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externo; si obra en momentos dados con absoluta independencia, ¿qué fuerzas habrá que la sujeten?-«Tememos, decís, que la ciencia no destruya la fe de nuestros padres y con ella el cristianismo; mas ¿cómo no habeis visto, repito, que siendo nuestra religion una verdad, ha de haber entre ella y la filosofia una identidad completa? El hombre, despues de todas sus meditaciones y extravíos, ¿podrá nunca hacer mas que conocer racionalmente lo que ahora siente y cree? ¿Es tal vez doble la verdad? Creo hasta indecoroso que hombres animados del verdadero espíritu del cristianismo se atrevan á manifestar tan pobres é infundadísimos temores.>>

Se expresa MARIANA Sobre este punto con energía; mas ¡ay! levanta sus raciocinios en el aire, y no es fácil que resistan á los menores embates de la lógica. Llevado de su empeño en quitar armas á los reformistas, falsea los mismos principios de que parte, transige, cede y destruye por el ardor de transigir y ceder en propia obra. Desgraciadamente no es él quien lleva aquí razon; son sus contrarios. El cristianismo en tiempo de MARIANA era ya un sistema; y todo sistema es un circulo inflexible. Querer ensancharlo es querer romperlo; ó ha de saltarse fuera de él ó reducirse la esfera de accion del pensamiento á su mas o menos estrecha periferia. Pensar en otro medio es una ilusion, un sueño. No ignoramos que en todas las épocas en que la inteligencia ha empezado á sublevarse contra un órden de ideas, admitido casi sin discusion durante siglos, han salido hombres de noble corazon que han pretendido conciliar con los intereses de los conservadores la opinion de los rebeldes; mas no ignoramos tampoco que estos han sido generalmente los que mas han contribuido á acelerar la ruina de la misma causa por la cual tan generosamente combatian. Han pretendido forzar los principios de sus creencias dándoles una extension de que no eran susceptibles; y los principios han estallado en sus manos como hojas de acero que se intenta doblar mas allá de lo que permite el temple. Faltos de principios, no han hecho luego mas que divagar; y han debido al fin, ó retirarse avergonzados, ó pasar con armas y banderas al campo de sus enemigos. Es triste deber consignar estos hechos; mas no son por esto menos ciertos.

Al contemplar á MARIANA entre los reformistas y conservadores de su siglo, le vemos lleno de tanta elocuencia y de una majestad tan imponente, que no podemos menos de admirarle. Ha acometido una empresa digna, aunque imposible; y esto basta para que nos creamos hasta en cl deber de mirarle con respeto. Decimos mas; no solamente le respetamos, le leemos á veces con placer y hasta con un afan que raya en entusiasmo. Pero cuando, ya leido, le meditamos recordando el objeto á que dirige sus estudios, ¿es siquiera posible que desconozcamos la peligrosa senda que recorre y la inutilidad de sus esfuerzos? Sostiene que la religion y la ciencia son idénticas en una época en que la filosofia empieza á divorciarse ya del cristianismo; no es esto hasta cierto punto abrir la fosa á la religion amenazada? ¿Qué diria hoy de su religion en virtud de este principio? A un lado están ya los sacerdotes, al otro los filósofos; ¿no deberia ya profetizarle la hora de la muerte ó llorarla entre los muertos? Si además la religion y la ciencia son idénticas, ¿por qué permitir al hombre que busque en su propio entendimiento la confirmacion de la palabra de Dios, que no necesita de confirmacion alguna? Por qué permitirle que se entregue al exámen de cuestiones ya resueltas, exponiéndole á que caiga en errores funestísimos, imprescindibles por la naturaleza contradictoria de nuestra razon que, apenas libre del freno de la autoridad, vacila y duda? Dios, dicen con mas lógica que MARIANA los teólogos sus contemporáneos, ha hablado ya por boca de sus ángeles y apóstoles; ¿quién se ha de atrever á poner en tela de juicio la palabra del infinitamente Sabio? El hombre no tiene siquiera derecho para poner la mano sobre lo que Dios ha escrito; el que la pone es por este solo hecho un blasfemo, es

un impio. Cerrar los ojos y creer en la palabra de Dios, hé aquí el único deber del que admite la revelacion y no niega la veracidad de los reveladores. ¿Para qué sirve de otro modo la revelacion? podrian haber preguntado al autor que examinamos. La revelacion legitima el origen de la teología; pero solo la falta de revelacion puede legitimar en rigor el de la filosofía.

Decis, continúan además replicándole los mismos teólogos, que podemos amar la gloria con tal que para alcanzarla nos inmolemos en aras de la humanidad ó de la patria; mas ¿cómo salvais entonces los principios? ¿Es ó no de la esencia del alma aspirar al bien absoluto? Es bien absoluto el que resulta de nuestra fama póstuma? Si condenais el que consigo llevan las riquezas solo porque es contingente, y como tal indigno de ocupar la atencion de nuestro espíritu, ¿por qué no condenais este que deriva, no ya de una realidad, sino de un sueño? Diréis tal vez que distinguís; mas ¿cómo no se os ha ocurrido la misma distincion al haceros cargo de nuestra pasion por el oro que, como vos mismo confesais, es el mas alto poder que hay en la tierra? Estas razones eran tan incontestables, que MARIANA debió indudablemente callarse. ¿Pudo empero comprender el motivo de su mismo silencio? Pudo hacerse cargo de la falsa situacion en que se habia puesto por el simple hecho de buscar un término medio entre el protestantismo y el catolicismo de su siglo? ¿Cómo no procuró indagar antes si los nuevos principios que se proclamaban eran simplemente la antitesis de los que habia defendido ó la síntesis de las contradicciones desarrolladas en el seno de las ideas ortodoxas? Si hubiese hecho este exámen previo, ¿se cree acaso que hubiera podido incurrir en los errores en que incurrió con perjuicio de su misma causa? En el primer caso se hubiera contentado con manifestar que una negacion no puede reemplazar nunca un sistema; en el segundo hubiera abrazado sinceramente las nuevas doctrinas por creerlas verdaderas, ó las hubiera rechazado, consagrando sus esfuerzos á revelar la falsedad que contenian. La ciencia no le hubiera aconsejado nunca el infructuoso medio de sincretizar ideas contrapuestas; la ciencia, al considerarlas como tales, le hubiera dicho que la verdad no podia estar en unas ni en otras, que la verdad debia buscarse en un principio superior que las absorbiese y destruyese sus efectos subversivos. Oyó en esta cuestion MARIANA mas la voz de las circunstancias que las severas prescripciones de la filosofía; y es preciso confesarlo, echó mano del recurso mas vulgar, menos eficaz, mas falso, mas expuesto. Pudo en un principio deslumbrar; mas ¿qué valen esos efimeros resultados del momento, tratándose de un debate en que iba poco menos que á decidirse la suerte del catolicismo?

Las ideas que hasta ahora llevamos expuestas de MARIANA merecen ser apreciadas; mas no tanto por la verdad ni la profundidad que en sí contienen como por el sentimiento que las dictó, sentimiento nacido de lo mucho que conocia aquel escritor los vicios de su sistema religioso y los ataques irresistibles á que daba lugar por estos mismos vicios. Habia analizado MARIANA las facultades del alma, y reconocia, sin querer, la soberanía de la razon humana; habia recorrido con una mirada llena de penetracion la historia de los pueblos, y reconocia, sin querer, la escasa solidez del catolicismo, sentado por algunos puntos sobre falsas bases; no hallándose con fuerzas para resistir al poder de su conciencia, confesó uno y otro, y se puso, tambien sin querer, al borde del abismo. No, dijo entonces, conociendo ya el peligro, admito la soberanía de la razon; mas ¿se deduce acaso de aquí que yo crea que la razon y la religion son enemigas? La religion no es para mí sino un sistema à priori, cuya realidad demostrará la razon à posteriori; la religion y la razon son para mi dos entidades, que como el Verbo y el Espíritu se confunden y se pierden en la unidad, en Dios, en lo absoluto. Admito tambien que están falseados por algunas partes los cimientos del catolicismo; mas se deduce acaso de aquí que yo crea que debamos

seguir minándolos para derribarle? Estos cimientos pueden, á mi modo de ver, repararse y son fácilmente reparables. Pues qué, ¿el catolicismo necesita de la supersticion ni de la fábula para sentarse sobre las ruinas de los partidos disidentes?

Publicó MARIANA estas ideas, parte porque le obligó á concebirlas la fuerza de su propio entendimiento, parte por lo que le apremió la vista de los intereses amenazados; ¿es tan extraño que no haya sabido colocarse en la posicion que como filósofo y como católico le pertenecia? Los estudios sobre la marcha de la humanidad no estaban muy adelantados en aquella época para que pudiese prever el fruto que habian de producir mas tarde sus doctrinas; las evoluciones de la razon eran aun poco determinadas; el desarrollo antinómico de las instituciones y de las ideas sociales completamente ignorado hasta de los hombres de mas inteligencia.

y

Estuvo mucho mas acertado MARIANA en la segunda parte de su tratado sobre La inmortalidad la muerte. «El alma, dice, es inmortal; lo sé y lo siento. Si llegase á convencerme un dia de que no lo fuese, ignoro cómo podria siquiera concebir la existencia de la sociedad ni aun la del hombre. ¿Para que deberiamos elevar entonces nuestras miradas mas allá del suelo? ¿Con qué objeto refrenar nuestra codicia ni apagar el furor de la lujuria? ¿Qué motivos tendriamos para sacrificar nuestros intereses á los de nuestros semejantes cuando no nos detuviese la espada de la ley ni la mano del verdugo? ¿Por qué habiamos de rendir homenaje á un Dios que premia con dolores nuestros sacrificios y levanta los malos sobre la cumbre de los buenos? Por qué habriamos de respetar nuestra vida hasta el punto de sobrellevarla en medio de los mas largos y profundos sufrimientos?

yo

>> Mas siento en mi una individualidad que se subleva contra la idea de lo finito; yo veo un fenómeno cualquiera é investigo el sér que lo produce, me elevo de causa en causa á un mundo que no perciben mis sentidos, sondo las tinieblas de lo pasado, indago involuntariamente lo futuro, dudo y busco la verdad en medio de la duda, oigo una voz mas poderosa que la ley que me obliga á lo que la ley no manda, no conozco á Dios y le rindo sin cesar tributo, concibo el bien á pesar de no hallarle en la superficie de la tierra, reconozco un Sér supremo, confieso que si existe no puede dejar de ser justo, y no hallo, sin embargo, realizada la justicia; el cuerpo, digo, podrá volver á confundirse entre el polvo que mis piés levantan, el alma ha de vivir y pasar á un cielo donde sean una realidad las ideas, al parecer quiméricas, que abora la tienen en continua lucha con el universo exterior que la rodea.

>>¿Cómo empero he de probar lo que no es aun en mi mas que una creencia? Abro los libros de los dos grandes filósofos de la antigüedad, y leo en el uno razones que la confirman, en el otro razones que la niegan. Vacila por algunos instantes mi entendimiento; mas ¿no es acaso, me pregunto, tan soberana mi razon individual como la de Platon y la de Aristóteles? La vida es la accion; si puedo probar que el alma se mueve independientemente hasta del medio en que obra, ¿no se desprenderá de aquí que el alma es la vida, que está por lo menos en ella la fuente de la vida? No se desprenderá de aquí que, no teniendo nada comun con el cuerpo, no está destinada á sufrir las vicisitudes que este sufra? Es un hecho irrecusable que nuestro cuerpo no funciona sino á impulsos del espíritu, que en faltando este deja aquel de obrar y por consiguiente de vivir, sucumbe, muere. ¿Sucede así con el alma? Duerme la materia y continúa aquella agitándose ya en sueños mas o menos fantásticos, ya en resoluciones de problemas que no ha podido dilucidar tal vez cuando estaba el cuerpo despierto y le auxiliaba con la luz de los sentidos. Hiere no pocas veces mis ojos una multitud de objetos; resuenan en mis oidos voces, ya armoniosas, ya discordes; mis ojos, sin embargo, no ven, mis oidos no oyen; y absorbida en tanto el alma

por profundas meditaciones, compara, razona, crea un sistema con que pretende darse razon ya de sus propios actos, ya del mundo fenomenal con que se siente unida, ya del sér que ha trazado en el espacio la marcha de los soles que brillan en la azulada bóveda del cielo. Reflexiona otras veces el alma sobre sí misma, sintiéndose, palpándose, adquiriendo conciencia de sus facultades, examinando su propia naturaleza, sobreponiéndose á la decision de los sentidos materiales, negando lo que acaso ellos afirman, afirmando lo que acaso niegan. Todos estos hechos ¿no son realmente movimientos puros del espíritu ?

>>Opóneme á esto Aristóteles que sin fantasma, sin una intuicion, sin una representacion sensual no puede adquirir el alma idea alguna; que todos estos movimientos que parecen en ella propios derivan pues de los sentidos; que alma y cuerpo están por consecuencia estrechamente unidos y son inseparables. Mas ¿es cierto que no haya sin intuicion idea? Es esto cuando menos altamente cuestionable; pero aun cuando no lo fuera, creo que en nada destruiria la fuerza de las razones consignadas. ¿Podriamos nunca atribuir este hecho á la naturaleza del alma? ¿No deberiamos antes suponer que depende de la naturaleza del medio en que aquella obra? Los sentidos no nos trasmiten mas que fantasmas de individuos, ¿cómo se eleva no obstante el alma á la idea de la colectividad? Cómo se eleva á las ideas tan abstractas de espacio y tiempo?

>Pero descubro aun otra razon para dejar irrecusablemente demostrada la inmortalidad de nuestro espíritu. Tiende el cuerpo á la tierra, el alma al cielo, y nace de esta diversa tendencia un estado de continuo antagonismo y lucha. A cada cuestion que se entabla entre los dos poderes, ¿quién decide? quién establece la paz? ¿No es generalmente el alma la que manda, y caso que venza el cuerpo, el alma la que reprueba y atormenta? La naturaleza del alma debe pues ser siempre superior å la del cuerpo; el alma no debe seguir la suerte precaria é infeliz de la materia. »Es, á mi modo de ver, muy poderosa la fuerza de estas razones; mas temo que no ha de faltar todavía quien niegue, á pesar de ellas, el principio que defiendo. Si tal sucediese, ¿no tendria acaso derecho de preguntar cómo se concibe que pueda morir nuestra alma? Todas las cosas creadas perecen ó por la accion de sus contrarias, ó por la separacion de sus partes, ó por la ausencia de la causa que las produjo, ó por la destruccion del sugeto que las contiene y les da vida. Si suponemos que muere el alma cuando muere el cuerpo, ¿no debemos suponer que mue ren los dos en virtud de una misma accion y que tienen los dos igual contraria? Si suponemos que mueren en virtud de una misma accion, ¿no hemos de suponer además que es una misma su esencia y una misma su naturaleza? Negando pues la inmortalidad, caemos inevitablemente en el materialismo puro; ¿¡ habrá muchos que quieran aceptarlo? Si mi pupila tuviera un color determinado, no podria juzgar de los colores; si el alma participase de la naturaleza del cuerpo, no podria conocer como ahora todos los cuerpos que ha encerrado Dios en el espacio. No, no es posible comprender cómo moriria el alma, caso que no tuviese la inmortalidad que nos obligan á concederle lo mismo la voz del corazon que la voz de la conciencia.

>>Siento que mi alma es una, simple, indivisa, que obra toda sobre si misma y sobre cada uno de los objetos que la cercan, que experimenta total, y no parcialmente, las impresiones que recibe por los ojos y por los demás sentidos; ¿cómo he de poder tampoco suponer que muera al igual de los cuerpos inanimados en virtud de una separacion de partes?

>>>Siento que por el alma obro y por el alma vivo; siento que si en ella está la vida, ha de ser forzosamente parte de la vida que anima el mundo, y ha de reconocer á Dios por causa y por orígen; siento que es Dios indestructible, eterno; ¿puedo tampoco admitir que muera el alma por faltar el sér que la produjo?

»Sé, por fin, que aunque mi alma está contenida en mi cuerpo, no es el alma quien debe la vida á la materia, sino la materia al alma; ¿puedo tampoco ni remotamente sospechar que por caer mis carnes en la tumba caiga en ellas mi espíritu? No, mi alma no depende de mi cuerpo, su union es puramente accidental, la muerte no es mas que el genio que rompe esa union, tan necesaria para la existencia del cuerpo como violenta para el espíritu, que tiende sin cesar á identificarse con el centro universal de que fué separada por causas que ignoramos. Si el sepulcro es para mi cuerpo la puerta de la nada, es indudablemente para mi alma la puerta de la vida. »¿Qué es empero eso que llamamos alma universal? ¿Es cierto que haya una causa primera? Es cierto que Dios exista? Sé de algunos filósofos que lo han negado; mas no lo sé de ningun pueblo; hallo por de pronto la conciencia social en favor de mi segunda creencia. Examino luego la naturaleza, y veo en ella un órden admirable. Multitud de planetas siguen su curso sin jamás interrumpirlo; descubro para el movimiento del globo y el de cada uno de los seres que le componen leyes generales que no han sido nunca quebrantadas; observo que esas mismas tempestades que hacen estremecer la tierra son efecto de causas constantes, y son á su vez causas de fenómenos necesarios para que subsista el mundo; tanta regularidad en la creacion, la creacion misma, ¿no me revelan tambien una inteligencia superior á la nuestra, que es la que principalmente constituye á Dios? La simple consideracion de mí mismo me confirma en esta idea. Soy todo yo antagonismo; mi libertad lucha con la fatalidad, mis pasiones son de continuo combatidas por mi entendimiento, mi entendimiento ha de estar trabajando sin cesar para acallar la poderosa voz de mis instintos; si para dominar las contrapuestas pretensiones de unos y otros necesito de toda la energía de mi alma, ¿no he de creer naturalmente que para dominar la de todos los séres del universo, séres que parecen conspirar sin tregua unos contra otros, es indispensable que exista un alma fuerte y poderosa, un espíritu, un Dios, que por la simple fuerza de su voluntad mantenga en tan discordes elementos la armonía? Yo no puedo, por otra parte, concebir un consiguiente sin un antecedente; no puedo ver la estatua sin pensar en el estatuario, no puedo atribuir á la casualidad la formacion del mundo, cuando para la mas sencilla obra veo que debe el hombre poner en juego y en la mayor actividad posible todas las facultades de su entendimiento; ni sé contener sin la idea de un Dios el vuelo de mi razon, que corre precipitadamente á perderse en la inmensidad de la duda, ni hallo fuera de ella un punto sólido, un principio de donde hacer partir la ciencia.

>>Estas razones, sin embargo, no bastarán á los ateos, y me creo en el deber de repetir los argumentos ya célebres de Aristóteles y Cleanto. Nada, decia el primero, puede moverse por sí mismo, nada es ni puede ser á la vez agente y paciente; si hay en la naturaleza movimiento, hemos de suponer un motor, mas que se obstine la razon en rechazarlo. En el universo, decia el segundo, no existe un sér para el cual no haya otro mas perfecto; subiendo hasta donde quepa la escala de los séres, nos verémos obligados á llegar hasta uno que venza en perfeccion á todos, y este no podrá menos de ser Dios, es decir, la causa primera que gobierna el mundo. ¿Qué podrá contestar la impiedad á tan firmes y bien fundados raciocinios (1)?

>>No basta empero que quede reconocida y probada la existencia de este sér; es preciso además investigar sus atributos, dándolos á conocer por el reflejo de sus propias obras. Vemos en todas una gran sabiduría, y no dudamos en llamarle infinitamente sabio apenas confesamos su existencia; concebimos fácilmente que haya de poderlo todo el que ha creado tantos mundos y les ha señalado un camino invariable en el espacio; accedemos sin esfuerzo á que sea absolutamente (1) De morte et immortalitate, lib. 2.

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