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tas, cuya abundancia sugirió la idea de ponerlas en dulce. Un carnero de España llegaba á venderse por un talento, y en cambio daban los fenicios á los indígenas el lino, que servia para el traje que acostumbraban á usar los españoles.>>

Establecidos los fenicios en Cádiz, fueron desde allí extendiendo sus colonias por el litoral de la Bética y por el país que habitaban los turdetanos. Entre las ciudades que fundaron se cuentan Málaga, Sevilla, Córdoba, Mártos y otras de Andalucía, de las cuales y del comercio con el interior del país sacaron grandes riquezas, que sin duda contribuyeron á la prosperidad y engrandecimiento que se notaba por aquellos tiempos en Tiro, metrópoli fenicia.

Los fenicios introdujeron sus costumbres entre los antiguos pobladores de España, y con ellas su religion, sus leyes y su sistema político. Acerca de éste sólo se sabe que sus colonias formaban una especie de república federativa, y que sus ciudades, enlazadas con la metrópoli por esta dependencia, eran regidas por magistrados que nombraban ellas mismas. Se les atribuye haber regularizado la vida civil, enseñando el modo de labrar la tierra y de cuidar las colmenas, el uso de la moneda y la invencion de los caractéres alfabéticos. Sea la que quiera la exactitud de estos hechos, es á lo ménos indudable que con ellos penetró en España el comercio, y la vida y animacion que trae consigo, la cual comenzó por la costa y por la region de la Bética, estableciéndose en los puertos las factorías, que más tarde se convirtieron en colonias. El idioma fenicio era un dialecto de la lengua semítica, que se hablaba en la tribu de Canaan. La navegacion y el comercio eran las principales ocupaciones de este pueblo, que en sus viajes marítimos se guiaba por la observacion de las estrellas, poseyendo algunos conocimientos de astronomía y de mecánica.

IV. Seis siglos despues que los fenicios, ó sea el noveno ántes de Jesucristo, vino á España otro pueblo que tambien les debia parte de su civilizacion y de su vida mercantil. Hablamos de los griegos. Los de Rodas fueron los que intentaron y llevaron á cabo esta expedicion, dirigiéndose á Cataluña, donde fundaron la ciudad de aquel nombre, hoy convertido en Rosas, entre los Pirineos y Gerona.

Tambien los focenses, cuya principal y más rica colonia era Marsella en la Galia meridional, navegando por aquellos mares, arribaron al país de los edetanos, y establecieron depósitos comerciales hacia los Pirineos, fundando á Ampúrias, cuyo primitivo nombre fué Emporion, que significa mercado. Siguieron luégo costeando la Cataluña, y extendieron sus escursiones á Valencia, fundando allí colonias y erigiendo un templo á Diana en el sitio que hoy ocupa Denia. Más adelante recorrieron la línea del Ebro, y áun se cree que penetraron en el interior del territorio de Granada.

Durante toda esta época dominó en España el paganismo, pues los griegos difundieron entre los iberos el culto de sus dioses, y con especialidad el de Diana.

«El gobierno de las colonias griegas, dice un escritor contemporáneo, era aristocrático, muy semejante al de los griegos de Marsella que nos describió Estrabon en el libro tercero de su obra. Seiscientos ciudadanos nobles, llamados Timucos en su idioma, formaban el gran Senado. Su empleo era perpétuo; para obtenerlo debia el noble tener sucesion y probar el órden de ciudadano por tres generaciones contínuas. La magistratura se componia de quince senadores, los cuales desempeñaban los juzgados ordinarios, donde se ventilaban los asuntos que ocurrian cada dia. La autoridad suprema residia en tres presidentes elegidos por el Senado. Un género de gobierno tan sistemático debia ir acompañado de muchas disposiciones excelentes, y entre otras se hallaba establecida la de tener expuestas siempre al público las leyes del Estado, para que ninguno pudiese alegar ignorancia de ellas.>>

Nueve siglos de permanencia en el territorio de España habian dado á las colonias fenicias el desarrollo y la prosperidad que es dado imaginar; pero no habian bastado á consolidar su dominio sobre este suelo, codiciado por tantas gentes. Sin que podamos precisar la causa, la guerra estalló entre los turdetanos y fenicios, y éstos acudieron á Cartago en demanda de auxilio. Era Cartago una colonia fenicia, como Cádiz, pero rica é independiente, capital de la república de su nombre, emancipada del poder de Tiro, su antigua metrópoli, y poblada por gente belicosa. Inmenso era su poder marítimo, y envidiosa tal vez del

bienestar y riqueza de los fenicios españoles, no quiso negarles un auxilio á cuyo favor podia traer sus armas á España.

V. Vinieron, pues, los cartagineses, y peleando contra los indígenas en favor de los fenicios, ocuparon algunos puntos en las playas de la Bética. Sucesivamente fueron extendiendo sus conquistas por los territorios de Málaga, Córdoba, Sevilla, Almería, Valencia y Murcia, capitaneando sus ejércitos Amilcar, que con su yerno Asdrúbal y su hijo Aníbal, vino á España despues de la primera guerra púnica. Terminadas estas expediciones militares, y muerto Amilcar, Asdrúbal ajustó paces y se dedicó á asegurar las posesiones cartaginesas, fundando en España una nueva Cartago que fuese como la capital de estos dominios. Tal fué Cartagena. Temerosas entónces las colonias griegas de la prepotencia de los cartagineses, se pusieron bajo la proteccion de Roma, y mediante un tratado entre Roma y Cartago, se estipuló su independencia, señalando el Ebro como límite de las conquistas de los cartagineses en España. Pero muerto Asdrúbal y nombrado Aníbal para sucederle en el mando del ejército, el carácter fogoso de este jóven, su afan por la guerra y su ódio implacable á los romanos le hicieron desentenderse de los compromisos contraidos, y llevar sus armas sobre Sagunto, cuyo desastroso fin ha dejado en nuestra historia una página de horrores, y en el corazon de los españoles un profundo é indeleble recuerdo de heroismo.

Con la destruccion de Sagunto comenzó á decaer la dominacion cartaginesa en España. Entónces, partiendo Aníbal para Italia, vino luego á reemplazarlo Cneo Escipion, bajo cuyo mando empezaron los romanos á disputar su dominio á los de Cartago, acabando por enseñorearse de nuestra pátria.

Mucho pudiéramos decir sobre el carácter y las costumbres de los habitantes de España bajo la dominacion cartaginesa; pero bastará que consignemos lo que se refiere al órden civil y legislativo, como más propios de la indole de esta obra. En Portugal y en la España del Septentrion, los maridos dotaban á las mujeres al contraer matrimonio; y como llevaban una vida errante y la guerra constituia su principal ocupacion, estaba confiada á la mujer la administracion y el gobierno de la casa. Por la misma razon, sin duda, las hembras sucedian á los padres, y á ellas

tocaba el cuidado de la educacion y del establecimiento de sus hermanos. Estaban en uso los sacrificios de animales para consultar sus entrañas, lo cual en algunos casos se hacia tambien con las de los cadáveres enemigos. Se administraba justicia, prescribiendo las leyes el castigo correspondiente á cada delito; y cuando se condenaba al reo á la última pena, era lo ordinario despeñarlo de alguna cima. Esto tenia lugar entre los portugueses, gallegos, cántabros y vascones.

Más adelantada estaba la civilizacion entre los iberos que poblaban el Mediodía de España. Estrabon y Polibio hacen de ella grandes elogios, y dicen que tenian leyes escritas en verso hacia seis mil años, fecha que no puede ser cierta sino suponiendo que se contasen los años por estaciones. Á este propósito hace notar Palmerio que, siendo casi iguales en la escritura, con una leve diferencia, las voces griegas que significan años y versos, tal vez lo que se ha dicho de los fenicios es que tenian leyes que constaban de seis mil versos.

Respecto á la metrópoli, es decir, á Cartago, en breves palabras podemos dar idea de su constitucion. Presidian el Senado, y eran los jefes del gobierno, dos jueces supremos, especie de Reyes, cuyo poder se asemejaba al de los cónsules de Roma, y á que se daba el nombre de suffetos. Eran elegidos entre los más ricos, pues los ricos, y no los nobles, constituian la aristocracia de Cartago, como pueblo mercantil. Un tribunal de ciento juzgaba á los suffetos, á los generales y á todos los magistrados. Los impuestos eran crecidos, y se exigian con el mayor rigor. Los soldados eran en su mayor parte mercenarios. Damos estas noticias por el interés que nos ofrece un pueblo que dominó en España largo tiempo; pero debemos advertir que esta dominacion pasó sin dejar institucion ni monumento alguno como recuerdo de su existencia.

Respecto á las diversas tribus y naciones cuya nomenclatura hemos hecho, es más lo que se conoce de sus costumbres que de su organizacion judicial y administrativa, la que, como es dable imaginar, debia ser muy imperfecta. Bajo la dominacion romana es cuando empiezan una y otra á sernos más conocidas, como lo veremos en el capítulo siguiente.

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