazan; don Fernando hacia cruel guerra en el reino de Murcia. A entrambos incitaba el justo sentimiento de la muerte de sus hermanos, y el grave dolor que su memoria les causaba los encendia en cólera y deseo de vengarlos y satisfacerse con las armas. El rey de Castilla, con miedo de la entrada que estos caballeros hicieron en su reino, se fué al Burgo de Osma para proveer lo necesario á esta guerra. De allí, en el principio del mes de julio, envió un ballestero de maza al rey de Aragon á quejarse porque le habia rompido malamente la tregua, y faltando á su verdad hacia que sus gentes le entrasen en su tierra estando él descuidado y desapercebido con la seguridad de su palabra. A esto respondió el rey de Aragon que él era forzado á tomar las armas por el desafuero que él le hacia en no cumplir las condiciones de las treguas, demás que con la toma de la villa de Jumilla él primero las quebrara. Que cualquiera dellos fuese el culpado, era cosa muy inhumana é injusta que pagase sus desgustos la sangre inocente de tantas gentes. Que seria mejor que estas diferencias se acabasen por combate de veinte con veinte, ó cincuenta con cincuenta, ó ciento con ciento. En esta forma el rey de Aragon desafió al de Castilla con grandes amenazas y palabras de mucha confianza. Su enemigo, como quier que era mas poderoso y de grande corazon, ningun caso hizo de sus fieros y desafío. Envió á don Gutierre Gomez de Toledo, á quien pocos dias antes dió el priorato de San Juan, á que pusiese cobro en las cosas del reino de Murcia; á otros despachó á diversas partes, segun que le pareció convenia á la buena administracion de la guerra. El se partió á gran priesa á Sevilla; tenia allí puesta en órden una armada de doce galeras, con las cuales se juntaron otras seis que vinieron de Génova. Con esta flota se determinó correr toda la costa del reino de Valencia, acometer y dar un tiento á las villas y ciudades marítimas. Fueron sobre Guardamar, villa del infante don Fernando, que ganaron por fuerza de armas. No se tomó el castillo, porque sobrevino súbitamente una borrasca tan furiosa, que dieron las galeras al través en tierra y las hizo pedazos; solamente escaparon dos que por buena suerte se acertaron á hallar en alta mar. Con tan grande y no pensado infortunio el fiero y soberbio corazon del Rey no desmayó ni se quebrantó, antes quemó el pueblo y las galeras destrozadas, y levantado el ejército, se fué por tierra á Murcia. Dende á pocos dias que llegó á aquella ciudad envió á Sevilla á Martin Yañez, privado suyo, con órden que hiciese labrar otra nueva armada; y él, juntado que tuvo de todas partes su ejército, se partió para Almazan, do tenia muchos hombres de armas. Entró por aquella parte en las tierras de su enemigo; ganóle algunas villas y castillos, así de los que te

nian los aragoneses en Castilla como otros del reino de Aragon, y principalmente se hizo cruel guerra en el estado de don Tello. En fin del otoño se volvió el Rey á Sevilla con intento de, en pasando el invierno, juntar una grande flota y hacer la guerra por el mar, ca le parecia que se haria desta manera mayor daño al enemigo. Para este efecto su tio el rey de Portugal le envió diez galeras, y tres el de Granada. Este año fué seña→ lado por el nacimiento de doña Leonor, hija del rey don Pedro de Aragon, y de don Juan, hijo de don Enrique, los cuales tenia Dios determinado que se ayuntasen en matrimonio y heredasen los reinos de Castilla. Nació doña Leonor en 20 dias del mes de febrero, y don Juan asimismo en 20 del mes de agosto. En este mismo año en las Cortes de Valencia se estableció que los años no se contasen como solian por la era de César, sino por el nacimiento de Cristo. En el principio del año siguiente de 1359 el rey de Aragon puso cerco sobre Medinaceli, pueblo puesto en los confines de los antiguos celtiberos, carpetanos y arevacos, que en tiempo antiguo fué una grande ciudad, mas en este solo era una mediana villa, empero fuerte por su sitio natural y por tener dentro buena guarnicion de gente, que la defendió valerosamente, tanto, que fué forzado el Aragonés á volverse á Zaragoza sin empecerles ni dejar hecha cosa que fuese de mucha consideracion ni momento. Estaba el rey de Castilla para ir á socorrer á Medinaceli, cuando tuvo aviso que era llegado á Almazan el cardenal Guido de Boloña, legado del papa Inocencio. Dióle el Rey audiencia en esta villa; el Legado de parte del Papa le dijo que sentia tanto el Padre Santo hobiese guerra entre él y el rey de Aragon, y le tenia puesto en tan gran cuidado, que si no fuera por su mucha edad y por otros gravísimos negocios de la Iglesia que se lo estorbaron, él mismo en persona viniera á poner paz entre ellos y hacerlos amigos. Que los reyes de Castilla siempre fueron columna de la Iglesia, amparo y defen sa, no solamente de España, sino de toda la cristiandad; pero que visto como al presente, olvidado de todo punto de la guerra de los moros, se ocupaba en hacerla á un Principe cristiano, vecino y pariente suyo, no podia dejar de recebir grandísima pena y dolor. Que cuando saliese con la victoria, antes ganaría odio é infamia que honra ni provecho alguno. Que á ambos con paternal amor les rogaba, y de parte de Dios les amonestaba que tantas gentes, tesoros y armas los empleasen contra los enemigos de nuestra santa fe; si así lo hiciesen, su divina Majestad les daria en las manos muy honradas y señaladas victorias como las alcanzaron sus antepasados, esclarecidos reyes. Respondió á esto el Rey que se recelaba de pláticas de paz por causa que el rey de Aragon le engañó ya una vez con color della y muestra de querer amistad. Así, que estaba determinado y con entera resolucion de no venir en concierto ni acuerdo alguno, si no fuese que ante todas cosas echase de su reino los castellanos forajidos y restituyese á la corona de Castilla las ciudades de Orihuela y Alicante y otros pueblos de aquella comarca, que en el tiempo de las tutorías de su abuelo el rey don Fernando los aragoneses, contra razon y justicia, usurparon; demás que por los gastos hechos en esta guerra, el rey de Aragon le contase quinientos mil florines. El Legado, oido lo que decia el Rey, fué á verse con el de Aragon;

llevaba alguna esperanza de poderlos concertar, pues se comenzaba á hablar en condiciones. El rey de Aragon, oida la demanda, se excusaba y acusaba al enemi❤ go, como es ordinario. Decia que el de Castilla fué el primero que sin justa causa movió la guerra; que no era cosa razonable ni se podia sufrir le pidiese y él diese lo que heredó de sus padres y abuelos; ni tampoco á él le seria bien contado si menoscabase ó enajenase parte alguna de sus reinos. Que este pleito en otro tiempo se litigó ante jueces árbitros, y oidas las partes, pronunciaron sentencia en favor de Aragon. Sin embargo, para mayor satisfaccion y dar á todo el mundo á entender su justicia, él dejaria esta causa de nuevo en las manos del Padre Santo. Gastábase el tiempo en demandas y respuestas sin concluirse nada. Era lástima grande ver cómo estas dos nobles naciones corrian furiosamente á su perdicion, sin que nadie los pudiese reparar ni poner en paz ni fuese siquiera parte para hacelles sobreseer la guerra con algunas treguas. Si hablaban en ellas, el rey de Castilla se excusaba con las grandes expensas y gastos hechos en juntar una gruesa armada que tenia á la cola y aprestada para acometer las tierras marítimas de Aragon.

CAPITULO III.

Que la armada de Castilla hizo guerra en la costa de Aragon.

Dejadas pues las pláticas de paz, volvió á encruelecerse la guerra, renováronse las muertes y crecieron los odios. El rey de Castilla, estando en Almazan, procedió contra el infante don Fernando y contra los dos hermanos don Enrique y don Tello; y aunque ausentes, por sentencia que pronunció contra ellos los declaró por rebeldes y enemigos de la patria. Con esto se acabó de perder la poca esperanza que les restaba de que se podrian concordar, mayormente que el Rey hizo matar en la prision á la reina doña Leonor; hecho sin duda cruel y detestable, puesto que fuera muy culpada y mereciera muchas muertes. Tanto mayor inhumanidad y fiereza lavar la culpa de los hijos con la sangre de su madre, sin tener respeto á que era mujer, reina y tia suya. Doña Juana y doña Isabel de Lara, hermanas y señoras de Vizcaya, le fueron compañeras en este último trabajo. Doña Juana fué llevada á Sevilla, donde pocos dias despues la hizo morir; á doña Isabel la mandó llevar con la reina doña Blanca, que en el mismo tiempo la hizo pasar del castillo de Sigüenza, en que la tenia presa, á Jerez de la Frontera, que fué dilatar la muerte de ambas por pocos dias. La culpa de sus maridos, don Tello y don Juan de Aragon, descargó sobre las que en nada le erraron; así iban los temporales. Estaba el corazon del Rey tan duro y obstinado, que ningun motivo, por tierno y miserable que fuese, era poderoso para hacerle enternecer ó ablandar; parecia que le cegaba la divina justicia para que no huyese el cuchillo de su ira, que tenia ya levantado para descargalle sobre su cruel cabeza. Con todo eso no dejaba de importunar con ruegos y plegarias á los santos patrones del reino que Dios tenia ya para otro guardado. Hacia estos votos al tiempo que se queria embarcar en la armada que tenia aprestada en Sevilla, en que se contaban cuarenta y una galeras y ochenta naves tan bien bastecidas y municionadas y con tanta caballería y gente de guerra, que

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era para poderse con ella intentar cualquier grande empresa. Defendieron esta vez el reino de Aragon y le libraron los ángeles de su guarda y la concordia grande que hobo entre los aragoneses. Fueron adelante siete galeras á las islas de Mallorca y Menorca, descubrieron en el camino una gran carraca de venecianos, y la tomaron, no con otro mejor derecho, sino porque se puso en defensa. Llevada á Cartagena, para que del todo este agravio no tuviese excusa ni descargo, el codicioso y hambriento Rey le tomó muchas y muy ricas mercadurías de que venia cargada. El resto de la armada fué sobre Guardamar, y ganó la villa y castillo por combate. Desampararon los aragoneses á Alicante por no se sentir con las fuerzas y municiones que eran menester para poder defender aquella plaza. Iban en esta flota con el Rey el almirante don Gil Bocanegra, el maestre de Calatrava y Diego Gonzalez, hijo del maestre de Alcántara don Gonzalo Martinez, y otros muchos grandes y señores de todo el reino. Don Gutierre de Toledo, prior de San Juan, quedó para con buen número de caballeros y soldados guardar estos pueblos que se ganaron; con lo demás de la armada se fué el Rey á Tortosa; salió el Cardenal legado de aquella ciudad, y se vió con él en su galera á la boca del rio Ebro. Dióle un tiento para el negocio de la paz, que fué tan sin fruto como las veces pasadas. De allí se fué la vuelta de Barcelona, surgió en aquella playa en 19 dias del mes de mayo. Halló en ella doce galeras de Aragon, acometió por dos veces á tomallas, no lo pudo hacer ni dañallas mucho por estar muy llegadas á la tierra, con que los ciudadanos con grande gallardía las defendieron. Burlado pues de su intento, partió con la flota para las islas que por allí caen, aportó á la de Ibiza; un lugar que tiene del nismo nombre, aunque fué reciamente combatido con tiros y máquinas de guerra, por estar en un sitio muy fuerte, no pudo ser tomado. En el entre tanto el rey de Aragon juntó con mucha presteza una armada de cuarenta galeras de los puertos mas cercanos á Barcelona, pasó con ella á Mallorca con deliberacion de pelear con la armada de Castilla. En esta isla se quedó el dicho Rey por grandes importunaciones de sus caballeros, que le suplicaron no quisiese arriscar su persona y con ella el bien y salud del reino ni ponello todo al riesgo y trance de una batalla. Movido con sus ruegos, envió á Bernardo de Cabrera, su almirante, y al vizconde de Cardona con órden que peleasen con la flota del enemigo, que con estas nuevas, levantado de sobre Ibiza, era ido á Calpe con la misma resolucion de pelear. La armada de Aragon se entró en la boca del rio que desagua en el mar junto á Denia; pienso es el rio Júcar, que corre por aquella comarca. Ambas flotas daban muestra de tener gran deseo de la batalla; el recelo era no menor; así quedó por todos el venir á las manos. Con esto se fué en humo todo aquel ruido y asonadas de guerra tan bravas. El Aragonés se recogió á Barcelona en 29 dias de agosto. El rey de Castilla dende Cartagena envió su armada á Sevilla, y él se partió por tierra á Tordesillas por ver á doña María de Padilla, que en aquella villa le parió un hijo, por nombre don Alonso. El contento que el Rey tuvo por su nacimiento, muy grande, le duró muy poco, y se le volvió en pesar con su temprana muerte. A don Garci Alvarez de Toledo, que ya era maestre de Santiago despues de la muerte de

rey de Aragon; entre los demás fueron Diego Perez Sarmiento, adelantado mayor de Castilla, y Pedro de Velasco, no menos noble y rico que el Adelantado. Andaban las pláticas de la paz, pero ni en Tudela ni en Saduna, donde poco despues se volvieron á juntar los comisarios para tratar de las paces, no se concluyó ni hizo nada. Los aragoneses con los buenos sucesos se hallaban mas animados; el rey de Castilla con las pérdidas y desastres aun no perdia del todo su primera fiereza, no obstante que por faltarle tantos amparos y amigos, andaba dudoso sin saber á qué parte se arrimar. Vacilaba entre los pensamientos de paz y de la guerra, no sabia de quién fiarse; así cada dia mudaba los capitanes y otros oficiales. En este miserable estado se hallaba este Rey, bien merecido por su sangrienta y terrible condicion.

CAPITULO IV.

De la muerte de la reina doña Blanca,

don Fadrique, le encargó el Rey la crianza deste niño y le hizo su ayo. En las faldas del monte Cauno, que hoy se llaman las sierras de Moncayo, se extienden los campos de Araviana, bien nombrados y famosos en España por la lastimosa muerte que en tiempos antiguos sucedió en ellos de los siete nobilísimos hermanos, llamados los infantes de Lara. En estos campos don Enrique y su hermano don Tello, con setecientos aragoneses de á caballo que llevaban, se encontraron con los capitanes de la frontera de Castilla. Venidos á las manos, pelearon muy esforzadamente; fueron los de Castilla vencidos y desbaratados; quedaron tendidos en el campo al pié de trecientos hombres de armas, y muertos y presos muchos y muy nobles caballeros. Entre los otros fué muerto su capitan Juan Fernandez de Hinestrosa, y don Fernando de Castro se escapó á uña de caballo; dióse esta batalla en el mes de setiembre. El pesar y enojo que el rey de Castilla recibió por este desman fué tal, que como fuera de sí y furioso por vengar su ira y hartar su corazon, mandó matar á dos hermanos suyos que tenia presos en Carmona, á don Juan, que era de diez y ocho años, y á don Pedro, que no tenia mas de catorce, sin que le moviese á piedad la buena memoria de su padre el rey don Alonso, ni á misericordia la inocencia y tierna edad de dos inculpables hermanos suyos; ningun afecto blando podia mellar aquel acerado pecho. Asombró esta crueldad á todo el reino; hízose el Rey mas aborrecible que antes; refrescóse la memoria de tantas muertes de grandes y señores principales como sin utilidad ninguna pública, ni particular injuria suya, ejecutó en pocos años un solo hombre, ó por mejor decir, una carnicera, cruel y fiera bestia, tan bárbara y desatinada, que no tuvo miedo de en un solo hecho quebrantar todas las leyes de humanidad, piedad, religion y naturaleza. Temblaban de miedo muchos ilustres varones, nadie se tenia por seguro, no habia conciencia tan sin mancha ni reprehension que no te-miese cualque castigo de lo que ni por pensamiento le pasaba. Visto pues el grande peligro en que tenian sus vidas en Castilla, muchos prudentes y nobles caballeros se determinaron de asegurarlas en el reino de Aragon, escarmentados en tanto número de cabezas de hombres señalados. No faltó en estos dias otra ocasion en que el Rey mostrase la dureza de su injusto pecho. Tuvo aviso que doce galeras venecianas habian de pasar forzosamente el estrecho de Gibraltar. Envió veinte galeras para que las aguardasen y prendiesen en el Estrecho. Quiso su suerte que al tiempo que pasaban se levantase una recía tempestad; no fueron vistas de las galeras de Castilla, y así se libraron del peligro y daño que les tenia aparejado. Parecia que deseaba tener nueva ocasion de hacer guerra á los venecianos, no con mas justa causa de que queria con otra nueva maldad irritar aquella señoría, á quien poco antes tenia agraviada con la toma de la carraca de sus mercaderes. Grande porfía y trabajo puso el Cardenal legado para que se volviese á tratar de paz, como se hizo en el principio del año de 1360. Enviáronse de ambas partes sus embajadores con poderes cumplidos para poderla efectuar con cualesquier capitulaciones. Estuvieron cerca de concordarse. Blandeaba el de Castilla á causa que en la batalla de Araviana faltaron muchos caballeros castellanos, otros cada dia se pasaban al

De tal manera andaban los tratos de la paz, que en el ínterin no se alzaba la mano de la guerra; antes hacian nuevas compañías de soldados, buscaban dineros, pedian socorros extranjeros, y en todo lo al seponia gran diligencia, especialmente de parte del rey de Aragon, que el de Castilla principalmente cuidaba y se ocupaba envengarse y hacer castigos en sus nobles. Con este pensamiento partió de Sevilla para Leon por prender á Pero Nuñez de Guzman, adelantado mayor de Leon. No salió con su intento á causa que el Adelantado fué avisado por un escudero suyo de la venida del Rey y se huyó á Portugal. Despues desto, un dia que Per Alvarez Osorio comia en Leon con don Diego García de Padilla, maestre de Calatrava, de quien era convidado, por órden del Rey le mataron allí en la mesa dos ballesteros .de maza suyos, sin que el Maestre supiese cosa alguna deste hecho. Pasó de Leon á Búrgos; allí con semejante crueldad hizo matar al arcediano Diego Arias Maldonado, sin tener respeto á su dignidad y sagrados órdenes; causáronle la muerte unas cartas que recibió del conde don Enrique. A otros muchos á quien él queria matar dió la vida la repentina entrada que los aragoneses hicieron en Castilla. Debajo la conducta de los hermanos don Enrique y don Tello y del conde de Osona entraron con gran furia por la Rioja, y ganarou la villa de Haro y la ciudad de Najara, donde dieron la inuerte á muchos judíos por hacer pesar al Rey que los favorecia mucho por amor de Simuel Levi, su tesorere mayor. Hizose otrosi gran matanza en los pueblos comarcanos y gran estrago en los campos y heredades; con este ímpetu llegaron los pendones de Aragon hasta el lugar de Pancorvo. La ciudad de Tarazona volvió en estos dias á poder de los aragoneses por entrega que hizo della el alcaide y capitan á quien el rey de Castilla la tenia encomendada, que se llamaba Gonzalo Gonzalez de Lucio; pienso que la entregó por algun miedo que tuvo de su Rey ó con esperanza de mejorar su hacienda. El rey de Castilla, juntado su ejérci to, fué en busca de sus enemigos, que tenian sus estancias en Najara; asentó sus reales junto á Azofra, pueblo pequeño y de poca cuenta. En este lugar un clérigo de misa y de buena vida, así fué fama, vino de la ciudad de Santo Domingo de la Calzada, y dijo al Rey que corria graude peligro que su hermano don Enrique le

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