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gunos pueblos lo pagan. De los despojos desta guerra hizo el Rey edificar á media legua de Oviedo una iglesia de obra maravillosa con advocacion de Nuestra Señora, que hasta hoy se ve puesta á las haldas del monte Naurancio, y allí cerca se edificó otra iglesia con nombre de San Miguel. La reina, que unos llaman Urraca, otros Paterna, madre de don Ordoño y de don García, proveyó las dichas iglesias y las adornó de todo lo necesario, ca tenia por costumbre de emplear todo lo que podia ahorrar del gasto de su casa y del arreo de su persona en ornamentos para las iglesias, y en particular de la del apóstol Santiago. El fruto desta victoria no fué tan grande como se pensaba y fuera razon, á causa de otra guerra que al improviso se levantó contra España.

CAPITULO XIV.

Cómo los nortmandos vinieron á Españía.

Aun no estaba quitado el yugo de la servidumbre que los moros, gente venida de la parte de mediodía, tenia puesto sobre nuestra nacion, cuando una nueva peste por la parte de setentrion comenzó á trabajarla grandemente. Fué así que los nortmandos, gente fiera y bárbara, y por nó baber aun recebido la fe de Cristo impía y infiel, salidos de Dacia y de Norvegia, como el mismo nombre lo declara que fueron gentes setentrionales, ca nortmando quiere decir hombre del norte, forzados de la necesidad, ó lo que es mas cierto, con deseo de hacer mal, se hicieron cosarios por el mar debajo la conducta de su capitan Rolon. Lo primero acometieron las marinas de Frisia; despues corrieron las de Francia, en particular por la parte que el rio Secuana desagua en el mar Océano, hicieron mas graves y mas ordinarios daños que de ninguno otro enemigo se pudieran temer. Despues desto, talaron las tierras de Nantes por do el rio Loire descarga en el mar; las comarcas de Turs y de Potiers, en que vencido que hobieron en batalla á Roberto, conde de Anjou, pusieron espanto en todas aquellas tierras. Ultimamente, hicieron su asiento en aquella parte de Francia que antiguamente se llamó Neustria, y hoy del nombre desta gente se llama Normandía; y esto por concesion de los emperadores Ludovico el Segundo y Carolo Craso, que les dieron aquellas tierras á condicion que, pues no se querian del todo sujetar á su señorío, fuesen para siempre feudatarios y movientes de la corona de Francia. Los mismos por este tiempo con gruesas flotas que juntaron en Francia dieron mucho trabajo á los cristianos de España. Primeramente apretaron y talaron todas las marinas de Galicia; pero llegados à la Coruña, como acudiese contra ellos el rey don Ramiro, los que dellos saltaron en tierra quedaron vencidos en batalla y forzados á embarcarse; demás desto, les dieron una batalla naval, en que setenta de sus naves, parte fueron tomadas por los nuestros, parte echadas á fondo. Así lo refiere el arzobispo don Rodrigo, dado que el número de las naves parece muy grande, principalmente que los que escaparon de la rota, doblado el cabo de Finisterre, llegaron á la boca del rio Tajo y pusieron en mucho afan á Lisbona, que habia por este tiempo vuelto á poder de moros, y el año luego siguiente, que se contaba de Cristo 847, con gentes y naves que de nuevo recogieron pusieron cerco sobre Sevilla y talaron los

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campos de Cádiz y de Medina Sidonia, en que hicieron presas de hombres y ganados y pasaron á cuchillo gran número de moros. Al fin, despues que se detuvieron mucho tiempo en aquellas comarcas, por un aviso que les vino que el rey Abderraman armaba contra ellos y aprestaba una gruesa armada, se partieron de España con mucha honra y despojos que consigo llevaron. Siguiéronse otras alteraciones civiles entre los cristianos. El conde Alderedo y Piniolo, hombres en riquezas y aliados poderosos, uno en pos de otro se alborotaron y tomaron las armas contra el rey don Ramiro. Las causas destas alteraciones no se refieren; nunca faltan disgustos y desabrimientos; solo se dice que en breve y fácilmente se apaciguaron. Alderedo fué privado de la vista; Piniolo y siete hijos suyos muertos por mandado del rey don Ramiro, el año quinto de su reinado. Falleció poco adelante el mismo en Oviedo despues que reinó siete años enteros; fueron sepultados él y Paterna, su mujer, en la iglesia de Santa María de aquella ciudad, en que se ve un lucillo deste Rey con una letra, que vuelta en romance dice así:

MURIÓ LA BUENA MEMORIA DEL REY RANIMIRO Á 1.o DE FEBRERO: RUEGO Á TODOS LOS QUE ESTO LEYÉREDES, NO DEJEIS DE ROGAR POR SU REPOSO.

Entiéndese que fué allí tambien sepultado don García, hermano del Rey, sin que haya memoria de alguna otra cosa que hiciese en vida ni en muerte, salvo que se halló en la batalla de Clavijo y que el Rey le trataba como si saliera de sus entrañas. En tiempo del rey don Ramiro falleció Teodomiro, obispo de Iria, en cuyo lugar sucedió Ataulfo. Algunos toman deste tiempo el principio de la caballería y órden de Santiago, muy famosa por sus hazañas, pero sin autor alguno ni argumento bastante. Porque los privilegios antiguos, que con deseo de honrar esta religion algunos sin propósito inventaron, ningun hombre de letras los aprueba ni tiene por ciertos. A don Ramiro sucedió su hijo don Ordoño en el año del Señor de 850.

CAPITULO XV.

De muchos mártires que padecieron en Córdoba.

Cruel carnicería y una de las mas bravas y sangrientas que jamás hobo se ejercitaba en Córdoba por estos tiempos y se embravecia contra los siervos de Cristo. Fuegos, planchas ardiendo, con todos los demás tormentos se empleaban en atormentar sus cuerpos. El mayor delito que en ellos se hallaba era la perseverancia en la fe de Cristo y mantenerse en el culto de la religion cristiana, dado que se buscaban y alegaban otros achaques y colores á propósito de no dar muestra que les pretendian quitar la libertad de ser cristianos contra lo que tenian concertado. Abderraman, segundo deste nombre, y Maliomad, su hijo, reyes de Córdoba, como hombres astutos y sagaces, pensaban que harian cosa agradable á Dios y á sus vasallos si de todo punto desarraigasen el nombre cristiano. Además, que para seguridad de su estado les parecia conveniente que, quitada la diferencia de la religion, todos sus súbditos estuviesen entre sí ligados con una misma creencia. Al tiempo que se perdió España, los vencedores otorgaron á los nuestros libertad de mantenerse en la religion de sus antepasados. Con esto, sacerdotes, monjas y mon14

jes con su vestido diferente de los demás, rapadas lás barbas, con sus coronas y tonsuras á la manera antigua, se veian en público, así en otras partes como principalmente en Córdoba, donde por la grandeza de aquella ciudad y por estar allí la silla de los reyes moros concurria mayor número de cristianos. Habia muchos, así monasterios como templos, consagrados á fuer de cristianos; uno de San Acisclo, mártir, otro de San Zoilo, el tercero de los santos Fausto, Januario y Marcial; demás destos otras tres iglesias de San Cipriano, San Ginés y Santa Olalla, sendas de cada uno, estas dentro de la ciudad. Fuera de los muros se contaban ocho monasterios, uno de San Cristóbal de la otra parte del rio; el segundo en los montes comarcanos con advocacion de Nuestra Señora, y llamado vulgarmente cuteclarense; el tercero tabanense, el cuarto pilemelariense, con advocacion de San Salvador; el quinto armilatense, de San Zoilo. Demás destos otros tres de San Félix, de San Martin y de los santos Justo y Pastor. En todos estos lugares tocaban sus campanas para convocar el pueblo, que acudia públicamente á los oficios divinos, sin que persona alguna les fuese á la mano; solamente tenian puesta pena de muerte á cualquier cristiano que en público ó en particular se atreviese á decir mal de Mahoma, fundador de aquella secta. Vedábanles otrosí la entrada en las mezquitas de los moros. Como esto guardasen los nuestros, en io demás les era permitido vivir conforme á sus leyes y casi conservarse en su antigua libertad. Tolerable manera de servidumbre era esta, pues aun se halla que entre los cristianos habia dignidad de condes, si por el contrario no se aumentaran de cada dia y crecieran las miserias y agravios. Cuanto á lo primero, los pechos y tributos, que al principio eran templados, de cada dia se acrecentaban y hacian mas graves. Los nuestros, apretados con estos gravámenes, pretendian se debian quitar las nuevas imposiciones y derramas; y como no lo alcanzasen, pasaban una vida mas dura que la misma muerte. Destos principios las semillas de los odios antiguos vinieron á madurarse y á reventar la postema. Los fieles trataban de sacudir de sí aquel yugo muy pesado. Los moros abominaban del nombre cristiano, y con solo tocar la vestidura de los nuestros se tenian por contaminados y sucios. Miraban sus palabras, notaban sus rostros y sus meneos; con afrentas y denuestos que les decian buscaban ocasion de reñir y venir á las manos. Los cristianos, irritados con tantas injurias, no dudaban en público de blasfemar de la ley y costumbres de los moros. De aquí tomaron ocasion aquellos reyes y sus gobernadores de perseguir la nacion de los cristianos con tanta mayor crueldad, que no pocos de los nuestros estaban de parte de los moros y reprehendian el atrevimiento de los cristianos, hasta decir claramente que los que muriesen en la demanda no debian en manera alguna ser tenidos por mártires ni como tales honrados, pues no hacian algunos milagros; y sin ser necesario para defender su religion, sino temerariamente y sin propósito, se ofre cian a! peligro, y decian denuestos á los contrarios, que no les hacian alguna fuerza, antes les dejaban libertad de mantenerse en la religion de sus padres. Ultimamente, alegaban que los cuerpos de los que morian no se conservaban incorruptos, como se solian conservar antiguamente los de los verdaderos mártires para mues

tra muy clara de la virtud divinal que en ellos moraba. Así decian ellos; cuán á propósito, no hay para qué tratarlo. El obispo Recafredo y el conde Servando eran los principales capitanes y que mas se señalaban en perseguir á los mártires y reprimir sus santos intentos. Personas muy honradas, sin hacer diferencia de edad ni de sexo, eran puestos en hierros y aprisionados en muy duras cárceles. Procuró Abderraman y hizo que en Córdoba se juntase un concilio de obispos sobre el caso; en él fueron por sentencia condenados como malhechores todos los que quebrantasen las condiciones de la confederacion puesta antiguamente con los moros. Estado miserable, triste espectáculo y feo, burlarse por una parte del nombre cristiano, y por otra los que acudian á la defensa ser en un mismo tiempo combatidos por frente de los bárbaros, y por las espaldas de aquellos que estaban obligados á favorecerlos y animarlos; cosa intolerable que fuesen trabajados con calumnias y . denuestos, no menos de los de su nacion que de los contrarios. ¿Qué debian pues hacer? ¿Adónde se podian volver? Muchos sin duda era necesario se enflaqueciesen en sus ánimos y cayesen; otros, llenos de Dios y de su fortaleza, perseveraron en la demanda; muchos por espacio de diez años, que fué el tiempo que duró esta persecucion, perdieron sus vidas y derramaron su sangre por la religion cristiana. El primer año padecieron Perfecto, presbítero de Córdoba, y del pueblo uno, llamado Juan. El segundo año Isaac, monje; Sancho, de nacion francés; Pedro, presbítero de Ecija; Walabonso, diácono ilipulense; los monjes Sabiniano, Wistremundo, Habencio, Jeremías, Sisenando, diácono pacense ó de Beja; Paulo, cordobés; y María, ilipulense, hermana que era del mártir Walabonso. En este año principalmente se embraveció contra los mártires el obispo Recafredo, y á muchos puso en prisiones; entre ellos fué uno Eulogio, abad de San Zoilo, que escribió todas estas cosas, varon en aquella edad claro por su erudicion, y por la santidad de su vida muy estimado. El año tercero murieron Gumesindo, presbítero de Toledo, y Deiservo, monje; asimismo Aurelio y Félix con sus mujeres Sabigotona y Liliosa; Jorge, monje, siro de nacion; Emila y Jeremías, ciudadanos de Córdoba; tres monjes, Cristóbal, cordobés, Leuvigildo y Rogelo, de Granada; fuera destos, Serviodeo, monje de Siria. En este mismo año, es á saber, de 852, falleció de repente Abderraman. Los cristianos decian que era venganza del cielo por la mucha sangre que derramo de los mártires. Confirmóse esta opinion y fama por cuanto en el mismo punto que desde una galería de su palacio, de donde miraba los cuerpos de los mártires que estaban en las horcas podridos, como los mandase quemar, cayó de repente de su estado, y sin poder hablar palabra espiró aquella misma noche, al principio del año treinta y dos de su reinado. Dejó cuarenta y cuatro hijos y cuarenta y dos hijas. En tiempo deste Rey se empedraron las calles de Córdoba, y por caños de plomo se trajo mucha agua de los montes á la ciudad. Fué el primero de aquellos reyes que hizo ley que sin tener cuenta con los demás parientes los hijos sucediesen y heredasen á sus padres, cosa que hasta entonces no la tenian bien asentada; así, en su lugar sucedió su hijo Mahomad; tuvo aquel reino por espacio de treinta y cinco años y medio. Este al principio de su gobierno

echó á todos los cristianos de su palacio; y como quiery palacios reales, que suelen armar lazos á sus orejas que por esto no aflojasen en su intento, el año siguiente tornó á embravecerse la crueldad y renovarse las muertes. Martirizaron á Fandila, presbítero y monje de Guadix; Anastasio, monje y presbítero; Félix, monje de Alcalá; Digna, vírgen consagrada; Benilde, matrona; Columba y Pomposa, vírgenes. El año adelante tuvo un solo mártir, que fué Abundio, presbítero. El siguiente estos cuatro Amador, mancebo natural de Martos; Pedro, monje cordobés; Luis, ciudadano de Córdoba; Witesindo, natural de Cabra. En el año seteno desta persecución fueron muertos Elías, presbítero portugués; tres monjes, Paulo, Isidoro, Argemiro; Aurea, vírgen dedicada á Dios, hermana de los mártires Adulfo y Juan. En el año octavo padecieron Rodrigo y Salomon. El noveno pasó sin sangre. En el año postrero y deceno de la persecucion padeció muerte el mismo Eulogio, qué animaba á los demás con palabras y con su ejemplo. Su muerte fué en sábado á 11 dias del mes de marzo; y cuatro dias adelante derramó su sangre Leocricia, doncella de Córdoba. Escribió la vida de Eulogio Alvaro, cordobés, su familiar y conocido. Allí dice que poco antes de su muerte fué elegido en arzobispo de Toledo, con gran voluntad del clero y del pueblo de aquella ciudad, por muerte de Westremiro. Hay una epístola del mismo Eulogio escrita el año 851 á Welesindo, obispo de Pamplona, y en ella un elogio muy hermoso de Westremiro, por estas palabras: «Despues, dice, del quinto dia volví á Toledo, do hallé todavía vivo á nuestro viejo santísimo, antorcha del Espíritu Santo y lumbrera de toda España, el obispo Westremiro, cuya santidad de vida alumbra todo el mundo hasta ahora; con honestidad de costumbres y subidos merecimientos refocila el rebaño católico. Vivimos con él muchos dias, y nos detuvimos en su angélica compañía.» Este hospedaje fué ocasion que los ciudadanos de Toledo, al que por la fama de sus virtudes deseaban conocer, visto le comenzaron á estimar y amarle mas y señalarle por sucesor en lugar de Westremiro, si le venciese de dias. En Córdoba, en lugar de Eulogio, pusieron los años siguientes á Sanson, y le hicieron abad de San Zoilo, hombre docto y de ingenio agudo, como lo muestra el apologético que hizo contra Hostigesio, obispo de Málaga, por ocasion que en un concilio de Córdoba le ultrajó y llamó hereje.

CAPITULO XVI.

Del rey don Ordoño.

Hechas que fueron las exequias con grande solemnidad del rey don Ramiro, su hijo don Ordoño tomó las insignias reales y con ellas el nombre, poder y pensamientos de rey. Fué de condicion manso y tratable, sus costumbres muy suaves, y por toda la vida en todas sus acciones usó de singular modestia, con que ganó las voluntades de la nobleza, del pueblo, y los ánimos de todos se los aficionó de manera, que ninguno de los reyes fué mas agradable en aquella edad y en los años siguientes. Gran celador de la justicia, virtud necesaria, pero sujeta á engaño en los grandes príncipes, si no rigen con prudencia el ímpetu del ánimo y procuran no ser engañados por las astucias de hombres malos, de que hay gran muchedumbre en las casas

y dar traspié á la inocencia de los buenos; ca para engordar á sí y á los suyos con la sangre de los otros se aprovechan de lo que ven con el príncipe tiene mas fuerza, para daño de muchos, como sucedió en el rey don Ordoño. Cuatro esclavos de la iglesia compostellana acusaron delante del Rey de un caso muy feo á su obispo Ataulfo, persona de grande y conocida santidad. La Historia compostellana dice que le acusaron del pecado nefando. Fué citado y hecho venir á la corte para responder por sí. Antes que fuese al palacio real dijo misa, y vestido de pontifical como estaba se fué á ver con el Rey. Lo que le debiera reprimir y ponelle temor, le alteró mas, ó por haber dado crédito á los acusadores, ó por estar disgustado por no venir luego, el Obispo á su presencia, y por el hábito y traje que traia; mandó soltar un toro bravo, azorado con perros y con garrochas contra el dicho prelado; lo cual era injusto condenar á ninguno sin oir primero sus descargos. En tan gran peligro Ataulfo armóse de la señal de la cruz; ¡cosa maravillosa! El toro, dejada la braveza, allegóse á él con la cabeza baja; dejóse tocar los cuernos, que con gran espanto de los que lo vian, se le quedaron en las manos. El Rey y nobles, desengañados por aquel milagro y enterados de su inocencia, echáronsele á los piés para pedirle perdon; dióle él de buena gana, diciendo que nunca Dios quisiese que pues habia recobrado su dignidad y librádose de la afrenta, y pues el buen nombre que injustamente le habian quitado le era restituido, que él biciese en algun tiempo por donde se mostrase olvidado del oficio de cristiano y de la virtud del ánimo y de la paciencia, que nunca perdiera. Quién dice que descomulgó á los que le acusaron. Lo que se averigua es que, librado de aquel peligro, renunció el obispado y se retiró á las Astúrias, en que vivió en soledad largo tiempo santísimamente. Los cuernos del toro colgaron del techo de la iglesia de Oviedo, do estuvieron muchos años para memoria y testimonio de aquel caso tan señalado. Esto sucedió al principio del reinado de don Ordoño. El año segundo uno, İlamado Muza, que era del linaje de los godos, pero de profesion moro, persona muy ejercitada en las cosas de la guerra, despertó contra sí las armas de cristianos y moros á causa que públicamente se levantó contra el rey de Córdoba, su señor, y con una presteza increible se apoderó de Toledo, Zaragoza, Huesca, Valencia y Tudela. Tras esto corrió las tierras de Francia, en que cautivó dos capitanes franceses que le salieron al encuentro. Con esto puso tan grande espanto en aquella tierra, que el rey de Francia Cárlos Calvo acordó de granjearle con presentes que le envió. Ensoberbecido él con esta prosperidad y olvidado de la inconstancia de las cosas humanas, revolvió contra el rey don Ordoño, con quien y con el de Córdoba se contaba y publicaba por tercero rey de España. Rompió por la Rioja, donde quitó á los cristianos á Alvelda, y la fortificó muy bien. El Cronicon del rey don Alonso dice que la edificó y la llamó Albaida. Don Ordoño, movido por este atrevimiento, juntó sus huestes; una parte puso sobre aquella plaza; con los demás fué en busca del enemigo, de quien tenia aviso que estaba alojado en el monte Laturso. Llegados que fueron á verse, arremetieron los unos y los otros con gran de

de los tiempos pasados y de las guerras desiertas y asoladas, sin perdonar á ningun gasto ni cuidado. Estas fueron Tuy, Astorga, Leon, Amaya, que el Cronicon del rey don Alonso llama Amagia Patricia. La gente de los moros despues de las alteraciones pasadas y guerras civiles comenzaba á estar dividida en bandos, tauto, que algunos gobernadores de las ciudades, queriendo mas gobernar en su nombre como señores que en el ajeno como vireyes, tomaban ocasion de rebelarse, y á cada paso se llamaban reyes. Era esto muy á propósito para los cristianos, porque los contrarios, enflaquecidas sus fuerzas y divididos entre sí, por partes se podian sobrepujar, que si estuvieran unidos se defendieran de cualquier agravio. Reith estaba apoderado de Coria; de Talamanca, otros dicen de Salamanca, Mozaro; ambos fueron vencidos por don Ordoño y sus ciudades ganadas, los soldados que dentro hallaron todos muertos, los demás, varones, mujeres y mozos vendidos por esclavos. Estos principios y medios de cosas tau grandes desbarató la muerte del Rey, que le sobrevino el año onceno de su reinado; quién añade á este número seis años. Falleció en Oviedo de gota, mal á que era sujeto. Fué allí sepultado en la iglesia de Santa María, enterramiento en aquel tiempo de los reyes. Grande prosperidad tuvo este Rey en sus cosas; solo se le aguó con la rota que los suyos recibieron en Toledo, que parece fué en castigo del pecado que cometió en perseguir sin propósito al santo varon Ataulfo. De su mujer Munia, hembra de alto linaje, dejó á don Alonso, que fué su hijo mayor, y á don Bermudo, don Nuño, don Odoario y don Fruela. Algunos dicen que falleció á 27 de mayo; en el año no hay duda sino que fué el de 862, como se muestra por el letrero de una cruz que presentó el rey don Alonso, su hijo, de grande primor y hermosura al templo de Oviedo, que vuelto de latin en romance dice así:

nuedo y gritería. Tirados los dardos y sactas, vinieron á las espadas. Los fieles con su acostumbrado esfuerzo peleron valientemente por la patria y por la religion. Duró mucho el combate, pero al fin quedó el campo por los cristianos; murieron diez mil moros, y entre ellos los mas señalados por sus hazañas y nobleza, en particular un yerno del mismo tirano, llamado García. Muza apenas se escapó con muchas heridas, de las cuales entiendo murió. Los despojos muy ricos de los moros y sus reales vinieron en poder de los nuestros. En el mismo tiempo Mabomad, rey de Córdoba, asimismo se apercebia contra el enemigo comun. Parecióle acometer en primer lugar la ciudad de Toledo por ser su sitio muy fuerte y porque con ser la primera al levantarse dió ejemplo y ocasion á las otras ciudades para que hiciesen lo mismo. Hallábase en aquella ciudad Lobo, hijo de Muza, por mandado de su padre, el cual, avisado del estrago que los suyos recibieron cerca de Alvelda y con miedo de mayor daño, hizo confederacion con el rey don Ordoño para valerse de sus fuerzas. Envióle el Rey muchos asturianos y navarros en socorro, y por caudillo á don García, su hermano. Mahomad, desconfiado de las fuerzas, acordó usar de maña. Tenia sus reales no léjos de la ciudad; paró una celada en Guadacelete, que es un arroyo cerca de Villaminaya, y era á propósito para su intento. Hecho esto, él mismo con pequeño número de soldados dió vista á la ciudad de Toledo. Los de dentro, engañados por el pequeño número de los contrarios, salieron contra ellos á gran priesa sin órden y sin recato, como si fueran á la presa y no á pelear. Con aquel ímpetu cayeron en la celada; con que, apretados por frente y por las espaldas, con pérdida de mucha gente, los demás cerrados abrieron camino para la ciudad por medio de los enemigos. Doce mil moros y ocho mil cristianos perecieron en aquel encuentro. La fortaleza del sitio valió para que la ciudad, atemorizada por aquella desgracia, no viniese en poder del vencedor. El año siguiente y el tercero talaron los campos de Toledo con entradas que los enemigos hicieron; quemaron las mieses y frutos todos. Los de Toledo, con deseo de vengarse, pasaron hasta Talavera; pero fueron maltratados por el que tenia el gobierno de aquel pueblo, y forzados con daño á dar la vuelta. En fin, cansados con tantas desgracias, se rindieron á Mahomad el año de nuestra salvacion de 857. En el cual año los nortmandos, conforme á su costumbre, con una armada de sesenta naves corrieron todas las marinas de España por cuanto se extienden al uno y al otro mar. En particular pusieron á fuego y á sangre las islas de Mallorca y Menorca, enojados principalmente contra los moros, porque con el trato que ellos tenian con los cristianos estaban aficionados á nuestra religion. Las casas, templos, campos fueron con ordinarios robos saqueados; pasaron asimismo á Africa, en que hicieron no menores daños. En España Mahomad hizo entrada contra los navarros por la parte do está situada Pamplona y contra aquella provincia de Vizcaya que se llama Alava; no sucedió cosa que de contar sea. En Extremadura, Mérida se rebeló contra el mismo rey de Córdoba, y en castigo fué por su mandado desmantelada. Entre tanto que esto pasaba, don Ordoño, vuelto su ánimo á las artes de la paz, reedificaba las ciudades por la injuria

RECEBIDO SEA ESTE DON CON AGRADO EN HONRA DE DIOS, QUE HICIERON EL PRÍNCIPE ALONSO, siervo de crISTO, Y SU MUJER JIMENA. CUALQUIERA QUE PRESUMIERE QUITAR ESTOS NUESTROS DONES, PEREZCA CON EL RAYO DE DIOS. CON ESTA SEÑAL ES DEFENDIDO EL PIADOSO, CON ESTA SEÑAL SE VENCE EL ENEMIGO. ESTA OBRA SE ACABÓ Y ENTREGÓ Á SAN SALVADOR DE LA CATEDRAL DE OVIEDO, hizose en eL CASTILLO GAUZON EL AÑO DE NUESTRO REINO diez y siete, CORRIENDO LA ERA 916. Desto se ve que el año 878 era el diez y siete despues de la muerte del rey don Ordoño. El mismo don Alouso estando en Compostella confirmó un privilegio de su padre con otro en que extiende el territorio de Santiago, que antes era de tres millas en ruedo, á seis. Su data en la era de 900, que fué el año de Cristo de 862; pero pasemos á las cosas del rey don Alonso.

CAPITULO XVII.

De los principios del rey don Alonso el Magno.

Don Alonso, á quien por las grandes partes y prendas que tenia de cuerpo y de ánima y los esclarecidos triunfos que ganó de sus enemigos dieron sobrenombre de Magno, luego que tuvo aviso de la muerte de su padre, ca no se halló á ella presente, sin poner dilacion se partió para Oviedo, ciudad real en aquel tiempo, con intento de hacer las honras al difunto y tomar la posesion del reino, que demás de pertenecerle por de

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recho por ser el mayor de sus hermanos, todos los estados y brazos se le ofrecian con gran voluntad, sin embargo de su pequeña edad, que apenas tenia catorce años, número de que otros quitan no menos que cuatro años. Yo sospechaba, por lo que sucedió adelante, que en lo uno y en lo otro hay engaño, y que era de mayor edad cuando entró en el reino. En el buen natural que tuvo se igualó á sus antepasados, y aun se la ganó á los mas; era alto de cuerpo, de muy buen rostro y apostura, la suavidad de sus costumbres muy grande. Su clemencia, su valor, su mansedumbre sin par. Señalóse en las cosas de la guerra, y no menos fué liberal con los pobres y que estaban apretados de alguna necesidad. Ca los tesoros, asi los que él ganó como los que le dejó su padre, no los empleaba en sus gustos, sino en ayudar las necesidades; virtud que hace á los príncipes muy amables, y su fama vuela por todas partes. Aumentó otrosí el culto divino, en particular la iglesia de Santiago, que era de tapiería, la edificó desde los cimientos de sillares con columnas de mármol, cosa en aquellos tiempos rara y maravillosa, por su poco primor y mucha grosería y por la falta de dineros. Reinó cuarenta y ocho años, como lo dice Sampiro, asturicense. En el principio padeció algunas tormentas. Don Fruela, hijo del rey don Bermudo, era conde de Galicia, poderoso en riquezas y aliados; y como persona de sangre real por ventura pretendia pertenecerle la corona, ó por menosprecio que tenia del nuevo Rey, se llamó rey en Galicia. Don Alonso por hallarse flaco de fuerzas y desapercebido, acordó de dar lugar al tiempo y retirarse á aquella parte de Vizcaya que así ahora como entonces se llamaba Alava, dado que era mas ancha que al presente. Pero como el tirano no enderezase el poder que tomara al pro y bien comun, sino pretendiese oprimir á sus vasallos, fué muerto por conjuracion de los ciudadanos de Oviedo. Acudió luego don Alonso á las Astúrias, donde fué recebido con gran voluntad de los naturales. Sosegó y ordenó las cosas del reino y castigó á los culpados. La parte de Vizcaya que en aquel tiempo se llamaba Alava estaba sujeta á los reyes de Oviedo; lo demás tenia por señor á Zenon, príncipe del linaje de Eudon, duque que fué de Aquitania. Eilon, pariente de Zenon, tenia por el Rey el gobierno de Alava; este, confiado en la revuelta del reino ó en la ayuda de Zenon, se levantó contra el Rey, que en persona acudió á sosegar aquellas alteraciones desde Leon. Apaciguó en breve y sin sangre aquella provincia; prendió al mismo Eilon y le envió á Oviedo, y le tuvo hasta que falleció en la cárcel. No mucho despues venció en batalla al mismo Zenon, señor de Vizcaya, y preso le puso en la misma cárcel, porque con deseo de novedades tambien se alterara. Deste Zenon refieren que quedaron dos hijas, la una se llamó Toda, que fué mujer de Iñigo Arista, rey de Navarra ; la otra Iñiga, dicen que casó con Zuria, que adelante fué señor de Vizcaya, de cuya sangre algunos pretenden que descendian los señores de aquella tierra antes que Vizcaya se incorporase en la corona real de Castilla. Con el castigo destos dos los demás tomaron aviso que no debian menospreciar al Rey ni su saña, y que la traicion es dañosa á los mismos que la hacen. Despues desto, Alava fué dada á un hombre principal, llamado el conde Vigila ó Vela. El señorío de

Castilla poseia el conde don Diego Porcellos. Todo esto sucedió el primer año del reinado de don Alonso. En el siguiente cargó mas el temporal, porque Imundaro y Alcama, capitanes moros, se pusieron sobre la ciudad de Leon; pero el Rey les forzó á alzar el cerco y dar la vuelta con grande estrago que en sus gentes hizo. Juntamente con deseo de fortificarse y de vengarse de los moros hizo liga con los navarros y franceses; y para que el asiento fuese mas firme, casó con una señora del linaje de los reyes de Fraucia, llamada entonces Amelina, y despues doña Jimena. Deste matrimonio nacieron don García, don Ordoño y don Fruela, que fueron consecutivamente reyes, y tambien don Gonzalo, que al tanto fué arcediano de Oviedo. Las alteraciones que entre sí los moros tenian daban buena ocasion á los nuestros para mejorar su partido. Los de Toledo, confiados en la fortaleza de su ciudad y irritados por la severidad y crueldad de los reyes de Córdoba, de nuevo tomaron las armas. Las pretensiones del pueblo son vanas cuando no son enderezadas por la prudencia y valor de algun buen capitan. Por esto Mahomad Avenlope, que debió ser nieto de Muza, con nombre de rey se encargó del gobierno. La guerra fué de mayor ruido que importancia, á causa que los de Toledo en breve fueron sujetados por el rey de Córdoba. Avenloque y sus hermanos escaparon y acudieron al amparo del rey don Alonso; él, por entender serian de provecho para la guerra de los moros, los amparó y les hizo muchas caricias. Luego despues desto, ayudado así destos como de franceses, navarros y vizcaínos, entró por las tierras de los moros, corrió los campos, destruyó los pueblos, hizo presas por todas partes, con que sin hacer otro efecto despidió y deshizo el ejército, rico y cargado de los despojos moriscos. El año siguiente, que se contaba 874, los de Toledo, con deseo, á lo que se puede creer, de agradar á los reyes de Córdoba, entraron por tierra de cristianos sin parar hasta el rio Duero. Sobrevino el Rey al improviso cerca de un pueblo llamado Pulveraria, por do pasa el rio Urbico, ahora Orvigo. En aquella parte dió tal carga sobre los enemigos, que degolló hasta doce mil dellos; y poco despues desbarató otro ejército de cordobeses que venia en pos de los primeros. La matanza que hizo fué mayor, ca perecieron todos, fuera de diez que hallaron vivos entre los cuerpos muertos. Seguíanse con la fuerza del ejército morisco Almundar, hijo del rey de Córdoba, y con él Ibengunimo, capitan de gran nombre. Estos, avisados de la matanza de los suyos, se recelaron de llegar á Sublancia, pueblo en que el Rey estaba, y de noche mas que de paso dieron la vuelta á grandes jornadas. Sin embargo, se trató de concierto por medio de Abuhalit, que en las guerras pasadas fué preso por los nuestros en Galicia, y con rehenes que dió le soltaron; por donde tenia aficion á los cristianos. Negoció tan bien, que por su medio se concertaron treguas de tres años, en el cual tiempo hobo sosiego; y despues de pasado, don Alonso con sus gentes que juntó entró por tierra de moros, y pasado Tajo llegó hasta Mérida con grandes muertes y robos que hizo por todas partes. Desde allí, sin que ningun ejército de moros saliese contra él, dió vuelta, alegre por los muchos despojos que llevaba. En todas estas guerras se señaló sobre todos el esfuerzo y valor de Bernardo del Carpio, que fué causa que la cristiandad en la edad

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