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danos de Sevilla con deseo de hacer algun notable servicio á don Enrique, al cual todo se le allanaba. Córdoba se le habia entregado, y por horas le esperaban en Sevilla. Desta manera entendió don Pedro por su mal que las cosas humanas no permanecen siempre en un ser, y que muchas veces muy grandes príncipes, por mas dichosos y mas poderosos que fuesen, aunque estuviesen rodeados de grandes ejércitos, fueron destruidos por ser malquistos del pueblo, y llevaron el pago que sus obras merecian. El nuevo rey don Enrique, despues de llegado á Sevilla, asentó paces con los reyes de Portugal y de Granada. Hecho esto, del ejército de los extranjeros escogió mil y quinientas lanzas, y por sus capitanes Beltran Claquin y don Bernal, hijo del conde de Fox, señor de Bearne; con tanto, como si todo lo al quedara llano, despidió los demás soldados. De Aragon le enviaron á su mujer y á su nuera la infanta doña Leonor, en cuya compañía vinieron don Lopez Fernandez de Luna, arzobispo de Zaragoza, y otros señores principales. Era necesario asentar el gobierno del reino y poner buen recaudo en las rentas reales, proveer de dineros, porque el tesoro real le halló muy consumido con la guerra pasada. No se ponia duda sino que de Francia bajaria otra tempestad de guerra, y que don Pedro, por ser de corazon tan ardiente, no sosegaria hasta que dejase juntamente el reino y la vida. Por tanto, se hicieron en Búrgos Cortes generales de todo el reino, y en ellas el infante don Juan, hijo de don Enrique, fué jurado por sucesor y heredero del reino para despues de los dias de su padre. En estas Cortes asimismo se concedió la décima parte de las cosas que se vendiesen, sin limitar el tiempo desta concesion. La gana de que se administrase bien la guerra y el aborrecimiento que tenian á don Pedro les hizo en parte que no advirtiesen por entonces cuán grave carga habia de ser este tributo en los tiempos venideros. La ciega codicia de venganza y el dolor y peligro presente fácilmente turba y desbarata la corta providencia de los entendimientos de los hombres. Hizo don Enrique merced á la ciudad de Búrgos de la villa de Miranda de Ebro por los servicios que le hicieron en su coronacion y en recompensa de la villa de Briviesca, que era de Búrgos y la diera á Pedro Fernandez de Velasco, su camarero mayor; y porque la villa de Miranda era de la iglesia de Búrgos, le dió en pago sesenta mil maravedís de juro cada un año situados en los diezmos del mar, para que se gastasen en las distribuciones ordinarias de las horas nocturnas y diurnas y se repartiesen entre los prebendados que asistiesen á los divinos oficios en la dicha iglesia mayor, que antes desto no tenian estas distribuciones. Era á la sazon obispo de Búrgos don Domingo, único deste nombre, cuya eleccion fué memorable; por muerte de su antecesor don Fernando los votos del cabildo se dividieron sin poderse concordar en dos bandos. Conviniéronse en que aquel fuese de comun consentimiento de todos electo por obispo á quien nombrase el canónigo Domingo, como árbitro que le hacian desta eleccion, ca le tenian por hombre santo y de buena conciencia. El, acetado que hobo la accion que le daban, sin hacer caso de ninguno de los competidores, dijo por sí aquella sentencia que despues se mudó en refran : «Obispo por obispo séaselo Domingo.» Holgaron todos los canónigos que se

hobiese nombrado, y recibiéronle por su prelado; diéronle las insignias episcopales é hiciéronle consagrar. En estos dias el arzobispo don Lope de Luna vino otra vez á Castilla enviado por el rey de Aragon con embajada á don Enrique para pedille cumpliese con él lo que tenia capitulado y acusalle los juramentos que le tenia hechos y las pleitesías; en particular queria le pagase mucha suma de moneda que le prestara. El rey don Enrique le respondió que él confesaba la deuda y ser así todo lo que el Rey decia; todavía que aún no estaban sosegadas las cosas del reino, y que si no era con grande riesgo de alguna gran revuelta y escándalo, no podia tan presto enajenar de la corona real tantas villas y ciudades como le prometió; que pasado este peligro, él estaba presto para cumplir lo asentado; que le tenia en lugar de padre y le debia el ser, vida y reino que poseia y todo lo al. Esto decia por entretener al rey de Aragon; por lo demás muy resuelto de no enajenar ninguna parte de lo que antiguamente era reino de Castilla. Desta manera suelen los príncipes mirar mas por lo que les es útil y provechoso que tener cuenta con el deber y promesas que tengan hechas y juradas.

CAPITULO IX.

De las guerras de Navarra.

Estas cosas pasaban en Castilla ; entre los navarros y franceses con varia fortuna se proseguia en Francia la guerra que tres años antes deste se comenzara, aunque con mayor daño del rey de Navarra por estar ausente y ocupado en negocios de su reino. Tomáronle algunas villas y ciudades, cercáronle y combatieron otras. Los reyes de Francia y de Aragon hicieron liga en la ciudad de Tolosa, que es en la Gallia Narbonense, por sus procuradores, que cada uno dellos para este efecto envió. El principal en asentar los capítulos desta liga fué Luis, duque de Anjou, hermano del rey de Francia. Quedaron de acuerdo que el rey de Aragon hiciese guerra al de Navarra dentro de su reino, y que el rey de Francia le ayudase con quinientas lanzas pagadas á su costa, todo sin tener ningun respeto al estrecho pa→ rentesco que con él tenian, porque entrambos reyes eran sus cuñados por estar el de Navarra casado con hermana del rey de Francia, y el de Aragon tenia asimismo por mujer una hermana del mismo Navarro. Aquellos príncipes, que tenian obligacion á defendelle cuando otros le movieran guerra, esos se conjuraban contra él. ¡Oh fiera codicia de reinar ! El mal modo de proceder del rey Cárlos de Navarra y su aspereza le hacian odioso á los reyes sus vecinos, y era la causa que tuviese muchos enemigos. Entendida esta liga por el Navarro, él se estuvo quedo en España para hacer resistencia al rey de Aragon, mayormente que ya por su mandado Luis Coronel desde Tarazona hacia guerra en Navarra, robaba y destruia toda aquella frontera. A la Reina, su mujer, envió á Francia, dado que preñada, para que procurase aplacar al Rey, su hermano, y buscase algun remedio para salir del aprieto en que se hallaban. Esta ida no fué de provecho alguno, á causa que el rey de Francia pensaba y pretendia quedarse desta vez con toda la tierra que el de Navarra tenia en su reino. Estando pues la Reina en su villa de Evreux

en Normandía, en el postrero dia del mes de marzo parió al infante don Pedro, su segundo hijo, conde que fué de Moretano ó Mortaigne en Normandía, y con él en el medio del estío se volvió á Navarra; por no hallar buena acogida en el rey de Francia, de necesidad el Navarro hobo de buscar de quien favorecerse. Parecióle el mejor medio de todos aliarse y juntar sus fuerzas con el rey don Pedro, que andaba desterrado, y le rogaba hiciese liga con él; y como los hombres cuando se ven en algun grande aprieto son muy liberales, para traelle á su amistad le hacia una muy larga promesa de pueblos en Castilla, ca le ofrecia toda la tierra de Guipúzcoa, Calahorra, Logroño, Navarrete, Salvatierra y Victoria; parecen hoy dia, si no son fingidas, las escrituras que hicieron deste concierto en este año en la ciudad de Lisboa, cuando el rey don Pedro desde Sevilla se retiro á Portugal. Al presente el rey don Pedro desde Bayona procuraba socorros para poder volver á cobrar el reino de Castilla. En particular solicita ba á Eduardo, príncipe de Gales, que por su padre el rey de Inglaterra gobernaba el ducado de Guiena, para que le ayudase con sus gentes. Viéronse en Cabreron, que es un pueblo cerca de la canal de Bayona; hallóse en aquellas vistas don Cárlos, rey de Navarra. Convidólos á comer el Príncipe, sentáronse con este órden en la mesa; don Pedro á la mano derecha y luego junto á él el Príncipe, y á la mano izquierda se sentó solo de por sí el rey de Navarra. Confederáronse allí estos tres principes, y confirmaron con solemne juramento los conciertos que hicieron, que fueron estos, que el rey don Pedro fuese restituido en su reino, y que al príncipe Eduardo se le diese en recompensa de su trabajo el señorío de Vizcaya ; que el rey de Navarra hobiese á Logroño, y que don Pedro dejase en Guiena sus hijas para seguridad y prenda de que cumpliria lo capitulado y pagaria, alcanzada la victoria, el dinero que se le

esta liga por el rey de Aragon, receloso del daño que della le podia venir, para hallarse con mayores fuerzas y poder mejor resistir á sus enemigos, renovó con el rey de Francia la confederacion y amistades que con él tenia hechas. El rey de Navarra estaba con gran cuidado y miedo no descargasen estos nublados sobre su reino, como el que caia en medio de dos enemigos tan poderosos como eran los reyes de Francia y Aragon. Por otra parte temia á los ingleses; juzgaba que para pasar en Castilla ó les habia de dar el camino por sus tierras, ó se le abririan con las armas. Hallábase muy congojado; aquejado con este pensamiento, no sabia qué consejo se tomase. La peor resolucion que él pudo tomar fué quedarse neutral, porque desta manera á ninguno obligaba, y á todos dejó querellosos. Todavía despues que lo hobo todo bien ponderado, tomó por mejor partido concertarse con el rey don Enrique, ora lo hiciese con disimulacion y engaño, ora que hobiese mudado su voluntad y quisiese salir fuera de la liga hecha con don Pedro y el príncipe de Gales. Como quiera que esto fuese, él tuvo sus hablas con el rey don Enrique en Santacruz de Campezo, que es una villa en la frontera de Navarra; halláronse presentes don Gomez Manrique, arzobispo de Toledo, que fuera elegido en lugar de don Vasco, don Alonso de Aragon, conde de Denia y marqués de Villena, don Lope Fernan

dez de Luna, arzobispo de Zaragoza, y Beltran Claquin. La confederacion que estos príncipes hicieron fué que el rey de Navarra no diese paso á los ingleses; que en la guerra que esperaban ayudase con su persona y con todo su ejército al rey don Enrique, y que para seguridad diese ciertas villas y castillos en rehenes de que cumpliria estos conciertos. Por el contrario, que don Enrique le diese á él á Logroño, la misma ciudad que poco antes don Pedro le prometió. En estos dias don Luis, hermano del rey de Navarra, se casó con Juana, duquesa de Durazo; en la Macedonia, hija mayor de Cárlos, de quien heredó este estado, y á quien algunos años despues el papa Urbano VI dió la envestidura del reino de Nápoles. Y porque comunmente se yerra en la decendencia destos príncipes, me pareció ponerla en este lugar. Carlos II, rey de Nápoles, tuvo por hijo á Juan, duque de Durazo; hijos de Juan fueron Carlos y Luis; Cárlos fué padre de Juana y Margarita. De Luis, el otro hijo de Juan, nacieron Cárlos, que vino á ser rey de Nápoles, y Juana, la que dijimos casó con el infante don Luis, hermano del rey de Navarra. Las vistas del rey de Navarra y de don Enrique, que se hicieron en Campezo, fueron en el principio del año de 1367, en el cual, quién dice el año siguiente, en 18 de enero murió en Estremoz, villa de Portugal, el rey don Pedro. Vivió por espacio de cuarenta y seis años, nueve meses y veinte y un dias; reinó nueve años y otros tantos meses y veinte y ocho dias. Enterráronle en el monasterio de Alcobaza junto á doña Inés de Castro; hízosele un real y solemnísimo enterramiento con grande aparato y pompa. Entre otras cosas dejó buena renta para seis capellanes que allí dijesen cada dia misa por su ánima y por las de sus antepasados; fué aventajado en ser justiciero; lloráronle mucho sus vasallos, y sintieron su muerte como si con él en la misma sepultura se hobiera enterrado la pública

despenseros no comprasen ninguna cosa fiada, sino todo de contado y por justo precio. Hizo muy santas leyes contra la avaricia de los jueces y abogados, para que con su codicia y largas no fuesen los pleitos inmortales. Fué severísimo contra los malhechores, especialmente era rigurosísimo contra los adúlteros; llegó á que por haber cometido este delito el obispo de Portu, con sus propias manos le maltrató muy reciamente; así se decia vulgarmente, que traia consigo un azote para castigar á los que cogiese en algun delito. Tenia costumbre de distribuir cada año muchos marcos de plata, parte labrada, y parte acuñada, entre los suyos, segun la calidad y méritos de cada uno. Refiérese dél aquella sentencia : « Que no era digno de nombre de rey el que cada dia no hiciese bien y merced á alguna persona. » Hizo el puente y villa de Limia en Portugal; dejó por heredero de su reino á su hijo don Fernando, cuyo reinado no fué tal y tan feliz como el del padre. Con los embajadores que el rey de Aragon envió á su padre asentó él paces en 4 dias del mes de marzo deste año en los palacios de Alcanhaaes, que son cerca de Santaren. Tuvo amores deshonestos con doña Leonor de Meneses, mujer de Lorenzo Vazquez de Acuña, á quien se la quitó. El marido por tanto anduvo mucho tiempo huido en Castilla, y se dice dél que traia en la gorra unos cuernos de pla

ta como por divisa y blason, para muestra de la deshonestidad del Rey y de su afrenta, mengua y agravio.

CAPITULO X.

Que don Enrique fué vencido junto á Najara.

Toda Castilla y Francia ardian llenas de ruido y asonadas de guerra; hacíanse muchas compañías de hombres de armas, jinetes é infantería; todo era proveerse de caballos, armas y dineros. Las partes ambas igualmente temian el suceso y esperaban la victoria. Don Enrique eu Búrgos, do era ido, se apercebia de lo necesario para salir al camino á su enemigo, que sabia con un grande y poderoso campo era pasado los Pirineos por las estrechas sendas y montañas cerradas de Roncesvalles. Llegó á Pamplona sin que el rey Carlos de Navarra le hobiese hecho ningun estorbo á la pasada, ca estaba á la sazon detenido en Borgia. Prendióle andando á caza cerca de allí un caballero breton, llamado Olivier de Mani, que la tenia en guarda por Beltran Claquin, su primo. Entrambos los reyes sospecharon que era trato doble, concierto con este capitan que le prendiese, para tener color de no favorecer á ninguno dellos, y despues excusa aparente con el que venciese. A los príncipes ningun trato que contra ellos se haga, aunque sea con mucha cautela, se les puede encubrir; antes muchas veces les dicen mas de lo que hay, y eso lo malician y echan á la peor parte. Don Enrique partió de Búrgos con un lucido y grueso ejército de mucha infantería y cuatro mily quinientos hombres de á caballo, en que iba toda la nobleza de Castilla y la gente que de Francia y Aragon era venida en su ayuda. Llegó con su campo al Encinar de Bañares, llamó á consejo los mas principales del ejército, y consultó con ellos lo tocante á esta guerra. Los embajadores de Francia, que eran enviados á solo este efecto, y Beltran Claquin procuraron persuadir que se debia en todas maneras excusar de venir á las manos con el enemigo y no darle la batalla, sino que fortificasen los pueblos y fortalezas del reino, tomasen los puertos, alzasen las vituaHas, y le entretuviesen y gastasen; que la misma tardanza le echaria de España por ser esta provincia de tal calidad, que no puede sufrir mucho tiempo un ejército y sustentarle. Que se considerase el poco provecho que se sacaria cuando se alcanzase la victoria, y lo mucho que se aventuraba de perder lo ganado, que era no nenos que los reinos de Castilla y Leon y las vidas de todos. Que en el ejército de don Pedro venia la flor de la caballería de Inglaterra, gente muy esforzada y acostumbrada á vencer, á quien los españoles no se igualaban ni en la destreza en pelear ni en la valentía y fuerzas de los cuerpos. Finalmente, que se acordasen que no es menos oticio del sabio y prudente capitan saber vencer al enemigo con industria y maña que con fuerza y valentía. Esto dijeron los embajadores de Francia de parte de su Rey, y Beltran Claquin de la suya. Otros, que tenian menos experiencia y menor conocimiento del valor de los ingleses, y eran mas fervorosos y esforzados que considerados y sufridos, instaron grandemente en que luego se diese la batalla. Decian que la cosas de la guerra dependian mucho de la reputacion, y que se perderia si se rehusase la batalla, por entenderse que tenian miedo del enemigo y seriau tenidos por cobar

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des y de ningun valor. Que si el ánimo no faltaba, sobraban las fuerzas y ciencia militar para desbaratar y vencer dos tantos ingleses que fuesen. Sobre todo que á tau justa demanda Dios no faltaria, y con su favor esperaban se alcanzaria una gloriosa victoria. Aprobó don Enrique este parecer, mandó marchar su campo la via de Alava para hacer rostro á algunas bandas de caballos ligeros del enemigo, que se habian adelantado y robaban aquella tierra. Llegó con su ejército junto á Saldrian, y á vista del de su enemigo asentó su campo en un lugar fuerte, porque le guardaban las espaldas unas sierras que allí están, con que podia pelear con ventaja si no le forzaban á desamparar aquel sitio. Considerando esto, los ingleses levantaron sus reales y tiraron la via de Logroño, ciudad que tenia la voz de don Pedro, con intento de traer á don Enrique á la batalla ó entraren medio del reino, por donde tenian esperanza que todas las cosas podrian acabar á su gusto. Entendido por don Enrique, que estaba en Navarrete, el fin del enemigo, volvió atrás camino de Najara, que es una ciudad que se piensa ser la antigua Tritio Metallo en los autrigones; y de que sea ella no es pequeño indicio que dos millas de allí está una aldea que retiene el mismo nombre de Tritio. Esta ciudad alcanza muylindo cielo y unos campos muy fértiles, y por muchas cosas es un noble pueblo, y con el suceso desta batalla se hizo mas famoso. Escribiéronse estos príncipes; cada cual daba á entender al otro la justicia que tenia de su parte y que no era él la causa desta guerra; antes la hacia forzado y contra su voluntad, y tenia mucho deseo y gana de que se concordasen y no se viniese al riesgo y trance de la batalla por la lástima que significaban tener á la mucha gente inocente que en ella pereceria. Mas como quier que no se concordasen en el punto principal de la posesion del reino, perdida la es peranza de ningun concierto, ordenaron sus haces en guisa de pelear. Don Enrique puso á la mano derecha la gente de Francia, y con ella á su hermano don Sancho con la mayor parte de la nobleza de Castilla; á su hermano don Tello y al conde de Denia mandó que rigiesen el lado izquierdo; él con su hijo el conde don Alonso se quedó en el cuerpo de la batalla. Los enemigos, que serian diez mil hombres de á caballo y otros tantos infantes, repartieron desta manera sus escuadrones. La avanguardia llevaban el duque de Alencastre y Hugo Carbolayo, que se era pasado á los ingleses. El conde de Armeñac y mosiur de Labrit iban por capitanes en el segundo escuadron; en el postrero quedaron el rey don Pedro y el príncipe de Gales y don Jaime, hijo del rey de Mallorca, el cual, despues que so soltó de la prision en que le tenia el rey de Aragon, casara con Juana, reina de Nápoles. Halláronse en esta batalla trecientos hombres de á caballo navarros, que con su capitan Martin Enrique los envió el rey Cárlos de Navarra en favor del rey don Pedro. Corria un rio en medio de los dos campos; pasóle don Enrique, y en un llano que está de la otra parte ordenó sus haces. En este campo se vinieron á encontrar los ejércitos con grandísima furia y ruido de las voces, de los combates, del quebrar de las lanzas y el disparar de las ballestas. El escuadron de la mano derecha, que regia Beltran Claquin, sufrió valerosamente el impetu de los enemigos, y parecia que llevaba lo mejor; empero en el otro

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lado quitó don Tello á los suyos la victoria de las manos; con mas miedo que vergüenza volvió en un punto las espaldas, sin acometer á los enemigos ni entrar en la batalla. Como él y los suyos huyeron, dejaron descubiertos y sin defensa los costados de Beltran y de don Sancho, por donde pudieron fácilmente ser rodeados de los enemigos, y apretándolos reciamente por ambas partes, los vencieron y desbarataron. Hízose gran matanza, y fueron presos muchos grandes y ricos hombres, entre ellos los capitanes mas principales del ejército. Don Enrique con mucho esfuerzo y valor procuró detener su escuadron, que comenzaba á ciar y retirarse; por dos veces metió su caballo en la mayor priesa de la batalla con grandísimo peligro de supersona; mas como quier que no pudiese detener á los suyos por la gran muchedumbre de enemigos que cargó sobre ellos y los desbarató, mal pecado, perdida del todo la esperanza de la victoria, se salió de la batalla y se acogió á Najara. De allí por el camino de Soria se fué á Aragon, acompañado de Juan de Luna y Fernan Sanchez de Tobar y Alfonso Perez de Guzman y de algunos otros caballeros de los suyos. A la entrada de aquel reino le salió á ver y consolar don Pedro de Luna, que despues en tiempo del gran scisma fué el papa Benedicto. No paró el rey don Enrique hasta que por los puertos de Jaca entró en el reino de Francia, sin detenerse en Aragon por no se fiar de aquel Rey, si bien era su consuegro. Hallábase en grande cuita, poca esperanza de reparo. Por semejantes rodeos lleva Dios á los varones excelentes por estos altos y bajos hasta ponerlos de su mano en la cumbre de la buenandanza que les está aparejada. Los demás de su ejército se huyeron por las villas y pueblos de aquella comarca, todos esparcidos, sin quedar pendon enhiesto, ni compañía entera, ni escuadra que no fuese desbaratada. Despues de la batalla hizo matar el rey don Pedro á Iñigo Lopez de Horozco, á Gomez Carrillo de Quintana, á Sancho Sanchez de Moscoso, comendador de Santiago, y á Garci Jofre Tenorio, hijo del almirante Alfonso Jofre, que todos fueron presos en la pelea. Otros muchos dejó de matar por no los haber á las manos, que por ningun precio se los quisieron entregar los ingleses, cuyos prisioneros eran; demás que el príncipe de Gales le reprehendió con palabras casi afrentosas porque, despues de alcanzada la victoria, continuaba los vicios que le quitaban el reino. Uno de los presos fué don Pedro Tenorio, adelante arzobispo de Toledo. Llevó en esta batalla el pendon de don Enrique Pero Lopez de Ayala, aquel caballero que escribió la historia del rey don Pedro, y fué uno de los presos. Por esta razon algunos no dan tanto crédito á su historia, como de hombre parcial. Dicen que por odio que tenia al rey don Pedro encareció y fingió algunas cosas; á la verdad fué uno de aquellos contra quien en Alfaro él pronunció sentencia, en que los dió por rebeldes y enemigos de la patria. Dióse esta bataIla sábado 3 de abril deste año de 1367. Don Tello llevó á Búrgos las tristes nuevas deste desgraciado suceso. La reina doña Juana, mujer de don Enrique, sabida la rota, tuvo gran miedo de venir á manos de don Pedro; así, ella y sus hijos con gran priesa se fueron de Búrgos á la ciudad de Zaragoza. En esta sazon en Búrgos se hallaban don Gomez Manrique, arzobispo de Toledo, y don Lope Fernandez de Luna, arzobispo de Za

ragoza, que se quedaron con la Reina. Estos la acompañaron en este viaje de Aragon; llegada allí, no halló en el Rey tan buena acogida como pensaba, que es cosa comun y como natural en los hombres desamparar al caido y hacer aplauso y dar favor al vencedor. Olvidado pues el rey de Aragon ya de las amistades y confederaciones que tenia hechas con don Enrique, tenia propósito de moverse al son de la fortuna y llegarse á la parte de los que prevalecian. A esta causa era ya venido en Aragon por embajador Hugo Carbolayo, inglés, y porque no podian tan presto y fácilmente concluirse paces, se hicieron treguas por algunos meses. Despues de la victoria el rey don Pedro con todo su ejército se fué á Búrgos, prendió en aquella ciudad å Juan Cordollaco, pariente del conde de Armeñac y arzobispo de Braga, que era de la parcialidad del rey don Enrique. Hízole el Rey llevar al castillo de Alcalá de Guadaira y meterle en un silo, en que estuvo hasta la muerte del mismo don Pedro, cuando, mudadas las cosas, fué restituido en su libertad y obispado. El rey don Pedro, sin embargo, se hallaba muy congojado en trazar cómo podria juntar tanto dinero como á los ingleses de los sueldos debia y él recibió prestado del príncipe de Gales. No sabia asimismo cómo podria cumplir con él lo que le tenia prometido de darle el señorío de Vizcaya, porque ni los vizcaínos, que es gente libre y feroz, sufririan señor extraño, ni el tesoro y rentas reales, consumidos con tan excesivos gastos, como con estas revoluciones se hicieron, no alcanzaban con gran parte á pagar la mitad de lo que se debia. Por esta causa con ocasion de ir á juntar este dinero se fué don Pedro muy apriesa á Toledo, de allí á Córdoba. En esta ciudad en una noche hizo matar diez y seis hombres principales; cargábales fueron los primeros que en ella dieron entrada al rey don Enrique. En Sevilla mandó asimismo matar á micer Gil Bocanegra y á don Juan, hijo de Pero Ponce de Leon, señor de Marchena, y á doña Urraca de Osorio, madre de Juan Alfonso de Guzman, y á otras personas. A doña Urraca hizo quemar viva, fiereza suya, y ejecucion en que sucedió un caso notable. En la laguna propia en que hoy está plantada una grande alameda armaron la hoguera. Una doncella de aquella señora, por nombre Isabel Davalos, natural de Ubeda, luego que se emprendió el fuego, se metió en él para tenella las faldas porque no se descompusiese, y se quemó junto con su ama; hazaña memorable, señalada lealtad, con que grandemente se acrecentó el odio y aborrecimiento que de atrás al Rey tenian. Con los infortunios, destierro y trabajo que habia padecido parece era razon hobiera ya corregido los vicios que de antes parecian tener excusa con la mocedad, licencia y libertad, si su natural no fuera tan malo. Por el contrario, la afabilidad y buena condicion del rey don Enrique causaba que todos tenian lástima de sus desastres y le amaban mas que antes. Con esto se volvió á la plática de envialle államar y restituille en los reinos de Castilla. El rey de Navarra, de Borgia, do le tenian arrestado, se vino despues de dada la batalla á Tudela; á mosen Olivier, que le hizo compañía en aquella villa, le hizo prender, y no le quiso soltar de la prision hasta que le entregó á su hijo el infante don Pedro, que quedó en Borgia para seguridad que so cumpliria lo que los dos capitularon. Este mismo año

que se dió la batalla de Najara falleció en Viterbo, ciudad de Italia, el cardenal don Gil de Albornoz en 24 dias del mes de agosto, fiesta de San Bartolomé. Fué este prelado excelente varon, de gran valor y prudencia, no menos en el gobierno que en las cosas de la guerra, muy querido de tres papas que alcanzó, Clemente, Inocencio y Urbano V, que á esta sazon gobernaba la Iglesia romana. Hizo guerra en Italia á los tiranos que tenian usurpadas muchas ciudades y tierras de la Iglesia, ycon dichosas armas las restituyó al patrimonio y estado de san Pedro, con que abrió el camino á sus sucesores para que pasasen la silla Apostólica á la antigua ciudad de Roma, que no tardó mucho tiempo en cumplirse. Depositaron su cuerpo en el monasterio de San Francisco de la ciudad de Asis; despues, sosegadas las cosas de España con la muerte del rey don Pedro, por haberlo él así mandado en su testamento, le trasladaron á la ciudad de Toledo; está enterrado en la iglesia mayor en la capilla de San Ilefonso. Concedió el romano Pontífice indulgencias á los que le trajesen en hombros; y fué tanta la devocion de los pueblos, que por do quier que pasaba salian á bandas á los caminos por ganar los perdones, y desta manera le trajeron hasta Toledo. CAPITULO XI.

Del maestre de Sau Bernardo.

El maestre de San Bernardo, dignidad cuyo nombre y noticia apenas ha llegado á nuestros tiempos, se halló en la batalla de Najara con otros muchos en favor de don Enrique, donde fué preso y muerto por mandado del rey don Pedro, y le confiscaron muchos pueblos que poseia en las behetrías. No cuenta esto ninguno de los historiadores, sino solamente el despensero mayor de la reina doña Leonor, de quien arriba hicimos mencion. Verdad es que no escribe el nombre del Maestre niqué principio ó autoridad tuviese esta dignidad, cosa en aquel tiempo muy sabida, al presente de todo punto olvidada; el tiempo todo lo gasta. Solo consta que este Maestre era hombre de religion y eclesiástico, porque el rey don Pedro fué descomulgado por la muerte que le dió. Lo que yo sospecho es que cuando el rey don Pedro por consejo de Juan Alonso de Alburquerque, como de suso se dijo, quiso encorporar las behetrías en la corona real, ó lo que es mas cierto, darlas á algunos señores particulares que las pretendian con mas codicia de estados que de hacer lo que era razon y justicia, entonces de su voluntad y con facultad del Papa con color de religion se debieron de sujetar á la órden de San Bernardo, á imitacion de los caballeros de Calatrava y Alcántara, y eligieron una cabeza con título que le dieron de maestre de San Bernardo, para que como las demás religiones militares hiciesen guerra á los moros. Este color y diligencia, aunque fué á propósito para que aquellos pueblos se mantuviesen en la libertad en que por tantos siglos inviolablemente se mantuvieron, dió empero ocasion para que el Rey se indignase contra ellos. Por esta causa creo yo que el dicho Maestre se llegó á la parte de don Enrique; esto pudo ser, mas no es mas que conjetura y pensamiento. Lo que se sigue es cierto, que el sumo pontifice Urbano V por esta muerte y porque tenia fuera de sus iglesias á los obispos de Calahorra y de Lugo, envió un

arcediano con órden que le notificase cómo estaba descomulgado, y por tal le publicase. Este arcediano, como quier que temiese la crueldad de don Pedro y el poco respeto que tenia á la Iglesia, usó con él de cautela y maña; esto fué que se vino por el rio en una galeota muy ligera á Sevilla, y se puso á la ribera del campo de Tablada cerca de la ciudad; aguardó á que el Rey pasase por aquella parte, sucedióle como lo deseaba, preguntóle si queria saber nuevas de levante, que le diria cosas maravillosas y jamás oidas, porque acababa de llegar de aquellas partes. Llegóse el Rey cerca por oirle, y él le intimó entonces las bulas del Papa. Esto hecho, luego con grandísima velocidad se fué el rio abajo á vela y remo; ayudábale la menguante en que las aguas de la creciente del Océano volvian á bajar, así pudo mas ligeramente escaparse. El Rey enojóse mucho con la burla y como fuera de sí, desnuda la espada y arrimadas las espuelas al caballo, se lanzó en el rio. Tiró una gran cuchillada al Arcediano, que por no le poder alcanzar dió en la galeota, sin desistir de seguille hasta tanto que el caballo no podia nadar de cansado; corriera gran peligro de ahogarse si no le acorrieran prestamente con un barco en que le recogieron muy encolerizado. Decia á grandes voces que él quitaria la obediencia al Papa que tan violenta y suciamente regia la Iglesia; procuraria otrosí que hiciesen lo mismo los reyes de Aragon y de Navarra; además que aquella injuria él la vengaria muy bien con las armas y con hacer guerra á sus tierras. Esto dijo con los ojos encarnizados y hechos ascuas y con la voz muy fiera, alta y descompuesta. Las afrentas amenazas y desacatos que dijo contra el Papa mas le desdoraron á él que agraviaron al Padre Santo. Mandó luego apercebir una armada y hacer grandes llamamientos de gentes de guerra. El Papa, vista la furiosa condicion del rey don Pedro, se determinó de aplacalle de la mejor manera que pudiese; para hacello con mayor autoridad le envió un legado, que fué un sobrino suyo, cardenal de San Pedro, que le absolvió, de la excomunion, y hizo las amistades entro él y su tio con estas condiciones. Que consumido ef oficio y nombre de maestre de San Bernardo, todos aquellos pueblos de allí adelante tuviesen su antiguo nombre de behetrías y fuesen del patrimonio real, á tal empero que no pudiesen ser entonces ni en algun tiempo dados ni vendidos ni enajenados. Guardóseles este respeto y preeminencia por ser bienes de religion y eclesiásticos. Demás desto, que la tercera parte de las décimas que llevaba á la sazon el Papa de los beneficios fuese del Rey para ayuda á la guerra de los moros. Que el Papa otrosí sin consentimiento de los reyes de Castilla no pudiese en sus reinos dar obispados ni maestrazgos ni el priorato de San Juan ni otros mayores beneficios. Esto se le concedió teniendo consideracion al sosiego comun y al bien general de la paz, puesto que era contra la costumbre y uso antiguo. Es cosa notable y maravillosa que por contemplacion ni respeto de ningun príncipe quisiese el Papa perder en España tanto de su derecho y autoridad: en tanto se tuvo en aquella era el sanar la locura de un Rey, que primero con sus trabajos y ahora con la victoria andaba desatinado.

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