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aristocracia, viene å formar parte de ella donde quiera que los poderes temporal y espiritual obran como es debido de comun acuerdo, está para mí fuera de duda que podria servir tambien gratuitamente los principales oficios de la administracion y del gobierno; mas no me quejo tan amargamente de las pingües rentas que disfruta, porque veo que vuelven por distintos conductos á la masa comun de que proceden. Vive de los tesoros de los obispos y aun de los fondos de los monasterios un sin número de pobres; deben á ellos sus carreras una multitud de jóvenes, que de otro modo hubieran debido consumir sus talentos en artes poco acomodadas á su claro ingenio; medran, gracias á ellos, instituciones benéficas, que son de un grande alivio para clases expuestas á grandes vicisitudes y tormentos. El clero, salvas algunas excepciones, que condeno con toda la energía de mi alma, es una segunda providencia para cuantos sufren; ¿lo es esa aristocracia avara y codiciosa que malgasta sus riquezas solo en torpes placeres, corrompiendo al pueblo, á quien debia servir de guia? He dicho en otro párrafo que ha de conservarse el poder del alto clero por exigirlo la defensa de nuestras libertades; añado ahora que ha de conservársele, porque sin él no hay quien defienda el príncipe cuando la aristocracia se entregue á los turbulentos desórdenes de los reinados de Juan II y Enrique IV.

>>Pero me separo sin querer de mi propósito. No debemos envenenar odios de clase á clase, debemos procurar en lo que cabe armonizarlas. Si cada poder del Estado va por su camino, será un elemento de muerte, no de vida; es preciso que funcionen juntos, que conspiren todos á un mismo fin, que secunden unos de otros los esfuerzos. No basta que estén reunidos en las Cortes los procuradores de las ciudades y los altos dignatarios; ¿por qué no han de estar con ellos los obispos como en las antiguas Cortes castellanas? Los intereses políticos y los religiosos están enlazados de una manera fatal por la misma naturaleza de las cosas; si no reina una perfecta armonía entre los individuos que los representan, ¿no ha de haber naturalmente en el seno de la sociedad antagonismo y lucha? ¿Quién, además, conoce mejor que los obispos las necesidades de las clases que mas directamente sobrellevan las cargas del Estado? La ciencia y el sentido comun enseñan á la vez que para estar bien organizadas han de entrar en nuestras Cortes por igual esos tres naturales elementos.

»¿De qué han de servir empero estas Cortes? ¿Hasta dónde han de llegar las facultades legislativas del principe? He dicho que el pueblo es la fuente del poder real; á los representantes pues y á ellos exclusivamente toca dictar las leyes que convengan y dirimir las contiendas que ocurran sobre la sucesion á la corona. He, si no dicho, indicado que nadie puede ser legítimo rey sin el consentimiento tácito ó expreso de los ciudadanos; a los representantes pues y á ellos exclusivamente toca entender en todo lo relativo á la reforma ó supresion de las condiciones esenciales del contrato. He hecho advertir que ciertas costumbres públicas, y entre ellas las religiosas, constituyen hasta cierto punto la vida social de las naciones; á los representantes pues y à ellos exclusivamente toca aceptar ó rechazar las mudanzas que sobre cualquiera de ellas se propongan. Es sabido, por ejemplo, que al admitir los pueblos la creacion de un poder social convinieron en sostenerle por medio de un impuesto; ¿quién sino las Cortes ha de otorgar un nuevo tributo al rey ó ha de legitimar los que este crea necesarios para sostener el crédito del país ó el esplendor de su diadema? La imposicion de nuevos tributos por el principe es el paso primero y mas trascendental que este puede dar hácia la tiranía; toléresele una sola vez que no consulte á sus súbditos, y la libertad y la dignidad se hunden.

>>El rey podrá legislar, pero nó sobre ninguno de estos puntos capitales. Podrá legislar sobre asuntos cuya urgencia no permita convocar á los representantes, podrá legislar interoretando,

cuando así lo crea necesario, las antiguas leyes, podrá legislar para poner en ejecucion las mismas resoluciones de las Cortes, podrá legislar sobre las relaciones civiles, penales y comerciales que va estableciendo entre los hombres la marcha progresiva de la especie, podrá legislar hasta sobre la manera de producir, importar, exportar y consumir los productos industriales: cosas todas sobre las cuales no será aun prudente que resuelva por sí, cuando comprenda que ha de afectar en algo ó muy graves intereses ó las leyes fundamentales de la monarquía. Podrá legis(lar, pero haciéndose siempre cargo de que legisla, no solo para sus súbditos, sino tambien para sí mismo.

»No ignoro que muchos pretenden hacer al rey superior á las leyes; mas ¿en qué pueden fundarlo? La ley, la verdadera ley ¿es hija del capricho, ó de una necesidad social sentida y reconocida por los poderes públicos? ¿Tiene su asiento en la justicia, ó en la injusticia? Emane de las Cortes ó del mismo príncipe, si es universal, si no ha sido dictada para una clase especial del pueblo, ha de obligar al rey lo mismo que al último vasallo. Exige que sea así la misma fuerza del derecho, lo aconseja la política. No con el poder, sino con el ejemplo, deben gobernar los reyes; el príncipe que viola una ley da con esto solo lugar á que otros la infrinjan y destruyan. ¿Con qué razon ha de castigar luego al que como él dejó de obedecerla?

>> Debe por lo mismo el rey ser el primero en acatar las disposiciones de la Iglesia, no atrevién– dose por sí ni aun en las mas graves y peligrosas crisis de la monarquía á quebrantar las inmunidades del clero, ya gravándole con impuestos, ya arrebatando el oro y la plata dedicados al culto de Dios y de los santos. La Iglesia y todo lo de la Iglesia debe ser tan sagrado para él como para el postrero de sus súbditos, y ¡ay de él si de otro modo provoca la cólera divina! La sombra de Heliodoro deberia estar siempre ante los ojos de los reyes.

>> Contribuirá mucho á la bondad del príncipe la educacion que se le dé desde los primeros años de su vida. De niño deberá oir ya de boca de sus maestros y de cuantos le rodean las máximas y sanos principios de moral del Evangelio. Se le inclinará á dirigirse á Dios en todas sus acciones y á respetar ante todo la voluntad del sacerdote. Cuando ya algo adelantado en la instruccion primaria, deberá dedicársele casi exclusivamente al estudio de la antigua lengua del Lacio, en que podrá leer primero á César, Salustio y Tito Livio, y luego á Tácito, tesoro de consejos á los príncipes y espejo en que están fielmente reproducidas las malas artes de los cortesanos. Alternara con los ejercicios del entendimiento los del cuerpo, indispensables para todos y mucho mas para un principe que se ha de poner mas tarde al frente de ejércitos que han pasado con banderas desplegadas sobre el cadáver de naciones aguerridas. Tendrá muchos maestros, y aprenderá de todos aquello en que cada uno haya hecho estudios mas detenidos y profundos. Cultivará con particular esmero la oratoria, con la cual debe captarse despues la benevolencia de los pueblos y encender la llama del heroismo en el corazon de sus soldados; la lógica, que le enseñará á distinguir la razon del sofisma y á descubrir los torpes engaños de los aduladores; la historia, especialmente la de su nacion, en que además de leer el modo con que fueron precipitados á su ruina grandes príncipes, se enterará del carácter y costumbres de sus súbditos, sin cuyo conocimiento adoptaria tal vez como bueno lo que no podria menos de conducirle junto con la monarquía al fondo de un abismo; las matemáticas, sobre todo la geometría, sin la cual no cabe abarcar en toda su extension el arte de la guerra; la astronomía, por fin, que elevará sus miradas desde la tierra al cielo, é imponiéndole con la grandeza de la creacion, le hará mas humilde y lo enseñará á no ensoberbecerse con el vano poder de que disfruta. Se entregará al estudio de todas estas artes y ciencias, no como el que libre de tan graves cuidados ha resuelto consagrarles todos los años de

su vida, sino como el que trata de conocerlas para apreciar las ventajas que consigo llevan y sin aparecer rudo y de ningun valor entre los que mas particularmente las profesan. Mereció Alfonso X por sus trabajos científicos el renombre de Sabio, y no supo, sin embargo, llevar con dignidad la corona de sus mayores ni poner decorosamente fin á los disturbios y escándalos promovidos por sus mismos hijos. Perjudica á los principes lo mismo la mucha ignorancia que la mucha ciencia; ni aquella les deja conocer los errores á que se precipitan, ni esta dedicarse con perfeccion á los muchos y variadísimos negocios de tan extensa monarquía.

>>Aprenderá tambien el príncipe la poesía y la música, mas no esa poesía que corrompe, ni esa música que enerva, sino esa poesía varonil que incita á los grandes hechos y esa música que inspira el valor guerrero y el entusiasmo religioso. Los estudios deben conspirar todos, no á man charle con vicios, sino á revestirle de virtudes que puedan hacer de él un gran rey, así para los ocios de la paz como para los furores de la guerra.

>>Dicese generalmente que es lícita la mentira en los príncipes porque solo con ella pueden muchas veces llevar á cabo proyectos de ejecucion dificil; mas el que esté encargado de su educacion, lėjos de inculcarles tan errada máxima, debe poner todos sus esfuerzos en destruirla fundándose en que si este medio grosero puede producir de pronto algunos resultados, imposibilita mas tarde toda negociacion con las cortes extranjeras y da pié á que los cortesanos, ya de suyo inclinados á ocultar la verdad bajo bellas apariencias, no solamente lo empleen, sino tambien lo crean justo y necesario. Ha de aconsejarse al príncipe cierta reserva, sin la cual es fácil que fracasen las mas sencillas y bien concertadas empresas, pero haciéndoles siempre notar cuánto difiere de esta reserva la mentira, distantes una de otra como la virtud del vicio y la prudencia de la liviandad y la locura. Ha de encargárseles que guarden calma aun en los mas rudos contratiempos y adversidades, pues nada hay que rebaje tanto la dignidad como la ira que nos lleva de ordinario á adoptar medidas tan injustas como perjudiciales á los mismos deseos que abrigamos; la clemencia, que deben aprender á conciliar con la severidad indispensable en ciertos casos y mas en los que peligra la salud del reino; la liberalidad y el deseo constante de hacer bien, que les hará tender la vista sobre las calamidades públicas y les incitará á moderar los excesivos gastos del palacio para detenerlas ó curarlas; el valor y la grandeza de alma, sin las cuales habrian forzosamente de parecer mal á los ojos de una nacion acostumbrada á imponer su ley á la mitad de Europa; el amor á la igualdad, la mejor prenda de union y de paz para los ciudadanos; la fiel observancia, por fin, de las prácticas católicas, con la cual logran imprimir cierto sello divino aun en aquellas disposiciones que pueden en un principio repugnar al pueblo. Es tan frecuente la voluptuosidad en las casas reales, que no parecen estas sino el teatro de los deleites mas impuros; ha de manifestarse sobre todo al príncipe cuánto pervierten estos el ánimo, agotan las fuerzas físicas y reducen å la nulidad aun á los hombres que han nacido con mas brillantes facultades. >>Recomiendo con tanta eficacia estas virtudes porque conozco que solo con ellas podrá contenerse el príncipe dentro de los justos límites de su imperio y gobernar con acierto esta monarquía, cuyos elementos heterogéneos mantienen en continua lucha grandes intereses. Tenemos importantes colonias en todo el mundo, y es muy difícil que las conservemos si no se las administra con la igualdad que exige la justicia. Suelen los que reinan sobre pueblos unidos por las armas establecer líneas divisorias entre vencedores y vencidos, reservando para unos todos los honores, y para otros todo género de cargas; y no pueden á la verdad seguir peor sistema, constando por la historia de cien siglos que nadie puede llamar suyas las naciones sin que por una asimilacion recíproca se hayan refundido en una la clase de conquistadores y la de conquistados. No ignoro

que es una asimilacion tal larga y dificil, sé que con los países nuevamente reducidos conviene adoptar medidas extraordinarias que no pocas veces merecerán el nombre de tiránicas; pero estoy tambien firmemente convencido de que, si no se apela á la equidad tan pronto como las circunstancias lo permitan, tenemos constantemente en cada piedra un obstáculo y en cada hombre un enemigo. Llámese, por lo contrario, á todos los destinos de la república, tanto á los individuos notables de la metrópoli como á los de las colonias, distribúyanse segun la misma proporcion en estas y en aquellas los tributos, búsquense para nuestros tercios hombres de todos los distintos puntos del imperio, interésese á flamencos y españoles, à italianos y americanos en nuestros hechos y glorias nacionales, y además de ver aseguradas nuestras conquistas, encontrarémos en ellas la fuerza de que necesitamos para llegar á sujetar el orbe. Tenemos ya el paso abierto para ir á enarbolar nuestras banderas en las mas lejanas é indómitas naciones, ó hemos de dirigir todos nuestros esfuerzos á subyugarlas, ó hemos de confesarnos indignos del fruto de las inmensas victorias que han amontonado los mayores sobre nuestra frente.

>>Debe atender antes que todo el príncipe á conservar la paz interior; mas dudo que pueda durar esto mucho tiempo sin que prosigamos en el exterior la guerra. Estamos cercados de enemigos, lindamos con reinos poderosos que no esperan sino ocasiones para vengarse de los ultrajes que les hemos hecho devorar con la punta de nuestras lanzas; si no ocupamos su atencion por medio de frecuentes y repentinas invasiones en provincias aun independientes, les tendrémos á no tardar en nuestro propio suelo, donde ya que no nos venzan, han de sumir por lo menos en llanto y desconsuelo millares de familias. Una nacion como la nuestra debe tener por otra parte en pié un ejército numeroso y formidable, pues ni seria de otro modo fácil hacer cumplir las leyes, ni cabria enfrenar el furor de pueblos siempre rebeldes; ¿es esto siquiera posible sin vejar todos los dias con mayores tributos nuestros mismos pueblos?

>>Nada hay tan costoso en una monarquía como la milicia, nada que absorba mas ni con mas rapidez las rentas del Estado. ¿Por qué no hemos de procurar que viva sobre el botin de sus batallas y sobre las riquezas de los pueblos que ha domado con sus armas? Motivos para las guerras exteriores nunca faltan habiendo un ánimo esforzado en los que han de realizarlas; cuando no hallásemos otro campo para nuestros héroes, hallariamos el que nos ofrece continuamente Dios en las ciudades de los que han renegado de su santa ley en el hogar de los herejes. ¿Qué es además ni de qué sirve la milicia cuando no se la expone sin cesar á los duros trances de la guerra? Debilitase en el ocio, y no cuenta mañana con fuerzas ni aun para resistir los imprevistos ataques de las demás naciones.

>>Atendido lo pasado y puesto en parangon con lo presente, conviene á la nacion española mas que á ninguna estar siempre con las armas en la mano; y soy de parecer, no solo de que se busquen motivos para nuevas guerras, sino de que hasta se permita á las guarniciones y escuadras fronterizas caer de rebato, cuando puedan, sobre los pueblos extraños que tengan á la vista. Están plagados los mares de piratas; ¿por qué no hemos de consentir en que se arme quien quiera en corso y turbe el comercio de los demás pueblos de la tierra è invada las costas extranjeras que halle mal cubiertas? Si á conservar la paz dentro y la guerra fuera debe reducirse la politica de España, ¿qué inconveniente podemos ver en esas concesiones otorgadas en otros tiempos por reyes á quienes debemos nuestras mayores glorias?

»Pero hay mas, ¿quién duda que podriamos disponer de un grande ejército sin la mitad de los gastos que hoy para él tenemos? ¿Por qué, como en tiempos de los Reyes Católicos, no debemos exigir que cada ciudadano mantenga, segun su condicion, ya armas simplemente defensivas, ya

armas defensivas y ofensivas, ya armas y caballo? Por qué no hemos de procurar que los nobles y los grandes propietarios sostengan á su costa un mayor ó menor número de soldados para cuando lo reclame la honra del Estado? Por qué no hemos de reservar ciertos honores á los que por dos ó mas años hayan servido sin sueldo en el ejército? Por qué al dar otros no los hemos de otorgar bajo la condicion de que los agraciados hagan igual sacrificio en el altar de la patria? Por qué no hemos de guardar ciertos cargos que no requieren grandes estudios para los militares que, despues de una brillante carrera, hayan quedado inútiles para servir en la milicia? Proponemos estas medidas, ninguna de ellas enteramente nueva, porque si deseamos por una parte que permanezcan nuestros principes fieles á la política de sus antepasados y no se cierre la gloriosa historia de nuestra monarquía, queremos por otra como el que mas que no se grave eon onerosos tributos á los pueblos. Sostienen muchos que nuestra nacion es rica y puede sobrellevar mas impuestos que las demás de Europa; ¿cómo no se advierte empero que, merced á la naturaleza de nuestro suelo y á lo escasamente pobladas que están nuestras provincias, tene mos reducida á la esterilidad una gran parte de nuestro territorio? Cómo no se advierte que, á falta de caminos públicos, encontramos vastas comarcas escaseando de lo que en otras sobra? Cómo no se advierte que por el atraso de la industria nos despojamos del oro que viene de América para pagar una gran cantidad de productos extranjeros? Está ya gravada la propiedad territorial con el pago del diezmo; por ligeros que sean los impuestos reales, ¿no han de hacer precaria y triste la suerte de nuestros labradores? ¿Por qué, si no bastan los ya establecidos, se han de respetar tanto las inmunidades concedidas por otros reyes, que no necesitaban sino de módicos tributos para cubrir hasta sus mas graves atenciones? La primera condicion del impuesto es la igualdad, sin la cual se hace insufrible aun á los que pueden satisfacerlo con menos perjuicio de sus intereses. Son precisamente los privilegiados los que mejor pueden pagarlo; ¿cómo el privilegio no ha de parecer á los ojos de los demás injusto? Creo que el erario necesita mas de lo que actualmente se recauda, pero creo tambien que para obtenerlo no ha de apelar sino á conocidos y trivialísimos recursos. Rebaje el príncipe los excesivos gastos de su casa, suprima \ los destinos sin objeto, derogue las inmunidades otorgadas, procure que los magnates no arrebaten, como en tiempo de Enrique III, las riquezas públicas, grave con un ligero tributo los articulos que ha de consumir forzosamente el pueblo, aumente el que pesa ya sobre los productos importados y de mero lujo, cargue especialmente la mano sobre las telas venidas de otros reinos, llame por este medio al país á los fabricantes extranjeros; y sin necesidad de agoviar á los que pueden apenas soportar ya las cargas del Estado, adquirirá los medios suficientes para, haciendo superiores los ingresos á los gastos, evitar la ruina futura de la nacion y llevar las armas adonde exija el lustre y esplendor de la corona. La falta de rentas no está tanto en la escasez de los impuestos como en la depravacion que suele haber en los recaudadores. Se ve ordinariamente á esos hombres, pobres al hacerse cargo del destino, opulentos al dejarlo; y convendria, ya para evitar tan grande escándalo, ya para proporcionar al erario mayores cantidades que las que hoy recoge, no solo pedirles cuentas anuales, sino exigirselas al fin tan estrechas que pudiese quitárseles lo de dudoso origen.

>>Son, por lo comun, los impuestos el azote de los pueblos y la pesadilla de todos los gobiernos. Para aquellos son siempre excesivos, para estos nunca sobrados y bastantes. Ocurre en una monarquía una calamidad, la sublevacion de un pueblo por ejemplo, y corre al punto el vago rumor de que está el erario exhausto. Este rumor basta para indignar á los contribuyentes, las quejas de los contribuyentes para aterrar al principe, que se dedica luego con afan á buscar medios ex

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