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don de la contumacia é inobediencia pasada. Peche en cada un año á la Iglesia romana treinta onzas de oro en razon de tributo y feudo, como su bisabuelo, lo prometió. Con una buena armada pase en favor de la TierraSanta. A la vuelta aconseje á su madre y hermano y procure partan mano de las cosas de Sicilia. Por conclusion, publique un edicto riguroso en que mande á todos los aragoneses, soldados y caballeros, salgan de aquella isla. Cárlos de Valoes renuncie el derecho que el Papa le dió sobre el reino de Aragon. Demás desto, se añadió que el Padre Santo recibiria en su gracia al Aragonés y enviaria un prelado á quitar el entredicho que tenia puesto en todo aquel reino; al cual el rey de Aragon entregaria los rehenes que de parte del rey Cárlos de Nápoles tenia en su poder. Al concluir estos conciertos no se hallaron los embajadores de Sicilia, y esto por industria del rey de Aragon con intento que no les desbaratasen todo, ca sabia cierto no vendrian en aquellas condiciones; maña de que el rey don Jaime y toda Sicilia se agraviaron en gran manera. Quejábanse los hobiese engañado y desamparado quien mas que todos los debiera favorecer. Sin embargo, querian llevar adelante lo comenzado y poner las vidas y la sangre en la demanda antes que volver al señorío de fran-· ceses. La resolucion fué tal y tan grande, que al fin salieron con su intento. Por esta causa la esperanza que tenian de recobrar á Sicilia salió vana á los franceses; y aun la ida del rey de Aragon á la Tierra-Santa no se efectuó á causa que á la misma sazon vino nueva que Elpis, emperador de Egipto, y su hijo Melesaite con un cerco muy apretado que pusieron sobre Ptolemaide, ciudad que solo quedaba allí en poder de cristianos, la combatieron de suerte, que la entraron por fuerza, y todos los moradores y soldados pasaron á cuchillo, los edificios al tanto los abatieron por tierra hasta no dejar rastro ni señal alguna de ciudad. Este fué el remate de la guerra sagrada y de aquella empresa de la TierraSanta. Tal fué la voluntad de Dios. La pereza y poquedad de los fieles vergonzosa acarreó esta mengua y daño. Viéronse segunda vez los reyes el de Aragon y el de Nápoles en Junquera; tornaron á tratar de la paz, á que el uno y el otro mucho se inclinaban por estar cansados de los trabajos pasados y temerosos de lo por venir. Por esta causa luego que se despidió esta junta, el rey Carlos casó su hija mayor, llamada Clemencia, con Carlos de Valoes, y por dote el condado de Anjou y el estado de Maine; con tal condicion empero que partiese mano de la pretension de Aragon. Estaba al tanto muy resuelto el rey de Aragon en cumplir todo lo puesto y concertado, cuando la muerte, muy fuera de lo que pensaba, le atajó los pasos, que le sobrevino en Barcelona en sazon que se aprestaba para hacer traer á doña Leonor, su esposa, y todo andaba lleno de fiestas y contento. Falleció en la flor de su juventud en edad de veinte y siete años á 18 dias del mes de junio. Si tuviera mas larga vida fuera muy señalado príncipe, conforme á las grandes muestras que daba de valor y de virtud. Ante todas cosas merece ser alabado por mostrar, como mostró, la paz al mundo, bien que no se la pudo dar. Su cuerpo enterraron en el monasterio de San Francisco de aquella ciudad y en el hábito de la misma órden. Las exequias y honras, como era razon, con grande aparato y muy solemnes.

CAPITULO XV.

Cómo los tres reyes de España emparentaron entre si. Con el aviso de la muerte del rey de Aragon, porque no dejaba hijos su hermano don Jaime, luego desde Sicilia acudió y vino á Aragon á tomar posesion de aquel reino que le pertenecia, así por el derecho de parentesco como por el testamento de su hermano, ca le nombró por su sucesor. Así, sin contradiccion en Zaragoza, á 24 dias del mes de setiembre, fué ungido y coronado en la iglesia de San Salvador con las ceremonias acostumbradas. Tocante al testamento de su hermano, en que dejaba por heredero del reino de Sicilia á don Fadrique, su hermano menor, no quiso pasar por esta cláusula ni consentir que saliese de su poder el reino que los sicilianos le dieron con mucha voluntad y á instancia de su mismo padre. Pretendian á la misma sazon su amistad don Alonso de la Cerda, que presente se halló, y el rey don Sancho por sus embajadores, ambos con muchas veras. En esta competencia pareció inclinarse mas el Aragonés á la parte de don Sancho, y aficionarse mas á la fortuna que á la justicia de las partes, sin memoria de la voluntad que su padre y hermano mostraron en aquel caso. A la verdad las fuerzas de los Cerdas, que con presteza y calor por ventura prevalecieran, con la tardanza estaban flacas; las del bando contrario de cada dia se acrecenta➡ ban mas y prevalecian, mayormente despues que don Juan Nuñez de Lara, por industria de la Reina, como ya se dijo, trocó parecer y partido; tanto mas, que en aquel mismo tiempo el rey don Sancho, puesta su alianza y amistad cou Portugal, concertó á don Fernando, su hijo mayor y heredero de sus estados, con doña Costanza, hija del Portugués. Para seguridad de que se efectuaria el casamiento entregó algunos castillos y villas de Castilla para que hasta tanto que se celebrase estuviesen como en tercería. Asentaron pues los reyes de Aragon y Castilla su amistad por medio de sus embajadores; y para que fuese mas firme acordaron de verse en Montagudo, villa á propósito para esta habla por estar á la raya de los dos reinos. Allí á 29 de noviembre se concertaron los reyes de tai guisa, que los mismos tuviesen por amigos y por enemigos, y que en ninguno de los dos reinos se diese acogida, favor ni ayuda á los forajidos del otro, antes los entregasen á su señor. Demás desto, porque á la sazon el rey de Marruecos, sin embargo de las treguas, tenia cercada á Beja, pueblo que algunos tienen que Ptolemeo y Tito Livio llaman Bigerra en la comarca de los bastetanos, en particular se acordó que para ayuda de aquella guerra, si fuese necesario, acudiese el Aragonés con veinte galeras. Para que todo fuese mas firme concertaron que doña Isabel, hija del de Castilla, si bien no pasaba de nueve años, casase con el de Aragon. Los desposorios se celebraron en Soria á 1.o de diciembre, y la niña fué entregada en poder de su esposo con esperanza de alcanzar dispensacion sobre el parentesco de los novios; la priesa que los reyes tenian no sufria mas dilacion. Celebrados los desposorios, los reyes pasaron á Calatayud; allí se hicieron grandes regocijos, fiestas y convites. Hobo justas y torneos, en que Rugier Lauria, que en compañía del rey de Aragon era venido desde Sicilia, se señaló entre todos y se aventajó por la gran destreza

que tenia en las armas. Los grandes de Aragon desde los años pasados andaban alborotados, así entre sí como contra los reyes, en tanto grado, que pretendieron reformar los gastos de la casa real en tiempo del rey don Alonso, y porfiaban en hacer mudar las leyes y magistrados y dar una nueva traza en el gobierno. Todas estas porfías eran demasiadas, como sea verdad que así la libertad como el señorío y mando tienen su tasa y medida no menos que las demás cosas del mundo. Estos caballeros por medio del rey don Sancho se reconciliaron y alcanzaron perdon de lo pasado. Los reyes se despidieron á la salida del año, cuando el rey Bárbaro, alzado el cerco que tenia puesto, dió la vuelta para Africa por recelo de una grande armada que Benito Zacarías aprestaba en la costa de Galicia, demás que la villa por su fortaleza y por el valor de los nuestros hacia grande resistencia. Con tantas cosas como en un tiempo se acabaron tornó la paz á España despues de tan largo tiempo y quedaron apaciguados los enemigos domésticos y extraños. Solo don Juan de Lara no sabia sosegar, y parece que maquinaba novedades; ni se fiaba del Rey ni del todo dejaba las armas; por lo cual la guerra se volvió contra él, y por fuerza le quitaron á Moya y Cañete, pueblos de que el Rey le hizo merced cuando se tornó de Aragon y se concertó el casamiento de su hijo. Don Juan, desconfiado de sus fuerzas y por no quedar en España á quien acudir á causa de los conciertos pasados, se fué desterrado á Francia. En su seguimiento partió luego don Gonzalo, arzobispo de Toledo, enviado por embajador del rey don Sancho para aplacar aquel Rey y prevenille que por medio de don Juan y por sus siniestras informaciones no diese lugar á que se enturbiase la amistad antigua. En particular llevaba órden de dar razon de la concordia que se asentara con los aragoneses; que dijese fué pura necesidad para sosegar á los suyos y excusar las guerras civiles que de nuevo amenazaban. Respondió á esto el Francés que no recibia desgusto, antes que su hermano Cárlos renunciaria de voluntad el derecho que tenia al reino de Aragon, á tal que por su medio el Aragonés restituyese la isla de Sicilia á la Iglesia romana. Entre tanto que esto pasaba, al principio del año de 1292 el almirante de Castilla, Benito Zacarías, peleó en la costa de Africa con veinte galeras de moros, desbaratólas y tomó Jas trece. Esta pérdida desbarató el propósito que el de Marruecos tenia de pasar de nuevo en España con grandes gentes que para este efecto tenia juntas en Tánger. Convidó asimismo al rey don Sancho esta victoria para que se pusiese con su gente sobre Tarifa, que despues de un largo cerco ganó á 21 de setiembre. El rey de Portugal, dado que sobre ello le hicieron instancia, no envió algun socorro para aquella empresa por razones que debió tener bastantes. La reina de Castilla, á la sazon en Sevilla, parió un hijo, que se llamó don Filipe. Tomada que fué Tarifa, primero quedó en ella por gobernador don Rodrigo, maestre de Calatrava; despues Alonso Perez de Guzman se ofreció de defender aquella plaza con solo que le diesen la tercera parte de lo que á otros se solia dar. Era rico de dinero, que tenia allegado, no solo en España, sino en Africa, en el tiempo que sirvió al rey de Marruecos en muchas guerras contra otros moros. Con el dinero compró muchos lugares en el Andalucía, y los encorporó en el estado que le

dejó su padre de Sanlúcar de Barrameda. Hacia otrosí grandes limosnas, por donde le dieron sobrenombre de Bueno, título que mantienen los de su casa, mas ilustre que los que otros príncipes toman con soberbia y arrogancia. Deste caballero descienden los duques de Medina Sidonia, señores de los principales de España, así en renta como en vasallos y nobleza. Tuvo don Alonso un hijo, llamado don Juan, y un nieto del mismo nombre, que casó con doña Beatriz, hija bastarda del rey don Enrique el Segundo. Dióle en dote la villa de Niebla con título de conde, por lo cual á su hijo y heredero en aquel estado llamó don Enrique. A este sucedió don Juan, su hijo, el que por merced del rey don Enrique el Cuarto se intituló duque de Medina Sidonia. Don Juan tuvo un hijo, llamado don Enrique, y un nieto, que se llamó don Juan, al cual el rey don Fernando el Católico dió el marquesado de Casasa en recompensa del trabajo y diligencia que puso en la conquista de la ciudad de Melilla y castillo de Casasa en la costa de Africa. A este don Juan sucedieron dos hijos que dejó, uno en pos de otro, es á saber, don Alonso, que no tuvo muy entero juicio, y despues dél don Juan, cuyo hijo mayor, que tenia el mismo nombre, murió en vida de su padre; por esta razon al dicho don Juan en nuestros dias sucedió un nieto suyo, por nombre don Alonso, que hoy dia vive y tiene aquel estado. Esto cuanto á los señores y duques de Médina Sidonia. Volvamos con nuestro cuento á los reyes.

CAPITULO XVI.

De la muerte del rey don Sancho.

Con gran cuidado y diligencia procuraban á un mismo tiempo componer las diferencias entre Francia y Aragon y concertar aquellos príncipes, por una parte el papa Nicolao IV, y por otra el rey de Castilla don Sancho. Envió el Pontífice á Aragon sobre el caso á Bonifacio Calamandra, caballero de San Juan; la muerte atajó sus intentos, que fué á 4 de abril. Grave daño y el mayor, que por diferencias que resultaron entre los cardenales estuvo aquella silla vaca mas de dos años. Suplió la falta que el Pontífice hizo, cuanto á las cosas de Aragon, la buena diligencia del rey don Sancho, que movido por la buena respuesta que le dió el rey de Francia, envió á convidar al rey de Aragon que se llegase á Guadalajara, ca esperaba otorgaria con lo que le pidiese. Tratose allí de las condiciones de la paz; no se concluyó por entonces cosa alguna, solo acordaron que de nuevo se viesen. Señalaron para la habla la ciudad de Logroño. Convidaron otrosí á Cárlos, rey de Nápoles, para que se hallase en la junta y terciase. Al cual en esta sazon el Aragonés, conforme á lo que su hermano asentó, restituyó sus hijos, que tenia en rehenes. No vino Cárlos; la causa no se sabe; pero el año próximo siguiente 1293, los reyes de Castilla y Aragon se juntaron en Logroño. En aquella junta nacieron entre ellos nuevas sospechas; este fué el fruto de la habla. El suegro trataba á su yerno muy ásperamente y-encaminaba como artero las cosas á su provecho y comodidad. Dende aquel tiempo el rey de Aragon comenzó á tener poca aficion á doña Isabel, su esposa, y poner los ojos en otro nuevo casamiento. Era menester algun color; achacaba el deudo en que el Papa aun no habia

dispensado. Pasó el negocio á que por medio y á instancia de Calamandra se vino á ver con Cárlos, rey de Nápoles, en Junquera. En esta junta trataron de sus haciendas y de emparentar, todo con mucho secreto porque no se divulgase. El tiempo, que descubre las puridades, dió á entender que sus vistas se enderezaron sobre la restitucion de Sicilia y sobre casarse de nuevo el rey de Aragon con Blanca, hija del rey Cárlos. Esto fué en sazon que en Castilla el rey don Sancho por un su privilegio dado en Valladolid, que hoy está entre los papeles de la iglesia de Toledo, otorga haya escuelas en Alcalá de Henares con las mismas prerogativas que la Universidad de Valladolid. Asimismo por muerte de doña Isabel, mujer de don Juan de Lara, el mozo, el señorío de Molina recayó en poder de los reyes como deudos mas cercanos. Don Juan de Lara, el mozo, ó por el sentimiento de la pérdida de aquel estado, ó por imitar la inconstancia y ejemplo de su padre, y juntamente con él el infante don Juan, hermano del Rey, habido su acuerdo de consuno, comenzaron á alborotarse. El Rey, como sagaz, con intento de atajar la guerra que amenazaba, si aquellos desgustos pasaban adelante, procuró de ablandallos y sosegallos con tanto cuidado, que en breve tiempo se amansó aquella tempestad. Don Juan de Lara y su padre, que por este tiempo volvió de Francia, se reconciliaron con su Rey y mostraron mudar propósito. El infante don Juan, hermano del Rey, en Portugal, do se retiró, junto con Juan Alonso de Alburquerque hacian correrías por la campaña de Leon. Envió el Rey á don Juan de Lara, el viejo, con gente para que los reprimiese; que con estos halagos y hacer dél confianza pretendia finalmente le fuese fiel, y que con la destreza de su ingenio y maña apaciguase aquellos movimientos. Sucedió al revés la traza, porque fué vencido en una refriega y vino en poder de los enemigos. Desde allí, puesto que fué en libertad, se vino para el Rey, que estaba en Toro muy regocijado, porque le nació á la sazon una hija en aquella ciudad, que se llamó doña Beatriz. Corria nueva que el rey de Granada trataba de hacer guerra y que el rey de Marruecos queria tornar á pasar en España; envió el Rey á don Juan de Lara con sus dos hijos, don Juan y don Nuño, á las fronteras del Andalucía. Todo este aparato se deshizo á causa que los reyes moros se estuvieron sosegados y don Juan de Lara, capitan de nuestra gente, murió en Córdoba en aquel mismo tiempo. Sosegada esta tormenta, levantó de nuevo otra el infante don Juan, hermano del Rey, al cual como quier que el rey de Portugal, por no dar muestra con tenelle en su tierra queria perturbar la paz, mandase salir de su reino, en una nave se pasó á Tánger. El rey de Marruecos, por pensar era á propósito su venida para por su medio hacer guerra á España, despues de recebille muy cortesmente y tratalle con grande honra y regalo, le envió con cinco mil jinetes á combatir á Tarifa. Pasó pues en España y combatió aquella plaza con grande porfía y con todos los ingenios que se puede pensar. Los de dentro, confiados en las buenas murallas y animados por su caudillo y cabeza Alonso Perez de Guzman, resistian con valor y ánimo. Aconteció que un solo hijo que este caballero tenia vino á poder del Infante y de los moros; sácanle á vista de los cercados, amenazan si no se rinden de degollalle. No se mudó el padre por aquel lastimoso es

pectáculo, antes decia que cien hijos que tuviera era justo aventurallos todos por no mancillar su honra con hecho tan feo como rendir la plaza que tenia encomendada. A las palabras añade obras. Echales desde el adarve una espada con que ejecutasen su saña, si tanto les importaba. Esto hecho, se fué á yantar. Desde á poco dió la vuelta por el grande alarido que levantaron los soldados por ver degollar delante sus ojos aquel niño inocente, que fué extraño caso y crueldad mas que de bárbaros. Hizo mas atroz el caso ejecutarse por mandado del infante don Juan. Acudió pues el padre á ver lo que era, y sabida la causa, dijo con mesurado semblante: «Cuidaba que los enemigos habian entrado la ciudad »; y con tanto se volvió á comer con su mujer sin dar muestra alguna de ánimo alterado. En tanto grado pudo aquel caballero enfrenar el afecto paterno y las lágrimas; digno de ser comparado con los varones entre los antiguos mas señalados. Considerado esto, los bárbaros, que por ningunas artes ni fuerza podria ser vencido el que por amor de su único hijo no quiso torcer un punto ni apartarse del deber, desconfiados de la victoria se volvieron á Africa; demás que de su voluntad restituyeron al rey de Granada la ciudad de Algecira con gran contento de los nuestros, que se recelaban de aquella entrada y paso que los de Africa tenian, podria resultar algun grave daño de España. Por este tiempo, puesto en libertad, aportó á España el infante don Enrique, tio del rey don Sancho, que muchos años estuvo preso en Nápoles. Holgó el Rey mucho con él, y juntos se fueron desde Búrgos á Vizcaya contra Diego Lopez de Haro, que con ayuda de Aragon pretendia recobrar aquella provincia. Apaciguados aquellos movimientos y echado don Diego de aquella tierra, se tornaron á Valladolid, y desde allí á Alcalá de Henáres. Allí llegó la nueva al Rey de lo sucedido en Tarifa, por lo cual el mes de enero del año de 1295 escribió á Alonso Perez de Guzman una carta en que alaba mucho su constancia y su lealtad, pues por ella pospuso la salud y vida de su hijo; compárale al santo Abraham, y el sobrenombre de Bueno que por sus virtudes y favor de la gente ganara, manda se le ponga entre sus títulos y se lo llamen; promete de gratificar tantos servicios y tantos trabajos; convídale á que le venga á ver, que su vista le dará gran contento; que él, por estar impedido de enfermedad, no lo podia hacer, puesto que mucho lo deseaba. Esta carta original conservan los duques de Medina Sidonia para memoria y en testimonio de la fe y lealtad de sus antepasados; tesoro de mas estima que el oro y las perlas de Levante. Tres meses despues desto, á 25 dias del mes de abril, el Rey, recebidos los sacramentos, falleció en la ciudad de Toledo. Sobrevínole en Alcalá la dolencia de que finó; por ver si mejoraria se hizo llevar en hombros á Toledo con gente que de trecho en trecho se mudaba; poco prestó la mudanza del cielo y del aire. Reinó once años y cuatro dias. Fué igual á los príncipes mas señalados en fortaleza, justicia y prudencia; grandemente astuto y sagaz; en muchas cosas y en muchas partes dejó rastros y muestras de crueldad, falta que le hizo odioso á los presentes, y su memoria poco agradable á los de adelante. Declaró por su sucesor á su hijo don Fernando, el cuarto deste nombre, y señaló á la Reina por su tutora y para el gobierno del reino, sin embargo que no

era su legítima mujer por el impedimento del parentesco, en que nunca se dispensó. Despues de la Reina mandó que tuviese el segundo lugar en todo don Juan de Lara, cláusula que puso contra su voluntad por acordarse de las revueltas pasadas; pero era forzoso ganalle con hacer dél confianza y aplacalle con buenas obras como quien echaba bien de ver cuántos males amenazaban al reino por su muerte. Su cuerpo fué sepultado en aquella ciudad en la capilla real, que en aquel tiempo estaba detrás del altar mayor. Enterróle y dijo la misa el arzobispo don Gonzalo; las honras fueron muy solemnes, grandes alabanzas se dijeron del defunto. Sin duda tuvo valor para sobrepujar la fuerza de una recia tempestad y hacer rostro á la fortuna; y que si bien su derecho para la corona no era muy cierto y que los pareceres no se conformaban con las armas, en que al fin suele consistir el derecho de reinar, aseguró el reino para sí y para sus descendientes. En tiempo del rey don Sancho florecieron dos juristas muy famosos, Guillen Galvan, en Aragon, y en Castilla García Hispano, que compuso comentarios sobre las epístolas decretales.

CAPITULO XVII.

Cómo alzaron á don Fadrique por rey de Sicilia. Tenia á la sazon la silla de san Pedro Bonifacio VIII, sucesor de Celestino V, aquel que traido del yermo por voto de todos los cardenales y puesto en el gobierno de la Iglesia, como el peso fuese mayor que sus fuerzas, á cabo de seis meses despues que entró en el pontificado voluntariamente le renunció, ejemplo de que los venideros se maravillasen, todos le alabasen, y ninguno le imitase. Tanto mas digno de reprehension fué su sucesor, que tornándose al yermo para gozar de la acostumbrada soledad, le estorbó su camino y le hizo poner en prision. Recelábase no se levantase algun alboroto á causa que muchos no tenian por válida ni legal aquella renunciacion; murió en la prision año y medio adelante. Canonizóle el papa Clemente V y púsole en el número de los santos. Lo mismo este presente año hizo tambien Bonifacio de san Luis, rey de Francia. Hay un elogio de Petrarca en el libro segundo de la Vida Solitaria en alabanza del papa Celestino por estas palabras: «¿Quién, dice, hobo jamás de tan admirable corazon, que menospreciase el papado? La mas alta dignidad que hay en la tierra, cosa tan deseada y tan admirable, que quieren decir que este nombre de papa se deriva de pape, palabra de admiracion en latin. ¿Quién jamás, en especial desque comenzó á ser tenido en tanta estima, hizo tan poco caso del como Celestino? Aquel Celestino digo que con tanta codicia apetecia el antiguo nombre y lugar de ermitaño y la mansa pobreza, amiga de las buenas costumbres. A muchos oí que contaban habelle visto huir con tanto gozo y con tales muestras de alegría espiritual, que daba con los ojos y con todo el rostro, cuando salido del consistorio finalmente vuelto en sí se vió libre, como si verdaderamente no hobiera librado sus hombros de un liviano peso, sino su cuello de un cruel alfanje.»> Hasta aquí Petrarca. Por la buena maña de Bonifacio, que era muy ejercitado en negocios, de muchas letras y doctrina, lo que tantas veces se habia intentado en

vano, se concertó la paz entre los aragoneses y franceses. En Anagni para concluirlo se juntaron con el Papa Cárlos, rey de Nápoles, y los embajadores de Francia y Aragon, personajes de gran cuenta. Las capitulaciones fueron estas: Blanca, hija del rey de Nápoles, case con el rey de Aragon; lleve en dote setenta mil libras de plata; Sicilia y todo lo demás de que los aragoneses están apoderados en Calabria vuelva y se restituya á la Iglesia romana; si los sicilianos no vinieren en este asiento, el rey de Aragon acuda con tanto número de gente para sujetallos cuanto los jueces árbitros señalaren'; Cárlos de Valoes renuncie el derecho que pretende á la corona de Aragon; el Pontífice quite el entredicho y censuras á todos los que por razon destas diferencias están en ellas enlazados; los rehenes se pongan en libertad. Tratóse del rey de Mallorca, y á grande instancia del Pontifice y del rey de Francia se alcanzó que fuese restituido en su reino. Esto fué lo que se dijo en público; de secreto el Pontífice dió intencion al rey de Aragon de entregalle las islas de Cerdeña y Córcega, que por estar y caer mas cerca de España eran muy á propósito para las cosas de Aragon. Hay hoy dia bula de Bonifacio sobre este concierto, su data á 27 de junio. Esta nueva, luego que se publicó por la fama, hinchó de alegría todas las demás partes de la cristiandad; solo á los sicilianos fué muy pesada, ca tenian por lo último de los males tornar al señorío de franceses. El mismo infante don Fadrique, á quien el Rey, su hermano, cuando se partió dejó el gobierno de Sicilia, y con él Rugier Lauria, Juan Prochita y Manfredo Lanza, todos caballeros principales, por mandallo así el Pontífice y por el cuidado en que aquellas capitulaciones los tenian puestos, fueron á hacelle reverencia en una armada que aportó á las marinas de Roma. Promeţia el Pontífice á don Fadrique de casalle con Catalina, hija de Filipo y nieta de Balduino, emperador que fué de Constantinopla, con tal que no contradijese á lo que tenian asentado; y en dote le ofrecian el imperio de Grecia, que pensaban recobrar todos juntos con sus armas y poder. No era este partido de desechar, si las obras se conformaran con las palabras. El rey de Aragon, desque una y segunda vez fué requerido por los sicilianos no los desamparase en aquel aprieto, como no les acudiese por el deseo que tenia de la paz y por parecelle no era lícito hacello, finalmente en la ciudad de Palermo sobre esta razon juntaron Cortes generales, en que alzaron los estandartes de aquel reino por el infante don Fadrique. Sin embargo, don Jaime, su hermano, casó con la nueva esposa; las bodas se celebraron en Villabeltran por el mes de octubre. Doña Isabel, con quien antes se desposara, fué enviada á Castilla. Publicóse un edicto en que mandó á los soldados aragoneses y á los caballeros que en Sicilia se ha llaban la desamparasen y volviesen á sus casas. Desta manera vinieron á tener alegre y agradable remate aquellos principios de cosas tan grandes y aquellas alteraciones, que tanto tiempo duraron. Volvió la paz á Aragon, y no se perdió de todo punto el reino de Sicilia, contra la cual claramente se armaba una nueva tempestad de guerra. Los navarros sosegaban debajo el señorío de Francia; tenian por su virey á Hugon Confluencio, francés de nacion y mariscal de Campaña en Francia. Los gobiernos y tenencias de las ciudades

y castillos de aquel reino se daban indiferentemente á personas de ambas naciones, navarros y franceses, lo que era algun alivio para que la gente de la tierra disi

mulase el disgusto que tenian concebido en suspechos, pues aunque eran señoreados y gobernados por extraños, no usurpaban para sí todas las honras y cargos.

LIBRO DÉCIMOQUINTO.

CAPITULO PRIMERO.

De nuevos alborotos que sucedieron en Castilla.

EN Castilla no podian las cosas tener sosiego: los nobles divididos en parcialidades, cada cual se tomaba tanta mano en el gobierno y pretendia tener tanta autoridad cuantas eran sus fuerzas. El pueblo, como sin gobernalle, temeroso, descuidado, deseoso de cosas nuevas, conforme al vicio de nuestra naturaleza, que siempre piensa será mejor lo que está por venir que lo presente. Cualquier hombre inquieto tenia grande ocasion para revolvello todo, como acontece en las discordias civiles. Por las ciudades, villas y lugares, en poblados y despoblados cometian a cada paso mil maldades, robos, latrocinios y muertes, quién con deseo de vengarse de sus enemigos, quién por codicia, que se suele ordinariamente acompañar con crueldad. Quebrantaban las casas, saqueaban los bienes, robaban los ganados, todo andaba lleno de tristeza y llanto, miserable avenida de males y daños. La Reina era menospreciada por ser mujer; el Rey por su tierna edad no tenia autoridad ni fuerzas, puesto que luego el siguiente dia despues que su padre falleció en Toledo le alzaron por rey con todo aquel homenaje y ceremonias que se suelen hacer á los principes. La Reina mandó Juego franquear la gente de cierta imposicion puesta sobre los mantenimientos, que los españoles llaman sisa, la cual imposicion fué harta parte para la mala satisfacion y desgusto que todos tenian contra su marido el rey don Sancho. Con este regalo se amansó el pueblo, y fué causa que se mostrase constante en la fe y lealtad que juraron, si bien los príncipes comarcanos por su gran codicia y ambicion casi todos estaban con las armas punto para correr á la presa, sin que hobiese quien se lo estorbase, Ocasiones y títulos para mover la guerra no les podian faltar en tiempos tan revueltos y desasosegados. Juan Nuñez de Lara, que quedó mas obligado á guardar lealtad, conforme á su natural inconstancia, claramente inclinaba á favorecer á los enemigos. Acordábase que en tiempo del rey don Sancho corrió riesgo de la vida; esto y la esperanza de acrecentar á rio vuelto su estado y cobrar las villas que los dias pasados le quitaron le convidaban á ser parte en las revueltas. El infante don Enrique, por su larga prision mas mal acondicionado y desabrido de lo que de suyo era, inconstante y usado á malas mañas, como tal pretendia apoderarse del gobierno. Teníase por agraviado del Rey porque en su testamento no hizo dél mencion ni le encomendó alguna parte de las cosas. Con esta pretension en Berlanga lo primero tuvo particulares juntas, poco despues divulgada la fama,

muchos lugares de aquella comarca se le allegaron; en particular la real ciudad de Burgos mas que todos favorecia estas sus pretensiones. Por este mismo respeto se juntaron de todo el reino Cortes en Valladolid, en que los nobles se mostraron tan de parte de don Enrique, que aunque el Rey y la Reina acudieron para hallarse presentes, no les dieron entrada en la villa hasta ya tarde y haciéndoles dejar su acompañamiento y cortesanos para tener mas libertad de determinar lo que les pluguese. Acordóse en aquellas Cortes que don Enrique tuviese el gobierno del reino; el cuidado de criar al Rey se quedó á la Reina, y sin embargo, todos los presentes de nuevo hicieron pleito homenaje al niño Rey. Dejó el rey don Sancho en su testamento á su hijo el infante don Enrique el señorío de Vizcaya como adquirido por las armas. Diego Lopez de Haro por la parte de Navarra entró con grande furia en aquella provincia, y se apoderó de todos los pueblos della, parte por fuerza, parte por voluntad, fuera de Balmaseda y Orduña. Favorecian estas pretensiones de don Diego de Haro los hermanos Laras, porque sin acordarse de los antiguos bandos y diferencias que solian teuer entre sí estos dos linajes, se hicieron á una en odio de don Enrique, ca les pesaba en el alma le encargasen el gobierno del reino, alterado en esta parte el testamento del rey don Sancho y contra su voluntad. El infante don Juan, tio del Rey, desde Africa, donde hasta esta sazon se detuvo, dió la vuelta á Granada para pretender el reino de Castilla. Parecíale seguia en esto el ejemplo del rey don Sancho, su hermano, y aun se le aventajaba en el derecho á causa que el nuevo rey don Fernando no era nacido de legítimo matrimonio. Fué cosa maravillosa los muchos que por esta causa se alborotaron, con que tuvo comodidad de apoderarse de Alcántara y algunos otros lugares á la raya de Portugal. El rey Dionisio de Portugal le favorecia, y estaba declarado por su parte, tanto, que al tiempo que se hacian las Cortes en Valladolid envió por sus reyes de armas á denunciar la guerra á Castilla. Gran miedo se mostraba por todas partes, grandes revueltas y tempestades de guerras. Todos empero estos trabajos se pudieran disimular, si como nunca las desgracias paran en poco, no se levantara otro mayor torbellino por la parte de Aragon. En Bordalua, que es en el distrito de Hariza, se juntaron el rey de Aragon y don Alonso de la Cerda, que se intitulaba rey de Castilla y de Leon. Hicieron allí sus conciertos á 21 de enero, año del Señor de 1296. Las capitulaciones fueron estas: que juntasen sus fuerzas para que don Alonso recobrase el reino de su abuelo; el reino de Murcia se diese al rey de Aragon; al infante don Juan el reino de Leon, Galicia У Sevilla; la ciudad

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