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ha tocado sino incidental y vagamente al hacerse cargo de la inmortalidad del alma. Es á la verdad de sentir que un hombre de tan vastos conocimientos y de tan elevada inteligencia no haya tenido ocasion de consignarlas todas sistematizándolas de modo que fuera fácil apreciarlas ya por la armonía general de su conjunto, ya por la relacion que guardase con este cada una de las partes, ya por el valor absoluto de cada una de por sí, ya por su valor relativo á la manera de ver y de pensar de su época. Habria dejado entonces un monumento, que respetarian aun los mas atrevidos filósofos; habria adquirido un glorioso lugar y un brillante recuerdo en las páginas de la historia de la ciencia.

II.

Hemos juzgado hasta ahora á MARIANA como filósòfo; vamos á juzgarle como publicista. Penetrado como nadie de que somos séres esencialmente libres, proclama ante todo la libertad del pueblo. «No hay razon alguna, exclama, para que nos mandemos unos á otros; si para nuestro propio bienestar necesitamos de que álguien nos gobierne, nosotros somos los que debemos darle el imperio, no él quien debe imponérnoslo con la punta de la espada. Muchas naciones han sido desgraciadamente constituidas por la violencia, pocas por el consentimiento de los que las componen; mas esto en nada menoscaba la fuerza de nuestro derecho, derivado de la misma naturaleza y constitucion del hombre. Si no podemos rechazar ya los poderes que solo å la tiranía debieron su origen, podemos obligar cuando menos á los descendientes de los antiguos tiranos à que obren en virtud de leyes emanadas de la suprema voluntad de la república. Nuestro derecho es imprescriptible; y si hay monarcas aun que sobreponiéndose á él pretendan obrar å su antojo y sin consultar el voto de los que han de vivir bajo su yugo, monarcas solo por la fuerza, dejarán de serlo justamente el dia en que una fuerza mayor les precipite del puesto que tan infamemente arrebataron. Todo poder que po descansa en la justicia no es un poder legítimo; y es de todo punto indudable que no descansa en ella el que no ha recibido su existencia del pueblo ô no ha sido a lo menos sancionado por el pueblo.

»Preguntan a menudo los políticos cuál es la mejor forma de gobierno; mas esta cuestion es para mi secundaria, porque he visto florecer estados bajo la república como bajo la monarquía, y la historia de cien siglos me revela en todos los sistemas una bondad, si no absoluta, relativa. Pesando las ventajas & inconvenientes de una y otra, me decido por la monarquía, que encuentro mas análoga y conforme al modo como se gobierna la naturaleza; mas ora se convenga conmigo, ora se esté por la aristocracia o por la democracia, lo que para mi interesa es dejar consignado desde un principio que léjos de depender el Estado de los poderes públicos, los poderes públicos dependen directa y constantemente del Estado. El hombre para fundar y extender la sociedad no necesitaba de un impulso extraño; sér naturalmente sociable, sentia la necesidad de reunirse con sus semejantes desde el momento en que los conocia ó los sentia junto á su cabaña. Habia adquirido y no podia menos de adquirir la conciencia de sus propias facultades; y viendo desde luego que no podia desarrollarlas sin ponerse en contacto con los seres de su especie y aun con los demás del universo, era indispensable que concibiese las ideas de familia y tribu, ideas que contenian virtualmente en si las de ciudad, provincia, nacion, imperio uni

versal, linaje humano. Solo despues de constituida la sociedad podia surgir entre los hombres el pensamiento de crear un poder, hecho que por sí solo bastaria á probar que los gobernantes son para los pueblos, y no los pueblos para los gobernantes, cuando no sintiéramos para confirmarlo y ponerlo fuera de toda duda el grito de nuestra libertad individual, herida desde el punto en que un hombre ha extendido sobre otro el cetro de la ley ó la espada de la fuerza.

>Escritores mal intencionados y cortesanos llenos de corrupcion se han propuesto no pocas veces halagar á los reyes suponiéndoles, no solo superiores á los pueblos, sino hasta dueños de las vidas y haciendas de los ciudadanos; mas estos hombres, incapaces de apoyar sus opiniones en ninguna razon sólida, no merecen de todo hombre pensador sino el desprecio. Han vendido torpemente su independencia, y quieren sacrificar la de los otros en aras de su humillacion y su bajeza; han sumergido en el cieno de la adulacion las facultades que les habia dado Dios para alumbrar á los príncipes; y no parece sino que quieren tambien rebajar hasta el nivel de los brutos la inteligencia de los demás hombres.

>>Afortunadamente en nuestra monarquía, cuyos hábitos de libertad vienen fortalecidos por una serie nunca interrumpida de esfuerzos y de sacrificios, no han de prevalecer nunca tan bárbaras doctrinas. Mas ¿no seria siempre mejor que viesen unos sobre sí el desprecio público, y fuesen arrojados los otros de palacios, donde solo deberia reinar la verdad é inculcarse sin tregua las mas exactas ideas de justicia? El principio que dejo establecido lo está generalmente en España, gobernada desde tiempo inmemorial por Cortes, á cuyas resoluciones han de sujetar su voluntad los mismos reyes; sostener el opuesto, no solo es falsear la ciencia, es atentar contra las mas venerandas costumbres y lo que principalmente constituye la nacionalidad española. Nuestros principes deben saber por lo contrario que son solo depositarios del poder que ejercen, que no lo tienen sino por la voluntad de sus súbditos, que han de usarlo conforme á las leyes fundamentales del Estado, que no pueden alterar una sola ley sin hacerla discutir y determinar en el seno de las Cortes, ni imponer nuevos tributos sin consultar el voto de los contribuyentes, ni obrar contra el dogma cristiano, ni reformar siquiera las prácticas religiosas sin la previa autorizacion del pueblo ó de la Iglesia. Deben saber que si, mal aconsejados por sus pasiones ó por los que les rodean, se atreven algun dia á violar, ya esa misma religion que estamos obligados todos á defender contra las armas de los pueblos infieles y las invasiones de la herejía, ya esas leyes capitales en que descansa toda nuestra organizacion política y están apoyados los intereses sociales de los pueblos, ya esas antiguas costumbres que además de caracterizarnos forman parte de nuestra misma vida; ó deberán resignarse á abdicar el poder de que abusaron, ó se verán justamente expuestos a morir en manos de la insurreccion ó en las del hombre que, celoso por las libertades de su patria, tenga el suficiente heroismo para ir á clavar su puñal en la frente del tirano. Deben saber que, aunque vean defendido su trono por armas de soldados mercenarios, indignos siempre de guardar el sueño de los buenos príncipes, han de temer si obran mal; pues son impotentes todas las armas del mundo para librarles de un patricio que, fingiéndoles amistad, aceche el momento oportuno para hacerles rodar de un solo golpe las gradas del trono y los escalones del sepulcro. Deben saber que, aunque el asesinato es siempre un crimen, deja de serlo y glorifica al que lo comete cuando á falta de otros medios se ejecuta sobre el cuerpo de un rey para quien hayan sido los pueblos un juguete y la justicia una mentira. Deben saber que, siendo los reyes para la sociedad, y no la sociedad para los reyes, si ve la sociedad sublevada contra si la hechura de sus manos, tiene, no ya el derecho, sino el deber de castigarla; tiene, no ya el derecho, sino el deber de aniquilarla del modo mas o menos legítimo que le permitan la

fuerza y la situacion del que, en lugar de ser su guarda y su broquel, se ha convertido en su verdugo. Deben saber que, como no se perdona medio para deshacerse de un monstruo, no se perdona para deshacerse de un tirano, que es el mayor monstruo de la tierra.

>>Suele ocultarse la verdad á los príncipes diciéndoles que han recibido su poder, no del pueblo, sino de sus mayores, que se lo dejaron por herencia. No se les enseña, como deberia enseñárseles, que hasta la ley sobre la sucesion es hija de la voluntad nacional, sin la cual no puede aquella reformarse ni podria decidirse cuestion alguna si llegasen á presentarse circunstancias á que por lo raras é imprevistas no pudiese hacerse extensivo lo dispuesto. La sucesion hereditaria no altera en nada la naturaleza del poder real; la sucesion hereditaria no ha sido admitida á pesar de sus gravísimos inconvenientes sino para asegurar mejor el órden social, apagando ambiciones que á la muerte de cada principe habrian de remover forzosamente el país y provocarian tal vez escándalos y guerras. ¿Se cree acaso que si la nacion considerase mañana necesario restablecer el principio de sucesion electiva, que tuvimos en vigor durante siglos, podria siquiera el príncipe oponerse á que así se resolviese? No solo puede una nacion rechazar la sucesion hereditaria; puede variar hasta la forma misma del gobierno, á pesar de los muchos peligros que suelen llevar consigo estas mudanzas. Hay en la vida de los pueblos vicisitudes que, no solo aconsejan, sino hasta exigen cambios radicales; y estos cambios ¿quién duda que son justos cuando emanan de la misma república, centro de todos los poderes del Estado?

>>La monarquía es el gobierno mas simple, mas susceptible de unidad de accion, mas fuerte por consecuencia, y menos expuesto á revoluciones y trastornos; pero es absolutamente imposible para que produzca buenos frutos que estén bien deslindadas en ella las relaciones entre el principe y los súbditos. Conviene por esto, ante todo, que el rey se limite á ser el jefe del poder ejecutivo, procurando que este mismo poder, sobre el cual no está ya sino el del pueblo, dificilisimo de ejercer cuando se trata de aplicarle á la persona de un monarca, no degenere nunca en tiranía. Léjos de aislarse de sus vasallos trazando en torno suyo un círculo de cortesanos y otro de guardias pretorianas, debe estar en continuo roce con ellos viendo por sus propios ojos las necesidades que padecen, escuchando con su propio oido la voz de los deseos que sienten ó el grito del dolor que sufren, enterándose por sí mismo del giro que toman ó deban tomar las ciencias ó las artes. Las espadas que hayan de servir para defenderle no las confiará sino á ellos, á quienes, así en guerra como en paz, ha de tener siempre armados para que no se enerven en el ocio y la molicie; los consejeros que hayan de formar su corte los buscará entre ellos, á quienes no ha de temer nunca elevar al rango de la aristocracia si pelearon como buenos en el campo de batalla ó meditaron en el silencio de sus retretes sobre las verdades de la ciencia. Buscará á los grandes entre los humildes; y logrará asî por una parte reparar los injustos estragos de la desigualdad, introducida solo en el mundo por el caprichoso juego de la suerte y la tiranía de los que mas pudieron, por otra remozar esa nobleza corrompida que mancha hoy con torpes fealdades los escudos pintados por los mayores con la sangre de sus venas. La nobleza es otro poder en el Estado, y debe por lo tanto el rey cuidar de que por lo estancada no le suceda lo que á las aguas empantanadas que vician con sus miasmas el aire que las rodea y llevan á la redonda las enfermedades y la muerte. Los fundadores de muchas de nuestras familias aristocráticas hicieron tal vez menos de lo que han hecho hoy hombres de solar desconocido; elévese á estos á lo que aquellos fueron elevados, y sobre haber hecho justicia á la virtud y al mérito, se habrá logrado algun tanto borrar los límites ya demasiado marcados entre la aristocracia y el pueblo.

>>La aristocracia en una monarquía es un elemento del todo necesario: sirve de freno á los re

yes y sé opone al establecimiento de la tiranía. El buen principe no debe temerla; debe por lo contrario darle fuerza por ser ella su mas poderoso apoyo en las grandes crisis y en los terribles golpes de la guerra. Hace ya mucho tiempo que se esfuerzan los gobiernos en destruirla; mas estos esfuerzos son fatales para el mismo pueblo que tan inconsideradamente los aplaude. Cuando ya no tenga la nobleza armas de que rodearse ni fortalezas en que guarecerse, cuando sea ya su título un nombre que nada signifique, ¿quién detendrá al pronto los pasos del tirano? Rejuvenézcasela, no se la aniquile; y al paso que será la salvaguardia de los buenos príncipes, será el escudo de la sociedad entera.

>> Hombres míopes que no saben apreciar mas que las dificultades del momento claman tambien hoy contra el excesivo poder de los obispos y otras altas dignidades de la Iglesia. Pretenden, al decir de ellos, salvar nuestras libertades, y no ven que con solo proponer estos medios las sepultan. ¿Qué pueden hoy en favor de ellas esos cortesanos sin corazon, cuyo afan parece reducirse á cegar al principe, llevándole por la senda que conduce à la conculcacion de nuestras leyes? Tenemos ya tropas mercenarias y están reunidos al rededor del trono todos los elementos de la tiranía; si ciñe mañana la corona otro rey que no tenga las virtudes del que hoy gobierna, ¿quién sino esos obispos podria salir á la defensa de nuestros derechos sustentados con tanto valor durante siglos? Los prelados son la parte de la nobleza menos expuesta á corromperse; no les suceden como á los demás aristocratas hijos degenerados, les suceden, sí, varones siempre eminentes, hijos casi siempre predilectos del pueblo y de la Iglesia. No solo merecen conservar sus rentas; merecen que se les confirme en la tenencia de esos castillos desde cuyas almenas han combatido no pocas veces por la ley fundamental de nuestra monarquía. ¿Quién puede vivir con mas independencia que ellos, que no necesitan de la venia del rey para conservar sus dignidades, que están en contacto con todas las clases de la sociedad, que libres ya de pasiones ó inspirados por la mas pura luz del cristianismo, no han de dedicarse sino á reparar las injusticias con que han oprimido á los hombres la propiedad y la violencia? Quién puede aconsejar con mas acierto que ellos, que han debido subir una por una las gradas de la ciencia para encumbrarse al puesto que actualmente ocupan? Romped el lazo que hoy une á los pueblos con los reyes; y á no tardar veréis entre unos y otros un abismo. Pesará entonces la tiranía como no ha pesado nunca sobre nuestras frentes; y ¡ay entonces de nuestras libertades! ay de nuestras leyes!

>>Ocupado el pueblo en la práctica de la agricultura y del comercio, sin la cual no le es dado conservar la vida, puede dificilmente defender por sí sus intereses; si una aristocracia independiente y fuerte no vela por ellos cuando no sea mas que en virtud de su propio egoismo, corren aquellos peligros inminentes. Y qué, ¿tiene acaso algo de odiosa la aristocracia tal como propongo que se organice y se reforme? En esta aristocracia no habria cerradas las puertas para nadie. El soldado que acreditase su valor y su pericia en los combates, el sabio humilde que con sus altos pensamientos lograse dirigir por el camino de la felicidad la patria, el sacerdote por cuyas virtudes mejorasen de condicion las clases del Estado, todos los que lograsen levantar la cabeza sobre el nivel de sus contemporáneos hallarian siempre una corona dispuesta á bajar sobre sus sienes. Partidario del principio de la igualdad, que veo dolorosamente destruido por la fatalidad de las cosas, creo que á todos son debidos los honores y las recompensas, y no habria para nadie que las mereciese una sola distincion, ni para nadie que no las mereciese un privilegio.

>>A pesar de lo ya expuesto, habrá tal vez quien nos pregunte por qué hemos de poner tan decidido empeño en conservar y robustecer la aristocracia; mas aun cuando no fuese, como llevamos dicho, un baluarte contra la tiranía y un vínculo indisoluble entre el pueblo y la corona,

creeriamos prudente sostenerla y darle fuerza con el fin de tener en ella un medio de educacion para los principes, un elemento de economía para el Estado y un inagotable plantel de magistrados para el gobierno y direccion de la república. Un príncipe no debe ser educado aisladamente; si no ve crecer á su lado otros de la misma edad y de distinta condicion é ingenio, ni sabe apreciar nunca el valor de los demás, ni adquirir el conocimiento de sí mismo. Falto de estímulo, no adelanta, y llega, sin embargo, á la mocedad creyendo tal vez que sobrepuja á todos en las prendas del cuerpo y en las del ánimo. Mañana que es rey debe escoger auxiliares que realicen su política y ejecuten sus mas delicadas órdenes; y por no estar en relaciones con la generacion de que forma parte, se ve condenado á entregarse en brazos, no del mérito, sino de la adulacion y del favoritismo. No se ha acostumbrado á considerar á los demás hombres como iguales, y los trata á todos con altivez, los manda con un orgullo necio, que no puede menos de chocar con la dignidad propia de ciertos funcionarios. Nacen de aquí conflictos que no hacen mas que exacerbarle, se irrita, quiere de dia en dia que prevalezcan mas y mas sus opiniones, y camina sin sentirlo å la mas insufrible tiranía. ¿Créese acaso que sucederia así si, insiguiendo la costumbre de los reyes godos y la de muchas antiguas dinastías, se le educase desde niño con los hijos de los grandes, poniéndole asi en contacto con los que deben hacer mas tarde triunfar sus estandartes, administrar en su nombre la justicia ó representarle en las demás cortes europeas? Estoy firmemente convencido de que, tanto para el bien de los príncipes como para bien de las naciones, deberian ser educados con ellos hijos de aristocratas de todas las provincias, medio con que se lograria, no solo prevenir los inconvenientes consignados, sino hacer que el que ha de ocupar un dia el trono fuese enterándose insensiblemente de la diversidad de caractéres y de lenguas que existe entre los individuos de nuestro vasto y dilatado imperio.

»¿Quién, por otra parte, podria consagrarse mejor al ejercicio de la alta magistratura que esos mismos nobles cuyas exorbitantes rentas son la mejor garantía de que no han de explotarla en su provecho? Quién mejor que ellos podria desempeñar los mas graves y penosos cargos sin cobrar del erario y solo por el honor que suelen llevar consigo? Los honorarios de los agentes del poder absorben hoy una gran parte de la riqueza pública; ¿por qué á quien disfruta ya de grandisimos caudales hemos de hacerle aun participe de los escasos fondos recogidos por el sudor del pobre? Por qué siéndonos fácil no hemos de rebajar los tributos que pesan tan gravemente sobre la cabeza de los pueblos? Si nos elevamos á los verdaderos principios de justicia, habrémos de confesar, á pesar nuestro, que esos grandes tesoros de la aristocracia solo han podido ser acumulados por la iniquidad de los hombres y la imprevision de las leyes; ¿cómo, ya que no nos creemos con derecho para recogerlos y distribuirlos en nombre del Estado, no hemos de procurar que se inviertan en favor de los mismos á quienes fueron inhumanamente arrebatados? La comunidad era la única forma social posible, porque á todos y para todos ha sido dada la tierra; si el arbitrario poder de ciertos hombres ha venido despues con el principio de propiedad individual á quebrantarla, ¿cuáles son nuestros deberes y los de cuantos podemos influir en la marcha de los negocios públicos con la pluma ó con la espada?- El mal se ha generalizado, y no es posible curarle de raíz sin atacar el vasto cúmulo de intereses creados á la sombra de las leyes; mas hemos de pensar en atenuarlo, ó en agravarlo? Abogo por la aristocracia; pero así como estoy porque se la robustezca, estoy tambien porque se repare con sus mismos sacrificios la injusticia que veo brotar del seno de su constitucion, viciada por abusos en ningun tiempo perdonables.

>> Dícese que el clero no es menos rico que la nobleza, y se me acusará tal vez porque no propongo para este igual clase de reformas. El alto clero que, á pesar de no poderse confundir con la

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