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tillo de Moncada á Borello, primo del obispo Miron; mas de quinientos de los fieles perecieron, los demás con el conde Borello se retiraron huyendo á Barcelona. El año siguiente de 985 fué señalado por el desastre que avino á dos principales ciudades, Leon y Barcelona. A Barcelona sitiaron los moros 1.o dia de julio, que fué miércoles, indiccion tercera, aquellos mismos que en batalla vencieron á Borello; tomáronla á 6 de aquel mes; muchos de los ciudadanos fueron llevados á Córdoba por esclavos, mas en breve la ciudad volvió al señorío de los cristianos. Salióse Borello antes que la tomasen para juntar gente de socorro; levantó gentes en Manresa y en los lugares comarcanos, con que formó un buen ejército y con él recobró la ciudad. Murió el buen conde Borello ocho años adelante; dejó de dos mujeres, llamadas Ledgardi y Aimerudi, dos hijos, que fueron Raimundo y Armengaudo; el mayor quedó con el principado de Barcelona, á Armengaudo nombró y hizo por su testamento conde de Urgel, y fué principio de la familia nobilísima en Cataluña de los Armengaudos ó Armengoles, que el tiempo adelante dió muchos y excelentes capitanes para la guerra. Por otra parte, el Alhagib Mahomad, juntado que hobo un grueso ejército de nuevo, hecho mas insolente y feroz por lo que sucedió en la guerra pasada, volvió sobre Leon con voluntad determinada de tomarla. Casi un año estuvo aquella ciudad cercada; batian ordinariamente los muros con las máquinas y ingenios, hicieron entradas por la parte de poniente y mediodía. De cuánto momento sea el esfuerzo de un valeroso caudillo se echó bien de ver por lo que el conde Guillen Gonzalez, que era el capitan, hizo. Por el continuo trabajo de tantos meses, quebrantadas las fuerzas, yacia en su lecho enfermo; avisáronle del peligro en que en cierto aprieto se hallaban; hízose llevar en una silla á aquella parte del muro donde era mayor el trabajo y el combate mas recio; amonesta á los suyos que resistan con grande ánimo, que lugar de huir no quedaba ni aun para los cobardes; por tanto con las armas defendiesen las vidas, patria, religion, libertad, mujeres y hijos, que de otra suerte ninguna esperanza les restaba, por estar los enemigos irritados con tan largo trabajo y ellos sin acogida ninguna; muchas veces gran muchedumbre de moros en batalla quedaron vencidos por pocos cristianos; llamasen el ayuda de los santos, que á su tiempo sin duda no faltaria. Con estas palabras animados los soldados tres dias impidieron la entrada á los enemigos; estos pasados, como el capitan viese entrada la ciudad y que él con pocos no podia resistir, no olvidado de su esfuerzo pasado y de lo que debia á buen cristiano, se metió en lo mas recio de la pelea y murió con las armas en la mano. Los bárbaros, irritados por la muerte de los suyos y largura de aquel cerco, sin tener cuenta ni hacer diferencia entre hom

tanto, queningunos mayores despues que ella comenzó á volver en sí. La causa destos males fué la discordia obstinada de los dos príncipes, el rey don Bermudo y el conde don García, que fuera mas justo se acordaran en ayudar á la república. Gobernaba en Córdoba las cosas de los moros á su voluntad en nombre del rey Hisem el Alhagib Mahomad, capitan de gran nombre, de singular prudencia en guerra y en paz. Tenia este moro gran deseo de destruir los cristianos; llevaba muy mal que su imperio en España se dilatase y que se envejeciesen las fuerzas de los moros, y su nacion se menoscabase, su crédito y sus fuerzas. Ponia leña al fuego y atizábale don Vela, aquel de quien se dijo que en tiempo del conde Fernan Gonzalez se huyó á tierra de moros. No tenia algun respeto á la religion de sus padres por deseo de su provecho particular y de vengarse. Juntadas pues las gentes de los moros, con un escuadron de cristianos que acompañaban á don Vela acometió las tierras de cristianos, y pasado el rio Duero, que por largo tiempo fué frontera entre las dos naciones, de que se dijo aquella parte Extremadura, apellido que adelante se trasladó y trasfirió á otra comarca, si bien está léjos del rio Duero, del cual al principio se forjó el nombre de Extremadura, asentó sus reales á la ribera del rio Astura ó Estola, que pasa por Leon. El rey don Bermudo, dado que en fuerzas era mas flaco, juntado arrebatadamente su ejército, acometió de sobresalto á los enemigos, que estaban sin centinelas, y de ninguna cosa menos cuidaban que de la venida de los nuestros, que entraron los reales enemigos. La pelea fué sin órden ni concierto á manera de rebato; muchos por estar sin armas fueron muertos; los demás moros, como acaso cada uno se juntaba, peleaban, ó delante de los reales, ó entre el mismo bagaje; unos huian, otros tomaban las armas, gran parte fueron heridos y muertos. En este estado y en este peligro el capitan moro reparó el daño con su prudencia; recogió los que pudo, púsolos en otra parte en ordenanza, y con ellos cargó contra los cristianos, que no fueron bastantes á resistir en aquel trance, por ser pocos en número, estar desparcidos por todos los reales y cansados con el largo trabajo de la pelea. Finalmente, en un instante se trocó la fortuna de la batalla; los que parecia haber vencido se pusieron en huida; siguiéronlos los bárbaros, y ejecutaron el alcance de guisa que pocos de los nuestros sanos, gran parte mal heridos volvieron á Leon. Fuera aquella ciudad tomada por los enemigos si no les forzara el invierno y el trabajo del frio y de las lluvias á partirse del cerco con gran honra que ganaron en esta jornada y cargados de despojos y presa, determinados otrosí de volver á la guerra luego que el tiempo abriese y les diese lugar. El rey don Bermudo, por el peligro que amenazaba y por la poca fortaleza de la ciudad, hizo trasladar á Oviedo las reliquias de los santos y los cuer-bres, niños y mujeres, todos los pasaron á cuchillo; la pos de los reyes que allí yacian, porque no fuesen escarnecidos de los enemigos si la tomaban. El mismo se fué á aquella ciudad; el cuidado de fortificar y defender á Leon dejó encargado al conde Guillen Gonzalez. Concurrió esta batalla de Astúrias con el año 984, en el cual Miron, obispo de Girona, hijo de Miron, conde de Barcelona, falleció. Demás desto, un grueso ejército de moros que andaba por aquella comarca, tan grande era el coraje que tenian, vencieron en batalla cerca del cas

ciudad fué saqueada, abatidas las murallas y todas las fortificaciones y baluartes echados por tierra. El mismo desastre padecieron Astorga, Valencia del Campo, el monasterio de Sahagun, Gordon, Alba, Luna y otros lugares y aldeas, que fueron unos quemados y destruidos, parte tomados por fuerza y saqueados. Revolvieron contra Castilla, y en ella asimismo tomaron, quemaron y saquearon á Osma, Berlanga, Atienza; no se podia resistir en parte alguna. Sin embargo, era tan

de semejante traicion. Bien que Nuño Salido, su ayo, por sospechar el engaño procuró apartallos para que no corriesen á su perdicion; pero fué en vano, porque así lo quiso ó lo permitió Dios. Iban con ellos docientos de á caballo, pocos para el gran número de los moros que cargaron. Descubierta la celada, los siete hermanos pelearon como buenos, dieron la muerte á muchos, pretendian vencer si pudiesen ó por lo menos vender sus vidas muy caro y dejar á los enemigos la victoria á costa de mucha sangre, resueltos de no dejarse prender ni afear con el cautiverio la gloria y nobleza de su linaje y sus hazañas pasadas. Murieron todos siete y juntamente Salido, su ayo. Las cabezas enviaron á Córdoba en presente agradable para aquel Rey; pero muy triste para su padre viejo, ca se las hicieron mirar y reconocer sin embargo que llegaron podridas y desfiguradas. Verdad es que sucedió en provecho suyo en alguna manera, ca el Rey, por compasion que le tuvo, le dejó ir libre á su tierra. Mudarra, habido en la hermana del Rey fuera de matrimonio, ya que era de catorce años, por persuasion de su madre se fué para su padre, y adelante vengó las muertes de sus hermanos con dalla á Ruy Velazquez, causa de aquel daño. Doña

grande el furor y locura que se apoderara de los ánimos de los cristianos, que sin respeto de tan gran guerra como tenian de fuera, vueltas contra sí las armas, como locos y sandios no miraban el peligro que todo corria por causa de sus desgustos y diferencias. Fué así, que luego el siguiente año siete nobilísimos hermanos, que vulgarmente llaman los Infantes de Lara, fueron muertos por alevosía de Ruy Velazquez, su tio, sin tener cuenta con el parentesco, que eran hijos de su hermana doña Sancha, y de parte de padre venian de los condes de Castilla y del conde don Diego Porcellos; de cuya hija, como de suso queda dicho, y de Nuño Belchides nacieron Nuño Rasera, bisabuelo del conde Garci Fernandez, y otro hijo llamado Gustio Gonzalez. Este caballero fué padre de Gonzalo Gustio, señor de Salas de Lara, y sus hijos estos siete hermanos conocidos en la historia de España, no mas por la fama de sus proezas que por la desastrada muerte que tuvieron. En un mismo dia los armó caballeros el conde don García conforme á la costumbre en aquellos tiempos recebida, en particular en España. Aconteció que Ruy Velazquez, señor de Billaren, celebraba sus bodas en Búrgos con doña Lambra, natural de tierra de Briviesca, mujer principal, y aun prima carnal del conde Garci Fernan-Lambra, su mujer, ocasion de todos estos males, fué dez. Las fiestas fueron grandes y el concurso á ellas de gente principal. Halláronse presentes el conde Garci Fernandez y los siete hermanos con su padre Gonzalo Gustio; encendióse una cuestion por pequeña ocasion entre Gonzalo, el menor de los siete hermanos, y un pariente de doña Lambra, que se decia Alvar Sanchez, sin que sucediese algun daño notable, salvo que Lambra, como la que se tenia por agraviada con aquella riña, para vengar su saña en el lugar de Barbadillo, hasta donde los hermanos por honralla la acompañaron, mandó á un esclavo que tirase á Gonzalo un cohombro mojado ó lleno de sangre; grave injuria y ultraje conforme á la costumbre de España. El esclavo se quiso valer de su señora doña Lambra; no le prestó, que en su mismo regazo le quitaron la vida. Ruy Velazquez, que á la sazon se hallaba ausente ocupado en cosas de importancia, luego que volvió, alterado por aquella injuria, y agraviado por la afrenta de su mujer, comenzó á tratar de vengarse de los hermanos. Parecióle conveniente con muestra de paz y benevolencia, cosa la mas perjudicial, armar sus lazos á los que pretendia matar. Primeramente dió órden que Gonzalo Gustio fuese á Córdoba; la voz era para cobrar ciertos dineros que el Rey bárbaro habia prometido; la verdad, para que fuese muerto léjos de su patria, como Ruy Velazquez rogaba al Rey que hiciese, con cartas que le escribió en esta razon en arábigo. El Moro, ó por compasion que tuvo á las canas de hombre tan principal, ó por dar muestra de su benignidad, no le quiso matar; contentóse con ponerle en la cárcel. Era la prision algo libre, con que cierta hermana del rey tuvo entrada para comunicalle. Desta conversacion dicen que nació Mudarra Gonzalez, principio y fundador del linaje nobilísimo en España de los Manriques. No se contentó el feroz ánimo de Ruy Velazquez con el trabajo de Gonzalo Gustio; llevó adelante su rabia. Cerca de Almenara, en los campos de Araviana, á las haldas de Moncayo, metió con muestra de hacer entrada en la tierra de los moros en una celada á los siete hermanos, bien descuidados

apedreada y quemada. Con esta venganza que tomó de las muertes de sus hermanos ganó las voluntades de su madrastra doña Sancha y de todo su linaje de tal guisa, que heredó el señorío de su padre. Prohijóle otrosí doña Sancha, su madrastra; la adopcion se hizo en esta manera, aunque grosera, pero memorable. El mismo dia que se bautizó y fué armado caballero por el conde de Castilla Garci Fernandez, su madrastra, resuelta de tomalle por hijo, usó desta ceremonia: metióle por la manga de una muy ancha camisa, y sacóle la cabeza por el cabezon; dióle paz en el rostro, con que le pasó á su familia y recibió por su hijo. Desta costumbre salió el refran vulgar: entra por la manga y sale por el cabezon; dícese del que siendo recebido á trato familiar cada dia se ensancha mas. Hijo de Mudarra fué Ordoño, y nieto Diego Ordoñez de Lara, aquel con quien los hijos de Arias Gonzalo, para librar á su patria de la infamia de traicion que le cargaban por la muerte del rey don Sancho, que le mató con un venablo Vellido Dolfo, pelearon en desafío y hicieron con él campo. Deste Diego Ordoñez fué hijo el conde don Pedro, conocido por los amores y aficion que la reina doña Urraca le mostró. Su nieto fué Amalarico de Lara, señor de Molina, de quien procedió el linaje de los Manriques y aun de los reyes de Portugal de parte de madre, por haber casado Malfada, hija de Amalarico, con don Alonso, primero deste nombre y primer rey de Portugal, si bien hay quien diga que Malfada fué de la casa de Saboya; pero destas cosas se tornará á hablar adelante. En el claustro del monasterio de San Pedro de Arlanza se muestra el sepulcro de Mudarra. Sobre el lugar en que los siete hermanos fueron sepultados hay contienda entre los monjes de aquel monasterio y de San Millan de la Cogulla; ¿qué juez los podrá poner en paz? Estaba sosegada España cansada de tantos males, y mas faltaban fuerzas que voluntad de alterarse.Duró este sosiego hasta tanto que el sétimo año despues que fueron muertos los Infantes de Lara, que fué el año 993 de nuestra salvacion, los moros, toma

se dieron vista y juntaron las huestes. Dióse la

das de nuevo las armas, destruyeron las tierras de la Lusitania, y por aquella comarca entrados en Galicia, que fue muy rehida, hasta que cerró la noche; talla,

tomaron de nuevo por fuerza y pusieron fuego á la ciudad de Compostella. Grande era la enemiga que tenian con aquel santo lugar. No perdonara aquella malvada gente al sepulcro del apóstol Santiago si un resplandor que de repente fué visto no reprimiera por voluntad de Dios sus dañados intentos. Verdad es que las campanas, para que fuesen como trofeo y memoria de aquella victoria, fueron en hombros de cristianos llevadas á Córdoba, do por largo tiempo sirvieron de lámparas en la mezquita-mayor de los moros. Siguióse luego la divina venganza; muchos perecieron, parte con enfermedad de cámaras, parte con peste que les sobrevino, parte tambien porque el rey don Bermudo, tomadas las armas, les iba picando por las espaldas, y en todas partes los trabajaba; los daños fueron de suerte, que pocos volvieron salvos á su tierra. El capitan de toda esta jornada, Mahomad Alhagib, que tantas veces libremente acometió las tierras de los cristianos, fué uno de los que escaparon. El mismo año falleció el rey de Navarra don García. Sucedió en su lugar su hijo Garci Sanchez, llamado el Trémulo, como y por la causa que arriba queda tocado. Reinó por espacio de siete años, muy esclarecido por las victorias que ganó en las guerras; fué liberal, ó por mejor decir, pródigo en dar, en que si no hay templanza, suele acarrear daño por agotar la fuente de la misma liberalidad, que son los tesoros públicos, como sucedió á este Rey, y entrar en necesidad de inventar nuevas imposiciones para suplir esta falta. En los archivos de San Millan hay privilegios deste Rey; mas cuánto crédito se les haya de dar, cada uno. por sí mismo lo podrá juzgar. Allí se dice que tuvo un hermano llamado Gonzalo, y que junto con su madre doña Urraca tuvo el reino de Aragon; lo que si fué verdad, ó aquel estado y principado duró poco tiempo, ó por morir él sin hijos recayó el señorío en su hermano y decendientes. Alegre don Bermudo, rey de Leon, y ufano por el destrozo que hizo de los moros, entró en pensamiento que si los cristianos, de cuyas discordias tantos males resultaban, se confederasen y juntasen en uno sus fuerzas, podrian aprovecharse de los moros y deshacer su poder. Despachó en este propósito sus embajadores al rey de Navarra y al conde de Castilla don García para amonestalles hiciesen liga con él. Decíales que debian moverse por el comun peligro de los cristianos, y si en particular tenian algunos desgustos perdonallos por el bien de la patria; que con las armas comunes, juntos todos, vengasen y enfrepasen los intentos impíos de aquella bárbara gente. A estas embajadas y justísimas demandas fácilmente se acordaron aquellos príncipes. Con esto, de todas las tres naciones formaron un ejército muy grueso. El rey de Navarra no se halló presente por estar ocupado, á lo que se entiende, en concertar las cosas de su nuevo reino. El rey don Bermudo, dado que enfermo de gota, en una litera, y con él el conde don García movieron contra los moros, de quien tenian aviso que, con deseo de rehacerse del daño pasado, levantaban nuevas gentes y eran salidos de Córdoba, y que talado que hobieron los campos de Galicia y saqueado los pueblos, revolvian hacia Castilla. Cerca de un pueblo llamado Calacanazor, situado en la frontera de Castilla y de Leon,

ron muchos de la una parte y de la otra sin quedar declarada la victoria; solo por partirse los moros aquella noche á cencerros atapados dieron muestra que llevaron lo peor y que fueron vencidos por el esfuerzo de los nuestros, especial que la partida fué á manera de huida, como se entendió por los despojos que dejaron en los reales y cosas que por el camino con deseo de apresurarse arrojaban. El pesar que deste revés recibió el Alhagib, general de los moros, fué tal, que de coraje se dice murió en el valle Begalcorax sin querer comer bocado, lo cual sucedió el año 998. Gobernó este capitan las cosas de los moros por espacio de veinte y cinco años por su Rey, que vivia ocioso sin cuidar mas que de sus deportes. Fué hombre animoso, enemigo del ocio, acometió las tierras de los cristianos cincuenta y dos veces, y muchas dellas quedó vencedor. El dia mismo que en Calacanazor se dió la batalla, uno en traje de pescador en Córdoba á la ribera de Guadalquivir, con ser tan grande la distancia de los lugares, se dice que cantó en voz llorosa algunas veces en metros arábigos, otras en españoles. En Calacanazor Almanzor perdió el tambor; por donde sospecharon que el demonio en figura de hombre publicó la victoria, en especial que, como pretendiesen los de Córdoba echarle mano, se desapareció y se les fué como sombra. El cuerpo del general difunto llevaron á Medinaceli. Sucedió en el gobierno de aquel reino su hijo Abdelmelic el mismo año que murió su padre, que se contaba de los árabes 393; tuvo aquel cargo y mando por espacio de seis años y ocho meses. Desde este tiempo el reino de los moros, que por esfuerzo de Mahomad se conservara (de tan grande momento es muchas veces una buena cabeza), comenzó manifiestamente á declinar y ir de caida. Las discordias domésticas, peste de los grandes imperios, y el poco gobierno fueron causa deste mal. Abdelmelic, mas amigo de ocio que de guerra, mostró no hacer caso de las semillas y principios de aquella discordia, que debiera al momento atajar. Verdad es que luego que murió su padre acometió á hacer guerra á los cristianos y puso grande espanto; mayormente en la ciudad de Leon todo lo que quedaba entero de la destruicion pasada ó de nuevo se reedificara lo echó Abdelmelic por tierra y lo abatió. Todavía los principios desta guerra fueron para los moros mas alegres que el remate, porque acudió el conde don García, y con su venida forzó los moros á volver las espaldas, y muertos muchos dellos, tornar en pequeño número á su tierra. La desconfianza y miedo que les entró despues deste daño fué tan grande, que no trataron mas de hacer guerra en tanto que Abdelmelic tuvo aquel cargo. La alegría deste buen su→ ceso no fué pura, antes se aguó y destempló con la carestía de mantenimientos que causó la falta de las lluvias. Gudested, obispo de Oviedo, estaba preso por mandado del Rey, iba en tres años. Acostumbraba este Príncipe á dar oidos á los chismes de hombres malos. Esto se persuadia el pueblo era la causa del daño, y los hombres santos decian ser la hambre castigo del cielo por el agravio que se hacia al Obispo inocente, y anunciaban que si no habia emienda se seguiria alguna grave peste. Temíase algun alboroto, porque la

muchedumbre, cuando se mueve por escrúpulo y opinion de religion, mas fácilmente obedece á los sacerdotes que á los reyes; fué pues Gudesteo sacado de la cárcel. Este mismo año, que se contó del nacimiento de Cristo 999, y fué apretado por la dicha carestía grande y falta extraordinaria, se hizo tambien señalado por la muerte que sucedió en él del rey don Bermudo. En un pueblo llamado Beritio falleció de los dolores de la gota, que mucho tiempo le trabajaron. Fué sepultado en Villabuena ó Valbuena, dende pasados veinte y tres años le trasladaron a la iglesia de San Juan Baptista de la ciudad de Leon: Tuvo dos mujeres, llamadas, la una Velasquita, la otra doña Elvira. A la primera repudió mas por la libertad de aquellos tiempos que porque lo permitiese la ley cristiana; tuvo en ella una hija, llamada Cristina. De doña Elvira tuvo dos hijos, que fueron don Alonso y doña Teresa. Demás desto, de dos hermanas, con quien mas mozo tuvo conversacion, dejó fuera de matrimonio á don Ordoño y á doña Elvira y á doña Sancha. Cristina, la hija mayor del rey don Berinudo, casó con otro don Ordoño, llamado el Ciego, que era de sangre real. Deste matrimonio nacieron don Alonso, don Ordoño, don Pelayo, y fuera destos doña Aldonza, que casó con don Pelayo, llamado el Diácono, nieto del rey don Fruela, segundo deste nombre, hijo de don Fruela, su hijo bastardo. De don Pelayo y de doña Aldonza nacieron Pedro, Ordoño, Pelayo, Nuño y Teresa; destos procedieron los condes de Carrion, varones señalados en la guerra, de valor y de prudencia, como se declara en otro lugar. Volvamos á la razon de los tiempos. Pelagio, ovetense, y don Lúcas de Tuy atribuyen á este rey don Bermudo lo que arriba queda dicho de Ataulfo, obispo de Compostella, del toro feroz y bravo que soltaron contra él sin que le hiciese daño alguno. Nos damos mas crédito en esta parte á la historia compostellana, que dice lo que de suyo relatamos; y es bastante muestra de estar mudados los tiempos en los que esto dicen, y del engaño no hallarse por estos años algun obispo de Compostella que se llamase Ataulfo.

CAPITULO X.

De don Alonso el quinto, rey de Leon.

Ayos del rey don Alonso en su menor edad, por mandado del rey don Bermudo, su padre, fueron Melendo Gonzalez, conde de Galicia, y su mujer, llamada doña Mayor. Los mismos, por quedar don Alonso de cinco años, gobernaron asimismo el reino con grande fidelidad y prudencia, conforme á lo que dejó en su testamento el Rey muerto mandado, en que vinieron todos los estados del reino. Llegado el nuevo Rey á mayor edad, para que los ayos tuviesen mas autoridad y en recompensa de lo que en su crianza y en el gobierno del reino trabajaron, le casaron con una hija que tenian, llamada doña Elvira. Tuvo deste matrimonio dos hijos, don Bermudo y doña Sancha. Reinó por espacio de veinte y nueve años. El segundo año de su reinado, que fué de Cristo el 1000 justamente, por muerte del rey de Navarra don Garci Sanchez, el Trémulo ó Temblador, sucedió en aquel estado un hijo que tenia en doña Jimena, su mujer (no aciertan los que la llaman Elvira ó Constancia ó Estefania), por nombre don San

cho. Este Príncipe en su menor edad tuvo por maestro á Sancho, abad de San Salvador de Leire, que le enseñó todo lo que un príncipe debe saber, y amaestró en todas buenas costumbres. Reinó treinta y cuatro años; fué tan señalado en todo género de virtudes, que le dieron sobrenombre de Mayor, y alcanzó tan buena suerte, que todo lo que en España poseian los cristianos casi lo redujo debajo de su imperio y mando; bien que no acertó ni fué buen consejo dividillo y repartillo entre sus hijos, como lo hizo, menguando las fuerzas y majestad del reino. Cuán quietos estaban los dos reinos cristianos por la buena maña de los que los gobernaban, no menos se alteraron por este tiempo las armas de Castilla primero, despues las de los moros. Los unos y los otros por las diferencias domésticas se iban despeñando en su perdicion. Don Sancho García se apartó de la autoridad del conde Garci Fernandez, su padre, y de su obediencia; no se sabe por cuál causa, sino que nunca faltan, en las casas reales mayormente, hombres de dañada intencion que con chismes y reportes encienden la llama de la discordia entre hijos y padres. Puede ser que don Sancho, cansado de lo mucho que vivia su padre, acometió tan grave maldad, por serle cosa pesada esperar los pocos años que, conforme á la edad que tenia, le podrian quedar. Vinieron á las armas, y divididas las voluntades de los vasallos entre el padre y el hijo, las fuerzas de aquel estado se enflaquecieron; no estuvo esto encubierto á los moros, que la provincia estaba en armas, dividida la nobleza, alborotado el pueblo con sus valedores de la una y de la otra parte. Acordaron aprovecharse de la ocasion que la dicha discordia les presentaba. Con esta venida de los moros y entrada que hicieron, la ciudad de Avila, que poco a poco se iba reparando, de nuevo fué desá truida, y la Coruña y Santisteban de Gormaz, en el territorio de Osma, padecieron el mismo estrago. Grande era el peligro en que las cosas estaban, y aun con el miedo de fuera no se sosegaban las alteraciones y parcialidades, si bien se entretuvieron para no llegar del todo á rompimiento y á las puñadas. El conde Garci Fernandez, movido por el daño que los moros hacian, con los que pudo juntar salió al enemigo al encuentro. Alcanzólos por aquellas comarcas y presentóles la batalla. Fué brava la pelea; el Conde, que llevaba poca gente, quedó vencido y preso con tales heridas, que dellas en breve murió. Tuvo el señorío de Castilla como treinta y ocho años; quién dice cuarenta y nueve. No fué desigual á su padre en la grandeza y gloria de sus hazañas. Los enemigos le quitaron la vida; la fama de su valor dura y durará. Su cuerpo, rescatado por gran dinero, le sepultaron en el convento de San Pedro de Cardeña. Dióse esta desgraciada batalla el año 1006. El año luego siguiente, 1007, en Toledo una grande creciente abatió el famoso monasterio agaliense; los monjes se pasaron al de San Pedro de Sahelices. Así lo dice el arcipreste Juliano. Dejó el Conde una hija, llamada doña Urraca, que fué monja en el monasterio de San Cosme y San Damian del lugar de Covarrubias. Este monasterio edificó el Conde, su padre, desde los cimientos, y le dotó de grandes heredades y gruesas rentas, dióle muchas alhajas y preseas. Puso por condicion que si alguna doncella de su descendencia no quisiese casarse, sustentase la vida con las rentas de aquel

monasterio. Sucedió en el señorío y condado de Cas-
tilla al padre muerto su hijo don Sancho, afeado y
amancillado por haberse levantado contra su padre, y
por el consiguiente dado ocasion á aquel desastre. Por
lo demás fué piadoso, dotado de grandes virtudes y
partes de cuerpo y ánima. Falleció por el mismo tiem-
po en Córdoba el Alhagib Abdelmelic; sucedióle en el
cargo Abderraman, hombre malo y cobarde; por afren-
ta le llamaban vulgarmente Sanciolo. Muerto este den-
tro de cinco meses, Mahomad Almahadio, que debia
ser del linaje de los Abenhumeyas, tomadas las armas,
se apoderó del rey Hisem, que con el ocio y con los de-
leites estaba sin fuerzas y sin prudencia, y no se con-
servaba por su esfuerzo, sino con la ayuda de otros. Pu-
blicó que le quitara la vida, degollando otro que le era
muy semejante; maña con que Almahadio quedó apo-
derado del reino de Córdoba y Hisem vivo, que le pa-
reció guardarle para lo que aviniese. Esto pasó el año
que se contaba de los árabes 400 justamente. Acudió
desde Africa un pariente de Hisem, llamado Zulema;
este con los de su valía y gente que se le arrimó, ade-
más de las fuerzas de don Sancho, conde de Castilla,
que le asistió en esta empresa y con él hizo liga, en una
batalla muy herida que se dió cerca de Córdoba ven-
ció al tirano Almabadio. Murieron en esta pelea treinta
y cinco mil moros, que era toda la fuerza y niervo del
cjército morisco y de aquel reino; por donde adelante
comenzaron los moros á ir claramente de caida. Seña-
lóse sobre todos el conde don Sancho, su valor, esfuerzo
y industria, y fué la principal causa que se ganase la
jornada. Almaladio despues desta rota se retiró y en-
cerró dentro de la ciudad; y lo que tenia apercebido
para los mayores peligros, sacó á Hisem de donde le
tenia escondido y preso. Puesto á los ojos de todos y
en público, amonestó al pueblo antepusiesen á su señor
natural al extranjero y enemigo. Los ciudadanos, tur-
bados con el temor que tenian del vencedor, no hacian
caso de sus palabras y amonestaciones; en ocasiones
semejantes cada cual cuida mas de asegurarse que de
otros respetos. Así le fué forzoso, dejada la ciudad á su
contrario, retirarse á Toledo. Llevó consigo, á lo que
se entiende, á Hisem, ó sea que le escondió segunda
vez. Era Alhagib de Almahadio, y como virey suyo otro
moro, llamado Almahario. Este, con desco de fortificar-
se contra las fuerzas y intenciones de los contrarios y
para ayudarse de socorros de cristianos, pasó á Catalu-
ña para con toda humildad rogar á aquellos señores le
acudiesen con sus gentes. Propúsoles grandes intere-
ses, ofrecióles partidos aventajados. Los condes don
Ramon de Barcelona y Armengol de Urgel, persuadi-to
dos de aquel bárbaro, con buen número de los suyos
se juntaron con las gentes que en aquel intermedio el
tirano Almaliadio tenia levantadas en Toledo y su co-
marca, que eran en gran número y fuertes. Contábanse
en aquel ejército nueve mil cristianos y treinta y cuatro
mil moros. Juntáronse las huestes de una parte y de
otra en Acanatalhacar, que era un lugar cuarenta mi-
llas de Córdoba, al presente un pueblo llamado Alba-
car está á cuatro leguas de aquella ciudad. Trabóse la
batalla, que fué muy reñida y dudosa, ca los cuernos y
costados izquierdos de ambas partes vencieron, los de
manderecha al contrario. Zulema y el conde don San-
cho al principio mataron gran número de los contra-

rios. Entre estos á los primeros golpes y encuentros murieron los obispos Arnulfo, de Vique, Aecio, de Barcelona, Oton, de Girona; cosa torpe y afrentosa que tales varones tomasen las armas en favor de infieles. El mismo conde de Urgel fué asimismo muerto. Almahadio con su esfuerzo reparó la pelea, y animando á los suyos, quitó á los enemigos la victoria de las manos. Zulema, como se vió vencido y desbaratados los suyos, se huyó primero á Azafra, despues desconfiado de la fortaleza de aquel lugar, determinó de irse mas lėjos, que fué todo el año de los árabes de 404, de Cristo 1010. Quedó el reino por Almahadio, si bien Almahario, su Alhagib, lo gobernaba todo á su voluntad, confor me á la calamidad de aquellos tiempos aciagos; en que pasó tan adelante, que despues de la partida de don Ramon, conde de Barcelona, sin ningun temor ni respeto alevosamente dió la muerte á su señor; una traicion contra otra. Con esto Hisem, el verdadero rey, fué restituido en su reino. La cabeza de Almahadio el tirano enviaron á Zulema, su competidor, que en un lugar llamado Citava se entretenia por ver en qué pararian aquellas revoluciones tan grandes. Pretendian y deseaban los moros que el dicho Zulema se sujetase á Hisem como á verdadero rey y deudo suyo, por quien al principio mostró tomar las armas. El encendido en deseo de reinar, cuya dulzura es grande, aunque engañosa, y que con muestra de blandura encubre grandes males, juntaba fuerzas de todas partes, y hacia de ordinario correrías en las tierras comarcanas. La parcialidad de los Abenhumeyas, de que todavía quedaban rastros en Córdoba, era aficionada á Zulema, y por su respeto trataba de dar la muerte á Hisem. No salieron con su intento, á causa que el dicho Rey, avisado del peligro, usó en lo de adelante de mas recato y vigilancia. Zulema, perdida esta esperanza, solicitó al conde don Sancho para que con respeto de la amistad pasada de nuevo le ayudase. El Conde, despues de haberlo todo considerado, se resolvió de confederarse con Hisem, de quien esperaba mayor ganancia, y en particular asentó que le restituyese seis castillos que el Alhagib Mahomad por fuerza de armas los años pasados quitara á los cristianos, lo cual él hizo forzado de la necesidad, por no faltar á tales esperanzas de ser socorrido en aquella apretura, y privar á su contrario de aquel arrimo. En el entre tanto Obeidalla, hijo de Almaladio, con ayuda de sus parciales se hizo rey de Toledo. Otros le llaman Abdalla, y afirman que tuvo por mujer á doña Teresa con voluntad de don Alonso, su hermano, rey de Leon; gran desórden y mengua notable. Lo que pretendia con aquel casamienera que las fuerzas del uno y del otro reino quedasen mas firmes con aquella alianza; demás que se presentaba ocasion de ensanchar la religion cristiana, si el moro se bautizaba segun lo mostraba querer hacer. Con esto, engañada la doncella, fué llevada á Toledo, celebráronse las bodas con grande aparato, con juegos y regocijos y convite, que duró hasta gran parte dela noche. Quitadas las mesas, la doncella fué llevada á reposar. Vino el Moro encendido en su apetito carnal. Ella, « afuera, dice, tan grave maldad, tanta torpeza. Una de dos cosas has de hacer: ó tú con los tuyos te bautiza y con tanto goza de nuestro amor; si esto no haces, no me toques. De otra manera, teme la venganza de los hombres, que no disimularán nuestra afrenta y

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