Imágenes de páginas
PDF
EPUB

man, y es á manera de alcázar con foso y con adarves, sus troneras y traviesas, apartado de los demás edificios. Fuéle esta rica joya agradable, así por la devocion que él tenia al mártir como por la venganza que con esto parecia tomar de las injurias pasadas, y porque serviria esta prenda en adelante como de memoria de la victoria que ganaron. Si bien, como Isidoro escribe, los francos á la vuelta se vieron en extremo peligro por estar apoderado Teudiselo con parte de los godos de las hoces, estrechuras y pasos de los Pirineos. El rey Teudis, á causa de tener menos fuerzas y por estar desapercibido de todas las cosas, temia en lugar abierto presentar la batalla, y pretendia con aquella ventaja de lugar por medio de Teudiselo aprovecharse de sus contrarios. Sucedió como pensaba, que los francos fueron en aquellas estrechuras cercados por todas partes, maltratados y destrozados en tanto grado, que, compradas las treguas á dinero, apenas últimamente con voluntad de Teudiselo pudieron encumbrar aquellos montes y salir á campo raso. A esta guerra se siguió una peste, con que innumerables hombres en espacio de dos años, que fué el tiempo que duró este mal, perecieron en España. Teudis, con deseo de satisfacerse de la afrenta recebida, ó por pretender con algu→ na notable empresa extender la fama de su nombre, ó lo que mas creo, por ayudar á los vándalos, que ya de tiempo atrás corrian peligro de perder el imperio de Africa, pasado el Estrecho, puso cerco á Ceuta, ciudad que está en frente de España á la entrada del Estrecho, donde, como por guardar el dia del domingo cesase el combate, con una repentina salida que los cercados hicieron recibió muy grande daño. Los que estaban en los reales sin faltar uno fueron muertos ; el Rey con parte del ejército se salvó en la armada que tenia en el mar, y le fué forzoso volver á España. Esto sucedió en el mismo tiempo que Belisario, por mandado de Justiniano, emperador que era de las provincias de oriente, quitó Africa á los vándalos, cuyos señores fueran por espacio de cien años. En la prosecucion desta guerra sucedió un caso notable. Fuscia y Gotio fueron por Gilimer, rey de los vándalos, enviados con embajada á Teudis para pedirle socorro. Tardaron mucho en la navegacion, tanto, que llegó antes que ellos la nueva de lo que pasaba; y los que venian en una nave de Africa, como testigos de vista, avisaron de un gran lloro y trabajo de Africa que Cartago era tomada, el rey de los vándalos Gilimer preso y el reino de los vándalos acabado. Los embajadores no sabian desto nada; preguntados por el rey Teudis en qué estado quedaban las cosas de Gilimer, respondieron que en muy bueno. Fuéles mandado que sin tardanza volviesen á Africa y que allí esperasen la respuesta de todo lo que pedian. Ellos, sospechosos que el Rey estaba tomado del vino por haberlos festejado con un gran convite en que largamente se bebió, el dia siguiente tornaron á referir su embajada. Como les fuese respondido lo mismo, cayeron en la cuenta del mal y daño sucedido, y tuvieron por cierto que, mal pecado, el reino de los vándalos era destruido y Africa reducida al poderío del imperio romano. Volvieron á Africa, y presos no léjos de Cartago por los soldados romanos, dieron noticia á Belisario de todo lo que pasaran. Despues desto vinieron nuevas de Italia que por el esfuerzo, primeramente de Belisario,

despues de Narsete, que le sucedió en el cargo de general por el imperio, el reino de los godos quedaba deshecho, vencidos en batalla y muertos Teodato, Vitiges, Ildebaldo, Ardarico, Totila y Teya, todos por órden reyes de Italia despues de Teodorico. Con esto la república romana, como juntados en un cuerpo todos sus miembros antes destrozados, despues de largo tiempo comenzaba á reducirse en su antigua dignidad y resplandor en tiempo y por el valor del emperador Justiniano, en cuyo imperio tuvieron fuerza las armas contra los extraños, bien así como el consejo y prudencia en su casa. En lo que mas se señaló fué que, con ayuda principalmente del jureconsulto Treboniano, hizo reducir la muchedumbre de leyes que andaban derramadas casi en dos mil libros con buen órden á pocos volúmenes. Lo primero que se compuso fué el Código, á ejemplo del de Teodosio, despues la Instituta y Digestos; diligencia que le acarreó, así bien como cualquicra otra cosa que hiciese, gran renombre y fama. Por el mismo tiempo los arrianos dieron la muerte en Marsella á san Laureano, varon admirable, húngaro de nacion y que en Milan se ordenó de sacerdote. Perseguia en aquella ciudad la secta arriana con grande libertad. Pretendió darle la muerte el rey Totila, que á la sazon era rey de Italia; huyó por escapar de aquel peligro sin parar hasta llegar á Sevilla. Allí dió tales muestras de su virtud, que despues de la muerte de Máximo le eligieron en obispo de aquella ciudad. Hacia grandes diligencias Totila para darle la muerte. Amonestóle en sueños Dios del peligro que corria, embarcóse en una nave para ir á Roma. Refieren que en aquel camino dió la vista á un ciego, y que llegado á Roma, el Pontífice te hizo mucha honra. Desde á poco dió la vuelta á Marsella, ciudad que en este tiempo estaba en poder de los romanos. Allí, finalmente, los arrianos le dieron la muerte. El obispo de Arles procuró que su cuerpo fuese sepultado en Besiers de Francia. La cabeza llevaron á Sevilla, y con su llegada aquella ciudad quedó luego libre de la hambre y de la peste que padecia, segun que el mismo á su partida profetizó que sucederia. Siguióse tras esto en breve la muerte de Teudis, que fué el año de Cristo de 548; tuvo el reino por espacio de diez y siete años y cinco meses. Un cierto hombre, no se sabe por qué causa, se resolvió de matar al Rey ó morir en la demanda. Para salir con esto fingió y daba muestras de estar loco. Dejáronle entrar do estaba el Rey; embistió con él y metióle una espada por el cuerpo. En este postrer trance conoció el Rey y confesó ser aquella justa venganza de Dios por cierta muerte que él en otro tiempo dió á un su capitan, debajo cuya bandera en su mocedad militaba, y le tenia jurada fidelidad. Llegó á tanto su contricion, que mandó á los que presentes estaban no hiciesen algun mal à su matador. Este ejemplo de benignidad entre los otros males que tuvo se puede alabar en la vida y muerte deste Príncipe, junto con que permitió á los obispos católicos, si bien era de diversa secta, que se juntasen en Toledo y hiciesen concilio para determinar lo que les pareciese acerca de la fe y de lo tocante á la religion. Gobernaba la Iglesia romana despues de Juan el Segundo y de Agapito y de Silverio el pontífice Vigilio, en cuyo tiempo muerto Teudis, Teudiselo por su valentía, de que dió muestra en la guerra de los francos, y

por la nobleza de su linaje, que era hijo de una her- ❘lida, en que le desbarataron con muerte de su hijo y mana de Totila, rey de los ostrogodos, por voto de los principales sucedió y fué hecho rey de los visogodos. Los principios de su reinado y las esperanzas que dél tenian por su valentía en las armas en breve se escurecieron y trocaron por derramarse en deshonestidad. Muchos de los suyos, procurándolo él, fueron muertos de secreto; á otros levantaron falsos testimonios y condenaron en juicio; todo á propósito de tomalles sus mujeres para hartar su lujuria. Por esta causa fué de tal manera aborrecido y incurrió en desgracia del pueblo y de los principales, que se conjuraron contra él y le mataron. En tiempo de Teudiselo se decia comunmente que en un lugar cerca de Sevilla, que hoy se llama Oseto, y Plinio le llama Oset, en un templo de los romanos y católicos, así hasta los mismos arrianos para hacer diferencia los llamaban, las fuentes del bautismo, aunque cerradas por el obispo en presencia del pueblo y selladas con diligencia, el jueves de la Semana Santa, que por traer á la memoria los tormentos que padeció Cristo se llama tambien la Semana Grande, luego el sábado siguiente cada un año acostumbraban á henchirse de agua sin que nadie supiese de dónde aquel agua procedia ó manaba. El rey Teudiselo, movido por la fama deste milagro y por sospecha que era engaño, ca era él de secta arriano, como una y otra vez pusiese guardas, y sin embargo las fuentes se hinchesen, mandó que al derredor del templo, porque no viniese el agua ocultamente encañada, se tirase un foso de veinte y cinco piés en ancho y otros tantos en alto. En esta obra estaba ocupado cuando los suyos se hermanaron contra él y le dieron la muerte. Este milagro de las fuentes, como lo refiere san Isidoro, Pascasio, obispo, en una carta que escribió á san Leon el Magno, dice que acontecia en Sicilia. Puede ser que, como es ordinario, trastrocadas las cosas por la fama, lo que sucedia en una provincia se atribuyese á otra. Lo que en este caso es mas de maravillar, que san Isidoro no haya hecho mencion alguna de milagro tan ilustre; y que conforme á lo dicho, sucedió en España casi en su mismo tiempo, mayormente que refiere lo que hemos dicho del milagro de Sicilia. La muerte deste Rey pasó en esta manera: en Sevilla acometieron los conjurados la casa real, y al tiempo que yantaba le dieron la muerte. Reinó diez y ocho meses y trece dias. El reino de los francos, que por muerte de los otros reyes de Francia se juntara en Clotario, muerto él, se dividió á esta misma sazon en cuatro partes entre cuatro hijos que dejó. Lo de Paris se dió á Chereberto, lo de Metz y Lorena á Sigiberto, lo de Soesons á Chilperico, lo de Orliens tuvo Guntrano; todas estas fueron ciudades reales, y ellos se llamaron reyes.

CAPITULO IX.

De los reyes Agila y Atanagildo.

En lugar de Teudiselo por eleccion de los principales sucedió en el reino Agila. Gobernó los godos cinco años y tres meses; fué trabajado de adversos sucesos, que se continuaron hasta el fin de su vida. A los principios puso un cerco muy apretado y de mucho tiempo sobre la ciudad de Córdoba que no le queria obedecer. Los cercados al improviso hicieron una sa

pérdida de otros muchos de los suyos y del bagaje. Con esto alzó el cerco y no paró hasta Mérida. Conocióse en este desastre el poderío del mártir Ascisclo, cuyo templo, que estaba cerca de Córdoba, él habia profanado, ca metió en él sus caballos; así se persuadia el pueblo que era castigo del cielo y pena de aquel desacato por la devocion que al mártir tenian. Y san Isidoro escribe que como por aquella afrenta y revés comenzase á ser despreciado, no paró el daño en esto; y es ordinario que en pos de la fortuna va el favor y disfavor de los hombres. Alzóse pues contra él Atanagildo, y para mas fortificarse con una embajada que envió al emperador Justiniano, prometió que si le acudiese y socorriese, en pago de la ayuda le entregaria no pequeña parte de España para que volviese á la obediencia del imperio romano. Fué enviado de la Gallia Liberto, patricio, título y nombre que antes era de nobleza, ya en este tiempo lo era de dignidad, inventada por Constantino Magno, con muchos privilegios que le dió. Entre los demás, uno en particular era muy notable, que tenia mejor asiento que los prefectos del Pretorio. Con la venida de Liberto se dió la batalla cerca de Sevilla, do entendemos fué el principio de aquella rebelion. Quedó la victoria por Atanagildo, y con esto Agila fué muerto en Mérida por los mismos principales que le seguian, año del Señor de 554. Pesábales, es á saber, que con las guerras civiles se quebrantasen las fuerzas y perdiesen las riquezas de los godos que en tantos años se juntaran. Temian juntamente, á ejemplo y imitacion de Italia y de Africa, que por aquel camino los romanos no recobrasen á España de todo punto. El mismo año en Constantinopla por diligencia del emperador Justiniano se tuvo un concilio general de ciento y setenta y cinco obispos contra muchos que seguian las opiniones de Orígenes, ajenas de la verdadera piedad. En aquel Concilio, que entre los generales es el quinto, se determinó que los muertos podian ser descomulgados; y al contrario de lo que Orígenes enseñó, que ni el sol ni las estrellas ni las aguas que están sobre los cielos son ciertas virtudes animadas y racionales. Fué tambien reprobado lo que Teodoro, mopsuesteno, habia dicho y las respuestas de Teodorito y una epístola de Iba, edeseno, que fueron los tres capítulos sobre que despues resultaron grandes debates, tanto, que por esta causa muchos no recebian este Concilio. Presidieron en este Concilio Mena, obispo de Constantinopla, y muerto él, el que le sucedió, que fué Eutiquio; que Vigilio, pontífice romano, el cual preso que fué en Roma, por mandado del Emperador le llevaron, y á la sazon se hallaba en Constantinopla, nunca se quiso hallar presente á las acciones del Concilio; pero confirmó por sus cartas lo que los padres determinaron y decretaron, y en particular se dice que el dicho Pontífice condenó á Orígenes. Jornandes, obispo de los godos, continuó la historia de aquella nacion hasta estos tiempos, en que Atanagildo, por la muerte de su contrario, quedó sin contradiccion por rey de los godos. Tuvo este Rey mu→ cho que hacer por toda la vida, y emprendió guerras muy trabadas, en que á las veces le sucedió prósperámente, á las veces al contrario; porque, olvidado de lo que prometiera, procuró luego echar á los romanos de

toda España, los cuales, así por el asiento que poco an-lo, y mas adelante fué prelado de Braga con retencion
tes se tomara como por fuerza de armas, estaban apo-
derados de una parte no pequeña della, tanto, que su
imperio se extendia del un mar al otro. Tuvo de Go-
suinda, su mujer, dos hijas: la una se llamó Galsuinda,
que casó con Chi perico, rey de Soesons, en Francia;
Ja otra, Brunequilde, que era la menor, casó con Sigi-
berto, rey de Metz, en Lorena, hermano de Chilperico.
Estas dos señoras, por diligencia de los obispos de Fran-
cia y por medio de su doctrina, dejada la secta arria-
na, que profesaran desde su tierna edad, fueron ins-
truidas en la religion católica; y aun no falta quien
diga que Atanagildo de secreto seguia la religion cató-
lica, dado que por respeto del tiempo en público pro-
fesó la secta arriana, por miedo, a lo que se entiende,
de no alterar los ánimos de su gente. Reinó quince
años y seis meses; murió en Toledo de su enfermedad,
año de 567. Máximo, cesaraugustano, dice que este Rey
fundó en aquella ciudad el monasterio agaliense, así
dicho de una alquería que se llamaba Agalia, distante
de San Pedro y San Pablo Pretoriense ducientos y
cincuenta pasos entre occidente y septentrion. Yo
creo se debe leer entre oriente y septentrion, por lo
que adelante se dirá. En Portugal, cuatro leguas de
Guimaranes, pueblo que los antiguos llaman Idania, á
la ribera del rio Vicela, hay una aldea con nombre de
Atanagildo, por ventura fundada por este tiempo; en
ella se ven cimientos y ruinas de edificios que mues-
tran fué obra de godos, muy diferente de la fábrica ro-
mana y de la manera y primor que tenian los romanos
en edificar. Despues de la muerte de Atanagildo se si-
guió una vacante de cinco meses; don Lúcas de Tuy
dice de cinco años y cinco meses. La causa fué que los
principales de los godos, divididos en parcialidades y
pasiones, no venian de conformidad en nombrar algun
particular que con fuerzas y ingenio sustentase la re-
pública que se iba á caer. Poco caso hacian de los da-
ños públicos por cumplir con sus pasiones particulares.
Gobernaba la Iglesia romana, despues de Vigilio y de
Pelagio, Juan, tercero deste nombre. Los suevos á la
misma sazon, señores que eran de Galicia, volvieron
á la católica religion, que antes dejaran, renunciada la
secta arriana que habian mucho favorecido y trabajado
de todas maneras á los católicos en aquella tierra por
espacio de casi cien años. Ayudó mucho para reduci-
llos la diligencia de Martino, dumiense; era húngaro
de nacion, y con grandes peregrinaciones que hizo,
anduvo las provincias de oriente, y se hizo muy docto
y muy aventajado en el estudio de las divinas letras.
Este insigne varon, venido en España, dió gran mues-
tra en Galicia de su bondad y sabiduría; de su erudi-
cion la dan bastante los libros que escribió, su mucho
lustre y elegancia de palabras, las hermosas senten-
cias de que están esmaltados. Anda un tratado suyo De
irá, otro de Humildad cristiana, otro De moribus, y
últimamente, de la diferencia de las Cuatro virtudes
cardinales, en los cuales, porque con las muchas sen-
tencias y agudeza del estilo se llega mucho á la seme-
janza del de Séneca, los dos postreros libros andan en
algunas impresiones en nombre de aquel filósofo pues-
tos entre sus obras. Edificó desde sus cimientos el
monasterio dumiense; y mudado despues en obispa-
do, de abad dumiense se llamó obispo del mismo títu-

de la iglesia dumiense, que unieron con el nuevo
obispado que le dieron. Despues de muerto, por la
mucha fama de su santidad en Galicia y en parte de la
Lusitania le tuvieron y tienen por santo hasta hacerle
fiesta á 20 de marzo. Cuando los suevos abrazaron la
religion católica tenian por rey á Teodomiro. Qué
reyes despues de Remismundo, de quien se habló de
suso, antes deste tiempo hayan tenido los suevos no
se sabe, ca las antiguas memorias y historias de aque-
llos tiempos han faltado. La ocasion de reducirse fué
esta: acaeció muy á propósito que el hijo mayor de
Teodomiro, que le habia de suceder en el reino, estaba
doliente de una grave enfermedad. Volaba por el mun-
do la fama de los milagros de san Martin, turonense.
Envió el Rey á su sepulcro embajadores en romería para
alcanzar salud para su hijo, que llevaron tanto peso de
oro y plata cuanto era el del cuerpo de aquel mozo.
Como ninguna cosa se alcanzase por este medio, enten-
dió su padre que diferenciarse en la religion y seguir la
secta de Arrio era la verdadera causa de no alcanzar de
Dios lo que tanto deseaba por las oraciones de san Mar-
tin. Envió nuevos embajadores, que le trajeron parte
del manto de que san Martin usaba en vida. En el en-
tre tanto el hijo alcanzó la salud deseada; y sin embargo,
por voto que habia hecho su padre y con que se obli-
gara si alcanzase lo que deseaba y pedia á Dios, mandó
luego edificar en nombre de san Martin un templo.
Algunos piensan que este templo se hizo en Orense á
causa que la iglesia mayor de aquella ciudad se llama
del nombre de san Martin. No paró en esto la devocion
del Rey, antes por su diligencia los suevos se redujeron
públicamente á la religion católica, y para mas con-
firmarlos en aquella religion por amonestacion de san
Martin, dumiense, se juntó un concilio en Braga de los
obispos de Galicia el año, tercero del reino de Teodo-
miro. En los actos deste Concilio, que fué el primero
entre los bracarenses, se lee el nombre del rey Aria-
miro, pero está la letra errada. Fué esto el año de Cristo
de 563. Lucrecio, obispo de Braga, sucesor de Profu-
turo, tuvo el primer lugar entre ocho obispos que allí
se hallaron. Despues dél Andrés, obispo del Padron,
Martin, dumiense, Lucencio, conimbricense; demás
destos Coto, Hilderico, Timoteo y Malioto, sin decla-
rar en qué iglesias eran obispos. En aquel Concilio con-
firmaron la religion católica, y reprobaron la secta de
Priscilliano. Vedóse, conforme á la costumbre antigua,
que los cuerpos de los difuntos no se enterrasen dentro
de los templos. Señaláronse los términos á cada una
de las diócesis de Galicia hasta donde cada cual se ex-
tendia, como lo dice Itacio en la Crónica de los sue-
vos, vándalos y godos. No hay duda sino que por estos
tiempos hobo diversos escritores, llamados itacios ó
idacios; y entre otros uno que cien años antes del en
que vamos escribió una historia de las cosas de Es-
paña. Algunos entienden que la distincion de los tér-
minos ya dicha se hizo en el concilio Lucense ó de
Lugo, que dicen se tuvo luego el siguiente año, movi-
dos por memorias que hay desto en los archivos de la
iglesia de Lugo. Esto sigue don Lúcas de Tuy en par-
ticular; otros se persuaden por razones que para ello
alegan que entre estos dos concilios hobo espacio de
seis años. Mas todas estas opiniones son inciertas, ni

[ocr errors][merged small]

hay para qué aproballas ni reproballas; cada uno conforme á su juicio les dará el crédito que le pareciere; yo me allego á los que sospechan, y es muy probable, que este decreto se hizo primero en el concilio de Braga, y despues se confirmó en el de Lugo. Averiguase que Martino, ya que era prelado de Braga, envió ciertos capítulos, que él mismo junto de los concilios griegos, para que los viesen los padres del concilio de Lugo. Tambien es averiguado que aquella iglesia de Lugo, por permision del Rey y á su instancia, se hizo metropolitana, que es tanto como hacella arzobispal, y á su prelado arzobispo ; si bien se ordenó que la tal concesion no parase perjuicio á la iglesia de Braga, antes por esta razon alcanzó autoridad de primado, pues por el mismo caso le quedaba por súbdito el arzobispo de Lugo, bien que en aquel tiempo la dicha iglesia no usó deste nombre de primado. En este mismo tiempo volaba por todas partes la fama de san Millan de la Cogulla por su grande santidad. Siendo mozo se ejercitó en oficio de pastor, dende se pasó á la profesion de la vida monástica. A los principios tuvo por maestro un monje llamado Félix; despues, con deseo de vida mas perfecta, se apartó del trato de la gente, y en la soledad del monte Destercio pasó cuarenta años de su vida. De allí Didimio, obispo de Tarazona, movido de su grande fama, le sacó para ordenarle de presbítero y darle, como le dió, el cuidado de la iglesia virgegiense. Impusiéronle sus compañeros muchas calumnias por no llevar bien la severidad de la disciplina y de la vida que bacia y ejemplo que daba; por esta causa, renunciando aquel cargo, en una capilla ó ermita que levantó cerca de aquel pueblo, pasó lo demás de su edad, que vivió hasta ser de cien años, ocupado en la contemplacion de las cosas divinas. En aquel lugar pasó desta vida y sepultaron su cuerpo; y en el mismo, pasados mas de otros cincuenta años, por su devocion y respeto se levantó un monasterio de su mismo nombre, en riquezas, autoridad y majestad y en anchura de todo el edificio uno de los mas principales y mas nombrados de toda España.

CAPITULO X.

De las dos hermanas Galsuinda y Brunequilde.

Dos hijas del rey Atanagildo Galsuinda y Brunequilde, como poco antes queda dicho, casaron en Francia con dos reyes de aquella gente, casamientos que fueron desastrados; así lo mostró el suceso de las cosas. El contento de la una fué breve, ca apenas era casada cuando desastradamente murió. La vida de la otra fué larga, mas sujeta á muchas calamidades. El vulgo á estos trabajos le añadió la infamia y mal nombre de que queremos descargar con argumentos y testimonios concluyentes á esta nobilísima hembra. Tuvo Clotario, primero de aquel nombre, rey de los francos, cuatro hijos, todos reyes. Repartieron entre sí el imperio de su padre en esta forma. Chereberto fué rey de Paris, Chilperico de Soesons, que por quedar apoderado de los tesoros del padre, era mas poderoso que los otros; Guntrano tuvo á Orliens, Sigiberto lo de Metz, de Lorena. Con este casó primero Brunequilde, la menor de las dos hermanas, con el menor de los hermanos, moza elegante en denuedo, de buen parecer,

de honestas costumbres, prudente en el consejo, y en las palabras blanda. Sea lícito usar de las mismas palabras de Gregorio, turonense, prelado del mismo tiempo. Dirás que puede mucho el tiempo para mudar las costumbres, y mas de los príncipes; sea así, pasemos adelante. Chilperico de su primera mujer Audovera tuvo á á Meroveo y Sigiberto, sus hijos; despues casó con Galsuinda, hermana mayor de Brunequilde. Fredegunda, amiga deste Rey y que tenia con él gran cabida, demás de atreverse á la nueva casada y tener con ella reyertas, decirle baldones y ultrajes, fué causa de su muerte, porque en el lecho de su marido la hallaron muerta, sin que dejase algun hijo. Entró en su lugar la misma Fredegunda, y llamóse reina. Esta, dado que cometió muchos delitos y maldades, vivió mucho. Fué en aquel tiempo conocida por su desvergüenza, deshonestidad, lujuria y crueldad; porque habiendo por la muerte de Chereberto, rey de Paris, heredado aquel reino Sigiberto, su hermano, le hizo matar por medio de dos homicianos, estando descuidado en la dicha ciudad. Brunequilde, espantada por el desastre y muerte de su marido y cuidadosa de su hijo Childeberto, envióle á aquellas partes de Metz donde tenia favor en la gente y ganadas las voluntades de la provincia. Mas ella vino á poder de Chilperico, y por él fué enviada presa á Ruan; lector, atencion, que son muchos los personajes de que en este capítulo se trata. Movido de su hermosura, Meroveo, hijo mayor de Chilperico, se casó con ella. Era aquel casamiento ninguno, por estar vedado por derecho el casarse con la que fué mujer de su tio. Sin embargo, pudiera alcanzar perdon de su padre por haber errado como mozo, si su madrastra Fredegunda no lo impidiera; así fué primero hecho fraile, y despues tambien muerto. El mismo fin tuvo Clodoveo, su hermano menor. Pretestato, obispo de Ruan, fué enviado en destierro; el cargo fué hallarse al casamiento de Meroveo y Brunequilde. A estas crueldades y impiedades se allegó la deshonestidad desta mujer; sin tener respeto al Rey, su marido, como deshonesta puso los ojos en Landrico, su condestable. Vino esto á noticia de su marido, y por sospechar castigaria estas deshonestidades mal encubiertas y locos amores, ellos se anticiparon, que fué otra nueva maldad, y como volviese de caza, le procuraron matar junto á un pueblo llamado Cala; hízose así, con que despues fué la vida mas suelta. Hizo Fredegunda guerra en favor de Clotario, su hijo, contra Childeberto, primo del niño, el cual por testamento de Guntrano, su tio, era rey de Borgoña, demás del reino de su padre, que ya de antes tenia. Llevaba Fredegunda por general de su gente al mismo Landrico, que salió con la victoria por permision de Dios. Siguióse tras esto la muerte de Childeberto y de su mujer. Hobo sospecha que con ponzoña que les dieron; no se dice quién, solo consta que de dos hijos que dejó el muerto Teodoberto, el mayor quedó por rey de Metz, y Teodorico, el menor, de Borgoña, debajo la tutela de Brunequilde, su abuela. Estos, siendo de edad, hicieron guerra á Clotario (causas de guerra nunca pueden faltar entre los comarcanos); las historias de Francia dicen que á persuasion de Brunequilde, con intento que tenia de acrecentar con nuevas honras á Protadio, un italiano amigo suyo; si con verdad, ó por odio que la tenian por ser

española, aun no lo determinamos. Añaden que pasó tan adelante en esto, que revolvió á Teodorico contra Teodoberto, su hermano, con decir que el dicho Teodoberto era hijo de un hortelano y que se habia apoderado de los tesoros de su padre. No pararon estas alteraciones y odios hasta tanto que los dos hermanos se hicieron guerra, y Teodoberto fué en Colonia muerto á traicion; otros dicen que su hermano despues de vencido le dejó con la vida y envió preso á Chalion. El vencedor, repudiada antes desto Hermemberga, hija de Weterico, como se dirá en otro lugar, hobo en su poder á una hija de su hermano muerto y dos hermanos suyos. A los infantes mató Brunequilde; así lo dicen. La doncella era de excelente hermosura; y como quier que su tio la quisiese tomar por mujer y la abuela no viniese en esta maldad, dicen que con la espada desnuda la quiso matar, y lo hiciera si no acudieran los criados de su casa y la libraran del peligro. Dicen mas, que ella, en venganza desta injuria, mató al dicho Teodorico, su nieto, con una bebida mortal que le dió al salir del baño; pero autores muy graves testifican que murió de cámaras. Con su muerte, tal cual fué, recayó el reino en Clotario, hijo de Fredegunda, que á esta sazon ya era muerta de enfermedad. Este se disgustó con Brunequilde, porque con nueva injuria trataba de dar el reino de Teodorico á un hijo que el difunto dejó, por nombre Sigiberto, si bien era bastardo. Pasó el negocio á las armas, y siendo Sigiberto desamparado de los suyos y puesto en huida, dos hermanos suyos, llamados Corbo y Meroveo, y la misma Brunequilde vinieron á poder de Clotario; lo que dicen sucedió el año de 616. Corbo fué luego muerto; á Meroveo quiso dar el vencedor la vida por haberle en el bautismo sacado de pila. Contra Brunequilde, dicen, usó de mayor severidad, porque cuatro veces la hizo azotar, despues desto, atada por los cabellos á la cola de un caballo por domar, la hicieron pedazos, sin embargo que era mujer de grande edad. Poco se movió el pueblo á compasion, á causa que dicen por sus engaños y embustes perecieron diez reyes y grande muchedumbre del pueblo. En particular escriben que á Desiderio, obispo de Viena, y á Columbano, varon santo, á este desterró, y al otro dió la muerte, que son todas fábulas mal forjadas. En fanta manera los escritores franceses se descuidaron á divulgar patrañas y el vulgo á recebillas, vergonzoso descuido, si no entendieron que la mentira se podia descubrir; y si lo entendieron, fué desvergüenza notable. Buenos autores afirman que todo esto es una pura tragedia, tomada sin juicio de los rumores y hablillas del pueblo. Yo entiendo que las maldades de Fredegunda y el castigo que le dieran, si los austrasianos fueran vencedores, mintiendo como suele la fama y trocando los nombres, se han atribuido á Brunequilde, princesa religiosa y buena, como lo muestran dos cartas de san Gregorio, papa, para ella llenas de verdaderas alabanzas, además de muchos templos magníficos edificados y adornados en Francia á su costa y gran número de cautivos rescatados con su dinero. Por ventura ¿negarás que esto sea así? Mostrarém os memorias ciertas de todo ello. Por ventura ¿creerá alguno que tales cosas hayan sido hechas por mujer impía y cruel? No lo parece. Allégase á esto otro argumento mas fuerte, y es no hacer en su Historia de Francia Gregorio, turonen

se, que vivió en aquel tiempo, mencion alguna destas maldades. ¿Podráse pensar que hizo esto por respeto de Brunequilde un escritor francés y varon de grande autoridad? Por ventura el que declaró todas las maldades y engaños de Fredegunda y las puso por escrito ¿ perdonará á una mujer extranjera? No lo creo yo. Dirás que el rey godo, por nombre Sisebuto, en la vida de san Desiderio, obispo de Viena, cuenta muchas maldades de Brunequilde y testifica que hizo morir á aquel mártir, y que últimamente por venganza de Dios pereció arrastrada de caballos. Fuerte argumento es este si se probase bastantemente que el autor de aquella vida fué el rey Sisebuto, y no mas aína otro del mismo nombre mas moderno, que afirma recogió aquellos rumores del vulgo con menor autoridad y diligencia que si fuera rey. Quede pues por cosa cierta que Brunequilde fué buena princesa, y que sin embargo en aquellos tiempos muy perdidos la cargaron de pecados ajenos, segun el Bocacio lo consideró primero que nos, escritor de ingenio poético, pero de grande diligencia y cuidado en rastrear la antigüedad; y despues dél Paulo Emilio en su Historia de Francia. Esto baste en este propósito; volvamos con nuestro cuento á las cosas de España.

CAPITULO XI.

De los reyes Liuva y Leuvigildo.

Despues de la muerte de Atanagildo, rey de los visogodos, que falleció en Toledo, como queda dicho, Liuva, así se halla escrito el nombre deste rey en las monedas antiguas, hombre muy poderoso y de grande experiencia de cosas, fué declarado por rey en Narbona, do hasta entonces tuvo el gobierno como virey que era de la Gallia Gótica. Sucedió esto el año segundo del emperador Justino, el mas mozo, que tenia el imperio romano, y fué el primero que envió á Longino con nombre de Exarco para que en lugar de Narsete gobernase la Italia. Comenzó Liuva á reinar el año de Cristo de 567. No hay cosa que de contar sea deste Rey, salvo que el segundo año de su reinado declaró á Leuvigildo, su hermano, por compañero del reino con igual poder. Tomó para sí el señorío de la Gallia Gótica por haber allí vivido mas de ordinario, y aun don Lúcas de Tuy dice tuvo el imperio de la Gallia por espacio de siete años antes que fuese rey de España. Las demás provincias sujetas á los godos encomendó á su hermano, por cuyo medio esperaba que la república, en muchas partes caida, volveria en su antiguo lustre. Si bien tenian entre las manos grande guerra contra los romanos, que estaban apoderados de gran parte de aquella anchísima provincia y la defendian, no solo con sus armas, sino eso mismo con el esfuerzo y ayuda de algunos de los godos, los cuales, por las parcialidades que entre sí tenian, se recogian á los romanos como á refugio comun. Tenia Leuvigildo dos hijos de su mujer Teodosia, hija que fué de Severiano, duque y gobernador de la provincia Cartaginense, hermana de Leandro, Fulgencio, Isidoro y Florentina. Los hijos de Leuvigildo eran Hermenegildo y Recaredo. Muerta Teodosia, Leuvigildo casó con Gosuinda, que estaba viuda del rey Atanagildo, en el mismo tiempo que por su hermano fué llamado á la compañía del reino. Hecho rey,

« AnteriorContinuar »