Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Toledo, gente feroz y brava, y que en muchedumbre sobrepujaba los demás pueblos de España. Los Olcades, donde ahora está Ocaña (Estéfano pone los Olcades cerca del rio Ebro), fueron los primeros sujetados. Luego despues se dió cerca de Tajo una brava batalla, en que asimismo perdieron los naturales la victoria, que los cartagineses ganaron. Por el mismo tiempo comenzaron disensiones y alteraciones entre los saguntinos, que era abrir la puerta y allanar el camino al enemigo, que no se descuidaba. Los mas cuerdos, para remediar este daño, acudieron á Roma, y por sus ruegos vinieron dende embajadores, los cuales, con amonestar á los unos de los sagunti os y amenazar á los otros y castigar á algunos de los culpados, sosegaron aquellas alteraciones, de que se temia, si pasaban adelante, que, venidos que fuesen á las manos, la parte mas flaca daria á Aníbal entrada en la ciudad; el cual, ensoberbecido por lo que habia hecho y por tener allanada toda la provincia de aquella parte del rio Ebro, sin quedar quien le hiciese rostro, revolvió su pensamiento á la guerra de Sagunto, que era donde se encaminaban sus intentos. Para dar color á esta empresa, persuadió á los turdetanos que sobre los mojones moviesen pleito á los de Sagunto y les hiciesen guerra, ca tenia por cierto que de aquellas diferencias resultaria ocasion bastante para acometer lo que dias atrás tanto deseaba; y asimismo, que de allí tendria principio la guerra contra los romanos. Los saguntinos, al contrario, viéndose mas flacos que el enemigo, y por estar confiados mas en la amistad de los romanos que en sus fuerzas ni justicia, aunque era muy clara, luego despacharon á toda priesa embajadores á Roma, que declararon en el Senado la causa de su venida ; que Aníbal les armaba asechanzas como enemigo suyo muy declarado, y que muy en breve con todas sus fuerzas se pondria sobre aquella ciudad; que ningun reparo les quedaba para no perecer ellos y sus haciendas, si el arrimo y esperanza que tenian en el Senado les faltase. Decian estar aparejados á sufrir cualquier daño antes que faltar en la fe puesta con aquella ciudad; que el Senado debia advertir cuánto importaba la presteza, pues solo el detenerse y la tardanza seria causa de su perdicion y ocasion para que todos entendiesen los desamparaban y entregaban sus aliados á los enemigos; y por el contrario, que su constancia sola y su lealtad les acarreaba tanto daño. Tratóse el negocio en el Senado; los pareceres fueron diferentes, y dado que *algunos juzgaban se debía luego romper la guerra, siguióse empero, y prevaleció el parecer mas recatado y mas blando, que fué enviar primero embajadores á Aníbal, los cuales, llegados que fueron á Cartagena en sazon que el verano estaba bien adelante, le avisaron de la voluntad del Senado, y le requirieron de paz no hiciese molestia y agravio á los saguntinos ni á los otros sus aliados, y como estaba asentado en el concierto pasado no pasase el rio Ebro; donde no, que el pueblo romano miraria por sus aliados y amigos que nadie los agraviase. A todo esto respondió Aníbal que los romanos no guardaban justicia ni la hacian, así en la muerte que poco antes en Sagunto dieran á sus amigos, varones principales, como en querer al presente se disimulasen los agravios que los de Sagunto habian hecho á los turdetanos; que, como era justo, defendiesen los romanos con justicia á sus aliados, así no parecia contra razon

tuviese él tambien libertad de mirar por sus amigos y defendellos de toda demasía y agravio. Despedidos los embajadores con esta respuesta, luego por el mes de setiembre, con intento de prevenir á los romanos y ganar por la mano, marchó y se puso sobre Sagunto con un campo de ciento y cincuenta mil hombres, que fué el año primero de la olimpíade 140, como lo dice Po-* libio. Corrió los campos, tomó y saqueó muchos pueblos comarcanos; solo perdono á Denia, por dar muestra de lo que ningun cuidado tenia, que era de l devocion y reverencia del templo de Diana, muy fa-: moso, que allí estaba. En los pueblos llamados antiguamente Edetanos estaba Sagunto, asentada cuatro millas del mar; sus campos eran muy fértiles y abundantes, y ella asaz rica por el gran trato que alcanzaba por mar y por tierra, fuerte por su sitio y por sus murallas y baJuartes. Luego que Aníbal asentó y fortificó sus reales, hizo apercebir los ingenios. Comenzaron con cierta máquina, que llamaban ariete, á batir la muralla por la parte mas baja, que se remataba en un valle, y por tanto parecia mas flaca. Engañólos su pensamiento, ca, la batería salió mas dificultosa de lo que pensaban, y los moradores se defendian con grande brio y coraje, tanto que al mismo Aníbal, como quier que un dia se llegase cerca del muro, pasaron el muslo con una lanza que le arrojaron desde el adarve. Fué el espanto que por este caso los suyos recibieron tan grande, que estuvieron á pique de desamparar todos los ingenios que tenian hechos; la herida tan grave, que en tanto que se curaba se dejó la batería por algunos dias. En esta sazon los saguntinos despacharon nuevos embajadores á Roma para protestar en el Senado y requerilles no desamparasen la ciudad amiga para ser asolada por sus enemigos mortales; que si un poco se detenian sin falta pereceria, y el remedio despues vendria tarde. Hecha cala y cata, hallaban que tenian trigo para pocos meses, pero que con el buen órden y repartimiento podrian entretenerse algo mas. Despachados los embajadores, repararon y fortificaron con gran cuidado los lugares que, á por el daño recibido, ó de suyo, eran mas flacos. Aníbal, luego que sanó de la herida, arrimó sus ingenios á la ciudad, còn cuyos golpes derribó por el suelo tres torres con todo el lienzo de la muralla · que entre ellas estaba. Dióse el asalto; los enemigos por la batería pugnaban de entrar en la ciudad y aquejaban á los de dentro; los ciudadanos, al contrario, animados con el peligro, ordenaron sus haces y gentes delante de la muralla, con que primero sufrieron el impetu de sus contrarios, luego, porque fuera de su esperanza no eran vencidos, hirieron en ellos con tal denuedo, que los hicieron ciar y los arredraron de la ciudad; finalmente, los pusieron en huida y los siguieron hasta los reales, en que apenas con el foso y trincheas se pudieron défender; tal y tan grande era el espanto que cobraran. Este atrevimiento y esta victoria fué muy perjudicial á los saguntinos, porque Anibal se embraveció mas, y determinado de no.reposar antes de apoderarse de la ciudad, no quiso dar audiencia á nuevos embajadores que de Roma le vinieron sobre el caso; ca los romanos estaban resueltos de intentar cualquier cosa antes de venir á las armas y llegar á rompimiento. Los embajadores, segun que les fuera mandado, pasaron de España en Africa, y en el Senado:

EL PADRE JUAN DE MARIANA.

de Cartago se quejaron de los agravios y de todo lo que sus gentes intentaban en España. Pidieron que Aníbal les fuese entregado para ser castigado, como era razon; que sola aquella satisfaccion quedaba para que se conservase la paz. Oidos que fueron los embajadores, Hannon dijo que los romanos pedian justicia; que Aníbal, sin que nadie lo pretendiese, debia ser desterrado á lo postrero del mundo, porque no perturbase el estado apacible y quieto de su ciudad. Pero la parcialidad de los barquinos, que estaba prevenida por mensajeros y cartas del mismo Anibal, y por este medio corrompido el Senado, desechado el consejo mas saludable, dió respuesta en esta forma: Que las cosas se hallaban reducidas á aquel estado, no por culpa de Anibal, sino que de los saguntinos nació el agravio; que no hacian el deber los romanos en preferir nuevas amistades á la antigua. En el entre tanto Aníbal daba por algunos dias reposo á sus soldados, cansados con las peleas y baterías que se daban, cuando á la sazon le nació un hijo de Himilce, su mujer, llamado Aspar; causó esto grande alegría á su padre y á todo el ejército. Hiciéronse en los reales por su nacimiento grandes juegos y regocijos de todas maneras. Los saguntinos por tanto no reposaban, antes apercebian todo lo necesario para su defensa, y asimismo repararon los muros por la parte que el enemigo abriera entrada. Por demás fué esta diligencia, ca los enemigos con una torre de madera que levantaron, se arrimaron á la muralla, y desde allí, con lanzas y flechas, forzaban á desamparalla los que defendian la ciudad. Demás desto, quinientos africanos con picos y con palancas echaron por tierra una buena parte de la dicha muralla, por no estar edificada con cal, sino con barro, y por tanto tener menos resistencia. Hecho esto, los soldados, con esperanza del saco, que á voz de pregonero les fué prometido, entraron la ciudad por fuerza de armas. Los saguntinos, por no ser bastantes para defender la entrada, se retiraron mas adentro, y con un nuevo muro, que de repente á toda priesa levantaron, juntaron la parte de la ciudad que les quedaba con el castillo. Todo esto era poca defensa, y solamente estribaban en la vana esperanza del socorro que de Roma se prometian. Dióseles algun espacio para respirar con la partida de Aníbal, que acudió á los pueblos llamados Carpetanos y Oretanos, que tomaran las armas por el rigor que en levantar gente los cartagineses usaban; quedó en el cerco Maharbal, hijo de Himilcon, como lugarteniente de Aníbal, el cual apretaba los saguntinos con reprimir sus correrías y salidas y ganar, como ganó, otra parte de la ciudad; con que los cercados se hallaban reducidos á extremo peligro. Sosegó Aníbal las alteraciones de aquellos pueblos; hecho esto, dió vuelta á Sagunto, y con su llegada se apoderó de una parte del mismo castillo, con que los miserables ciudadanos perdieron de todo punto la esperanza de poderse defender. La obstinacion sola los sustentaba, mal que en los mayores peligros no recibe consejo, y cuando es sin fuerzas acarrea la perdicion. Un ciudadano de Sagunto, por nombre Halcon, se salió escondidamente de la ciudad, y por compasion que tenia á sus ciudadanos, que con el peso de los males via estar fuera de juicio, comenzó en particular á tratar de conciertos. Y como no alcanzase otra respuesta sino que los cercados solo con sus vestidos, desamparada la ciudad, fundasen un nuevo

pueblo en aquella parte y campos que el vencedor les señalaria, se quedó en los reales, por no tener esperanza que sus ciudadanos se querrian entregar con aquel partido; que era un miserable estado ni tener ni saber aceptar remedio. Viendo esto un español llamado Alorco, sin embargo que era soldado de Aníbal, por ser aficionado á los saguntinos, así por su naturaleza como por acordarse del buen hospedaje que en otro tiempo le habian hecho, se metió en la ciudad por la popular, despues avisó en pública audiencia á los prinbatería, y lo primero hizo echar fuera y apartar la gente cipales de aquellas condiciones, injustas por cierto, dijo, y graves, pero para el estrecho en que se vian necesarias; que considerasen, no lo que perdian ni lo que les quitaban, sino que tuviesen por ganancia todo lo que les dejaban; pues la vida, la libertad y las riquezas todo estaba en poder del vencedor. El razonamiento de Alorco fué oido con grande indignacion y bramido del pueblo, que poco á poco se llegó con deseo de saber lo que pasaba. Muchos, juntando el oro, plata y alhajas en la plaza, les pusieron fuego, y en la misma hoguera se echaron ellos, sus mujeres y hijos, determinados obstinadamente de morir antes que entregarse. En el mismo punto cayó en tierra una torre, despues de muy batida, que dió libre entrada á los soldados en la ciudad, que ardia toda en vivas llamas y en fuego, encendido por sus mismos ciudadanos, y que el enemigo procuraba de apagar; que era igual desventura por el un respeto y por el otro; de tal manera la guerra muda las leyes de naturaleza en contrario. Los moradores fueron pasados á cuchillo, sin hacer diferencia de sexo, estado ni edad. Muchos, por no verse esclavos, se metian por las espadas enemigas; otros pegaban fuego á sus casas, con que perecian dentro dellas quemados con la misma llama. Pocos fueron presos, y este fué casi solo el saco de los soldados, dado que muchas preseas se enviaron á Cartago, muchas fueron robadas por los mismos, ca no pudieron los moradores quemailo todo. Duró este cerco por espacio de ocho meses, y en el de mayo fué destruida aquella nobilísima ciudad, año que se contaba de la fundacion de Roma 536, del cual número hay quien quite dos años, pero concuerdan todos que fué en el consulado de Publio Cornelio y de Tito Sempronio.

CAPITULO X.

Del principio de la segunda guerra púnica contra Cartago.

A un mismo tiempo llegó á Roma la fama de la destruicion y ruina de Sagunto, y los embajadores enviados á Aníbal volvieron de Cartago; con cuánto dolor y pena del Senado y del pueblo no hay para que decillo, la misma cosa lo da á entender; quejábanse de sí mismos, reprehendian su tardanza y sus recatos, confesaban haber desamparado á sus amigos y entregádolos en las manos de sus contrarios. Vanas quejas eran estas, arrepentimiento fuera de sazon, por estar ya asolada aquella nobilísima ciudad y sus ciudadanos degollados. Lo que solo restaba, determinar de tomar venganza, dado que si la saña que tenian era grande, no era menor el miedo de venir á rompimiento y á las manos, ca el enemigo era poderoso y valiente, y que tenia á su obediencia ejércitos diestros, endurecidos con guerras

apercebia para la guerra. Con esta resolucion envió á invernar los soldados, con licencia de visitar á los suyos los que quisiesen, con tal que al abrir la primavera todos acudiesen á Cartagena. El se partió para Cádiz á hacer sus votos y ofrecer sus sacrificios en el famoso templo de Hércules. Hecho esto, y enviados su mujer y hijo ó á Africa ó á Castulon, recogió trece mil y ochocientos peones españoles, llamados cetratos, por los broqueles de que usaban, ca cetra es lo mismo que broquel. Estos envió á Cartago con ochocientos mallorquines y mil y quinientos de á caballo para que allí estuviesen como en relienes; que por estar léjos de sus tierras entendia con mayor esfuerzo y lealtad servirian en lo que se ofreciese. En la misma flota en que fueron estas gentes, por retorno vinieron á España once mil africanos, con la cual ayuda y con ochocientos otros soldados de la Liguria, donde está Génova, encargó á su hermano Asdrúbal la defensa de España. Dejóle otrosí una armada bastante de naves para conservar el señorío del mar. Demás desto, los rehenes que habia mandado dar á las ciudades, que eran hijos de los mas principales ciudadanos, dejó en el castillo de Sagunto, encomendados á un cartaginés principal, llamado Bostar. Ordenado esto y hecho, él se puso en camino con la fuerza del ejército y campo, compuesto de diversas naciones, en el cual los mas cuentan noventa mil peones y doce mil caballos. Polibio pone muy menor el número; lo mas cierto que, llegado que lobo con sus gentes á las riberas del rio Ebro, con el gran cuidado que tenia del suceso de aquella empresa, una noche le pareció que veia entre sueños un mancebo muy apuesto y de grande gentileza, que le decia ser enviado de los dioses para que le guiase á Italia; por tanto que le siguiese sin volver atrás los ojos. Pero que él, sin embargo, vuelto el rostro, vió una serpiente que derribaba todo lo que delante se le ponia con un grande torbellino de agua que seguia. Preguntado el mancebo qué era lo que aquellas cosas significaban, le respondió se dejase de escudriñar los secretos de los hados, y siguiese por donde los dioses le abrian camino. Pasado el rio Ebro, ganó la voluntad y atrajo á su devocion á Andúbal, un señor el mas principal de los españoles de aquellas comarcas, en cuyo poder dejó el bagaje y ropa de todo el ejercito por marchar mas á la ligera; y á Hannon, con buen golpe de soldados, encomendó la defensa de aquellas tierras. Con esto pasó adelante en su camino; y entrado en los bosques y aspereza de los Pirineos, como tres mil de los carpetanos, es á saber, del reino de Toledo, arrepentidos de aquella milicia y guerra que caia tan léjos, hobiesen desamparado las banderas, receque si los castigaba los demás se azorarian, de su voluntad despidió otros siete mil españoles que le pareció iban tambien á aquella empresa de mala gaua. Con esta maña hizo que se entendiese habia tambien dado licencia á los primeros, y los ánimos de los demás soldados se apaciguaron por tener confianza que la milicia que seguian por su voluntad la podrian dejar cada y cuando que quisiesen. Pasados los Pirineos, con ayuda de Civismaro y Menicato, hombres poderosos en la entrada de Francia, hizo confederacion con aquella gente que se habian puesto en armas. Pasado el rio Ródano y vencidos los volcas, que moraban y poseian las riberas de la una y de la otra parte de aquel rio, pa

de tantos años. Era esto en tanto grado verdad, que ya les parecia que Aníbal, pasadas las Alpes, rompia por Italia, y que ya le tenian á las puertas de la ciudad de Roma. Con todo esto se declaró luego la guerra contra Cartago. Sortearon los cónsules las provincias: á Cornelio cupo España, á Sempronio Africa con Sicilia. En Roma y en toda Italia se hicieron á toda priesa levas de soldados; los mozos y de edad competente eran forzados á tomar las armas, alistarse y acudir á las banderas; los de mas edad y las mujeres, que no podian ayudar de otra suerte, discurrian por todos los templos de su ciudad, y con oraciones y rogativas, con votos y con plegarias cansaban á los dioses. Hechos estos aparejos, y armada una gruesa flota, enviaron primeramente cinco embajadores á Cartago para mas justificarse y para preguntar si la ciudad de Sagunto fuera destruida por autoridad y mandado público del Senado. Llegaron los embajadores á donde iban; el principal dellos propuso en el Senado cartaginés lo que les fuera mandado. Respondieron que no habia que tratar de la manera de proceder, y por cuya autoridad la guerra se hizo, si no solo si fué justa, si contra justicia y razon, que en el asiento antiguo que con Luctacio se puso, ninguna mencion se hizo de los saguntinos; que si Asdrúbal admitió algunas otras condiciones, no debian ligar mas á su Senado y al pueblo que el concierto de Luctacio al Senado romano, las condiciones del cual mudaron á su voluntad, y con aquel color las hicieron mas pesadas y ásperas. Gastábase tiempo en aquellas reyertas, sin llegar al punto ni responder á la pregunta. El romano, recogida su ropa delante del pecho á la manera de quien en la halda trae algo, paz, dice, y guerra traemos; escoged lo que quisiéredes; y como respondiesen que él diese lo que su voluntad fuese, soltando la ropa, dijo les daba la guerra. Con esto los romanos, conforme al órden que llevaban, pasaron á España; en ella fácilmente trajeron á su devocion á los Bargusios, pueblos asentados en lo postrero de España, do se tendian los Ceretanos. Mas los Volcianos, á quien asimismo acudieron, los despidieron con palabras afrentosas y con desden; ca les dijeron que la buena cuenta sin duda que habian dado de los saguntinos convidaba á todos á aliarse con ellos, que ayudaban á sus compañeros solo con el nombre, y en el mayor riesgo los desamparaban. Tenian los Volcianos su asiento, como se entiende, por allí cerca, dado que algunos los ponen donde está Villadolce, lėjos de las fuentes del rio Güerva, el cual pueblo dicen que en memorias antiguas hallan que se llamó Volce. Lo que hace al caso es que, divulgada que fué esta respuesta, todas las demás ciudades por aquella parte los despidieron con la misma libertad y befa. Así, se partie-lándose ron para la Gallia Narbonense, donde en una junta que se hizo de aquella gente pidieron, en nombre del Senado romano, no diesen á Aníbal paso por sus tierras para Italia, como lo pretendia hacer. Oyeron los congregados esta demanda con risa y mofa, teniendo por desatino hacer á voluntad y en pro de los romanos por donde en su perjuicio la guerra se encendiese en su tierra. Estaban prevenidos con dones de los cartagineses; de los romanos no habian recebido ni esperaban cosa alguna. Con este ruin despacho, sin efectuar cosa alguna de momento, se volvieron por Marsella á Roma. En este medio Aníbal no dormia, antes con todo cuidado se

no

só con sus gentes hasta asentar los reales á las haldas de los montes Alpes. Fué este año en España abundante de mantenimientos, pero falto de salud. Hobo enfermedades y peste, temblores de tierra, ordinarias tormentas en la mar, en el cielo aparencia de ejércitos que se encontraban con grande ruido de las nubes: pronóstico de los males que desta guerra resultaron por toda la redondez de la tierra.

CAPITULO XI.

Cómo Anibal pasó en Italia.

Muchas cosas de las que siguen son por la mayor parte extranjeras; pero si no las tocamos, no se pueden entender las que en España sucedieron. Dará perdon el lector, como es razon, á los que seguimos pisadas ajenas, y aun con mayor brevedad apuntamos lo que otros relatan á la larga. El cónsul pues Publio Cornelio, al cual por suerte cupo á España, como queda dicho, se embarcó y hizo á la vela para impedir el camino que los enemigos hacian. Asentó sus reales á la ribera del rio Ródano, con atencion que tenia de hallar alguna ocasion para hacer algun buen efecto. Sucedió que trecientos caballos romanos, que salieron á descubrir el campo y tomar lengua de los enemigos, se encontraron y vencieron en cierto encuentro á quinientos ginetes alárabes, que con el mismo intento habian salido de sus reales. Alegróse el Cónsul con esta victoria, ca por este principio pronosticaba que lo demás de la guerra sucederia bien; y con deseo de dar al enemigo la batalla de poder á poder, se adelantó hasta donde se juntan los dos rios el Ródano con la Sona, la cual los latinos llamaron Araris. Pero halló que ya el enemigo era partido, y sin embargo llegó hasta los reales de los cartagineses, que halló vacíos. No tenia esperanza de alcanzar al enemigo; por esto, vuelto al lugar de do partió, luego que despachó á su hermano Gneio Scipion con la fuerza del ejército y con una armada de galeras para acometer á España y defender en ella á los aliados del pueblo romano, él con pocos volvió por mar á Génova, con intencion que en Italia no le faltarian soldados ni ejército para ir contra Aníbal. El cual, por lo que hoy llamamos Saboya, y antiguamente fueron los Allobroges, pasó, aunque con grande dificultad, en espacio de quince dias las Alpes de Turin. Desde allí rompió por Italia con su ejército de veinte mil peones y seis mil caballos, como cuentan algunos; otros dicen que llevaba cien mil peones y veinte mil caballos. Lo que consta es que los romanos no tenian fuerzas bastantes para resistir, por ser sus soldados nuevos y bisoños, como levantados de priesa. Por donde cerca del rio Ticino, dicho al presente Tesino, el cónsul, en cierto encuentro que tuvo con el enemigo, á manera de vencido y aun gravemente herido, se retiró á sus reales, de donde la noche siguiente se partió como huyendo, y se metió en Placencia con mayor confianza que tenia en los muros que en sus fuerzas. Verdad es que al otro cónsul, llamado Sempronio, sucedian mejor las cosas en Sicilia, ca venció por mar dos armadas cartaginesas, que fué causa de mandalle volver contra Aníbal y acudir al mayor peligro; pero con su venida no se mejoró nada el partido de Roma; antes en una batalla que el mismo dió al enemigo junto al rio Trebia, se hizo mayor es

trago en los romanos, porque gran número dellos pereció en la pelea y en el alcance. Invernó en aquellos lugares Aníbal, y el cónsul Sempronio se partió á Roma para hallarse á la eleccion de los nuevos cónsules. Pasados los frios, antes que llegase el verano del año que se contó 537 de la fundacion de Roma, Aníbal movió con sus gentes, y pasó adelante la vuelta de Roma. Pero al pasar del monte Apenino y á la entrada de la Toscana, con una grande tempestad que se levantó y por la fuerza del frio, murieron muchos del ejército cartaginés. Volvió por esta causa Aníbal atrás, y siendo asimismo de vuelta el cónsul Sempronio, que dejaba en Roma elegidos nuevos cónsules, es á saber, Gneio Servilio y Caio Flaminio, junto á Placencia se dió una muy herida y muy dudosa batalla ; pelearon hasta que sobrevino la noche y casi con igual daño de entrambas partes. El cónsul se quedó en aquella ciudad, y el cartaginés se recogió á la Liguria, que hoy es lo de Génova, para rehacerse, por haber perdido grande parte de su ejército.

CAPITULO XII.

De lo que sucedió por el mismo tiempo en España,

Llegado que fué Gneio Scipion á España, sujetó al nombre y imperio romano toda aquella parte de aquella provincia que corria hácia el mar desde los pueblos que llamaban Lacetanos y el cabo de Creus hasta el rio Ebro; ca por el aborrecimiento que tenian á los cartagineses, de buena gana mudaban partido y alianza. La armada romana invernó cerca de Tarragona; debió ser en el puerto de Salu, el cual parece que Ruso Festo llamó Solorio, distante de aquella ciudad cuatro millas á la parte de poniente. Despues desto, el capitan romano trabó pelea con Hannon, al cual, como queda dicho, Aníbal dejó para guarda de aquellas partes. La batalla fué junto á un pueblo llamado Cisso, que entienden hoy es Sisso ó Saide, lugares conocidos por aquellas comarcas. El campo y la victoria quedó por los romanos; murieron seis mil de los enemigos, los presos llegaron á dos mil, y entre ellos fueron el mismo Hannon y Andúbal, que, como se dijo, seguia la parte de Cartago; pero diéronle en la pelea tales heridas, que dentro de pocos dias murió dellas. Asdrúbal, que avisado venia á socorrer á Hannon, como pasado el rio Ebro tuviese noticia de la rota, doblando el camino hacia la mar, mató á muchos marineros y gente naval de los romanos que halló descuidados y sin recelo de su venida; y con la misma presteza, por miedo del capitan romano, que movido de la fama de aquel hecho se apresuraba para revolver sobre él, tornó á pasar el rio Ebro, y llevó sus gentes, que eran ocho mil infantes y mil caballos, á lugares seguros. Gneio, del Ampurdan, donde despues de la huida de los cartagineses era ido, fué forzado á dar la vuelta y acudir á los pueblos llamados Ilergetes, donde está Lérida, á causa que despues de su partida, desamparada la amistad romana, se habian pasado á la de Cartago. Liegado que fué, perdonó á los demás, y contentóse con castigar en dineros á los de un pueblo llamado Atanagia, y mandarles dar mayor número de rehenes como á ciudad que tenia mas culpa, ca fuera la primera en alborotarse. Desde allí movió la vuelta de los pueblos Accitanos, que moraban cerca del rio Ebro, y se man

tenian en la amistad de los cartagineses. Otros dicen que fueron los Ausetanos, pueblos á las haldas de los Pirineos donde hoy estan las ciudades de Vique y de Girona. Lo que consta es que, puesto que tuvo sitio sobre Acete, cabecera que era de aquellos pueblos, los Lacetanos, donde está Jaca, que venian en su socorro, y de noche pretendian entrar dentro de aquella ciudad, cayeron en una celada que les pusieron, donde fueron muertos hasta doce mil dellos, y los demás para salvarse se pusieron en huida. Los cercados, perdida toda esperanza de tenerse, principalmente que Amusito, el principal dellos, secretamente se huyó á Asdrúbal, forzosamente se hobieron de entregar el dia trigésimo del cerco. Penáronlos en veinte talentos de plata; y con esto, el ejército romano fué enviado á invernar á Tarragona, y á los españoles que les seguian asimismo enviaron á sus casas. Grandes prodigios cuentan se vieron en España, Italia y Africa, por la cual causa, para aplacar la ira del cielo, se ofrecieron y renovaron los mayores y mas extraordinarios sacrificios que de costumbre tenian, en especial en Cartago, de tal manera y en tanto grado, que acudieron á la costumbre de los de Fenicia, que dejaran por largo tiempo, y conforme á ella acordaron de aplacar la deidad de Saturno con la sangre de los hijos de los mas principales; ca consideraban que en el suceso de aquella guerra, bueno ó malo, estaban en balanzas las haciendas y vidas de todos. Dicen asimismo que entre los demás mozos que se debian sacrificar, fué por el Senado señalado Aspar, hijo de Anibal, como del mas principal ciudadano de su ciudad; tal era el pago que daban á los trabajos de su padre, ó por mejor decir, todo esto es fábula compuesta para entretener al lector con la diversidad y extrañeza destas patrañas, inventadas por nuestros historiadores, que aiaden el niño fué librado de la muerte por los ruegos de su padre, que decia tenia por mejor aventurar su vida en aquella guerra que, por obedecer á aquella religion ó supersticion de su patria, derramar, en duda de ser oido, la sangre de su hijo, que mucho amaba.

CAPITULO XIII.

De la batalla que se dió junto al lago Trasimeno.

Pasado el invierno, y con levas que el cartaginés hizo de gente en lo de Génova, reparado el ejército, que quedó mal parado de las refriegas ya dichas, Anibal pasó las cumbres del monte Apenino con mayor facilidad y prosperidad que antes. Dado que en aquel viaje, al pasar las lagunas que de las crecientes del rio Arno quedaban, por causa de la mucha humedad y frio perdió el uno de los ojos, con que quedó mas feo y por el mismo caso mas fiero y espantable. Muchos hombres y bestias perecieron y casi todos los elefantes que en su hueste llevaba. Con todas estas incomodidades pasó adelante, y llegó al lago Trasimeno, que está en aquella parte de Toscana donde la ciudad de Cortona, y no lejos de la ciudad Perosa, de la cual hoy tiene el apellido, ca se llama el lago de Perosa. Corrió y taló los campos de aquella comarca con intento de irritar al cónsul Caio Flaminio, que era salido contra él, y temerariamente se iba á despeñar en su perdicion. Asentó sus reales en la campaña rasa detras de un ribazo que cerca estaba; armó otrosí una celada, en que puso

á los mallorquines y soldados ligeros; asimesmo en la angostura que hay entre los montes y el lago puso la caballería. Acudió el Cónsul con sus gentes con resolucion de dar la batalla; pero con la astucia de Aníbal, rodeados los romanos por frente y por las espaldas y como metidos en una red, fueron sin dificultad vencidos y desbaratados. Perecieron quince mil hombres del ejército romano, y otros tantos fueron presos, y el mismo Cónsul pasado con una lanza. Poco despues en la Umbria, donde ahora está Espoleto, cuatro mil caballos que, enviados por el cónsul Servilio de socorro por no saber lo que pasaba, iban sin recelo á juntarse con los demás del ejército romano, fueron muertos y destrozados por Aníbal. Y en prosecucion de la victoria, se puso sobre Espoleto, colonia y poblacion de romanos; pero como no la pudiese entrar, dió vuelta hácia los Picenos, que hoy es la Marca de Ancona, cuyos campos, que son muy buenos, corrió y taló sin piedad ninguna. Despues por los Marsos y Marrucinos rompió por la Pulla, donde se detuvo cerca de dos pueblos, llamados el uno Arpos, el otro Luceria. En el entretanto, los ciudadanos de Roma, atemorizados con pérdidas y rotas tan grandes, acudieron al postrer remedio, que fué nombrar un dictador con autoridad suprema y extraordinaria de mandar y vedar á su voluntad. Este fué Quinto Fabio Máximo; él nombró por maestro de la caballería, que era la segunda persona en autoridad, á Quinto Rufo Minucio. Miraron los libros de las Sibilas, y por su mandado votaron un verano sagrado. Demás desto, de cada una de las monedas que llamaban ases, y tenian peso de una libra de á doce onzas, batieron seis ases, cada cual del mismo valor que los antiguos, que era como de cuatro maravedís de los nuestros; estos ases, menores por esta causa de ser la sexta parte de los antiguos y de á cada dos onzas no mas, se llamaron sextantarios. Enviaron asimismo naves en España cargadas de vituallas; mas como cerca del puerto Cosano, que hoy se entiende es Orbitello, cayesen en las manos y poder de la armada cartaginesa, se vieron en necesidad de armar de nuevo y juntar bajeles de todas partes para la defensa de las marinas de Italia. Grandes apreturas eran estas; pero sin embargo, el Dictador, luego que tuvo junto un buen campo, partió la vuelta de la Pulla con intento y resolucion de entretenerse y nunca dar al enemigo lugar de venir á batalla: ardid muy saludable, con que la ferocidad y orgullo del cartaginés comenzó á enflaquecer y juntamente á sanarse las heridas recebidas por poca consideracion y demasiado brio de los caudillos pasados. Dado que no le dió mas en qué entender el enemigo que la temeridad de Minucio, contra quien le era menester contrastar, y juntamente contra el atrevimiento de los soldados y la mala voz que dél andaba, cosa que muchas veces hizo despeñar á grandes capitanes; ca todos murmuraban del recato del Dictador, y se lo atribuian á cobardía, y le ponian, como acontece, otros nombres de afrenta. En España, Asdrúbal envió con una gruesa armada á Himilcon para correr las marinas que en aquella provincia estaban á devocion de los romanos, y luego que le hobo despachado, él mismo acudió por tierra con un ejército de veinte mil hombres. El capitan romano Gneio Scipion, por no tener fuerzas bastantes para ambas partes, acordó de conservar el señorío de

« AnteriorContinuar »