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Rey hallarán benigna cabida en la piedad de vuestra real clemencia, mayormente que el seguro que se nos mandó dar nos animó mucho y hizo ciertos que nuestra venida seria á nos dichosa y á vos grata. Parécenos que tenemos suficientísimo amparo en nuestra inocencia y justicia. Deseamos se entienda que vuestra prudencia la aprueba, y vuestra poderosa é invencible mano la ampara.» A esto el rey de Castilla con engañoso y risueño rostro y blandas palabras respondió que hogaba con su venida, que tuviese buena esperanza de que todo se haria bien, y puestos los ojos en el Rey, e dijo: «Este dia ni á vos ni á los vuestros os acarreará agun daño. Entre nos hay todas las obligaciones de amistad, fuera de que no acostumbramos á traer guerra con la fortuna y desgracia de los hombres, sino con la soberbia y presuncion de los atrevidos y rebeldes. » Dicho esto, el maestre de Santiago, don García de Tole. do, llevó al rey Moro á que cenase con él. Al tiempe que cenaban le echaron mano y le prendieron, sea por mudarse repentinamente la voluntad, sea por quitarse la máscara aquel desleal y cruel Príncipe. No paró aquí la desventura; dentro de pocos dias el desdichado Rey, adornado de sus vestiduras reales, que eran de escarlata, y subido en un asno, con treinta y siete caballeros de los suyos, que tambien llevaban á ejecutar, le sacaron á un campo donde justician los malhechores, que está cerca de la ciudad y se dice de Tablada. Allí mataron al mal aconsejado Rey y á los treinta y siete caballeros suyos. Corrió fama que les causó la muerte las grandes riquezas que trujeron, y que el avariento ánimo del Rey se acodició á ellas. Refieren otrosí algunos autores de aquel tiempo que el mismo tirano y cruel Rey le mató de un bote de lanza, hecho feo, abominable, oficio de verdugo, y crueldad que parece mas grave y terrible que la misma muerte. No consideró el rey don Pedro cuán aborrecible y odioso se hacia y lo que dél hablarian las gentes, no solo entonces, sino mucho mas en los siglos venideros. Al tiempo que le hirió escriben que dijo estas palabras: «Toma el pago de las paces que por tu causa tan sin sazon hice con el rey de Aragon.» Y que el Moro le respondió: «Poca honra ganas, rey don Pedro, en matar un rey rendido y que vino á ti debajo de tu seguro y palabra. » Envió el rey de Castilla el cuerpo del rey Bermejo á su competidor Mahomad Lago, que á la hora, recobrado el reino, envió libres al rey don Pedro todos los cristianos que cautivaron los moros en la batalla de Guadix.

y lleváronle á Granada al rey Bermejo, que sin ningun rescate le envió luego al rey don Pedro, ca deseaba con este regalo desenojarle. El Rey, pensando que de miedo le hacia aquella cortesía, se ensoberbeció mas, y juntado que hobo sus gentes, para reparar la honra perdida y vengar la injuria de los suyos entró en el reino de Granada, y con grande furia destruyó los campos, quemó las aldeas, ganó algunas villas, y se volvió con rica presa á Sevilla. A este mal suceso para el rey de Granada se le allegó otro peor, y fué que muchos caballeros del reino de los que antes seguian su parcialidad y tenían su voz le comenzaron á dejar y favorecer á su émulo Mahomad Lago, no obstante que estaba despojado y andaba huido. Como el rey Bermejo sintió las voluntades inclinadas á su enemigo, temió perder el reino. Consultó el negocio con los de quien mas se fiaba. En fin, con seguro que alcanzó del rey de Castilla se determinó de ir á Sevilla y ponerse en sus manos. Autor deste mal acertado y desdichado consejo fué Edriz, un caballero grande amigo del Rey y su compañero en los peligros, y que tenia mucha autoridad entre los moros, y era muy estimado y de gran nombre por la mucha prudencia que con la larga experiencia de los negocios alcanzaba. Vino el Moro á Sevilla con cuatrocientos hombres de á caballo y docientos de á pié que le acompañaban. Trujeron grandísimas riquezas de paños preciosos, oro, piedras, perlas, aljófar y otras joyas y cosas de gran valor. Ponia el Moro la esperanza de su amparo contra el Rey ofendido en lo que fué causa de toda su perdicion. Recibióle el Rey con grande honra en el alcázar de Sevilla. Llegado á su presencia, despues de hecha una gran mesura, uno de sus caballeros habló desta manera: «El rey de Granada, que está presente, poderoso Señor, por saber muy bien que sus antepasados fueron siempre aliados, tributarios y vasallos de la casa de Castilla, se viene á poner debajo del amparo de vuestra real alteza, cierto de que se procederá con él con aquella mansedumbre, equidad y moderacion cual los reyes de Granada la solian hallar en vuestros antecesores; que si acaso recibian algun deservicio dellos, que no es de maravillar segun son varias y mudables las cosas de los hombres, con mandarles pagar parias y algunos dineros en que eran penados, los volvian á recebir en su gracia y amistad. Si entre ellos asimismo y en su casa nacian algunas diferencias y debates, todo se componia y apaciguaba por el arbitrio y parecer de los reyes de Castilla. Estamos alegres que lo mismo nos haya acontecido de acudir á la vuestra merced; tenemos grande confianza que nos será gran reparo el venir con esta humildad á echarnos á vuestros piés. Mahomad Lago fué justamente echado del reino por su mucha soberbia con que trataba los pueblos y por su mucha avaricia con que les quitaba lo suyo; á nos de comun consentimiento pusieron en su lugar y coronaron por descender derechamente de la real y antigua alcuña y sangre de Granada y ser legítimos herederos del reino, de que á tuerto y con gran tiranía nos tenia despojados. Hacemos ventaja en poder y fuerzas á nuestro competidor, solamente á vos reconocemos y tememos, con cuya felicidad y grandeza no nos pretendemos comparar. Tenemos cierta esperanza que, pues la justicia claramente está de nuestra parte, no dejarémos de hallar amparo en la sombra de un justo Príncipe, y que los ruegos de un

CAPITULO VI.

Renuévase la guerra de Aragon.

Concluida la guerra de los moros y dado órden en las cosas del Andalucía, se volvió con mayor coraje á la guerra de Aragon, aunque con disimulacion fingia el de Castilla que los apercebimientos que se hacian eran para defenderse de la guerra que se temia de Francia, cuyo autor y cabeza principal se decia ser el conde don Enrique. Trató de aliarse con el rey de Inglaterra, que no esperaba hallaria buena acogida en el rey de Francia, por entender no estaria olvidado de la muerte de su sobrina la reina doña Blanca, cuya venganza era de creer querria hacer con las armas. Quiso asimismo el rey de Castilla ayudarse del rey de Navarra, y para

tratar dello se vieron en la ciudad de Soria; allí secretamente se conformaron contra el rey de Aragon. No tenia el Navarro causa ninguna justa de romper con el Aragonés; para hacer la guerra con algun color fingió y publicó que estaba agraviado dél, porque siendo su cuñado y teniendo hecha con él alianza, no le favoreció cuando le tuvo preso el rey de Francia; que por esto no queria mas su amistad, antes pretendia con las armas tomar emienda deste agravio. Con esta resolucion juntó de su reino las mas gentes que pudo y cercó en Aragon la villa de Sos, que tomó al cabo de muchos dias que la tuvo cercada. El rey de Castilla al tanto juntó un grueso ejército de diez mil caballos y treinta mil infantes, con que entró poderosamente en el reino de Aragon con intento de poner cerco sobre Calatayud. Rindió en el camino la fortaleza y pueblo de Hariza, y tomó á Ateca, Cetina y Allama. Pasó adelante, y en el mes de junio asentó sus reales sobre Calatayud, que es una ciudad fuerte de la Celtiberia. Tenia dentro de guarnicion mucha gente valerosa y muy leal al rey de Aragon. El mismo, sabido el aprieto en que podian estar los cercados, les envió desde Perpiñan y Barcelona, donde aquellos dias se hallaba, al conde de Osona, hijo de Bernardo de Cabrera, para que él y don Pedro de Luna y su hermano don Artal y otros caballeros procurasen entrar en la ciudad y animasen á los cercados y los entretuviesen mientras se les enviaba algun socorro. Encamináronse, segun les era mandado; mas como llegasen una noche al lugar de Miedes, que está junto á Calatayud, fué avisado dello el rey don Pedro. Cargó de sobresalto sobre ellos, tomó el lugar á partido, y á estos señores los llevó presos á sus reales. Haliábase el rey de Aragon muy desapercebido; las paces tan recien hechas le hicieron descuidar. Visto pues que á deshora venia sobre él una guerra tan peligrosa, envió luego á pedir su ayuda á Francia y á rogar á don Enrique y á don Tello le viniesen á favorecer. Estos socorros se tardaban; la ciudad, como no se pudiese mas defender por ser muy combatida y faltar á los cercados municiones y bastimentos, con licencia de su Rey se rindieron al rey don Pedro en 29 dias de agosto, salvas sus personas y haciendas y con condicion que los vecinos quedasen libres y pacíficos en sus casas como lo estaban cuando eran de Aragon. Tomada esta ciudad, dejó en ella el Rey con buena gente de guerra por guarnicion al maestre de Santiago, y él se volvió á Sevilla. En esta ciudad, antes que fuese sobre Calatayud, tuvo Cortes en que públicamente afirmó que doña María de Padilla era su legítima mujer por haberse casado con ella clandestinamente mucho antes que viniese á España la reina dona Blanca; que por esta razon nunca fuera verdadero el matrimonio que con la Reina se hizo; que tuviera secreto este misterio hasta entonces por recelo de las parcialidades de los grandes, mas que al presente, por cumplir con su consciencia y por amor de los hijos que en ella tenia, lo declaraba. Mandó pues que á doña María de allí adelante la llamasen reina y que su cuerpo fuese enterrado en los enterramientos de los reyes. No faltó aun entre los prelados quien predicase en favor de aquel matrimonio, adulacion perjudicial. Despues desto falleció en 17 de otubre su hijo don Alonso, á quien pensaba dejar por heredero del reino. El Rey mismo, acosado de la memoria destas muertes y por los peligros

en que andaba, en 18 de noviembre otorgó su testamento. En él mandaba que enterrasen su cuerpo con el hábito de San Francisco y fuese puesto en una capilla que Jabraba en Sevilla en medio de doña María de Padilla y de su hijo don Alonso; como hombre pio y religioso pretendia con aquella ceremonia aplacar á la divina majestad. Deste testamento, que hoy parece autorizado y original, se colige que no dejó de tener algun temor de Dios y cualque memoria y sentimiento de las cosas de la otra vida; no obstante, que aquel su natural le arrebatase muchas veces y ayudado con la costumbre le hiciese desbaratar. En este testamento sucesivamente llama á la herencia del reino á las hijas de doña María de Padilla, y despues dellas á don Juan, el hijo que tuvo en doña Juana de Castro, como quier que no fuese compatible que todos pudiesen ser herederos legítimos del reino. De donde bien al cierto se infiere que la declaracion del casamiento con doña María no fué otra cosa sino una ficcion y una mal trazada maraña, como de hombre que, mal pecado, no tenia cuenta con la razon y justicia, sino que se dejaba vencer de su antojo y desordenado apetito, y queria hacer por fuerza lo que era su gusto y voluntad. Presentó el Rey en aquellas Cortes por testigos de su casamiento unos hombres por cierto sin tacha ni sospecha, mayores de toda excepcion, á don Diego García de Padilla, maestre de Calatrava, y á Juan Fernandez de Hinestrosa, el primero hermano, y el segundo tio de la doña María, y á un Juan Alfonso de Mayorga y á otro Juan Perez, clérigo, que con grandes juramentos atestiguaban por el matrimonio. ¿Quién no diera crédito á testimonios tan calificados en una causa en que no iba mas de la sucesion y herencia de los reinos de Leon y de Castilla? Mandaba en una cláusula del testamento ya dicho que ninguna de sus hijas, so pena de su maldicion y de la privacion de la herencia del reino, se casase con el infante don Fernando de Aragon, ni con don Enrique, ni con don Tello, sus hermanos, sino que su hija mayor doña Beatriz casase con don Fernando, príncipe de Portugal, y llevase en dote los reinos de Castilla; señaló y nombró por gobernador y tutor á don Garci Alvarez de Toledo, maestre de Santiago; encargaba otrosí y mandaba que á don Diego de Padilla, maestre de Calatrava, y á don Suero Martinez, maestre de Alcántara, los mantuviesen en sus honras, oficios y dignidades. Ordenadas las cosas de su casa y asentado el estado del reino, en el corazon del invierno y principio del año de 1363 se reparó y rehizo la guerra con grande priesa y calor; tan codicioso estaba el rey de Castilla de vengarse del Aragonés. Alistó nuevas compañías de soldados por todo el reino, envió á pedir ayudas fuera dél, y en particular se confederó con el rey de Inglaterra y con su hijo el príncipe de Gales. El primer nublado desta guerra descargó sobre Maluenda, Aranda y Borgia, que con otros pueblos de menor importancia sin tardanza fueron tomados. Puso otrosi cerco á la ciudad de Tarazona. Por otra parte, el rey de Navarra entró en Aragon por cerca de Ejea y Tiermas, estragó, asoló y robó los campos y labranzas de aquella comarca, puso gran miedo en todos aquellos pueblos y cuita con los grandes daños que les hizo, en especial se señaló la crueldad de los soldados castellanos que llevaba. Vinieron á servir en esta guerra al rey de Castilla

don Luis, hermano del rey de Navarra, acompañado de gente muy escogida y lucida, y don Gil Fernandez de Carvallo, maestre de Santiago en Portugal, con trecientos caballos y otros señores de Francia. El rey de Aragon envió á rogar al rey Moro de Granada que diese guerra en el Andalucía; no lo quiso hacer el Moro por guardar fielmente la amistad que tenia puesta con el rey don Pedro y mostrarse agradecido de la buena obra que dél acababa de recebir. Solicitó eso mismo el Aragonés los moros de Africa á que pasasen en su ayuda, sin tener ningun cuidado de su honra y fama; excusábase con que el rey de Castilla tenia en su ejército á Farax Reduan, capitan de seiscientos jinetes, que por mandado de Mahomad Lago, rey de Granada, le servian. Esperaban cada dia en Aragon á don Enrique que venia en su socorro acompañado de tres mil lanzas francesas. Sin embargo, las fuerzas del rey de Aragon no se igualaban en gran parte con las de Castilla; así se le rindieron Tarazona y Teruel, y por otra parte Segorve y Ejerica y gran número de villas y castillos de menor cuenta. No tenian fuerzas que bastasen á resistir la fuerza y poder de los castellanos, que entraron victoriosos y llegaron con sus banderas á lo mas interior del reino. Cercaron á Monviedro y le forzaron á que se diese á partido. En 20 de julio llegaron á dar vista á Valencia y se pusieron sobre ella. Causó esto gran miedo á todo Aragon, y se tuvieron de todo punto por perdidos. Estaba á este tiempo muy falto de gente el ejército de Castilla por las muchas guarniciones y presidios que dejaron en tantos pueblos como á la sazon se conquistaron; dió la vida al rey de Aragon don Enrique, que en esta coyuntura llegó á España, y con su venida se reforzó tanto el ejército, que pudo hacer rostro á su enemigo. Mas él, por no aventurar todas sus victorias y lo que tenia ganado en el trance de una batalla, levantó su real de sobre Valencia y retiróse á Monviedro, como plaza fuerte, para desde allí proseguir la guerra. El Aragonés, visto que no podia forzar al enemigo á que diese la batalla, tornóse á Burriana, que es un lugar fuerte que está cerca de allí en los edetanos. Dos mil jinetes que envió el rey de Castilla en su seguimiento para que le estorbasen el camino no hicieron cosa de momento. Mientras esto pasaba en España, el rey de Francia Juan en Londres dos meses antes desto falleció, donde era ido á rescatar los rehenes que allá dejó cuando le soltaron de la prision. Trajeron su cuerpo á la ciudad de Paris, que llevaron en hombros los oidores del parlamento para le enterrar en el monasterio de San Dionisio. Su hijo Cárlos, quinto deste nombre, conforme á las costumbres y uso antiguo de Francia, fué ungido y recebido por rey en la ciudad de Rems. El nuevo rey Carlos queria mal al de Navarra, teníale guardado el enojo por los desabrimientos que de antes entre ellos pasaron. Para vengarse, luego que tomó la posesion del reino, despachó con él un famoso y valiente capitan suyo, natural de la Menor Bretaña, llamado Beltran Claquin, que despues hizo cosas muy señaladas en las guerras de Castilla. Este caudillo en las tierras que el rey de Navarra tenia en Francia hizo cruel guerra, y con un ardid de que usó le tomó en Normandia la villa de Mante, y otros capitanes ganaron la villa y castillo de Meulan y á Longavilla, y el mismo Beltran venció y desbarató en una batalla á don Filipe, her

mano del rey de Navarra, que murió por estos dias. Por su muerte el Navarro se inclinó á tratar de hacer paces entre los reyes de España; demás que le pesaba del peligro y malos sucesos del rey de Aragon, que en fin era su pariente y fueron antes amigos y aliados. Por el contrario, le era odiosa la prosperidad del rey de Castilla, y sus hechos y modos de proceder eran muy cansados y desagradables. De consentimiento pues de los reyes don Luis, hermano del rey de Navarra, juntamente con el abad de Fiscan, que era nuncio apostólico, fueron á hablar al rey de Castilla, con quien hallaron al conde de Denia y Bernardo de Cabrera, que erau venidos con embajada del rey de Aragon para echar á un cabo y concluir sus diferencias. Con la intercesion destos señores parece que el fiero corazon del Rey comenzó á ablandarse, especialmente con el trato que inovieron de dos casamientos, el uno del rey de Castilla con doña Juana, hija del rey de Aragon, el otro del infante don Juan, duque de Girona, con doña Beatriz, hija mayor del rey don Pedro. Esto pasaba en lo público; de secreto se procuraba la destruicion de don Eurique, conde de Trastamara, y del infante don Fernando de Aragon, como de los principales autores de las discordias de los dos reinos. El rey de Castilla pretendia esto muy ahincadamente, el de Aragon todavía extrañaba este trato; parecíale hecho atroz y feísimo matar á estos caballeros sin nueva culpa ni ocasion, que estaban debajo de su seguro y palabra. No queria comprar la paz con el precio de la sangre de aquellos que dél hacian confianza. Todavía, ora fuese por esta causa de complacer al de Castilla, ora por otra, el infante don Fernando por mandado del Rey, su hermano, fué muerto en esta sazon en Castellon, un pueblo que está cerca de Burriana. Los antiguos odios estaban ya maduros, demás que trataba entonces de pasarse en Francia con una buena compañía de soldados castellanos que seguian su bando y amistad. Huíase su mujer á Portagal; fué detenida primero y presa en el camino, despues enviada al Rey, su padre. Con la muerte del infante don Fernando quedó el conde don Enrique libre y desembarazado de un grandísimo émulo y competidor para la pretension del reino de Castilla. Poco faltó que no se le añublase aquel contento; otro dia despues de la muerte de don Fernando, sin saberlo él, corrió gran riesgo su vida. Los reyes de Aragon y Navarra tenian concertado que juntamente con don Enrique se viesen en el castillo de Uncastel, que era de Aragon, en la raya de Navarra, y que allí le matasen. Recelóse el Conde, puesto que no sabia nada destos tratos, de entrar en aquella fortaleza; para aseguralle la pusieron en poler de Juan Ramirez Arellano, que para esto nombraron por alcaide de aquella fortaleza; y era natural de Navarra. Quién dice que esta habla de los reyes fué en Sos á la raya de Navarra. Hizo confianza don Enrique de aquel caballero, que debia ser buen cristiano, y entró debajo de su seguro; no le valió este recato menos que la vida, á causa que los reyes nunca pudieron acabar con el alcaide que permitiese se le hiciese ningun daño. Decia que el conde don Enrique era su amigo, y fió su vida de la palabra y seguridad que le dió; que por cosa de las del mundo él no mancharia su linaje con infamia de semejante traicion, ni consentiria alevosamente la muerte de un tan gran príncipe. Cosa verdaderamente de mila

gro, que en un tiempo en que los corazones de los hombres se mostraban con tantas muertes encruelecidos y fieros hobiese quien hiciese diferencia entre lealtad y traicion; grandísima maravilla, que un hombre extranjero tuviese tan grande constancia que se opusiese á la voluntad y determinacion de dos reyes, y mas que era camarero del Aragonés. La verdad es que Dios, á quien los hombres no pueden engañar ni impedir sus decretos, tenia ya determinado de dar al Conde el reino de su hermano, y quitarle al que con tantas crueldades le tenia desmerecido. Por este tiempo, en el mes de agosto, en Catania de Sicilia dió fin á sus dias la reina de Sicilia dona Costanza. Dejó una hija, llamada doña María, heredera que fué adelante del reino de su padre, y por ella su marido don Martin, hijo de otro don Martin, duque de Momblanc, y últimamente rey de Aragon.

CAPITULO VII.

Que don Enrique fué alzado por rey de Castilla.

Resfriado el calor con que se trataban las paces y perdida gran parte de la esperanza que de concluillas se tenia, el rey de Aragon se fué á Cataluña á procurar nuevos socorros para defenderse, el rey de Castilla á Sevilla con tanta codicia de renovar la guerra, que en el fin del año entró por Murcia en el reino de Valencia, y unas por combate, y otras á partido, ganó las villas de Alicante, Muela, Callosa, Denia, Gandía y Oliva. Pasó tan adelante, que en el mes de diciembre puso cerco á la ciudad de Valencia, cabecera de aquel reino. Esto causó en toda la provincia un miedo grandísimo, en especial al Rey, á quien tenia esta guerra puesto en gran cuidado, que á la sazon tuvo las pascuas de Navidad en la ciudad de Lérida. Poco despues se vió con el de Navarra en la fortaleza de Sos en 23 dias del mes de febrero, año de nuestra salvacion de 1364. Hallóse presente el conde don Enrique, reconciliado con los reyes, ó lo que yo tengo por mas cierto, porque no sabia el peligro en que estuvo en las vistas pasadas. Hízose liga entre ellos y amistades no mas duraderas que otras veces; presto se desavernán y serán enemigos. Pensaban si venciesen repartirse entre sí á Castilla, como presa y despojo de la victoria. Don Enrique tenia concebida esperanza de apoderarse de las riquezas y reino de su hermano, y el haberse escapado de tantos peligros le parecia á él que era dello cierto presagio y prenda, como si hobiera ganado una grandísima victoria. Finalmente, su juego se entablaba bien y mejor que el de sus contrarios. En el repartimiento de Castilla daban al rey de Navarra á Vizcaya y á Castilla la Vieja; el reino de Murcia y de Toledo tomaba para sí el rey de Aragon, que es cosa muy fácil ser liberal de hacienda ajena. Solo á Bernardo de Cabrera no contentaban estos pretensos; parecíale que con ellos no se granjearia mas de irritar y echarse á cuestas las fuerzas y armas de Castilla, mas poderosas que las de Aragon, como los sucesos de las guerras pasadas bastantemente lo mostraban. Tratóse entre estos príncipes de matar al dicho Bernardo de Cabrera, plática que no estuvo tan secreta que primero que lo pudiesen efectuar no viniese á su noticia, y de Almudevar, donde esto se ordenaba, se huyese á Navarra. Siguiéronle por mandado de don Enrique algunos capitanes de á caballo de los suyos, alcanzaronle

en Carcastillo, y preso le tuvieron en buena guarda hasta que despues en ciertos conciertos fué entregado al rey de Aragon, que estaba muy ansiado por el cerco de la ciudad de Valencia sin saber en lo que pararia. Con este cuidado juntó todo su ejército para irla á descercar con ánimo de dar la batalla al enemigo. Partió de Burriana con su campo, y llegado á vista de los enemigos, les presentó la batalla. Excusóla el rey de Castilla; no se sabe por qué no se atrevió á venir á las manos con los aragoneses. Ellos, visto que los castellanos se estaban quedos dentro de sus reales, con grande honra suya y afrenta de los enemigos en 28 de abril se entraron como victoriosos en la ciudad de Valencia. La armada de Castilla, que era muy poderosa, de veinte y cuatro galeras y de cuarenta y seis navíos, dado que hobo un tiento á los pueblos de aquella costa, aportó á Monviedro. Allí se supo de las espías que el vizconde de Cardona tenia en el rio de Cullera diez y siete galeras aragonesas. El rey de Castilla tenia gran deseo de tomarlas, y parecíale que le seria cosa fácil por estar en parte que no se le podrian escapar; sacó su armada, y con gran presteza cercó la boca del rio. Cargó repentinamente el tiempo y sobrevino una furiosa tempestad que le forzó volverse á su puerto, por no ponerse á riesgo de correr fortuna ó de dar al través en aquella ribera. Vióse el Rey este dia en grandísimo peligro de perderse; así, luego que saltó en tierra, fué en romería á la casa de nuestra Señora Santa María del Puch á dar gracias á nuestro Señor de haberle librado de las ondas del mar y de las manos de sus enemigos, que de la ribera esperaban por momentos cuando alguna grupada se le entregaria. Dícese que hizo esta romería á pié, descalzo, en camisa y con una soga á la garganta; que de su natural no era tan sin piedad ni tan indevoto, si no hiciera las cosas tan sin órden y sin justicia. Con esto se volvieron los reyes, el de Aragon á Barcelona, y á Murcia el de Castilla, y de allí á Sevilla, en lo mas recio de las calores del estío, en el tiempo que en 26 de julio en la ciudad de Zaragoza fué justiciado públicamente Bernardo Cabrera por sentencia que dió contra él el mismo rey de Aragon, y la ejecutó su hijo el infante don Juan. Confiscaron las villas de Cabrera y Osona y otros muchos pueblos de su señorío ; fiad en servicios y en privanza. Caso es este que, si atentamente se considera, se echará de ver que el rey de Aragon cometió un delito feo y atroz, muy semejante á parricidio, en hacer matar el discípulo á su ayo, de quien fuera santísimamente doctrinado, mayormente que era inocente y á todo el mundo eran manifiestos los grandes servicios que tenia hechos á la casa real de Aragon. Causóle la muerte la incorrupta libertad con que decia su parecer. Es así, que los príncipes huelgan con la disimulacion y lisonja; demás que los reyes cometen muchas veces grandes yerros, que á veces redundan en odio de sus privados; esto fué lo que acarreó la muerte á este excelente varon sin tener otra mayor culpa. Conspiraron contra él para liegarle á este trance la Reina, el rey de Navarra, don Enrique y el conde de Ribagorza. Despues desto se volvió con nueva cólera á echar mano á las armas. El rey de Castilla tomó á Ayora en el reino de Valencia. Don Gutierre de Toledo, que por muerte de don Suero era maestre de Calatrava, iba por mandado de su Rey á bastecer á Monviedro; aco

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metiéronle en el camino golpe de aragoneses, y en un bravorencuentro que tuvieron le desbarataron y fué muerto en la pelea con otros muchos de los suyos. Por su muerte dieron el maestrazgo á don Martin Lopez de Córdoba, repostero mayor del Rey. Esta pérdida renovó y dobló la afrenta al rey de Castilla, que á la sazon molestaba mucho las comarcas de Alicante y Orihuela, y tenia harta esperanza de ganar esta ciudad. El Aragonés con toda su hueste, confiado y cierto que cada dia se reforzaria su ejército con gentes que le acudirian del reino, llegó á poner su campo á vista del enemigo; y como tambien allí representase la batalla al rey de Castilla, y él por no fiarse de los suyos la rehusase, socorrió á Orihuela con gente y bastimentos; con que se volvió á Aragon. Esto pasaba en el fin deste año. En el principio del siguiente de 1365 de nuestra salvacion el rey de Aragon cercó á Monviedro y le apretó de suerte, que forzó á los castellanos á que se le entregasen á partido. Por el contrario, el rey de Castilla con un largo cerco ganó tambien la ciudad de Orihuela. En 7 dias del mes de junio deste mismo año murió en Orihuela, la cual el rey don Pedro tenia cercada, Alonso de Guzman despues que hizo grandes servicios à don Enrique, cuya parcialidad seguia; murió en la flor de su mocedad; era hombre de grande valor, de agudo ingenio, de maduro y alto consejo. Sucedióle en el señorío de Sanlúcar y en lo demás de su estado Juan de Guzman, su hermano. Don Gomez de Porras, prior de San Juan, sea con miedo que tuvo del rey don Pedro por rendir, como rindió, á Monviedro, sea por hacer amistad á don Enrique, se pasó á la parte de Aragon con seiscientos caballos que en aquella ciudad tenia de guarnicion. Deste principio, aunque pequeño, se comenzaron á enflaquecer, ó por mejor decir, ir muy de caida las fuerzas del rey de Castilla; que así muchas veces acontece que de pequeñas ocasiones, en la guerra mayormente, sucedan desmanes muy grandes. Allegóse tambien á esto, que como quier que á la sazon hobiese paces entre Francia é Inglaterra, vinieron muchos soldados de Francia en ayuda de Aragon, que, como vivian de lo que ganaban en la guerra, les era forzoso, hecha la paz, sustentarse de las haciendas que robaban á los miserables pueblos. Estos mismos ladrones que andaban por Francia vagabundos y desmandados tuvieron cercado al mismo papa Urbano y le forzaron á comprar con mucha suma de dineros su libertad y la de su sacro palacio. La voz era que les daba trecientos mil florines por modo de salario y debajo de nombre de sueldo; capa con que cubrieron la afrenta del Papa y aquel sacrilegio. Habíales dado el rey de Francia otra tanta cantidad por echar de su tierra una tan cruel pestilencia como esta. El sumo Pontifice, librado deste peligro, pensó pasar su silla á Italia, dado que por entonces aquel propósito no duró mucho. Sentia el castigo de Dios, y temíale mayor de cada dia por haber sus antecesores desamparado su sagrada casa. Muerto pues el cardenal don Gil de Albornoz, quiso visitar, y así lo hizo, el patrimonio de la Iglesia que le dejó ganado, y poner en paz y justicia á sus súbditos. Vino pues, como deciamos, á España desta gente de Francia una grande avenida de soldados alemanes, ingleses, bretones y navarros y de otras naciones por codicia de la ganancia y robo. Llamólos el conde don Enrique, á quien que

rian bien desde el tiempo que estuvo en las guerras de Francia. Señalábanse entre ellos muchos caballeros y señores de cuenta, muy valientes soldados y valerosos capitanes. Los mas principales eran Beltran Claquin, breton, y Hugo Carbolayo, inglés. La cabeza y caudillo desta gente Juan de Borbor, que queria venir á vengar la muerte de su hermana doña Blanca, no se sabe por qué causa se quedó en Francia; cierto es que no vino á España. Toda esta gente entre los de á caballo y de á pié llegaban como á doce mil hombres de guerra. Frosarte, historiador francés de aquella era, dice que venian en aquel ejército treinta mil soldados. El 1. dia de enero del año 1366 llegaron á Barcelona las primeras banderas deste campo; las demás desde á pocos dias. El rey de Aragon hizo á todos muy buena acogida, y convidó á un gran banquete á los mas principales capitanes. Dióles de contado una gran cantidad de florines, y prometióles otra paga mucho mayor para adelante. A Beltran Claquin dió el estado de Borgia con título de conde, porque con mayor gana le sirviese en esta guer ra. Estos apercebimientos tan grandes despertaron al rey de Castilla que estaba en Sevilla, aunque no era de suyo nada lerdo ni descuidado. Partióse á Búrgos, y en Cortes que allí tuvo pidió al reino ayuda para esta guerra; todo era sin provecho lo que intentaba por tener enojado á Dios y las voluntades de los hombres no le eran favorables. Monsieur de Labrit era venido de Francia en su ayuda; aconsejábale que procurase con mucho dinero hacer que los extranjeros se pasasen á él y desamparasen á su hermano don Enrique. Ofrecia su industria para acabarlo con ellos, porque conocia su condicion, que no era mal aparejada para cosas semejantes; además que tenia entre ellos muchos parientes y amigos que le ayudarian en esto. Ciega Dios los ojos del alma á aquellos á quien es servido de castigar, no aciertan en cosa; así estuvieron cerradas las orejas del rey don Pedro, que no oyeron un consejo tan saladable; como era hombre tan fiero, no hacia caso del pe ligro que le corria. Entre tanto en la ciudad de Zaragoza, do estaban los soldados extranjeros, se vieron el rey de Aragon y el conde don Enrique. En estas vistas en 5 del mes de marzo confirmaron de nuevo la alianza que primero tenian hecha, y se declaró la parte del reino de Castilla que habia de dar al de Aragon don Enrique, caso que se apoderase de aquel reino. Para mayor amistad y firmeza de lo capitulado se concertó que la infanta doňa Leonor, hija del rey de Aragon, casuse con don Juan, hijo del conde don Enrique. Acabadas las vistas, el Rey se quedó en Zaragoza para esperar el fin que tendrian cosas tan grandes; el conde don Enrique, ya que tuvo junto todo el ejército, entró poderosamente en el reino de Castilla por Alfaro. Estaba allí por capitan lùigo Lopez de Horozco; no se quisieron detener en combatir esta villa, que era fuerte, por no gastar en ello el tiempo que les era menester para cosas mayores. Sabian muy bien que en las guerras civiles ninguna cosa tanto aprovecha como la presteza; toda tardanza es muy dañosa y empece. Dejado Alfaro, marchó el ejército con buena órden derecho á Calahorra, ciudad que baña el rio Ebro, y es de las mas principales de aquella comarca. Luego que llegó el conde don Enrique, le abrieron las puertas don Fernando, obispo de aquella ciudad, y Fernau Sauchiez de Tovar, que a

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