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táronse los bárbaros con esta novedad, y por la mengua de su religion y ritos de su secta furiosos, apenas se pudieron enfrenar de no tomar las armas y con ellas vengar aquel agravio tan grande. Dia fuera aquel tristo y aciago, si nuestro Señor Dios no estorbara el daño que los moros pudieran hacer, porque eran muchos mas que los fieles. Entretuviéronse por pensar que aquello se habia hecho sin que el Rey lo supiese; esto les era algun consuelo y alivio; unos se refrenaron con esperanza que serian vengados, otros por no ponerse á riesgo si venian á las manos. Al Rey, luego que supo el caso, le pesó mucho que el Arzobispo con su demasiada priesa hubiese quebrantado el asiento puesto con los moros y hecho poco caso de su fe y palabra real. Representábasele cuánto peligro podian correr las cosas por estar tan enojados los moros; temia no sucediese algun daño á la ciudad. Poníasele delante la inconstan

porque de allí le llamó Hugo abad cluniacense, y por el mismo fué enviado á España al rey don Alonso para que reformase con nuevos estatutos y leyes el monasterio de Salagun, que pretendia el Rey hacer cabeza de los demás monasterios de benitos de sus reinos; por esta causa pidió á Hugo le enviase un varon á propósito desde Francia; y como fuese enviado don Bernardo, tomó cargo de aquel monasterio y fué en él abad algun tiempo. Dende subió á la dignidad amplísima de arzobispo de Toledo; y para que tuviese mas autoridad, porque tanto es uno honrado y tenido cuanto tiene de mando y hacienda (la dignidad y oficio sin fuerzas se suele tener en poco), hizo el Rey donacion á la iglesia de Toledo de castillos, villas y aldeas en gran número, que fué el postrero acto del Concilio ya dicho. Dióle la villa de Briluega, que fué del rey don Alonso en el tiempo de su destierro por donacion que el rey Moro le hizo della, á Rodillas, Canales, Cavañas, Coveja, Bar-cia de las cosas del mundo, cuan presto se mudan en

ciles, Alcolea, Melgar, Almonacir, Alpobrega. Así lo escribe don Rodrigo, la Historia del rey don Alonso el Sabio añade á Alcalá y Talavera, las cuales dice que dió con lo demás al Arzobispo; pero los mas doctos tienen esto por falso. Destos pueblos algunos son conocidos, de otros ni aun los nombres quedan; todo lo consume y hace olvidar la antigüedad. Yo no quise ponerme á adivinar los sitios y rastros de cada uno destos pueblos, ni tenia espacio para averiguallo. Hizo otrosí donacion el Rey á la iglesia de Toledo de muchas huertas, molinos, casas en gran número y tiendas para que con la renta que destas posesiones se sacase se sustentasen los sacerdotes y ministros de la iglesia mayor. Así por memoria de todo esto le hacen en ella al rey don Alonso cada año un aniversario por el mes de junio. Hecho esto, se acabó y despidió el Concilio. El Rey, dado que hobo órden en las cosas de la ciudad, se partió para Leon por respetos que á ello le forzaban. La reina doña Constanza y el nuevo arzobispo de Toledo quedaron en la ciudad con gente de guarnicion. Los cristianos eran muy pocos en comparacion de los moros, si bien para el poco tiempo eran hartos. Parecia con estos apercebimientos y recado quedaba la ciudad segura para todo lo que podía suceder. Lo que prudentemente quedaba dispuesto, la temeridad, digamos, del nuevo prelado ó imprudencia, ó lo uno y lo otro, por lo menos su demasiada priesa lo desconcertó y puso la ciudad en condicion de perderse. La silla del arzobispo por entonces estaba en la iglesia de Nuestra Señora, que agora es monasterio del Cármen, como han averiguado personas curiosas. Los moros tenian la iglesia mayor, y en ella hacian las ceremonias de su ley. Parecia mengua y afrentoso para los cristianos y cosa fea que en una ciudad ganada de moros los enemigos poseyesen la mejor iglesia y de mas autoridad, y los cristianos la peor. Lo que alguna buena ocasion hiciera fácil, por la priesa de don Bernardo se hobiera de desbaratar. Comunicado el negocio con la Reina, determina con un escuadron de soldados tomarles una noche su mezquita. Los carpinteros que iban con los soldados abatieron las puertas, despues los peones limpiaron el templo y quitaron todo lo que allí habia de los moros; hiciéronse altares á la manera de los cristianos, en la torre pusieron una campana, con el son llamaron al pueblo y le convocaron para que se hallase á los oficios divinos. Alboro

contrario. Vino muy de priesa á Toledo y con tanta velocidad, que desde el monasterio de Sahagun, do estaba y donde recibió la nueva de lo que pasaba, se puso en tres dias en Toledo mal enojado en gran manera; hacia grandes amenazas contra el Arzobispo y contra la Reina, no admitia ruegos de nadie, con ninguna diligencia se aplacaba su muy encendida saña, venia con determinacion de hacer un señalado castigo por tal osadía, con que los moros quedasen satisfechos y todos escarmentasen. Los principales de Toledo, sabida la venida del Rey y su intento, le salieron al encuentro cubiertos de luto, el clero en forma de procesion. Llegados á su presencia, con lágrimas que derramaban le suplicaron por el perdon; ningun efecto hicieron por venir muy indignado y resuelto de castigar aquel desacato. Proveyó Dios á tanto mal como se temia por otro camino no pensado. Los principales de los moros, mitigado algun tanto el dolor y saña que les causó aquel agravio, cayeron en la cuenta que no les venia bien si el Rey llevaba adelante su saña. Advertian que él podia faltar, y el odio contra ellos quedaria para siempre fijado en los pechos de los cristianos. Acordaron salir al encuentro al Rey y suplicalle diese perdon á los culpados en aquel caso. Llegaron á Magan, que es una aldea cerca de la ciudad, con semblantes tristes y los ojos puestos en el suelo. Combatíanlos diversas olas de pensamientos contrarios, el dolor de la injuria presente, el miedo para adelante. Arrodilláronse luego que el Rey llegó, con intento de aplacarle con sus razones y ruegos; mas él los previno; dijoles que aquella injuria no era dellos, sino desacato de su real persona, que por el castigo entenderian ellos y los venideros que la palabra real se debe guardar, y ninguno ser tan osado que por su antojo la quebrante. A esto los moros en alta voz comenzaron á pedir perdon, que ellos de corazon perdonaban á los que los agraviaron. Reparó el Rey algun tanto, por ser aquella demanda tan fuera de lo que pensaba. Entonces el que era de mas autoridad entre aquella gente, le habló en esta manera: «Cuán grande, Rey y señor, haya sido el dolor que recebimos por la mezquita que por fuerza nos quitaron contra lo que teniamos capitulado, cada uno lo podrá por sí mismo pensar, no será necesario detenerme en declarallo. La devocion del lugar y su estima nos movia, pero mucho mas el recelo que deste principio no menoscabasen la

libertad y nos quebrantasen lo que con nos teneis asentado. ¿Quién nos podrá asegurar que lo que hicieron con nuestra mezquita no lo ejecuten en nuestras casas particulares y las saqueen con todas nuestras haciendas? ¿Qué conciencia ni escrúpulo enfrenará á los que no enfrenó el juramento y la palabra real, y los que tienen por cierto que en tratarnos mal hacen un agradable servicio á Dios? Esto conviene asegurar para adelante, que no nos maltraten ni nos quebranten nuestros privilegios. Por lo demás, de buena voluntad perdonamos á la Reina y al Arzobispo el agravio que nos han hecho; lo mismo os suplicamos hagais, porque el castigo que tomáredes no nos acarree mayores daños, ca los que vinieren adelante despues de vos muerto no sufrirán que tales personajes, si les sucede algun daño, queden sin venganza. Por la mano real y palabra que nos distes os pedimos troqueis la saña que por nuestra causa teneis concebida en clemencia, que demás que nos damos por contentos y os certificamos la tendrémos por merced muy singular, si no otorgais con nuestra peticion, resueltos estamos de no volver á la ciudad, antes de buscar otras tierras en que sin peligro vivamos. No es razon que por dar lugar al sentimiento y por hacernos favor y vengarnos acarreeis á nos mayores daños, á vos perpetua tristeza y llanto, á vuestra ley mengua y afrenta tan señalada.» En tanto que el moro decia estas razones, los demás arrodillados, puestas las manos, y con lágrimas que de los ojos vertian, con el semblante y meneos suplicaban lo mismo. En el pecho del Rey combatian diversos sentimientos y contrarios, como se echaba de ver en el rostro demudado, ya triste, ya alegre. Finalmente, la razon venció el ímpetu de su ánimo. Consideraba que Dios es el que rige los consejos de los hombres y los endereza ; que muchas veces de los males que permite resultan bienes muy grandes. Vencido pues de los ruegos de los moros, les agradeció aquella voluntad, y prometió que para siempre tendria memoria de aquel dia. Pasó adelante en su camino, llegó á la ciudad, halló á la Reina y al Arzobispo alegres por la esperanza que tenían de alcanzar perdon, con que aquel dia, de turbio y desgraciado, se trocó en mucha serenidad. La ciudad hizo de presente regocijos y fiestas por tan señalada merced, y para adelante se ordenó que en memoria della se hiciese fiesta particular cada un año á 24 de enero, con nombre de Nuestra Señora de la Paz y por memoria de un beneficio tan grande como en tal dia todos recibieron. Si bien no solo aquel dia se hace fiesta y memoria desto, sino eso mismo de la casulla que á san Ildefonso trajo del cielo la sagrada Vírgen.

CAPITULO XVIII.

Cómo se quitó el Breviario mozárabe.

Arriba se dijo como Ricardo, abad de Marsella, fué enviado del papa Gregorio VII por su legado en España, y que en Búrgos juntó concilio de obispos y en él ordenó las sagradas ceremonias y modo de rezar que se debia tener y guardar. Hacia en lo demás muchas cosas sin órden, y usaba mal de la potestad amplísima que tenia, y enderezaba sus cosas á su particular ganancia. La gente andaba revuelta y aun escandalizada con el desórden del legado, hasta murmurar del poder y au

en

toridad del Papa. El arzobispo don Bernardo recibia congoja desto por el oficio que tenia, mas por ser tanta la autoridad del legado no le podia ir á la mano. Habia entonces costumbre introducida, á lo que yo creo, España desde el Concilio octavo general que fué el postrero constantinopolitano, y por ley estaba mandado que antes de ser consagrados los metropolitanos se diese noticia al Papa de la eleccion para averiguar que era legítima y buena, y no tenia falta alguna, para que la confirmase con su autoridad. Antes que esto se hiciese no era lícito al arzobispo electo ui consagrarse ni hacer cosa alguna de su oficio. Era otrosí costumbre que impetrasen del Papa el palio, de que suelen usar cuando dicen misa, en señal de su consentimiento y aprobacion. Esta ordenacion recebida desde este principio con el tiempo se extendió á los obispos inferiores. No hay para qué nos detengamos en decir las causas desto. De aquí nació que al presente ninguna eleccion de obispos se tiene por válida si no es confirmada por el Papa. Por estas dos causas don Bernardo determinó de ir á Roma. El camino era largo y de mucho trabajo y peligro; antes de ponerse en camino con beneplácito del Rey consagró la iglesia mayor que se quitó á los moros, como queda dicho. Juntáronse á concilio los obispos que eran necesarios para esto, y hízose la ceremonia dia de san Crispin y san Crispiniano, á 25 de octubre, año de nuestra salvacion de 1087. Dedicóse la iglesia en nombre de Santa María, de San Pedro y San Pablo, de San Esteban y Santa Cruz. En el altar mayor pusieron muchas reliquias de santos. Don Rodrigo dice que esto se hizo despues que volvió de Roma don Bernardo. Lo cierto es que, muertos ya los papas Gregorio y Victor, tercero deste nombre, que le sucedió, siendo suino pontífice Urbano II, que fué elegido á 4 de marzo de 1088, llegado á Roma Bernardo, alcanzó todo aquello que á pretender habia ido, conviene á saber, que el legado fuese absuelto de aquel cargo y volviese á Roma, que él usase del palio, y mas, que fuese primado en España y en la parte de Francia que llamaban la Gallia Gótica. Por causa desta potestad á la vuelta de Roma en Tolosa juntó concilio de los obispos cercanos, con que y con su buena maña y uso de la lengua francesa, en que desde niño se criara, por ser natural de la tierra, como la gente es buena y sin doblez, fácilmente los persuadió que le reconociesen por superior. Asentó que irian á Toledo cada y cuando que fuesen llamados á concilio. Llegado á Toledo, antes que el legado desistiese de su oficio, de comun consentimiento se trató de quitar el Misal y Breviario gótico, de que vulgarmente usaban en España desde muy antiguos tiempos por autoridad de los santos Isidoro, Ildefonso y Juliano. Habíase procurado muchas veces esto mismo, pero no tuvo efecto, porque la gente mas gustaba de lo antiguo, y no hay cosa que con mas firmeza se defienda que lo que tiene color de religion. En este tiempo pusieron tanta fuerza el primado y el legado, y la Reina que se juntó con ellos, que dado que resistian los naturales, en fin vencieron y salieron con su pretension. Verdad es que antes que el pueblo se allanase, como gente guerrera, quisieron esta diferencia se determinase por las armas. El dia señalado dos soldados escogidos de ambas partes lidiaron sobre esta querella en un palenque y hicieron campo; venció el que defendia

el Breviario antiguo, llamado Juan Ruiz, del linaje de los Matanzas, que moraban cerca del rio Pisuerga, cuyos descendientes viven hasta el dia de hoy, nobles y señalados por la memoria deste desafio. Sin embargo, como quier que los de la parte contraria no se rindiesen, ni vencidos se dejasen vencer, parecióles que por el fuego se averiguase esta contienda; que echasen en él los dos breviarios, y el que quedase sin lesion se tuviese y usase. Tales eran las costumbres de aquellos tiempos groseros y salvajes y no muy medidos con la regla de piedad cristiana. Encendióse una hoguera en la plaza, y el Breviario romano y gótico se echaron en el fuego. El romano saltó del fuego, pero chamuscado. Apellidaba el pueblo victoria á causa que el otro, aunque estuvo por gran espacio en el fuego, salió sin lesion alguna, principalmente que el arzobispo don Rodrigo dice que saltó el romano, pero chamuscado. Advierto que en el texto del Arzobispo los puntos se deben reformar conforme á este sentido. Todavía el Rey, como juez, pronunció sentencia en que se declaraba que el un Breviario y el otro agradaban á Dios, pues ambos salieron sanos y sin daño de la hoguera; lo cual el pueblo se dejó persuadir. Concluyóse el pleito, y concertaron que en las iglesias antiguas que llamanı mozárabes se conservase el Breviario antiguo. Concordia que se guarda hoy dia en ciertas fiestas del año, que se hacen en los dichos templos los oficios á la manera de los mozárabes. Tambien hay una capilla dentro de la iglesia mayor, en la cual hay cierto número de capellanes mozárabes, que dotó de su hacienda el cardenal fray Francisco Jimenez, porque no se perdiese la memoria de cosa tan señalada y de rezo tan antiguo. Estos rezan y dicen misa conforme al Misal y Breviario antiguo. En los demás templos hechos de nuevo en Toledo se ordenó se rezase y dijese misa conforme al uso romano. De aquí nació en España aquel refran muy usado: Allá van leyes do quieren reyes. Acabóse esta contienda, y Toledo volvia en su antiguo lustre y hermosura; levantáronse nuevos edificios, y gran número de cristianos acudian de cada dia. Los moros se iban á menudo, unos á una parte, y otros á otra, y en su lugar sucedian otros moradores, á los cuales se les concedia toda franqueza de tributos y otros privilegios, como parece por las provisiones reales que hasta hoy dia se guardan en los archivos de Toledo. La diligencia y celo que tenia del bien y pro de todos don Bernardo no cesaba, ni sosegó hasta que fué con el Rey á Castilla la Vieja, y en Leon, principal ciudad, juntó concilio de obispos, año de 1091, como dice don Lúcas de Tuy. Hallóse en él Rainerio, que de fraile cluniacense le crió cardenal el papa Urbano, y despues le envió por su legado á España para que sucediese en lugar de Ricardo, cardenal asimismo y abad de Marsella. En aquel Concilio se establecieron nuevos decretos á propósito de reformar las costumbres de los eclesiásticos, á la sazon muy relajadas. Mandaron otrosí que en las escrituras públicas de allí adelante no usasen de letras góticas, sino de las francesas. Ulfilas, obispo de los godos, antes que ellos viniesen á España, inventó las letras góticas, de que usaron por largo tiempo los godos, asi bien como los longobardos, los vándalos, los esclavones, franceses; cada nacion destas tenia sus letras y caractéres proprios, diferentes entre sí y de los latinos. Los

los

franceses y los esclavones hasta el dia de hoy se conservan en su manera antigua de escribir; las otras naciones con el tiempo han dejado sus letras y su manera y trocádola en la que hoy tienen y usan, que es la comun y latina, por acomodarse con las otras naciones, y para mayor comodidad del comercio y trato que tienen con los demás.

CAPITULO XIX.

De los principios del primado de Toledo.

El lugar pide que tratemos de los principios que tuvo el primado que los arzobispos de Toledo pretenden tener y tienen sobre las demás iglesias de España, y por qué camino esta dignidad de pequeña llegó á la grandeza que hoy tiene. Los principios de las cosas, especialmente grandes, son escuros; todos los hombres pretenden llegarse lo mas que pueden á la antigüedad, como la que tiene algun sabor de cierta divinidad, y se llega mas á los primeros y mejores tiempos del mundo. Así los mas toman la orígen de su nacion lo mas alto que pueden, sin mirar á las veces si va bien fundado lo que dicen. Esto mismo sucedió en el caso presente, que muchos quieren tomar el principio del primado de Toledo desde el mismo tiempo de los apóstoles. Alegan para esto que san Eugenio, mártir, fué el primero que vino á España para predicar el Evangelio y que fué el primer arzobispo de aquella ciudad. Añaden que los primeros que se tornaron cristianos en España y los primeros que tuvieron obispo fueron los de Toledo, y que por estas causas se les debe esta preeminencia. Pero lo que con tanta seguridad afirman acerca del primado, no tienen escritor alguno mas antiguo deste tiempo que testifique la venida de san Eugenio á España. El mismo Gregorio, turonense, que escribió la historia de Francia, de donde vino san Eugenio y donde padeció por la fe, como se tiene por cierto, ninguna mencion hace desto. Esto decimos, no para poner en disputa la venida de san Eugenio, que es cierta, sino para que en lo que toca á fundar el primado nadie reciba lo que es dudoso por averiguado y sin duda. Porque ¿qué harán los tales si los de Compostella para apoderarse del primado se quieren valer de semejante argumento? Pues es cierto y se comprueba por escrituras muy antiguas que el apóstol Santiago fué el primero que trajo á España la luz del Evangelio, y que sepultaron su santo cuerpo traido en un navío, y rodeadas las marinas del uno y del otro mar en aquella ciudad. Bien holgara de poder ilustrar la dignidad desta ciudad en que esta historia se escribe de las cosas de España en el medio y 'centro della, y cerca de la cual ciudad nací y aprendí las primeras letras; pero las leyes de la historia nos fuerzan á no seguir los dichos y opiniones del vulgo, ni es justo que por ningun respeto tropecemos en lo que reprehendemos en otros escritores. Prueba bastante que el primado de Toledo no es tan antiguo como algunos pretenden, hacen los concilios de obispos que se celebraron en España en tiempo primero de los romanos y despues de los godos, en los cuales se hallará que el prelado de Toledo, ni en el asiento, ni en las firmas, tenia el primer lugar entre los demás. En particular en el Concilio elibertino, antiquísimo, despues de seis obispos, firma Melancio, pre

lado de Toledo, en el seteno lugar; de donde se saca que en aquella sazon Toledo no era arzobispado, y mas claramente de la division de los obispados hecha por Constantino, en que pone á Toledo por sufragánea de Cartagena. En los mismos concilios toledanos en que mas se debia mirar por la autoridad de la iglesia de Toledo, por tener de su parte el favor del pueblo y de los reyes, no pocas veces se pone el postrero entre los metropolitanos. Para sacar pues la autoridad del primado de Toledo de los tiempos mas antiguos digo desta manera. En España hobo antiguamente cinco arzobispos, que unas veces se llamaban metropolitanos y otras primados con diverso nombre, pero el sentido es el mismo. Estos son el tarraconense, el bracarense, el de Mérida, el de Sevilla y el de Toledo. Allende destos se contaba con los demás el arzobispo narbonense en la Gallia Gótica, que en tiempo de los godos era sujeta á España. Todos estos eran iguales, y á ningun superior reconocian, sacado el Papa. En los concilios tenian el lugar que les daba su antigüedad y consagracion. La causa de ser tantos los metropolitanos fué la antigua division de España, que se dividió en cinco provincias, que eran estas: Andalucía, Portugal, Tarragona, Cartagena, Galicia, y otras tantas audiencias y chancillerías supremas en que se hacia justicia; ó como yo pienso, las gentes bárbaras fueron causa desto, porque luego que entraron en España, divididas las provincias della, fundaron muchos imperios y estados. El metropolitano narbonense presidia en Francia. El de Tarragona en la parte de España, que en aquella turbacion estuvo mucho tiempo sujeta á los romanos. Los vándalos tuvieron á Sevilla; los alanos y suevos la Lusitania y Galicia, do están Mérida y Braga; los godos tenian á Toledo, la cual gente venció y se adelantó á las otras naciones bárbaras en multitud y mando. De aquí comenzó la autoridad de Toledo á ser mayor que la de las demás, en especial cuando, mudado el estado de la república, los godos se hicieron señores de toda España, y mudadas las leyes y fueros, pusieron la silla de su imperio en Toledo; poco a poco, trocadas las cosas, comenzaron á crecer y mejorarse en autoridad los prelados de Toledo. En el Concilio toledano sétimo se pusieron claros fundamentos de la autoridad que adelante tuvo, cuyo cánon último es este: «que los obispos vecinos desta ciudad, avisados del metropolitano, vengan á Toledo cada uno su mes, si no fuere en tiempo de agosto y vendimias»; decreto que dicen se concede por respeto del rey y por honra de la ciudad en que él moraba, y por consuelo del metropolitano. Destos principios comenzó á crecer la autoridad de los arzobispos de Toledo de tal manera, que los padres que se hallaron en el Concilio toledano duodécimo en tiempo del rey Ervigio determinaron en el cánon sexto que las elecciones de los obispos de España, que solia aprobar el rey, se confirmasen con la voluntad y aprobacion del arzobispo de Toledo. Desde este tiempo los otros obispos reconocieron al de Toledo, y le daban el primer lugar en todo, y se tenia por mas principal autoridad la suya que la de los demás; en particular en el asiento y firmar los concilios era el primero. Estos fueron los principios desta autoridad y como cimientos, sin pasar por entonces mas adelante, porque no tuvo por entonces los otros derechos de primados, que son los mismos que pa

triarcas, y solo difieren en el nombre, como parece en los cánones y leyes de la Iglesia, ni tenian especiales insignias de dignidad ni poder mayor sobre los obispos para corregillos, para visitallos, para por via de apelacion alterar sus sentencias. Despues que se mudaron las cosas y España padeció aquella tan grande plaga, y todo lo mandaron los moros, cesó la dignidad y majestad toda que tenian estos prelados, y llegó á tanto la turbacion en aquel tiempo, que aun obispos, consagrados como se acostumbra, por muchos años faltaron en Toledo. En fin, vuelta aquella ciudad á poder de cristianos, el arzobispo de Toledo, no solo alcanzó la honra y grado de metropolitano, sino asimismo de primado. Procurólo don Bernardo, primer arzobispo, y concedióselo el papa Urbano II, no sin queja de los otros obispos y contradiccion, que pretendian por preferir á uno hacerse injuria á todos los demás. La bula de Urbano que habla desto se pondrá en otro lugar. El primero que puso pleito sobre esta dignidad de primado fué don Berengario, á quien el mismo don Bernardo habia traslado de Vique, donde era obispo, á Tarragona; pero fué vencido en el pleito, porque el papa Urbano quiso que la autoridad, una vez dada al arzobispo de Toledo, fuese cierta y para siempre se conservase. Esta determinacion de Urbano confirmaron con sus bulas el papa Pascual y el papa Gelasio, sus sucesores. Calixto II pareció diminuir esta autoridad con dar, como dió por su bula á don Diego Gelmirez, obispo de Compostella, los derechos de metropolitano, trasladados de la ciudad de Mérida, si bien estaba en poder de moros. Otorgóle otrosí autoridad de legado del Papa sobre las provincias de Mérida y Braga, y señaladamente le hizo exempto de la obediencia y poder de don Bernardo, arzobispo de Toledo; todo á propósito de honrar á don Ramon, su hermano, que estaba enterrado en Compostella, y por la mucha devocion que siempre mostró con la iglesia y sepulcro de Santiago. Mas siendo arzobispo don Raimundo, sucesor de don Bernardo, los papas Honorio, Celestino, Inocencio, Lucio', Eugenio III determinaron y ratificaron lo que hallaron estar antes concedido, que el arzobispo de Toledo fuese primado de España. A don Raimundo, ó Ramon, sucedió don Juan, en cuyo tiempo lo primero Adriano IV confirmó el primado de Toledo con nueva bula que expidió, en que revoca el privilegio de Compostella; lo segundo, don Juan, obispo de Braga, que habia puesto pleito sobre el título de primado, vino á la ciudad de Toledo, y fué forzado á jurar de obedecer al que no queria reconocer ventaja. Don Cerebruno sucedió á don Juan, en cuyo tiempo Alejandro III revocó un privilegio de Anastasio concedido en esta razon á Pelagio, obispo de Compostella. Esto fué á la sazon que el cardenal Jacinto Bobo, muy nombrado, vino á España con autoridad de legado, y entre otras cosas que sapientísimamente ordenó, puso fin en este pleito, segun parece en las escrituras de la iglesia de Toledo, ca dió sentencia por Cerebruno contra el de Santiago, que le inquietaba. Bien será aquí poner la bula de Alejandro III, porque confirma en ella lo que sus predecesores determinaron. La bula dice así: « Alejandro, »obispo, siervo de los siervos de Dios, al venerable >>hermano Cerebruno, arzobispo de Toledo, salud y >>bendicion apostólica. Como nos enviásedes un men

»sajero por causa de los negocios que teneis á cargo »de vuestra iglesia á la Sede Apostólica, que suele »siempre admitir los deseos de los que piden cosas »justas, nos suplicastes con humildad con el mismo »mensajero que renovásemos las bulas de nuestros an>>tecesores Pascual, Calixto, Honorio y Eugenio, en que >>conceden la primacía de las Españas á la iglesia de To>>ledo. Nos, porque sinceramente os amainos en el Se»ñor, y tenemos propósito de honrar vuestra persona de >>todas las maneras que convenga, por ser estable fun>>damento y columna de la cristiandad, juzgamos con>>venia admitir vuestra demanda, y que vuestro deseo >>no fuese defraudado. Y comunicado este negocio con >>nuestros hermanos á imitacion de nuestro predecesor, >>de buena memoria, Adriano, papa, por la autoridad »de la Sede Apostólica determinamos que debiamos re»novar el privilegio junto con aquel breve, conforme »á vuestra peticion. Que así como vuestra iglesia de >>tiempo antiguo ha tenido el primado en toda la region »de España, así vos y la iglesia de Toledo, que gober»nais por la ordenacion de Dios, tengais el mismo pri»mado sobre todos para siempre; añadiendo que al pri>>vilegio que Pelagio, arzobispo, en tiempos pasados »dicen que impetró de nuestro predecesor, de buena >>memoria, Anastasio, papa, que por derecho de pri»mado no debia estar sujeto á vuestra iglesia; declara>>mos que el privilegio de dicho nuestro antecesor, de >>santa memoria, Eugenio, papa, concedido á vuestro >>predecesor sobre la concesion del primado, juzgamos »que le prejudica totalmente, en especial que lo con»cedido por Anastasio no fué concedido ni por la ma»yor ni mas sana parte de nuestros hermanos. Deter»minamos pues que el arzobispo compostellano como »los demás obispos de España os tengan sujecion y »obediencia de aquí adelante como á su primado y á »vuestros sucesores; y la dignidad misma sea firme y »inviolable para vos y vuestros sucesores para siempre »jamás. Ninguno pues de todos los hombres ose que>>brantar ó contradecir de alguna manera esta bula »de nuestra confirmacion y concesion con temeraria Dosadía. Y si alguno presumiere intentarlo, sepa que »incurrirá la indignacion de Dios todo poderoso y de »los bienaventurados apóstoles san Pedro y san Pa»blo. Dada en Benevento por mano de Gerardo, no»tario de la santa Iglesia romana, á 24 de noviem»bre, en la indiccion tercera, año de la Encarnacion » del Señor de 1170, del pontificado de Alejandro, papa »tercero, año onceno.» Larga cosa seria referir en este propósito todo lo que se pudiera alegar. El papa Urbano III confirmó la misma autoridad de primado á don Gonzalo, sucesor de don Cerebruno. A don Gonzalo sucedió don Pedro de Cardona. A este don Martin, al cual Celestino III por el parentesco y amistad que habia entre él y nuestros reyes, al tiempo que fué legado y se llamaba el cardenal Jacinto Bobo, concedió que las dignidades de la iglesia de Toledo usasen de mitras como obispos mientras la misa se celebrase, y acrecentó aquel privilegio despues que fué elegido papa. Siguióse en la iglesia de Toledo don Rodrigo Jimenez, varon de grande ánimo y singular doctrina, cosa en aquel tiempo semejable á milagro; trató en el Concilio lateranense primero delante los cardenales y de Inocencio III la causa de su iglesia en este punto como orador elocuente, y M-1.

venció á los demás metropolitanos de España; y porque el arzobispo de Braga pretendia no estarle sujeto, Honorio III le hizo legado suyo. Gregorio IX, sucesor de Honorio, revocó cierta ley que se promulgó en Tarragona contra la dignidad del arzobispo de Toledo, en que establecieran no usasen los tales arzobispos de las prerogativas de primado en aquella su provincia, en especial no llevasen cruz delante. A don Rodrigo sucedió don Juan, luego don Gutierre, y dos don Sanchos, ambos de linaje real, casi el uno tras el otro. Despues de los dichos fué arzobispo don Juan de Contreras, en tiempo de Martino V, y se halló en el Concilio basiliense. Item, don Juan de Cerezuela, hermano del maestre don Alvaro de Luna y sucesor de don Juan de Contreras. Todos alcanzaron bulas de los papas en que confirmaban lo mismo, cuyas copias están guardadas con toda fidelidad en el archivo de la iglesia de Toledo y recogidas en un libro de pergamino. El tiempo adelante por agraviarse don Alonso de Cartagena, obispo de Búrgos, que el arzobispo de Toledo dou Alonso Carrillo llevase guion levantado en su obispado, que era señal de superioridad y de ser primado, don Juan el Segundo, rey de Castilla, tomó aquel negocio por suyo, y por sus provisiones, en que da á Toledo título de ciudad imperial, determina y establece que se guarde el privilegio y autoridad que Toledo tenia sobre las otras ciudades de su señorío, por entender, como era verdad, que la autoridad del arzobispo de Toledo da mucho lustre á todo el reino y aun á toda España. Muchos otros arzobispos, antes y despues de don Alonso Carrillo, hicieron lo mismo, y por toda España llevaron siempre su cruz levantada. Entre estos se cuentan los cardenales arzobispos don Pedro Gonzalez de Mendoza y fray Francisco Jimenez; que es argumento de la primacia que los arzobispos de Toledo han tenido, despues que Toledo se recobró de los moros, puesto que nunca ha faltado quien contradiga y no quiera estarles sujeto. Al presente, fuera del nombre y asiento, que se les da el primero, ninguna otra cosa ejercitan sobre las otras provincias de España tocante á la primacía; por lo menos ni para ellos se apela en los pleitos ni castigan delitos ni promulgan leyes fuera de la provincia, que como á metropolitanos les está sujeta.

CAPITULO XX.

De las mujeres y hijos del rey don Alonso.

Arriba queda dicho como el rey don Alonso tuvo dos mujeres, doña Inés y doña Constanza, y que desta segunda hobo á su hija la infanta doña Urraca. Doña Constanza murió despues de ganado Toledo, y en el mismo tiempo su cuñada la infanta doña Elvira, hermana del Rey, falleció; enterráronla en Leon con doña Urraca, su hermana. Despues de doña Constanza casó don Alonso con la hija de Benabet, rey moro de Sevilla, que se volvió cristiana, mudado el nombre de Zaida que tenia en doña María; otros dicen se llamó doña Isabel. Deste casamiento nació don Sancho; créese fuera un gran principe si se lograra, y que igualara la gloria de su padre, como lo mostraban las señales de virtud que daba en su tierna edad; parece que no quiso Dios gozase España de tan aventajadas partes. El Rey adelante cuarta y quinta y sexta vez casó con doña Berta,

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