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de los godos era grandemente miserable; pues como quier que por su esfuerzo hobiesen paseado gran parte de la redondez del mundo y ganado grandes victorias y con ellas gran renombre y riquezas, con todo esto no faltaron quien por satisfacer á sus antojos y pasiones con corazones endurecidos pretendiesen destruirlo todo; tan grande era la dolencia y peste que estaba apoderada de los godos. Tenia el nuevo Rey partes aventajadas y prendas de cuerpo y alma que daban claras muestras de señaladas virtudes. El cuerpo endurecido con los trabajos, acostumbrado á la hambre, frio y calor y falta de sueño. Era de corazon osado para acometer cualquiera hazaña, grande su liberalidad, y extraordinaria la destreza para granjear las voluntades, tratar y llevar al cabo negócios dificultosos. Tal era antes que le entregasen el gobernalle; mas luego que le hicieron rey se trocó y afeó todas las sobredichas virtudes con no menores vicios. En lo que mas se señaló fué en la memoria de las injurias, la soltura en las deshonestidades y la imprudencia en todo lo que emprendia. Finalmente, fué mas semejable á Witiza que á su padre ni á sus abuelos. Hállanse monedas de oro acuñadas con el nombre de don Rodrigo; su rostro como de hombre armado y feroz y por reverso estas palabras: Igeditania Pius, mote puesto, como se entiende, mas por adulacion que por él merecerlo. Esto en general. Las cosas particulares que hizo fueron estas: lo primero con nuevos pertrechos y fábricas ensanchó y hermoscó el palacio que su padre edificara cerca de Córdoba, segun qué ya se dijo; por donde los moros adelante le llamaron comunmente el palacio de don Rodrigo; así lo testifica Isidoro, pacense, historiador de mucha autoridad en lo que toca á las cosas deste tiempo. Demás desto, llamó del destierro y tuvo cerca de sí á su primo don Pelayo con cargo de capitan de su guarda, que era el mas principal en la corte y casa real. Amábale muclio, así por el deudo como por haber los años pasados corrido la misma fortuna que él. Por el contrario, el odio que tenia contra Witiza comenzó á mostrar en el mal tratamiento que hacia á sus hijos, en tanto grado, que así por esto como por el miedo que tenian de mayor daño, se resolvieron de ausentarse de la corte y aun de toda España y pasar en aquella parte de Berbería que estaba sujeta á los godos y se llamaba Mauritania Tingitana. Tenia el gobierno á la sazon de aquella tierra un conde, por nombre Requila, lugarteniente, como yo entiendo, del conde don Julian, persona tan poderosa, que demás desto tenia á su cargo el gobierno de la parte de España cercana al estrecho de Gibraltar, paso muy corto para Africa. Asimismo en la comarca de Consuegra poseia un gran estado suyo y muchos pueblos, riquezas y poder tan grande como de cualquiera otro del reino, y de que el mismo Rey se pudiera recelar. Estos fueron los primeros principios y como semilla de lo que avino adelante, ca los hijos de Witiza antes de pasar en Africa trataron con otras personas. principales de tomar las armas. Pretendian estar malamente agraviados. Asistíales y estaba de su parte el arzobispo don Oppas, persona de sangre real y de muchos aliados. Otros asimismo les acudian, quién con deseo de vengarse, quién con esperanza de mejorar su partido, si la feria se revolvia, que tal es la costumbre de la guerra, unos bajan y otros suben. Fuera justo acudir

á estos principios y desbaratar la semilla de fanto mal; pero antes en lugar desto de nuevo se enconaron las voluntades con un nuevo desórden y caso que suce lió y dió ocasion á los bulliciosos de cubrir y colorear la maldad, que hasta entonces temerian de comenzar, con muestra de justa venganza. Era costumbre en España que los hijos de los nobles se criasen en la casa real. Los varones acompañaban y guardaban la persona del rey, servian en casa y á la mesa; los que tenian edad iban en su compañía cuando salia á caza, y seguíanle á la guerra con sus armas; escuela de que salian gobernadores prudentes, esforzados y valerosos capitanes. Las hijas servian á la reina en su aposento; allí las amaestraban en toda crianza, hacer labor, cantar y danzar cuanto á mujeres pertenecia. Llegadas á edad, las casaban conforme á la calidad de cada cual. Entre estas una hija del conde don Julian, llamada Cava, moza de extremada hermosura, se criaba en servicio de la reina Egilona. Avino que jugando con sus iguales descubrió gran parte de su cuerpo. Acechábalas el Rey de cierta ventana, que con aquella vista fué de tal manera herido y prendado, que ninguna otra cosa podia de ordinario pensar. Avivábase en sus entrañas aquella deshonesta llama, y cebábase con la vista ordinaria de aquella doncella, que era la parte por do le entró el mal. Buscó tiempo y lugar á propósito; mas como ella no se dejase vencer con halagos ni con amenazas y miedos, llegó su desatino á tanto, que le hizo fuerza, con que se despeñó á sí y á su reino en su perdicion, como perso-. na estragada con los vicios y desamparada de Dios. HaIlábase á la sazon el conde don Julian ausente en Africa, ca el Rey le enviara en embajada sobre negocios muy importantes. Apretaba á su hija el dolor, y la afrenta recebida la tenia como fuera de sí; no sabia qué partido se tomase, si disimular, si dar cuenta de su daño. Determinóse de escribir una carta á su padre deste tenor: «Ojalá, padre y señor, ojalá la tierra se me abriera an» tes que me viera puesta en condicion de escribiros estos >> renglones, y con tan triste uneva poneros en ocasion do » un dolor y quebranto perpetuo. Con cuántas lágrimas >>escriba esto, estas manchas y borrones lo declaran; » pero si no lo hagoluego, daré sospecha que, no solo el >> cuerpo ha sido ensuciado, sino tambien amancillada el >> alma con mancha y infamia perpetua. ¿Qué salida ten»drán nuestros males? ¿Quién sin vos pondrá reparo á »nuestra cuita? ¿Esperarémos hasta tanto que el tiempo »saque á luz lo que ahora está secreto, y de nuestra >>afrenta haga infamia mas pesada que la misma muerte? » Avergüenzome de escribir lo que no me es lícito callar, »joh triste y miserablesuerte! En una palabra; vuestra » hija, vuestra sangre y de la alcuña real de los godos, » por el rey don Rodrigo, al que estaba, mal pecado, >> encomendada, como la oveja al lobo, con una maldad » increible ha sido afrentada. Vos, si sois varones, ha>> réis que el gusto que tomó de nuestro daño se le vuel» va en ponzoña, y no pase sin castigo la burla y befa que » hizo á nuestro linaje y á nuestra casa. » Grande fué la cuita que con esta carta cayó en el conde y con estas nuevas; no hay para qué encarecello, pues cada cual lo podrá juzgar por si mismo. Revolvió en su pensamiento diversas trazas, resolvióse de apresurar la traicion que poco antes tenian tramada, dió órden en las cosas de Africa, ycon tanto sin dilacion pasó á España,

que el dolor de la afrenta le aguijaba y espoleaba. Era hombre mañoso, atrevido, sabia muy bien fingir y disimular. Asi, llegado á la corte, con relatar lo que habia hecho y con acomodarse con el tiempo, crecia en gracia y privauza de suerte, que le comunicaban todos los secretos y se hallaba á los consejos de los negocios mas graves del reino, lo cual todo no se hacia solo por sus servicios y partes, sino mas aina por amor de su hija. Para encaminar sus negocios al fin que deseaba persuadió al Rey que pues España estaba en paz, y los moros y franceses por diversas partes corrian las tierras de Africa y de Francia, que enviase contra ellos á aquellas fronteras todo lo que restaba de armas y caballos, que era desnudar el reino de fuerzas para que no pudiese resistir. Concluido esto como deseaba, dió á entender que su mujer estaba en Africa doliente de una grave y larga enfermedad; que ninguna cosa le podria tanto alentar como la vista de su hija muy amada; que esto le avisaban y certificaban por sus cartas, así ella como los de su casa. Fué la diligencia que en esto puso tan grande, que el Rey dió licencia, sea forzado de la necesidad, mayormente que prometia seria la vuelta en breve, sea por estar ya cansado y enfadado, como suele acontecer, de aquella conversacion. En la ciudad de Málaga, que está á las riberas del mar Mediterráneo, hay una puerta llamada de la Cava, por donde se dice, como cosa recebida de padres á hijos, que salió esta señora para embarcarse. A la misma sazon el Rey, que por tantos desórdenes era aborrecido de Dios y de las gentes, cometió un nuevo desconcierto, conque dió muestra de faltarle la razon y prudencia. Habia en Toledo un palacio encantado, como lo cuenta el arzobispo don Rodrigo, cerrado con gruesos cerrojos y fuertes caudados para que nadie pudiese en él entrar, ca estaban persuadidos, así el pueblo como los principales, que á la hora que fuese abierto, seria destruida España. Sospechó el Rey que esta voz era falsa para efecto de encubrir los grandes tesoros que pusieron allí los reyes pasados. Demás desto, movido por curiosidad, sin embargo que le ponian grandes temores, como sean las voluntades de los reyes tan determinadas en lo que una vez proponen, hizo quebrantar las cerraduras. Entró dentro, no halló algunos tesoros, solo una arca, y en ella un lienzo y en él pintados hombres de rostros y hábitos extraordinarios con un letrero en latin que decia: «Por esta gente será en breve destruida España. » Los trajes y gestos parecian de moros; así, los que presentes se hallaron quedaron persuadidos que aquel mal y daño vendria de Africa; y no menos arrepentido el Rey, aunque tarde, de haber sin propósito y á grande riesgo escudriñado y sacado á luz misterios encubiertos hasta entonces con tanto cuidado. Algunos tienen todo esto por fábula, por invencion y patraña; nos ni la aprobamos por verdadera ni la desechamos como falsa; el lector podrá juzgar libremente y seguir lo que le pareciore probable. No pareció pasalla en silencio por los muchos y muy graves autores que la relatan, bien que no todos de una manera.

CAPITULO XXII.

De la primera venida de los moros en España. Las armas de los sarracenos por estos tiempos volaban por todo el mundo con grande valor y fama. Tuvo

esta canalla su origen y principio en Arabia, y á Mahoma por caudillo, el cual primeramente engañó mucha gente con color de religion. Despues se apoderó de las partes y provincias de levante; desde allí se extendió hácia mediodía, y en breve espacio de tiempo llegó hasta las postreras tierras de occidente. Consideró el emperador Heraclio el peligro que amenazaba; y así, despues que venció á Cosroes, rey de Persia, y se apoderó de la Asia, procuró con maña atajar en sus principios esta peste; dió sueldo á cuatro mil sarracenos de los mas nobles y valientes. Mostró con esto querer honrallos y hacer dellos confianza, como quier que á la verdad pretendiese tenerlos cerca de sí para seguridad que no levantasen, segun que habian comenza.lo, nuevas alteraciones y guerras. Sucedió que pidieron cierto vestido debido á los soldados por una ley de Justiniano, que hasta hoy se conserva. Nególes su peticion el prefecto del Fisco, que en tiempo tan estragado era un eunuco; díjoles palabras afrentosas, es á saber: «¿Qué sobra á los soldados romanos que se pueda dar á estos canes?» Irritáronse ellos con aquella respuesta y palabra de aquel hombre afeminado. Levantaron sin dilacion sus banderas, y vueltos á su tierra, se apoderaron de muchas ciudades comarcanas del imperio romano. Sujetaron á Egipto y á los Persas, flacos á la sazon y sin fuerzas por las victorias que poco antes sobre ellos ganaron los romanos; y no solo los sujetaron como vencedores, sino tambien los compelieron á que profesasen la ley y tomasen el nombre de sarracenos. Con el mismo ímpetu tomaron toda la Suria, y diversas veces acometieron la Africa, en que los trances fueron diferentes, ca veces vencian, y á veces al contrario; mas últimamente salieron con la empresa. Fué así que el rey desta gente, por nombre Abimelech, con un grueso ejército se metió por Africa y se puso sobre Cartago; tomóla y echóla por tierra, pero sin embargo fueron vencidos y echados de toda la Africa por Juan, prefecto del Pretorio, gobernador á la sazon de aquellas partes. Tornábanse á rehacer para entrar de nuevo con mas fuerzas y mas bravos. Por este respeto Juan se embarcó y pasó á Constantinopla para pedir gente de socorro al emperador Leoncio, que fué el año del Señor de 700, poco mas á menos. Las legiones romanas que en Africa y en Cartago quedaban, cansadas de esperar ó con deseo de novedades, alzaron por emperador á un Tiberio Apsimaro, y para apoderalle del imperio pasaron con él á la misma ciudad de Constantinopla. Con esto quedó Africa desapercebida y flaca; acometiéronla de nuevo y sujetáronla los sarracenos. Pasaron adelante, y hicieron lo mismo en la Numidia y en las Mauritanias sin parar hasta el mar Océano y Allántico, fin y remate del mundo. Era señor de toda aquella gente y de aquel imperio Ulit, llamábase Miramamolin, que era apellido de supremo emperador. Gobernaba en su nombre lo de Africa Muza, hombre feroz, en sus consejos prudente, y en la ejecucion presto. El conde don Julian, luego que alcanzó licencía del Rey para pasar en Africa, de camino se vió con las cabezas de la conjuracion para mas prendallos; hablóles conforme al apetito de cada cual, prometia á unos riquezas, á otros gobiernos, con todos blasonaba de sus fuerzas, y encarecia la falla que dellas el Rey tenia. No léjas de la villa de Consuegra está un monte llamado Calde

rino, y porque este nombre en arábigo quiere decir monte de traicion, los de aquella comarca se persuaden, como cosa recebida de sus antepasados, que en aquel monte se juntaron el Conde y los demás para acordar, como acordaron, de llamar los moros á España. Llegado en Africa, lo primero que hizo fué irse á ver con Muza; declaróle el estado en que las cosas de España se hallaban; quejóse de los agravios que el Rey tenia hechos sin causa, así á él como á los hijos del rey Witiza, que demás de despojarlos de la herencia de su padre, los forzaba á andar desterrados, pobres y miserables y sin refugio alguno; dado que no les faltaban las aficiones de muchos, que llegada la ocasion se declararian. Que era buena sazon para acometer á España y por este camino apoderarse de toda la Europa, en que hasta entonces no habian podido entrar. Solo era necesario usar de presteza para que los contrarios no tuviesen tiempo de aprestarse. Encarecíale la facilidad de la empresa, á que se ofrecia salir él mismo con pequeña ayuda que de Africa le diesen, confiado en sus aliados. Que por tener en su poder, de la una y de la otra parte del Estrecho, las entradas de Africa y de España, no dudaria de quitar la corona á su contrario. No le parecia al bárbaro mala ocasion esta, solo dudaba de la lealtad del Conde, si por ser cristiano guardaria lo que pusiese. Parecióle comunicar el negocio con el Miramamolin. Salió acordado que con poca gente se hiciese primero prueba de las fuerzas de España y si las obras del Conde eran conforme á sus palabras. Era Muza hombre recatado; hallábase ocupado en el gobierno de Africa, empeñado en muchos y graves negocios. Envió al principio solos ciento de á caballo y cuatrocientos de á pié repartidos en cuatro naves. Estos acometieron las islas y marinas cercanas al Estrecho. Sucedieron las cosas á su propósito, que muchos españoles se les pasaron. Con esto de nuevo envió doce mil soldados, y por su capitan Tarif, por sobrenombre Abenzarca, persona de gran cuenta, dado que le faltaba un ojo. Para que fuese el negocio mas secreto y no se entendiese dónde encaminaban estas tramas, no se apercibió armada en el mar, sino pasaron en naves de mercaderes. Surgieron cerca de España, y lo primero se apoderaron del monte Calpe y de la ciudad de Heraclea, que en él estaba, y en lo de adelante se llamó Gibraltar, de gebal, que en arábigo quiere deeir monte, y de Tarif, el general, de cuyo nombre tambien, como muchos piensan, otra ciudad allí cerca, llamada antiguameute Tarteso, tomó nombre de Tarifa. Tuvo el rey don Rodrigo aviso de lo que pasaba, de los intentos del Conde y de las fuerzas de los moros. Despachó con presteza un su primo llamado Sancho (hay quien le llame Iñigo) para que le saliese al encuentro. Fué muy desgraciado este principio, y como pronóstico y mal agüero de lo de adelante. El ejército era compuesto de toda broza, y como gente allegadiza, poco ejercitada; ni tenian fuerza en los cuerpos ni valor en sus ánimos; los escuadrones mal formados, as armas tomadas de orin, los caballos, ó flacos ó regalados, no acostumbrados á sufrir el polvo, el calor, las tempestades. Asentaron su real cerca de Tarifa; tuvieron encuentros y escaramuzas, en que los nuestros levaron siempre lo peor; últimamente, ordenadas las jaces, se dió la batalla, que estuvo por algun espacio

en peso sin declarar la victoria por ninguna de las partes, pero al fin quedó por los moros el campo. Sancho, el general, muerto, y con él parte del ejército; los demás se salvaron por los piés. Pasaron los bárbaros a lelante engreidos con la victoria, talaron los campos del Andalucía y de la Lusitania, tomaron muchos pueblos por aquellas partes, en particular la ciudad de Sevilla, por estar desmantelada y sin fuerzas. Sucedió esta primera desgracia el año 713, en el cual Sinderedo, arzobispo de Toledo, por la revuelta de los tiempos ó por la insolencia del Rey se ausentó de España. Pasó á Roma, do los años adelante se halló en un Concilio lateranense, que se celebró por mandado del papa Gregorio III. Por su ausencia los canónigos de Toledo trataron de elegir nuevo prelado por no carecer de pastor en tiempo tan desgraciado. No hicieron caso de don Oppas, como de intruso y entronizado contra derecho. Dieron sus votos á Urbano, que era primiclerio de aquella iglesia, que era lo mismo que chantre, persona de conocidas partes y virtud. Pero porque su eleccion fué en vida de Sinderedo, y parece no fué confirmada por quien de derecho lo debia ser, los antiguos no le contaron en el número de los prelados de Toledo, como se saca de algunos libros antiguos en que se pone la lista y catálogo de los arzobispos de aquella ciudad.

CAPITULO XXIII.

De la muerte del rey don Rodrigo.

Cosas grandes eran estas y principios de mayores males, las cuales acabadas en breve, los dos caudillos, Tarif y el conde don Julian, dieron vuelta á Africa para hacer instancia, como la hicieron, á Muza que les acudiese con nuevas gentes para llevar adelante lo comenzado. Quedó en rehenes y para seguridad de todo el conde Requila, con que mayor número de gente de á pié y de á caballo vino á la misma conquista. Era tan grande el brio que con las victorias pasadas y con estos nuevos socorros cobraron los enemigos, que se determinaron á presentar la batalla al mismo rey don Rodrigo y venir con él á las manos. El, movido del peligro y daño y encendido en deseo de tomar emienda de lo pasado y de vengarse, apellidó todo el reino. Mandó que todos los que fuesen de edad acudiesen á las banderas. Amenazó con graves castigos á los que lo contrario hiciesen. Juntóse á este llamamiento gran número de gente; los que menos cuentan dicen fueron pasados de cien mil combatientes. Pero con la larga paz, como acontece, inostrábanse cllos alegres y bravos, blasonaban y aun renegaban; mas eran cobardes á maravilla, sin esfuerzo y aun sin fuerzas para sufrir los trabajos y incomodidades de la guerra; la mayor parte iban desarmados, con hondas solamente ó bastones. Este fué el ejército con que el Rey marchó la vuelta del Andalucía. Llegó por sus jornadas cerca de Jerez, donde el enemigo estaba alojado. Asentó sus reales y fortificólos en un llano por la parte que pasa el rio Guadalete. Los unos y los otros deseaban grandemente venir á las manos; los moros orgullosos con la victoria; los godos por vengarse, por su patria, hijos, mujeres y libertad no dudaban poner á riesgo las vidas, sin embargo que gran parte dellos scntian en

y

nados sus escuadrones, les hizo el siguiente razonamiento: «Por esta parte se extiende el Océano, fin último y remate de las tierras; por aquelia nos cerca el mar Mediterráneo; nadie podrá escapar con la vida, sino fuere peleando. No hay lugar de huir; en las manos y en el esfuerzo está puesta toda la esperanza. Este dia, ó nos dará el imperio de Europa, ó quitará á todos la vida. La muerte es fin de los males; la victoria causa de alegría; no hay cosa mas torpe que vivir vencidos y afrentados. Los que habeis domado la Asia y la Africa, y al presente, no tanto por mi respeto cuanto de vuestra voluntad acometeis á haceros señores de España, debeis os membrar de vuestro antiguo esfuerzo y valor, de los premios, riquezas y renombre inmortal que ganareis. No os ofrecemos por premio los desiertos de Africa, sino los gruesos despojos de toda Europa; ca vencidos los godos, demás de las victorias ganadas el tiempo pasado, ¿quién os podrá contrastar? ¿Temeréis por ventura este ejército sin armas, juntado de las heces del vulgo, sin órden y sin valor? Que no es el número el que pelea, sino el esfuerzo; ni vencen los muchos, sino los denodados, con su muchedumbre se embarazarán, y sin armas, con las manos desnudas los venceréis. Cuando tenian las fuerzas enteras los desbaratastes; ¿por ventura ahora, perdida gran parte de sus gentes, acobardados con el miedo, alcanzarán la victoria? La alegría pues el denuedo que en vos veo, cierto presagio de lo que será, esa llevad á la pelea confiados en vuestro esfuerzo y felicidad, en vuestra fortuna y en vuestros

y

sus corazones una tristeza extraordinaria y un silencio cual suele caer á las veces como presagio del mal que la de venir sobre algunos. Al mismo Rey, congojado de cuidados entre dia, de noche le espantaban sueños y representaciones muy tristes. Pelearon ocho dias continuos en un mismo lugar; los siete escaramuzaron, como yo lo entiendo, á propósito de hacer prueba cada cual de las partes de las fuerzas suyas y de los contrarios. Del suceso no se escribe; debió ser vario, pues al octavo dia se resolvieron de dar la batalla campal, que fué domingo á 9 del mes que los moros llaman javel ó sceval, así lo dice don Rodrigo, que vendria á ser por el mes de junio conforme á la cuenta de los árabes; pero yo mas creo fuese á 11 de noviembre, dia de san Martin, segun se entiende del Cronicon alveldense, año de nuestra salvacion de 714. Estaban las haces ordenadas en guisa de pelear. El Rey desde un carro de marfil, vestido de tela de oro y recamados, conforme á la costumbre que los reyes godos tenian cuando entraban en las batallas, habló á los suyos en esta manera: «Mucho me alegro, soldados, que haya llegado el tiempo de vengar las injurias rechas á nosotros y á nuestra santa fe por esta canalla aborrecible á Dios y á los hombres. ¿Qué otra causa tienen de movernos guerra, sino pretender de quitar la libertad á vos, á vuestros hijos, mujeres y patria, saquear y echar por tierrà los templos de Dios, hollar profanar los altares, sacramentos y todas las cosas sagradas como lo han hecho en otras partes? Y casi veis con los ojos, y con las orejas ois el destrozo y ruido de los que han abatido en buena parte de Espa-hados. ña. Hasta ahora han hecho guerra contra cunucos; sientan que cosa es acometer á la invencible sangre de los godos. El año pasado desbarataron un pequeño número de los nuestros; engreidos con aquella victoria y por haberlos Dios cegado han pasado tan adelante, que no podrán volver atrás sin pagar los insultos cometidos. El tiempo pasado dábamos guerra á los moros en su tierra, corriamos las tierras de Francia; al presente jo grande mengua, y digna que con la misma muerte, si fuere menester, se repare! somos acometidos en nuestra tierra, tal es la condicion de las cosas humanas, tales los reveses y mudanzas. El juego está entablado de manera que no se podrá perder; pero cuando la esperanza de vencer no fuese tan cierta, debe aguijonaros y encenderos el deseo de la venganza. Los campos están bañados de la sangre de los vuestros, los pueblos quemados y saqueados, la tierra toda asolada ; ¿quién podrá sufrir tal estrago? Lo que ha sido de mi parte, ya veis cuán grande ejército tengo juntado, apenas cabe en estos campos; las vituallas y almacen en abundancia, el lugar es á propósito; á los capitanes tengo avisado lo que han de hacer, proveido de número de soldados de respeto para acudir á todas partes. Demás desto, hay otras cosas, que ahora se callan, y al tiempo del pelear veréis cuán apercebido está todo. En vuestras manos, soldados, consiste lo demás; tomad ánimo y coraje, y llenos de confianza acometed los enemigos; acordãos de vuestros antepasados, del valor de los godos; acordãos de la religion cristiana, debajo de cuyo amparo y por cuya defensa peleamos.» Al contrario Tarif, resuelto asimismo de pelear, sacó sus gentes, y orde

Arremeted con el ayuda de Dios y de nuestro profeta Mahoma, veuced los enemigos, que traen despojos, no armas. Trocad los ásperos montes, los collados pelados por el gran calor, las pobres chozas de Africa con los ricos campos y ciudades de España. En vuestras diestras consiste y llevais el imperio, la salud, el alegría del tiempo presente, y del veuidero la esperanza.» Encendidos los soldados con las razones de sus capitanes, no esperaban otra cosa que la señalde acometer. Los godos al son de sus trompelas y cajas se adelantaron, los moros al son de los atabales de metal á su manera encendian la pelea; fué grande la griteria de la una parte y de la otra; parecia hundirse montes y valles. Primero con hondas, dardos y todo género de saetas y lanzas se comenzó la pelea; despues vinieron á las espadas; la pelea fué muy brava, ca los unos peleaban como vencedores, y los otros por vencer. La victoria estuvo dudosa hasta gran parte del dia sin declararse; solo los moros daban alguna muestra de flaqueza, y parece querian ciar y aun volver las espaldas, cuando don Oppas joh increible maldad! disimulada hasta entonces la traicion, en lo mas recio de la pelea, segun que de secreto lo tenia concertado, con un buen golpe de los suyos se pasó á los enemigos. Juntóse con don Julian, que tenia consigo gran número de los godos, de través por el costado mas flaco acometió á los nuestros. Ellos, atónitos con traicion tan grande y por estar cansados de pelear, no pudieron sufrir aquel nuevo ímpetu, y sin dificultad fueron rotos y puestos en huida, no obstante que el Rey con los mas esforzados peleaba entre los primeros y acudia á todas partes, socorria á los que via en peligro, en lugar de los heridos y muertos ponia otros sanos, detenia á los que

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huian, á veces con su misma mano; de suerte que, no solo hacia las partes de buen capitan, sino tambien de valeroso soldado. Pero al último, perdida la esperanza de vencer y por no venir vivo en poder de los enemigos, saltó del carro y subió en un caballo, llamado Orelia, que llevaba de respeto para lo que pudiese suceder; con tanto él se salió de la batalla. Los godos, que todavía continuaban la pelea, quitada esta ayuda, se desanimaron; parte quedaron en el campo muertos, los demás se pusieron en huida; los reales y el bagaje en un momento fueron tomados. El número de los muertos no se dice; entiendo yo que por ser tantos no se pudieron coutar; que á la verdad esta sola batalla despojó á España de todo su arreo y valor. Dia aciago, jornada triste y llorosa. Alli pereció el nombre inclito de los godos, allí el esfuerzo militar, alli la fama del tiempo pasado, allí la esperanza del venidero se acabaron; y el imperio que mas de trescientos años habia durado quedó abatido por esta gente feroz y cruel. El caballo del rey-don Rodrigo, su sobreveste, corona y calzado, sembrado de perlas y pedrería, fueron haIlados á la ribera del rio Guadalete; y como quier que no se hallasen algunos otros rastros dél, se entendió que en la huida murió ó se alogó á la pasada del rio. Verdad es que como docientos años adelante en cierto templo de Portugal en la ciudad de Viseo se halló una piedra con un letrero en latin, que vuelto en romar.ce dice:

AQUÍ REPOSA RODRIGO, ÚLTIMO REY DE LOS GODOS. Por donde se entiende que salido de la batalla, huyó á las partes de Portugal. Los soldados que escaparon, como testigos de tantą desventura, tristes y afrentados, se derramaron por las ciudades comarcanas. Don Pelayo, de quien algunos sospechan se halló en la batalla, perdida toda esperanza, parece se retiró á lo postrero de Cantabria ó Vizcaya, que era de su estado; otros dicen que se fué á Toledo. Los moros no ganaron la victoria sin sangre, que dellos perecieron casi diez y seis mil. Fueron los años pasados muy estériles, y dejada la labranza de los campos á causa de las guerras, España padeció trabajos de hambre y peste. Los naturales, enflaquecidos con estos males, tomaron las armas con poco brio; los vicios principalmente y la deshonestidad los tenian de todo punto estragados, y el castigo de Dios los hizo despeñar en desgracias tan grandes.

CAPITULO XXIV.

Que los cristianos se fueron á las Asturias.

Gobernaba la iglesia de Roma el papa Constantino; el imperio de oriente Anastasio, por sobrenombre Artemio; rey de Francia era Childeberto, tercero de aquel ⚫ nombre, á la sazon que España estaba toda llena de alboroto y de llanto, no solo por la pena y cuita del mal presente, sino tambien por el miedo de lo que para adelante se aparejaba. No faltaba algun género de desventura, pues el vencedor, con la licencia y libertad que suele, afligia todos los vencidos de cualquier edad ó condicion que fuesen. Un buen golpe de los que escaparon de aquella desastrada batalla se recogieron á Ecija, ciudad que no caia léjos, y en aquel tiempo bien fortificada de muros. Con estos se juntaron los ciuda

danos, y animados á tratar del remedio, aunque face con riesgo de sus vidas, salvar lo que quedaba, vengar si pudiesen las injurias, no dudaron de salir al campo y pelear de nuevo con el vencedor, que ejecutaba el alcance y perseguia lo que restaba de los godos. El suceso desta batalla fué el mismo que el pasado ; de nnevo fueron los nuestros desbaratados y puestos en huida; los que escaparon de la matanza se fueron por diversos lugares; la ciudad, por estar desnuda de gente de guerra, quedó en poder del vencedor, y por su mandado la ecliaron por tierra. Despues desto, por consejo y á persuasion del conde don Julian se dividieron los moros en dos partes: los unos, debajo de la conducta de Magued, renegado de la religion cristiana, se encaminaron á Córdoba, que por estar desamparada de sus moradores, que por miedo del peligro se fueran á Toledo, fácilmente fué puesta en sujecion y tomada por aviso de un pastor, que en los muros cerca de la puente les mostró cierta parte por donde entraron, ayudados asimismo del silencio de la noche y muertas las centinelas. El gobernador de la ciudad se hizo fuerto en un templo, que se llamaba de San Jorge, en que so mantuvo por espacio de tres meses; pero á cabo deste tiempo, como huyese, fué preso y vino en poder de los moros; el templo entraron por fuerza, y pasaron á cuchillo todos los que en él estaban. Con la otra parte del ejército Tarif saqueaba y talaba y metia á fuego y á sangre lo restante de Andalucía y corria los vencidos por todas partes. Mentesa fué tomada por fuerza y destruida, de la cual dice el arzobispo don Rodrigo caia cerca de Jaen, pero á la verdad algo mas apartada estaba. En Málaga, en Illiberris y en Granada pusieron guarnicion de soldados. Murcia se rindió á partido, que sacó el gobernador aventajado, como buen soldado y sagaz que era, ca despues que en un encuentro fué vencido por los moros, puso las mujeres vestidas como hombres en la muralla. Los moros con aquella maña, persuadidos que habia dentro gran número de soldados, le otorgaron lo que pidió. De Murcia dico el mismo don Rodrigo que en aquel tiempo se llamaba Oreola. Demás desto, los judíos mezclados con los moros fueron puestos por moradores en Córdoba y en Granada á causa que los cristianos se habian ido á diversas partes y dejádolas vacías. Restaba Toledo, ciudad puesta en el riñon de España, de asiento inexpugnable. El arzobispo Urbano, sin embargo de su fortaleza, se habia retirado á las Astúrias y llevado consigo las sagradas reliquias porque no fuesen profanadas por los enemigos del nombre cristiano, en particular llevó la vesti dura traida á san Ilefonso del cielo, y un arca llena do reliquias, que por diversos casos fuera llevada á Jerusalem, y despues parara en Toledo. Llevó asimismo los libros sagrados de la Biblia, y las obras de los santos varones Isidoro, Ilefonso, Juliano, muestras de su crudicion y santidad, tesoros mas preciosos que el oro y las perlas, porque no fuesen abrasados con el fuego que destruia todo lo demás. En compañía de Urbano para mayor seguridad fué don Pelayo, como se halla escrito en graves autores. Y para que estos tesoros celestiales estuviesen mas libres de peligro, en lo postrero de España los pusieron en una cueva debajo de tierra, distante dos leguas de donde despues se edificó la ciudad de Oviedo. Desde el cual tiempo se llamó aquel lugar

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