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entrar por aquella parte. Intervino tambien el Legado apostólico entre estos reyes, y por su medio se concordaron. El rey de Navarra restituyó al de Castilla las ciudades de Logroño y Victoria; demás desto, se concer taron desposorios entre doña Leonor, hija de don Enrique, y don Cárlos, hijo del rey de Navarra, y que se diesen al Navarro ciento y veinte mil escudos de oro, pagados á ciertos plazos por razon de la dote, y enrecompensa de lo que tenia gastado en la fortificacion y reparos de los dichos pueblos que entregó al de Castilla. Viéronse los reyes en Briones, villa que está á los mojones de los dos reinos; ali se hicieron los desposorios de los dos infantes don Cárlos y doña Leonor, y por prenda y mayor firmeza destas paces el rey de Navarra envió á Castilla al infante don Pedro, que era el menor de sus hijos, para que se criase en ella. Cuando el rey de Navarra volvió de Francia en España halló que don Bernardo, obispo de Pamplona, y Cruzate, dean de Tudela, los que arriba dijimos dejó por coadjutores de la Reina para lo tocante al gobierno, no habian administrado las cosas como era razon y eran obligados. Indignóse mucho contra ellos, tanto, que de miedo se ausentaron fuera del reino. El Dean fué por asechanzas muerto en el camino, sospechose que por mandado del Rey; el Obispo fué mas dichoso, que tuvo lugar de huirse en Aviñon. De allí pasó á Roma con el papa Gregorio, y murió en Italia sin volver mas á España. Tales fines suelen tener los que no corresponden á la confianza que dellos hacen los príncipes, aunque tambien es verdad que muchas veces en los reinos se peca á costa y riesgo de los que gobiernan, sin culpa ninguna suya; esto especialmente acontece cuando los reyes son fieros é implacables, como se refiere lo era el rey Carlos de Navarra.

CAPITULO XVIII.

De las paces que se hicieron con el rey de Aragon.

Despedidas las vistas de Briones y asentada la esperanza de la paz de España, el rey de Castilla se fué al reino de Toledo, y el de Navarra se tornó á su reino; dende envió á la Reina, su mujer, á Francia para que aplacase y satisficiese aquel Rey, que estaba malamente airado contra él, por entender hobiese persuadido á ciertos hombres que le diesen yerbas, los cuales fueron presos, y convencidos del delito, pagaron con las cabezas. El Navarro, partida su mujer, fué en persona á la villa de Madrid para tratar con el rey don Enrique que dejase la parte de Francia y favoreciese á los ingleses; que si pagaba lo que el rey don Pedro debia al príncipe de Gales del sueldo que él y sus soldados ganaron cuando vinieron á Castilla á restituille en el reino, el rey de Inglaterra y sus hijos el Príncipe y el duque de Alencastre se apartarian de la demanda del reino de Castilla y de los demás derechos que contra él pretendian. Respondió el de Castilla que en ninguna manera desampararia al rey de Francia ni dejaria su amistad, ca tenia muy en la memoria el grande amparo que halló en él cuando salió huido de Castilla; todavía si ellos hiciesen paces con Francia, que de muy buena gana entraria á la parte, y satisfaria con

dineros á los ingleses cuanto señalasen los jueces que para arbitrarlo se podrian nombrar en conformidad. Con tanto el Navarro, sin alcanzar lo que pretendia, se volvió á Pamplona, don Enrique partió para el Andalucía. Siguióse otra pretension y demanda de una buena parte de Castilla. La condesa doña María, hija de don Fernando de la Cerda y de doña Juana, hermana de don Juan de Lara el Tuerto, en Francia casara con el conde de Alanzon, nobilísimo señor de la sangre real de Francia, de quien tenia muchos hijos; envió un embajador á pedir al Rey le mandase entregar los estados de Vizcaya y Lara, que por ser hija de doña Juana de Lara y ser muertos todos los que la precedian en derecho le pertenecian. Venido el Rey del Andalucía á Búrgos, se trató en aquella ciudad deste negocio, que tuvo muy apretados al Rey y á su consejo; por una parte parecia que esta señora pedia razon en que se le admitiese su demanda y se le hiciese justicia; por otra era cosa dura, y de que podian resultar grandes daños, enajenar dos estados de los mas grandes y mas ricos de Castilla y ponerlos en poder de franceses. Despues de muchas consultas y acuerdos respondió el Rey con artificio á la Condesa que holgaria volviesen estos estados á su casa, á tal que le enviase para dárselos dos hijos que se quedasen á vivir en su corte; que Vizcaya y Lara eran tan grandes señoríos, que era forzoso á los reyes de valerse muchas veces del servicio de los señores que los poseian, y por esta causa no podian dejar de residir dentro del reino. Con esta aparencia de buen despacho y de venir en lo justo fué despedido el embajador; mas bien se entendió que no le daban nada, por ser cosa cierta que ninguno de cinco hijos que tenia la Condesa aceptaria la oferta del Rey, como ninguno lo aceptó. Los tres poseían en su tierra tres grandes condados, de Alanzon, Percha y Estampas, y no se quisieron desnaturalizar de su patria, en que eran ricos y poderosos. Los otros dos eran prelados, y no podian heredar estados seculares. Por el mes de octubre deste año Baltasar Espinula, ginovés, vino á Aragon con embajada de los ingleses para confederarse con aquel Rey contra el de Castilla; prometíanle, en caso que se ganase aquel reino, las ciudades de Murcia, Cuenca, Soria y todas las villas adyacentes á ellas. El de Aragon, oida esta demanda, como era sagaz y de grande ingenio, no hizo caso destas ofertas por tener en mas la amistad del rey don Enrique, que en aquella sazon era tenido por famoso capitan, muy poderoso por lo mucho que sus vasallos le querian, y le caia muy cerca de sus estados; además que era mucho de temer tomar por enemigo al que tenia tanta noticia de las cosas de Aragon, y en aquel reino muchos aficionados que ganara el tiempo que anduvo en él huido, y aun en Aragon se tenia entendido que Dios con particular providencia le puso de su mano en aquel reino y le quitó á su contrario. Muchos asimismo se amedrentaban por señales que se vieron en el cielo, en especial un gran temblor de tierra que por el mes de febrero sucedió en el condado de Ribagorza, con que se hundieron muchos pueblos. Los supersticiosos interpretaban que por aquella parte amenazaba algun gran desastre al reino. Dióseá esto mas crédito porque en los confines de Ruisellon se vian ya juntas muchas compañías de hombres de ar

más franceses, que tenía asoldadas el infante de Mallorca para hacer guerra en aquel estado. En fin, los pretensos de los ingleses salieron vanos, y por medio de don Luis, duque de Anjou, se comenzó á tratar con mucho calor la paz entre Aragón y Castilla. Vino el Duque á Carcasona con deseo de efectuar estas amistades, por miedo que tenia, si las discordias se continuaban, no se apoderasen de España los ingleses, capita les enemigos de Francia. Enviáronse á Aragon embajadores sobre este hecho ; pedia don Enrique que la infanta doña Leonor, hija del rey de Aragon, que estaba prometida á su hijo el infante don Juan, le fuese entregada. No rehusaba el Aragonés de hacer cosa tan justa, si don Enrique le entregase aquellas ciudades que le tenia prometidas. Excusaba él de darlas; alegaba que no tenia obligacion á cumplirle aquella promesa, pues no solo no le ayudó cuando andaba huido y desterrado, antes hizo liga contra él con su cruel enemigo. Finalmente, se concordaron de dejar sus diferencias en mano del legado el cardenal Guido de Boloña, que fué al presente mas dichoso que antes en hacer las paces entre los españoles. En el tiempo que estas cosas se trataban en Aragon, en 15 de octubre el papa Gregorio XI confirmó la regla de los monjes, que comunmente en España se llaman frailes de San Jerónimo, cuyo instituto es aventajarse á las demás religiones en guardar con gran paciencia una estrecha y loable clausura y ocuparse los dias y las noches con suavísimo canto y dulce melodía en perpetuas alabanzas de Dios. Ha crecido mucho en España esta religion, y poseen muchas y muy ricas casas de magníficos y sumptuosisimos edificios. El hábito destos religiosos es las túnicas y lo interior de lana blanca, la capas de paño buriel. Dieron principio á esta santa religion ciertos ermitaños italianos, que, encendidos con el deseo de servir á nuestro Señor, hicieron su habitacion en un lugar apartado cerca de la ciudad de Toledo, en que al presente está el monasterio de aquella órden llamado de la Sisla, del nombre de una aldea que allí estaba antiguamente. Creció la opinion de su santidad, con que tomaron su modo de vivir y se le juntaron algunos hombres principales, que fueron Fernando Yañez, capellan mayor de los Reyes Viejos y canónigo de la santa iglesia de Toledo, y don Alonso Pecha, obispo de Jaen, que renunció su obispado, y su hermano Pedro Fernandez Pecha, camarero que fuera del rey don Pedro. El primer monasterio que se fundó debajo destas constituciones y regla, fué junto á la ciudad de Guadalajara, encima de un pueblo que se llama Lupiana, en una ermita que les dió este mismo año el arzobispo don Gomez Manrique. Despues por la magnificencia de los reyes y otros seTores de Castilla se han edificado otras muchas casas. Los años adelante salió tambien desta religion la de los isidorianos ó Isidros. En el mes de diciembre, como quier que no se concertasen las paces entre los reyes de Castilla y de Aragon, se hicieron treguas hasta el dia de Pentecostes, pascua de Espíritu Santo; asentaron estas treguas los procuradores destos reyes, que fueron por el de Aragon don Juan, conde de Ampúrias, su primo hermano y yerno, ca estaba casado con doña Juana, hija del Rey, y por el de Castilla Juan Ramirez de Arellano, señor de los Cameros. En el año de 1374

Juan, duque de Alencastre, con un grueso ejército pasó al puerto de Cales, llamado Iccio por los antiguos, que está en los moriņos, provincia de la Gallia Bélgica. Juntóse con él Juan de Monforte, duque de Bretaña, que andaba en deservicio del rey de Francia, y favorecia á los ingleses por estar casado con una hermana del de Alencastre. Entraron estos príncipes con sus gentes en el Artoes y Vermandoes; hicieron gran estrago en los campos, villas y aldeas que topaban, y bartos ya de los robos y muertes con que dejaron asoladas aquellas provincias, enderezaron su camino al ducado de Guiena, y pasado el rio Ligeris, llamado hoy Loire, llegaron á Burdeos con pensamiento de entrar en Es→ paña y conquistar el reino de Castilla. Enviaron sus embajadores á los reyes de Aragon y de Navarra para que les asistiesen y ayudasen; mas el Aragonés y el Navarro eran prudentes y sagaces, no quisieron por una esperanza incierta de interés ponerse en un peligro cierto de ser destruidos, sino como muchos hombres suelen hacer, les pareció seria mejor estarse á la mira ý tomar el partido conforme las cosas se encaminasen. El rey don Enrique, avisado de la tempestad que sobre él venia, estaba con gran cuidado. Acudió á Búrgos para resistir y juntar sus gentes de todas las partes del reino, y hacer de nuevo otras muchas compañías. Llamó particularmente á los soldados viejos, cuyo valor tenia experimentado en las guerras pasadas. Acudieron al tanto todos los grandes con gran deseo de servir y acompañar á su Rey. Los mismos que en las revueltas pasadas le fueron contrarios, en esta ocasion le querian recompensar y con su diligencia y alegría dar ciertas muestras del amor y lealtad con que le servian; de suerte que los que de antes andaban divisos en bandos y parcialidades, visto el riesgo que corrian de ser señoreados por extraños, se juntaron en una conformidad para defender su patria y su libertad; verdad es que en 19 de marzo sucedió en aquella ciudad un gran desastre que causó en todos gran pesar y tristeza, esto es, que el conde de Alburquerque don Sancho, hermano del Rey, por apaciguar una revuelta que se levantó entre sus soldados y los de Pero Gonzalez de Mendoza sobre las posadas, sin ser conocido, por ser la refriega de noche, fué herido en el rostro con una lanza por un hombre de armas, de que desde á un rato murió. Alborotóse el Rey, como era razon, por la muerte tan desgraciada de su hermano; pero no hizo demostracion por suceder acaso y por ignorancia. La condesa doña Beatriz, mujer del muerto, quedó preñada y parió á doña Leonor, que casó con el infante don Fernando, adelan→ terey de Aragon. Despues que el rey don Enrique tuvo junto su ejército, partió de Búrgos, y cerca de la villa de Bañares hizo alarde; halló que tenia mil y docientos caballos y cinco mil infantes, todos gente escogida, y que con su valor suplian el pequeño número, y estaban prestos para acudir á la parte que fuese menester. Amenazaba esta hueste principalmente, así á los de Aragon, porque ya espiraban las treguas, como á los ingleses de Francia, de quienes se tenian nuevas sordas que no pasaban ya en España, porque su ejército se hallaba muy menoscabado y menguado, á causa que Filipo, duque de Borgoña, y un famoso capitan llamado Juan de Viena, que era almirante de Francia, vinieron en pos

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dellos, y por todo el camino les hicieron grandes da-
ños; que de treinta mil combatientes que eran, casi no
llegaban á seis mil cuando entraron en Burdeos. Ofre-
cíase buena ocasion de hacer alguna cosa notable, y
echar á los ingleses de toda Francia; parecia que ya
la fortuna y buena dicha de la guerra los desamparaba
favorecia á los franceses. Luis, duque de Anjou, es-
cribió al rey don Enrique que juntasen sus fuerzas y
cercasen á Bayona, ciudad de los antiguos tarbellos.
Decia que esto importaba mucho para ganar reputa-
cion, si diesen á entender que eran poderosos, no so-
lamente para defenderse de sus enemigos, sino tam-
Con
bien para irles á hacer guerra dentro de su casa.
esto animado el rey don Enrique, pasó á Bayona, y la
cercó en los postreros del mes de junio; mas como so-
breviniesen muchas aguas, que impedian las labores
que se hacian para combatir la ciudad, y faltasen bas-
timentos, que por ser muy estéril la provincia de Viz-
caya de que se proveian, bastecia mal el ejército, can-
sados todos con estas descomodidades, levantaron el
cerco y se volvieron á Castilla. Asimismo el duque de
Anjou no pudo venir, como tenia prometido, por estar
ocupado en el cerco de Montalvan. Sirvió muy bien en
esta jornada al rey don Enrique Beltran de Guevara,
señor de la villa de Oñate y de la casa de Guevara; y á la
venida de Bayona en remuneracion de sus servicios le
hizo merced del valle de Leñiz con su acostumbrada lar-
gueza en hacer dádivas, cosa que puso en necesidad á
los reyes sus decendientes de reformallas. En el mes de
agosto el infante de Mallorca entró por el condado de
Ruisellon con un grande y poderoso ejército, con el
cual las fuerzas de los aragoneses no se pudieran igua-
lar, si se hubiera de hacer jornada y dar la batalla. Pre-
valeció en este aprieto la buena dicha de Aragon, que
en esta entrada no hizo el Infante cosa notable mas de
desbaratar algunas banderas de enemigos con muy
poco provecho suyo y llevar alguna presa de hombres
y de ganados. Los que en esta entrada del Infante pa-
decieron mayores daños fueron los del condado de
Urgel. Por otra parte, el señor de Bearne y Jofre Rec-
co, breton, que tenian muchos pueblos y vasallos en
Castilla, sea por órden del rey don Enrique, ó de su
propio motivo, hicieron entrada en los campos de Bor-
gia y molestaron con guerra toda su tierra, combatien-
do algunas villas, destruyendo y abrasando las aldeas,
labranzas, rozas y heredades de aquella comarca. En
estos dias el rey de Aragon envió á Inglaterra á Francés
de Perellos, vizconde de Roda, á pedir ayuda al duque
de Alencastre y á convidalle se confederase con él; y
como este embajador con recio temporal corriese for-
tuna y aportase á la costa de Granada, fué preso por
mandado del rey Moro, y encarcelados los mercaderes
catalanes en venganza de que Pedro Bernal, capitan de
unas galeras de Aragon, pocos dias tomara una nave
del rey de Granada, que enviaba á Túnez con ciertos
recados suyos. Pretendia el Moro otrosí en prender es-
tos aragoneses hacer placer al rey de Castilla, cuyos
enemigos eran. Con tantos desastres y malos sucesos,
¿qué podian hacer los de Aragon? ¿De quién valerse?
¿Qué ayudas podian buscar? El rey don Enrique pre-
tendia sanar al rey de Aragon, y no destruir al que con
su ayuda fué parte para que él llegase á la cumbre de

alteza en que al presente se veia; con este fin envió otra
vez á Barcelona por embajadores á Juan Ramirez de
Arellano y al obispo de Salamanca para que hiciesen
paz con él. En 3 de noviembre deste año en el castillo
de Evreux en Normandía murió doña Juana, reina de
Navarra, por cuyas lágrimas muchas veces su hermano
el rey de Francia perdonó grandes ofensas que su ma-
rido le tenia hechas. Al presente en esta ida que hizo
á Francia, como quier que hallase cerradas las orejas
del hermano, recibió tan grande pena, que della le so-
brevino una dolencia que la acabó. Su cuerpo sepulta-
ron en el monasterio de San Dionisio entre los reyes sus
antepasados; hicieronle las obsequias con real pompa y
aparato Su marido dió nuevas ocasiones para que con
mucha razon el pueblo le aborreciese, porque persiguió
con muertes, destierros y confiscaciones de bienes á los
parientes y allegados de aquellos que en las revueltas y
calamidades de aquel tiempo siguieran el partido de sus
enemigos. Si estos castigos él los hiciera en las personas
de los que le ofendieron, pudiérale excusar el dolor de
la ofensa y el deseo de la venganza, mas pagaban los
inocentes por los culpados. Sobre los trabajos que he-
mos referido que padecia el reino de Aragon con las
guerras le vino otro muy mayor de una gran hambre
que en este año padeció toda aquella provincia, mas
algun tanto se remedió con trigo que se trujo de Afri-
ca. Fuéles por otra parte provechosa esta hambre, por-
que compelidos della se fueron del reino sus enemigos.
En Castilla asimismo, do pasaron los franceses á bus-
car mantenimientos, luego en principio del año de 1375
murió de enfermedad su capitan el infante de Mallorca
don Jaime, rey de Nápoles; enterraron su cuerpo en la
ciudad de Soria en el monasterio de San Francisco.
Acompañó en esta guerra al Infante su hermana doña
Isabel, que estaba casada con el marqués de Monfer-
rat, animada de la esperanza que tenia de vengar las
injurias que el Rey, su padre, recibió del rey de Aragon.
Esta señora, muerto su hermano, se hizo cabeza, y de-
bajo de su conducta se volvió el ejército de los france-
ses á sus casas. En aquella tierra renunció ella y cedió
los derechos paternos que tenia contra la casa de Ara-
gon, en Luis, duque de Anjou, hermano del rey de
Francia, de que se recrecieron nuevos pleitos y deba-
tes, en sazon que las paces entre los reyes de Castilla
y de Aragon se concluyeron por intervencion y diligen-
cia de la reina de Castilla doña Juana, que para este
efecto fué á la villa de Almazan. Por parte del rey de
Aragon se hallaron allí el arzobispo de Zaragoza y Ra-
mon Alaman de Cervellon. En 12 dias del mes de abril
se concluyeron y firmaron las paces con estas condicio-
nes: que la infanta doña Leonor, que antes estaba otor-
gada al infante don Juan, le fuese entregada para que se
celebrase el matrimonio; en dote le señalaron docien-
tos mil florines, que al rey don Enrique dió prestados
el rey de Aragon en los principios de las guerras civiles;
que Molina se restituyese al de Castilla, que á ciertos
plazos contaria al de Aragon ciento y ochenta mil flori-
nes por los gastos de la guerra. La nueva desta con-
cordia, que se entendia seria por muchos tiempos, se
festejó en ambos reinos con parabienes por la paz y
grandes banquetes que se hicieron, juegos, fiestas y
alegrías por la esperanza que tenían que despues de

tantas tempestades y guerras se seguiria en toda España la quietud y sosiego por tanto tiempo deseado, y la luz clara se les mostraria despues de una escuridad tan larga y tan espesas tinieblas.

CAPITULO XIX.

Algunos casamientos de príncipes.

Fué este año dichoso, no solamente para España, sino tambien para todo el mundo y toda la cristiandad, á causa que Gregorio XI, pontifice máximo, honra de los papas, dejado Aviñon, donde estuvo la Silla Apostólica por espacio de setenta años, la restituyó al sagrado asiento y casa de sus antecesores, y se fué á residir lo que le restaba de vida á la santa ciudad de Roma; varon verdaderamente grande y digno de loa inmortal. Las grandes revoluciones de Italia no sufrian la ausencia de los papas. La vírgen santísima Catarina de Sena, de quien hay doce cartas escritas á Gregorio, fué la que principalmente le movió á tomar este saludable consejo contra lo que sentian algunos cardenales. Decíale con un celo santo y elocuencia del cielo que en cosa tan claramente conveniente, y que á él solo tocaba, no tomase acuerdo con nadie, sino que usase de su propio arbitrio y parecer. Beltran Claquin, por haber ganado grandes honras en Francia y acrecentado su estado con el condado de Longavilla, vendió en esta sazon al rey don Enrique la ciudad de Soria y las villas de Atienza y Almazan y los demás pueblos que le diera en Castilla por precio de docientas y sesenta mil doblas, que para aquel tiempo fué una suma asaz grande. La mayor parte le pagó en veinte y seis prisioneros nobilísimos de los que prendió la armada de Castilla en la batalla de la Rochela; por el dinero restante le dió en rehenes á un hijo de don Juan Ramirez de Arellano, llamado como su padre, por estar el tesoro del Rey tan gastado, que no se pudo contar de presente. Para celebrar las bodas de los infantes de Castilla y de Navarra se escogió la ciudad de Soria por estar en los confines de ambos reinos; y por hallarse en lugar tan acomodado para ello quiso el rey don Enrique hacer juntamente las bodas de ambos hijos, como lo tenia concertado. A la infanta doña Leonor trujeron de Aragon á Soria Lope de Luna, arzobispo de Zaragoza, y el embajador Cervellon con gran acompañamiento de señores y caballeros de aquel reino. Vino otrosí á esta ciudad á celebrar su matrimonio el infante don Cárlos, hijo del rey de Navarra. Hízose el casamiento de dona Leonor, hija de don Enrique, en 27 dias del mes de mayo. Túvose respeto en dar el primer lugar al infante de Navarra por ser huésped. En 19 dias del mes de junio se veló el de Castilla don Juan con su esposa doña Leonor. Todo estaba lleno de juegos, fiestas y regocijos, no solo en Soria, sino en todo lo demás de España, por la esperanza que los hombres tenian concebida de una larga paz y estable felicidad. En estos dias vinieron nuevas que don Fernando de Castro, hermano de dona Juana de Castro, el que dijimos que el año pasado se fué á Portugal, murió en Inglaterra. Tenia esperanzas de volver á Castilla y ser restituido por las armas en su patria. Súpose otrosí que Fernando de Tovar, capitan entre los de aquel tiempo de la fama, con la armada de M-1.

Castilla hizo grandes daños en la costa de Inglaterra, destruyendo, robando, quemando y asolando muchos pueblos y campos, rozas y labranzas de aquella isla. De Soria, concluidas las fiestas, se pasó el rey don Enrique á Búrgos; príncipe esclarecido en las demás naciones, y en su reino bienquisto. Tenia intento por el favor que halló en Francia de acudirla con todas sus fuerzas contra los ingleses y pagalles el bien que della recibió, á la sazon que don Alonso, su hijo, conde de Jijon, con ligereza juvenil, mudado de voluntad acerca del casamiento con doña Isabel, hija del rey de Portugal, por no efectuarle se fué á Francia y á la Rochela por mar, mas el Rey, su padre, le hizo venir desde á pocos dias. En los postreros dias deste año falleció don Gomez Manrique, arzobispo de Toledo. Juntáronse en su cabildo los canónigos de aquella iglesia para elegir sucesor; no se concordaron, antes, divididos los votos, los unos eligieron á don Pedro Fernandez Cabeza de Vaca, dean de la misma iglesia; los otros nombraron á don Juan García Manrique, sobrino del difunto, que era hijo de su hermano el adelantado Garci Fernandez Manrique, y de arcediano de Talavera le pasaran primero á ser obispo de Orense, y despues de Sigüenza; favorecia á este el Rey con grandes veras, porque era afin y allegado de don Juan Ramirez de Arellano. El Arzobispo difunto avisó á su muerte que no eligiesen en su lugar al dicho su sobrino, porque era inquieto, sino al dean. Acudieron al papa Gregorio para que determinase estas diferencias; él, no teniendo por canónica ninguna de las dos elecciones, dió el arzobispado á don Pedro Tenorio, y de la iglesia de Coimbra, cuyo obispo era, le pasó á la de Toledo, varon de muchas prendas, letras y erudicion. En Italia y Francia anduvo peregrinando y desterrado; estudió en Tolosa y Aviñon y Perosa, en el estudio de Boloña tuvo por maestro á Baldo, famoso jurista, y él mismo leyó derechos en Roma. Fué hombre de grande prudencia por el uso y experiencia que tenia de muchos negocios, de grande pecho y valor, aventajado entre los hombres mas señalados de aquel tiempo. Fué arcediano de Toro en la iglesia de Zamora; su padre, Juan Tenorio, comendador de Estepa y trece de la orden de Santiago; su madre, doña Juana, está enterrada en la colegial de Talavera; sus hermanos Juan Tenorio y Melendo Rodriguez anduvieron con él desterrados en tiempo del rey don Pedro. Su hermana doua María Tenorio casó con Fernan Gomez de Silva, cuyo hijo Alonso Tenorio fué adelantado por su tió de Cazorla. Murieron por estos dias algunos varones principales de Navarra, en particular don Rodrigo Urriz, señor rico y de grande autoridad, fué por mandado de su Rey preso y gollado en la ciudad de Pamplona en los últimos dias de marzo del año de 1376. Causáronle la muerte unos tratos mal encubiertos que traia con el rey de Castilla. Era fama se queria pasar á él, y entregalle los castillos de Tudela y Caparroso; yo sospecho que sin razon y falsamente se creyó esto, porque no es verisímil quisiese turbar aquel caballero tau presto la paz que se acababa de asentar. Don Bernardo Folcaut, obispo de Pamplona, murió en 7 de julio en Italia en la ciudad de Anagnia, donde vivia desterrado de su iglesia; la libertad, gravedad y autoridad deste Prelado le hicieron odioso á su Rey, ó por haberse mal gobernado, como arriba 34

de

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