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ESPAÑA

EN

SUS PRIMITIVOS TIEMPOS HISTÓRICOS,

Y ESPECIALMENTE BAJO LA DOMINACION

FENICIA, GRIEGA Y CARTAGINESA.

'(SIGLOS XXIII A. DE C., HASTA EL III A. DE J. C.)

CAPÍTULO PRIMERO.

RESEÑA HISTÓRICA DE ESTE PERIODO.

SUMARIO. I. Oscuridad de nuestra historia primitiva.-II. Los iberos, celtas y celtiberos.-III. Los fenicios: fundacion de sus primeras colonias.-IV. Establecimiento de los griegos en España.-V. Los cartagineses y sus conquistas en ella.-Costumbres, religion y gobierno de estos diversos pueblos.

I. Sólo como un preliminar al estudio de la historia legal de España pudiéramos colocar al frente de nuestra obra este primer capítulo. La historia de la legislacion propiamente dicha no puede ir á buscar sus orígenes en épocas tan remotas, en que las conjeturas ó las fábulas ocupan las más veces el lugar de la verdad, y de las que ninguna tradicion se conserva en nuestras leyes antiguas ni modernas. No busquen, pues, nuestros lectores en estas primeras páginas noticias histórico-legales, que ni la oscuridad de aquellos tiempos permite descubrir, nf descubiertas ofrecen probabilidades de certeza. Ni ha sido otro nuestro ánimo al escribirlas que el de recorrer ligeramente un periodo de muchos siglos, que no podíamos relegar al silencio; así para ofrecer respecto de él un testimonio negativo á la historia de nuestro derecho, como para llevar de este modo al lector hasta el tercer siglo de la era cristiana, en que con la dominacion de los roma

nos en España empieza ya la historia de su legislacion, que se extiende hasta nuestros dias.

II. Las investigaciones históricas nos ofrecen como los pri meros moradores de España á los iberos. Que éstos viniesen bajo la direccion de Thobel ó Thubal, nieto de Noé, atravesando el África y entrando en España por el estrecho de Gibraltar, que, hallándose entónces descubierto, servia de comunicacion entre los dos territorios, ó que fuesen una tribu indo-escítica, compuesta de pastores y guerreros, que desde la India vino extendiéndose por Europa hasta su extremidad occidental, es punto en cuya dilucidacion no vamos á entrar aquí, pero sobre el cual hallarán nuestros lectores algunas reflexiones en otro lugar de esta obra (1). Baste decir que la raza ibera fué, en opinion comun, la primitiva poblacion de España, y tenia su principal asiento en el Mediodía y Oriente de ella, estando dividida en varias tribus, conocidas con los nombres de turdetanos, bástulos, beturios, bastetanos, contestanos, edetanos, ilercavones, cosetanos, ausetanos, indigetes, lausetanos, ceretanos, ilérgetes y gimnesios (2).

Á la ocupacion de España por los iberos sucedió más adelante la de los celtas (3), tribus salvajes que habitaban al Norte de Europa, y que, derramándose por sus regiones orientales, llegaron hasta Francia y España. No es fácil determinar si fué por medio de la lucha ó por medio de enlaces y alianzas como esta nueva raza se fundió con la ibera, formando otra tercera, que del nombre de las dos recibió la denominacion de celtíberos; pero el hecho es que los iberos, celtas y celtiberos aparecen en la más remota antigüedad de nuestra historia, abriendo, por decirlo así, sus puertas. Los iberos ocupaban, segun hemos dicho, el Oriente y Mediodía de España. En la costa septentrional y occidental estaban los celtas, divididos en cinco tribus, con los nombres de cántabros, vascones, astures, gallȧicos y lusitanos. En el

(1) Véase la nota I del APÉNdice.

(2) Un historiador contemporáneo hace esta clasificacion, que hemos visto luego confirmada en un mapa de la España antigua. No sabemos, sin embargo, que se apoye en ningun fundamento histórico conocido, ni la damos a nuestros lectores como cosa cierta. La materia es dificil y un tanto oscura. Por otra parte, su esclarecimiento no interesa al objeto principal de nuestra Historia.

(3) Véase la nota I del APENDICE, ántes citada.

centro de la Península habitaba la raza celtibérica, y sus principales tribus eran, segun Estrabon, los arevacos, carpetanos, vacceos y oretanos (1).

Poco es lo que se sabe acerca del carácter y de las costumbres de estos pueblos, porque los geógrafos ó historiadores antiguos que de ellos escribieron, no lo hicieron con grande exactitud; pero áun lo poco que se sabe produce grata impresion en el ánimo, mostrándonos ya en los primeros albores de nuestra historia los rasgos distintivos de nuestra nacionalidad. Cuando leemos. que los primitivos pobladores de España eran celosos de su independencia y duros en la guerra; que preferian la muerte á la deshonra; que las tribus vivian en cierto aislamiento, defendiendo con denuedo su territorio; que peleaban armando emboscadas al enemigo, y guareciéndose luégo en las escabrosidades del terreno; que las mujeres se empleaban en ejercicios varoniles, cultivaban los campos y tomaban parte en las faenas de la guerra; que los galláicos y lusitanos eran frugales en sus costumbres, y que el excedente de la poblacion emigraba todos los años, ¿cómo no hemos de reconocer por estas señales al pueblo que dos mil años despues reaparece en las montañas de Astúrias rechazando la dominacion sarracena, y que revive aún en tiempo de nuestros padres, defendiendo su independencia con el mismo arrojo y la misma fiereza que le caracterizaban hace treinta siglos? ¿Cómo no hemos de ver, bosquejados allá en lontananza, el carácter, las costumbres y las tendencias que han mostrado los españoles en el curso de su historia, y que áun hoy dia conservan? Tan cierto es que la manera de ser y la fisonomía moral y social de los pueblos tienen á veces su origen en una antigüedad remota, y que el historiador, en sus investigaciones y estudios, no debe nunca perder de vista estas huellas preciosas con que el tiempo ha señalado su paso en la vida de las naciones.

No carecemos por completo, á pesar de lo remoto de aquellos tiempos, de noticias relativas à la constitucion política y religiosa de España en el periodo que reseñamos. En vista de ellas, podemos decir, respecto á la primera, que España no llegó á formar entonces cuerpo de nacion bajo tal ó cuál forma de gobier

(1) Repetimos lo dicho en la nota núm. 2 de la página anterior.

no, sino que cada territorio, cada region, y áun tal vez cada tribu, obraba con independencia de las demás. Los historiadores nos hablan de algunos Estados, y tambien de algunos Reyes; pero aquellos eran de muy corta extension, y éstos, que en opinion de algun escritor no eran más que reyezuelos electivos y tal vez amovibles, á nuestro juicio estaban constituidos à manera de los de Judá y Samaria, los de Argos y Numidia, los del Oriente y del Norte, y no más seguros que ellos en su trono. Entre ellos se menciona en las historias de Tito Livio á Indivil, régulo de los ilérgetes; á Colcas, régulo de los lusitanos, y otros á este tenor. Así se explica que, fraccionado el territorio y faltas las tribus que poblaban á España de la fuerza que da la unidad, fuesen, no obstante su reconocido valor y fiereza de carácter, dominadas sucesivamente por naciones que, como los fenicios, griegos y romanos, estaban más adelantadas en la civilizacion y constituian grandes Estados, de los que sacaban fuerzas considerables.

En cuanto à su religion, cree un escritor erudito que profesaron la de Adan y de Noé, que consistia en adorar á un Dios supremo, el cual, ni se podia expresar con nombre alguno, ni cerrarse dentro del recinto de un templo. Es, en efecto, de notar que no se encuentra en los antiguos pobladores de España el culto de la pluralidad de dioses; que los monumentos religiosos del Promontorio Cuneo se reducian, segun Estrabon y Artemidoro, á tres ó cuatro piedras sobrepuestas, que se cambiaban de posicion, y ante aquel obelisco rústico se hacian las preces. No hay duda que estos rasgos tienen mucha más semejanza con la religion de Noé y de Abraham que con el paganismo que divinizó y adoró los hombres y las cosas. Los fenicios y griegos fueron los que trajeron á España la idolatría, con la adoracion de Hércules y de Diana Efesina.

<< Los cántabros (dice el insigne escritor D. Aureliano Fernandez-Guerra en su precioso Libro de Santoña), cual las otras gentes inmediatas al Pirineo, encerrados en sus bosques, satisfechos con volver productivo á fuerza de actividad un suelo ingrato, y alongados de las naciones viciosas que entonces se decian sociables y hermanas, conservaron en gran parte la religion y patriarcales costumbres de sus mayores. Adoraban á sólo un

casa..

Dios, Creador y Señor de todas las cosas; no al Dios ignoto de Atenas, sino á Dios, sin más nombre que este, de suyo elocuentísimo; y le festejaba la noche del plenilunio con danzas y coros de bien unidas voces, cada familia à la puerta de su Aquel fecundísimo gérmen de la creencia en un Sér Todopoderoso, único, hizo al cántabro copiosa mies para las trojes de la verdad cristiana, tan luégo como el sol de la Judea lanzó su vivífico rayo á los confines españoles. Ni una piedra siquiera, puesta á deidad del olimpo greco-romano ó ibérico, ha aparecido hasta ahora en la Vasconia, Vardulia, Caristia, Autrigonia y Cantábria; y no parece sino que las mismas legiones romanas, de guarnicion allí, respetaron las creencias de tan nobles tribus subyugadas, y se abstuvieron de lastimar su corazon levantando altares á los ídolos (1).»

Hechas estas indicaciones sobre los primitivos pobladores de España, hablemos ahora de los pueblos civilizados que sucesivamente fueron dominándola.

III. Refiérese al siglo décimoquinto la primera venida de los fenicios á España. Sin duda la conocian ya anteriormente por sus expediciones marítimas; pero hubo de ser entónces cuando estos descendientes de Canaan, cuya tierra habitaban, ianzados de sus ricas ciudades por las armas de Josué, que en traba en ellas para dar á los israelitas la tierra prometida, sintieron la necesidad de buscar allende los mares nuevos dominios. Abordaron con esta mira las costas africanas y las del Mediodía de España, y fundaron á Cádiz, donde erigieron un templo á Hércules, su divinidad favorita, cuyas ruinas, y entre ellas algunos fragmentos de estátuas, se descubrieron en el descenso de las aguas del mar á mediados del siglo anterior.

<<Entre todas las naciones, dice César Cantú en su Historia Universal, era preferida de los fenicios la España, donde la plata se encontraba áun á flor de tierra; de suerte que este país fué para ellos lo que despues para los españoles el Perú. Pero no solamente sacaban plata de la Península ibérica, sino tambien oro, estaño, hierro y plomo ; además de los granos, vinos, aceites, cera, lana apreciadísima, pescado salado y frutas exquisi

(1) Libro de Santoña, páginas 26 y 27.

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