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llevaba alguna esperanza de poderlos concertar, pues se comenzaba á hablar en condiciones. El rey de Aragon, oida la demanda, se excusaba y acusaba al enemigo, como es ordinario. Decia que el de Castilla fué el primero que sin justa causa movió la guerra; que no era cosa razonable ni se podia sufrir le pidiese y él diese lo que heredó de sus padres y abuelos; ni tampoco á él le seria bien contado si menoscabase ó enajenase parte alguna de sus reinos. Que este pleito en otro tiempo se litigó ante jueces árbitros, y oidas las partes, pronunciaron sentencia en favor de Aragon. Sin embargo, para mayor satisfaccion y dar á todo el mundo á entender şu justicia, él dejaria esta causa de nuevo en las manos del Padre Santo. Gastábase el tiempo en demandas y respuestas sin concluirse nada. Era lástima grande ver cómo estas dos nobles naciones corrian furiosamente á su perdicion, sin que nadie los pudiese reparar ni poner en paz ni fuese siquiera parte para hacelles sobreseer la guerra con algunas treguas. Si hablaban en ellas, el rey de Castilla se excusaba con las grandes expensas y gastos hechos en juntar una gruesa armada que tenia á la cola y aprestada para acometer las tierras maritimas de Aragon.

CAPITULO III.

Que la armada de Castilla hizo guerra en la costa de Aragon.

Dejadas pues las pláticas de paz, volvió á encruelecerse la guerra, renováronse las muertes y crecieron los odios. El rey de Castilla, estando en Almazan, procedió contra el infante don Fernando y contra los dos hermanos don Enrique y don Tello; y aunque ausentes, por sentencia que pronunció contra ellos los declaró por rebeldes y enemigos de la patria. Con esto se acabó de perder la poca esperanza que les restaba de que se podrian concordar, mayormente que el Rey hizo matar en la prision á la reina doña Leonor; hecho. sin duda cruel y detestable, puesto que fuera muy culpada y mereciera muchas muertes. Tanto mayor inhumanidad y fiereza lavar la culpa de los hijos con la sangre de su madre, sin tener respeto á que era mujer, reina y tia suya. Doña Juana y doña Isabel de Lara, hermanas y señoras de Vizcaya, le fueron compañeras en este último trabajo. Doña Juana fué llevada á Sevilla, donde pocos dias despues la hizo morir; á doña Isabel la mandó llevar con la reina doña Blanca, que en el mismo tiempo =la hizo pasar del castillo de Sigüenza, en que la tenia presa, á Jerez de la Frontera, que fué dilatar la muerte de ambas por pocos dias. La culpa de sus maridos, don Tello y don Juan de Aragon, descargó sobre las que en nada le erraron; así iban los temporales. Estaba el corazon del Rey tan duro y obstinado, que ningun motivo, por tierno y miserable que fuese, era poderoso para hacerle enternecer ó ablandar; parecia que le cegaba la divina justicia para que no huyese el cuchillo de su ira, que tenia ya levantado para descargalle sobre su cruel cabeza. Con todo eso no dejaba de importunar con ruegos y plegarias á los santos patrones del reino que Dios tenia ya para otro guardado. Hacia estos votos al tiempo que se queria embarcar en la armada que tenia aprestada en Sevilla, en que se contaban cuarenta y una galeras y ochenta naves tan bien bastecidas y municionadas y con tanta caballería y gente de guerra, que

era para poderse con ella intentar cualquier grande empresa. Defendieron esta vez el reino de Aragon y le libraron los ángeles de su guarda y la concordia grande que hobo entre los aragoneses. Fueron adelante siete galeras á las islas de Mallorca y Menorca, descubrieron en el camino una gran carraca de venecianos, y la tomaron, no con otro mejor derecho, sino porque se puso en defensa. Llevada á Cartagena, para que del todo este agravio no tuviese excusa ni descargo, el codicioso y hambriento Rey le tomó muchas y muy ricas mercadurías de que venia cargada. El resto de la armada fué sobre Guardamar, y ganó la villa y castillo por combate. Desampararon los aragoneses á Alicante por no se sentir con las fuerzas y municiones que eran menester para poder defender aquella plaza. Iban en esta flota con el Rey el almirante don Gil Bocanegra, el maestre de Calatrava y Diego Gonzalez, hijo del maestre de Alcántara don Gonzalo Martinez, y otros muchos grandes y señores de todo el reino. Don Gutierre de Toledo, prior de San Juan, quedó para con buen número de caballeros y soldados guardar estos pueblos que se ganaron; con lo demás de la armada se fué el Rey á Tortosa; salió el Cardenal legado de aquella ciudad, y se vió con él en su galera á la boca del rio Ebro. Dióle un tiento para el negocio de la paz, que fué tan sin fruto como las veces pasadas. De allí se fué la vuelta de Barcelona, surgió en aquella playa en 19 dias del mes de mayo. Halló en ella doce galeras de Aragon, acometió por dos veces á tomallas, no lo pudo hacer ni dañallas mucho por estar muy llegadas á la tierra, con que los ciudadanos con grande gallardía las defendieron. Burlado pues de su intento, partió con la flota para las islas que por allí caen, aportó á la de Ibiza; un lugar que tiene del mismo nombre, aunque fué reciamente combatido con tiros y máquinas de guerra, por estar en un sitio muy fuerte, no pudo ser tomado. En el entre tanto el rey de Aragon juntó con mucha presteza una armada de cuarenta galeras de los puertos mas cercanos á Barcelona, pasó con ella á Mallorca con deliberacion de pelear con la armada de Castilla. En esta isla se quedó el dicho Rey por grandes importunaciones de sus caballeros, que le suplicaron no quisiese arriscar su persona y con ella el bien y salud del reino ni ponello todo al riesgo y trance de una batalla. Movido con sus ruegos, envió á Bernardo de Cabrera, su almirante, y al vizconde de Cardona con órden que peleasen con la flota del enemigo, que con estas nuevas, levantado de sobre Ibiza, era ido á Calpe con la misma resolucion de pelear. La armada de Aragon se entró en la boca del rio que desagua en el mar junto á Denia; pienso es el rio Júcar, que corre por aquella comarca. Ambas flotas daban muestra de tener gran deseo de la batalla; el recelo era no menor; así quedó por todos el venir á las manos. Con esto se fué en humo todo aquel ruido y asonadas de guerra tan bravas. El Aragonés se recogió á Barcelona en 29 dias de agosto. El rey de Castilla dende Cartagena envió su armada á Sevilla, y él se partió por tierra á Tordesillas por ver á doña María de Padilla, que en aquella villa le parió un hijo, por nombre don Alonso. El contento que el Rey tuvo por su nacimiento, muy grande, le duró muy poco, y se le volvió en pesar con su temprana muerte. A don Garci Alvarez de Toledo, que ya era maestre de Santiago despues de la muerte de

rey de Aragon; entre los demás fueron Diego Perez Sarmiento, adelantado mayor de Castilla, y Pedro de Velascó, no menos noble y rico que el Adelantado. Andaban las pláticas de la paz, pero ni en Tudela ni en Saduna, donde poco despues se volvieron á juntar los comisarios para tratar de las paces, no se concluyó ni hizo nada. Los aragoneses con los buenos sucesos se hallaban mas animados; el rey de Castilla con las pérdidas y desastres aun no perdia del todo su primera fiereza, no obstante que por faltarle tantos amparos y amigos, andaba dudoso sin saber á qué parte se arrimar. Vacilaba entre los pensamientos de paz y de la guerra, no sabia de quién fiarse; así cada dia mudaba los capitanes y otros oficiales. En este miserable estado se hallaba este Rey, bien merecido por su sangrienta y terrible condicion.

CAPITULO IV.

De la muerte de la reina doña Blanca,

don Fadrique, le encargó el Rey la crianza deste niño y le hizo su ayo. En las faldas del monte Cauno, que hoy se llaman las sierras de Moncayo, se extienden los campos de Araviana, bien nombrados y famosos en España por la lastimosa muerte que en tiempos antiguos sucedió en ellos de los siete nobilísimos hermanos, llamados los infantes de Lara. En estos campos don Enrique y su hermano don Tello, con setecientos aragoneses de á caballo que llevaban, se encontraron con los capitanes de la frontera de Castilla. Venidos á las manos, pelearon muy esforzadamente; fueron los de Castilla vencidos y desbaratados; quedaron tendidos en el campo al pié de trecientos hombres de armas, y muertos y presos muchos y muy nobles caballeros. Entre los otros fué muerto su capitan Juan Fernandez de Hinestrosa, y don Fernando de Castro se escapó á uña de ca ́ballo; dióse esta batalla en el mes de setiembre. El pesar y enojo que el rey de Castilla recibió por este desman fué tal, que como fuera de sí y furioso por vengar su ira y hartar su corazon, mandó matar á dos hermanos suyos que tenia presos en Carmona, á don Juan, que era de diez y ocho años, y á don Pedro, que no tenia mas de catorce, sin que le moviese á piedad la buena memoria de su padre el rey don Alonso, ni á misericordia la inocencia y tierna edad de dos inculpables hermanos suyos; ningun afecto blando podia mellar aquel acerado pecho. Asombró esta crueldad á todo el reino; hízose el Rey mas aborrecible que antes; refrescóse la memoria de tantas muertes de grandes y señores principales como sin utilidad ninguna pública, ni particular injuria suya, ejecutó en pocos años un solo hombre, ó por mejor decir, una carnicera, cruel y fiera bestia, tan bárbara y desatinada, que no tuvo miedo de en un solo hecho quebrantar todas las leyes de humanidad, piedad, religion y naturaleza. Temblaban de miedo muchos ilustres varones, nadie se tenia por seguro, no habia conciencia tan sin mancha ni reprehension que no temiese cualque castigo de lo que ni por pensamiento le pasaba. Visto pues el grande peligro en que tenian sus vidas en Castilla, muchos prudentes y nobles caballeros se determinaron de asegurarlas en el reino de Aragon, escarmentados en tanto número de cabezas de hombres señalados. No faltó en estos dias otra ocasion en que el Rey mostrase la dureza de su injusto pecho. Tuvo aviso que doce galeras venecianas habian de pasar forzosamente el estrecho de Gibraltar. Envió veinte galeras para que las aguardasen y prendiesen en el Estrecho. Quiso su suerte que al tiempo que pasaban se levantase una recia tempestad; no fueron vistas de las galeras de Castilla, y así se libraron del peligro y daño que les tenia aparejado. Parecia que deseaba tener nueva ocasion de hacer guerra á los venecianos, no con mas justa causa de que queria con otra nueva maldad irritar aquella señoría, á quien poco antes tenia agraviada con la toma de la carraca de sus mercaderes. Grande porfía y trabajo puso el Cardenal legado para que se volviese á tratar de paz, como se hizo en el principio del año de 1360. Enviáronse de ambas partes sus embajadores con poderes cumplidos para poderla efectuar con cualesquier capitulaciones. Estuvieron cerca de concordarse. Blandeaba el de Castilla á causa que en la batalla de Araviana faltaron muchos caballeros castellanos, otros cada dia se pasaban al

De tal manera andaban los tratos de la paz, que en el ínterin no se alza ba la mano de la guerra; antes hacian nuevas compañías de soldados, buscaban dineros, diligencia, especialmente de parte del rey de Aragon, pedian socorros extranjeros, y en todo lo al se ponia gran que el de Castilla principalmente cui.laba y se ocupaba envengarse y hacer castigos en sus nobles. Con este pensamiento partió de Sevilla para Leon por prender á Pero Nuñez de Guzman, adelantado mayor de Leon. No salió con su intento á causa que el Adelantado fué avisado por un escudero suyo de la venida del Rey y se liuyó á Portugal. Despues desto, un dia que Per Alvarez Osorio comia en Leon con don Diego García de Padilla, maestre de Calatrava, de quien era convidado, por órden del Rey le mataron allí en la mesa dos ballesteros de maza suyos, sin que el Maestre supiese, cosa alguna deste hecho. Pasó de Leon á Búrgos; allí con semejante crueldad hizo matar al arcediano Diego Arias Maldonado, sin tener respeto á su dignidad y sagrados órdenes; causáronle la muerte unas cartas que recibió del conde don Enrique. A otros muchos á quien él queria matar dió la vida la repentina entrada que los aragoneses hicieron en Castilla. Debajo la conducta de los hermanos don Enrique y don Tello y del conde de Osona entraron con gran furia por la Rioja, y ganaron la villa de Haro y la ciudad de Najara, donde dieron la muerte á muchos judíos por hacer pesar al Rey que los favorecia mucho por amor de Simuel Levi, su tesorero mayor. Hizose otrosí gran matauza en los pueblos comarcanos y gran estrago en los campos y heredades; con este ímpetu llegaron los pendones de Aragon hasta el lugar de Pancorvo. La ciudad de Tarazona yolvió en estos dias á poder de los aragoneses por entrega que hizo della el alcaide y capitan á quien el rey de Castilla la tenia encomendada, que se llamaba Gonzalo Gonzalez de Lucio; pienso que la entregó por algun miedo que tuvo de su Rey ó con esperanza de mejorar su hacienda. El rey de Castilla, juntado su ejército, fué en busca de sus enemigos, que tenian sus estancias en Najara; asentó sus reales junto á Azofra, pueblo pequeño y de poca cuenta. En este lugar un clérigo de misa y de buena vida, así fué fama, vino de la ciudad de Santo Domingo de la Calzada, y dijo al Rey que corria grande peligro que su hermano don Enrique le

matase, porque Dios estaba con él muy airado, que esto se lo mandó decir el bienaventurado santo Domingo de la Calzada, que le apareció en sueños en una soberana figura y representacion mas que humana. Costóle la vida su embajada, ca el Rey le hizo quemar públicamente en los reales; muchos dudaron si con razon ó sin ella. Levantó el Rey su ejército de Azofra, y mandó marchar para Najara; llegado junto á la ciudad, salieron á él los enemigos; tuvieron un bravo rencuentro en que fueron desbaratados los de Aragon, y con mucho daño y pérdida los compelieron á volver las espaldas y huirse á la ciudad. Pudieran ser tomados á manos dentro della, si no fuera por el poco seso y menos cordura del Rey, que no quiso creer los saludables consejos de los que eran de parecer los cercasen. Parecióle que bastaba haberlos forzado á que huyesen y se encerrasen dentro de los muros de la ciudad. Dende á dos ó tres dias los aragoneses desampararon á Najara y Haro, y metió el Rey en ellas buenas guarniciones de soldados. Puesto buen recaudo en aquella frontera, se volvió á Sevilla; trató y hizo con el rey de Portugal en esta sazon que se entregasen el uno al otro los caballeros que andaban huidos en sus reinos. Asiento en que quebrantaron su palabra y fe pública, alteraron la costumbre de los príncipes y violaron el derecho de las gentes, que fué causa de otras nuevas muertes. Mató el rey de Portugal á un Pero Cuello y á otro cierto escribano, llamado Alvaro, porque se le acordaba que estos por mandado de su padre dieron la muerte á su amiga doña Inés de Castro. Tuvo mejor dicha Diego Lopez Pacheco, que era uno de los que la ejecutaron, que fué avisado y tuvo lugar de huirse á don Enrique; el cual despues por los buenos servicios que le hizo, le dió un buen estado en Castilla, y fué en ella el fundador y cabeza de la casa de los Pachecos, rica y noble entre los grandes de España. Otros caballeros entregaron al rey de Castilla, que luego los hizo matar en Sevilla. Uno dellos fué el adelantado de Leon Pero Nuñez de Guzman, otro Gomez Carrillo, que le cortaron la cabeza en una galera en que por órden del Rey iba desde Sevilla á Algecira con recados fingidos y cartas para que le recibiesen por alcaide y capitan de aquella ciudad. Queria el Rey mal á este caballero, y se recelaba dél porque un año antes le habia tomado á su hermano Garci Laso Carrillo su mujer doña Mari Gonzalez de Hinestrosa, por lo cual se fué á Aragon el marido á servirá don Enrique. La mala consciencia hace á los hombres sospechosos, y por el miedo crueles y sanguinarios. Asimismo en la villa de Alfaro hizo descabezar en la prision á un caballero que era su repostero mayor, por nombre Gutierre Fernandez de Toledo, cuya muerte fué muy llorada en todo el reino, porque era un muy buen caballero y de loables costumbres. El Rey, por evitar el odio que le podia causar la muerte no merecida de un caballero tan bienquisto, fingió algunas causas porque lo mandó matar, la principal que se inclinaba al partido de don Enrique; mas á la verdad, culpa fué decirle con ánimo libre y fiel las cosas que le cumplian, ca semejante libertad no puede dejar de ser peligrosísima con los malos príncipes; lo mas seguro es adularlos. La lisonja aun con los buenos reyes se puede usar sin peligro; esto hace que en los palacios de los príncipes crezca en tan gran número este per

su

verso linaje de gente aduladora, y que de ninguna cosa haya mayor mengua que de hombres que con lealtad y sano pecho digan la verdad y adviertan de lo que importa. Sabida la muerte de Gutierre de Toledo por sus sobrinos Gutierre Gomez de Toledo, prior de San Juan, y Diego Gomez, su hermano, hobieron mucho miedo y enojo, y se fueron á Aragon. Al arzobispo de Toledo don Vasco compelió el Rey á que á la hora saliese desterra lo del reino. Diósele tanta priesa, que no le concedieron tiempo para tomar otro vestido ni llegar á su cámara ú sacar un breviario, sino que súbitamente como le halló el mensajero oyendo misa, fué forzado dejar á Toledo y partirse su camino, no por otro delito mas de haber, como era razon, sentido mucho la muerte de su hermano Gutierre Fernandez. Fuése este Prelado á Coimbra, donde en un monasterio de los Predicadores acabó santamente su vida é injusto destierro; despues pasados algunos años, se trasladó su cuerpo á la iglesia mayor de Toledo. Muchos á este arzobispo le llamaron don Blas, que me pareció advertir, porque la variedad del nombre, como otras veces suele, no cause engaño. Ordenó su testamento en Coimbra, luego el. año siguiente á 20 de enero, en que dice que quiere ser sepultado delante del altar de nuestra Señora del Coro de la iglesia de Toledo junto á la sepultura de don Gonzalo, obispo albanense y cardenal, y así se hizo. De aquí se saca que el cardenal don Gonzalo solamente estuvo depositado en Roma, como lo reza su lucillo de Santa María la Mayor en la letra que de suso queda puesta. Parece renunció don Vasco el arzobispado luego que le desterraron, pues se halla que aquel mismo año entró en su lugar don Gomez Manrique, hijo de Pedro Manrique, señor de Amusco y de Avia, y hermano de Garci Fernandez Manrique, adelantado de Castilla, cepa y tronco de los duques de Najara y de otras casas de Castilla de aquel apellido de Manrique. Fué don Gomez Manrique obispo de Palencia, y al presente lo era de Santiago. Sucedióle luego en aquella iglesia de Santiago don Suero Gomez de Toledo, brino de don Vasco; que debió ser manera de permuta y recompensa que se le hizo por la iglesia de Toledo que dejaba. Mientras estas cosas pasaban en Castilla, el rey de Aragon envió cuatro galeras muy bien armadas de soldados y municiones y bastecidas de todo lo demás en socorro del rey de Tremecen, con quien estaba aliado. Encontraron con ellas cinco galeras de Castilla, que las rindieron y llevaron á Sevilla. Allí los mas de los soldados aragoneses por mandado del rey don Pedro fueron muertos en compañía de su capitan Mateo Mercero, sin tener memoria ni hacer caso de los buenos servicios que este caballero hizo antes en el cerco de la ciudad de Algecira. Era tesorero mayor del Rey Simuel Leví, que administraba á su albedrío las rentas y patrimonio real, con que juntó las grandes riquezas, y alcanzó la mucha privanza y favor, que al presente le acarrearon su perdicion. Hiciérónle diversos cargos, que resultó echalle en la cárcel y ponelle á cuestion de tormento, tan bravo, que por no le poder sufrir rindió el alma. Apoderóse el Rey de todos sus bienes, que en tiempo de mal príncipe el derecho del fisco nunca suele ser malo. Llegaban al pié de cuatrocientos mil ducados, otros dicen mas, sin los muebles y joyas, paños de oro y seda; cosa maravillosa que un judío juntase

so

de

tantas riquezas, y que no pudo ser sin grave daño del reino. Al fin deste año Mahomad Lago, rey de Granada, fué echado del reino por una conjuracion que contra él hicieron sus vasallos. Levantaron por rey á un arraez, pariente suyo, por nombre Mahomad Aben Alhamar, á quien por el color de la barba y cabellos llamaban vulgarmente el rey Bermejo; decian que de derecho le venia á este el reino, por decender de la sangre real de los primeros reyes de Granada. De aquí sucedieron nuevas guerras; el rey de Castilla era amigo y aliado del Rey desposeido, el cual se huyera á Ronda, que era entonces del rey de Marruecos. Sintió el de Castilla el trabajo de su amigo Mahomad, y propuso de favorecerle. Por el contrario, el nuevo Rey buscaba por todas partes socorros y ayudas de que valerse, y estaba muy inclinado á la parte del de Aragon, lo cual le vino á costar la vida. Principalmente ayudó á su perdicion el llamar de Africa al rey Abohanen para que viniese á hacer guerra en España. En el fin deste año asimismo doña Costanza, hija del rey de Aragon, fué desde Barcelona enviada á Sicilia para que casase con el rey don Fadrique, á quien su padre la tenia otorgada. Era capitan de la armada en que la llevaron Ölfo Prochita, gobernador de la isla de Cerdeña por el rey de Aragon. Celebráronse las bodas en la ciudad de Catania á 11 dias del mes de abril del año siguiente de 1361, desde el cual tiempo las cosas de aquella isla comenzaron á ponerse en mejor estado. Los enemigos neapolitanos parte dellos fueron vencidos, y parte echados del reino; deste matrimonio nació dona María, que fué despues reina de Aragon, y llevó en dote el reino de Sicilia. Finalmente, en Castilla se hicieron paces por la buena diligencia del Cardenal legado, no con ánimos sinceros, ni se entendia que serian durables. Los capítulos dellas, que se restituyesen los unos á los otros los pueblos que se tomaron durante la guerra; que los forajidos de Castilla fuesen echados de Aragon, á tal que el rey de Castilla los perdonase. En la villa de Deza, do el rey de Castilla tenia sus reales, se publicaron estas paces á voz de pregonero en 18 dias del mes de mayo. Ayudó mucho á que esta concordia se asentase el miedo grande de la guerra que el rey de Granada entonces hacia á Castilla. Para mayor firmeza desta paz acordaron que de ambas partes se diesen rehenes que estuviesen en fieldad en poder del rey Carlos de Navarra, que en aquella sazon se hallaba en Francia de partida para España, con mucho contento y regocijo que tenia por un hijo que le naciera de la Reina, su mujer, que se llamó Cúrlos. Gobernaba en el entre tanto el reino de Navarra su hermano don Luis. Hecha la paz, el rey de Aragon se partió de Calatayud para Zaragoza, el de Castilla á Sevilla, don Enrique y sus hermanos acordaron conformarse con el tiempo y retirarse á Francia, escalon y camino para hacerse pujantes y para hacer temblar á Aragon y Castilla y renovarse la guerra con mayor furia y obstinacion que antes. Los trabajos y desdichas de la reina doña Blanca movian á compasion á muchos de los grandes de Castilla, y los obligaban á que tratasen de juntar sus fuerzas y armas para amparalla. No se le pudieron encubrir al Rey estos pensamientos; cobró por esto mayor odio á la Reina, como si fuera ella la causa de tan grandes guerras y debates. Parecióle que, quitada de por me

dio, quedaria libre él deste cuidado. Hízola morir con yerbas que por su mandado le dió un médico en Medina Sidonia en la estrecha prision en que la tenian, tanto, que no se le permitia que nadie la visitase ni hablase; abominable locura, inhumano, atroz y fiero hecho, matar á su propia mujer, moza de veinte y cinco años, agraciada, honestísima, inocentísima, prudente, santa, de loables costumbres y de la real sangre de la poderosa casa de Francia. No hay memoria entre los hombres de mujer en España á quien con tanta razon se le deba tener lástima como á esta pobre, desastrada y miserable Reina. De muchas tenemos noticia que fueron muertas y repudiadas de sus maridos; pero por alguna culpa ó descuido suyo, á lo menos que en algun tiempo tuvieron algun contento y descanso, con cuya memoria pudiesen tomar algun alivio en sus trabajos. En la reina doña Blanca nunca se vió cosa por que mereciese ser sino muy estimada y querida. Sin embargo, no amaneció para ella un dia alegre, todos para ella fueron tristes y aciagos. El primero de sus bodas fué como si la enterraran. Luego la encerraron, luego la desecharon, luego la enviaron, no gozó sino de calamidades, pesares y miserias. Quitáronle sus damas y criados, privaba su émula; ¿quién en tales trances la podia favorecer? Todo socorro y alivio humano estaba muy léjos. «Masá tí, Rey atroz, ó por mejor decir, bestia inhumana y fiera, la ira é indignacion de Dios te espera, tu cruel cabeza con esta inocente sangre queda señalada para la venganza. De esas tus rabiosas entrañas se hará á aquel justo y contra tí severo Dios un agradable y suave sacrificio. La alma inculpable y limpia de tu espo sa, mas dichosa en ser vengada que con tu matrimonio, de dia y de noche te asombrará y perseguirá de tal guisa, que ni la vergüenza de lo torpe y sucio, ni el miedo del peligro, ni la razon y cordura de tu locura y desatino te aparten ni enfrenen para que fuera de seso no aumentes las ocasiones de tu muerte, hasta tanto que con tu vida pagues las que á tantos buenos y inocentes tienes quitadas. » Es fama, y autores fidedignos lo dicen, que, andando el Rey á caza junto á Medina Sidonia, le salió al camino un pastor con traje y rostro temeroso, erizado el cabello y la barba revuelta y encrespada, y le amenazó de muerte si no tenia misericordia de la reina doña Blanca y hacia vida con ella. Añaden que los que envió el Rey con gran diligencia para averiguar si le enviara la Reina, la hallaron hincada de rodillas, que hacia sus castas y devolas oraciones, y tan encerrada y guardada de los porteros, que se perdió toda la sospecha que se podia tener de que ella le hobiese hablado. Confirmóse mucho mas la opinion que comunmente se tenia de que fué enviado por Dios, con que despues que soltaron al pastor de la prision en que le echaron, nunca jamás pareció ni se supo qué se hiciese dél. Doña Isabel de Lara, hija de don Juan de Lara, fué al tanto muerta con yerbas que le dieron en la prision en que en Jerez la tenian. Un historiador, que fué y se llama el Despensero mayor de la reina doña Leonor de Castilla, en unos Comentarios que escribió de las cosas de su tiempo que pasaron los años udelante, dice que la muerte de doña Blanca sucedió en Ureña, villa de Castilla la Vieja cerca de la ciudad de Toro; creo que se engañó.

CAPITULO V.

De la muerte del rey Bermejo de Granada.

Desta manera con la sangre de inocentes los campos y las ciudades, villas y castillos y los rios y el mar estaban llenos y manchados; por donde quiera que se fuese se hallaban rastros y señales de fiereza y crueldad. Qué tan grande fuese el terror de los del reino, no hay necesidad de decirlo; todos tenian no les sucediese ellos otro tanto, cada uno dudaba de su vida, ninguno la tenia segura. Esta comun tristeza en alguna mnanera se alivió con la muerte de doña María de Padilla; dó fin á sus dias en Sevilla entrado el mes de julio; si no se hobiera manchado con la deshonesta amistad que tuvo con el Rey, mujer, por lo demás, digna de ser reina for las grandes partes de que Dios, así en el alma como en el cuerpo, la dotó. El cuerpo de la reina doña Blanca fué depositado algunos años adelante en el sagrario de la iglesia mayor de Tudela por los caballeros franceses que vinieron en ayuda del conde don Enrique, ca tenian intento de llevalla despues & enterrar en Francia en los sepulcros de sus antepasados. El entierro y obsequias de doña María se hicieron en todas las ciudades y villas del reino con aquella majestad, Jutos, pompa y aparato como si fuera la legítima y verdadera reina de Castilla. Llevaron su cuerpo á enterrar á Castilla la Vieja al monasterio de Santa María de Estudillo, que ella á sus expensas edificara. En la ciudad de Toledo, en el monasterio de las monjas de Santo Domingo el Real, que es de la órden de los Predicadores, hay tres sepulcros, el uno es de doña Teresa, dama que fué de la Reina, madre del rey don Pedro, de la cual debajo de la palabra de casamiento hobo una hija; que se llamó doña María, que-fué muchos años priora deste monasterio, y está enterrada en el segundo sepulcro; en el tercero están enterrados don Sancho y don Diego, hijos asimismo del rey don Pedro, habidos en una doña Isabel, de quien no se tiene noticia cuya hija fuese ni de qué calidad y linaje. A la verdad no habia mujer alguna tan casta ni tan fortalecida con defensas de honestidad y limpieza y todo género de virtudes, que tuviese seguridad de no caer en las manos de un rey mozo, loco, deshonesto y atrevido. No podian estar tan en vela los maridos, padres y parientes, que bastasen á poderle escapar la que él de veras una vez codiciaba; todo lo sobrepujaba y vencia su temeridad y desvergüenza grande. Por este tiempo el rey de Portugal declaró pública y solemnemente en Lisboa que los hijos que arriba dijimos hobo en doña Inés de Castro eran legítimos y de legítimo matrimonio, y como tales eran capaces para poder heredar el reino. Presentó por testigos del matrimonio clandestino que con ella contrajo á don Gil, obispo de la Guardia, y á Estéban Lovato, su guardaropa mayor; con solemnes juramentos el Rey y los testigos confirmaron ser así verdad como lo decian. Estuvieron presentes á esta declaracion los nobles del reino, y entre ellos don Juan Alfonso Tello, conde de Barcelos, á quien el año antes diera aquel título en la misma ciudad de Lisboa con grande fiesta y regocijo de todo el pueblo. Estos títulos se usaban muy poco en España, y en Portugal hasta entonces nunca jamás. En nuestros tiempos son innumerables los condes, marqueses y duques que hay; vicio y corrupcion de nuestra humana condicion es des

echar y menospreciar las cosas antiguas, y llenos de admiracion irnos embelesados tras las nuevas. En el entre tanto la guerra de Granada con grande ahinco y enojo de ambas partes se proseguia. Juntáronse en Castilia muchas compañías de todo el reino y entraron por las tierras de los moros haciéndoles grandes daños. Cercaron la ciudad de Antequera, á quien los antiguos llamaron Singilia; no la pudieron tomar por ser plaza mu muy fuerte y tener dentro buena guarnicion de valientes moros que se la defendieron. Talaron la vega de Granada, y sin hacer cosa señalada se volvieron á Castilla. Pocos dias despues entraron en el adelantamiento de Cazorla seiscientos moros de á caballo y hasta dos mil peones, que hicieron una buena presa de cautivos y ganados. Sabido esto por los caballeros de la ciudad de Jaen y de los pueblos de su comarca, se apellidaron contra ellos, y les quitaron toda la presa con muerte de muchos dellos y prision de otros, los demás se pusieron en huida. Estos fueron los principios de la guerra de los moros. Mayor tempestad de guerra se temia de la parte de Francia, daño que deseaba remediar el Cardenal legado, que aquel estío se quedó en Pamplona, por ser pueblo fresco, sano y de buen cielo y á propó

sito para lo que él con grande solicitud pretendia. Esto era que el rey de Castilla perdonase los forajidos que andaban en Francia y revocase la sentencia que contra ellos diera en Almazan declarándolos por rebeldes y enemigos de la patria. Decia que el Rey era obligado á hacer esto por ser uno de los capítulos y condiciones con que se concluyeron las paces de Aragon. El fiero y duro corazon del Rey no se ablandaba con tan justos y razonables ruegos; antes parecia que forjaba en su pecho mucha mayor guerra contra Aragon de la que antes hiciera. Por esto el Cardenal legado, á ruego é instancia del rey de Aragon por el derecho y poder que le dieron y facultad que tenia, dió por ninguna la sentencia que en Almazan se pronunció contra don Eurique y sus consortes. Enojóse mucho el rey de Castilla por esta declaracion, y crecióle con ella el deseo que tenia de vengarse. Propuso de ejecutar su ira y saña, con-➡ cluido que hobiese la guerra de los moros, que todavía andaba muy encendida con varios sucesos que acontecian. En particular en 18 de febrero del siguiente año de 1362 junto a Acci, que ahora es la ciudad de Guadix, tuvieron los moros de Granada una buena victoria de los castellanos. El caso pasó desta manera. Don Diego García de Padilla, maestre de Calatrava, y Enrique Enriquez, adelantado de la frontera de Jaen, y otros caballeros entraron en las tierras de los moros con mil caballos y dos mil infantes con intento de combat r á Guadix; mas sin que los cristianos lo supiesen, habia ya entrado en aquella ciudad para defendella gran número de soldados, que de la comarca y de Granada vinieron á socorrella. Los nuestros sin recelo enviaron algunas compañías á que talasen y robasen los campos que laman de Val de Alhama. Los moros, visto que estaban divididos, salieron con grande ímpetu de la ciudad y dieron en los que quedaran, y trabaron con ellos una brava y reñida pelea que duró todo el dia. Todos pugnaban por vencer; al fin, como quier que fuese muy mayor el número de los moros, no obstante que los cristianos se defendieron valerosamente, los desbarataron y mataron muchos, á otros cautivaron, prendieron al Maestre

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