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tiempo que se fuesen. En esto entró don Enrique armado; como vió á don Pedro, su hermano, estuvo un poco sin hablar como espantado; la grandeza del hecho le tenia alterado y suspenso, ó no le conocia por los muchos años que no se vieran. No es menos sino que los que se hallaron presentes entre miedo y esperanza vacilaban. Un caballero francés dijo á don Enrique señalando con la mano á don Pedro: Mirad que ese es vuestro enemigo. Don Pedro con aquella natural ferocidad que tenia, respondió dos veces: Yo soy, yo soy. Entonces don Enrique sacó su daga y dióle una herida con ella en el rostro. Vinieron luego á los brazos, cayeron ambos en el suelo; dicen que don Enrique debajo, y que con ayuda de Beltran, que les dió vuelta y le puso encima, le pudo herir de muchas puñaladas, con que le acabó de matar; cosa que pone grima. Un Rey, hijo y nieto de reyes, revolcado en su sangre derramada por la mano de un su hermano bastardo. ¡ Extraña hazaña! A la verdad cuya vida fué tan dañosa para España, su muerte le fué saludable; y en ella se echa bien de ver que no hay ejércitos, poder, reinos ni riquezas que basten á tener seguro á un hombre que vive mal é insolentemente. Fué este un extraño ejemplo para que en los siglos venideros tuviesen que considerar, se admirasen y temiesen y supiesen tambien que las maldades de los príncipes las castiga Dios, no solamente con el odio y mala voluntad con que mientras viven son aborrecidos, ni solo con la muerte, sino con la memoria de las historias, en que son eternamente afrentados y aborrecidos por todos aquellos que las leen, y sus almas sin descanso serán para siempre atormentadas. Frosarte, historiador francés deste tiempo, dice que don Enrique al entrar de aquel aposento dijo: ¿Dónde está el hideputa judío que se llama rey de Castilla? Y que don Pedro respondió: Tú eres el hideputa, que yo hijo soy del rey don Alonso. Murió don Pedro en 23 dias del mes de marzo, en la flor de su edad, de treinta y cuatro años y siete meses; reinó diez y nueve años menos tres dias. Fué llevado su cuerpo sin ninguna pompa funeral á la villa de Alcocer, do le depositaron en la iglesia de Santiago. Despues en tiempo del rey don Juan el Segundo le trasladaron por su mandado al monasterio de las monjas de Santo Domingo el Real de Madrid, de la órden de los Predicadores. Prendieron despues de muerto el rey don Pedro á don Fernando de Castro, Diego Gonzalez de Oviedo, hijo del maestre de Alcántara, y Men Rodriguez de Sanabria, que salieron con él de la villa para tenelle compañía. Estos tiempos tan calamitosos y revueltos no dejaron de tener algunos hombres señalados en virtud y letras; uno destos fué don Martin Martinez de Calahorra', canónigo de Toledo y arcediano de Calatrava, dignidad de la santa iglesia de Toledo, que está enterrado en la capilla de los Reyes Viejos de aquella iglesia con un letrero en su sepulcro que dice, como por honra de la santidad y grandeza de la iglesia de Toledo no quiso aceptar el obispado de Calahorra para el cual fué elegido en concordia de todos los votos del cabildo de aquella iglesia.

CAPITULO XIV..

Que don Enrique se apoderó de Castilla.

Con la muerte del rey don Pedro enriquecieron unos

y empobrecieron otros; tal es la usanza de la guerra, y mas de la civil. Todas las cosas en un momento se trocaron en favor del vencedor, dióse á la hora Montiel. Llegada la nueva de lo sucedido á Toledo, tuvieron gran temor los vecinos de aquella ciudad. Padecian á la sazon necesidad de bastimentos. Acordaron de hacer sus pleitesías con los de don Enrique, que los tenian cercados. Entregáronles la ciudad, y todos se pusieron en la merced del nuevo Rey, pues con la muerte de don Pedro se entendia quedaban libres del homenaje y fidelidad que le prometieron. Entre los príncipes extranjeros se levantó una nueva contienda sobre quién tenia mejor derecho á los reinos de Castilla. Convenian todos en que Enrique no tenia accion á ellos por el defecto de su nacimiento. Demás desto, cada uno pensaba quedarse en estas revueltas con lo que mas pudiese apañar; que desta suerte se suelen adquirir nuevos reinos y aumentarse los antiguos. El rey de Navarra, segun poco ha dijimos, se apoderara de muchos y buenos pueblos de Castilla. Al rey de Aragon por traicion de los alcaides se le entregaron Molina, Cañete y Requena. El rey de Portugal pretendia toda la herencia y sucesion, y se intitulaba rey de Castilla y de Leon por ser sin contradicion alguna bisnieto del rey don Sancho, nieto de dona Beatriz, su hija. Teníanse ya por él Ciudad-Rodrigo, Alcántara y la ciudad de Tuy en Galicia. El rey de Granada tramaba nuevas esperanzas receloso por la constante amistad que guardó á don Pedro. La mayor tempestad de guerra que se temia era de Inglaterra y Guiena, á causa que don Juan, duque de Alencastre, hermano del príncipe de Gales, se casara con doña Costanza, hija del rey don Pedro, y el Conde cantabrigense, hermano tambien del mismo Príncipe, tenia por mujer á doña Isabel, hija menor del mismo, habidas ambas en doña María de Padilla. Desta suerte dentro el nobilísimo reino de Castilla se temian discordias civiles, y de fuera le amenazaban grandes movimientos y asonadas nuevas de guerras. El remedio que estos temores tenian era con presteza ganar las voluntades de las ciudades y grandes del reino. Como don Enrique fuese sagaz y entendiese que era esto lo que le cumplia, luego que puso cobro en Montiel, se partió sin detenerse á Sevilla, do fué recebido con gran triunfo y alegría. Todas las ciudades y villas del Andalucía vinieron luego á dalle la obediencia, excepto la villa de Carmona en que don Pedro dejó sus hijos y tesoros, y por guarda al capitan Martin Lopez de Córdoba, maestre que se llamaba de Calatrava, que todavía hacia las partes de don Pedro, aunque muerto. En los dias que el rey don Enrique estuvo en Sevilla, por no tener á un tiempo guerra con tantos enemigos, pidió treguas al rey moro de Granada, no sin diminucion y nota de la majestad real; mas la necesidad que tenia de asegurar y confirmar el nuevo reinado le compelió á que disimulase con lo que era autoridad y pundonor. No se concluyó desta vez nada con el Moro; por esto, puesto buen cobro en las fronteras y asentadas las cosas del Andalucía, el nuevo Rey volvió á Toledo por tener aviso que de Búrgos eran alli llegados la Reina, su mujer, y el Infante, su hijo. En esta ciudad se buscó traza de allegar dineros para pagar el sueldo que se debia á los soldados extraños, y lo que se prometió á Beltran Claquin en Montiel por el buen servicio que hizo

en ayudar á matar al enemigo. Juntose lo que mas se pudo del tesoro del Rey y de los cogedores de las rentas reales. Todo era muy poco para hartar la codicia de los soldados y capitanes extraños, que decian públicamente y se alababan tuvieron el reino en su mano y se le dieron á don Enrique, palabras al Rey afrentosas y para el reino soberbias; la dulzura del reinar bacia que todo se llevase fácilmente. Para proveer en esta necesidad hizo el Rey labrar dos géneros de moneda, baja de ley y mala, llamada cruzados la una, y la otra reales, traza con que de presente se sacó grande interés, y con que salieron del aprieto en que estaban; pero para lo de adelante muy perniciosa y mala, porque á esta causa los precios de las cosas subieron á cantidades muy excesivas. Desta manera casi siempre las trazas que se buscan para sacar dineros del pueblo, puesto que en los principios parezcan acertadas, al cabo vienen á ser dañosas, y con ellas quedan las provincias destruidas y pobres. Todas estas dificultades vencia la afabilidad, blandura y suave condicion de don Enrique, sus buenas y loables costumbres, que por excelencia le llamaban el Caballero; ayudabanle otrosí á que le tuviesen respeto y aficion la majestad y hermosura de su rostro blanco y rubio, ca dado que era de pequeña estatura, tenia grande autoridad y gravedad en su persona. Estas buenas partes de que la naturaleza le dotó, la benevolencia y aficion que por ellas el pueblo le tenia las aumentaba él con grandes dádivas y mercedes que hacia. Por donde entre los reyes de Castilla él solo tuvo por renombre el de las Mercedes, honroso título con que le pagaron lo que merecia la liberalidad y franqueza que con muchos usaba. A la verdad fuéle necesario hacerlo desta manera para asegurar mas el nuevo reino y gratificar con estados y riquezas á los que le ayudaron á ganarle y tuvieron su parte en los peligros, ocasion de que en Castilla muchos nuevos mayorazgos resultaron, estados y señoríos. Avivábanse en este tiempo las nuevas de la guerra que hacian en las fronteras los reyes de Portugal y de Aragon; proveyó á esto prestamente con un buen ejército que envió á la frontera de Aragon, cuyos capitanes, Pero Gonzalez de Mendoza, Alvar García de Albornoz, cobraron á Requena, echados della los soldados aragoneses. El por su persona fué á Galicia, en que tenia nuevas que andaban los portugueses esparcidos y desmandados y con gran descuido; y que por ir cargados de lo que robaban en aquella tierra podrian fácilmente ser desbaratados. Cercó en el camino á Zamora, y sin esperar á ganarla entró en Portugal por aquella parte que está entre los rios Duero y Miño, que es una tierra fértil y abundosa; destruyó y corrió los campos de toda aquella comarca, quemó y robó muchas villas y aldeas, ganó las ciudades de Braga y Berganza. Desta manera, puesto grande espanto en los portugueses y vengadas las demasías y osadía que tuvieron de entrar en su reino, se volvió para Castilla. Hallóse con el rey don Enrique en esta guerra su hermano el conde don Sancho, ya rescatado por mucho precio de la prision en que estuvo en poder de los ingleses despues que le prendieron en la batalla de Najara. El rey de Portugal no se atrevió á pelear con don Enrique, aunque antes le enviara á desafiar, por no estar tan poderoso como él, ni se le igualaba en la ciencia militar ni en la experiencia y uso de

las cosas de la guerra. Valió á los portugueses la nueva que don Enrique tuvo de los daños y robos que el rey de Granada hacia en el Andalucía, junto con la pérdida de la ciudad de Algecira, que el Moro tomó y la echó por el suelo, de manera tal, que jamás se volvió á reedificar. Debiéralo de hacer en venganza de las muchas vidas de moros que aquella ciudad costara. Demás desto, el Rey tenia necesidad de volver á Castilla para proveer todavía de dineros con que pagar los soldados extraños y despachar á Beltran, que en esta sazon era solicitado del rey de Aragon para que pasase en Cerdeña á castigar la gran deslealtad del juez de Arborea Mariano, que de nuevo andaba alzado en aquella isla y tenia ganados muchos pueblos, y se entendia aspiraba á hacerse señor de toda ella. Habia enviado el rey de Aragon contra él á don Pedro de Luna, señor de Almonacir, el cual, sin embargo que tenia parentesco de afinidad con Mariano, por estar casado con doña Elfa, parienta suya, le apretó reciamente en los principios, y puso brevemente en tanto estrecho, que por no se atrever á esperar en el campo, aunque tenia mayor ejército que el Aragonés, se encerró dentro los muros de la ciudad de Oristan. Túvole don Pedro cercado muchos dias; y como quier que por tener en poco al enemigo en sus reales faltase la guarda y vigilancia que pide la buena disciplina militar, el juez, que estaba siempre alerta y esperaba la ocasion para hacer un notable hecho, salió repentinamente con su gente y dió tan de rebato sobre sus enemigos y con tan grande presteza, que primero vieron ganados sus reales, presos y muertos sus compañeros que supiesen qué era lo que venia sobre ellos. Finalmente, fué desbaratado todo el ejército y muerto el general don Pedro de Luna y con él su hermano don Filipe. Pasados algunos dias, Brancaleon Doria, que en estas revoluciones seguia la parcialidad del señor de Arborea, quier por algun desabrimiento que con él tuvo, quier con esperanza de mayor remuneracion, se reconcilió con el Rey, con que alcanzó, no solamente perdon de los delitos que tenia cometidos, sino tambien favores y mercedes. Poco tiempo despues el juez de Arborea forzó á la ciudad de Sacer, que es la mas principal de Cerdeña, á que se le rindiese, con que se perdió tanto como fué de provecho reducirse al servicio del rey de Aragon un señor tan poderoso é importante como era Brancaleon. Estuvo entonces esta isla á pique de perderse; para entretenerla lo mejor que ser pudiese mientras el Rey iba á socorrerla envió allá por capitan general á don Berenguel Carroz, conde de Quirra; fuera desto, con grandes promesas solicitó á Beltran Claquin quisiese pasar en Cerdeña y tomar á su cargo aquella guerra. Era muy honroso para él que los príncipes de aquel tiempo le hacian señor de la paz y de la guerra, y que tenia en su mano el dar y quitar reinos. Estaba para conceder con los ruegos del rey de Aragon, cuando otra guerra mas importante que en aquella coyuntura se levantó en Francia se lo estorbó y llevó á su tierra. Los pueblos del ducado de Guiena se hallaban muy fastidiados y querellosos del gobierno de los ingleses, que les echaron un intolerable pecho que se cobraba de cada una de las familias; esto para restaurar los excesivos gastos que el rey Eduardo hiciera en la entrada de su hijo el príncipe de Gales en España cuando restituyó eu su

reino de Castilla á don Pedro. Llevaron muy mal esta carga los guieneses, y lamentaban la opresion y servidumbre; mas les faltaba cabeza que los favoreciese y acaudillase que no gana de rebelarse. No tenian otro príncipe mas á propósito á quien se entregar que el rey de Francia; avisáronle de su determinacion, y suplicáronle tuviese lástima de aquel noble estado, que en otro tiempo fué de su corona, y al presente le tenian tiranizado y en su poder sus capitales enemigos. Pareció al Francés que era esta buena ocasion para pagarse de lo que los ingleses hicieron en la batalla de Potiers. Por esto holgó con la embajada, y los animó y confirmó en su propósito; prometióles de encargarse de su defensa; que les exhortaba no dudasen de echar de su tierra los presidios de los ingleses, que él los socorreria con un buen ejército. Animáronse con esto los guieneses. Los primeros que arbolaron banderas y tomaron cajas por Francia fueron los de Cabors. El Rey, visto que ya estaba rompida la guerra y que para empresa de tan gran riesgo é importancia le faltaba un prudente y experimentado capitan de quien se pudiese fiar, juzgó que Beltran Claquin era el mejor de los que podia escoger y el que con mas amor y lealtad le serviria. Con este acuerdo le envió á llamar á España; juntamente rogó al rey de Navarra le fuese á ayudar en esta guerra. Determinóse el Navarro de pasar á Francia, dado que á la sazon tenia en Aragon á Juan Cruzate, dean de Tudela, para que tratase de confederalle con aquel Rey. Dejó en Navarra por gobernadora del reino á la reina dona Juana, su mujer; y partido de España, se quedó en Chireburg, una villa fuerte de su estado, que está en Normandia. No se atrevió á fiarse del rey de Francia por las antiguas contiendas que entre sí tuvieran. Demás desto, como hombre astuto, queria desde allí estarse á la mira sin arriscarse en nada, propio de gente doblada, y visto en qué paraban estos movimientos, despues inclinarse á aquella parte de que con menos costa y peligro pudiese sacar mayor ganancia é interés. Procuraba el rey de Francia amansar y sosegar la feroz é inquieta condicion del Navarro, por saber que muchas veces de pequeñas ocasiones suelen resultar irreparables daños y mudanzas notables de reinos. Envióle con este fin una amigable embajada con ciertos caballeros principales de su corte. Poco se hacia por medio de los embajadores; acordaron de hablarse en Vernon, que es una villa asentada en la ribera del rio Seina ó Secuana en los confines de los estados de ambos reyes. Concertaron en aquellas vistas que el rey de Navarra dejase al de Francia las villas de Mante y Meulench y el condado de Longavilla, que eran los pueblos sobre que tenian diferencia, y que el rey de Francia diese en recompensa al Navarro la baronía y señorío de Mompeller; empero estas vistas y conciertos se hicieron mas adelante de donde ahora llega nuestra historia, que fué en el año de 1375. Volvamos á lo que se queda atrás y lo que pasaba en Castilla.

CAPITULO XV.

Cómo murió don Tello.

Muy alegre se hallaba don Enrique con la victoria que alcanzó de su enemigo; su fama se extendia y volaba por toda Europa como del que fundara en España

un nuevo y poderoso reino, bien que por estar rodeado de tantos enemigos no dejaba de ser molestado de varios y enojosos pensamientos. Representábasele que muchas veces un pequeño yerro suele estragar y ser ocasion que se pierdan poderosos estados. Todos los buenos en Castilla le querian bien y se agradaban de su señorío; no era posible tenellos á todos contentos, forzosamente los que tenian recebidas algunas mercedes de don Pedro, ó por su muerte perdieron sus comodidades é intereses, defendian las partes del muerto y les pesaba del buen suceso de don Enrique. Los portugueses tenian en este tiempo en Ciudad-Rodrigo una buena guarnicion de hombres de armas, dende hacian grandes daños en las tierras de Castilla, corrian los campos, robaban y quemaban las aldeas, con que los labradores, como mas sujetos á semejantes daños, eran malamente molestados. Para remedio destos males y reducir á su servicio esta ciudad, que es de las mas principales de aquella comarca, el Rey con toda su hueste la cercó en el principio del año de 1370. Pensaba hallalla desapercebida y hacer que por fuerza ó de grado se la entregasen; hallóse en todo engañado, la ciudad bien prevenida, y se la defendieron valerosamente los portugueses, por donde el cerco duró mas tiempo de lo que el Rey tenia imaginado. La aspereza de aquel invierno fué grande, no pudo por ende el ejército estar mas en campaña, y fué forzoso levantar el cerco é irse á Medina del Campo á esperar el buen tiempo. Tuvo Cortes en aquella villa. Lo principal que dellas resultó fué un gran socorro y servicio de dineros que los procuradores de las ciudades le hicieron para que acabase de allanar el reino, por ser ya consumido lo que montaron los intereses que se sacaron de las monedas de cruzados y reales que el año pasado se acuñaron y arrendaron, gastados en pagar sueldos y premiar capitanes y en satisfacer su demasiada codicia. Debiansele á Beltran Claquin ciento y veinte mil doblas que le prometió don Enrique porque le entregase en Montiel al rey don Pedro, que para en aquella era fué una grandísima cantía. Dióle en precio de las setenta mil á don Jaime, hijo del rey de Mallorca y rey de Nápoles, que era el rescate que la Reina, su mujer, señora riquísima, tenia prometido. Lo demás se le dió en oro de contado, y ultra de sus pagas le hizo el Rey merced de la ciudad de Soria y de las villas de Almazan, Atienza, Montagudo, Molina y Seron. Con estas riquezas y grande estado que por su valor adquirió, ganada ultra desto una fama y gloria inmortal, se volvió á nuevas esperanzas que se le representaban en Francia. Maurello Fienno, que era condestable de Francia, hizo dejacion del cargo, con que el Rey le proveyó á don Beltran; él con su valor reprimió los brios de los ingleses que abrasaban todo aquel reino, y alcanzó dellos grandes victorias, unas con esfuerzo, y otras con industria y arte, con que restituyó á su gente la honra y gloria militar perdida de tantos años atrás. En el mes de julio deste año se concordaron en Tortosa los aragoneses y navarros y se aliaron; la voz era favorecerse los unos á los otros contra sus enemigos, en realidad de verdad no era otra cosa sino juntar sus fuerzas para hacer guerra á don Enrique. Fueron entonces restituidas por la reina de Navarra al rey de Aragon las villas de Salvatierra y la Real, que antiguamente eran de aquel reino; hi

en gran cuidado. Por estos dias en 15 del mes de octubre murió en Galicia don Tello, señor de Vizcaya; fué hombre de buenas costumbres y en todas sus cosas igual; padeció muchos trabajos, y al cabo vino á estar desavenido con el Rey, su hermano. Díjose entonces á la sorda que un médico de don Enrique, llamado Maestre Romano, le dió yerbas con que le mató, mentira que se creyó vulgarmente, como suele acontecer; lo cierto fué que murió de su enfermedad. Dió el Rey al infante don Juan, su hijo, el señorío de Vizcaya y de Lara, que era de su tio don Tello; estados que desde entonces hasta hoy han quedado incorporados en la corona real de Castilla. Enterraron el cuerpo de don Tello en el monasterio de San Francisco de la ciudad de Palencia; el entierro y obsequias se le hicieron con grande pompa y majestad.

CAPITULO XVI.

De las bodas del rey de Portugal.

cieron este acuerdo con los aragoneses don Bernardo Folcaut, obispo de Pamplona, y Juan Cruzate, dean de Tudela, á quien el rey Carlos de Navarra al tiempo de su partida dejó por consejeros y coadjutores de la Reina para la gobernacion del reino. En Castilla consultaba el Rey á cuál parte seria mejor acudir primero; resolvióse en enviar á Galicia á Pedro Manrique, adelantado de Castilla, y á Pero Ruiz Sarmiento, adelantado de Galicia, que llevaron algunas compañías de hombres de armas y otras de infantería para defender aquella comarca de los portugueses, que se apoderaran de las ciudades de Compostella, Tuy y del puerto de la Coruña. Envió asimismo á mandar á su hermano don Tello que él por su parte fuese á la defensa de aquella provincia. Despachados estos socorros para Galicia y despedidas las Cortes, partióse luego á Sevilla con la fuerza de su ejército. A la verdad en el Andalucía era la mayor necesidad que se tenia de su persona, por la guerra que en ella hacian los moros y estar todavía Carmona rebelada y la armada de Portugal, que por aquella costa hacia mucho daño y tenia tomada la boca del rio Guadalquivir. Fueron en esta coyuntura muy á propósito las treguas que los maestres de Santiago y Calatrava asentaron con el rey de Granada; recibió gran contento el rey don Enrique con esta nueva, porque si en un mismo tiempo fuera acometido de tantos enemigos, parece que no tuviera bastantes fuerzas para podellos resistir á todos, dividido su ejército en tantas partes. Traian los portugueses en su armada diez y seis galeras y veinte y cuatro naves; mandó el Rey en Sevilla echar veinte galeras al agua, que no se pudieron poner todas en órden de navegar por falta de remos y jarcias, que los tenian dentro de Carmona por órden del rey don Pedro, que las mandó allí guardar para quitar la navegacion á Sevilla, si se intentase rebelar. Por esto hizo venir de la costa de Vizcaya otra armada de navíos y galeras, con que los castellanos quedaron tanto mas poderosos en el mar, que los portugueses no osaron esperar la batalla; antes perdidas tres galeras y dos navíos que les tomaron los contrarios, se volvieron desbaratados á Portugal. A este tiempo se hallaba menoscabada la flota portuguesa á causa que algunas de las galeras eran idas á Barcelona á llevar á don Martin, obispo de Ebora, y á don Juan, obispo de Silves, y á fray Martin, abad del monasterio de Alcobaza, y á don Juan Alfonso Tello, conde de Barcelos, que iban por embajadores para hacer alianza con el rey de Aragon. Mediante la diligencia destos prelados y del Conde, se confederaron estos reyes contra don Enrique en esta forma que el reino de Murcia y la ciudad de Cuenca y todas las villas y castillos de aquella comarca fuesen para el rey de Aragon, lo demás de Castilla quedase por el rey de Portugal, como señor y rey que ya se intitulaba de Castilla; item, que para mayor firmeza desta avenencia tomase el rey de Portugal por mujer á la infanta doña Leonor, hija del rey de Aragon, con cien mil florines de dote; conciertos que no tuvieron efecto por causa que el rey de Portugal se embebeció en otros amores, y aun se casó de secreto con doňa Leonor Tellez de Meneses, hija de Alonso Tello, hermano del conde de Barcelos. Asimismo el rey de Aragon aflojó en lo tocante á la guerra de Castilla por el peligro en que tenia su isla de Cerdeña, que le traia

De grande importancia fueron las treguas que tan á tiempo se hicieron con el rey de Granada, y no de menor momento echar de la costa de Castilla la armada de los portugueses. Lo que restaba era concluir el cerco de Carmona, que no solo importaba el ganarla por hacerse señor de una tan buena villa, sino tambien era de mucha consideracion, por lo que tocaba á todo el estado de la guerra, quitar aquella guarida á todos los de la parcialidad de don Pedro, que necesariamente eran muchos y los mas soldados viejos y muy ejercitados en las armas. Determinóse pues el rey don Enrique de echará una parte el cuidado en que le tenia puesto esta villa; venida la primavera del año de 1371, llegó con todo su ejército sobre Carmona y la sitió. Fué este cerco largo y dificultoso, y pasaron entre los cercados y los del Rey algunos hechos notables en las continuas escaramuzas y rebatos que tenian. Los de la villa peleaban con grande ánimo y valor, y muchas veces á la iguala con los que la tenian cercada. Tan confiados y con tan poco temor de sus enemigos, que de dia ni de noche no cerraban las puertas, ni jamás rehusaban la escaramuza, si los del Rey la querian; antes los tenian siempre alerta con sus continuas salidas. Sucedió que un dia se descuidaron las centinelas por ser el hilo de medio dia; los soldados recogidos en sus tiendas por el excesivo calor que hacia; advirtiéronlo desde la muralla los cercados, salieron de improviso de la villa, arremetieron furiosamente, ganaron en un punto las trincheas, y con la misma presteza sin detenerse corrieron derechos á la tienda del Rey para con su muerte fenecer la guerra. Dios y el apóstol Santiago libraron en este dia al Rey y al reino, que estuvo muy cerca de suceder un gran desastre, si algunos caballeros, visto el peligro, no le acorrieran prestamente y acudieran á entretener aquella furia é ímpetu de los enemigos hasta tanto que llegaron mas gente, con cuya ayuda despues de pelear gran rato con ellos dentro de los reales, los forzaron á que se retirasen á la villa tan mal parados, que no se fueron alabando de su osadía. El Rey, visto que no podia ganar por fuerza esta villa, mandóla escalar una noche con gran silencio. Subieron cuarenta hombres de armas y ganaron una torre, pero como lo sintiesen las centinelas y escuchas, tocaron al arma. Alborotáronse los de la villa, primero por pensar que

del todo era entrada, mas vueltos sobre sí y cobrado esfuerzo, rebatieron los que subieran en la muralla. Con el grande peso y priesa de los que bajaban se quebraron las escalas, con que quedaron dentro de la villa presos los mas de los que estaban en la torre. Venido el capitan Martin Lopez de Córdoba, que aquella noche no se halló en la villa, sin ninguna misericordia los hizo matar. El Rey recibió desto grande enojo, y despues de tomada la villa, vengó sus muertes con la de aquel que los mandara matar. Apretóse pues mas de allí adelante el cerco, no los dejaban entrar bastimentos. El capitan Martin Lopez de Córdoba, forzado de la hambre y necesidad, se dió finalmente á partido. Sin embargo, no obstante la seguridad que el maestre de Santiago le dió, á quien se rindió, le mandó el Rey justiciar en Sevilla, sin respeto del seguro y palabra, á trueco de vengar el enojo y pesar que le hizo en matalle sus soldados. Vinieron á poder del Rey los tesoros y hijos inocentes de don Pedro para que pagasen con perpetu a prision los grandes desafueros de su padre. Concluida esta guerra, el rey don Enrique hizo que los huesos de su padre el rey don Alonso, como él lo dejara man dado en su testamento, fuesen trasladados á Córdoba á la capilla real que está detrás del altar mayor de la iglesia catedral, do se ven dos túmulos, el uno del rey don Alonso, y el otro de su padre el rey don Fernando, que tambien está en ella sepultado; aunque son humildes y de madera, no de mala escultura para lo que el arte alcanzaba en aquella era. A la sazon que el rey don Enrique estaba sobre Carmona tuvo nuevas como Pero Fernandez de Velasco le ganó la ciudad de Zamora y la redujo á su servicio, echados della los portugueses, y que sus adelantados Pero Manrique y Pero Ruiz Sarmiento tenian sosegada la provincia de Galicia, ca vencieron en una batalla á don Fernando de Castro, que era el principal autor de las revueltas de aquella comarca, y el que mas se señalaba en favor de los portugueses; y así, perdida la batalla, se fué con ellos á Portugal. En un cuerpo muelle y afeminado con los vicios no puede residir ánimo valeroso ni esforzado, ni se puede en los tales hallar la fortaleza que es necesario para sufrir las adversidades. Quebrantóse mucho el corazon del rey don Fernando de Portugal con los malos sucesos que hemos referido tuvo en la guerra con don Enrique; así oyó de buena gana los tratos de paz en que de parte del rey de Castilla le habló Alfonso Perez de Guzman, alguacil mayor de Sevilla, por cuya buena industria en 1.o de marzo se concluyeron las paces en Alcautin, villa de Portugal, con estas condiciones que el rey de Castilla le restituyese los pueblos

que durante la guerra le ganara; que la infanta doña Leonor, hija del rey de Castilla, casase con el de Portugal; el dote fuese Ciudad-Rodrigo y Valencia de Alcántara en Extremadura, y Monreal en Galicia. Tuvo el Portugués gran ocasion de ensanchar su reino, mas todo lo pervirtieron los encendidos amores que tenia con doña Leonor de Meneses, como de suso se dijo, que pasaban muy adelante y estaban muy arraigados por tener ya en ella una hija, que se llamaba doña Beatriz. Esto le hizo mudar intento y no efectuar el casamiento con doña Leonor, infanta de Castilla. Envió á su padre una embajada para desculparse de su mudanza y para que le entregasen las villas y ciudades que él tenia

de Castilla, en señal que queria ser su amigo. Aceptó don Enrique el partido y excusas de aquel Rey. En el entre tanto él se casó públicamente con doña Leonor de Meneses; fueron padrinos don Alfonso Tello, conde de Barcelos, y su hermana doña María, tios de la novia, hermanos de su padre; casamiento infeliz y causa de grandes males y guerras que por su ocasion resultaron entre Portugal y Castilla. Antes que este matrimonio se efectuase, como entendiesen los ciudadanos de Lisboa lo que el Rey queria hacer, pesóles mucho dello, y tomadas las armas, fueron con gran tropel y alboroto al palacio del Rey. Daban voces y decian que si pasase adelante semejante casamiento seria en gran menoscabo y desautoridad de la majestad del reino de Portugal, que con él se ensuciaba y escurecia la esclarecida sangre de sus reyes. Mas el obstinado ánimo del Rey no quiso oir las justas querellas de los suyos, ni temió el peligro en que se metia, antes se salió escondidamente de Lisboa, y en la ciudad de Portu públicamente celebró sus bodas, mudado el nombre que doña Leonor tenia de amiga en el de reina. Dióle un gran señorío de pueblos para que los poseyese por suyos, y mandó á los señores y caballeros que se hallaron presentes le besasen la mano como á su reina y señora. Hiciéronlo todos hasta los mismos hermanos del Rey, excepto don Donis, el cual claramente dijo no lo queria hacer, de que el Rey se encolerizó de suerte, que, puesta mano á un puñal, arremetió á él para herille. Libróle por entonces Dios; anduvo por el reino escondido hasta que se pasó al servicio y amistad del rey de Castilla. Desde entonces la nueva Reina comenzó á mandar al Rey y al reino, que no parecia sino que le tenia dados hechizos y quitádole su entendimiento; ella era la gobernadora, por cuya voluntad todas las cosas se hacian. Los caballeros de la casa de los Vazquez de Acuña se fueron desterrados del reino por miedo della, que estaba mal con ellos por la memoria de su primer casamiento y porque ellos fueron los autores del alboroto de Lisboa. Por el contrario, los parientes y allegados de doña Leonor fueron muy favorecidos del Rey, y les dió nuevos estados y dignidades; á don Juan Tello, primo hermano de la Reina, hijo del conde de Barcelos, dió el condado de Viana; á don Lope Diaz de Sosa, su sobrino, hijo de su hermana doña María Tellez de Meneses, el maestrazgo de la caballería de Christus; á otros muchos sus deudos hizo otras mercedes muy grandes. El mas privado del Rey y de la Reina era don Juan Fernandez de Andeiro, gallego de nacion, que en las guerras pasadas de la Coruña, de do era natural, vino á servir al Rey, y por esta causa le hizo conde de Oren. Con este caballero tenia la Reina mucha familiaridad, y estaba muchas veces con él en secreto y sin testigos, de que comunmente se vino á tener sospecha que era deshonesta su amistad, y públicamente se decia que los hijos que paria la Reina no eran del Rey, sino deste caballero. No se supo si esto era como se decia, que muchas veces el vulgo con sus malicias escurece la verdad, por ser los hombres inclinados á juzgar lo peor en las cosas dudosas, en especial cuando se atraviesan causas de envidia y odio. En el fin deste año el Rey don Enrique tuvo Cortes en Toro, en que por estar ya restituidos los pueblos que el rey de Portugal tenia en Castilla, que fué una de las cosas con que él se hizo á

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