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don Luis, hermano del rey de Navarra, acompañado de gente muy escogida y lucida, y don Gil Fernandez de Carvallo, maestre de Santiago en Portugal, con trecientos caballos y otros señores de Francia. El rey de Aragon envió á rogar al rey Moro de Granada que diese guerra en el Andalucía; no lo quiso hacer el Moro por guardar fielmente la amistad que tenia puesta con el rey don Pedro y mostrarse agradecido de la buena obra que dél acababa de recebir. Solicitó eso mismo el Aragonés los moros de Africa á que pasasen en su ayuda, sin tener ningun cuidado de su honra y fama; excusábase con que el rey de Castilla tenia en su ejército á Farax Reduan, capitan de seiscientos jinetes, que por mandado de Maliomad Lago, rey de Granada, le servian. Esperaban cada dia en Aragon á don Enrique que venia en su socorro acompañado de tres mil lanzas francesas. Sin embargo, las fuerzas del rey de Aragon no se igualaban en gran parte con las de Castilla; así se le rindieron Tarazona y Teruel, y por otra parte Segorve y Ejerica y gran número de villas y castillos de menor cuenta. No tenian fuerzas que bastasen á resistir la fuerza y poder de los castellanos, que entraron victoriosos y llegaron con sus banderas á lo mas interior del reino. Cercaron á Monviedro y le forzaron á que se diese á partido. En 20 de julio llegaron á dar vista á Valencia y se pusieron sobre ella. Causó esto gran miedo á todo Aragon, y se tuvieron de todo punto por perdidos. Estaba á este tiempo muy falto de gente el ejército de Castilla por las muchas guarniciones y presidios que dejaron en tantos pueblos como á la sazon se conquistaron; dió la vida al rey de Aragon don Enrique, que en esta coyuntura llegó á España, y con su venida se reforzó tanto el ejército, que pudo hacer rostro á su enemigo. Mas él, por no aventurar todas sus victorias y lo que tenía ganado en el trance de una batalla, levantó su real de sobre Valencia y retiróse á Monviedro, como plaza fuerte, para desde allí proseguir la guerra. El Aragonés, visto que no podia forzar al enemigo á que diese la batalla, tornóse á Burriana, que es un lugar fuerte que está cerca de allí en los edetanos. Dos mil jinetes que envió el rey de Castilla en su seguimiento para que le estorbasen el camino no hicieron cosa de momento. Mientras esto pasaba en España, el rey de Francia Juan en Londres dos meses antes desto falleció, donde era ido á rescatar los rehenes que allá dejó cuando le soltaron de la prision. Trajeron su cuerpo á la ciudad de Paris, que llevaron en hombros los oidores del parlamento para le enterrar en el monasterio de San Dionisio. Su hijo Cárlos, quinto deste nombre, conforme á las costumbres y uso antiguo de Francia, fué ungido y recebido por rey en la ciudad de Rems. El nuevo rey Carlos queria mal al de Navarra, teníale guardado el enojo por los desabrimientos que de antes entre ellos pasaron. Para vengarse, luego que tomó la posesion del reino, despachó con él un famoso y valiente capitan suyo, natural de la Menor Bretaña, llamado Beltran Claquin, que despues hizo cosas muy señaladas en las guerras de Castilla. Este caudillo en las tierras que el rey de Navarra tenia en Francia hizo cruel guerra, y con un ardid de que usó le tomó en Normandía la villa de Mante, y otros capitanes ganaron la villa y castillo de Meulan y á Longavilla, y el mismo Beltran venció y desbarató en una batalla á don Filipe, her

mano del rey de Navarra, que murió por estos días. Por su muerte el Navarro se inclinó á tratar de hacer paces entre los reyes de España; demás que le pesaba del peligro y malos sucesos del rey de Aragon, que en fin era su pariente y fueron antes amigos y aliados. Por el contrario, le era odiosa la prosperidad del rey de Castilla, y sus hechos y modos de proceder eran muy cansados y desagradables. De consentimiento pues de los reyes don Luis, hermano del rey de Navarra, juntamente con el abad de Fiscan, que era nuncio apostólico, fueron á hablar al rey de Castilla, con quien hallaron al conde de Denia y Bernardo de Cabrera, que eran venidos con embajada del rey de Aragon para echar á un cabo y concluir sus diferencias. Con la intercesion destos señores parece que el fiero corazon del Rey comenzó á ablandarse, especialmente con el trato que movieron de dos casamientos, el uno del rey de Castilla con doña Juana, hija del rey de Aragon, el otro del infante don Juan, duque de Girona, con doña Beatriz, hija mayor del rey don Pedro. Esto pasaba en lo público; de secreto se procuraba la destruicion de don Enrique, conde de Trastamara, y del infante don Fernando de Aragon, como de los principales autores de las discordias de los dos reinos. El rey de Castilla pretendia esto muy ahincadamente, el de Aragon todavía extrañaba este trato; parecíale hecho atroz y feísimo matar á estos caballeros sin nueva culpa ni ocasion, que estaban debajo de su seguro y palabra. No queria comprar la paz con el precio de la sangre de aquellos que dél hacian confianza. Todavía, ora fuese por esta causa de complacer al de Castilla, ora por otra, el infante don Fernando por mandado del Rey, su hermano, fué muerto en esta sazon en Castellon, un pueblo que está cerca de Burriana. Los antiguos odios estaban ya maduros, demás que trataba entonces de pasarse en Francia con una buena compañía de soldados castellanos que seguian su bando y amistad. Huíase su mujer á Portugal; fué detenida primero y presa en el camino, despues enviada al Rey, su padre. Con la muerte del infante don Fernando quedó el conde don Enrique libre y desembarazado de un grandísimo émulo y competidor para la pretension del reino de Castilla. Poco faltó que no se le añublase aquel contento; otro dia despues de la muerte de don Fernando, sin saberlo él, corrió gran riesgo su vida. Los reyes de Aragon y Navarra tenian concertado que juntamente con don Enrique se viesen en el castillo de Uncastel, que era de Aragon, en la raya de Navarra, y que allí le matasen. Recelóse el Conde, puesto que no sabia nada destos tratos, de entrar en aquella fortaleza; para aseguralle la pusieron en poder de Juan Ramirez Arellano, que para esto nombraron por alcaide de aquella fortaleza, y era natural de Navarra. Quién dice que esta habla de los reyes fué en Sos á la raya de Navarra. Hizo confianza don Enrique de aquel caballero, que debia ser buen cristiano, y entró debajo de su seguro ; no le valió este recato menos que la vida, á causa que los reyes nunca pudieron acabar con el alcaide que permitiese se le hiciese ningun daño. Decia que el conde don Enrique era su amigo, y fió su vida de la palabra y seguridad que le dió; que por cosa de las del mundo él no mancharia su linaje con infamia de semejante traicion, ni consentiria alevosamente la muerte de un tan gran príncipe. Cosa verdaderamente de mila

gro, que en un tiempo en que los corazones de los hombres se mostraban con tantas muertes encruelecidos y fieros hobiese quien hiciese diferencia entre lealtad y traicion; grandísima maravilla, que un hombre extranjero tuviese tan grande constancia que se opusiese á la voluntad y determinacion de dos reyes, y mas que era camarero del Aragonés. La verdad es que Dios, á quien los hombres no pueden engañar ni impedir sus decretos, tenia ya determinado de dar al Conde el reino de su hermano, y quitarle al que con tantas crueldades le tenia desmerecido. Por este tiempo, en el mes de agosto, en Catania de Sicilia dió fin á sus dias la reina de Sicilia doña Costanza. Dejó una hija, llamada doña María, heredera que fué adelante del reino de su padre, y por ella su marido don Martin, hijo de otro don Martin, duque de Moinblanc, y últimamente rey de Aragon.

CAPITULO VII.

Que don Enrique fué alzado por rey de Castilla.

Resfriado el calor con que se trataban las paces y perdida gran parte de la esperanza que de concluillas se tenia, el rey de Aragon se fué á Cataluña á procurar nuevos socorros para defenderse, el rey de Castilla á Sevilla con tanta codicia de renovar la guerra, que en el fin del año entró por Murcia en el reino de Valencia, y unas por combate, y otras á partido, ganó las villas de Alicante, Muela, Callosa, Denia, Gandía y Oliva. Pasó tan adelante, que en el mes de diciembre puso cerco á la ciudad de Valencia, cabecera de aquel reino. Es to causó en toda la provincia un miedo grandísimo, en especial al Rey, á quien tenia esta guerra puesto en gran cuidado, que á la sazon tuvo las pascuas de Navidad en la ciudad de Lérida. Poco despues se vió con el de Navarra en la fortaleza de Sos en 23 días del mes de febrero, año de nuestra salvacion de 1364. Hallóse presente el conde don Enrique, reconciliado con los reyes, ó lo que yo tengo por mas cierto, porque no sabia el peligro en que estuvo en las vistas pasadas. Hízose liga entre ellos y amistades no mas duraderas que otras veces; presto se desavernán y serán enemigos. Pensaban si venciesen repartirse entre sí á Castilla, como presa y despojo de la victoria. Don Enrique tenia concebida esperanza de apoderarse de las riquezas y reino de su hermano, y el haberse escapado de tantos peligros le parecia á él que era dello cierto presagio y prenda, como si hobiera ganado una grandísima victoria. Finalmente, su juego se entablaba bien y mejor que el de sus contrarios. En el repartimiento de Castilla daban al rey de Navarra á Vizcaya y á Castilla la Vieja; el reino de Murcia y de Toledo tomaba para sí el rey de Aragon, que es cosa muy fácil ser liberal de hacienda ajena. Solo á Bernardo de Cabrera no contentaban estos pretensos; parecíale que con ellos no se granjearia mas de irritar y echarse á cuestas las fuerzas y armas de Castilla, mas poderosas que las de Aragon, como los sucesos de las guerras pasadas bastantemente lo mostraban. Tratóse entre estos príncipes de matar al dicho Bernardo de Cabrera, plática que no estuvo tan secreta que primero que lo pudiesen efectuar no viniese á su noticia, y de Almudevar, donde esto se ordenaba, se huyese á Navarra. Siguiéronle por mandado de don Enrique algunos capitanes de á caballo de los suyos, alcanzároule

en Carcastillo, y preso le tuvieron en buena guarda hasta que despues en ciertos conciertos fué entregado al rey de Aragon, que estaba muy ansiado por el cerco de la ciudad de Valencia sin saber en lo que pararia. Con este cuidado juntó todo su ejército para irla á descercar con ánimo de dar la batalla al enemigo. Partió de Burriana con su campo, y llegado á vista de los enemigos, les presentó la batalla. Excusóla el rey de Castilla; no se sabe por qué no se atrevió á venir á las manos con los aragoneses. Ellos, visto que los castellanos se estaban quedos dentro de sus reales, con grande honra suya y afrenta de los enemigos en 28 de abril se entraron como victoriosos en la ciudad de Valencia. La armada de Castilla, que era muy poderosa, de veinte y cuatro galeras y de cuarenta y seis navíos, dado que hobo un tiento á los pueblos de aquella costa, aportó á Monviedro. Allí se supo de las espías que el vizconde de Cardona tenia en el rio de Cullera diez y siete galeras aragonesas. El rey de Castilla tenia gran deseo de tomarlas, y parecíale que le seria cosa fácil por estar en parte que no se le podrian escapar; sacó su armada, y con gran presteza cercó la boca del rio. Cargó repentinamente el tiempo y sobrevino una furiosa tempestad que le forzó volverse á su puerto, por no ponerse á riesgo de correr fortuna ó de dar al través en aquella ribera. Vióse el Rey este dia en grandísimo peligro de perderse; así, luego que saltó en tierra, fué en romería á la casa de nuestra Señora Santa María del Puch á dar gracias á nuestro Señor de haberle librado de las ondas del mar y de las manos de sus enemigos, que de la ribera esperaban por momentos cuando alguna grupada se le entregaria. Dícese que hizo esta romería á pié, descalzo, en camisa y con una soga á la garganta; que de su natural no era tan sin piedad ni tan indevoto, si no hiciera las cosas tan sin órden y sin justicia. Con esto se volvieron los reyes, el de Aragon á Barcelona, y á Murcia el de Castilla, y de allí á Sevilla, en lo mas recio de las calores del estío, en el tiempo que en 26 de julio en la ciudad de Zaragoza fué justiciado públicamente Bernardo Cabrera por sentencia que dió contra él el mismo rey de Aragon, y la ejecutó su hijo el infante don Juan. Confiscaron las villas de Cabrera y Osona y otros muchos pueblos de su señorío; fiad en servicios y en privanza. Caso es este que, si atentamente se considera, se echará de ver que el rey de Aragon cometió un delito feo y atroz, muy semejante á parricidio, en hacer matar el discípulo á su ayo, de quien fuera santísimamente doctrinado, mayormente que era inocente y á todo el mundo eran manifiestos los grandes servicios que tenia bechos á la casa real de Aragon. Causóle la muerte la incorrupta libertad con que decia su parecer. Es así, que los príncipes huelgan con la disimulacion y lisonja; demás que los reyes cometen muchas veces grandes yerros, que á veces redundan en odio de sus privados; esto fué lo que acarreó la muerte á este excelente varon sin tener otra mayor culpa. Conspiraron contra él para liegarle á este trance la Reina, el rey de Navarra, don Enrique y el conde de Ribagorza. Despues desto se volvió con nueva cólera á echar mano á las armas. El rey de Castilla tomó á Ayora en el reino de Valencia. Don Gutierre de Toledo, que por muerte de don Suero era maestre de Calatrava, iba por mandado de su Rey á bastecer á Monviedro; aco

metiéronle en el camino golpe de aragoneses, y en un bravorencuentro que tuvieron le desbarataron y fué muerto en la pelea con otros muchos de los suyos. Por su muerte dieron el maestrazgo á don Martin Lopez de Córdoba, repostero mayor del Rey. Esta pérdida renovó y dobló la afrenta al rey de Castilla, que á la sazon molestaba mucho las comarcas de Alicante y Orihuela, y tenia harta esperanza de ganar esta ciudad. El Aragonés zon toda su hueste, confiado y cierto que cada dia se reforzaria su ejército con gentes que le acudirian del reino, llegó á poner su campo á vista del enemigo; y como tambien allí representase la batalla al rey de Castilla, y él por no fiarse de los suyos la rehusase, socorrió á Orihuela con gente y bastimentos; con que se volvió á Aragón. Esto pasaba en el fin deste año. En el principio del siguiente de 1365 de nuestra salvacion el rey de Aragon cercó á Monviedro y le apretó de suerte, que forzó á los castellanos á que se le entregasen á partido. Por el contrario, el rey de Castilla con un largo cerco ganó tambien la ciudad de Orihuela. En 7 dias del mes de junio deste mismo año murió en Orihuela, la cual el rey don Pedro tenia cercada, Alonso de Guzman despues que hizo grandes servicios á don Enrique, cuya parcialidad seguia; murió en la flor de su mocedad; era hombre de grande valor, de agudo ingenio, de maduro y alto consejo. Sucedióle en el señorío de Sanlúcar y en lo demás de su estado Juan de Guzman, su hermano. Don Gomez de Porras, prior de San Juan, sea con miedo que tuvo del rey don Pedro por rendir, como rindió, á Monviedro, sea por hacer amistad á don Enrique, se pasó á la parte de Aragon con seiscientos caballos que en aquella ciudad tenia de guarnicion. Deste principio, aunque pequeño, se comenzaron á enflaquecer, ó por mejor decir, ir muy de caida las fuerzas del rey de Castilla; que así muchas veces acontece que de pequeñas ocasiones, en la guerra mayormente, sucedan desmanes muy grandes. Allegóse tambien á esto, que como quier que á la sazon hobiese paces entre Francia é Inglaterra, vinieron muchos soldados de Francia en ayuda de Aragon, que, como vivian de lo que ganaban en la guerra, les era forzoso, hecha la paz, sustentarse de las haciendas que robaban á los miserables pueblos. Estos mismos ladrones que andaban por Francia vagabundos y desmandados tuvieron cercado al mismo papa Urbano y le forzaron á comprar con mucha suma de dineros su libertad y la de su sacro palacio. La voz era que les daba trecientos mil florines por modo de salario y debajo de nombre de sueldo; capa con que cubrieron la afrenta del Papa y aquel sacrilegio. Habíales dado el rey de Francia otra tanta cantidad por echar de su tierra una tan cruel pestilencia como esta. El sumo Pontífice, librado deste peligro, pensó pasar su silla á Italia, dado que por entonces aquel propósito no duró mucho. Sentia el castigo de Dios, y temíale mayor de cada dia por haber sus antecesores desamparado su sagrada casa. Muerto pues el cardenal don Gil de Albornoz, quiso visitar, y así lo hizo, el patrimonio de la Iglesia que le dejó ganado, y poner en paz y justicia á sus súbditos. Vino pues, como deciamos, á España desta gente de Francia una grande avenida de soldados alemanes, ingleses, bretones y navarros y de otras naciones por codicia de la ganancia y robo. Llamólos el conde don Enrique, á quien que

rian bien desde el tiempo que estuvo en las guerras de Francia. Señalábanse entre ellos muchos caballeros y señores de cuenta, muy valientes soldados y valerosos capitanes. Los mas principales eran Beltran Claquin, breton, y Hugo Carbolayo, inglés. La cabeza y caudillo desta gente Juan de Borbon, que queria venir á vengar la muerte de su hermana doña Blanca, no se sabe por qué causa se quedó en Francia; cierto es que no vino á España. Toda esta gente entre los de á caballo y de á pié llegaban como á doce mil hombres de guerra. Frosarte, historiador francés de aquella era, dice que venian en aquel ejército treinta mil soldados. El 1. dia de enero del año 1366 llegaron á Barcelona las primeras banderas deste campo; las demás desde á pocos dias. El rey de Aragon hizo á todos muy buena acogida, y convidó á un gran banquete á los mas principales capitanes. Dióles de contado una gran cantidad de florines, y prometióles otra paga mucho mayor para adelante. A Beltran Claquin dió el estado de Borgia con título de conde, porque con mayor gana le sirviese en esta guerra. Estos apercebimientos tan grandes despertaron al rey de Castilla que estaba en Sevilla, aunque no era de suyo nada lerdo ni descuidado. Partióse á Búrgos, y en Cortes que allí tuvo pidió al reino ayuda para esta guerra; todo era sin provecho lo que intentaba por tener enojado á Dios y las voluntades de los hombres no le eran favorables. Monsieur de Labrit era venido de Francia en su ayuda; aconsejábale que procurase con mucho dinero hacer que los extranjeros se pasasen á él y desamparasen á su hermano don Enrique. Ofrecia su industria para acabarlo con ellos, porque conocía su condicion, que no era mal aparejada para cosas semejantes; además que tenia entre ellos muchos parientes y amigos que le ayudarian en esto. Ciega Dios los ojos del alma á aquellos á quien es servido de castigar, no aciertan en cosa; así estuvieron cerradas las orejas del rey don Pedro, que no oyeron un consejo tan saludable; como era hombre tan fiero, no hacia caso del peligro que le corria. Entre tanto en la ciudad de Zaragoza, do estaban los soldados extranjeros, se vieron el rey de Aragon y el conde don Enrique. En estas vistas en 5 del mes de marzo confirmaron de nuevo la alianza que primero tenian hecha, y se declaró la parte del reino de Castilla que habia de dar al de Aragon don Enrique, caso que se apoderase de aquel reino. Para mayor amistad y firmeza de lo capitulado se concertó que la infanta dona Leonor, hija del rey de Aragon, casase con don Juan, hijo del conde don Enrique. Acabadas las vistas, el Rey se quedó en Zaragoza para esperar el fin que tendrian cosas tan grandes; el conde don Enrique, ya que tuvo junto todo el ejército, entró poderosamente en el reino de Castilla por Alfaro. Estaba allí por capitan Inigo Lopez de Horozco; no se quisieron detener en combatir esta villa, que era fuerte, por no gastar en ello el tiempo que les era menester para cosas mayores. Sabian muy bien que en las guerras civiles ninguna cosa tanto aprovecha como la presteza; toda tardanza es muy dañosa y empece. Dejado Alfaro, marchó el ejército con buena órden derecho á Calahorra, ciudad que baña el rio Ebro, y es de las mas principales de aquella comarca. Luego que llegó el conde don Enrique, le abrieron las puertas don Fernando, obispo de aquella ciudad, y Fernan Sauchez de Tovar, que a

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tenia por el rey de Castilla. Entró el Conde en ella lúnes 16 dias del mes de marzo; no se sabe si la entregaron por no estar tan bien fortificada y bastecida que se pudiese poner en defensa, ó porque los ciudadanos estuviesen mal con el rey don Pedro. Aquí en Calahorra se hizo consejo para determinar cómo se procederia en esta guerra. Los pareceres eran diferentes y contrarios; unos decian que era bien ir luego á Búrgos como á cabeza de Castilla, otros fueron de parecer que el conde don Enrique tomase título de rey para que, perdida del todo la esperanza de reconciliarse con su hermano, con mayor ánimo y constancia se hiciese la guerra y para meter á todos en la culpa y empeñallos. Beltran Claquin, como quier que era varon de grande pecho y ánimo y por la grande experiencia que tenia en las cosas de la guerra el hombre de mas autoridad que venia en el ejército, dicen que habló desta manera: «Cualquiera que hobiere de dar parecer y consejo en cosas de grande importancia está obligado á considerar dos cosas principales: la una, cuál sea lo mas útil y cumplidero al bien comun; la otra, si hay fuerzas bastantes para conseguir el fin que se pretende. Como es cosa inhumana y perjudicial anteponer sus intereses particulares al bien público y pro comun, así intentar aquello con que no podemos salir, y á lo que no allegan nuestras fuerzas, no es otra cosa sino una temeridad y locura. Ninguna cosa, Señor, te falta para que no puedas alcanzar el reino de Castilla; todo está bien pertrechado; por tanto, mi voto y parecer es que lo pretendas, ca será utilísimo á todos, á tí muy honroso, y á nos de grandísima gloria, si con nuestras fuerzas y debajo de tu pendon, y siguiéndote como á cabeza y capitan, echáremos del mundo un tirano y un terrible monstruo que en figura humana está en la tierra para consumir y acabar las vidas de los hombres. Restituirás á tu patria y al nobilísimo reino de tu padre la libertad que con su muerte perdió, y darásle lugar á que respire de tan innumerables trabajos y cuitas como desde entonces hasta el dia de hoy han padecido. ¿Por ventura no ves como las casas, campos y pueblos están cubiertos de la miserable sangre de la nobleza y gente de Castilla? ¿No miras tus parientes y hermanos cruelmente muertos, que ni aun á las mujeres ni niños no se ha perdonado? No tienes lástima de tu patria? No sientes sus males y te compadeces y avergüenzas de su miserable estado, tantos destierros, confiscaciones de bienes, perdimientos de estados, robos, muertes? Tan grandes avenidas y tempestades de trabajos, ¿quién, aunque tuviese el corazon de acero, las podria mirar con ojos que no se deshiciesen en lágrimas? No lo has de haber con aquelos antiguos y buenos reyes de Castilla los Fernandos y Alonsos, aquellos que, confiados mas en el amor que les tenian sus vasallos que en las armas, alcanzaron de los moros tan señaladas y gloriosas victorias. Ofrécesete un enemigo, que en ser aborrecido puede competir con el tirano que mas malquisto haya sido en el mundo, desamado de los extraños, insufrible y molestísimo á los suyos; una carga tan pesada, que cuando no hobiera quien la derribara, ella misma se viniera por sí al suelo. Falte y desguarnecido de gente, y si tiene algunos soldados, estarán como su príncipe corrompidos y estragados con los vicios, y que vendrán á la batalla ciegos, flacos y rendidos. Tú tienes un vale

roso ejército en que se halla toda la flor de Francia, Inglaterra, Alemania y Aragon y lo mejor del propio reino de Castilla, todos soldados viejos muy ejercitados y que se han hallado en grandes jornadas. Tienes muchos reyes amigos, y sobre todo tu ventura y felicidad y grande benevolencia con que de todo este ejército eres amado. Deséate toda Castilla, los buenos del reino te esperan, y te quieren favorecer y servir; no habrá ninguno que, sabido que te han alzado por rey, no se venga á nuestros reales. A otros pudiera en algun tiempo ser provechoso el nombre de rey, mas á tí en este trance es nccesario del todo para sustentar la autoridad que es mo→ nester para que te respeten y para descubrir las aficiones y voluntades de los hombres. Si, como yo lo espero, el cielo nos ayuda, á tí se te apareja una gloria grande, nos quedarémos contentos con la parte de la merced y honra que nos quisieres hacer. Si sucediere al revés, lo que de pensarlo tiemblo, no puede avenirte peor de lo que de presente padeces. Todos corremos el mismo riesgo que tú; por tanto, nuestro consejo se debe tener por mas fiel y seguro, pues es igual para todos el peligro. No ha lugar ni conviene entretenerse cuando la tardanza es peor que el arrojarse. Ea pues, ten buen ánimo, ensancha y engrandece el corazon y toma á la hora aquel nombre, para el cual te tiene Dios guardado de tantos peligros. Ayúdate con presteza, y haz de tu enemigo lo que él pretende hacer de tí; acábale desta vez, 6 si fuere menester, muere valerosamente en la demanda, que la fortuna favorece y teme á los fuertes y esforzados, derriba á los pusilánimes y cobardes.» Despues que Beltran acabó su plática, todos los demás caudillos del ejército rodearon á don Enrique y le animaron á que se llamase rey; trujéronle á la memoria pronósticos en esta razon, aseguráronle que Dios y los hombres le favorecian. Con esto despliegan los pendones, y con mucho regocijo por las calles públicas de la ciudad dicen á voces: «Castilla, Castilla por el rey don Enrique.» El nuevo Rey, segun el estado y méritos de cada uno, hizo muchas mercedes; á unos dió ciudades, yá otros villas, castillos, lugares, oficios y gobiernos. Holgaba de parecer liberal, y era fácil serlo de hacienda ajena. Cada uno pensaba que cuanto pidiese tanto se ballaria, que todo le seria concedido. A Beltran Claquin dió á Trastamara, y á Hugo Carbolayo á Carrion, al uno y al otro con título de condes. A los hermanos del nuevo Rey, á don Tello restituyó el estado de Vizcaya, á don Sancho dió el de Alburquerque, el maestrazgo de Santiago se dió á don Gonzalo Mejía, y á don Pedro Muñiz, que tambien él era muy querido de don Enrique, dieron el maestrazgo de Calatrava; á don Alonso de Aragon, conde de Denia y Ribagorza, que era tio hermano del padre del rey de Aragon, le hizo merced de Villena con título de marqués y con todo el señorío que fué de don Juan Manuel; á otros dió villas y castiIlos, con que los contentó de presente y los heredó en el reino para adelante.

CAPITULO VIII.

Que el rey don Pedró fué echado de España.

Con los dos reyes que se intitulaban de Castilla el reino andaba alborotado. El rey don Pedro, por su mucha crueldad, tenia poca parte en las voluntades de sus

pueblos, todos deseosos de poderse rebelar y vengar la sangre de sus parientes. Ninguna cosa los tenia sino el miedo que, si les fuese contraria la fortuna, serian sin misericordia castigados. Los dos reyes con grande porfía y ahinco comenzaron la contienda sobre el reino. Cada cual tenia por sí grandes ayudas y valedores. De parte de don Enrique estaba el ejército extranjero, el odio de su competidor, y el ser los hombres naturalmente aficionados á cosas nuevas. A don Pedro ayuda- | ba que casi antes fué rey que hobiese nacido, que era hijo de rey y descendia de otros muchos reyes, y que él solo quedaba por heredero legítimo de todos ellos. Eu ambos el nombre y majestad real era respetado y venerable. Punzaba á don Pedro la ofensa que se le hacia; á don Enrique le encendia en cólera y animaba á la venganza la sangre que de su madre y hermanos, amigos y parientes derramaron, y los grandes trabajos que el reino padecia. Finalmente, mayor cuidado tenia de sustentar el nuevo nombre de rey que su propia vida. Con esta resolucion don Enrique y los suyos se determi❘ naron ir luego á Búrgos; en el camino pasaron cerca de Logroño, mas no quisieron llegar á él porque entendieron que los ciudadanos no harian nada de su voluntad, y que si les cercaban seria cosa muy larga; Navarrete y Briviesca se les dieron luego. Mientras esto así pasaba, don Pedro se hallaba en Búrgos con pocos amigos, ca muchos dellos él mismo los hizo matar; suspenso y dudoso de lo que haría, no se atrevia á fiarse de nadie ni tomar resolucion si se iria, si esperaria á su enemigo. Resolvióse finalmente en ir con grande presteza á Sevilla, porque tenia en aquella ciudad sus hijos y tesoros, y temia perderlo todo. No se atrevió á arriscarse por saber cuán pocos eran los que le querian bien. Los de Burgos todavía le ofrecieron su ayuda; él se lo agradeció, y dijo que entonces no se queria valer de su buen ofrecimiento y lealtad, antes les alzó el homenaje que le tenian hecho para que, si se viesen en aprieto, pudiesen entregarse á don Enrique sin incurrir infamia ni caso de traicion. Cególe Dios para que no acetase el favor que le hacian, mayormente que como toda su perdicion le viniese por su crueldad, acrecentó de nuevo el odio que le tenian, con que al tiempo que se queria partir hizo matar á Juan Fernandez de Tovar no por otra culpa sino porque su hermano acogió en Calahorra á don Enrique. Esto hecho, se partió de Búrgos en 28 dias del mes de marzo. Dende el camino mandó á los capitanes y alcaides de las villas y castillos que tomara en Aragon les pegasen fuego, y desamparados, sacasen luego las guarniciones, y que lo mas presto que pudiesen se fuesen para él á Toledo. Desta suerte en un instante perdió lo que con grau costa y trabajo en muchos años tenia ganado. Uno destos pueblos fué la ciudad de Calatayud; la libertad que cobró en el postrero de marzo, hasta hoy la celebra con fiesta solemne y procesion, en que van fuera de la ciudad á Santa María de la Peña á cumplir el voto que entonces hicieron en memoria de la merced recebida. Llegó el rey don Pedro á Toledo; allí se detuvo algunos dias en asegurar aquella ciudad y dejalla á buen recaudo. Mandó quedar en ella por general á don Garci Alvarez de Toledo, maestre de Santiago. Partido el rey don Pedro de Burgos, los de la ciudad enviaron por sus cartas á llamar á don Enrique. Diéronle título de conde,

pero ofrecíanle la corona de rey si la fuese á tomar en su ciudad, pues por su antigüedad y nobleza se le debia que en ella y no en otra diese principio á su reinado. Aceptó su oferta, y luego se partió para aquella ciudad, en que le recibieron con grandes aclamaciones y regocijos; en el monasterio de las Huelgas fué coronado y recebido por rey de Castilla. Con el ejemplo de Búrgos las mas ciudades y fortalezas del reino de su propia voluntad en espacio de veinte y cinco días despues de su coronacion le vinieron á dar la obediencia. Con esto no quedó nada inferior á su contrario ni en fuerzas ni en vasallos; los grandes y los pueblos todos á porfía deseaban con apresurarse ganar la gracia del nuevo Rey. Asentadas las cosas de Castilla y Leon, se fué don Enrique á Toledo. Allí sin ninguna dificultad, antes con mucho regocijo, le abrieron las puertas. Renunció el maestre de Santiago, don Garci Alvarez de Toledo. Dióle el rey don Enrique en recompensa del maestrazgo y de que se pasó á su servicio lo de Oropesa y de Valdecorneja, con que don Gonzalo Mejía quedó sin contradiccion por maestre de Santiago. Por muerte de don Garci Alvarez lo de Oropesa quedó á su hijo Fernan Dalvarez de Toledo, que en su mujer doña Elvira de Ayala tuvo á Garci Alvarez de Toledo, señor de Oropesa, y á Diego Lopez de Ayala, cabeza de los Ayalas de Talavera, señores de Cebolla. Lo de Valdecorneja quedó á otro Fernan Dalvarez de Toledo, hermano ó sobrino del Maestre, y dél vienen los duques de Alba. Llámanse Valdecorneja el Barrio, Dávila, Piedrahita, Horcajada y Almiron. Apoderado don Enrique de tan principal ciudad como Toledo, todo lo demás del reino quedó llano, de manera que don Pedro no se atrevió mas á estar en el reino, antes perdida del todo la esperanza, se determinó de ponerse en salvo en una galera, en que embarcó sus hijos y tesoros, con que se fué á Portugal. Al que Dios comenzaba á desamparar parecia que le faltaba el consejo y tambien el favor de los hombres. El rey de Portugal no le quiso tener en su reino, antes le envió á decir que no cabian dos reyes en una provincia. Don Fernando, hijo del rey de Portugal, estaba inclinado á don Enrique; favorecíale, y enviábanse muchos recados el uno al otro, y estaba mal con el rey don Pedro. Verdad es que en Portugal no se le hizo ningun desaguisado por no violar el derecho de las gentes, antes se le dió paso seguro para Galicia, para do se encaminaba con intento de juntar en aquellos pueblos alguna flota en que pasarse á Bayona de Francia. Llegado á Compostella, hizo matar á don Suero, arzobispo de Santiago, y al dean de aquella iglesia, que se decia Peralvarez, ambos naturales de Toledo. No amansaban tantos peligros el cruel ánimo del Rey, y él mismo sin necesidad aumentaba las causas de su destruicion. Ordenó su partida á Francia; parecióle que le era muy peligroso ir por tierra; así, allegó de aquella costa una armada de veinte y dos navíos y algunos otros bajeles menores. Embarcóse en ella con don Juan, su. hijo, y otras dos hijas, que doña Beatriz, la mayor, era muerta, aunque Polidoro escribe que falleció en Bayona de Francia. Con buen viento llegaron á Bayona en la Guiena, que á la sazon se tenia por los ingleses; llevó consigo una buena parte de sus tesoros. Verdad es que la mayor cantidad dellos, que enviaba en una galera con su tesorero Martin Yañez, se la tomaron los ciuds

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