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traordinarios. Pídese á unos consejo, óyense los mas contrapuestos pareceres, y no es raro que llegue entre estos á oidos del rey el inicuo cuanto inútil proyecto de alterar el valor de la moneda. Con esta medida, se dice entonces, nadie sufre directamente perjuicio, el valor intrínseco de la moneda es menor, pero el legal queda siempre el mismo. ¿Puede imaginarse un medio de mas fácil ejecucion ni que saque mas pronto al príncipe de un terrible apuro? Mas ¿cómo es posible que hombres ilustrados se dejen llevar de tan grave error y aplaudan un plan tan insensato? Una nacion, un príncipe no pueden faltar nunca á la justicia; y el medio propuesto, considéresele bajo cualquier punto de vista, es y será siempre un latrocinio. ¿Cómo no ha de serlo el que se me obligue a mí á tomar lo que solo vale tres por cinco? Si la moneda ha llegado á ser un instrumento general de cambio ha sido precisamente por la fijeza de su valor, expuesto á ligeras oscilaciones solo en momentos de grandes crisis; ¿podrá acaso continuar ejerciendo esta funcion si empezamos á tomarnos la libertad de rebajar la ley del oro ó de la plata en dos ó mas por ciento? El comercio exterior se hará por de pronto imposible, si los mercaderes nacionales no consienten en sufrir un quebranto igual á la depreciacion de la moneda, entrará en el comercio interior la desconfianza, y habrá necesariamente paralizacion de trabajos, escasez y encarecimiento de productos, miseria, confusion, desórden. El gobierno, es verdad, podrá obligarme á aceptar en cambio de mis artículos la moneda nueva; mas no podré yo á mi vez aumentar el precio de los mismos hasta cubrir el déficit que puede ocasionarme la arbitraria alteracion de los metales? ¿Serán inútiles todos los esfuerzos del rey para obviar esa evolucion que me será impuesta á mí y á todos por el deseo natural de conservar mis intereses? Nacen tan espontáneamente esos tristes resultados del carácter de la disposicion misma, que no se necesita mas que consultar la razon para preverlos; pero no es ya solo la razon, es la experiencia, y una experiencia bien funesta, la que los deja escritos con lágrimas y sangre.

»¿Cuándo empezarán á ser mas pensadores y leales esos cortesanos que rodean á los reyes? Porque á ellos, y á ellos principalmente, son debidos esos bárbaros proyectos. No sin motivo han sido llamados la peste de la república, no sin motivo llevan concitados contra sí el odio y la cólera del pueblo. ¿Quién mas que ellos presta favor al lado de los reyes á esos torpes juegos escénicos, cuya importancia están ponderando sin cesar movidos por el voluptuoso furor de sus pasiones? Excitan estos espectáculos la lascivia, corrompen, afeminan; y ellos, que solo sirven para el galanteo y la asquerosa crápula, no hallan voces para encomiarlos ni manos para aplaudir á los que los ejecutan sin restos ya de pudor ni de recato. ¿Cómo, si se sintieran aun con valor para vestir la malla de sus antepasados, no habian de levantar el grito contra la introduccion de tal costumbre? Mas no son buenos ya ni aun para manejar la espada que indignamente ciñen, y quieren que gane la molicie el corazon de todos. Una nacion como la nuestra ¿ha de tomar por pasatiempo ver representar escenas de amores y adulterios? Una nacion como la nuestra no habria de divertir el ánimo de sus negocios ordinarios sino para presenciar simulacros de guerra, ó asistir á los ya olvidados ejercicios de la carrera y de la lucha.

>>> Ciérrense los teatros, ciérrense esos infames burdeles, escándalo de la gente morigerada y culta, póngase el mayor coto posible á esa prostitucion que nos amenaza con invadirlo todo, reálcese la religion, que debe reinar sola y señora y enteramente libre de rivalidades y discordias, consérvese y foméntese el carácter nacional, y verémos restituida á la cumbre de su grandeza nuestra monarquía; hágase lo contrario, y la verémos recorrer sin tregua la pendiente de su decadencia hasta llegar al fondo de su inevitable ruina. >>

Hemos sido extensos en la exposicion de estas ideas, no tanto por la novedad que á primera

vista presentan, como por la celebridad del libro en que las vertió nuestro sensato publicista. MARIANA, sobre todo en política, no solo no inventó, no propuso siquiera una reforma que no fuera la restauracion de alguna práctica, mas o menos antigua, caida en desuso ó por la mala fe de los gobernantes, ó por la negligencia de los gobernados. Partidario acérrimo, mas que del derecho. racional, del derecho histórico, estudió al parecer las instituciones y las costumbres patrias, hecho lo cual, procuró recogerlas en un solo cuerpo de doctrina, tal vez mas por el deseo de que se conservasen y vinieran á servir de leyes fundamentales al Estado que por el afan de lanzar una teoría mas en el ya tan removido campo de la ciencia del gobierno. Fué indudablemente audaz al sentar el principio de la soberania del pueblo; mas es preciso advertir que la sola existencia de nuestras mismas instituciones lo implicaba, y que, si queria ser lógico, ó habia de establecerlo como punto de partida, ó habia de negar la legitimnidad de aquellas y por consiguiente rechazarlas. Las instituciones, podia decir para sí, están sancionadas à mis ojos por la historia de once siglos; el principio que entrañan no puede menos de ser cierto. Consulto por otra parte la razon, y la razon no lo condena; ¿cómo ni en qué me puedo fundar para ponerlo en duda? Admitió el principio, declaró inferiores á la sociedad los reyes, y dialéctico severo é imperturbable, llegó adonde no podia menos de llegar, llegó á legitimar la insurreccion y el regicidio. Las instituciones de un pueblo, continuó para sí, son, como el origen de donde emanan, sagradas é inviolables; el rey que las escarnece comete un crímen de lesa nacionalidad y merece ser destronado y muerto. Dispone de fuerza, y es preciso contrastarla, ya que no podamos con la fuerza, con la astucia; ya que no con la espada vengadora del pueblo, con el puñal del asesino. Si la soberanía reside en la sociedad, tiene esta el derecho de defenderla y reivindicarla á costa de cualesquiera sacrificios. Una sociedad no puede ni debe consentir nunca en su propia degradacion, en la ruina de los principios constitutivos, en su muerte.

Se ha exagerado mucho, al tomar en consideracion estas ideas, el valor, ya científico, ya moral de MARIANA; mas no entendemos cómo no se ha sabido comprender que en política no ha tenido MARIANA Otro mérito que el de haber sido lógico. Sus ideas son precisamente las de su época, y aparece en todas, no como un innovador peligroso, sino como un conservador que, viendo amenazados los hábitos sociales de su patria, se esfuerza en ponerlos de relieve, encareciendo su necesidad y sus ventajas. Truena, es verdad, contra la nobleza de su siglo, pero no deja de considerarla como un elemento indispensable para la constitucion del reino, y propone, cuando mas, que se la rejuvenezca y dé una nueva vida; se desata en invectivas contra los cortesanos, mas crea á renglon seguido otra corte para sus queridos reyes; no quiere soldados mercenarios, pero sí ejércitos de hombres libres dispuestos siempre á exponerse á los azares de nuevas y mas sangrientas guerras.

Era MARIANA tan conservador y un eco tan fiel de las ideas de su tiempo, que defendió hasta las que mas debian repugnar á su razon y á su conciencia. Sacerdote, ministro de un Dios que vino para condenar el principio de la fuerza y predicar la paz al mundo, no habla en su libro sino de la necesidad de educar al pueblo en el ejercicio de las armas, llevando tan allá sus instin tos belicosos, que hasta propone, como se ha visto, permitir las invasiones en tierras extrañas, legitimar la piratería y sustituir al teatro las antiguas carreras y luchas de griegos y romanos. Debemos estar de continuo en guerra para vivir en paz, viene á decir en uno de los mas importantes capítulos del libro; á una paz que nos humille debemos preferir la guerra, mas que esta deba cubrir de ruinas los países enemigos y de lágrimas y luto las familias de los conciudadanos. La lógica, que le saca airoso en otras cuestiones, le abandona aquí para dejarle llevar del tor

rente de las ideas de sus contemporáneos, siendo en verdad lamentable que le abandone precisamente al tratar de una teoría tan funesta y tan fecunda en tristes resultados. La filosofia, la religion, la razon que rechaza de ordinario la violencia, nada pudo apartarle en este punto del modo de pensar y de sentir de su época. Las ideas de nuestra antigua y tan decantada grandeza le deslumbraron, el temor de ver decadente á su nacion le cegó á fuerza de impresionarle vivamente, y como el vulgo y la aristocracia de los pensadores de aquel siglo, proclamó la necesidad de la guerra con la misma fe con que pudiera haberlo hecho un cónsul de Roma ó un tribuno de la plebe (1).

Hemos indicado al principio de este escrito que el pensamiento capital de MARIANA consistia en organizar una teocracia omnipotente. Queríalo en efecto, y aunque con algo de embozo, no dejaba de revelarlo á cada paso en sus escritos; mas apoyándose siempre en ese mismo derecho histórico que tomaba como base de sus doctrinas, buscando siempre en lo pasado la legitimacion de sus ideas sobre la necesidad de dar al clero riquezas, poder, dignidad, fuerza. En las antiguas Cortes, decia, la Iglesia legislaba con la aristocracia sobre los intereses de los pueblos; la union de la Iglesia y del Estado es hoy mas que nunca indispensable, ora se atienda á la influencia que ejercen los obispos sobre la muchedumbre, ora á los peligros que corre, expuesta á las invasiones de la herejía, una religion sin la cual no son ni el órden ni la libertad posibles. En los antiguos tiempos, añade, los obispos eran los consejeros de los reyes hasta en los campos de batalla; hoy, como entonces, son aun los obispos los depositarios de la ciencia labrada por los grandes pensadores en la fragua de los siglos. Dieron los antiguos reyes á nuestros prelados rentas de que viviesen y castillos y pueblos sobre que ejerciesen la jurisdiccion aneja al feudo; hoy mas que nunca necesitan los prelados de esos medios, ya para sostener las libertades que no puede defender un pueblo desarmado, ya para contener la tiranía á que no puede oponerse una aristocracia degenerada y corrompida.

Sobre este punto, sin embargo, bueno es ya considerar que procedió mas por interés de partido que porque así lo exigieran ni la fuerza de la dialéctica ni la razon histórica. Supone que la propiedad es hija de la fuerza, que para templar los males que de ella derivan fatalmente conviene prevenir y destruir la demasiada acumulacion de bienes en un corto número de manos; y alegando luego razones, cuya futilidad no podia desconocer él mismo, sienta que esta acumulacion no es perjudicial cuando se verifica en el seno de la Iglesia. Al ver gravados los pueblos por onerosísimos tributos, declama contra las inmunidades concedidas por reyes anteriores á familias que disfrutan de grandes propiedades; y al hacerse luego cargo de las inmunidades de la Iglesia, no vacila en llamar sacrilego al que se atreva á tocarlas ni aun bajo el pretexto de que lo exijan así los intereses de la patria. Establece el principio de que es indispensable para la paz de un reino la armonía entre el sacerdocio y el imperio, quiere fundar en este principio que las altas dignidades eclesiásticas deben ser llamadas á los altos destinos del gobierno; y solo de una manera mezquina y repugnante admite luego que ciertos legos tengan intervencion en los negocios de la Iglesia. MARIANA está en esto imperdonable: no se ve ya en él un escritor de conciencia, sino un hombre pérfido, un sacerdote hipócrita.

(1) ¿No podría tambien suponerse que este pensamiento de hacer de la España una nacion conquistadora derivaba de miras ulteriores de MARIANA? Sin una nacion guerrera identificada con los intereses del catolicismo no era posi

ble ni restablecer la unidad destruida por la reforma, ni facilitar á la Iglesia la conquista de ambos mundos. Toda teocracia está, por otra parte, condenada á sentar su trono sobre la palabra de Dios y la punta de la espada.

Para nosotros no hay medio posible: ó se admite que los reyes sean á la vez reyes y pontifices, como sucedia en las naciones paganas y hoy sucede en los reinos mahometanos y aun en algunas repúblicas cristianas, ó si ha de haber dos poderes independientes, segun parecen exigir la letra y las mas ortodoxas interpretaciones del Evangelio, es necesario de toda necesidad que se establezca entre el sacerdocio y el imperio una completa separacion, poco menos que un abismo. La conciliacion de los dos poderes, esa pretendida armonía, por la que tanto han suspirado escritores de uno y otro bando, debemos decirlo y reconocerlo de una vez, esa conciliacion es imposible. Hace ya diez y seis siglos que están esos poderes organizados y situados frente a frente; queremos que se nos señale un solo período histórico en que no se hayan amenazado ó no hayan estado en lucha. Lo han estado, lo están y lo estarán mientras existan; y lo han estado, lo están y lo estarán, porque todo poder tiende, por ser tal, á la exclusion de todo otro poder, á la soberanía universal, al puro absolutismo. El que lo dude y no sepa meditar abra la historia; no se necesita mas para convencerse de una verdad que es ya á los ojos de todo pensador una ver→ dad trivial por tan sabida.

MARIANA debió cuando menos haberse colocado en un terreno mas franco; MARIANA debió haber dicho lo que tal vez y sin tal vez sentia: no, yo no pido una conciliacion, yo pido una absorcion del Estado por la Iglesia. Reconozco en esta mas acierto, mas fuerza moral, mas saber para gobernar los pueblos; quiero la unidad del mundo católico; sé que esta es dificilísima por la espada de los reyes, y no puedo dejar de confiar todo el poder social á los pontifices. Esto no hubiera gustado tanto; pero tenia una defensa mas lógica, y no hubiera podido menos de proporcionarle, aun fuera de las puertas del templo y del convento, ardientes partidarios. Tal como ha desarrollado su teoria, habrá halagado á muchos; pero de seguro que no habrá satisfecho á nadie. Para unos se habrá hecho sospechoso; á los ojos de otros habrá parecido cobarde; á nosotros, como llevamos dicho, se nos ha presentado con el velo de la hipocresía.

la

No podemos manifestar por el estado actual de las cosas públicas las ideas que sobre esta materia profesamos; mas razonando sobre el principio de que sea necesaria la existencia de los dos poderes, no solo creemos inútil cuanto se haga para armonizarlos, creemos que la ciencia y paz del mundo aconsejan que se abra entre los dos rivales un foso insuperable; que no haya facultades en los reyes para intervenir en la eleccion de las dignidades eclesiásticas; que no se permita á ningun individuo del clero tomar una parte activa en los negocios civiles de los pueblos; que ni las decisiones de los pontifices necesiten del pase regio para adquirir fuerza de ley en las naciones, ni la de los reyes puedan ser atacadas por los jefes de la Iglesia; que no sea posible mas que un concordato entre uno y otro poder, y este concordato se reduzca á impedir la guerra, á detener esas luchas con que durante tantos siglos han ensangrentado uno y otro las mieses de los campos y las aguas de los rios y los mares; que haya efectivamente dos reinos en cada reino; pero que entre las instituciones y poderes de uno y otro haya, si no ese foso de que poco ha hablábamos, una puerta de bronce donde se emboten las lanzas de los dos bandos enemigos.

Mas no debemos tratar de nuestras ideas, sí de las de MARIANA. Expone en la segunda parte de su libro las relativas à la manera cómo debe ser educado un principe; y a decir verdad, revela tambien en todas que aspira menos á formar un buen príncipe que un príncipe guerrero. Le hace estudiar latin, no con el objeto de que pueda leer las obras de los antiguos filósofos, sino con el de que pueda aprender en los historiadores la manera cómo subyugaron los cónsules y los césares el mundo; le hace cultivar las matemáticas, no con el fin de que le sirvan de base para el conocimiento de las ciencias físicas, sino con el de que le enseñen á levantar campamentos y á

construir puentes sobre los ríos y á disponer asaltos de ciudades y á levantar vastos y continuos proyectos de operaciones militares; le hace dedicarse á las artes de la elocuencia y la poesía, no para que conozca y saboree los encantos del lenguaje de la imaginacion y las pasiones, sino para facilitarle un arma con que logre encender en el alma de sus pueblos el amor á los campos de batalla. Hácese apenas cargo de lo que constituye la ciencia del gobierno, y encarece en cambio el estudio de la astronomía, en que ve un medio para que el príncipe, á fuerza de considerar la grandeza de la creacion, aprecie lo fútiles que son las conquistas de la tierra, y deponga así el orgullo que vayan despertando en él los majestuosos triunfos debidos á su espada. Temeroso de que el mucho saber no distraiga al rey de los graves negocios de la república, le quiere enciclopédico, no sabio, sin advertir que no es tanto de temer en el rey que profundice las ciencias como que profundice precisamente las mas ajenas å la administracion y á la política. Si MARIANA no se hubiera dejado llevar tanto de su equivocada idea de hacer un rey amante de la guerra, no solo no hubiera visto en el estudio detenido de estas ciencias un peligro, le hubiera considerado hasta necesario, y sobre todo, de inmensos resultados. El proyecto de aumentar incesantemente los tributos y el de alterar la ley de la moneda, que atribuyó á la mala fe de los cortesanos y á la ignorancia de los consejeros, hubiera visto entonces que debian ser atribuidos principalmente à la total carencia que de conocimientos económicos suelen tener los reyes, carencia sobre la cual no se le ocurrió siquiera escribir en su libro la mas pequeña queja. ¿Cómo él, que en tan alto grado los poseia y daba con tanto acierto en la verdadera causa de las enfermedades sociales, pudo llegar á olvidar que estas ciencias debian ser casi el único y exclusivo objeto del estudio de los príncipes? ¿Temia acaso que los reyes pudiesen llegar á emanciparse de tutores y á gobernarse por consejo propio?

Queria que los príncipes fuesen guerreros, y mas aun que guerreros religiosos. Deben procurar, decia, que sus leyes parezcan emanadas de la voluntad del cielo, y guardar para esto á los ojos de su propia conciencia y á los del pueblo respeto al sacerdocio y respeto á las prácticas sagradas. Han de poner todo lo que depende de la religion bajo su escudo, han de purgarla de toda herejía, han de impedir la entrada de todo otro culto en sus dominios. Han de considerar todo lo anejo á la casa del Señor como de Dios mismo, y no hacer uso de bienes ni riquezas consagradas á los templos, aun cuando parezcan legitimarlo grandes sucesos y extraordinarias circunstancias. Invocarán á Dios en la paz, invocarán á Dios en la guerra, lidiarán por Dios, y solo á Dios atribuirán sus triunfos. A Dios ofrecerán el botin de sus batallas, á solo Dios honrarán, como el rey Felipe, á cuya piedad debe el orbe cristiano su mas grandioso monumento.

Al llegar aquí acordábase nuevamente MARIANA de su idea teocrática, y se esforzaba cuanto podia en hacer que el rey se redujese á ser un simple brazo del catolicismo. Se le acusará quizá de egoista é intolerante porque tendia á proscribir sin piedad toda religion que no fuera la cristiana; mas aunque no estamos de acuerdo con su proyecto de educacion tan excesivamente religioso, nos guardarémos bien de repetir una acusacion, que es por lo injusta insostenible. Profesamos el principio de la libertad de cultos; pero no desconocemos que conduce mas o menos tarde á la destruccion de todo sistema religioso y al entronizamiento del racionalismo; y no podemos exigir de un hombre de las ideas y del siglo de MARIANA que trabajase por suicidarse y acelerar la caida de una religion en que creia hallar la fuerza suficiente para hacerse señora y árbitro del mundo. Hombres de ciencia, no podemos mentir ni aun para interesar en el triunfo de nuestras ideas á nuestros enemigos; y lo decimos francamente, el catolicismo no hace mas que cumplir con su deber procurando por cuantos medios están á su alcance el imperio exclusivo

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